LAS COMUNISTAS MEXICANAS, HEREDERAS DE REVOLUCIONES

Introducción

Explico cómo políticamente las comunistas mexicanas alimentaron sus conciencias a partir de dos matrices ideológicas. Sus aspiraciones revolucionarias acopiaron fuerzas del proyecto más radical de la revolución mexicana y del bagaje de la bolchevique de la que abrevaron considerablemente. Esta última

simbolizó durante décadas la realización de una utopía: la puesta en pie de una fuerza revolucionaria capaz de acabar con unas estructuras de dominación opresivas y aborrecidas para sustituirlas por un poder emanado del pueblo. En todos los continentes, hombres y mujeres organizaron formaciones políticas comunistas que se inspiraban de los principios que habían guiado la revolución de 1917 y aspiraban a una transformación radical y revolucionaria del Estado y de las relaciones de poder entre las clases. Y esos partidos comunistas, en su diversidad nacional, formaban parte al mismo tiempo de un movimiento global (la Internacional Comunista que, en realidad, se concebía a sí misma como un único partido de la revolución mundial).1

El concepto de revolución de las mexicanas estuvo modelado por el imaginario, el discurso y las prácticas comunistas. Con intuición más que con conocimiento empírico, construyeron representaciones de la revolución rusa en el afán por alcanzar el paraíso socialista del proletariado y poner en marcha la patria mundial de los trabajadores. Las comunistas retroalimentaron su militancia y cultura políticas mediante las dos dimensiones de lucha revolucionaria: la mexicana y la rusa. Dichos fundamentos las empujaron a una recepción dual y entremezclada de ambos movimientos.

A la par, la praxis femenina en su ejercicio político opositor dejó ver que en el Partido Comunista Mexicano (PCM), con militancia varonil mayoritaria, y en el espacio público había desequilibro e iniquidad en el contexto de una cultura machista en detrimento de sus cuadros femeniles, que creyeron acríticamente que la construcción de la patria del proletariado –a la cual pensaban que contribuían– desembocaría de manera mecánica en su emancipación. Así, las revoluciones mexicana como y la bolchevique fueron imaginarios de gran talante ideológico que mediaron su concepción del mundo, dándoles una identidad revolucionaria que siempre se mantuvo al límite de la marginalidad social.

Este artículo busca comprender la forja de las militantes comunistas en las primeras décadas de la acción de su partido, sus desasosiegos más personales e íntimos y su lucha revolucionaria. Muestro a algunas de estas comunistas en sus prácticas, discursos y posturas políticas, que reflejan la fuerza del imaginario ruso, pero a la vez tamizado por su inspiración feminista.2 Las limitaciones y los logros de este núcleo femenil estuvieron enmarcados por las estrategias del PCM, por medio de las directrices de la Tercera Internacional Comunista (IC, Comintern, 1919-1943), en una primera etapa, y después mediante las posturas del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), el PCUS.

El feminismo rojo en busca de la revolución

Con el entrelazamiento del enfoque generacional de dimensión transnacional y la perspectiva de izquierda comunista, y con orientación de género, nos acercamos a los avatares de una ola femenil influida por la marejada radical de la Revolución Mexicana, proclive al pensamiento socialista y con orientación comunista, e identificada con la insurrección del proletariado mundial preconizada por la Revolución bolchevique. Ambas epopeyas repercutieron en las conciencias y las esperanzas de las mexicanas.

En el núcleo fundador del PCM coincidieron únicamente cinco mujeres: Elena Torres, María del Refugio García Martínez (Cuca García), Estela Carrasco, Thorberg Brundin y Evelyn Trent.3 No ahondaré en sus semblanzas biográficas, pero baste decir que al menos Elena Torres, Cuca García y Estela Carrasco tuvieron una experiencia previa en la lucha armada de 1910 con acento magonista y un referente del feminismo anarcosindicalista. Thorberg Brundin y Evelyn Trent provenían del ala socialista estadounidense y eran propagandistas del feminismo anglosajón. Todas entendieron que su práctica política sintonizaba con su simpatía y adhesión a la revolución rusa y, por ende, a la dictadura del proletariado, como una necesaria alternativa al sistema capitalista mundial.

