¿RUPTURA DEL “CONSENSO NEOLIBERAL”?

NOTAS SOBRE LA REVUELTA DE OCTUBRE

I

La instalación de la lógica neoliberal en Chile no fue democrática. No hubo algo así como un uso público de la razón, ni mucho menos encontramos en la plaza pública un lugar donde la ciudadanía haya podido deliberar acerca de la administración social, política, económica y cultural del país. En 1973 se cancelaron la política y, con ello, la democracia; asumió un tirano-dictador, y se crearon condiciones para la neoliberalizacion de la economía y la vida social.

A contra pelo de una solución de las necesidades comunes de la población, a escala global la búsqueda de la recuperación de la tasa de ganancia y la restitución del poder de clase del capital frente al trabajo organizó las tendencias del nuevo ciclo de acumulación neoliberal. En América Latina, y en especial para el caso chileno, aquello significó el fin del proyecto desarrollista y, con eso, el último intento de integración social nacional del siglo XX en el país, que entre 1964 y 1973 –antes de la imposición neoliberal– intentó culminar la transición al capitalismo industrial mediante la nacionalización de la acumulación capitalista. La razón neoliberal chilena asumió con rapidez y de manera hegemónica un carácter mercantil-financiero y, en consecuencia, no integró a sectores populares en un proyecto nacional y productivo de desarrollo; más bien, generó una masa marginal que pobló forzadamente las periferias de las ciudad; y creó el mito de la mal denominada clase media, sectores asalariados (en su mayoría técnicos y profesionales) con mayor poder adquisitivo que se ciudadanizaron por medio de la integración social vía consumo y una gran tendencia al sobreendeudamiento. Así, la mayoría de los habitantes del territorio nacional se forjaron ciudadanos en tanto que consumidores (“ciudadano credit-card”)1  y no en virtud de los preceptos liberales de los últimos tres siglos; vale decir, una ciudadanía con base en derechos civiles, políticos y sociales.

El crecimiento económico acelerado, que suele presentarse fuera del país como uno de los éxitos del proceso de modernización, fue posible según el economista Rafael Agacino a costa de una elevada desigualdad en los ingresos, una amplia concentración de la riqueza, y la sobreexplotación de la fuerza de trabajo y de recursos naturales, además de una precariedad del empleo y desempleo estructural.2 Todo esto traza una línea de la desigualdad que atraviesa a todo el país y configura una gran masa laboral con salarios muy bajos3  y una élite económica con grandes y exponenciales concentraciones de riqueza.4

II

Parece absurdo preguntarse por la ruptura del “consenso neoliberal” cuando se trató en realidad de una imposición. Sin embargo, a diferencia de los patrones de acumulación que lo precedieron en el siglo XX, el neoliberalismo contiene una singular característica: no se trata únicamente de una nueva forma de organización de la actividad económica; es también una particular lógica para fabricar subjetividad. En efecto, de la década de 1990 en adelante, con el mal llamado retorno o transición a la democracia, el proyecto socialdemócrata en el poder profundizó la neoliberalizacion impuesta por la dictadura a través del Estado subsidiario5 y una democracia semisoberana6 y de baja intensidad;7 formó así un verdadero “consenso neoliberal” de la élite política y económica chilena que intentó fabricar en la ciudadanía una subjetividad neoliberal.

Con el decenio de 1990 se entró en un lapso en que la producción de la subjetividad neoliberal golpea fuerte: individualismo, pérdida del imaginario colectivo y debilitación de los tejidos sociales, además del desinterés y la privatización de la política para cercarla en manos de los “expertos” que sellan el divorcio entre la política y el mundo social. Esta característica sería la tónica gubernamental de los cinco gobiernos de la centro-izquierda (1990-2010 y 2014-2018) y los dos de derecha (2010-2014 y 2018-actualidad), la cual –apuntamos desde ya– parece haberse modificado con el estallido social en curso e invita a pensar en una potencia popular distinta de los modos de subjetivación neoliberal.

El “consenso”, en sus dos expresiones, produjo una diversidad de realidades que, cruzadas, modificaron la vida social de los últimos 45 años: segregación, fragmentación, precarización, flexibilidad, endeudamiento, abandono y despolitización. El Estado, por una parte, ahora subsidiario y ya no de compromiso, quedó subsumido real y formalmente en el neoliberalismo, que despojó derechos sociales, políticos y sindicales, mediante la promoción de la primacía del mercado como regulador social. De esa manera, el Estado se volvió “un medio de inclusión en el mercado” para quienes han quedado fuera, y asumió una forma total en los planos policial, judicial, militar y legislativo.8 La democracia de baja intensidad y semisoberana, por otra parte, promovió la despolitización y neutralización de la conflictividad social, pues se convirtió en “una cáscara de participación formal que oculta la concentración del poder”. 9

Ambos pilares, partes integrales del “consenso”, quedaron espiritualmente plasmados en la ilegítima (por origen)10 Constitución de 1980, como verdaderos sellos de agua, pues aun cuando no aparecen escritos de forma explícita en la Carta Magna, suponen la marca inequívoca de su verdadero propietario: las élites política y económica.

