Introducción
La tesis que guía los relatos que presentamos a continuación es sencilla y directa. El largo proceso de formación de la clase obrera en Norteamérica como sujeto histórico, con una identidad compartida opuesta a los poseedores de la riqueza, el tránsito de su condición de clase en sí en clase para sí, recuperando un concepto del joven Marx, es un proceso imposible de reducir a los espacios nacionales. La formación de una clase obrera orgánica, articulada alrededor de su bloque histórico, se enhebra ahora mismo, como consecuencia de un largo ciclo, a través de los potentes vasos comunicantes que hay, y han existido, entre las rebeliones en las ciudades y centros de trabajo de Norteamérica en su conjunto, como un proceso continental. En el espacio de un nuevo proyecto para la América entera, condensado por las migraciones hacia la Norteamérica, se prefigura un programa común capaz de desafiar la hegemonía burguesa en las próximas décadas del siglo XXI. Este hecho, que parece una utopía, tiene poderosos precedentes, y volverá a emerger a lo largo del debate político, liminar para toda una época, durante la extensa campaña electoral de Estados Unidos que conduce a 2020. Ahí crujirán tabúes y prejuicios. Ahora bien, sólo remitiéndonos a algunos pasajes y relatos de la historia de la lucha de clases, desde una perspectiva regional, puede adquirir su genuino relieve y, así, aparecer inteligible.
El artículo 123 y la lucha de clases en Norteamérica
La historia siempre arroja nuevas luces sobre el presente. El surgimiento impetuoso del artículo 123 en unas cuantas sesiones del Constituyente de 1917, propulsado por la energía condensada en las cuatro paredes del Teatro de la República en Querétaro, siempre me pareció que era un relato inconcluso. La notable capacidad de persuasión de los Constituyentes del 17, y su genuino compromiso con los trabajadores, había sido decisiva, pero no suficiente. La aceptación del artículo 123 constitucional por un personaje tan conservador como Venustiano Carranza tenía que obedecer a poderosas razones de Estado.
Tengo la convicción de que el texto constitucional no era sólo un programa para la historia del siglo XX mexicano. Tenía también el objetivo de ser una herramienta política, eficaz y precisa, para incidir en sus circunstancias. Desde luego, en un primer plano la legislación obrera era parte de los complejos pactos del constitucionalismo para construir hegemonía en su confrontación con los ejércitos campesinos de Villa en el norte y Zapata en el sur. Sin embargo, el propio carrancismo venía de aplastar, sólo unos meses atrás, la huelga general en la Ciudad de México en el verano de 1916. La clase obrera local había sido desarticulada por la represión, así como por las consecuencias propias de la guerra –cierre de fábricas y minas, desarticulación económica, desempleo masivo– en las dispersas regiones industriales heredadas del Porfiriato.
Aun así, la inclusión del artículo 123 en el texto constitucional era fundamental para construir alianzas con fuerzas ascendentes, imprescindibles para reconstruir la nación, devastada por una larga guerra de casi un lustro a raíz del cuartelazo de Victoriano Huerta. Estas fuerzas no estaban sólo en el territorio nacional, si bien tampoco dejaban por ello de ser interlocutores necesarios, ineludibles. Su principal contingente se encontraba fuera de sus fronteras. El artículo 123 era en sí una demostración de la voluntad del Estado de incorporar en sus bases constitutivas los derechos de los trabajadores. Era además un texto fundamental para sellar una alianza tácita, pues enarbolaba el programa de lucha de un aliado muy específico: el ascendente movimiento obrero de Estados Unidos. El creciente peso específico de los blue collar2 en la política estadounidense podría contribuir al reconocimiento de los nuevos Poderes de la Unión de los Estados Unidos Mexicanos por el omnipresente vector de poder en toda coyuntura mexicana: Washington, DC, y todo lo que lo rodea, incluida la base de naval de Norfolk.3 La Revolución afirmaba con el 123 constitucional que trinchera de ideas es más poderosa que trinchera de piedras. Parafraseando a José Martí, con el artículo 123 aquélla blandía una idea enérgica, a tiempo, en caso de precisar detener un escuadrón de acorazados.