A la par de la formación del PCM, el intrépido grupo femenil definió una experiencia perecedera pero innovadora con la fundación del Consejo Feminista Mexicano, adherido al PCM en el momento mismo de su instauración, en noviembre de 1919. Sus demandas fueron igualitarias, mediante el refrendo de los derechos políticos, económicos, laborales y educativos para las mujeres. Refugio García enalteció los logros conquistados en la Rusia Soviética, donde se consolidaba el respeto de las mujeres; subrayaba, además, la actitud asumida por “los bolschevikis hacia los niños, [como] el símbolo de su nueva civilización”.4

La fe ciega en un mundo mejor fue retroalimentada entre las mujeres a partir de las experiencias de sus camaradas varones que tuvieron la posibilidad real de conocer los horizontes de la revolución rusa.

Un ejemplo contundente: Manuel Díaz Ramírez, dirigente del PCM, regresó de Moscú en 1921. Su experiencia fue recogida por Salazar y Escobedo; y su entusiasmo, contagiado a toda la militancia, con el engrosamiento de su imaginario revolucionario:

Es sábado, 22 de octubre de 1921; por el tren de Veracruz acaba de llegar a México Manuel D. Ramírez, delegado de la Confederación General de Trabajadores a la Conferencia de la Internacional Sindical Roja de Uniones y Trabajadores, reunida en Moscú del 3 al 20 de julio de aquel año. Somos los primeros en abrazar al intrépido camarada que viene del moscovita país de los soviets, donde la vida, las costumbres, las instituciones, los sistemas, todo es otro […]. El condescendiente compañero nos enseña algunas curiosidades que trae en su petaca: un encendedor automático; una cartera de fina y perfumada piel; algunos ejemplares de rublos impresos cuyos gráficos detalles admiramos; infinidad de fotografías de Lenine, de Trotsky, de Tchitcherin, de Zinoweiw, de muchedumbre de personas y asuntos. [… Díaz Ramírez se explayó en sus explicaciones sobre “la nueva Rusia” mencionando] las villas y aldeas construidas bajo el régimen bolchevique, sobre las cuales no dice nada la prensa burguesa; visitamos [añade Díaz Ramírez] las nuevas plantas eléctricas, una de las manifestaciones más notables de la Rusia nueva; las fábricas en las ciudades; los asilos para inválidos y ancianos; las quintas de salud para los trabajadores y lo que ellos llaman “casas de reposo”, donde van a pasar sus vacaciones anuales los obreros (en Rusia, todo el que trabaja tiene derecho a un mes de descanso anual), percibiendo sus salarios (provisiones) como de costumbre, si tienen quienes dependan de ellos, llamándonos poderosamente la atención las casas de salud y recreo para la niñez.5

En contraste, la minoría femenil fue marcada emocionalmente porque estuvo en medio del intenso combate ideológico instaurado por el PCM, dada la concepción partidaria acerca de que fuera de sus filas no había un verdadero partido de la clase obrera, como elemento central de su “construcción ideológica bolchevique”.6 Las disputas fueron conducidas y mediadas –muchas veces a contracorriente y con sesgos y limitaciones en el conocimiento de la realidad mexicana–7 por los intereses de la IC, conceptuada como el partido mundial de la revolución a fin de extender ésta por todo el planeta, así como por los propósitos centralizadores del PCUS. Se argumentó sobre “la necesaria e inevitable existencia de un partido comunista, del modelo pregonado por la Komintern, no de otro, como requisito sine qua non para el triunfo de una revolución obrera”.8 A la par, la dirigencia partidaria del PCM se asumió como el partido de la clase obrera, basado en el marxismo-leninismo-estalinismo, con claroscuros sectarios y dogmáticos. Estos elementos marcaron a las comunistas porque la dimensión del comunismo se fue construyendo “como red transnacional nutrida por valores simbólicos, lógicas de sujeción y proyectos organizativos compartidos”.9

La desigualdad partidaria y social

Se menospreciaron, y no siempre se entendieron, las luchas de las comunistas por la igualdad frente a la sociedad hegemónica masculina, en un mundo normado por el peso de las relaciones varoniles de dominación. La interacción de las comunistas en ese contexto estuvo llena de privaciones y amarguras, y fue “la más dura para quienes verdaderamente abrimos una brecha llena de fe y de optimismo, soñando con un mundo mejor, época en la que no era posible la demagogia porque nadie pagaba nuestros lirismos marxistas, […] época en la que actuábamos por convicción y sin esperar la gloria eterna”.10

