LA TEORÍA COMO HISTORIA Y POLÍTICA
Introducción
El momento actual de lucha política en México es propicio para una lectura teórica crítica del Estado capitalista y sus formas políticas actuales. Considero que ello nos puede ilustrar acerca de las potencialidades de la sociedad popular y del gobierno en la actual crisis del Estado. Esta crisis se hizo evidente en 2018 al manifestarse el alejamiento espiritual y político de la sociedad civil popular y de la sociedad política progresista respecto de los proyectos económico-políticos y culturales del capitalismo neoliberal. Fueron proyectos impuestos con los recursos y la autoridad del Estado durante tres décadas y media, en beneficio de las oligarquías y las castas políticas que usufructuaron de la imposición legal y burocrática del “Estado de competencia” y del poder global transnacional. La pregunta estratégica ante el fenómeno estatal en crisis es ¿qué puede hacer la sociedad popular que vive de su trabajo y de su producción hoy movilizada y que se interesa en la participación y acción política en estos tiempos de crisis económica, política y de deterioro de la hegemonía del Estado moderno?
La teorización crítica del Estado está pensada para contribuir a la lucha social dirigida a empujar un momento constitutivo de un Estado capitalista de transición, “democrático nacional, popular y radical” en México, basado en la construcción consciente de una nueva unidad de objetivos entre la sociedad política y la sociedad civil en movimiento, esto es, entre el Estado y una sociedad civil que busca crecer en autonomía y transformar esos objetivos. La teoría histórico crítica refuta la tesis neoliberal de que “todo estado es negativo” y “toda sociedad es buena”. El antiestatismo hoy se apoya en la noción abstracta de que los “Estados son entidades autoritarias reguladoras e ineficaces, opresoras de la libertad”. Esa concepción ha servido para imponer el poder del capital en la sociedad, para impulsar las políticas de libre mercado y ocultar lo que fueron las políticas del Estado para la imposición del mercado mundial monopólico, para la legitimación de la cosificación, el afán de lucro y la acumulación de capital, nuevos dioses de una globalización desigual, bárbara y excluyente.
Es necesario retomar la teoría del Estado en estos momentos históricos de México para, paradójicamente, darle su lugar al Estado en tanto proyecto común de una sociedad con contradicciones, universalización del interés de fuerzas históricas, creador de instituciones y conductor de grandes cambios. Sin dejar, por ello, de apuntar a la crítica del Estado, una conquista en México, hay que caracterizar a éste en toda su complejidad y sus límites, considerando su transformación en el tiempo, de puro dominio de clase en un elemento de hegemonía, que no por ello deja de funcionar como espiritualidad del orden del capital y por ende hace evidente sus límites histórico-políticos y burocráticos. Pero el Estado es un orden político de hegemonía y subalternidad que no podrá ser sustituido sin conquistar la democracia, sin crear una dirección política cultural alternativa de un nuevo proyecto histórico, a través de la cual las fuerzas populares avancen en clarificar su consciencia, desplegar la politización crítica de una sociedad y consigan aceleradamente elevar su organización, su conciencia y su autonomía. Sociedad que hoy puede acompañar, criticar y transformar, en una relación de unidad/distinción, a ese Estado en sus objetivos de transformación de México.
1. Elementos teóricos: el Estado como resultado de la articulación histórico-política de la estructura capitalista y las relaciones de fuerzas de las diversas sociedades
Como bien lo planteó el intelectual boliviano René Zavaleta[1] hace varias décadas y recientemente el intelectual italiano Guido Liguori[2], el Estado ha sido el rector, conductor y síntesis de las sociedades contemporáneas a lo largo de todo el siglo pasado y nada nos dice que no lo seguirá siendo todavía durante el presente siglo. Como no es adecuado cerrar los ojos ante tal evidencia, pues con ello no logramos que desaparezca la institución, ni que disminuya su poder y se anule su función, conviene más bien esclarecer antes que nada -en sentido teórico- de qué tipo de poder se trata, cuál es su relación con la reproducción del sistema de poder económico privado capitalista, con la vida social, la cultura y las costumbres populares prevalecientes, así como su nexo con el sistema de las relaciones políticas y las formas ideológico sociales.
El debate teórico político en la sociedad es necesario y hace parte de la acción política dirigida a la construcción de una dirección alternativa de lo nacional popular, constituyéndose los trabajadores, campesinos, las comunidades, los empleados y clases medias críticas en fuerza potencial hegemónica soberana y autónoma de dirección tanto en la sociedad política como en la sociedad civil. El intercambio de ideas unido al compromiso político contribuye a superar la subalternidad secular del pueblo y a avanzar actuando con propuestas y acciones para influir en un programa histórico de emancipación.
