LA REVUELTA EN EL LABORATORIO NEOLIBERAL

El estallido del malestar social

A comienzos de octubre entra en vigencia un alza en el pasaje del tren subterráneo (“Metro”) de Santiago equivalente a 0.04 dólares estadounidenses. Pocos días después, estudiantes secundaries iniciaron jornadas de acción directa e hicieron un llamado a evadir el pago del boleto, en señal de protesta contra la medida gubernamental. La población se sumó masivamente, y en menos de una semana comenzó la mayor explosión social de la historia reciente del país, que pasó de ser una reacción ante la subida del transporte a una impugnación general a las condiciones de vida impuestas tras más de cuatro décadas de aplicación de un ortodoxo neoliberalismo.

Hasta antes del estallido, Chile mantenía la imagen de exportación que había venido construyendo durante décadas: una democracia estable, cifras macroeconómicas favorables, reducción de los niveles de pobreza, aumento del ingreso per cápita y elevados niveles de acceso al consumo de bienes, entre otras características que convirtieron al país en el caso excepcional de un neoliberalismo exitoso. Sin embargo, la presente revuelta desploma esa apariencia y expone la base de desigualdad sobre la que se soporta un sistema que, desde que fuera implantado a sangre y fuego por la dictadura militar de Augusto Pinochet y los Chicago boys, ha sido profundizado y perfeccionado tanto por los gobiernos de la ex Concertación (coalición de partidos de centro izquierda que condujo la transición a la democracia) como por los dos derechistas liderados por Sebastián Piñera.

La mercantilización de todas las esferas de la vida social –incluidas cuestiones como el agua, la salud, la educación y las pensiones– y la constitución de un tipo de Estado funcional a la acumulación empresarial, por medio de subsidios a prestadores privados de servicios sociales que les aseguran elevadas ganancias, han sido los pivotes del neoliberalismo criollo que durante casi 45 años ha significado el aumento sostenido de la desigualdad y del malestar social en crecientes franjas de la población.  Algunos datos permiten mostrar los trazos gruesos de este cuadro: actualmente, en Chile 1 por ciento de la población1 más rica concentra 26 por ciento del producto interno bruto, mientras que 50 por ciento de los hogares de menores ingresos tiene acceso a sólo 2.1 de la riqueza2.  Ello lo convierte en el país más desigual de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos y en uno de los 30 con peor distribución del ingreso;3  50 por ciento de les trabajadores gana alrededor de 460 dólares, y las jubilaciones tienen un promedio de 340,4  montos absolutamente insuficientes para costear la vida y que explican en buena medida los elevados niveles de endeudamiento de la población que, de acuerdo con datos recientes del banco central, alcanzaron en el último trimestre de 2019 cifras récord: representan 75 por ciento de los ingresos disponibles de los hogares.5

En estas condiciones crece la sensación de agobio y malestar. No es casualidad que la consigna “No son 30 pesos, son 30 años” haya sido de las primeras que vio nacer la revuelta. El pueblo acumuló rabia, indignación, frustraciones durante décadas, hasta que el alza del pasaje del tren subterráneo fue el detonante de un terremoto social que, entre otras cosas, ha marcado el fin del consenso neoliberal en el país que fue su cuna y que supuso hasta hace poco un “modelo ejemplar”.

Nueva composición social y límites de las izquierdas

Mirando el aumento de la conflictividad social en las últimas dos décadas (resistencia mapuche, luchas por la educación y las pensiones, huelgas de trabajadores subcontratades, paralizaciones de profesores primarios y secundarios, conflictos socioambientales, movilizaciones feministas), se aprecia que el estallido de octubre sucede en un ciclo de impugnación del neoliberalismo que viene intensificándose, pero que hoy determina un punto de inflexión que supera momentos anteriores de contestación debido a su magnitud y composición social. La novedad estriba en que ahora se rebelan no grupos específicos de la sociedad sino, por primera vez en la historia reciente, una mayoría efectiva de la población –que va desde los sectores populares más golpeados por la exclusión y la desigualdad hasta frágiles estratos medios que experimentan la precarización de sus condiciones de vida–, que sale a las calles en forma espontánea y con fuerza y radicalidad insospechadas.