Las comunistas defendieron a capa y espada sus exigencias de equidad e igualdad para las trabajadoras frente a embestidas sexistas en el espacio público. En su partido también fueron vilipendiadas y discriminadas por sus camaradas, aunque en sus discursos éstos se declararan en favor de la emancipación femenina. Una muestra de tal discriminación es narrada por Benita Galeana en su autobiografía:

Yo critico el descuido que tenía [el partido] con sus hombres y mujeres que militan en él. No se preocupaba gran cosa por su educación. Yo me pongo como un ejemplo de ello. Veía que camaradas muy capaces e inteligentes eran los que más maltrataban a sus compañeras, con desprecio, sin ocuparse de educarlas, engañándolas con otras mujeres como cualquier pequeño burgués y, en cambio, los primeros en decir: “¡Son unas putas!”, cuando la mujer anda con otro […]. Cincuenta y ocho veces he caído a la cárcel por la lucha. He pasado hambres, privaciones, persecuciones. He estado a punto de quedarme ciega, y muchas veces he expuesto mi vida por el partido. Pero hasta ahora, ni siquiera se han ocupado de mí. En estos años de militar en el partido no he tenido siquiera una frase de aliento, de simpatía del jefe de mi partido. Es más, y aunque parezca mentira, en estos años de lucha ni siquiera un “Buenos días, Benita” he recibido de Laborde.11

Elena Poniatowska recrea la apreciación de Tina Modotti sobre sus compañeras, cercadas por el peso de la cultura machista que degradaba a las mujeres, así como por la estructura de dominación masculina:

¡Qué raro, de las compañeras antes no se hablaba sino en la cantina! Más bien se les ponían apodos: “La Estufita”, “La Guanga”, “La Piña Madura”, “La Pintada”; se hacían chistes, pero en el partido siempre estuvieron en segundo plano […]. María Luisa tenía prisa porque después del trabajo del partido corría a servirle de cenar a Rafael Carrillo a su casa, su verdadera célula. A María Velázquez, la mujer de Juan González, la reducían en Mesones a preparar café, a ir por las tortas. Para cada una, cuidar a su hombre era lo que la acercaba al partido.12

Si bien ha de reconocerse que en el PCM hubo estrategias que alentaban a las mujeres a construir la organización femenil, en el periodo posrevolucionario prevalecían estructuras sociales marcadas por la violencia y el autoritarismo del Estado. En esos contextos, las militantes debieron enfrentar un doble estigma, por ser mujeres y comunistas, en la delgada línea de la marginalidad social.

Contra el orden sexista varonil

Las batallas femeniles emprendidas para revertir la desigualdad padecida empoderaron a las mujeres con bastante autonomía, aunque estuvieron en desventaja respecto a las consignas de sus dirigentes varones, cuyo afán primordial fue constituirse en la vanguardia del proletariado para instaurar la sociedad comunista. El liderazgo masculino reafirmaba constantemente su decisión de instaurar, mediante la estructura férrea del partido, la república socialista de obreros y campesinos de México. Esta directriz se impuso en la organización de las mujeres a fin de enlazar los contingentes femeniles al PCM. En el testimonio de Concha Michel se reflejan los sentimientos encontrados y de resistencia:

Después de diez días de ir todas las tardes al Kremlin a reunirnos con las mujeres del Komintern que nos iban a endoctrinar sobre la situación de la mujer, les dije: “Mmm, pues están ustedes amoladas; aquí es igual que con los frailes, puros dogmas… y consignas” […]. Dije a esas mujeres de Moscú que los problemas de la mujer no se resuelven con la dictadura del proletariado. Me dijeron que cuando le habían dicho eso a Lenin, él les respondió que tenían razón… Pero luego al cabrón de Stalin, a ése no le interesaban los problemas de la mujer… En fin, cuando regresé a México, fui al Partido Comunista y les dije: “Traigo aclarado el asunto de las mujeres”. Pero ellos seguían las directrices de la Tercera Internacional, y ahí nada se decía de las mujeres; ellos seguían con lo de la lucha de clases. Me decía Hernán Laborde: “Creo que el problema de la mujer no es de estructura sino de superestructura… al acabar con el capitalismo, por sí mismo se resuelve el problema de la mujer”. Yo le dije que no “el problema de la mujer es la organización de la vida”.13