Las elecciones de 1912 en EU y la Revolución Mexicana
Si bien fue derrotado en las elecciones de noviembre de 1912, el presidente William Howard Taft dejó correr los planes golpistas de su embajador en México, Henry Lane Wilson, el Wilson de Indiana, para derrocar a Francisco I. Madero en febrero de 1913. El otro Wilson, el presidente recién electo, Woodrow Wilson, el nacido en Virginia, otrora rector de la aristocrática Universidad de Princeton, tomó posesión sólo unos días después, el 4 de marzo de 1913. A lo largo de 1912, las expectativas del Departamento de Estado del presidente Taft sobre los acontecimientos a raíz de la caída de Porfirio Díaz consistían en que un Francisco Madero accesible favorecería a las grandes empresas de Estados Unidos, sin dar margen a los intereses europeos en México ni alterar el viejo orden rural. Sin embargo, la lógica de Madero, ya como presidente constitucional, de encontrar un nuevo equilibrio entre las fuerzas en pugna en el escenario nacional, exasperó al gran capital estadounidense con inversiones en México. A tal punto que no tardó el embajador Henry Lane Wilson en desplegar toda su iniciativa para terminar con la “insoportable incertidumbre” maderista.4
En marzo de 1913, el nuevo presidente de Estados Unidos de América, Woodrow Wilson, tomó conocimiento de los trágicos sucesos en México cuando faltaban escasas horas para iniciar su mandato. Y de la rebelión en extensas regiones del país contra el cuartelazo del general Victoriano Huerta. La intervención del embajador en la Ciudad de México, mister Henry Lane, con la aquiescencia del Departamento de Estado y del presidente Taft, era un estercolero, cuyo resultado, si se había propuesto devolver estabilidad al país y consolidar los intereses estadounidenses, había sido del todo contraproducente (Katz,117-129). Remontando los yerros, un reluctante Woodrow Wilson se vería obligado a reconstruir la política estadounidense hacia un país ya desbocado hacia una cruenta confrontación generalizada en todo el territorio.
Clase obrera y socialismo en EUA
A contracorriente del grave efecto de la crisis económica de 1907 en los trabajadores estadounidenses, las primeras dos décadas del siglo XX fueron el escenario de promisorios ensayos para crear un poderoso movimiento socialista. El Socialist Party of America, fundado en 1901 como una fusión de los grupos sociales agraviados por el ascenso del big business y el capital financiero, dio germen a la esperanza de un partido socialdemócrata de tipo europeo, capaz de nutrir una identidad política distintiva del mayor contingente de trabajadores asalariados del mundo en su época. Para 1912, había 56 alcaldes socialistas en Estados Unidos, y su peso en ciudades como Los Ángeles hacía de los socialistas el gran contendiente por derrotar para los grupos conservadores en las nacientes urbes de la costa oeste (Adams, 238). Los socialistas estadounidenses mantenían desde entonces abierta simpatía por los revolucionarios mexicanos, como demostraron numerosas campañas en favor de los hermanos Flores Magón y el Partido Liberal Mexicano. Para las elecciones de 1912, el candidato socialista Eugene V. Debs, dirigente de la huelga ferroviaria de 1894, con pocos recursos, enfrentó las poderosas maquinarias de los Partidos Demócrata y Republicano para alcanzar un esperanzador 6 por ciento de la votación final.
La expresión partidaria electoral era sólo una porción menor de un vasto movimiento social. Toda la vida de la nación estaba impregnada de un aire de tormenta. El descontento de la clase obrera estallaba, aun en las condiciones de una grave contracción económica. El descontento social no disminuía, pese a un verdadero ejército de gacetilleros, matones, rompehuelgas, espías, provocadores y expertos en contrainsurgencia, dirigidos por el alto mando de la Asociación Nacional de Manufactureros. El número de huelgas reconocidas pasó de mil 204 a 4 mil 450 en el periodo 1914-1917 (US Historical Statistics, página 179). Canadá, por su parte, vivió la histórica huelga general de Winnipeg, como el punto inflexión en su historia social contemporánea, que devino años después en sus potentes políticas públicas en el país de la hoja de maple. Las crónicas de John Reed, en aquellos años sólo un intrépido periodista, sobre las huelgas de trabajadores textiles y mineros daban cuenta de la determinación de miles de desafiar el poder de las grandes empresas, poniendo en juego su vida, considerando la voluntad política de los poderosos monopolios de aplastar a sangre y fuego la insurgencia obrera.