El Estado ético político moderno no es sólo una máquina burocrática de opresión, ni un aparato exclusivo de dominación ideológico-política de las clases capitalistas. Hoy necesitamos entenderlo en su evolución en sentido integral como relación político institucional e ideológica de fuerzas que actúan y se conforman en el marco de una dada hegemonía, en base a la articulación histórico-concreta entre la estructura orgánica capitalista, las clases y grupos sociales asentados en dicha estructura y su conformación política e ideológica vinculada a la cultura, al poder y a las instituciones. En su sentido de identidad/distinción entre sociedad política y sociedad civil, el Estado no es definible teóricamente si no lo entendemos como expresión compleja de objetivos, fines, sistemas de poder y procesos histórico políticos mundiales y nacionales que se han tendido a afirmar con el desarrollo capitalista y como concreción de formas políticas de dominio y hegemonía en los distintos países. Sólo con ello podremos realizar un procedimiento de método para operativizar en el pensamiento crítico el paso de la conceptualización de lo abstracto del poder público moderno como hegemonía, al análisis de lo específico concreto de los Estados contemporáneos; para tratar de articular nuestro conocimiento del poder concentrado y centralizado del Estado con las múltiples formas de poder que todos los días se generan y prevalecen entre las clases y en todos los poros, instituciones y relaciones de la sociedad.
2. Tres momentos histórico-políticos y tres horizontes teóricos clásicos del Estado capitalista: las contribuciones de Hegel, Marx y Gramsci
El Estado moderno no ha sido siempre lo mismo en tanto fenómeno de poder social y entidad pública de lo común: tiene una historia y es resultado de procesos que lo han ido conformando como organismo vivo que sufre cambios, hasta llegar a lo que es hoy como poder transnacional del capital financiero dominante y aparato hegemónico en crisis a nivel nacional. Para profundizar nuestro análisis crítico caracterizamos tres momentos clásicos del Estado moderno en la historia y en la teoría, sin que ese análisis sea algo cerrado y acabado. Con otros acentos podríamos descubrir otros momentos con distintas relaciones de fuerzas y rasgos teóricos.
El primer momento del Estado moderno: el Estado como interés general de la comunidad política abstracta
Su constitución como Estado moderno está asociada al establecimiento de una comunidad política abstracta en que el poder político, después de asumirse como primus inter pares, pasa a reclamar su lugar en la modernidad como un poder ético político del interés general de todos los individuos libres con voluntad, aun cuando en la realidad histórica se presente como institución permeada todavía con restos señoriales basado en derechos políticos desiguales. Producto de la confluencia y transformación de las monarquías absolutistas europeas con la disolución de las comunidades feudales se constituye como órgano de poder público unificado territorial y nacionalmente capaz de realizar los nuevos derechos y libertades de los individuos que buscan su participación en instituciones ético-políticas de dominio[3]. En América Latina el poder social tuvo otro origen y expresión: se organizó en diversas formas políticas autóctonas asociadas a la vida comunitaria y en Mesoamérica al despotismo teológico tributario. Ese poder fue destruido por la conquista, pero se mantuvo vivo en los submundos populares de la colonia y, como las pirámides mexicas, debajo de lo que fue destruido con los cañones continuó habiendo una autoconstrucción colectiva de poder social que sin duda hará su aporte a la vida latinoamericana junto a las diversas otras experiencias de poder social de la región.
En Europa la confluencia histórico política cultural y social que dio origen al Estado moderno fue teorizada por Hegel en sus obras de inicios del siglo XIX[4]. Tuvo su gran momento como cristalización del nuevo poder en la revolución francesa de 1789-1794 y se manifestó en las vicisitudes del Estado constituido por ella y en su ciclo de desarrollo posterior. Diferente a los Estados absolutistas previos sancionados en el pacto de Westfalia de 1648, el Estado surgido de la revolución fue un Estado en que se ratificaban los derechos de todos los individuos (masculinos y mayores de edad) a la igualdad, libertad, seguridad y propiedad. Así se mantuvo luego durante el Primer imperio de Napoleón y bajo las reformas de las monarquías constitucionales sucesivas en 1815 y 1830, hasta la segunda revolución política de 1848-50, en que el poder de la burguesía pasó por varias etapas restringiendo y readecuando esos derechos y libertades[5]. El caso francés fue importante porque en ese país se produjeron las luchas más claras y profundas que en Europa instauraron el poder estatal moderno.
En México, país que en América Latina constituye un caso similar al francés en tanto prototipo de cambios estatales profundos[6], la referencia es lo que se vive en el proceso de independencia e instauración de la naciente república en la primera mitad del siglo XIX hasta llegar a la revolución de Ayutla. Es ejemplo de la conquista del Estado político independiente, tal como lo concibieron políticamente nuestros padres fundadores, y como lo pensó críticamente nuestro ilustre Mariano Otero. El Estado independiente generalizó el objetivo de la libertad moderna y dio pie a las luchas sociopolíticas que fueron arrancando derechos político-electorales para los individuos. Desde el punto de vista de la lucha política popular, en esta fase, la cuestión para las fuerzas políticas progresistas mexicanas era ampliar derechos propugnando la separación Estado/Iglesia, luchando por reformas electorales y constitucionales, y apoyando la ampliación del Estado político hacia la conquista de la democracia política.
