La renovación teórica y política de Historia y Sociedad
Hacia mediados de la década de 1960, la renovación en el Partido Comunista Mexicano (PCM) llegó al mundo de los intelectuales y su forma de desarrollar la teoría marxista: en 1965 nació la revista Historia y Sociedad. De la mano de Enrique Semo, ese medio se convertiría en uno de los productos de la cultura material de la izquierda más significativos, un acontecimiento político de gran alcance. Entre otras razones, porque logró mantener un equilibrio entre el compromiso con una realidad sociopolítica cambiante, como permitir al PCM recibir los vientos de cambio que suponía el volcán de la conflictividad social en América Latina y sus múltiples interpretaciones.
Una revista para nuevos tiempos: la primera época
El nacimiento de la revista lo ha relatado en numerosas ocasiones Enrique Semo: contó con el apoyo de la dirección encabezada por Arnoldo Martínez Verdugo y financiamiento de la Embajada soviética en México. Como era habitual en la época, se reprodujeron numerosos textos de académicos soviéticos, cuya presencia disminuyó conforme la revista adquirió mayor identidad y ganaron terreno tanto autores mexicanos como latinoamericanos. La inclusión de textos de autores soviéticos no implicó que la publicación adquiriera corte tradicional sino que, desde una toma de postura por la historiografía marxista, tuvieron presencia quienes estudiaban o profundizaban en periodos concretos de la historia de América Latina.
Historia y Sociedad, en su primera etapa, vino a sustituir a sus similares Teoría (nacida en 1947) y Liberación (publicada en 1957-1958) y a convivir con Nueva Época (cuyo primer número vio la luz en 1960). La primera fue la revista publicada durante la última parte del decenio de 1940 y buena parte del siguiente; sus números iniciales mostraron portadas de un estilo gráfico deudor de la época de la gráfica popular, mas posteriormente se transformó en una revista en el estilo de los PC; es decir, se eliminó la identidad gráfica nacionalista y apareció más bien como un cuadernillo. Pocos temas teóricos se apreciaban en sus páginas, pues era más bien la extensión de los debates partidistas. Liberación circuló durante 1957 y 1958; sus escasos ocho números reprodujeron textos de soviéticos y de dirigentes chinos, como Mao-Tse-Tung. La mayor parte de sus páginas abordó de la elección presidencial de 1958. Nuevamente, se trató más bien de una revista de polémica partidista, y se encontraba lejos del calado que adquirirán sus sucesoras.
En cambio, Nueva Época sí comparte cierto espacio con la intención de Historia y Sociedad. Publicada entre 1960 y 1969, sus 31 números dan pie tanto a la denuncia política como al debate intrapartidista y un leve intento de aclarar el sitio de los intelectuales en la cultura comunista. Reseñas de libros de Marx y Engels aparecen de la mano de “Villanueva”, seudónimo de Enrique Semo, mientras se suscitan polémicas en torno a la caracterización del modo de producción en víspera del congreso partidista. Nueva Época adquiere un tono mucho más elaborado, y por sus páginas desfilan la campaña de Ramón Danzós Palomino y el balance hecho por Martínez Verdugo del movimiento de 1968, así como el programa de renovación del Partido Comunista Checoslovaco a finales del decenio de 1960, lo que era, a todas luces, una novedad y un distanciamiento con la Unión Soviética.
En su segunda etapa, Historia y Sociedad compartió espacio con las revistas Oposición, de 1970 a 1973, y Socialismo, de 1975 a 1977. Ya en la década de 1970, ambas publicaciones llevaron a la palestra la discusión del partido y el lugar de los intelectuales en el proceso de transformación política que tenía como centro la democracia. De tal forma, Historia y Sociedad responde a la iniciativa de reforma en el PCM y a cierta perspectiva de la cultura comunista imbuida en la construcción del conocimiento en clave universal; no por nada el subtítulo era “Revista del humanismo moderno”. El diálogo con los autores soviéticos resulta en tal sentido una manera de conocer la forma en que se observa a México y América Latina desde el otro lado del mundo. Textos sobre Augusto César Sandino, Rafael Leónidas Trujillo, Bartolomé de las Casas, Franz Fanon y José Carlos Mariátegui aparecen en la firma de algunos de estos autores soviéticos; entre ellos, el más famoso, el latinoamericanista Alperovich, traducido en numerosas ocasiones y países.