El presidente Woodrow Wilson y la contención de la rebelión
La hegemonía burguesa en Estados Unidos requería formas más elaboradas para enfrentar la insurgencia de los trabajadores. Desde los muelles de San Francisco, en 1901, hasta las frías calles de Chicago en 1905, las huelgas devenían violentos combates callejeros entre trabajadores insumisos y una clase patronal reacia a cualquier tipo de negociación colectiva. La violencia alcanzó niveles de confrontación civil en las huelgas mineras del medio oeste, en las del acero en Pennsylvania y las del carbón de Virginia.
Así, desde las vísperas del nuevo gobierno de Woodrow Wilson, espacios como la Nacional Civic Federation, organización civil compuesta por empresarios y sindicalistas, empezaron a idear una ruta para desescalar una tensión insoportable, que irrumpía de forma cada vez más arrebatada en las principales ciudades industriales de Estados Unidos. Sin embargo, ningún asociado de la Nacional Civic Federation tenía capacidad para representar a las clases en conflicto. Era sólo una agrupación civil que buscaba otras rutas en las relaciones obrero-patronales y que contribuyó al ascenso político del progresismo, al cual se adscribió el nuevo presidente Woodrow Wilson.
Uno de los primeros cambios fue la creación del Labor Department,5 en marzo de 1913, casi a la par del inicio de la fase más violenta de la Revolución Mexicana. En realidad, el acercamiento de Woodrow Wilson con los sindicatos se había construido desde la campaña en 1912. Rompiendo con su tradicional aislamiento, el movimiento obrero moderado, agrupado en la American Federation of Labor, desbordado por las organizaciones obreras radicalizadas, veía que de continuar la guerra de clases decretada desde el gobierno federal y la National Association of Manufactures, las organizaciones socialistas alcanzarían a condensar su hegemonía cultural y política entre la clase obrera.6
A lo largo de los siguientes años, el gobierno de Woodrow Wilson desplegó un conjunto de iniciativas para fortalecer la negociación colectiva y el arbitraje como forma de reestablecer la paz laboral, cuando menos en áreas estratégicas como los ferrocarriles. No fue un cambio dramático, pero sí precedente fundamental para la revolución pasiva, orgánica, que la industria automotriz, en la planta de Highland Park, Michigan, ensayaría con las nuevas formas de producción en serie, denominadas de manera llana con el nombre de su creador, fordismo, y por Gramsci, americanismo.
El acuerdo entre Samuel Gompers, el dirigente de la AFL, y Woodrow Wilson, no fue un camino apacible y llano. Las demandas históricas de los trabajadores, jornada de ocho horas, derecho de asociación y negociación colectiva, comisiones mixtas de higiene y seguridad, y seguridad social por vejez y enfermedad, permanecieron como derechos a los que millones de trabajadores no pudieron tener acceso durante la era del progresismo. A la par, el inicio de la Primera Gran Guerra impuso reglas draconianas de organización en la industria, y un incremento de los precios de la canasta obrera. La legislación de las relaciones laborales en Estados Unidos era pálida y endeble. No había una legislación del trabajo robusta que protegiese a la clase obrera estadounidense, que se mantuvo crujiendo los dientes cada día de trabajo hasta muchos años después, con el establecimiento de la Wagner Act, la legislación laboralista, durante el New Deal. No obstante, la afiliación a los sindicatos se consolidó, paso a paso, a través de la determinación de los trabajadores de coligarse para su defensa. Para 1920 el número de trabajadores afiliados a las organizaciones sindicales alcanzó 5 millones de personas. Diez años atrás, su número era de sólo 2 millones. La victoria de los blue collar frente a las asechanzas y los grupos de choque del gran capital, en la segunda década del siglo XX, fue conquistada con el arrojo y sacrificio de miles de obreros y obreras, perseguidos y asesinados a puerta de fábrica. Era una realidad de facto, no de jure. No se consideraba en las leyes de Estados Unidos.