Para el Marx joven el Estado político europeo con contenido e instituciones ético-políticas de voluntad individual, libertad y seguridad de la propiedad, no era el Estado político de la verdadera democracia, sino el poder de una comunidad política de individuos con ciudadanía abstracta que se ostentaba como el poder general, pero constituía una apariencia que ocultaba la fuerza e influencia decisoria de los propietarios privados actuando a través de los derechos abstractos en que las condiciones sociales reales de los individuos se difuminaban. Y ante ello Marx esperaba que la reforma electoral para ampliar el sufragio universal pudiera limitar y disminuir esa abstracción y llevar a la existencia una democracia capaz de expresar las necesidades del pueblo[7]. Pero en la realidad europea el Estado moderno estaba permeado por instituciones cerradas, dominado por el despotismo y los líderes institucionales de las nuevas monarquías constitucionales, al servicio de las élites de poder económico y político y mayormente conformado por éstas, sin una participación plena de derechos de las grandes masas de la población. Las clases existían en proceso de transformación bajo la realidad de un capitalismo temprano en que la industria no había alcanzado la hegemonía en las relaciones sociales de producción y reproducción de la época.
El Estado como unidad en un ámbito de disputa de proyectos políticos diferenciados de las diversas clases y fracciones de clase
Un siguiente momento, en Europa, de teorización crítica del Estado político moderno se da cuando el poder político ya garantiza y viabiliza algo más que los derechos y libertades individuales. Se constituye históricamente en el dominio conjunto de las distintas fracciones de capitalistas, terratenientes, campesinos, pequeños productores e intelectuales y políticos, momento en el cual prevalecen organizaciones, instituciones y formas políticas que establecen una relación de poder de los grandes grupos sociales recreados por la industrialización; es el tiempo en que el Estado moderno en Francia pasa a ser el prototipo de “Estado republicano democrático”, en el que se produce una aguda lucha por el dominio entre fuerzas sociales y proyectos políticos distintos estructuralmente. Como resultado de la crisis, la revolución política y las transformaciones de 1848 y 1852, en Francia se universaliza de nueva cuenta el sufragio y se reconocen diversos derechos económico sociales -el derecho al trabajo, el derecho a participar en la asamblea nacional. Ello constituye históricamente el segundo gran momento del Estado moderno. La disputa de clases que lo caracteriza no existe como lucha de partidos y movimientos plenamente conscientes y definidos en sus intereses, sino que tiene mucho de una lucha entre programas espontáneos de los distintos agrupamientos sociales y sus partidos. Se muestra que el Estado es nacional en la medida en que el sufragio abarca el derecho de participación electoral de las distintas clases del territorio y de la producción y reproducción social -burguesía y proletariado, pero también de los campesinos y otros grupos sociales. La característica de este Estado es que pasa a ser un “ámbito de disputa política abierta por el dominio entre clases y conjuntos de aliados diversos”, dicho Estado es un órgano permeable a la influencia de la sociedad. Pero el ejemplo de lo que sucede en Francia muestra la complejidad de la disputa y la dificultad para la gran mayoría de los trabajadores de asumir sus intereses diferenciados, ejercer su poder unificado y ganar influencia nacional, en alianza con los campesinos y la pequeña burguesía. Los textos de Marx, tanto el titulado El XVIII Brumario de Luis Bonaparte (1851), como el documento del Mensaje inaugural a la Asociación Internacional de trabajadores (1864), y el de Engels Contribución al problema de la vivienda (1873), son quizá los mejores análisis de este segundo momento estatal.
En México este segundo momento del Estado se constituye desde mediados del siglo XIX hasta inicios del siglo XX. Es cuando se produce una disputa abierta entre liberales y conservadores, comerciantes, terratenientes y finqueros; los primeros, son promotores del desarrollo capitalista, el libre comercio y la separación del Estado respecto de la Iglesia, además del reconocimiento de los derechos y libertades individuales bajo la reforma de la constitución en 1857, en la cual se afirman las reformas juaristas y las instituciones económicas, educativas, militares y políticas modernas. Bajo este Estado se amplió la participación individual hasta plantear el derecho general al sufragio, sin permitir, empero, la inclusión en el voto de las comunidades indígenas ni de los campesinos siervos de los enclaves finqueros. Este Estado expresa el dominio de las élites y la imposición de un proyecto de modernidad con participación del capital extranjero y de los latifundistas. La democracia era vista equivocadamente como como un largo proceso que sólo el avance de la industria y la educación podrían consolidar[8], situación que fue criticada con la lucha popular de obreros mineros y textileros, de los campesinos de Zapata y los intelectuales y políticos críticos del partido liberal mexicano de los hermanos Flores Magón y los hermanos Serdán, que bregaban por la participación ciudadana, el sufragio efectivo, la no reelección y su desenlace revolucionario.