Por otra parte, a diferencia de otros procesos de movilización del periodo, conducidos por actores sociales organizados y poseedores de capacidad de convocatoria, la nota predominante de este estallido es su carácter espontáneo y la inexistencia de líderes identificables. La ausencia de banderas de partidos o grandes movimientos políticos en las concentraciones sugiere que la inmensa mayoría de quienes participan no proviene de organizaciones políticas tradicionales ni pertenece a las culturas militantes de la izquierda histórica. En cambio, la presencia de las banderas mapuche ha sido significativa, como la pañoleta verde que simboliza la lucha por el acceso al aborto y, también, las banderas y camisetas de los principales equipos de futbol. Esto revela que en Chile, a semejanza de lo sucedido antes en varios países latinoamericanos y caribeños, se agotan los modos tradicionales de la política, lo cual demuestra con nitidez la incapacidad y los límites de la democracia representativa para canalizar las aspiraciones de las mayorías sociales.

Esta revuelta ocurre en un momento en que las formas clásicas que articularon el movimiento obrero, el campo popular y las clases medias en el siglo XX –sindicatos, y partidos de la izquierda histórica y de centro-izquierda– han experimentado procesos de desfonde y vaciamiento, explicables por una conjunción de factores que van desde las transformaciones en la composición y estructura de la clase trabajadora –que han mermado las organizaciones sindicales– hasta la colusión de las élites políticas, incluidas las de centroizquierda, con los intereses empresariales que ha terminado por deslegitimar al sistema y la clase política en su conjunto. Sobre este fondo, que se configura desde hace varios años, la situación abierta por el estallido social de octubre dejó todavía más en evidencia los límites de las izquierdas partidistas, y en particular los del Frente Amplio (FA), 6 para canalizar las demandas sociales y desarrollar nuevas formas de hacer política. La joven agrupación de izquierda, en vez de actuar como un agente articulador de la lucha social, ha terminado como parte de las prácticas políticas que se proponía superar. La firma a puertas cerradas de un acuerdo para cambiar la Constitución Política del que fueron excluidos los movimientos sociales y el apoyo de un grupo de diputades frenteamplistas a un paquete de leyes represivas impulsadas por el gobierno de Piñera fueron criticados con acritud, lo cual provocó un contundente rechazo del FA en buena parte de los sectores organizados participantes en la movilización.

Así las cosas, esta irrupción popular, expresiva de las conflictividades sociales nacidas de las nuevas formas de desigualdad producidas por el neoliberalismo, no encuentra lugar en las izquierdas partidistas tradicionales y estalla por cauces distintos, con lógicas nuevas y, también, con identidades, imaginarios y deseos de nuevo tipo, lo cual imposibilita encasillar lo que ocurre con las categorías y polaridades que permitieron comprender la lucha de clases en el siglo XX. El pueblo que está en las calles es heterogéneo en su composición social y generacional, representa las nuevas formas de trabajo y exclusiones provocadas y agudizadas por la modernización neoliberal, así como nuevas subjetividades moldeadas por las promesas de integración social por la vía del ingreso en el mercado laboral, de la educación terciaria y del consumo, y, muchas veces, por la frustración de estas expectativas, irrealizables en las condiciones de precariedad e inseguridad imperantes. Se reúnen en las movilizaciones estudiantes secundaries y universitaries, jóvenes profesionales precarizades, pobladores de barrios periféricos, sectores de una frágil e inestable “clase media”, barristas de futbol (símbolo de la juventud popular y estigmatizada), trabajadores asalariades calificades y no calificades, jubilades y adultes mayores, oficinistas y trabajadores de apps, entre otros. La condición compartida por este conjunto abigarrado de grupos sociales es la precariedad experimentada en mayor o menor grado, sentida como amenaza o vivida cual realidad efectiva, la indignación ante los abusos de las élites económica y política y un rechazo transversal a la política institucional.

La mayoría social que ha salido a las calles da cuenta de la emergencia de un pueblo gestado por largos años en una de las experiencias más radicales del neoliberalismo a escala global. Su aparición ha desbordado por completo el sistema político y las organizaciones que tradicionalmente canalizaron los intereses de las clases subalternas, y marca un antes y un después en las luchas antineoliberales en Chile: el momento en que una mayoría se levanta para reclamar otro tipo de vida y, con ello, de sociedad. En ello radica la potencia de esta revuelta y los desafíos que impone en términos políticos para una izquierda no anclada en estos nuevos actores, ni en sus conflictos ni en sus subjetividades.7

