DE AQUEL AMOR Y MÚSICA LIGERA

50 años de la República Popular China

En 1979, Eduardo del Río “Rius” publicó en México un pequeño libro ilustrado sobre Mao Tse-Tung (Zedong) y la historia de la Revolución China. Ya para entonces, Rius era uno de los caricaturistas y divulgadores de izquierda más populares en México. Irónicamente, no causa extrañeza que un laico católico convertido en simpatizante comunista abordara el tema de la Revolución China: después de todo, su obra iba desde la divulgación de la ciencia, el abordaje crítico de la religión y la nueva espiritualidad tan en boga en el decenio de 1960 hasta pequeñas obras introductorias del pensamiento marxista. Mao en su tinta, con los conocidos montajes de caricaturas y textos de Rius, usaba fuentes estadounidenses y francesas para describir el proceso revolucionario en China hasta la muerte de Mao.1

Era sobre todo un texto que veía con simpatía el papel de Mao, pero que ya entonces dejaba escapar una tímida crítica a los “abusos” de la Revolución Cultural. Ese libro muestra el final de la popularidad de la Revolución China en México tras la muerte de Mao y estuvo agotado por lo menos durante 36 años hasta su reedición en 2015. Ello coincide con un renovado interés sobre el maoísmo y la necesidad de reexaminar el efecto de la Revolución China.

Para Latinoamérica, la fundación de la República Popular China, ocurrida el 1 de octubre de 1949, no generó ni de cerca el efecto que tuvo la Gran Revolución Cultural Proletaria en 1966. Si la “pérdida de China” provocó un nuevo ataque de histeria anticomunista en Estados Unidos y abrió otro episodio en la lucha anticolonial en Asia y África, en Latinoamérica era en ese momento sólo un capítulo más de la lucha anticolonial. Esto cambió con la desestalinización, la ocupación soviética de Hungría y la ruptura entre la Unión Soviética y China en 1956. En un contexto de furioso anticomunismo y en las coordenadas de la Guerra Fría, intelectuales y militantes comunistas, pero también teólogos católicos y filósofos existencialistas, vieron en China la posibilidad de un comunismo agrario más puro.2 En 1966, Mao Zedong lanzó una campaña política contra sus compañeros de partido y las estructuras de autoridad. A su llamado, jóvenes estudiantes, con el apoyo del ejército, tomaron las calles y las oficinas, en un intento de evitar el regreso del capitalismo a China. A los ojos del mundo, esta revolución dentro de la revolución produjo una oleada de simpatía. En las calles de París, Berlín y Berkeley, la euforia por las guardias rojas chinas inyectó una dosis de marxismo-leninismo a lo que comenzaba a llamarse nueva izquierda. A diferencia de la izquierda estadounidense, carente de una conexión fuerte con la tradición comunista, en Europa Occidental la Revolución Cultural no sólo proporcionaba un ejemplo a seguir: también permitía renovar la práctica revolucionaria que los comunistas locales parecían haber enterrado en la década anterior. Pequeños grupos de jóvenes radicalizados se unieron a militantes comunistas ortodoxos para formar asociaciones de amistad con China y después núcleos partidarios afines a ella. Como sus héroes, buscaron ir al campo a hacer la revolución y luego a las fábricas para romper con el monopolio de los sindicatos prosoviéticos. Y a la mitad de ese proceso de proletarización los tomó desprevenidos el estallido social de 1968, cuando los estudiantes se convirtieron por un corto instante en el sujeto revolucionario para luego emprender la larga marcha a las instituciones que se cerraría años después, con el primer gobierno de Mitterrand en Francia y el descenso al “realismo” de los verdes alemanes en el decenio de 1990. Sin embargo, la travesía de los “maos” no fue únicamente una vuelta a la tradición democrática radical de sus abuelos. La tentación de recurrir a la lucha armada estuvo siempre presente, aun cuando en Alemania la violencia revolucionaria tomó un giro más mediático, con la fracción del Ejército Rojo.