El Estado como hegemonía
El tercer momento histórico político y estructural del Estado moderno es el que da la tónica de lo que será el papel realmente dominante del Estado en la sociedad capitalista ya mundializada: se produce cuando el capitalismo industrial y la vida urbana se han impuesto en las sociedades y se han extendido en el mundo del siglo XX, creando la unidad y la diferencia entre el capitalismo central y el capitalismo periférico, así como se han acentuado las características de transferencia del valor de éste último al primero, reforzando a aquél en su calidad de capitalismo dependiente.
El Estado pasa a ser la expresión político cultural compleja y universal del dominio del capital. Sus marcos de actuación son la defensa del orden impersonal del capital sobre los procesos productivos, el mercado y la política, al cual se someten todas las clases que hacen parte de la sociedad civil. El capitalismo y el trabajo abstracto se expanden mundialmente y se reproducen a partir de los monopolios financieros y la subordinación del trabajo abstracto a las leyes del valor y a la acumulación de capital, en tanto son el eje de la consolidación del orden capitalista. En ese orden, el capital se constituye como la potencia económica que lo domina todo[9]. Se impone como si fuese un orden natural y es ideológicamente aceptado por las grandes mayorías.
En este tercer momento del Estado moderno, las instituciones políticas se consolidan como instituciones parlamentarias hegemónicas y los partidos y las clases políticas dirigentes se convierten en fuerzas copartícipes de la dirección política, integrando incluso a los partidos subalternos de masas de las clases trabajadoras, campesinas y de pequeños y medianos propietarios, con sus respectivos intelectuales y políticos. Estas fuerzas se ven obligadas a “ser institucionales”, es decir a aceptar las leyes y acuerdos que sustentan las instituciones del orden capitalista y de su institucionalidad burocrática. Es el momento del Estado como forma política de la relación de capital y como institución hegemónica en la sociedad. La sociedad se siente Estado y el Estado se supone sociedad.
Junto a la anterior transformación se produce un tremendo despliegue del dominio del Estado a través de sus formas burocráticas, legales, administrativas y militares de represión, pero se amplía el ámbito hegemónico de la dirección de la sociedad y de su articulación con las formas ideológico-políticas de la sociedad civil. Es el momento del Estado burocrático autoritario y social que se presenta y desarrolla como democrático liberal, es decir, es un poder con hegemonía[10]. La fuerza es subsumida en la hegemonía económica, política y cultural. En el ámbito político la subsunción hegemónica se produce a partir de la legalidad y legitimidad del juego parlamentario, de mayorías y minorías, independientemente de las diferencias nacionales de la forma del Estado. Este es el momento en que el Estado se constituye como ecuación positiva entre sociedad política y sociedad civil; sucedió en torno de proyectos nacionales en los países que reconocieron derechos sociales y políticas públicas de bienestar y seguridad, pues contaban con suficiente excedente, producto de la acumulación en la edad de oro del capitalismo mundial (1945-1975).
El poder pasó a ser la unidad de hegemonía política y hegemonía civil afirmativa del orden del capital y de un Estado burocrático separado de la sociedad. Esta última, en Occidente y en menor medida en algunos países de América Latina, se constituye en un elemento social de universalización y de cohesión ideológico política de la fuerza histórico política de la dominación del capital y de la dirección de la sociedad. La sociedad civil recibe los beneficios de múltiples instituciones y derechos económico sociales, se complejiza y pasa a adquirir, como sostiene Gramsci, “el sentido de hegemonía política y cultural de un grupo social sobre la entera sociedad, el contenido ético del Estado”[11].
En la mayoría de los Estados occidentales y en forma parcial en algunos de América Latina, se genera un gran despliegue de formas institucionales y organizativas sociales de tipo asociativo ideológico cultural, que son posibles en condiciones de relativa libertad ideológica y constituyen el hombre colectivo y el conformismo social en torno al orden del capital ya que aceptan como natural la diferencia de dirigentes y dirigidos: contribuyen a ello múltiples concepciones del mundo, creencias, asociaciones y fuentes colectivas de educación civilizatoria basada en la producción e intercambio ideológico: escuelas, libros, revistas y medios de comunicación de masas que van conformando el sentido común capitalista de la sociedad. Por ello la hegemonía ideológica y política civil se constituye en una trinchera social profunda y sólida del Estado y de sus instituciones[12]. En cierta forma la sociedad civil se hace ella misma el sostén ideológico cultural y social del Estado y se convierte en ámbito central de una potencial disputa de las clases. De ahí se deriva la importancia estratégica para las clases trabajadoras y campesinas de una lucha de posiciones que cambie las concepciones político culturales, cuestione pacientemente la subalternidad de la sociedad a la hegemonía prevaleciente y vaya generando una política alternativa de dirección político cultural popular en los distintos ámbitos de la vida. Y las clases trabajadoras, las y los productores medios y pequeños y las y los campesinos tienen una tarea extraordinariamente difícil, aun cuando en las crisis se posibilita la potencia de la crítica y la praxis, y se acelera la educación política, con la incorporación de la intelectualidad crítica a la lucha social en que se disputa la hegemonía.