Una rebeldía expansiva. El feminismo y la revuelta

Un elemento destacable de manera particular atañe al lugar que el feminismo ha ocupado en este momento de revuelta y en la producción de una sensibilidad rebelde que se expande por cada vez más espacios sociales. Lo ocurrido con la performance del colectivo Las Tesis es una excelente muestra de ello. Desde Santiago hasta la Ciudad de México, del Wallmapu a Rojava, pasando por Libia, India, Grecia y Turquía, así como por numerosas ciudades de América Latina, Europa y Estados Unidos, el grito de rebeldía de las mujeres y disidencias sexuales se escuchó fuerte y claro. La rapidez con que se diseminó la protesta, la magnitud que alcanzó y su resignificación en diversas localidades, así como la masividad, transversalidad y coordinación descentralizada pero efectiva de las huelgas del 8 de marzo de los últimos años, o de manifestaciones contra la violencia machista y por el derecho al aborto que se realizan de modo simultáneo en distintos países, dan cuenta de hasta dónde en la actualidad el feminismo se erige como una nueva fuerza internacionalista, anticapitalista y antipatriarcal.8

Sin embargo, con esta dimensión visible a escalas local y global, la emergencia feminista contemporánea tiene repercusiones en otros niveles que vale la pena retener en tanto que están resignificando y profundizando el llamado que a lo largo de la historia ha hecho el feminismo. La politización de la vida cotidiana, los procesos de desnaturalización de prácticas sexistas discriminatorias, la capacidad de nombrar distintas clases de violencia y de identificar las estructuras de poder que las producen son algunos de los nudos clave, así como el fortalecimiento de la acción colectiva que saca a las mujeres del confinamiento privado, de la culpa y de la posición de víctimas y amplía el campo de lo político, generando transformaciones en el conjunto la sociedad. El estallido de octubre en Chile se inscribe en la dinámica referida, pues si se sintetizara el movimiento producido en estos meses de revuelta, se diría que supone un pasaje generalizado del malestar privado e individual a la revuelta colectiva, de un momento en que los sufrimientos vividos en el encierro doméstico, con culpa y en soledad, se instalan en el espacio público, se comprenden como social y políticamente producidos y se despierta una voluntad de lucha y el reconocimiento mutuo entre quienes comparten experiencias, sentimientos, temores y esperanzas comunes. Tales tránsitos van de la victimización despolitizadora a la acción que produce política, de la culpa a la demanda, de la resignación a la desobediencia, y han sido motorizados de manera principal por el movimiento feminista en el Chile de los últimos años. Las multitudinarias concentraciones contra los femicidios con el lema NiUnaMenos y las movilizaciones estudiantiles del llamado Mayo feminista, por ejemplo, han desencadenado no sólo una sensibilización general respecto a la violencia machista y el abuso sexual en contextos laborales y educativos sino, sobre todo, una disposición al desacato de los mandatos patriarcales y a la rebeldía ante la arbitrariedad, la discriminación y las injusticias aceptadas como naturales hasta hace no mucho tiempo. Sin ir más lejos, el estallido de octubre estuvo antecedido por la Huelga Feminista del pasado 8 de marzo, cuando cerca de 500 mil mujeres y disidencias repletaron ese sitio –rebautizado como Plaza de la Dignidad–, copado hoy por la sociedad en su conjunto. Éstos no son, y resulta preciso remarcarlo, hechos desconectados.

Desde este punto de vista se aprecia el trabajo subterráneo de un feminismo que opera en el cuerpo social e interrumpe las relaciones políticas y sexuales desde diversos espacios de manera simultánea, contribuyendo a suscitar las fuerzas y energías necesarias para que el malestar privado, transformado en revuelta colectiva, se convierta en una disposición de masas. Por esto, más allá de las consignas predominantes, la sensibilidad que el feminismo ha despertado en la sociedad atraviesa de una punta a otra la rebelión del pueblo chileno hoy declarado en rebeldía.

Horizontes: autonomía política y democracia

Por estos días, Chile exhibe un nuevo rostro, y atrás queda la imagen de un neoliberalismo triunfante, hegemónico en los planos cultural y político, así como la de un pueblo alienado por el consumo y desinteresado en los destinos colectivos. Emerge una sociedad desobediente, sobre todo un universo de jóvenes que ha hecho del desacato una forma de habitar el presente. En los saltos a los torniquetes del tren subterráneo inaugurales de estas jornadas, en el desafío frontal a las fuerzas armadas y carabineros, y en todas las formas de irreverencia hacia lo establecido que han poblado estos más de 100 días de revuelta asoma una generación sin miedo, consciente de la desigualdad de clases y capaz de contagiar su rebeldía al conjunto de la sociedad.