Junto a la renovación historiográfica, es preciso mencionar que en el campo de la reflexión artística y estética se hallan las colaboraciones de David Alfaro Siqueiros, Raquel Tibol, Alberto Híjar, Adolfo Sánchez Vázquez, René Avilés Fabila, Gerardo de la Torre, Alberto Ruy Sánchez y Eli Bartra.
Entre los temas abarcados resaltan la obra de José Guadalupe Posada y David Alfaro Siqueiros; el papel de la producción artística, de la escultura, las artes plásticas, el cine y la literatura en su vínculo con la sociedad y su función transformadora en el México contemporáneo; y las discusiones marxistas en torno al concepto de realismo con la pretensión de rebasar el dogmatismo estalinista, el esquematismo y el formalismo, para realizar una examen crítico de las ideas de los intentos más serios de estética marxista.
Asimismo, destaca la presencia de la poesía de Nicolás Guillén, Luisa Pasamanick, Juan Bañuelos, Óscar Oliva, Jaime Augusto Shelley, Paulina Medeiros y Jorge Aguilar Mora, en un suplemento donde la revista hace manifiesta su solidaridad con la República Democrática Vietnamita: publica un conjunto de poemas para hacer conciencia y ampliar la solidaridad con ese pueblo. También como suplemento figura un homenaje al poeta, dramaturgo y periodista exiliado español, nacionalizado mexicano, Juan Rejano.
Además, un conjunto de textos de Marx fue presentado como traducciones originales. “Formas de la propiedad precapitalista”, un extracto de los Grundrisse traducido en sus páginas, sirvió a Barta y Semo para discutir la tesis del modo de producción asiático y sus posibilidades para pensar sobre la situación de México. En tanto, Cazés Menache tradujo en un número especial con motivo de los 100 años de El capital fragmentos de la Introducción de 1857, y sobre la automatización, también del texto que conocemos hoy como los Grundrisse. Debe recordarse que hacia esas fechas, los famosos manuscritos de Marx apenas se avizoraban en el espacio editorial de habla hispana.
Desde varios puntos de vista, Historia y Sociedad se convirtió en espacio de problematización, reformulación y renovación. Debates como el lugar del modo de producción asiático en el entramado categorial marxista, la reivindicación de la figura de Mariátegui, la crítica de la concepción de la violencia revolucionaria de Fanon y de las teorías de Marcuse, y el antiimperialismo detectado desde Bartolomé de las Casas hasta Sandino, así como las configuraciones múltiples del capitalismo latinoamericano, fueron temas en los que la primera época de la publicación se abocó. Uno de los primeros textos de crítica ecológica, vinculado a la Guerra de Vietnam, también tuvo su espacio ahí. Plumas nuevas como las de Semo o Florescano refrescaban el panorama de la construcción histórica y dotaban de dignidad al marxismo en ese campo.
El archivo de 1968
El problema universitario es tocado en dos momentos fundamentales: en 1966, cuando aparece un suplemento que discute la que se consideraba la crisis de la universidad y del modelo universitario hasta entonces imperante, donde participan figuras como Tibol, Ramón Ramírez y Semo. El tema tomará relevancia en el segundo momento, el de la emergencia del movimiento estudiantil-popular de 1968. De alguna forma cabe pensar que el primer archivo del movimiento estudiantil figura en las páginas de Historia y Sociedad, y este hecho no ha sido suficientemente señalado.
Dos hechos bien conocidos han marcado la discusión en torno al PCM y el movimiento estudiantil de aquel año: por un lado, que las primeras víctimas de la represión estatal fueron los comunistas, quienes cayeron presos durante la manifestación del 26 de julio, la edición de La Voz de México fue desaparecida por completo y su director, Gerardo Unzueta, cayó preso (él mismo produciría un testimonio-balance de aquel año, en sus Cartas desde la cárcel: sobre el movimiento popular-estudiantil). El otro es que, al pasar de los años, se construyó una “jerarquía de la memoria”, donde varios ex representantes del Consejo Nacional de Huelga señalaron al PCM como “traidor” al movimiento, pues supuestamente por no poder controlarlo, decidieron boicotearlo. Esta última hipótesis ha sido matizada en sus componentes (la discusión sobre el levantamiento de la huelga) y desmentida en diversas ocasiones; la primera de ellas, por un texto de Martínez Verdugo de 1969, incluido en Nueva Época.