Este proletariado machacado y perseguido, indómito y resiliente, sólo podía ver con un enorme entusiasmo el artículo 123 de la Constitución Mexicana y sus leyes obreras.7 De ahí la enorme popularidad de la Revolución entre la población trabajadora, tan bien descrita por Friederich Katz cuando reflexionaba sobre su pasión por México. A través de esta ruta, el rank and file de las fábricas estadounidenses, la base obrera militante, se convirtió en un bastión de primer orden contrario a cualquier intervención imperialista para derribar el régimen de la Revolución Mexicana y su legislación laboral. Ésta fue la primera gran victoria política de la Constitución revolucionaria, cuando sus primeros ejemplares empezaron a circular en una fría mañana del lunes 5 de febrero del 17 del en aquel entonces nuevo siglo XX.
Cien años después. La reforma laboral y el desmantelamiento del artículo 123
La reforma laboral está en el núcleo central de las reformas estructurales impulsadas por los gobiernos de México en la segunda década del siglo XXI. Entre 2012 y 2019, aspectos fundamentales del derecho laboral mexicano, en materias sustantivas como la estabilidad en el empleo, la bilateralidad en materia de la definición de puestos y funciones, y el carácter de los procesos y órganos jurisdiccionales, ha tenido notable merma. El derecho de huelga fue acotado. El arbitraje previo compulsivo en los conflictos laborales, antes de poder tener acceso a una instancia jurisdiccional, fue impuesto. De instancias protectoras de los trabajadores, los nuevos órganos jurisdiccionales serán ahora “imparciales”, con lo cual se destruye buena parte de la jurisprudencia precedente. En la modernización hay avances en materia de impulsar la democracia en la vida sindical, pero el diseño para implantarla es tan gradual y tímido que los grupos tradicionales de poder sindical gozan de grandes márgenes de maniobra, en el tiempo y la forma, para eludir su aplicación. El derecho laboral mexicano ha sido desmantelado. Los modernizadores neoliberales terminaron por reconocer que en la reconstrucción de los derechos de propiedad, en un sentido estratégico, la pieza fundamental por remover eran los derechos laborales. La reforma laboral de la segunda década del siglo XXI no establece condiciones para que se despliegue un nuevo bloque industrializado. Está pensada de manera pragmática a fin de crear el marco jurídico laboral necesario para satisfacer los requerimientos de un Estado sumergido en una profunda crisis fiscal y financiera. La reforma laboral es la conclusión de una larga estrategia de devastación de las condiciones de contratación y de vida de los asalariados en México, comenzada tres décadas atrás. La participación de los asalariados en el producto interno bruto se redujo de 38 a 26 por ciento en dicho periodo (Cepal: 2018, 61). El quebranto del derecho laboral mexicano, desde el máximo ordenamiento jurídico, es la continuación de la acumulación por despojo. La apropiación del conjunto de los recursos naturales del territorio quedaría inconclusa sin eliminar la capacidad de los trabajadores de resistir en los centros de producción tras de un conflicto laboral individual o colectivo, presente en el artículo 123 constitucional de 1917. La propiedad privada estaba limitada, en potencia, por la voluntad colectiva de los trabajadores organizados por industria o centro de trabajo.