En lo inmediato, las movilizaciones han logrado copar la agenda política y reinstalar los grandes temas en que se juega una transformación estructural del sistema, abrir la puerta a un proceso de cambio constitucional y notificar a las élites políticas y empresariales que el neoliberalismo ya no cuenta con la adhesión conforme de un pueblo obediente. Por otro lado, no debe dejarse de denunciar la brutal represión desatada contra el pueblo movilizado, constatada por todos los organismos de derechos humanos que han realizado misiones de observación en el país y que ponen en tela de juicio el carácter democrático y la legitimidad del gobierno de Sebastián Piñera. Las cifras son impresionantes: más de 5 mil 500 querellas por violaciones de los derechos humanos, entre las que se cuentan denuncias por violencia sexual y tortura. La práctica recurrente de la policía de disparar escopetas antimotines al rostro de les manifestantes ha provocado más de 350 lesiones oculares y dejado ciegos a 2 jóvenes. Les muertes ya superan la treintena, y herides y preses se cuentan por miles. La magnitud de violencia estatal-empresarial, no registrada desde los años de la dictadura militar, muestra sin disimulo hasta dónde la clase dominante está dispuesta a llegar para impedir las transformaciones sociales demandadas.

Hacia adelante, uno de los mayores desafíos abiertos es crear formas de organización colectiva capaces de expresar los intereses de la mayoría social que ha saltado a las calles y de acumular fuerza suficiente para enfrentar políticamente las batallas venideras. Las asambleas y los cabildos multiplicados durante estos meses a lo largo del país suponen de los espacios políticos más significativos. Que miles de personas, muchas de ellas parte por primera vez de una movilización social, se hayan reunido a deliberar, a formular diagnósticos participativos de los problemas sociales más urgentes y, también, a elaborar soluciones y propuestas es un ejercicio democrático radical para un país como Chile. En el fondo, en estos procesos comunitarios se cifra una lucha por recuperar el poder de decisión sobre los destinos de la vida colectiva y contra la captura neoliberal de la democracia, pues si algo ha provocado el neoliberalismo, además de la abismal desigualdad, es una creciente colonización de los procesos de reproducción social y una continua desposesión de los grupos subalternos en términos políticos: un bloqueo de su poder de decisión, una exclusión de sus intereses y un desarme de sus instrumentos de acción colectiva.

En el escenario abierto, la consolidación de la autonomía política de esta fuerza popular que ha irrumpido y la maduración de un nuevo proyecto histórico anticapitalista son desafíos tan complejos como necesarios. En ese derrotero, las temporalidades son heterogéneas y no hay atajos posibles. Por lo pronto queda claro que la revuelta inaugura un nuevo capítulo en las luchas sociales contra el neoliberalismo en Chile, protagonizado por un pueblo dispuesto a recuperar la vida robada por el capital y luchar, como dice una de sus consignas más conmovedoras, “hasta que valga la pena vivir”.


Notas

1 Algunos análisis del Chile actual y los efectos políticos de la modernización neoliberal se hallan en Carlos Ruiz y Giorgio Boccardo. Los chilenos bajo el neoliberalismo. Clase y conflicto social, Santiago, El Desconcierto-Nodo XXI, 2014; y Carlos Ruiz. La política en el neoliberalismo. Experiencias latinoamericanas, Santiago, LOM Ediciones, 2019.

2 Véase el informe Panorama social de América Latina 2019, de la Cepal, https://www.cepal.org/es/publicaciones/44969-panorama-social-america-latina-2019

3 Datos tomados del Banco Mundial, https://datos.bancomundial.org/indicador/SI.POV.GINI?locations=CL

4 Datos tomados del informe de la Superintendencia de Pensiones, marzo de 2019, https://www.spensiones.cl/portal/institucional/594/articles-13798_recurso_1.pdf

5 Banco Central de Chile. Cuentas nacionales por sector institucional. Tercer trimestre de 2019, https://www.bcentral.cl/areas/estadisticas/cuentas-nacionales-institucionales

6 El Frente Amplio es una coalición de partidos y organizaciones políticos de izquierda constituida durante 2016. Entre sus miembros reúne a importantes ex líderes del movimiento estudiantil que hoy son diputados de la república.

7 El sociólogo Carlos Ruiz ha planteado la situación en los siguientes términos: “Usaría la siguiente figura: hay un pueblo nuevo, que es el que construyó el neoliberalismo, que no es el pueblo del siglo XX […] Y es un nuevo pueblo sin izquierda[…] Y una izquierda sin pueblo […] es una izquierda sin política de masas”. Véase https://www.guionb.com/entrevistas/carlos-ruiz-la-izquierda-chilena-no-tiene-proyecto/

8 En La potencia feminista o el deseo de cambiarlo todo (Buenos Aires, Tinta Limón, 2019), Verónica Gago realiza una estimulante interpretación de la fuerza de los feminismos contemporáneos a partir de la experiencia acumulada en el proceso de organización de las recientes huelgas del 8 de marzo en Argentina.