III

El estallido social de octubre es la explosión de la crisis (y el agotamiento) del “consenso neoliberal”. Desde 2011, un trance profundo de la política amenazaba la institucionalidad chilena; se trataba de una crisis dual del sistema político y sus instituciones. Por un lado, se evidenciaba la incapacidad estructural del Estado subsidiario para procesar las demandas ciudadanas; y, por otro, se patentizaba una incompetencia estructural de la política para representar a la ciudadanía y sus intereses.

El 2011 tiene su historia. Si bien en 2001 hubo una protesta estudiantil importante, en 2006 la politización de lo social se incrementó con la movilización secundaria (la denominada Revolución Pingüina), que demanda derecho a la educación y el fin de la privatización del sistema educativo. Aproximadamente desde mayo de 2011 ocurre un punto de inflexión: la lucha por la educación dejó de ser sólo sectorial y se convirtió en un “movimiento social por la educación”. Esta transversalidad, aun cuando suele recordarse poco, tiene un antecedente cercano. A comienzos del mismo año (entre enero y febrero) estallaron conflictos regionales y ambientales, los cuales se mantuvieron, diferenciadamente, al menos hasta 2015; se demandaban un abandono y expresaban un descontento por políticas del Estado en torno a energía y desarrollo. Además, exigían derecho a recursos naturales y denunciaban contaminación de éstos por las grandes empresas privadas. Cuatro grandes matrices conflictivas11 incrementaron en el periodo 2006-2011 la politización: estudiantil, etnonacional mapuche, territoriales-ambientales y protestas regionalistas. Expresadas en números, tale movilizaciones significaron un aumento en nueve veces de las alteraciones del orden público entre 2009 y 2011.

En ese periodo, el Estado subsidiario fue incapaz de procesar las demandas sociales asociadas a las distintas matrices que, insatisfechas, incrementaron el malestar social cuando se cruzaron con los casos de corrupción y enriquecimiento ilícito de políticos y empresarios vinculados al mundo político, que se destaparon y afectaron tanto a la derecha como a la centro-izquierda. El cientista político Andrés Cabrera nombró este fenómeno nacional como Chilegate,12  en referencia a la fórmula del “incestuoso maridaje entre el dinero y la política” como función explicativa del trastocamiento de la legitimidad de la democracia representativa cuando la política parece colonizada por el empresariado.

IV

Aun cuando la revuelta social chilena en el mundo ha sido interpretada como una consecuencia directa del alza del precio del transporte público (30 pesos) en la región metropolitana (RM), ésta fue un detonante, con otros hitos ocurridos durante el mismo 2019 (como la constante sorna de las autoridades políticas, en especial el presidente y ministros de Estado), del malestar social, pero ahora ya no como indignación sino como estallido.

Cabe hablar del estallido social de octubre como una implosión de la ciudad neoliberal, pues las propias condiciones neoliberales producen la violencia social desatada en las calles. La protesta social va de la periferia hacia el centro, donde el segundo representa la modernización y el consumo (el transporte público y el sector del comercio minorista, respectivamente); y la primera, la desintegración. Los marginados, los “desintegrados”, los “no incluidos” en un proyecto nacional revientan en masa las calles de las comunas y los sectores periféricos de las ciudades, tanto de la RM como en el sur y en el norte del país. De la misma manera, los “semiintegrados”, “semiincluidos”, vía deuda y crédito, en el proyecto de modernización neoliberal colman y toman los espacios públicos; revientan del mismo modo las calles del centro y el pericentro. Incluso, en los sectores completamente integrados de la RM se presentan caceroleos y concentraciones. El estallido social es contra las élites encómica y política, pero principalmente contra lo que éstas sostienen: la mercantilización de la vida social.

La violencia social, sin ser procesada por el propio sistema político ni encontrar representación en la democracia semisoberana ni en los nuevos referentes de oposición en la izquierda institucional, no adquiere forma política, al menos no en su forma moderna: ni el Estado (subsidiario) ni los partidos políticos (vacíos de contenido social) representan el conflicto abierto en esta contingencia.

V

La implosión de la cuidad neoliberal,13 que ha significado la ocupación de espacios públicos, y destrucción de símbolos de la dominación política, económica y cultural y de instituciones involucradas en casos de corrupción, constantes barricadas y concentraciones masivas, evasiones y saqueos, así como encuentros, asambleas, cabildos atestados de participación sin mediación estatal, recibió del gobierno de Sebastián Piñera sólo una drástica represión, siempre a costa de la integridad de los ciudadanos (mutilaciones, violaciones, asesinatos, heridos, secuestros y torturas son crímenes adjudicados a los excesos de la fuerza pública).

