El 24 de noviembre de 1910, el coronel Felipe Ángeles envió un mensaje a México desde la ciudad de Orleáns, Francia. En esa misiva dirigida a la Secretaría de Guerra y Marina, Ángeles indicó que toda la prensa francesa estaba informando sobre el estallido civil en México. Ante esto, él creía que, “en realidad”, su país se encontraba “envuelto en una lamentable guerra fraticida”. Agregó que compartía “la amargura común” y esperaba que lo llamaran para dar sus “servicios en el ejército con mando de tropas”. Estas fueron las palabras de un militar quien veía a la distancia aquel levantamiento armado, cuyas formas inesperadas se conjuntaron y a la postre se convirtieron en una de las revoluciones más impactantes de inicio del siglo XX.
Felipe Ángeles fue un militar singular que participó en la revolución mexicana del lado rebelde, pero que no gozó de las loas del triunfo revolucionario: lo fusilaron en noviembre de 1919, después de un fallido regreso del exilio en defensa de la Constitución de 1857. En las memorias de quienes lo conocieron quedan algunos retratos que pueden ser contradictorios. Federico Cervantes, hombre cercano y subordinado a Ángeles, escribió una biografía apologética del general. En contraparte, Bernardino Mena Brito escribió El lugarteniente gris de Pancho Villa. En la literatura, la trágica muerte de este general está presente en la obra de Nellie Campobello y de Elena Garro.
En los años ochenta y noventa, los trabajos académicos comenzaron a dar más información sobre este personaje que era mencionado por su cercanía con Francisco I. Madero y Francisco Villa, y por su oposición a Venustiano Carranza. Ya con un interés enfocado en Ángeles, se encuentra la recopilación documental del historiador Álvaro Matute y los libros de Byron Jackson y de la historiadora Odile Guilpain. Si bien es cierto que estos trabajos nos muestran la vida de Ángeles, ni su figura ni las preguntas relacionadas con su participación en el proceso revolucionario fueron agotadas. En este contexto historiográfico se inserta el libro de Adolfo Gilly, el cual puede considerarse la investigación más ambiciosa y mejor documentada sobre este personaje.
I
Este libro se divide en ocho grandes secciones que dan cuenta detallada de la acción de Felipe Ángeles entre 1910 y 1914; con una novena sección de epílogo referente a la muerte del general. En dicha trama, a modo de flashbacks, se pueden leer datos y anécdotas de la juventud de Ángeles y rasgos de su personalidad. Si nos atenemos a la revisión cronológica, Gilly estudia al hombre educado en el ejército porfiriano, que después de haber estado en una misión en Francia, regresó a México y formó parte del gobierno de Francisco I. Madero, primero como director del Colegio Militar y después al frente de la Séptima Zona Militar, con sede en Cuernavaca, para combatir a los zapatistas, en donde llevó a cabo una guerra “menos violenta” que su antecesor.
Ángeles fue exiliado a Francia después del cuartelazo de Victoriano Huerta y el asesinato de Madero en febrero de 1913. En meses posteriores, a fines de ese año, regresó a México para incorporarse al Ejército Constitucionalista de Venustiano Carranza. Al cabo de un periodo corto de estancia en Sonora y de ser nombrado Subsecretario de Guerra, se separó del Primer Jefe y se adhirió a la División del Norte para ir al frente de batalla. Con ese ejército campesino, Ángeles y Villa avanzaron, tomaron puntos claves del norte de México y derrotaron al ejército porfiriano. Hasta aquí, el autor finaliza la secuencia de eventos políticos centrales del libro. Ahora bien, sin hacer un análisis exhaustivo ni detallado, a continuación, comento otros temas relevantes y novedosos del libro.
Como toda buena biografía, Gilly reconstruye el tiempo y el espacio de su personaje. De forma fascinante, describe el ambiente francés en que Felipe Ángeles estaba inmerso cuando Madero convocó al levantamiento armado en noviembre de 1910. En este sentido, muestra el panorama político de la prensa francesa. Por un lado, a los oficialistas alarmados por lo que ocurría en México. Por el otro, a los socialistas de L’Humanité de Jean Jaurès que publicaban a favor de la revolución y contra el régimen porfiriano.
Gilly apunta que la estancia de Ángeles en Francia no fue circunstancial. De telón de fondo, aquel joven coronel vivía un “destierro encubierto” como consecuencia por las críticas que había hecho a los “viejos mandos militares”. Este tema nos introduce al interesante análisis del ejército mexicano. Este punto no es menor y se destaca por su documentación e interpretación. Con habilidad, el autor va mostrando a los militares más influyentes del periodo que, si bien aceptaron la renuncia de Porfirio Díaz, se mantuvieron activos conspirando e intrigando. De esta forma, Gilly nos habla de la crisis interna de esta institución y relata de qué manera “se iba cocinando a fuego lento en el ejército lo que se llamaría la Decena Trágica”.
El autor se introduce en la conspiración militar y observa a un presidente acorralado que, como única acción y quizá desesperada, fue a buscar a Felipe Ángeles, quien se encontraba en Morelos negociando con los zapatistas. Según Gilly, “Madero llevó a Ángeles a esa trampa”. El primero no logró escapar y el segundo salvó la vida y se fue exiliado.
