CONQUISTA: DEBACLE DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS

¿Por qué volver la mirada a un suceso de hace 500 años? Enrique Semo sostiene que la conquista de México no pertenece a un pasado inerte, desconectado de nuestro presente. En su opinión, la conquista del imperio Azteca afecta a todo México, sus identidades colectivas de ayer y hoy, la idea misma de nación y de su contacto con el mundo. La conquista no se consumó en tres años terribles de sangre y fuego. Fue un proceso inconcluso que abarcó los tres siglos de la dominación colonial y enfrentó una decidida resistencia indígena, sobre todo en el norte y sur de la Nueva España. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional nos recordó en 1994 que la resistencia indígena tiene 500 años.

La conquista de América impactó a todos los pueblos originarios y fue un proceso crucial en la constitución de lo que más tarde será la sociedad mexicana. Tras el triunfo de la revolución de independencia y la subsecuente “ruptura del orden colonial” al comenzar el siglo XIX, las élites políticas debieron posicionarse respecto de la conquista y de la herencia colonial al encarar definiciones tan cruciales para la nueva sociedad como el qué somos y qué queremos. Fueron los años decisivos para el deslinde del territorio, la definición de la población y la nueva identidad colectiva, entre otros asuntos vitales para la nación y el Estado emergentes.

Enrique Semo concibe la conquista como catástrofe, en un claro contrapunto con la narrativa del “Encuentro de dos mundos” urdida por el revisionismo historiográfico en la celebración del V Centenario del descubrimiento de América. Dicho revisionismo, por cierto, se alimentó del debate de los historiadores franceses animado por la posición conservadora de Francoise Furet en la obra Pensar la revolución, publicada con motivo del II Centenario de la revolución francesa de 1789. En nuestras latitudes, ese revisionismo renovó una narrativa colonialista que llegó al extremo de despojar de historicidad a los pueblos originarios y encomiar la gesta de Cristóbal Colón por su contribución al desarrollo de América al conectarla con la Europa del renacimiento, sus saberes y futuro promisorio. Así que “la celebración del Quinto Centenario es una buena idea porque fue un hecho positivo en la historia”, sostuvo Octavio Paz el 1º de abril de 1990 en una entrevista al diario El País.

La Conquista. Catástrofe de los pueblos originarios es una obra en dos volúmenes escrita con un enfoque crítico. Mira la historia desde abajo, es decir desde la experiencia del pueblo. Para Enrique Semo, la conquista no es una historia de hechos militares que se explique por la superioridad tecnológica y de estrategia de los conquistadores, su audacia y valentía. Cuestiona los mitos de la conquista y la narrativa de algunos historiadores con visiones parciales que escamotean el papel activo de los indígenas en la guerra de conquista y su resistencia permanente, alejándose (sin desconocerla) de la llamada “visión de los vencidos”. Así, la obra aporta una interpretación original basada en un cuidadoso análisis de los actores del proceso de conquista y de la colonización, este último proceso inédito en la historia universal de los imperios.

La conquista no es solo una hazaña de los españoles sino ante todo un proceso complejo, dinámico y violento en el que los actores fundamentales son los amerindios y africanos, los españoles y europeos. Al despuntar el siglo XVI, los amerindios, localizados en los territorios de lo que más tarde habría de ser la Nueva España, contaban con una organización económica y social compleja, conocían la división en clases, el Estado, el tributo y la escritura, y poseían una cultura de casi tres mil años de antigüedad. Los amerindios fueron integrados a la nueva sociedad colonial mediante distintas formas de trabajo servil en las actividades productivas que más interesaban a los españoles, como eran la minería de la plata, la ganadería, la agricultura y las obras públicas, entre otras.