Sin embargo, un motivo más vincula al PCM a través de Historia y Sociedad con el movimiento estudiantil. Se trata del trabajo realizado por Ramón Ramírez, quien organiza tanto en el número 12 (a modo de gran suplemento) de abril-junio de 1968 como en el doble 13 y 14 de julio-diciembre, el primer recuento de los acontecimientos de aquel crucial año. Gran parte del ensayo de El movimiento estudiantil de México (Era, 1969) que aparecerá un año después y que es fuente indiscutible para todos los estudiosos del tema como de los materiales –folletos, declaraciones, volantes– fueron previamente publicados en las páginas de Historia y Sociedad. De tal manera, el trabajo de Ramírez en la revista se volvió un año más tarde uno de los componentes fundamentales para el estudio de las movilizaciones. Historia y Sociedad se convirtió así en el archivo en acto del movimiento estudiantil.
Segunda época: el giro latinoamerianista
Después de 1968, la revista apareció dos veces más, de manera muy irregular, cerrando en su número 16, de 1970, la primera época. En 1974 reapareció, siendo su vida en la segunda época más longeva: 7 años y 24 números, donde se mostraría un giro radical en la concepción e identidad, convirtiéndose en la revista más latinoamericanista de la época.
En el decenio de 1970 surgieron numerosas revistas: planteaban diversas opciones para comprender la realidad desde una perspectiva marxista. En vínculo con el marxismo occidental (particularmente con sus márgenes) apareció Cuadernos Políticos, tal vez la más profunda en planteamientos teóricos. En diálogo con el marxismo crítico de Europa oriental y del sector comunista occidental, vio la luz Dialéctica, editada desde la Universidad de Puebla. En tanto, los trotskistas tuvieron su momento más lúcido en Críticas de la Economía Política, en sintonía con sus homólogos franceses, a las cuales en buena medida imitaron.
Historia y Sociedad tiene en la segunda etapa una identidad latinoamericana más comprometida. Tal vez la más notoria, aunque de ninguna forma la única, es la abocada el registro de comprensión de la realidad de la región. Por sus páginas pasaron los ecuatorianos Agustín Cueva y Bolívar Echeverría, los argentinos Héctor P. Agosti, Carlos Vilas y José Carlos Chiaramonte, los haitianos Gerard Pierre-Charles y Susy Castor, la brasileña Miriam Limoeiro, el uruguayo Rodney Arismendi, el boliviano René Zavaleta, el guatemalteco Edelberto Torres y el panameño Ricaurte Soler, el puertorriqueño Maldonado Denis, entre otros autores.
Los aires de renovación llegan al tema de la filosofía y la comprensión conceptual. Uno primero que nos interesa destacar es la inclusión de la obra de Althusser y el conjunto de problemáticas que su intervención teórica supuso. Aun cuando en la primera época se habían incluido importantes textos –como los de Lifschitz e Ilienkov–, este espacio teórico (el filosófico) no alcanzó gran protagonismo, como sí lo hará en la segunda. Raúl Olmedo, quien por entonces venía regresando de sus estudios en París, encabezó esta tendencia en la publicación: produjo textos sobre la relación entre Spinoza y Marx, y presentó cartas personales del filósofo francés a él. Igualmente, se adelantó un fragmento del entonces inédito en español “Curso de filosofía para científicos” del francés.
Otras corrientes filosóficas presentes fueron la filosofía de la praxis, de la mano de Sánchez Vázquez, y uno de los textos más densos de Bolívar Echeverría, donde comenta detenidamente las tesis sobre Feuerbach. Este último, en diálogo claro con la obra de Ernest Bloch. Cesario Morales, por su parte, mostró uno de los primeros textos de reflexión sobre Michel Foucault en una revista marxista.