Desde el suspicaz capital transnacional, descrito por Marx como capital cosmopolita en los Manuscritos de 1844, el espacio es mucho más que la simple posesión del territorio. Implica el control sobre las relaciones sociales desarrolladas en él. Para el gran capital, resulta indispensable la subordinación plena de los trabajadores. No puede dominarlos mientras recreen su memoria histórica desde el territorio. Así es en Estados Unidos, de asalariados nómadas, donde 15 por ciento de la fuerza de trabajo cambia de lugar de residencia cada año en la segunda década del siglo XXI. Tan sólo en el quinquenio 2005-2010, 40 por ciento de la población en edad de trabajar, se mudó siguiendo los flujos de la esperanza o la desesperación en la economía de mercado.8 Por ello, las formas específicas de la subsunción del trabajo asalariado al capital son esenciales para ejercer una completa apropiación de los recursos que el espacio guarda desde sus entrañas a los planos superiores. La separación de la población de sus acervos productivos históricos es completa sólo cuando se ha impuesto a los trabajadores una movilidad absoluta subordinada a las necesidades del mercado laboral. El derecho laboral es la contrapartida jurídica del derecho de propiedad absoluto, a la propiedad alodial, una propiedad sin gravámenes con origen en el derecho social. Desde la perspectiva de los patrones, introduce elementos que elevan los costos de transacción que de “manera natural” se darían entre los propietarios del insumo trabajo, y los “consumidores” habituales de ésta, las empresas. Pero lo es también porque, desde la perspectiva del gran capital, permite a la propiedad confrontar una fuerza de trabajo mercantilizada, lo más propicio para ellos, u organizada comunitariamente, arraigada en su territorio. Esto último, para ellos, lo más adverso. A diferencia del artículo 123, la reforma laboral de México desplegada durante la segunda década del siglo XXI no despierta entusiasmo entre los trabajadores de Canadá o Estados Unidos. No ven que la nueva legislación laboral empodere a los trabajadores en el piso de fábrica.
EUA, ilustración e identidad de clase en el siglo XXI
La contrarreforma laboral en México avanzó sin enfrentar una resistencia en la escala requerida para evitar sus nefastas consecuencias. El movimiento obrero mexicano se encuentra disperso y pasmado, tras años de violencia y reestructuración industrial. Pero la réplica de su condición actual, ahora asciende en un territorio insospechado. La insurgencia laboral en Estados Unidos de América. Las comunidades de migrantes latinos son una franja particularmente activa y militante en las huelgas y protestas, pese a enfrentar el riesgo de la deportación o la violencia supremacista blanca. En un texto precedente mostramos cómo el descontento se reconfigura en Canadá, convergiendo con la nueva militancia sindical en los otros dos países de Norteamérica (Roman y Velasco, 2016).9
Muchos análisis sobre el creciente malestar de la población estadounidense en su condición de ciudadanos en la república más antigua del mundo moderno10 han hecho hincapié en la gran concentración de la riqueza en el curso de los últimas décadas como factor determinante en su gestación. En efecto, hay gran fractura en esa sociedad.
El tema ha sido abordado por una extensa bibliografía. Por su efecto y rigor, el libro de Noham Chomsky Requiem for the American dream: the 10 principles of concentration of wealth & power, es una magnifica síntesis de lo acontecido en esta nueva era de opulencia de unos pocos miles de familias. Habría que remitirnos al clásico Basil A. Bouroff, The impending crisis: conditions resulting from the concentration of wealth in the United States, publicado hace más de un siglo, en 1900, para describir las implicaciones políticas que la polarización social y cultural generó en el pasado. The Washington Center for Equitable Growth muestra cómo en los últimos 30 años, la participación en la riqueza nacional del 1 por ciento más poderoso de la sociedad pasó de 30 a cerca de 40 por ciento, para apoderarse de 2 quintas partes de los acervos materiales del país, mientras que 90 por ciento de la población era despojado de buena parte de su hacienda, para descender su participación en la riqueza nacional de 33 a 23 por ciento de los bienes patrimoniales, inmobiliarios o financieros.11 Detrás de esta historia hay cientos de millones de despidos, bancarrotas, desalojos bancarios, empleos precarios, estudios inconclusos y muchas, muchas deudas, en una sociedad dominada, esclavizada por el crédito.