Los esclavos traídos por trata desde África fueron sometidos a una cruel explotación, y se alentó su arribo una vez que en el Caribe fue diezmada la población aborigen. Se estima que en la Nueva España fueron introducidos por trata alrededor de 250,000 esclavos africanos, un volumen equivalente al de los gachupines. Su presencia fue conflictiva con los pueblos originarios y se les vinculó a los amos españoles; los ocuparon en la minería, ganadería y agricultura, y servicios personales. Sometidos a castigos crueles, maltratos y vejaciones, los esclavos son el grupo social inferior de la sociedad novohispana, y sus actos de rebeldía se expresaron de muchas formas, entre las más conocidas destaca el cimarronaje, que aumentó ya al final del siglo XVI.

Los españoles son otro actor fundamental del proceso de conquista y colonización. Conquistadores, colonos, sacerdotes o funcionarios se distinguieron por su energía, audacia y determinación. Para los precariados, desheredados, hidalgos sin fortuna, abogados sin empleo y artesanos sin trabajo, la conquista era un negocio. Fueron estos hombres de armas, ambiciosos y aventureros, quienes llevaron a cabo la gigantesca empresa de la conquista, no la Corona. Vinieron a la Nueva España a señorear, muchos se enriquecieron con minas, tierras, indios, cargos públicos y gracias de la Corona. El europeo fue otro actor clave del proceso de la conquista. Comerciantes, financieros o corsarios, vieron en el nuevo mundo el origen de un cuantioso flujo de metales preciosos y de una febril actividad comercial y financiera.

El monopolio comercial español hizo de Cádiz y Sevilla verdaderos puntales del comercio de ultramar. Desde ahí se urdieron redes y vínculos con las principales casas comerciales y centros financieros de Europa. Para la gran potencia que era España al comenzar el siglo XVI, fue lucrativo vender los productos de América en Europa y reexportar al Nuevo Mundo los productos europeos, pero esa posición, un tanto parasitaria, más tarde la habría de postrar, como explica detalladamente el autor en el capítulo 3 del primer volumen, intitulado España: apogeo y crisis. Ahí, Enrique Semo establece con toda claridad que la conquista y el sistema colonial mismo son incomprensibles si no se les inscribe en la formación del capitalismo que se escenifica en Europa.

El volumen II de La conquista. Catástrofe de los pueblos originarios contiene un exhaustivo y cuidadoso análisis del proceso de conquista de la Nueva España. Se trata de una guerra cruel, implacable, que no escapa al genocidio. En el primer capítulo el autor analiza la conquista del Anáhuac cuestionando algunas hipótesis sobre el derrumbe del imperio azteca formuladas por los historiadores llamados “clásicos” y algunos de quienes engrosan hoy la historiografía reciente, cuyas valiosas aportaciones son reconocidas con citas textuales y referencias. En particular, Enrique Semo destaca que la caída de Tenochtitlan causó estupor en los pueblos originarios y que en su explicación no pueden sobredimensionarse los factores culturales o el rol de los “grandes hombres”. El imperio azteca no cayó por la creencia en el mito de Quetzalcóatl ni por el genio de Hernán Cortés o la temeraria y eficaz acción del ejército español —sin que se desconozca su relevancia— sino por las contradicciones internas del imperio azteca. Hernán Cortés aprovechó muy bien la resistencia de los pueblos sojuzgados por los aztecas, y de esa animosidad construyó con ellos un enemigo común que cristalizó en una “alianza anti-azteca”. Una evidencia de ello es que en la toma de Tenochtitlan participaron unos 200 mil indígenas y apenas 700 españoles. Así, la conquista del imperio azteca también fue una guerra entre los aztecas y pueblos sometidos, sin menoscabo del papel protagónico y decisivo desempeñado por los españoles.

A este respecto, extraña el señalamiento de Federico Navarrete de que incurren, en una operación típica del pensamiento racial, “Semo y otros autores (que) atribuyen a unos cuantos representantes de una ’raza’, o grupo, en este caso los conquistadores, todas las virtudes del conjunto, tal como atribuyen al ‘imperio’ mexica todos los defectos de la ‘raza’ indígena. Reconocer el carácter racista de esta operación debería llevarnos, cuando menos, a contemplar la visión colonialista con desconfianza”,1 Un falso Enrique Semo racista y colonialista es construido por Navarrete de unas líneas extraídas de un ensayo que data de 1979, en donde se sostiene que la derrota de los indígenas se origina en la superioridad de las armas de sus enemigos y de otros elementos que pueden resumirse en que los españoles forman parte de una civilización más desarrollada, pero en ese trabajo el autor no sólo ve eso, cuestión que Navarrete omite, al limitar su lectura a esas líneas, y con ello ignora otros argumentos y puntos de vista contenidos en el texto referido.