El testimonio de Adelina Zendejas resulta elocuente: “Las mujeres revolucionarias militantes del PC hemos tenido que combatir más los prejuicios y la discriminación en el partido que afuera, con la burguesía”.14

La postura de Lenin en relación con las mujeres refleja estas distorsiones y el predominio de la jerarquía del sistema patriarcal, ideologizada con el credo de la lucha del proletariado. Desde su punto de vista,

La verdadera emancipación de la mujer sólo es posible a través del comunismo. El movimiento comunista femenino debe ser un movimiento de masas, debe ser una parte del movimiento general de masas; no sólo del movimiento de los proletarios, sino de todos los explotados y oprimidos, de todas las víctimas del capitalismo. En esto consiste la importancia del movimiento femenino para la lucha de clase del proletariado y para su misión histórica creadora: la organización de la sociedad comunista.15

Lenin despreció la cuestión femenina en sus problemáticas sexuales. Con un tono androcéntrico francamente descalificador, apremió a Clara Zetkin a frenar las “desviaciones” de las obreras alemanas:

Clara, aún no he acabado de enumerar la lista de vuestras fallas. Me han dicho que en las veladas de lectura y discusión con las obreras se examinan preferentemente los problemas sexuales y del matrimonio. Como si esto fuera el objeto de la atención principal en la educación política y en el trabajo educativo. El primer Estado de la dictadura proletaria lucha contra los contrarrevolucionarios de todo el mundo. La situación en la propia Alemania exige la mayor cohesión de todas las fuerzas revolucionarias proletarias para hacer frente a la contrarrevolución que presiona cada vez más. ¡Y mientras tanto, las comunistas activas examinan los problemas sexuales y la cuestión de las formas del matrimonio en el presente, en el pasado y en el porvenir! Consideran su deber más importante instruir a las obreras en este aspecto. Según dicen, el folleto más difundido es el de una comunista de Viena sobre la cuestión sexual. ¡Qué vacío es este librejo! [Sentenció Lenin].16

Estas apreciaciones del jefe máximo de la Revolución de Octubre –quien advertía que “no se permitiría a las trabajadoras dar prioridad a cuestiones sexuales o maritales en sus movilizaciones”–17 penetraron directamente en el pensamiento de las comunistas mexicanas y fueron parte de su desafío contradictorio y, a la vez, de su entrega revolucionaria. Al mismo tiempo, aquellas valoraciones debieron conectarlas en contrasentido para colaborar a la dictadura del proletariado, arraigar el comunismo en México y radicalizar las estructuras del Estado posrevolucionario: es decir, “transformar la Revolución Mexicana” en una “proletaria”.18 La expectativa de las comunistas era, en palabras de Cuca García, entusiasmar y “ganar a cientos y miles y millones de mujeres para impulsar el desarrollo de la Revolución Mexicana y organizar el socialismo”.19

Este empeño no estuvo exento de esfuerzos y privaciones para las comunistas, aunque a la vez su conciencia las apremiaba para la construcción ideológica de un modelo heroico con mística revolucionaria. Era preciso modelar, a decir de Consuelo Uranga, una nueva mentalidad igualitaria y, a la vez, revolucionaria entre mujeres y hombres comunistas:

Nosotras, compañeras, tenemos que hacernos valer; estamos doblegadas por prejuicios muy grandes; pesan sobre nuestras espaldas siglos de opresión; solas debemos luchar para elevarnos al mismo nivel de nuestros camaradas; para luchar como ellos, para servir como ellos a nuestra causa necesitamos, camaradas, un doble, un triple esfuerzo de ellos. Cuando veo a los camaradas comunistas que se dicen comunistas, pero que nunca van a las sesiones, que nunca luchan, que nunca estudian, entonces comprendo por qué la mujer está atrasada; por qué la mujer está oprimida, por qué la mujer todavía tiene sobre los hombros esos prejuicios; todas las compañeras, los compañeros tenemos que ganarnos en la lucha y palmo a palmo nuestro derecho a la igualdad […]; la liberación de la mujer, del proletariado y, con ella, la liberación de todas las capas oprimidas no la vamos a realizar si no es con el mazo en la mano y la lucha cuerpo a cuerpo con[tra] nuestros enemigos. Para ese momento, compañeras, tenemos que estar listas, entrenadas, y por eso las comunistas tienen que hacer una lucha diaria, una superación de día en día, [tenemos] que practicar, camaradas, una virtud bolchevique, que ser mujeres de cuerpo entero, que ser mujeres bolcheviques y revolucionarias que sepan enfrentarse con todas las situaciones, resolver todos los problemas y superarse a sí mismas en esta lucha.20