Un caso de particular interés es el de los llamados millennials, según el Oxford living dictionaries, quienes alcanzaron la mayoría de edad alrededor de 2010, unos años más o unos años menos, que llevan en su conjunto sobre los hombros una pesada deuda de 1.6 billones de dólares, el equivalente a 6 por ciento del producto interno bruto de Estados Unidos. Como señalan diversos análisis, los millennials, 44 millones de jóvenes adultos, son la generación de estudiantes más endeudada de la historia de ese país, dado que sus deudas se han incrementado en 150 por ciento desde 2006. Comparados con la generación anterior, los jóvenes adultos de dicha sociedad se enfrentan a una educación superior privatizada, con colegiaturas exorbitantes, que coinciden con la mayor participación de jóvenes en la vida universitaria en la historia de Estados Unidos, en un esfuerzo heroico para ser contemporáneos a su época. Solicitan créditos para estudiar ante la carencia de apoyo financiero de sus depauperadas familias a raíz de la crisis económica de 2008. Por su parte, los padres contemplan perplejos la fragilidad de toda una generación para comenzar su vida independiente. Y los reciben de regreso en casa una vez que concluyen los estudios superiores. Pero aun quienes inician su vida independiente lo hacen sin poder asirse al viejo sueño americano. La mayor parte de ellos tendrán que enfrentarse a un mercado inmobiliario voraz, que imposibilita cualquier posibilidad de echarse encima ahora un crédito hipotecario, que se sumaría a su deuda escolar precedente. Asumen que deberán rentar casa por el resto de su vida.12
La variable clave en una sociedad de asalariados es ésa: los salarios. Padres e hijos comparten de nuevo no sólo el techo sino un mercado laboral precarizado, con salarios que permanecen estancados desde hace cuatro décadas. Estudios recientes de las organizaciones sindicales de Estados Unidos muestran cómo los salarios promedio a la semana de 2018, 900 dólares, tienen el mismo poder adquisitivo que los 232 dólares semanales de 1979. Desde una perspectiva mexicana, los salarios de allá parecen extraordinarios. Pero cuando se tiene que enfrentar un mercado de bienes y servicios sin subsidios ni políticas sociales, dichos ingresos tampoco alcanzan, como aquí, para llegar a fin de mes. En el estancamiento salarial, la ausencia de leyes obreras, como las alcanzadas en México a raíz de la Revolución, es una carencia, un vacío, que –como 100 años atrás– empieza a penetrar en el alma de las familias, en el terreno más importante de reflexión: las reuniones familiares alrededor de la mesa de la cocina.
Y en los nuevos y viejos espacios de reflexión colectiva, llega con fuerza vibrante una generación formidable.13 Si bien la pauperización de las pretéritas clases medias es un nuevo elemento estructural, en el análisis de la nueva trama, y drama, en la sociedad estadounidense se dejan de lado con frecuencia la urdimbre, las grandes batallas culturales que se despliegan, con intensidad sin precedente, en todos los espacios públicos, siguiendo los pasos descritos por E. P. Thompson, para el caso inglés del siglo XIX. Los millennials están dispuestos a llevar este debate hasta sus últimas consecuencias. Y lo hacen desde una ilustración ganada con sudor y sacrificio. El laicismo es el nuevo espíritu de una generación que quiere derribar todos los prejuicios y tabúes, de una hegemonía burguesa construida alrededor del oscurantismo bíblico del establishment. Como bien lo recuerda Mike Davis en Prisioners of the American dream, ésta era una batalla que estaba pendiente en Estados Unidos desde su fundación. Dada la estructura de pequeños productores, los granjeros de allá no tuvieron que derribar la gran propiedad de la tierra, combatiendo el pensamiento religioso que amparaba los privilegios feudales. A diferencia de Europa, llegaron a la República sin pasar por la Ilustración. Frente el asalto a la razón del nuevo conservadurismo racista, convocados por la ira de Dios, y su vicario, el presidente Donald Trump, los avispados jóvenes estadounidenses afilan la razón para desbrozar el terreno cultural de cualquier tipo de credo sin fundamento racional. El debate se extiende sobre toda la línea de batalla: la gran cuestión ambiental y las nuevas fuentes de energía, los derechos de las minorías, el repudio al paramilitarismo civil, los inalienables derechos de las mujeres a decidir sobre su cuerpo y vida, y la necesidad de una nueva política fiscal para pasar del mercado y los intereses bancarios a los derechos sociales. Todo ello, a partir de la organización horizontal de la población, en una nueva comunidad. La agenda es todavía más extensa. Y dentro de ella, la necesidad de justicia laboral supone no un tema menor sino central.
