MARX, LA COMUNA Y NUESTRO TIEMPO

Lecciones de la construcción del Estado

En este 2021 se cumple el 150 aniversario de una de las gestas más importantes en la historia de las luchas por la emancipación. La Comuna de París es una de las herencias más significativas en el transcurso de la conformación del horizonte simbólico del socialismo como proyecto histórico y en los esfuerzos por democratizar la sociedad. Sin embargo, la posibilidad de dialogar y traducir el significado de aquella experiencia, debe contemplar, necesariamente, nuestro presente histórico.

Karl Marx exploró con detalle elementos de la construcción política del Estado que la Comuna realizó en su breve tiempo de existencia. La importancia del análisis del revolucionario alemán, nos permite sugerir algunos de los elementos más novedosos, que contienen una gran pertinencia si los hacemos dialogar con nuestro presente. Como ejercicio de análisis político, podemos señalar que La Guerra Civil en Francia marcó el derrotero de la construcción de la estatalidad alternativa que los comuneros, con heroísmo y sacrificio, lograron.

Como bien es conocido, Marx y sus seguidores, marcaban diferencia respecto al anarquismo y su tradicional desconfianza del Estado. Para Marx, el Estado como construcción política de la sociedad, era un momento necesario del movimiento general por la emancipación. Al señalar la necesidad de construir otra estatalidad, Marx se alejaba de los anarquistas y procedía, en la observación de las experiencias concretas. No partía de especulaciones, ideales o principios inamovibles. Escribió, así, que: “La clase obrera no esperaba de la Comuna ningún milagro. Los obreros no tienen ninguna utopía lista para implantar par décret du peuple [por decreto del pueblo]”. Es esta la primera gran lección de la Comuna: las transformaciones ocurren sin planes totales, diseñados con anterioridad, ni siguen los guiones de algún iluminado. La transformación social es la que ocurre, con los actores, capacidades, sueños y condiciones realmente existentes. Marx mismo observaba esta gran diferencia con otras vertientes del socialismo y con los anarquistas. No había intención de cargarle a ninguna experiencia con “milagros”.

Este principio de realidad política puede ser traducido por nosotros como una razón política: los tiempos, ritmos y formas de la transformación no ocurren según los libros y los deseos, sino de acuerdo a las posibilidades y voluntades de los actores políticos reales. Dos son las tendencias de realidad política que Marx destacó en la construcción política que hizo la comuna. La primera fue que la forma del poder político se estableció bajo el grito de la “república social” y la segunda es que reactivó al “organismo social […] que hasta entonces venía absorbiendo el Estado parásito”. Se trata de una relación distinta a la que comúnmente imaginamos en el entramado de la movilización social. Aquí, la relación entre una figura metafórica del “arriba” -representada por el Estado- y un “abajo” -las fuerzas en la sociedad- no está escindida. Es el conjunto de las clases sociales que aspiran a cambios radicales en la forma de la reproducción de la vida el que alza su voz, imponiendo como forma de gobierno ese “grito” por la “república social” en tanto que la construcción política estatal contribuye al re-animamiento de la sociedad, que se encontraba dispersa o disgregada en sus lazos por un Estado parásito. Así, entre el grito y la construcción de una nueva estatalidad, tenemos el círculo completo de la transformación socio-política. Esto viene bien para recordar que no solo bastan las energías sociales autogestionarias, sino que la emergente construcción política capta el nuevo impulso en la sociedad y este, como lo muestra el ejemplo histórico de la comuna, también se labra en las instancia de construcción del Estado. Es decir, la formulación de una nueva estatalidad puede ser, en determinados transcursos y configuraciones políticas, el ejercicio de la sociedad misma, vivificándose y dándose energías. La voz no sólo grita en el vacío, sino que se transforma en construcción estatal efectiva. Es significativo insistir en que la Comuna innovó al cristalizar los deseos y aspiraciones colectivos en tanto derechos sociales universales.

