México ocupaba un lugar especial en el hemisferio occidental durante las primeras décadas del siglo XX, sobre todo a efecto de la revolución antidictatorial, antiimperialista y nacional-democrática de 1910-1917, que llevó consigo las libertades políticas básicas, el inicio de una reforma agraria y varios derechos a las clases trabajadoras. Aquellas circunstancias se convirtieron en la base de lealtad de gran parte de los obreros y campesinos a los gobiernos posrevolucionarios. La Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM), una central sindical reformista, iba ganando terreno y logró establecer y mantener las relaciones mutuamente ventajosas con las autoridades, lo cual le dio bastante fuerza en una competencia con los anarcosindicalistas opositores a la burocracia estatal. La corriente marxista, a su vez, en ese momento era poco conocida entre los círculos obreros.2
La III Internacional (la Internacional Comunista, o la Comintern) apenas tuvo conocimientos fragmentados sobre la revolución mexicana. Durante su plática con el delegado mexicano al segundo congreso de la Comintern, “Jesús Ramírez” (en realidad, fue el estadounidense Charles Phillips), el dirigente soviético Vladimir I. Lenin no ocultaba siquiera que en su mente estaba sólo el conocimiento sobre el afán del campesinado mexicano de ganar las tierras.3 La Comintern evaluaba los procesos sociopolíticos mexicanos en el contexto de los procesos globales en América Latina y tomando en cuenta la posición estratégica del país situado al lado de Estados Unidos de América (EUA).
De tal manera, Moscú consideraba una prioridad el movimiento mexicano, pero varias veces cometió errores tremendos al sobrestimarlo o, al contrario, menospreciar sus perspectivas. El experto cominternista más conocedor del tema, el suizo Edgar Woog (“Alfred Stirner”), uno de los fundadores del comunismo mexicano, dio una característica pésima para los documentos de la III Internacional sobre los asuntos latinoamericanos en el decenio de 1920: “Están moliendo el aire”. Según Stirner, la comparación de México con China o India era absurda.4 El suizo subrayaba que la revolución mexicana difería mucho respecto al Oriente, pues ésta ya no se hallaba en erupción sino que se desarrollaba lentamente y venciendo obstáculos tremendos.5 Sin embargo, su punto de vista nunca se consolidó en la dirección cominternista.
Hacia una revolución panamericana: la Comintern y México en 1919-1922
La llegada a México del primer emisario de la Comintern, Mijail Borodin, en otoño de 1919 era una aventura, como reconoció meses más tarde la secretaria del Comité Ejecutivo de la Comintern (CEIC), Angélica Balabanova. El enviado ruso logró enlazarse con los socialistas de izquierda Ch. Phillips e I. Granich, por quienes se relacionó con el nacionalista hindú Manabendra Nath Roy, un personaje significativo en el Partido Socialista recién fundado.
El movimiento socialista mexicano, mientras tanto, estaba disperso y contaba con varios grupos y partidos, poco vinculados entre sí; la mayoría de aquellos socialistas estaba influida por la ideología anarco-sindicalista y no tenía influencia fuerte entre los obreros.6 Sin embargo, el primer Congreso Nacional Socialista, de septiembre de 1919, tuvo como resultado la fundación del Partido Socialista Mexicano, con un programa ultraizquierdista; José Allen fue nombrado su primer secretario general.7
La izquierda se dividió casi inmediatamente. Un grupo de delegados, encabezado por el estadounidense Linn Gale, acusó a los demás de falta de sentimientos revolucionarios, y abandonó el congreso para fundar el Partido Comunista Mexicano. Los dos partidos no tenían muchas diferencias políticas y teóricas; sin embargo, tampoco podían llegar al acuerdo sobre la delegación al congreso de la Comintern. En octubre de 1919,8 Borodin convenció a la cúpula dirigente del PSM de transformarlo en Partido Comunista y enviar así delegados a Moscú.