Si bien puede considerarse parte de la problemática encabezada por Althusser, la discusión de la articulación de los modos de producción tomó su veta al girar en torno a la situación de América Latina. Destaca el número 5, de 1975, donde Bartra, Cueva, Olmedo, De la Peña, Chiaramonte, Cardoso y Semo discuten el estatuto teórico del concepto modo de producción y su articulación, a partir de casos nacionales.
El desarrollo del capitalismo en distintas épocas históricas, bien a partir de ejemplos totalizantes –como la teoría de la dependencia–, bien a partir de ejemplos específicos fue un tema recurrente. Así, Cueva, Pierre-Charles, Cristóbal Kay, Torres-Rivas y Fortunity, entre otros, abordaron estas problemáticas, donde se jugaba la evaluación del pasado y la perspectiva del presente de la región. Ello es más notorio en la evaluación de los casos de Bolivia, Perú y Chile, por entonces focos candentes de la lucha política en la región.
El caso de mexicano tiene presencia, pero no se muestra como central frente a otros países de la región. A las investigaciones económicas de Semo y De la Peña se suman las de Gilberto Argüello, Juan Felipe Leal, Adolfo Tecla Jiménez, Enrique de la Garza Toledo, Américo Saldívar, y Pablo González Casanova. De este último cabe destacar que su libro La democracia en México fue objeto de discusión en la primera época, en las plumas de Semo y André Gunder Frank.
Numerosos temas, en cierta medida inéditos o abordados desde perspectivas novedosas, fueron sucediéndose a lo largo de la revista. Es notoria una apertura hacia la temática antropológica de la mano de Marcela Lagarde o Florescano, pero también de perspectivas artísticas por fuera de los grandes referentes, con Eli Bartra. De manera importante, los números 6 y el 14 abren espacio para pensar en la situación de las mujeres bajo el capitalismo, con trabajos de Leonora Camacho, Mercedes Olivera y la italiana Aida Tiso.
De la amplia pléyade de intelectuales que desfilaron por las páginas de la segunda época es notoria la presencia de uno de los más importantes teóricos de la región: René Zavaleta Mercado. En Historia y Sociedad donde aparecieron por primera ocasión “Movimiento obrero y ciencia social”, “Clase y conocimiento” y “Las formaciones aparentes en Marx”, tres textos fundamentales para entender la capacidad de diálogo del marxismo con las realidades nacionales.
Un panorama amplio y profundo recorrió la segunda época. Es notoria la práctica desaparición de autores soviéticos (salvo el mencionado Alperovich) y la inclusión de otros referentes de la geografía europea, como el historiador inglés Erick Hobsbawn, el economista italiano Antonio Pesenti y el historiador alemán Manfred Kossok, o la reproducción y traducción de discusiones suscitadas en el periódico comunista italiano Rinascita. Un conjunto plural y diverso que, si se atiende a la nota editorial de la segunda época, no es sino el resultado de las grandes transformaciones acaecidas en el modo de producción.
Perspectivas
Dice el editorial del primer número de la segunda época: “El tiempo apremia. Las convulsiones que sacuden el mundo capitalista imponen al marxismo una exigencia que sólo puede cumplir venciendo todas las formas de complacencia e indecisión”, balance este que presenta, de hecho, las distintas dimensiones contenidas en la experiencia de la revista. Por un lado, la transformación radical del modo de producción, que deviene agotamiento de la forma tradicional del capitalismo; y, por otro, su forma de comprensión, que debe ser renovada como requisito insoslayable. En esta segunda variante, la publicación interviene con la premura de un tiempo convulso, lleno de vicisitudes, contradicciones, posibilidades y límites.
Vencer las complacencias implicaba entonces abandonar las certezas y atreverse a pensar sin las garantías que la teleología y el economicismo abonaron durante muchas décadas. Suficientemente criticados, estos elementos de garantía del triunfo son abandonados en aras de realizar un esfuerzo intelectual de mayor calado, que permita proponer nuevas formas teóricas y ampliar los marcos categoriales para abordar problemáticas clásicas y contemporáneas.