Estados Unidos vivió en 2018 el mayor movimiento de huelgas en las últimas tres décadas. Y lo hicieron pese a que la Suprema Corte ha tratado de frenar, con verdadero ahínco, la creciente militancia sindical de los trabajadores, con resoluciones cada vez más hostiles a los derechos de asociación y de huelga. Ese tribunal lo hace pertrechándose en el manido “principio” de la libertad de los trabajadores de tener obligaciones, o no, con los sindicatos que los representan, si bien hay todos los protocolos democráticos, en su vida interna, para garantizar su legitimidad y representatividad. Es la “libertad sindical” pregonada por los patrones de todo el mundo, que no existe ni en la más elemental asociación de vecinos, según el derecho civil, donde quien tiene derechos y prestaciones también obligaciones.
Por ello, los millennials, con su espíritu iconoclasta e ilustrado, desafiante, se preparan para las estratégicas elecciones nacionales de 2020, abrazando un nuevo programa para el pueblo de Estados Unidos. Y lo dicen en alto. Y a voz en cuello, como quien quiebra un maleficio. Ha llegado la hora para construir una opción socialista para los graves problemas sociales que agobian a ese pueblo. Las leyes obreras de la Revolución Mexicana, su artículo 123 original, así como la insurgencia obrera que contribuyó a su nacimiento, forman parte de los antiguos acervos, genuinos mimbres que permanecen en la memoria colectiva, con los que piensan construir su sueño. La propiedad privada sobre las grandes fuerzas productivas de la primera economía del mundo tendrá que asumir macizas y sólidas obligaciones con los trabajadores, la sociedad y la naturaleza. O desvanecerse en el fuego de los acontecimientos que empezarán a correr ante nuestros ojos a partir de 2020.
Notas
* Edur Velasco Arregui, investigador nacional, está adscrito como profesor de tiempo completo en el Departamento de Derecho de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco. Fue fundador de la Coordinadora Intersindical Primero de Mayo en 1995.
2 Blue collar es la referencia en el mundo anglosajón a los trabajadores industriales, ataviados con camisas y pantalones elaborados con mezclilla azul índigo, con remaches de cobre, fuertes, para resistir mejor el fuego o los cortes en el proceso productivo. La mezclilla se vende por yardas, y su resistencia se determina por el peso. Una buena mezclilla debe ser flexible, y pesar cuando menos 16 onzas la yarda. La calidad del uniforme y el calzado industrial es el primer indicador del poder de negociación de los obreros en el proceso de trabajo. Un símbolo.
3 La base naval de Norfolk es el centro estratégico del complejo aeronaval estadounidense en el Atlántico. Incluye las instalaciones militares, desplegadas a lo largo de la costa, en un área de 120 kilómetros cuadrados, y un conjunto de ciudades como Newport News, Hampton, Portsmouth, Virginia Beach, Chesapeake o Suffolk, además de la propia base naval, donde residen los empleados y los militares adscritos al complejo, y sus familias. En total, más de 1.5 millones de personas. Este desarrollo urbano-militar se conoce coloquialmente como “Hampton Roads”. Es el escudo directo de Washington, DC, desde el mar. Concentra un poder de fuego gigantesco. Norfolk es el mayor complejo aeronaval del mundo. Commander Navy Installation Command, https://www.cnic.navy.mil/
4 La maquinaria del golpe de Estado avanzó puntualmente, a través de cada una de sus fases, hasta el asesinato del presidente mártir. El núcleo duro de la conspiración se condensó en el Pacto de la Embajada de la noche del 18 de febrero de 1913, en la sede de la legación de Estados Unidos de América. El acuerdo es conocido también como “Pacto de la Ciudadela”. Friederich Katz, La guerra secreta en México, Era, 1982; y Garcíadiego, Javier (2005), compilador, La Revolución Mexicana, crónicas, documentos, planes y testimonios, UNAM.