Si en la década de 1960 el movimiento comunista internacional se mantuvo en su mayoría detrás de la Unión Soviética, los comunistas chinos apoyaron el surgimiento de una fracción antirrevisionista, que pronto se escindiría de los viejos partidos comunistas locales. En Latinoamérica, la presencia de estos disidentes fue significativa en Brasil, Perú y Colombia. Más allá de la esfera partidaria, las ideas de Mao en forma directa o través del filtro europeo influyeron en la “proletarización” de militantes estudiantiles que dejaron las universidades para trasladarse al campo, las fabricas y los barrios marginales con el firme propósito de “servir al pueblo”. Desde esa experiencia, en la década de 1960 aparecerían organizaciones como el Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario en Colombia o la Organización de Izquierda Revolucionaria-Línea de Masas en México. Estas agrupaciones dejarán su impronta en la organización de base del movimiento urbano popular, en un movimiento campesino de nuevo tipo, desafiante de las centrales controladas por el Estado y un sindicalismo magisterial combativo en el decenio de 1980 en México, Perú y Colombia. En esa esfera organizativa, las ideas de la Revolución China alcanzarán su máxima difusión entre las masas latinoamericanas. No será raro encontrar silabarios con consignas de Mao en la colonia independiente Tierra y Libertad de Monterrey como 10 años atrás tampoco lo fue ver su retrato en el periódico La Cause du Peuple consultado por José Revueltas en Lecumberri.

Eso, sin hablar de las guerrillas maoístas como Sendero Luminoso o el Ejercito Popular de Liberación, que intentaron cumplir el dictum de Mao de que el poder viene del fúsil o la permanente atracción de la idea de la “guerra popular prolongada” en las guerrillas centroamericanas como correctivo a la teoría del foco. Sin embargo, para cuando Sendero Luminoso llena las calles de Lima con acusaciones contra los sucesores de Mao, la fiebre global maoísta era ya un recuerdo en el “mundo libre”. Pronto, el cerco senderista a las ciudades peruanas y la feroz represión del Estado peruano sepultarían el aura romántica de la guerra popular prolongada en Sudamérica.3

Mientras tanto, la China contemporánea es un mundo distinto del país fundado por Mao Zedong y sus compañeros aquel octubre de 1949 en Beijing. Ahí, la herencia y el efecto de aquella revolución parecen estar entrando en una fase que cualquier mexicano de fin del siglo pasado identificaría bien, ese panteón de mitos que el Estado trata de ocultar y, al mismo tiempo, goza de cabal salud.4 Porque mientras que hace 30 años el socialismo real se derrumbaba, en China el sistema construido por Mao y transformado por Deng Xiaoping logró sobrevivir la tormenta al costo de ahogar un movimiento estudiantil y profundizar las reformas de mercado. En las dos siguientes décadas, China –de la mano de su asociación comercial con Estados Unidos de América– se transformó en una potencia económica sin que el Partido Comunista local perdiera el control político. Y mientras que el sentido común del decenio de 1990 y el primero del siglo XXI auguraba que a la liberalización económica seguiría la de índole política, es cada vez más difícil compartir ese pronóstico. En los últimos cinco años a la muerte de la Revolución China ha seguido una segunda vida de la retórica revolucionaria bajo el liderazgo de Xi Jinping y el lanzamiento de su campaña en pos del “sueño chino”. Elementos que creíamos olvidados en los tomos de obras completas de Mao como “la línea de masas” regresan con una venganza a la discusión pública sobre China y en un giro irónico volvemos a ver en aparadores de librerías del “primer mundo” esas portadas color beige de ediciones en lenguas extranjeras. No es para nada el regreso de la esperanza revolucionaria que sacudió la década de 1970 ni mucho menos, pero sí un testimonio de la persistencia de un mito político que ni siquiera los colosales horrores de la hambruna generada por el “gran salto adelante” o la violencia política de las “guardias rojas” lograron borrar. A 50 años del discurso de Mao en la puerta de la plaza de Tian’anmen, no hay nada que nos libre de su herencia, pero de aquel impulso revolucionario nada más queda.


Notas

* Universidad de Notre Dame

1 Véase Rius, Mao en su tinta (México, DF: Grijalbo, 1979).

2 Respecto a la influencia que ejerció el comunismo chino en Francia, véase Richard Wollin, The wind from the East: French intellectuals, the Cultural Revolution, and the legacy of the 1960s (Oxford, Inglaterra: Princeton Universtiy Press, 2010).

3 Sobre una historia reciente del maoísmo global, véase Julia Lovell, Maoism. A global history (Londres: Bodley Head, 2019).

4 Sobre la persistencia de la imagen y las ideas de Mao Zedong en la China contemporánea, véase Kerry Brown y Simone van Nieuwenhizen, China and the new maoists, Paul French, Asian Arguments (Londer: Zed, 2016).