Las organizaciones de mujeres comunistas

Tales cuestionamientos y aspiraciones se afincaron en la puesta en marcha en 1935 del Frente Único pro Derechos de la Mujer (Fupdm) –incluyente, interpartidista e interclasista, como la organización unitaria femenil más importante de la primera mitad del siglo XX con hegemonía comunista. Fue relevante este liderazgo, aunque paradójicamente las comunistas en el PCM no excedieran más allá de unas quinientas en ese periodo.21 El Fupdm tuvo fuerza para plantear un cuadro de demandas sociales y políticas, sobre todo el reconocimiento del sufragio femenino;22 no sólo por el estímulo cardenista para la movilización popular sino por su denuedo en englobar a mujeres de todas las corrientes en consonancia con las directrices del frente único popular, así como por su vinculación con los objetivos de la IC (séptimo congreso, julio-agosto de 1935).

El Frente Popular, la estrategia cominternista de mayor preponderancia a que se adhirieron las comunistas, alentó su unión con las mujeres del mundo en un esfuerzo común. Consuelo Uranga fue la delegada mexicana al Congreso internacional de mujeres contra la guerra imperialista y el fascismo (París, agosto de 1934)23 y contactó a la delegación española, con Dolores Ibárruri a la cabeza. El eje preponderante para enlazar la lucha de las mexicanas con las españolas fue el movimiento antifascista mundial impulsado por la IC. Gracias a estos parámetros cominternistas, el Fupdm se pronunció contra el fascismo en Europa; se hizo eco de las posiciones de la Agrupación de Mujeres Antifascistas y subrayó su vocación pacifista y antifascista, así como su postura internacionalista en favor de la República Española.24

En la posguerra, las comunistas se aglutinaron, a partir de las directrices partidarias, en el Bloque Nacional de Mujeres Revolucionarias (BNMR, 1941-1950) y en la Unión Democrática de Mujeres Mexicanas (UDMM, 1951-1964), ambas dentro del marco más amplio de la movilización femenil de la izquierda internacional que había constituido la Federación Democrática Internacional de Mujeres (París, 1 de diciembre de 1945),25 aunque sin el empuje del Fupdm del periodo antecedente. En ambos casos, las comunistas apelaron a planteamientos maternalistas, igualitaristas y asistenciales, y buscaron el paradigma unitario y pacifista en consonancia con las estrategias del comunismo internacional.

El BNMR accionó limitadamente. Durante el octavo congreso del PCM (16 a 20 de mayo de 1941) se hizo cierta referencia a que una de las tareas de “fuerzas revolucionarias y progresistas de México” era crear “un amplio y verdadero movimiento juvenil y femenil, con un programa nacional revolucionario”.26 Empero, el BNMR no logró relanzar al movimiento femenil. A finales de la década de 1940, el BNMR languidecía debido a las audaces estrategias del gobierno para integrar masivamente en el Partido Revolucionario Institucional a las mujeres; también aquella inacción se relacionó con las expulsiones del PCM a lo largo del decenio (1940, 1943 y 1948).

El undécimo congreso del PCM (20 a 25 de noviembre de 1950) formuló la estrategia de concretar la UDMM (1951-1964) como el pilar en el país “de la gran Federación Democrática Internacional de Mujeres”, como su filial mexicana, y cuyos ejes de acción fueron relevantes para relanzar la organización femenil, con la consabida consigna del frente unitario. En su pronunciamiento de enero de 1951, “A todas las mujeres mexicanas”, se exigió “la revisión de las leyes para logar la igualdad civil” de éstas y por “el estricto cumplimiento del principio ‘a igual trabajo, igual salario’”, así como por “el pleno ejercicio de los derechos sindicales de la mujer”. Salud, educación y alimentación adecuada se refrendaron como derechos para la infancia y “la elevación del nivel económico del hogar del pueblo mexicano”.27