El Estado hegemónico en Occidente se constituye de 1871 a 1940, sufre una merma con el avance del fascismo y bajo las dos guerras mundiales, pero se reconstruye con creces bajo el nuevo orden mundial liberal democrático posterior al desenlace de la segunda guerra[13].
En nuestros días el Estado como poder hegemónico de la clase capitalista sigue prevaleciendo pero desde 1975 presenta múltiples elementos que llevarán a su crisis en el siglo XXI. Las fuerzas histórico-políticas dirigentes de la globalización neoliberal muestran crecientes dificultades para mantener la hegemonía estatal dentro de los ámbitos nacionales de los países debido a sus políticas de oligarquización de la política, de financierización de la economía, de uso utilitario de la ciencia, la técnica y el conocimiento, de destrucción de derechos sociales y ambientales, además de las políticas de despojo, guerra localizada e intervencionismo militar y político de las grandes potencias. Existe una crisis orgánica latente del Estado del siglo XXI que en muchos lugares ha devenido en crisis política abierta debido a la lucha activa de las grandes masas contra la oligarquización, desnacionalización, despolitización y burocratización extrema del poder político. Ello lleva al agotamiento de los ciclos nacionales del Estado neoliberal y a la vuelta al dominio puro para mantener vivos justamente los Estados de competencia.
Hay dos rasgos adicionales respecto de este Estado basado en la hegemonía que conviene destacar. Uno es el extraordinario peso administrador, regulador y político que tienen las burocracias y los intelectuales en el juego político ideológico. Y el segundo es la precariedad relativa del Estado en los países de capitalismo dependiente, aun cuando la hegemonía sea un rasgo central del dominio del Estado.
3. Las relaciones de fuerzas en el ámbito del Estado
En términos de la relación de fuerzas y de la relación entre el movimiento orgánico mundial del capitalismo y su conexión con las luchas político-culturales nacionales y sus formas políticas, los tres momentos del Estado mencionados se pueden analizar incluyendo una consideración acerca de la incidencia del grado de organización, conciencia y homogeneidad de los diversos grupos sociales y su capacidad de contrapoponer su propia influencia y dirección como tales. Cuando la nueva sociedad moderna estaba sometida al Estado absolutista la gran mayoría de los individuos y clases vivían su relación con el poder político en términos de formas económico corporativas, sin proyecto político propio capaz de proyectar una universalización de los intereses de clase. Por lo mismo, era un momento de sufrir el poder y la orientación del Estado sobre el conjunto social como un poder separado y ajeno, capaz de imponerse como poder externo, surgido de la sociedad pero que la determina y se le impone[14]. En términos de Gramsci, es el localismo, la pobreza y fragmentación de la sociedad civil la que permite que el Estado la determine[15]. La sociedad es gelatinosa y ajena al Estado: el Estado lo es todo y la sociedad civil nada.
Bajo el segundo momento del Estado, cuando se entroniza en el ámbito político legal la disputa de clases y de proyectos entre fuerzas antagónicas, se da la disputa entre clases por la construcción democrática, es cuando la sociedad logra participar en el Estado, pero lo hace sin una comprensión teórica clara de sus diferencias y sin una distinción de los intereses de ésta. Se impone el orden capitalista a partir del dominio de las élites que dirigen el Estado.
Se puede decir que hoy aun prevalece el tercer gran momento del desarrollo del Estado moderno, el del Estado como hegemonía política y civil y como orden del capital, pero con respecto a las relaciones de fuerza, estamos en un nivel en donde las grandes mayorías de trabajadores y productores han retrocedido en su organización autónoma y en su crítica histórica social de las relaciones capitalistas y del Estado moderno. Se ha retrocedido en cuanto a la politización social alcanzada a inicios del pasado siglo XX. Pero se trata, pensamos, de un paso atrás que permitirá avanzar en el siglo XXI dos pasos adelante. Las clases populares siguen siendo protagonistas de múltiples movimientos sociales y luchas parciales, pero no tienen ya un proyecto propio de disputa de la hegemonía política y cultural y no trabajan para ampliar la vida democrática en forma multifacética para generar poder autónomo y cuestionar el orden capitalista. Es decir, son subalternas a la hegemonía del capital ejercida por medio de la economía, la cultura y la política del Estado parlamentario moderno y consideran todavía que es bajo el orden económico del capital y político del Estado que pueden ejercer a plenitud sus derechos y libertades para participar e incluso compartir la administración del Estado moderno. Pero la crisis está ahí, latente, tanto en la economía, como en el Estado. La lucha de resistencia y el trabajo democrático en la crisis genera muchos elementos con los cuales se podrá ir conformando un proyecto en que la política del día a día se articule con la conformación de un programa histórico de emancipación.