Por su parte, la idea de desplazar o derruir al Estado parásito es clave en nuestros días. Para Marx, en su análisis de la Comuna, hay dos nociones que se imponen como elementos claves. La primera es la del cuestionamiento de la “superioridad” de algunos para el ejercicio del poder. Para Marx, el hecho de que la Comuna introdujera la posibilidad de que todas y todos pudieran acceder a los cargos administrativos, judiciales y de enseñanza, era parte del gran componente democratizador en la construcción política de la comuna. Acontecía una ruptura del “monopolio del gobierno” por parte de los que hoy llamaríamos especialistas o técnicos. Frente al fetiche de la superioridad técnica, la Comuna en tanto forma democrática, demostró que cualquiera podía gobernar. Así, dice, “… realizaron su labor de un modo modesto, concienzudo y eficaz…”. La experticia es una clave para la sociedad moderna y la gestión de las fuerzas productivas, pero en los temas del ejercicio de gobierno, el impulso democratizador imponía la ruptura de cualquier fetiche de los especialistas. 

La segunda noción, concomitante del rechazo a una capa especializada separada de la sociedad, es la que refiere a los salarios de los representantes gubernamentales. Tema que se encuentra como una de las grandes proyecciones que la Comuna hizo y Marx destaca de manera contundente. Frente a la sociedad del despilfarro y el desperdicio, la Comuna impuso un gobierno austero. En el tiempo de su vida, la cuestión de los salarios era la clave: “todos los funcionarios, altos y bajos, estaban retribuidos como los demás trabajadores. […] Con este sistema se ponía una barrera eficaz al arribismo y la caza de cargos, y esto sin contar con los mandatos imperativos que, por añadidura, introdujo la Comuna para los diputados a los cuerpos representativos”. Esta clave, de ejercicio austero de la construcción política –es decir, con una voluntad construida al calor de los combates– generaba múltiples ataques. Marx, en tono irónico, señalaba que esta decisión de la comuna causaba “convulsiones de rabia” entre los opositores. Se señalaban dos marcas de identidad, por un lado, que el gobierno no era cuestión exclusivamente de expertos y que la construcción de la “república social” no podía privatizar la gestión de lo común a un pequeño grupo. Los salarios bajos son, además, un mensaje: el trabajo que se convoca alrededor del Estado es, también, un asunto que rebasa los privilegios, tanto epistemológicos (de los “expertos”) como en la dimensión de la retribución.

La Comuna, escribió Marx, fue ante todo un ejercicio de pedagogía política práctica, que mostró a los socialistas de la época una nueva forma de hacer las cosas. Aquí, no eran los ideales preconcebidos los que movían la experiencia de la emancipación. Para Marx, era el movimiento real y concreto, el que enseñaba a los socialistas. Para Marx era el fin de la “escuela de la conspiración” que alimentaba el espíritu de la secta política. Ésta, acostumbrada a la idea de grupos pequeños de participantes decididos como el actor protagónico que realizaba los cambios, perdía esa significación. La acción de la Comuna desquiciaba lo estatuido y mostraba que las transformaciones se hacen de acuerdo y por mor de la participación de grandes mayorías. Derribaba con ello, ideas pre-concebidas, principios supuestamente inamovibles. Era expresión de la imaginación política de quienes empujaban los cambios en la sociedad, dejó su huella o el rastro reconstruible en las señas de identidad de una nueva forma de concebir la política. 

De conjunto tenemos un doble movimiento en la expresión viva de esta construcción. Por un lado, frente a los anarquistas y anti-estatistas, resalta la necesidad de pensar en clave de las grandes mayorías, que se asumen como el soporte de los cambios. Una radical lección contra las sectas políticas. Frente a los especialistas y técnicos que han monopolizado el ejercicio del poder, es la demostración de que es posible gobernar de otra manera. Imaginar y formular una nueva estatalidad en clave de otros presupuestos, como puede ser el de la austeridad y el del ejercicio democrático, para mostrar a los adalides del orden que fenece como verdaderos “estafadores cosmopolitas”. 


NOTAS

  Marx, Karl, “La guerra civil en Francia”, Obras escogidas, Tomo II, Moscú, Progreso, p. 237.

  Ibid, p. 233.

  Ibid, p. 235.

  Ibid, p. 238.

  Ibid, p. 199.

  Ibid, p. 238.

  Ibid, p. 240.