Estas exigencias28 buscaron agrupar a las comunistas, sus familiares, simpatizantes y mujeres en general, a fin de “lograr que la gran masa de mujeres se incorpore a las luchas de todo el pueblo por la paz, contra el imperialismo, por la liberación nacional, por los derechos de la mujer, por el bienestar de la infancia”. La UDMM resultaría “un instrumento de capacitación política de la mujer, de desarrollo político de las compañeras y para la procuración de cuadros femeniles para el partido y la lucha de masas en general”.29

La UDMM creó delegaciones en varios estados y tuvo arraigo en la comarca lagunera,30 cuya secretaria general, Francisca Reyes, dio su ilustrativo testimonio:

Las mujeres dijeron “¡no a la guerra!” Las mujeres fueron las primeras que lucharon por la paz y, luego, por la necesidad de que los problemas se solucionaran sobre la base de negociaciones. En Europa, fundamentalmente, fue una demanda de las mujeres el “no” a la guerra. Nosotras también partimos de esa etapa, y ligándola a los problemas de las mujeres como madres, trabajadoras, ciudadanas. Después de la lucha por la paz, otro punto de interés de la unión eran los niños y el problema de la democracia.31

En contraste con este gran bagaje de lucha erigido por las comunistas apoyadas en las estructuras del partido, no hubo promoción femenil partidista respecto al proceso electoral de 1955, cuando las mujeres ejercieron por primera ocasión su derecho al sufragio. Nuevos vientos llegarían para las izquierdistas en las siguientes décadas cuando enfrentarían desafíos relevantes para formar una nueva cultura política más incluyente y democrática frente a la cerrazón del Estado autoritario y represor, y cimentar nuevos paradigmas de emancipación.

Consideración final

Suscribo la reflexión de Lazar, Víctor Jeifets y Peter Huber, quienes en sus pesquisas descubrieron “un mundo de hombres y mujeres que –lejos de ser la mano de Moscú– lucharon en América Latina defendiendo sus causas. Concibieron [esta] lucha y la adhesión ideológica a la URSS como algo indisociable, como dos caras de la misma moneda. Esta fe ciega en el régimen soviético como encarnación de su lucha forma parte de la miseria y la grandeza del siglo pasado”.32

El activismo femenil apeló al triunfo del proletariado como un hecho ineluctable; para ello amalgamó este bagaje con el imaginario de la revolución mexicana, erigido como su trampolín ideológico, aspirando a profundizar el cambio revolucionario.

Las comunistas abrevaron de una cultura de izquierda; ese imaginario de lucha libertaria condicionó su visión del mundo y, a la vez, les dio elementos para suponer que la explotación de las fuerzas capitalistas se eliminaría de manera automática una vez alcanzada la toma del poder. No vislumbraron, dados el periodo en que transcurrieron sus vidas y los idearios de que se nutrieron, que la dominación masculina en un sistema capitalista resultaba dobles opresión y explotación tanto en los espacios públicos y laborales como en el ámbito del hogar y en sus relaciones de pareja.

Con los resultados de la actuación femenina identificamos elementos de la contradicción de las comunistas entre su lealtad al partido y sus necesidades específicas en su condición de mujeres.33 Las militantes estaban en persistente tensión retando al mundo –hacia dentro, contra la estricta disciplina partidaria y sus compañeros de partido, muchos de ellos indolentes respecto a los problemas de las mujeres; y hacia fuera, en medio de una estructura social desigual y con dominación masculina–. La subjetivación política de las comunistas enfrentó dilemas de gran envergadura, y a la postre no consiguieron cuestionar el canon de género.

Por ello, la historia de las militantes del Partido Comunista Mexicano debe salir a la luz para conocer sus prácticas y representaciones políticas, sus experiencias partidarias e internacionalistas, y sus emociones y convicciones más íntimas.

Por último, la formación de izquierda fue copartícipe y reproductora de las normas de género socialmente hegemónicas. La mentalidad de las mujeres y sus camaradas, formada en los valores y las relaciones tradicionales de género, les impidió transgredir y fracturar el orden social, debido a su profundo arraigo en la sociedad. No obstante, debe reconocerse que las comunistas mexicanas canalizaron su activismo para salir de su espacio hogareño confinado y fueron precursoras en la construcción de una ciudadanía crítica y en movimiento.