El cambio provocó otra ruptura, pues varios miembros del PSM rechazaron convertirse en comunistas. Sin embargo, el 24 de noviembre de 1919 el Comité Ejecutivo del PCM proclamó la fundación del Partido Comunista Mexicano, encabezado por Allen mismo; M. N. Roy, su esposa, Evelyn Trent-Roy, y Phillips fueron nombrados delegados al segundo congreso de la Comintern.9 La comitiva del PCM fue poco numerosa; la organización contaba apenas con unas decenas de militantes. Solamente en 1920 logró fundar células en Veracruz, Orizaba, Tampico, Guanajuato, Zacatecas y Sonora, que no estaban vinculadas entre sí. Ambos congresos de agosto-septiembre de 1919 y la consolidación del sector “rojo” en el movimiento obrero fueron logrados sin la participación de la Comintern; sin embargo, la influencia de Borodin fue decisiva para la evolución de varios dirigentes socialistas hacia la izquierda y resultó ser un catalizador.
El emisario de Moscú apoyó decididamente al PCM y convenció al Bureau de la Comintern en Ámsterdam de reconocerlo como la única sección de la III Internacional en México.10 La actitud de Borodin podría explicarse por la personalidad de Roy, considerado por él una figura imprescindible en el desarrollo del movimiento amplio anticolonialista en Asia, una prioridad para la Comintern.
Al apostarse sobre Roy como un futuro dirigente del movimiento comunista en Asia, Moscú, de hecho, tuvo que renunciar a las posibilidades que podría haber obtenido en México, tras la fundación del PCM. Una percepción ilusoria de éste como un país listo para otra revolución social no implicaba la necesidad de la presencia personal de Roy en el partido que lo envió a Moscú. Supuestamente, otros personajes podrían mantener la bandera de un movimiento amplio (aún en proyecto) del proletariado mexicano. La Comintern soñaba con varios proyectos ambiciosos. El Bureau Latinoamericano (BL) de la III Internacional, fundado tras una sugerencia de Borodin, desplegaría la actividad comunista continental. Su comité provisional publicó el 8 de diciembre de 1919 un manifiesto donde llamaba a los trabajadores latinoamericanos a asistir al congreso comunista de todo el hemisferio.11
La fundación del BL podría considerarse una iniciativa auspiciada por Borodin; sin embargo, esa idea ya estaba presente en el movimiento obrero mexicano. El PC de México, creado por Gale en septiembre, organizó otro Bureau Latinoamericano y designó su delegación para trasladarse a Moscú. Borodin llegó a discutir la idea de formar el BL durante su plática extraoficial con el presidente Venustiano Carranza. En efecto, ambos, la Comintern y el recién nacido movimiento comunista mexicano, no dudaban de que las actividades de tal Bureau no dañarían las relaciones entre dos gobiernos revolucionarios; al contrario, estaban seguros de que la actitud antiimperialista del Bureau coincidiría con la postura antiestadounidense del gabinete carrancista.
Más aún, los planes continentales del Bureau, según Borodin, deberían gustar al gobierno mexicano más que las posibles actividades del PCM en el país. La izquierda radical mexicana intentó obtener algún tipo de patronato semioficial de las autoridades posrevolucionarias para desplegar actividades panamericanas teniendo a México como su centro coordinador y dirigente. En febrero de 1920 ese objetivo fue confirmado por la conferencia comunista internacional en Ámsterdam.12 En el otoño de 1920, la sede de la Internacional de Juventudes Comunistas avisó a su representante en México, Edgar Woog, de la necesidad de que estuviera designado dirigente del subsecretariado de la IJC para Centro y Sudamérica, y que debería coordinar estrechamente sus actividades con el BL.
Sin embargo, se detectó un problema enorme. La composición del BL debería demostrar su carácter internacional, pero nada más pudo verse el carácter accidental de atraer gente; sus miembros no mexicanos representaban de modo único a ellos mismos. Ésta era la primera causa de la pasividad del Bureau. Los contactos internacionales del BL estuvieron limitados a las conexiones con el exilio revolucionario latinoamericano y español absorbido por el PCM. Sus representantes más brillantes, Sebastián San Vicente, José Rubio y Víctor Recoba, eran anarquistas y, en consecuencia, sólo podrían abastecer los enlaces con esa corriente ideológica.