4. Los Estados burocráticos de competencia, nacionales-transnacionalizados
La figura de los estados nacionales de competencia es la última fase del momento del Estado como hegemonía, pero también es la forma en que se produce la dominación de los sectores financieros oligárquicos de la transnacionalización del Estado, con poco margen para que las sociedades, crecientemente despojadas de muchos derechos y restringidas en sus libertades bajo la bandera de la acumulación de capital en la competencia intercapitalista e interestatal, incidan en las instituciones nacionales. El Estado de competencia prioriza la valorización del gran capital mundial y especialmente del capital financiero y rentista-extractivista y para mantener la hegemonía despliega una campaña mediático cultural y político burocrática mundial para convencer a la sociedad de que los propios trabajadores, los campesinos y las comunidades, con su atraso y su falta de capacidad científico técnica y de superacion son los responsables de la reducción de los derechos y libertades. El neoliberalismo es la ideología del Estado nacional-transnacionalizado-de competencia, Y ante su crisis impulsa políticas de fascismo en la sociedad, que terminan por mermar la hegemonía del Estado moderno. Al privatizar las instituciones del Estado e impedir que la sociedad exprese sus luchas y proyectos en la institucionalidad del Estado y en sus formas parlamentarias está sustituyendo la hegemonía por el dominio autoritario dirigido y apoyado por masas de las clases medias y las clases altas.
De lo antes dicho se derivan tres fenómenos para la lectura de la situación actual: en primer lugar, la crisis de los Estados de competencia, figura contemporánea del Estado moderno, resultado del distanciamiento creciente de la mayoría de la sociedad respecto de las instituciones y las clases políticas que dirigen los asuntos públicos. La autoridad del Estado en la sociedad se debilita y pierde muchos elementos de su hegemonía ante la incapacidad de las instituciones del Estado para atender sus reivindicaciones y garantizar sus derechos. La crisis del Estado de competencia se manifiesta en las revueltas sociales y políticas y en que el Estado pierde su hegemonía en las masas.
La crisis contemporánea del Estado genera un segundo fenómeno: las élites tienden a privilegiar el elemento de dominio, optan por el recurso al Estado de excepción y al fascismo societal, es decir, acuden a la imposición de la fuerza por decretos de Estado, o por una excesiva ingerencia del poder militar y policiaco represivo sobre la sociedad, a la cual le tienden a coartar sus derechos y libertades, para garantizar con el apoyo de masas fanatizadas el programa internacional y nacional de dominio del capital financiero, rentista-extractivista.
El tercer fenómeno que se produce en la crisis del Estado es la tendencia a que la sociedad cuestione electoral y políticamente la hegemonía del Estado existente, por medio de luchas de movimiento o luchas de posiciones, por la vía electoral o de las luchas de los movimientos sociales, para reclamar la reconstitución democrática y nacional del Estado y sus instituciones.
En América Latina, el Estado moderno en su característica contemporánea de Estado de competencia ha sufrido el debilitamiento de su hegemonía, en condiciones en que se aprecian síntomas de crisis de las instituciones democráticas. La figura de un Estado parlamentario que unifica los proyectos, resuelve los conflictos y neutraliza las resistencias se ve contestada por frecuentes crisis políticas y luchas sociales.
En México el Estado de competencia se impuso como política dominante con perspectivas hegemónicas a partir de un gran fraude electoral -golpe de Estado técnico- en 1988, dando lugar a un nuevo ciclo del poder político.
En los años ochenta del siglo anterior ya había indicios de una fase de crisis de agotamiento del Estado capitalista nacional desarrollista de rasgos autoritarios. Esa fase hacía parte del final del ciclo del Estado iniciado con la revolución mexicana de 1910-21 y actualizado por el proceso reformista de 1936-40. Aquel Estado tuvo como particularidad el conformarse como un dominio dirigido por un partido de Estado, legitimado por el movimiento obrero y campesino oficial, y encubierto por la gran difusión de la ideología “de la revolución mexicana”, acompañada de una amplia educación popular. En los años cincuentas y los setentas se caracterizó por el predominio corporativo autoritario del proyecto nacional desarrollista impuesto por un poder despótico burgués con un proyecto de hegemonía. La sociedad civil organizada en centrales obreras, campesinas y populares perdió su vida autónoma y fue sometida por distintas formas de violencia, de corporativismo, de elevación del bienestar social y de subalternidad ideológica al pensamiento estatal que giró en torno al orden del capital. La sociedad se subordinó a la ideología de un “Estado de todas las clases”, que encubrió y acompañó el capitalismo histórico mexicano. En la década de 1958 a 1968 se produjo la crisis de esa forma estatal y de su hegemonía, por medio de sucesivas luchas sociales obreras, de capas medias y en menor medida también campesinas y comunitarias nacionales, constituyendo un gran afluente de lucha social nacional por la democracia. Después se produjo una modificación democrática del régimen político que sufrió una sobredeterminación de una política neoliberal a partir de 1983.