Mi empeño es rescatarlas de la invisibilidad de que han sido presas. Además de las mencionadas, refiero algunas más: Luz Ardizana, Angélica Arenal, Esperanza Balmaceda y Esther Chapa, entre muchísimas otras. Se les ha relegado históricamente, y se las ha arrinconado al más cruel de los olvidos.

Las recupero para recordar que la hoz y el martillo empuñados por su creencia en la revolución siguen prefigurando, en pleno siglo XXI, los alientos por venir de una sociedad con equidad para las mujeres, en una perspectiva igualitaria, libre de violencia, incluyente y creativa.


Notas

* Investigaadora del Colegio de Michoacán.

1 Adriana Valobra y Mercedes Yusta. “Introducción”, en Adriana Valobra y Mercedes Yusta (editoras). Queridas camaradas. Historias iberoamericanas de mujeres comunistas, Buenos Aires: Miño y Dávila Editores, 2017, página 9.

2 El presente artículo es parte de una investigación más amplia que pretende cubrir el vacío historiográfico respecto a la valoración global de la participación de las mujeres y las organizaciones femeninas en la historia de los comunismos iberoamericanos, y, especialmente, del mexicano. Para ello se requiere un prisma transnacional a fin de entender los vínculos del fenómeno del comunismo mundial, a la vez unitario y diverso. Revísese al respecto “Introducción”, Valobra y Yusta (editoras). Obra citada, página 10.

3 La célula femenil creció lentamente a lo largo de la década de 1920. Concha Michel se integró al PCM en 1922; y Graciela Amador, en 1924. En 1930 llegaría Consuelo Uranga. En las locales del PCM, también las mujeres fueron minoría, pero mostraron gran enjundia y valentía en la lucha social. Veracruz, Michoacán, Jalisco y Coahuila, entre otros estados, así lo demuestran.

4 La Mujer, periódico bimensual de propaganda feminista, tomo I, número 2, México, jueves 29 de enero de 1920, páginas 1 y 3-4, Archivo Histórico del Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista (en adelante, AHCEMOS), Fondo Mujeres (1920-1979), caja 1, fólder 000016.

5 Rosendo Salazar y José G. Escobedo. Las pugnas de la gleba, 1907-1922, primera y segunda partes, México: Avante, 1923, segunda parte, páginas 225-231.

6 Enrique Condés Lara. Atropellado amanecer. El comunismo en el tiempo de la Revolución Mexicana, México: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2015, página 350.

7 Hilda Tísoc Lindley y Napoleón Conde Gaxiola. “Testimonios de Miguel Ángel Velasco: los virajes cominternistas y los expulsados”, en Pacarina del Sur, revista electrónica de pensamiento crítico latinoamericano, año 3, número 10, enero-marzo de 2012.

8 Condés Lara. Obra citada, páginas 350-351.

9 José Carlos Rueda Laffond. “Yo confieso. Autobiografía y prácticas orgánicas comunistas durante los años treinta”, en Cuadernos de Historia Contemporánea, número 40, 2018, página 275.

10 Graciela Amador. “Mi vida con Siqueiros (cuarta y última parte)”, en Hoy, número 578, México, marzo de 1948, páginas 48 y 50.

11 Benita Galeana. Benita, tercera edición, México: Extemporáneos, 1979, páginas 146-148.

12 Elena Poniatowska, Tinísima, México: Era, 1992, páginas 73 y 240.

13 Anilú Elías. “Dos que abrieron camino”, en Fem, publicación feminista, número 30, volumen VIIII, octubre-noviembre de 1983, páginas 41-43.

14 Adelina Zendejas. “No nos detenía nada”, en Margarita García Flores. ¿Sólo para mujeres? Y en medio de nosotras, el macho como un dios, México: Radio UNAM, 1979, página 35.

15 Clara Zetkin. “De los recuerdos sobre Lenin”, en V. I. Lenin. La emancipación de la mujer. Recopilación de artículos, prólogo de N. Krúpskaya, sin fecha de edición, Biblioteca del Socialismo Científico, página 111.

16 Ibídem, páginas 101. Cursivas propias.

17 Sandra McGee Deutsch. “Mujeres comunistas de Latinoamérica y España: temas y reflexiones”, en Valobra y Yusta (editoras). Obra citada, página 260.

18 Manuel Márquez Fuentes y Octavio Rodríguez Araujo. El Partido Comunista Mexicano (en el periodo de la Internacional Comunista: 1919-1943), México: Ediciones El Caballito, 1973, página 95.