De hecho, uno de los cuestionamientos radicales de Federico Navarrete a Enrique Semo y a casi todos los historiadores que consideramos clásicos del tema, es que sostienen que los españoles conquistaron México, y no los tlaxcaltecas, como afirma para llamar la atención, arguyendo que sin éstos los españoles no habrían logrado nada, lo cual nadie desconoce. El maniqueísmo “españoles superiores-indígenas inferiores” como explicación de la caída de Tenochtitlan es ajeno a Enrique Semo. Así, en el volumen 2 de la obra que comentamos, nuestro autor sostiene que “El racismo moderno nació en España de la persecución de esos judíos conversos, de esos cristianos nuevos, que ya no podían ser hostigados por diferencias religiosas… (y) … pasó directamente al Nuevo Mundo, más profundo, más agresivo, colonialista, en la actitud hacia el indio, la justificación de la guerra de conquista y la división de población mestiza en castas. Aquí se trata de un racismo colonialista.” (p. 235 y p. 237) Asimismo, cabe señalar que en obras previas2 el lector podrá constatar en las argumentaciones ahí presentadas que es un sin sentido el señalamiento de racista y colonialista de la obra de Enrique Semo, quien dicho sea de paso fue educado en México, a donde llegó siendo un niño en compañía de sus padres huyendo del racismo nazi que en la Europa de la segunda guerra mundial persiguió judíos para aprehenderlos y exterminarlos.

En el capítulo 2 del segundo volumen de La conquista. Catástrofe de los pueblos originarios, el autor examina exhaustivamente la (inconclusa) conquista del Gran Septentrión, región de indios bravos, y presenta un interesante análisis de la rebelión Chichimeca de finales del siglo XVII. El tercer y último capítulo se destina al estudio de la conquista, frágil, inestable, del sur-sureste de la Nueva España. Enrique Semo observa que esa región en sí misma es un mosaico de situaciones territoriales y culturales, y la guerra de conquista tuvo diferentes resultados, como en Oaxaca, donde la adaptación de las etnias a la sociedad colonial contrasta con la inestabilidad que provoca la resistencia de los pueblos originarios de Chiapas. La guerra de conquista de Guatemala fue de tierra arrasada y como en otros sitios de la Nueva España, los indios sobrevivientes, simulan rendición y resisten la dominación, como en el Quiché, destaca el autor.

En la obra que nos ocupa Enrique Semoconvoca a reflexionar críticamente sobre la construcción de México como una sociedad mestiza, excluyente de los pueblos originarios. Sostiene que la conquista y colonización conformaron una sociedad plural culturalmente, sustentada en la articulación de la economía indígena del despotismo tributario y la economía española, que vincula elementos semifeudales y del capitalismo embrionario. Así, Europa y América conformaron en el espacio novohispano un entramado de relaciones económicas, sociales y culturales como un sistema único, heterogéneo y pluriparticular. Por eso, el autor sostiene que sólo en el imaginario decimonónico (liberal y conservador) de lo que fue la Colonia emerge una sociedad mexicana mestiza, que niega a los pueblos originarios, esto es al “México profundo”.