Ante la presión social, el gobierno de derecha levantó, por un lado, una precaria agenda de carácter neoliberal que perpetúa el sistema, que subsidia las empresas sin modificar en lo más mínimo los pilares del consenso neoliberal. Por otro lado, y probablemente, lo más significativo en términos de la disputa política institucional que abrió el estallido, el gobierno se vio obligado a levantar plebiscito sobre un cambio de la Constitución. Entonces, aun con todos los problemas que ha tenido el proceso (paridad de género, quórum e integración de independientes), por primera vez en la historia de Chile podríamos estar ad portas de una Constitución con legitimidad de origen. Esto, sólo si la política –empujada por el movimiento social y los sectores progresistas– alcanza a conectar con la población movilizada o se ve obligada a constituir al soberano en fuente legítima de gobierno.

Si bien la ruptura del “consenso neoliberal” durante el estallido social ha significado al parecer una grave fisura en la subjetividad neoliberal, o al menos en lo que denominaríamos la espiritualidad del modelo, no han sido derribados los pilares de éste último (Estado subsidiario-democracia semisoberana). ¿Cabe entonces hablar del fin del neoliberalismo en Chile? No. Sin embargo, por primera vez desde el retorno a la democracia, la política ha sido emplazada radicalmente por la ciudadanía (“evadiendo la subjetivación neoliberal”),14 y la dirección que tome dependerá de la reagrupación en el poder de eventuales fuerzas sociales y políticas en pugna que puedan representar lo abierto con el estallido social. A la fecha, la representación de lo social en la política es un espacio vacío, frágil y en disputa, pero cerrado por el momento a nuevas fuerzas capaces de construirse en el registro político y capaz de representar el malestar frente a la imposición neoliberal.

Con el estallido social apareció algo que, ingenuamente, creíamos agotado con la crisis de la política de 2011: una potencia popular.

Suele decirse que nos encontramos en una revolución cuando ocurre una intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos;15 sin embargo, ya pasado el siglo XX, sabemos que la revolución no corresponde a un acto: más bien, se trata de un largo proceso social, que sólo una vez transcurridos los años es evaluable con ciertas certezas.

La potencia popular en las calles en 2019 parece una crítica al modo de vida que organiza lo social en lo cotidiano. Así, no se trataría de una crisis de representación exclusivamente; más bien, parece una crisis de legitimidad de consenso, presentada como una disconformidad plural respecto a la sociedad de mercado. Estará por verse si la democracia toma buena salud, se recupera, y se abre un nuevo orden social, integrador y capaz de hacer interdependientes a los ciudadanos con base en un lazo social no mediado en lógicas mercantiles. Cabeza fría, sabemos que el futuro no es tan próspero y que el capital asume formas cada vez agresivas frente a políticas de contención social. Puestas así las cosas, habrá que asumir que el conflicto puede ser aún más complejo, sobre todo cuando el capital parece, sin problemas, modificar el orden democrático y pasar no sólo sobre el trabajo sino, también, sobre la vida.


Notas

*Doctor en filosofía. Miembro del núcleo de investigación Espacio y Capital, del Departamento de Geografía, Universidad Alberto Hurtado. Director de la Fundación Crea.

1 Moulian, Tomás (2002), Chile actual: anatomía de un mito, Lom, Santiago, páginas 102-110.

2 Agacino, Rafael (2006). Hegemonía y contrahegemonía en una contrarrevolución neoliberal madura. La izquierda desconfiada en el Chile pos-Pinochet, documento de trabajo, Clacso, Buenos Aires.

Enlace: https://www.archivochile.com/Chile_actual/08_p_ich/chact_piz0004.pdf

3 Un estudio reciente sobre desigualdad urbana en Santiago muestra que vivir con tranquilad en la capital cuesta alrededor de 1 millón 727 mil 877 pesos, mientras que el salario de la mitad de los trabajadores es inferior a 400 mil pesos y el sueldo mínimo apenas supera 300 mil. Véase Vergara, Francisco; Aguirre, Carlos; y Correa, Juan (2019). “Contra el urbanismo de la desigualdad: propuestas para el futuro de nuestras ciudades”, en Ciperchile.