19 Intervención de Cuca García, en actas del sexto congreso nacional del PCM, 23 de enero de 1937, en AHCEMOS, Colección PCM, caja 11, clave 143, expediente 01, tomo I, páginas 227-228.

20 Intervención de Consuelo Uranga, en actas del sexto congreso nacional del PCM, 23 de enero de 1937, en AHCEMOS, Colección PCM, caja 11, clave 143, expediente 01, tomo I, páginas 219-220. Cursivas propias.

21 La cantidad fue calculada por Consuelo Uranga, en actas del sexto congreso nacional del PCM, 23 de enero de 1937, en AHCEMOS, Colección PCM, caja 11, clave 143, expediente 01, tomo I, página 217.

22 Para dar solidez a su exigencia, el FUPDM creó el Consejo Nacional del Sufragio Femenino (enero de 1936), en cuya fundación “las concurrentes prometieron por su honor luchar hasta vencer en la obtención de la igualdad de la mujer ante la ley”; fue un desafío contra el fundamento varonil del sufragio en el orden político. Periódico El Nacional, “La igualdad de la mujer ante la ley”, México, 21 de enero de 1936, páginas 1 y 7.

23 Defensa Roja (órgano de Socorro Rojo Internacional, sección mexicana), “El Congreso Internacional de Mujeres contra el Fachismo y la Guerra”, número 8, México, noviembre de 1934, páginas 14-15, en Archivo General de la Nación (en adelante, AGN), Fondo Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales, caja 273, expediente 33.

24 Telegrama de Refugio García, Esther Juárez y Dolores A. Castillo al presidente Cárdenas, México, 6 de agosto de 1936, en AGN, Fondo Lázaro Cárdenas del Río, expediente 433/142. Carmen Sánchez de Ortiz de Zárate. Asociación de Mujeres Antifascistas, 1933-1939. La historia en la memoria, 2012, página 2; y Mary Nash. Mujer y movimiento obrero en España, 1931-1939, Barcelona: Fontamara, 1981, página 260.

25 Francisca de Haan. “La Federación Democrática Internacional de Mujeres y América Latina, de 1945 a los años setenta”, en Valobra y Yusta (editoras). Obra citada, páginas 17-44.

26 Documento 30, “Por un amplio movimiento popular en defensa de la soberanía del país y por el avance de la Revolución Mexicana” [extracto del informe de Dionisio Encina en el octavo congreso nacional del PC de México], en Elvira Concheiro y Carlos Payán Velver (compiladores). Los congresos comunistas. México 1919-1981, dos volúmenes, México: Secretaría de Cultura del Distrito Federal, 2014, tomo I, página 437.

27 Comisión Organizadora Nacional de la Unión Democrática de Mujeres Mexicanas. A todas las mujeres mexicanas, México, enero de 1951, en Archivo Histórico de la Unidad Académica de Estudios Regionales [Jiquilpan, Michoacán] de la Coordinación de Humanidades de la UNAM, Fondo Mathilde Rodríguez Cabo, caja 2, carpeta 2, documento 8.

28 “Instructivo para los comités estatales y comisiones organizadoras para ayudar a organizar la UDMM”, México, 27 de febrero de 1951. Por la Comisión Política del PCM, secretario general Dionisio Encina. AHCEMOS, Colección PCM, caja 26, clave 23, expediente 01.

29 Ibídem.

30 Ana Victoria Jiménez y Francisca Reyes. Sembradoras de futuros. Memoria de la Unión Nacional de Mujeres Mexicanas, México: UNMM, 2000, página 75.

31 Testimonio de Francisca Reyes citado en Jiménez y Reyes. Sembradoras de futuros, página 79.

32 Lazar S. Jeifets, Víctor L. Jeifets y Peter Huber. La Internacional Comunista y América Latina, 1919-1943. Diccionario biográfico, Instituto de Latinoamérica de la Academia de las Ciencias de Moscú e Institut pour l’Histoire du Communisme, Ginebra, 2004.

33 Natura Olivé. Las mujeres en el Partido Comunista Mexicano. Los años treinta, tesis de maestría en historia, México: ENAH, División de Estudios Superiores, Programa de Maestría en Historia y Etnohistoria, 1991, página 122.