En el segundo congreso de la Comintern, la delegación de México fue la única que representaba a Latinoamérica y eso, inevitablemente, aumentaba el prestigio del PCM en los ojos del CEIC. No debe sorprender que este país se convirtiera en la sede del Bureau Panamericano (la Agencia Americana) de la Comintern, que sustituiría al casi extinto BL. Sin embargo, la izquierda local seguía estando dividida por los conflictos internos.
La estricta actitud antielectoral de los comunistas en 1920-1921 disminuyó aún más las escasas bases de apoyo del PCM. Los miembros del BL Francisco José Múgica y Felipe Carrillo Puerto intentaron en 1920 modificar la táctica partidaria para mejorar sus perspectivas y propusieron –sin éxito– acercarse al movimiento obregonista. Hallaron un rechazo rotundo, y abandonaron el BL y el PCM, que en ese momento contaba con apenas 20 militantes.13 La CROM seguía consolidándose en el movimiento obrero y firmó una alianza con los obregonistas, mediante el anuncio de la cooperación clasista sobre la base del apoyo a la maquinaria estatal justa y al gobierno como representante de intereses de todas las capas sociales. El PCM, a su vez, intentaba desplegar un movimiento sindical alternativo y una táctica de acción directa para lograr mejoras en la situación de los obreros y conquistar autoridad política; esa actitud llevaba a los comunistas hacia una alianza con los anarcosindicalistas en la Federación Comunista del Proletariado Mexicano y, luego, en la Confederación General de Trabajadores (CGT).14
En septiembre de 1920, el Bureau Panamericano, compuesto por Sen Katayama (presidente), Louis Fraina y Charles Janson (“Charles Scott”), empezó a funcionar con el objetivo de lograr coordinar a los comunistas de todo el hemisferio. Esta estructura recibió desde Moscú cerca de 100 mil dólares solamente para los tres meses iniciales de sus actividades. Por primera, y última vez, la izquierda de la región gozaba de tanto apoyo financiero enviado desde el Estado Mayor de la revolución mundial.15
Katayama intentó lograr la fusión de los dos partidos comunistas, y el 11 de abril de 1921 llamó en nombre de la Comintern a los dirigentes de ambos a unirse en “una sección fuerte” del Partido Comunista Mundial. El trabajo de unificación se realizaba bajo la observación del representante del Bureau Panamericano, Charles Phillips, quien acababa de regresar de Moscú tras conocer personalmente a Lenin y varios dirigentes de la III Internacional. Phillips influyó en cierta medida en Katayama y contribuyó a que el representante del PCM, Manuel Díaz Ramírez, fuese designado delegado mexicano al nuevo congreso de la Comintern.
La resolución concerniente a la fusión de los dos partidos mencionaba, además, la necesidad de mantener intactas las estructuras de la Federación de Juventudes Comunistas (FJC, subordinada al PCM).16 El Bureau Panamericano no entendió para nada que ambos eran unos fantasmas.
Al mismo tiempo, una alianza entre Álvaro Obregón y la CROM aseguró apoyo de gran parte de la clase obrera organizada al gobierno, ya con libertad así de actuar contra el sector rojo del obrerismo en cualquier momento. Las autoridades empezaron a fortalecer sus actitudes contra los anarcosindicalistas y comunistas, y en mayo de 1921 expulsaron un grupo considerable de militantes de origen extranjero.17 Esto destruyó todas las actividades emprendidas por Katayama con objeto de unificar a la izquierda mexicana, ambos partidos comunistas; en consecuencia, casi desaparecieron con los respectivos dirigentes.
A final de cuentas, Katayama propuso formar un nuevo partido comunista unificado sobre la base de la FJC. El plan fue implantado gracias a los esfuerzos de L. Fraina, llegado a la Ciudad de México desde EUA. Solamente al cumplir esa carta de ruta el Bureau Panamericano consideraba posible pasar a la formación de células de la Comintern en América Central y del Sur para luego fusionarlas en de la Federación Comunista Panamericana (con participación de comunistas estadounidenses y canadienses). La idea magistral de Katayama y sus colegas era desplegar una revolución panamericana. Intentaban encontrar varios nuevos socios para lograr ese propósito; pensaron que parte de la FJC podría ser el Partido Socialista del Sureste de México (el otrora PS de Yucatán). No obstante, todos los intentos de aproximación resultaron un fracaso rotundo; los militantes campesinos del sureste estaban interesados en un reparto agrario, y la idea de una revolución continental no los motivaba tanto.