La conquista es una catástrofe para los amerindios, nos anuncia Enrique Semo ya desde el título de la obra que nos ocupa. Identifica cuatro dimensiones de la catástrofe. Detengámonos en la hecatombe demográfica. La población indígena fue diezmada por la guerra, fenómenos naturales, epidemias, endemias y pandemias, así como por la sobreexplotación de la población indígena en los centros de trabajo. Tan sólo entre 1519 y 1619, recuerda el autor, en el Anáhuac desapareció alrededor de 80% de la población mesoamericana, estimada en el primer año de referencia en alrededor de ocho millones de personas. Al paso de los conquistadores desaparecieron pueblos enteros, además de que los varones fueron arrancados de sus comunidades para enrolarlos en centros de trabajo. Así, la natalidad de la población indígena disminuyó al tiempo que la mortalidad aumentaba drásticamente, ocasionando con ello una disminución de la población a tasas desconocidas. Los indígenas nunca recuperaron el total de población de 1519.

La conquista y colonización fueron acompañadas de la cristianización de los amerindios, una vez que se reconoció que tenían alma. La conversión de los indígenas implicó la pretensión de eliminar sus religiones; se destruyeron sus templos, la reverencia a sus dioses y sus sacerdotes fueron perseguidos. El objetivo fue destruir su lengua, cultura, memoria colectiva, valores, formas de convivencia, usos y costumbres. Los españoles no lograron su objetivo, pero sí un sincretismo cultural.

La dinámica territorial y demográfica de la guerra deja ver que la conquista de la Nueva España fue inconclusa, una de las tesis principales de La conquista. Catástrofe de los pueblos originarios. Los españoles sabían que su dominio era bastante frágil, lo que les producía miedo a una rebelión indígena masiva. De hecho, sostiene el autor, en la víspera de la revolución de independencia los españoles no tenían el control de todo el territorio de la Nueva España, los indios conservaban el dominio en algunas regiones sobre todo en el gran norte y el sur-sureste. Por eso, la colonia nunca tuvo una paz completa, siempre afrontó la resistencia de numerosas etnias, o la dialéctica de sometimiento y rebelión.

¿Qué impidió una guerra generalizada de los indígenas contra el invasor? Entre las diversas determinaciones que considera Enrique Semo, cabe destacar la falta de una identidad colectiva indígena, de un sentido de pertenencia y posesión del espacio. Los pueblos originarios eran comunidades no aisladas, pero sí independientes, cada una afrontaba sus propios desafíos y tomaba sus decisiones. Sin embargo, debe recordarse, sostiene el autor, que los pueblos originarios no fueron vencidos, pacificados. Su resistencia permanente al dominio colonial, aunque dispersa, fragmentada y aislada, es una prueba fehaciente de que vivían la dominación colonial como catástrofe, pero desprovista de una visión melancólica. Eran pueblos guerreros que ganaban y perdían batallas, y conforme conocieron al invasor advirtieron que eran iguales que ellos, de carne y hueso, que la diferencia radicaba en las armas, sus cañones, sus caballos y estrategias, En la resistencia tenaz y valiente Enrique Semo ve una clara señal de que “la visión de los vencidos” en el mejor de los casos es verificable en territorios determinados, pero en otros, sobre todo en el norte y sur, esa actitud es desconocida, pues ahí destaca la determinación de defender su tierra, su cultura, su hábitat.

Como puede apreciarse, La conquista. Catástrofe de los pueblos originarios es un esfuerzo notable de la historigrafía crítica de México. Fue escrita en diálogo con los contemporáneos letrados y los historiadores de ayer y hoy. En sus páginas se leen debates apasionados, contrapuntos y reflexiones lúcidas que ayudan a comprender al Mexico de nuestros días.

Enrique Semo, La conquista. Catástrofe de los pueblos originarios, 2 vols, México, Siglo XXI, 2019.

NOTAS

 1 Navarrete, Federico, ¿Quién conquistó México?, México, 2019, Debate, p. 30. 

  2 De Enrique Semo, véanse Los orígenes: de los cazadores y recolectoras a las sociedades tributarias, 22,000 a.c.-1519 d.c., Océano UNAM, 2006; México: del antiguo régimen a la modernidad. Reforma y revolución, México, UNAM, 2016; e, Historia del capitalismo en México. Los orígenes (1521-1763), México, ERA, 1973.