EL ciclo del Estado de competencia neoliberal sufrió ondulaciones desde su inicio en 1983 hasta su agotamiento en 2018. Sus fases principales forman parte de un ciclo constitutivo que alcanza un gran vigor con el fraude de 1988 y se continua, bajo un progresivo desgaste, con las reformas estatales y cambios de gobierno de 1988, 1994, 2000, 2006 y 2012. El Estado de competencia se impuso, pero tuvo una capacidad hegemónica débil, en un prolongado proceso de putrefacción de las instituciones históricas de seguridad pública y social. La clase política dirigente se transformó en partido del orden, dirigido por una casta política oligárquica y corrupta, legitimada sobre todo por el capital financiero y energético transnacional.
5. La actual crisis política y de hegemonía del Estado en México
La crisis orgánica latente provocada por la imposición y el agotamiento del Estado de competencia terminó convirtiéndose en fenómeno vivo y presente en la contienda electoral de 2018. En las actuales circunstancias de 2020 el Estado continúa su crisis en la medida en que muchas de sus instituciones y políticas están ligadas a la vieja hegemonía, están vinculadas al Estado nacional de competencia, al orden y a las fuerzas de la globalización neoliberal y conviven con las nuevas políticas nacionalistas y desarrollistas del gobierno progresista de López Obrador. Vivimos un importante momento de crisis del Estado y de constitución conflictiva de las bases de un nuevo Estado democrático nacional popular.
La crisis política del Estado une dos impulsos vitales de transformación que están actuando para crear un nuevo Estado integral con perspectivas hegemónicas alternativas, el de la sociedad política reformadora y el de la sociedad civil popular movilizada. Son esos dos impulsos los que conforman el programa real de la presidencia y dan lugar a una disputa democrática nacionalista popular por y en el Estado. Los dos ejes están entrelazados. Son el movimiento político del gobierno de Morena, que se plantea como estratégicos; la recuperación del Estado y de sus instituciones histórico nacionales, la separación del poder político y el poder económico, el impulso a una economía de mercado capitalista que se expanda en las regiones atrasadas del país, y la recreación de una economía estatal y social. Su programa, con todo y sus contradicciones internas, está dando innovación a la democracia radical en la búsqueda de una transformación del Estado capitalista y está generando la modificación abrupta de las relaciones políticas. La sociedad política está en conflicto y esa realidad expresa las contradicciones que operan en la situación de las fuerzas que actúan en el país.
Junto a la sociedad política que gira en torno a las nuevas políticas de gobierno, existe otra corriente de transformación con un impulso propio y un cierto grado de autonomía en sus perspectivas y propuestas, asentada en la sociedad civil y en gran parte de los movimientos sociales, que está intentando crecer por sí misma, a la vez que el núcleo central de esta sociedad civil trabaja para acompañar al nuevo gobierno. Se trata de la lucha de la sociedad por generar una nueva voluntad colectiva nacional popular, por incidir en la política para disputar la hegemonía. Además de recuperar el Estado y sus instituciones históricas nacionales, busca transformarlo, para limitar el poder burocrático que surge como normalidad en cualquier proyecto y para acelerar la politización de la sociedad con una visión propia y crítica de los problemas nacionales, con influencia en la economía social, comunitaria y cooperativa, en una intención de incidir en las políticas del día a día para vincularlas con la lucha de proyectos político culturales de las clases y agrupamientos sociales populares, es decir, despliega prácticas políticas que buscan articularse a la gran política y al programa histórico de emancipación.
La disputa popular por la hegemonía civil[16].
La construcción de una política colectiva y unificada de codirección de la nación y la sociedad por parte de las clases trabajadoras, campesinas, comunitarias y algunos sectores medios requiere hacer coincidir en ese propósito y objetivo a los intelectuales críticos del país para constituir un bloque social, político y cultural capaz de disputar la hegemonía. La crisis del Estado y el momento constitutivo de renovación actual del Estado mexicano se producen en el contexto mundial del paso a la cuarta revolución digital que abre muchas opciones para una sociedad del conocimiento con fuerza crítica y civilizatoria, se abren paso en medio de la crisis de un orden global desigual, excluyente de la participación política de los pueblos y trabajadores y con una política económica bárbara sustentada en la sobreexplotación, el despojo, el rentismo y el extractivismo de los recursos sociales y nacionales. Un país no lo puede todo en un mundo interconectado e interdependiente, pero si está cohesionado en términos de unidad de sociedad política y sociedad civil puede resistir y afirmar cambios sustanciales en un mundo en crisis y renovación profunda. Acecha el Estado de excepción, pero es también el momento glorioso de profundización democrática, liberadora de los pueblos y constructora de un nuevo orden de hegemonía civil popular.