Enlace: https://ciperchile.cl/2020/01/03/contra-el-urbanismo-de-la-desigualdad-propuestas-para-el-futuro-de-nuestras-ciudades/

4 Según el Banco Mundial, el 1 por ciento más rico acumula 33 por ciento de los ingresos totales en el país. Para Milanović, quien por años trabajó en la organización multinacional, una expresión clara de la desigualdad se aprecia en la siguiente comparación: “El 5 por ciento más bajo de la población chilena tiene un nivel de ingresos que es aproximadamente el mismo que el del 5 por ciento más bajo de Mongolia. El 2 por ciento más alto disfruta de un nivel de ingresos equivalente al del 2 por ciento más alto de Alemania”. Véase Milanović, Branko (2019). “Chile: el icono del neoliberalismo que cayó en desgracia”.

Enlace: https://ctxt.es/es/20191030/Politica/29215/chile-neoliberalismo-desigualdad-ocde-branko-milanovic.htm

5 Véase Mayol, Alberto (2012). El derrumbe del modelo. La crisis de la economía de mercado en el Chile contemporáneo, Lom, Chile.

6 Cónfer Huneeus, Carlos (2014). La democracia semisoberana. Chile después de Pinochet, Taurus, Chile.

7 Cónfer Moulian, Tomás (2002). Chile actual: anatomía de un mito, Lom, Santiago.

8 Cónfer ibídem. Mayol. Obra citada, página 33.

9 Larraín, Jorge (2018). Populismo, Lom, Santiago, página 88.

10 Atria, Fernando (2013). La constitución tramposa, Lom, Santiago.

11 Penaglia, Francesco (2016), Subversión del orden transicional. Del oscurantismo posdictatorial a la esperanza, El Buen Aire, Santiago, 2016, página 57.

12 PiñeraGate, MOPGate, PentaGate y NueraGate están descritos y disponibles para consulta en Cabrera, Andrés (2015). “Chilegate”, columna de opinión, diario El Mostrador. Enlace: https://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/2015/02/19/chilegate/

13 Vargas, Roberto (2019). “La implosión de la ciudad neoliberal”, en Pléyade, número especial “Revueltas en Chile”, diciembre de 2019.

Enlace: http://www.revistapleyade.cl/la-implosion-de-la-ciudad-neoliberal/

14 Pulgar, Pablo (2019), “Evadiendo la subjetividad neoliberal”, en La Raza Cómica. Revista de Política y Cultura Latinoamericana.

Enlace: http://razacomica.cl/sitio/2019/12/30/evadiendo-la-subjetivacion-neoliberal/

15 Arrizabalo, Xabier (2018). Enseñanzas de la Revolución Rusa, IME, Madrid, página 20.

BIBLIOGRAFIA

– Agacino, Rafael (2006). Hegemonía y contrahegemonía en una contrarrevolución neoliberal madura. La izquierda desconfiada en el Chile pos-Pinochet, documento de trabajo, Clacso, Buenos Aires.

Enlace: https://www.archivochile.com/Chile_actual/08_p_ich/chact_piz0004.pdf

– Arrizabalo, Xabier (2018). Enseñanzas de la revolución rusa, IME, Madrid.

– Atria, Fernando (2013). La constitución tramposa, Lom, Santiago.

– Cabrera, Andrés (2015). “Chilegate”, columna de opinión, diario El Mostrador. Enlace: https://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/2015/02/19/chilegate/

– Huneeus, Carlos (2014). La democracia semisoberana. Chile después de Pinochet, Taurus, Chile.

– Larraín, Jorge (2018). Populismo, Lom, Santiago.

– Mayol, Alberto (2012). El derrumbe del modelo. La crisis de la economía de mercado en el Chile contemporáneo, Lom, ChileMilanović, Branko (2019). “Chile: el icono del neoliberalismo que cayó en desgracia”.

Enlace: https://ctxt.es/es/20191030/Politica/29215/chile-neoliberalismo-desigualdad-ocde-branko-milanovic.htm

– Moulian, Tomás (2002). Chile actual: anatomía de un mito, Lom, Santiago.

– Penaglia, Francesco (2016). Subversión del orden transicional. Del oscurantismo posdictatorial a la esperanza, El Buen Aire, Santiago, 2016, página 57.

– Pulgar, Pablo (2019). “Evadiendo la subjetividad neoliberal”, en La Raza Cómica. Revista de Política y Cultura Latinoamericana. Enlace: http://razacomica.cl/sitio/2019/12/30/evadiendo-la-subjetivacion-neoliberal/

– Vargas, Roberto. “La implosión de la ciudad neoliberal”, en Pléyade, número especial “Revueltas en Chile”, diciembre de 2019.

Enlace: http://www.revistapleyade.cl/la-implosion-de-la-ciudad-neoliberal/

– Vergara, Francisco; Aguirre, Carlos; y Correa, Juan (2019). “Contra el urbanismo de la desigualdad: propuestas para el futuro de nuestras ciudades”, en Ciperchile.

Enlace: https://ciperchile.cl/2020/01/03/contra-el-urbanismo-de-la-desigualdad-propuestas-para-el-futuro-de-nuestras-ciudades/