Para fines de 1913, Felipe Ángeles regresó de dicho exilio y se unió a Venustiano Carranza. En Sonora, la ciudad de Hermosillo fue el lugar de refugio de los ex maderistas que convivieron con el Primer Jefe. En este escenario se dieron ríspidas conversaciones que muestran las posiciones encontradas entre Ángeles y Carranza. A partir de una visión divergente de la guerra y de los combates, Ángeles trató de mantenerse distante del Primer Jefe y aprovechó la oportunidad de abandonar el escritorio para entrar en acción al lado de Francisco Villa y su División del Norte.
Aquí inicia uno de los periodos más destacados de Ángeles como general artillero de Pancho Villa. Más de un estudioso de esta relación ha discutido qué tanto convergieron estos dos hombres tan distintos en educación y en personalidad: lo que Gilly destaca es el respeto de Ángeles por Villa. La conjunción de estos dos personajes dio como resultado una de las campañas más exitosas de la época con las batallas de Torreón, San Pedro de las Colonias y Zacatecas. Aunque en el avance y con los triunfos de la División se fue ampliando la brecha con Carranza y los constitucionalistas. Al final, Villa y Ángeles ganaron, pero perdieron. Derrotaron al ejército porfiriano, pero sucumbieron ante Carranza y Obregón. Ese triunfo con sabor a derrota cierra el libro.
II
Como buen historiador, que sigue las huellas y el olor de su presa, Gilly persiguió a Ángeles sin descanso, se sumergió en sus lecturas de juventud, se maravilló con sus alusiones a Alexander Dumas y acompañó a Ángeles en su sueño de ser Athos. Vio al hombre fino, delicado y elegante a quien Huerta apodó el “Napolencito”, y, en más de una ocasión, describieron como un “dandy”. Pero también vio al mexicano de “rasgos delicados y con los ojos más nobles”, con el aspecto de “indio triste”, que delineó la inglesa Rosa King. Aquél que intentó pactar con Emiliano Zapata y que dedicó un escrito al dirigente campesino Genovevo de la O.
El autor auscultó las notas del estudiante del Colegio Militar, revisó sus calificaciones, anotó las materias que impartió, divisó sus puntos fuertes y sus debilidades. Encontró a un militar defensor del arte de la guerra aprendida y practicada en el ejército, enemigo de la improvisación y defensor del cálculo, que miró con desdén las prácticas poco honorables de muchos militares de su tiempo, pero que supo reconocer el liderazgo de Pancho Villa. Ese hombre “gallardo”, “melancólico” con “voz dulce y humilde, en raro contraste con la energía y rapidez de sus movimientos, cabalmente militares”, que describió Martín Luis Guzmán.
Adolfo Gilly siguió minuciosamente los pasos del general metafórica y literalmente. Se fue a Hidalgo y conoció Zacualtipán para obtener la copia del acta de nacimiento de Ángeles. Viajó a Zacatecas y desde los cerros de la Bufa y el Grillo divisó los puntos que el general artillero mencionó en su crónica de esa batalla de junio de 1914. De igual forma, realizó un recorrido por Chihuahua. Los lugares anteriormente mencionados son solo algunas referencias puntuales de la búsqueda de archivos en México, Estados Unidos, Reino Unido y Francia. En dicha empresa, el “capitán Gilly” contó con la colaboración del “teniente Urbina” y la “cabo Pérez”.
El riguroso análisis documental se acompaña de un estilo narrativo con tonalidades trágicas y heroicas al estilo de León Tolstói (aunque quizá por ahí se encuentre un guiño, nuevamente, a León Trotski). Tampoco es extraño que el mismo Gilly ponga énfasis en que este relato es la “reivindicación de la escritura de la historia como género literario”. Aquí, la retórica sí importa y puede abonar a la narrativa histórica, tal como lo expone Carlo Ginzburg.
Antes de concluir estos apuntes generales del libro es oportuno hacer una advertencia. El libro inicia con un prólogo de 1980, publicado en el Uno más Uno que después se reprodujo en el libro Arriba los de debajo de 1986. En la Decena Trágica se recupera lo presentado en un artículo titulado “¿Y de mis caballos, qué?”, incluido en la compilación de Felipe Ángeles en la revolución del año 2008. El libro concluye con el capítulo titulado “Felipe Ángeles camina hacia su muerte” que fue el prólogo al libro de Odile Guilpain. A primera vista, esta unión de partes puede resultar algo extraña. No obstante, la revisión en su conjunto da cuenta de la historia del autor con su personaje. Se observa a un Felipe Ángeles revisado por su biógrafo a través del tiempo y se aprecia la pluma de Gilly en diferentes momentos de su vida.
Es notable que Adolfo Gilly lleva décadas detrás de Ángeles, a quien reconoció desde La revolución interrumpida de 1971. En sus inicios, Gilly habló de reconstruir la trayectoria y vida de Felipe Ángeles, pero esta obra va más allá: observa al hombre de acción, de ideas políticas, de estrategias militares, de formación intelectual, pero también trata de llegar a sus entrañas. No es fortuito el epígrafe de Marc Bloch y la mención de la frase “escrutar su alma”. Con ello, el autor se sumerge en un ámbito moral del honor, la gloria, el respeto, la compasión, la lealtad, la soberbia y la arrogancia. En suma, nos muestra a un personaje complejo, con muchos matices y contradicciones. Sea ésta una invitación para que se acerquen al volumen y conozcan a este general cautivador.
Adolfo Gilly, Felipe Ángeles, el estratega. México: Ediciones Era, 2019.
* Doctora en Historia por El Colegio de México. Profesora en la UNAM y en la Ibero-CDMX.