5 “El Departamento Federal de Trabajo fue el producto directo de una campaña de medio siglo de los sindicatos para tener una ‘voz en el gabinete’ y un producto indirecto del movimiento progresista. En palabras de su ley orgánica, el propósito del departamento era ‘fomentar, promover y desarrollar el bienestar de los trabajadores, mejorar sus condiciones de trabajo y aumentar sus oportunidades de empleo rentable”. Inicialmente, el Departamento consistía en el nuevo Servicio de Conciliación de Estados Unidos, que mediaba las disputas laborales, más cuatro oficinas preexistentes: la de Estadísticas Laborales, la de Inmigración, la de Naturalización y la de Niños. El designado por el presidente Woodrow Wilson como secretario de Trabajo fue el congresista nacido en Escocia William B. Wilson (1913-1921), fundador y ex secretario-tesorero de United Mine Workers of America. En su primer informe anual, el secretario Wilson enunció una filosofía, de la que muchos secretarios hicieron eco, en el sentido que el departamento fue creado ‘en interés de los asalariados’, pero que debe administrarse de manera justa para los trabajadores, las empresas y el público en general”, MacLaury, Judson, A brief history: the US Department of Labor, https://www.dol.gov/general/aboutdol/history/dolhistoxford
6 Smith, John, “Organized labor and government in the Wilson era; 1913-1921: some conclusions”, en Labor History Review, volumen 3, 1962, tema 3.
7 Nos referimos en plural a la legislación laboral, pues el artículo 123 original establecía: “El Congreso de la Unión y las legislaturas de los estados deberán expedir leyes sobre el trabajo, fundadas en las necesidades de cada región”. Algunas de ellas, como las de Yucatán, Veracruz o Michoacán, resultaban mucho más avanzadas que en otras regiones del país.
8 Ihrke, David y Faber Carol, United States geographical mobility: 2005 a 2010, Oficina del Censo de Estados Unidos, US Department of Commerce, 2012.
9 Roman, Richard y Velasco Arregui, Edur, La gran cazuela de América del Norte: gran capital, trabajadores y sindicatos en la época del TLCAN, Centro de Investigaciones sobre América del Norte, UNAM, 2016.
10 Si bien la República Suiza Confederada, Republica Helvetiorum, data del Tratado de Paz de Westafalia en 1648, que concedió a los cantones alpinos independencia del Vaticano, no había en ellas un régimen representativo. La estructura de poder en los cantones era oligárquica, al grado de considerarse dicho periodo un ancien régime por los republicanos de 1789. Entre 50 y 200 familias controlaban el conjunto de los consejos cantonales, a través de un relevo hereditario en los puestos, lo cual les daba el poder sobre los aspectos centrales de la vida económica, política y militar de la confederación. La Helvética fue una república sin ciudadanos. Niklaus Flüeler y Roland Gfeller-Corthésy, editores (1975), Die Schweiz vom Bau der Alpen bis zur Frage nach der Zukunft, Luzern: C. J. Bucher AG, página 93.
11https://equitablegrowth.org/the-distribution-of-wealth-in-the-united-states-and-implications-for-a-net-worth-tax/
12 Friedman, Zack, “50% of millennials are moving back home with their parents after college”, en Forbes, 6 de junio de 2019.
13 La condensación de una oposición radical al capitalismo realmente existente en los millennials no pretende describir esta generación como un conjunto homogéneo, en sus opiniones políticas o inserción de clase. Tampoco que la oposición al big business sea un signo exclusivo de los jóvenes estadounidenses depauperados. En realidad, se encuentra dispersa en todo el cuerpo social. Los millennials son la metáfora del espíritu de una época, que en ellos encuentra un protagonista de gran vitalidad: la secularización de la plenitud humana en la lucha por un nuevo orden social. El joven Marx reconstruye esta ruptura en La Introducción para la crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Walter Benjamín se refería al tiempo del mundo que brota de la emancipación de los dominados, el momento de “conciencia de sí en el mundo” como una percepción colectiva, de un nosotros oprimido sobre la Tierra. Benjamín Walter, 2008, Fragmentos sobre la historia, Ítaca, México; y Lincopi Bruch, Carlos, 2018, El anuncio de Walter Benjamín, marxismo y revolución, filosofía de la praxis desde América Latina, Santiago de Chile.