Conclusiones
El paso de lo abstracto a lo concreto está lleno de dificultades. El pensamiento crítico del Estado es imprescindible para el análisis concreto de una situación, de una coyuntura y de un momento constitutivo como el que vive México. La cuarta transformación es un proyecto que tiene un programa orientador gubernamental nacionalista sumamente atrasado y sin crítica histórico social del capitalismo mexicano o de la hegemonía institucional imperante pero cuyo desenlace y destino no está aún escrito: será resultado no sólo del gobierno y sus contradicciones, sino de un proceso en movimiento y de la elevación política de un pueblo trabajador y productor, de voluntades individuales, colectivas y comunitarias que tienen todo para profundizar las transformaciones y para constituirse en el verdadero sujeto de los asuntos públicos, esto es, en sujeto que se ve a sí mismo como la confluencia de sujetos e identidades locales y parciales, capaz de dirigir, con sus propias fuerzas y con el compromiso de intelectuales y políticos, una gran transformación de las instituciones y organizaciones sociales e ideológicas. Podrá ser el parto de un nuevo Estado democrático en un mundo que resiente la crisis de su actual globalización. Bajo una nueva ecuación de sociedad política y sociedad civil el Estado mexicano naciente se perfila como la recuperación del Estado histórico, su modernización y transformación en un poder público de sujetos populares y nuevas instituciones y leyes, permeado por la democracia participativa viva de influencia de la gran masa popular de trabajadores, campesinos, comunidades e intelectuales críticos convertidos en voluntad colectiva unificada para un nuevo fin político emancipatorio.
[1] Zavaleta, René, “Las formaciones aparentes en Marx” (1978), “Problemas de la determinación dependiente y la forma primordial” (1982), “El Estado en América Latina” (1983) en Obra completa, tomo II 1975-1984, La Paz: Plural, 2013.
[2] Liguori, Guido, Roteiros para Gramsci, Rio de Janeiro: UFRG, 2007.
[3] Perry Anderson. El Estado absolutista, Ciudad de México: Siglo XXI, 2009.
[4] Hegel. Principios de filosofía del derecho, Buenos Aires: Sudamericana, 2004.
[5] Marx y Engels. Manifiesto del Partido Comunista, varias ediciones.
[6] Véase Lucio Oliver. El Estado ampliado en Brasil y México. Radiografía del poder, las luchas ciudadanas y los movimientos sociales, Ciudad de México: UNAM, 2009. También, Enrique Semo, “El ciclo de las revoluciones burguesas en América Latina”. En Historia mexicana. Economía y lucha de clases, Ciudad de México: Era, 1978.
[7] Hegel. Filosofía del Derecho, op cit.; Marx. Crítica da filosofia do direito de Hegel, São Paulo: Boitempo, 2013.
[8] Justo Sierra. La evolución política del pueblo mexicano. Buenos Aires: Biblioteca virtual universal, 2013.
[9] Karl Marx. Grundrisse (Fundamentos de la crítica de la Economía política) de 1857-1858. São Paulo: Boitempo, 2011. Introducción.
[10] Gramsci, A. Cuaderno 6, parágrafos 136, 137 y 138. En A. Gramsci, Cuadernos de la Cárcel, Ciudad de México: Era, 2000.
[11] Gramsci, A. Cuaderno 6, parágrafo 24. Cuadernos de la Cárcel, Ciudad de México: Era, 2000.
[12] Gramsci, A. Cuaderno 13, parágrafo 7. Cuadernos de la Cárcel, Ciudad de México: Era, 2000.
[13] En otras latitudes y con otras formas sociales y contenidos espirituales, el socialismo de Estado también hizo parte del tercer momento del Estado moderno, se caracterizó por su poder político preñado de ideología, su sustento en la industrialización y en el mercado, por la unidad entre un poder político dirigente y una sociedad de conformismo social, y fue carente de la libertad de autoorganización que había en Occidente. La hegemonía del Estado en el socialismo burocrático se fue deteriorando hasta que sufrió un extraordinario derrumbe histórico a finales del siglo pasado.
[14] Marx y Engels. A ideología alemã (La ideología alemana), reedición de la original, São Paulo: Boitempo, 2007.
[15] Gramsci. Cuaderno 1, parágrafo 130. En A. Gramsci, Cuadernos de la Cárcel, Ciudad de México: Era, 2000.
[16] Véase Vacca, Giuseppe. “De la hegemonía del proletariado a la hegemonía civil”. Texto que se publicará, en dos entregas, a partir del próximo número de Memoria. Revista de crítica militante.