El congreso del PCM en diciembre de 1921 contó con la asistencia de delegados de unos 25 grupos comunistas. Sin embargo, el nuevo partido no fue caracterizado por una consistencia política ni por las ganas de seguir la línea exigida por la Comintern. Según el informe de Fraina, los comunistas le dijeron: “Primero construiremos el partido y lograremos la confianza de los obreros, y solamente después podríamos aceptar un programa para participar en las elecciones”.18 Incluso, Díaz Ramírez, de quien tanto esperaba Fraina, apoyó la actitud antielectoral y la justificó con una referencia a su plática con Lenin en la capital soviética.
En esas circunstancias, y tras el fracaso del plan de una labor comunista continental, la Comintern perdió por mucho tiempo interés hacia su sección mexicana. Las actividades de la III Internacional, y del PCM en los sindicatos, tampoco podrían ser calificadas de manera positiva. La Comintern y la Internacional Sindical Roja (ISR) se orientaban casi exclusivamente hacia la CGT y –dentro de esa central– hacia los comunistas. El Bureau Provisional Mexicano de la ISR era formalmente representativo e incluía un miembro del PCM y de la CGT, José Rubio; al editor de El Obrero Industrial y militante de la Dirección Mexicana de los Obreros Industriales del Mundo, Maurice Paley; y, por fin, al delegado del ala de izquierda de la CROM, Felipe Leija Paz. Sin embargo, al Bureau agregaron a un comunista más, mientras que Leija Paz no fue considerado de confianza. De tal modo, la idea de unir a todas o, por lo menos, a la mayoría de las corrientes sindicales sobre la base de la paridad fue rechazada por la presión del PCM convencido de que la CGT ya estaba por completo en sus manos. Era un error estratégico.
Los representantes de la ISR no lograron desplegar un trabajo amplio continental: las obras teóricas que editaban apenas estaban distribuidas en México. Katayama –quien ni siquiera hablaba castellano– no pudo establecer contactos serios con los sindicatos en el país y confiaba demasiado en la cúpula comunista en el Bureau Mexicano. En mayo de 1921, el yerro se hizo visible, tras la expulsión de la mayoría de los colaboradores del Bureau y de los dos PC.
Aunque el Bureau Mexicano continuó sus labores (el mayor peso de trabajo cayó en los hombros de José Valadés, quien fue al mismo tiempo editor de El Trabajador), pero la línea general se mantuvo intacta –se colaboraba sólo con las estructuras que habían declarado su afiliación con la ISR (o sea, la CGT y los Obreros Industriales del Mundo) y los sindicalistas revolucionarios–. La CROM reformista y los anarquistas no fueron considerados posibles socios, pese a que precisamente en el verano de 1921 la CROM expresaba su deseo de establecer contactos con Rusia Soviética y la ISR.19 Al mismo tiempo –dada la actitud anticomunista de los cromistas–, tal cooperación podría ser realizada nada más en el caso de abandonar la orientación unilateral hacia los organismos comunistas. En 1921 ese modelo era ya imposible.
Una polémica aguda con los anarquistas estaba en un completo desacuerdo con la línea previa del PCM y la FJC, que habían contribuido a la fundación de la Federación Comunista del Proletariado Mexicano, en 1920, como una organización sindical no ideologizada. La actitud de la ISR y su Bureau Mexicano demostró su inconsistencia en el otoño de 1921, cuando los sentimientos anarquistas y anarcosindicalistas dominaron por completo en la CGT. En el congreso cegetista de septiembre de 1921, la FJC y Valadés fueron expulsados por su participación activa en la formación del nuevo PCM. La influencia comunista en la CGT fue limitada a casi cero; tampoco fue aprobada la decisión sobre la afiliación con la ISR.
Al final de cuentas, el Bureau Mexicano fue clausurado y el Comité Organizador del PCM quedó encargado de todas las labores sindicales. Fue completamente cierta la conclusión hecha por Fraina a inicios de 1922: “México no está al borde de una revolución. […] Katayama y yo hemos confundido las estimaciones acerca de la situación”.20 La imposibilidad de organizar un trabajo panamericano fue la causa general de disolución de la Agencia Americana y la reorientación de la Comintern de México hacia el PC de Argentina a finales de 1921 e inicios de 1922.21
Notas
* Director del Centro de Estudios Iberoamericanos de Saint-Petersburg State University, Rusia.
2 Koval B. Svet Oktiabria nad Latinskoi Amerikoi, Moscú, 1977, páginas 33-34.
3 Gómez, M. [Phillips Ch.]. “From Mexico to Moscow”, en Survey. 1964, número 53, página 43; Archivo Ruso de Historia Política y Social (RGASPI, por sus siglas en ruso). F. 5. Op. 1, expediente 828, foja 1; Shipman, Ch. [Phillips, Ch.]. It had to be a revolution. Memoirs of an American radical, Londres: Ithaca, 1993, página 118.
4 RGASPI. F. 503. Op. 1, expediente 6, foja 3.
5 Stirner A. K. “Polozheniyu v Meksike”, en Kommunisticheskii Internatsional, 1927, número 50, páginas 26-27.
6 Beals C. Glass houses, Nueva York, 1938, páginas 43-44; Roy M., N. M. N. Roy’s memoirs, Bombay: Nueva Delhi, 1954, páginas 106-121; Christopulos D. K. American radicals and the Mexican Revolution, 1900-1925, tesis doctoral, State University of New York at Binghampton, 1980.
7 RGASPI. F. 495. Op. 108. Expediente 1, foja 6; Declaración de Principios adoptado por el primer Congreso nacional socialista, programa de Acción adoptado por el primer Congreso nacional socialista, en Oposición, 1979, páginas 19-25.07.
8 Taibo II, P. I.; y, Vizcaíno, R. La memoria roja. Las luchas sindicales en México en los años 20, México, 1984, página 14.
9 Márquez Fuentes, M.; y Rodríguez Araujo, O. El Partido Comunista Mexicano (en el periodo de la Internacional Comunista, 1919-1943), México, 1973, página 62.
10 RGASPI. F. 497. Op. 2. Expediente 1, fojas 42-44, 233.
11 “Manifiesto del Buró Latinoamericano de la III Internacional a los trabajadores de América Latina”, en Oposición, 23-28.08, 1979.
12 Bulletin du Bureau Auxiliare d’Amsterdame de l’Internationale Communiste, 1920, número3, página 9.
13 Taibo II, P. I. Bolcheviques, México, 2008, página 76.
14 Valadés, J. C. Las memorias del joven rebelde, Sinaloa, 1986.
15 RGASPI. F. 495. Op. 2. Expediente 3, fojas 97-97 vuelta; op. 18, expediente 65, foja 109.
16 Díaz Ramírez, M. “Hablando con Lenin en 1921”, en Liberación (México), 1957, número 8, página 41; RGASPI. Foja 534, op. 1, expediente 4, fojas 139-140, 143.
17 RGASPI. Foja 495, op. 18, expediente 66; fojas 260-26; expediente 16, fojas 21-23; expediente 65, fojas 190-191; expediente 66, fojas 8-12; Op. 261, expediente 2376, foja 5; Excélsior, 17 de mayo de 1921, 18 de mayo de 1921, 22 de mayo de 1921; Archivo General de la Nación, ramo Álvaro Obregón-Plutarco Elías Calles. Expediente 421-P-8, 421-M-3, 421-R-7.
18 RGASPI. Foja 495, op. 108, expediente 22, foja 1.
19 Ibídem, foja 534, op. 3, expediente 12, foja 1; Op. 7, expediente 393, foja 4.
20 Ibídem, foja 495, op. 108, expediente 22, foja 3.
21 Ibídem, op. 2, expediente 6b, fojas 1, 4, 11 y 85.