El concepto de hegemonía, en los escritos de Gramsci entre 1926 y 1935*
En los Cuadernos el nexo intelectuales-hegemonía es elaborado conceptualmente partiendo del llamado a uno de los principios fundamentales de la filosofía de Marx contenido en el “Prólogo”de la Contribución a la crítica de la economía politica de 1859. La elaboración tiene inicio en los meses en los cuales Gramsci traduce una parte de ese Prólogo de 1859 y tiene como punto de partida un significativo desarrollo del concepto de ideología que ahí solo quedaba esbozado. Se trata de la afirmación según la cual, dado que el cambio histórico tiene origen en la contradicción entre desarrollo de las “fuerzas materiales de producción” y las “relaciones de producción existentes”, es “en el terreno [de las] formas ideológicas” que “los hombres toman consciencia de este conflicto y lo resuelven”. La referencia a este principio aparece por primera vez en el párrafo 15 del Cuaderno 4, simultáneo a la traducción del Prólogo, y Gramsci lo transforma en el concepto de realidad de las ideologías. Él desarrolla entonces aquel concepto en agosto de 1932, y, polemizando con Croce, lo vincula al concepto de hegemonía. Según Croce, escribe, “las ideologías son para los gobernados un engaño querido y consciente. Para la filosofía de la praxis [al contrario], las ideologías son todo lo contrario de arbitrarias; son hechos históricos reales, que hay que combatir y revelar en su naturaleza de instrumentos de dominio no por razones de moralidad etcétera, sino precisamente por razones de lucha política: para hacer intelectualmente independientes los gobernados de los que gobiernan, para destruir una hegemonía y crear otra, como momento necesario del trastocamiento de la praxis”, es decir, de la acción colectiva capaz de producir cambios políticos de relevancia histórica.
La primera cuestión a observarse es que, a diferencia del período 1924-1926, el concepto de hegemonía ya no queda vinculado al problema de la conquista del poder por parte del proletariado, sino que se refiere a la conquista y ejercicio del poder por parte de cualquier clase o grupo social. Como hemos visto, esta extensión tiene su origen en la introducción del problema de los intelectuales en el esquema analítico del materialismo histórico, y al mismo tiempo define la dirección en la cual Gramsci desarrolla su teorización. El problema es doble: por un lado, surge la exigencia de articular la concepción marxista de la modernidad capitalista centrada en la polaridad burguesía-proletariado; por el otro, restituido a los intelectuales (“grandes intelectuales”, “intelectuales intermedios”, “intelectuales como masa”) el rol de actores del proceso histórico, coloca la exigencia de no recaer en la concepción liberal. En otras palabras, se trata de no atribuir al rol de los intelectuales una “neutralidad” y una infundada autonomía. En el terreno analítico Gramsci parte de la reconstrucción de una experiencia histórica determinada, el Risorgimento italiano; en el plano teórico enfrenta el problema nodal de la filosofia de la praxis: el problema de la relación entre teoría y práctica. Este doble movimiento generaliza el concepto de hegemonía como criterio interpretativo de la politica y de la historia, y define el campo teórico en el cual el rol histórico de los intelectuales es articulado por la función que ocupan en el conjunto de las relaciones entre gobernantes y gobernados, dirigentes y dirigidos. El tema, ya delineado en el ensayo sobre la cuestión meridional, es retomado al inicio de la redacción de los Cuadernos, y en su desarrollo aparecen las primeras teorizaciones realizadas del nexo intelectuales-hegemonía y de la hegemonía como interpretación ‘monográfica’ del proceso de formación del Estado-nación. El análisis se desenreda a través de los párrafos 43 y 44 del Cuaderno 1, datables en febrero-marzo de 1930. Reelaborados en orden inverso en los párrafos 24 y 26 del Cuaderno 19 (febrero de 1934 – febrero de 1935), constituyen el núcleo principal de la interpretación del Risorgimento. El párrafo 43 del Cuaderno 1 reanuda los análisis esbozados en las tesis de Lyon y en el ensayo sobre la cuestión meridional, extendiéndolos al periodo 1849-1860 y fijando los primeros puntos de referencia para la definición de las fuerzas en campo (los moderados y el Partido de Acción). El análisis se desarrolla por grandes líneas hasta abarcar la crisis de la posguerra, y Gramsci inserta aquí una primera formulación de la teoría general de los intelectuales:
“Por intelectuales hay que entender no [solo] aquellas capas designadas comúnmente con esta denominación, sino en general toda la masa social que cumple funciones organizativas en sentido lato, tanto en el campo de la producción, como en el de la cultura, como en el campo administrativo-politico”
Observamos cómo el tema de los intelectuales no queda conjugado con el concepto de hegemonía, dado que el entero párrafo no analiza en esta clave el Risorgimento. En el párrafo siguiente, sin embargo, encontramos tanto las primeras formulaciones generales de la teoría de la hegemonía, como su estrecha articulación con la teoría de los intelectuales. Con la clara intención de extraer una generalización teórica del análisis histórico de un caso nacional, Gramsci titula el párrafo: Dirección política de clase antes y después de la llegada al gobierno. Precisamente al fin de seguir el desarrollo teórico del tema, iremos entonces citando tanto de la segunda, así como de la primera redacción. Gramsci define la hegemonía como dominio y en conjunto como dirección intelectual y moral; de la primera redacción se deduce que “dirección intelectual y moral” abarca tanto la “hegemonía política”, como la “hegemonía cultural”. Escribe que “un grupo social puede e incluso debe ser dirigente aun antes de conquistar el poder gubernamental (ésta es una de las condiciones principales para la misma conquista del poder); después, cuando ejerce el poder yaunque lo tenga fuertemente en el puño, se vuelve dominante pero debe seguir siendo también ‘dirigente’”.
La identificación entre “dirección” y “hegemonía política” emerge más claramente en la primera redacción, donde Gramsci, afirmando que la cuestión no cambia ni antes ni después de la llegada al gobierno, redacta:
“Puede y debe existir una ‘hegemonía política’ incluso antes de llegar al gobierno y no hay que contar solo con el poder y la fuerza material que éste da para ejercer la dirección o ‘hegemonía política’”
El insistir en la necesidad de conquistar la hegemonía politica antes de llegar al gobierno y en que una vez llegados al gobierno, no hay que contar solo con la “fuerza material”, sino continuar ejercitando la hegemonía política, tiene múltiples implicaciones: primero, la indicación de que la hegemonía se conquista en la “sociedad civil” y no en la “sociedad política”; segundo, que en la sociedad civil la hegemonía no coincide con la fuerza, sino se configura como “dirección intelectual y moral”; tercero, la tesis de que la política no se agota en el gobierno y en el Estado, sino abarca un conjunto de relaciones más amplio del uno y del otro. Es la concepción del Estado como unidad de “sociedad política” y de “sociedad civil”, la que vimos resumida en la carta a Tania del 7 de septiembre de 1931. Y es la teorización del nexo intelectuales-hegemonía, dado que “en la sociedad civil obran especialmente los intelectuales”. De hecho, poco después Gramsci formula el núcleo fundamental de la teoría de los intelectuales: la concepción del “intelectual orgánico”. Es oportuno no pasar por alto el análisis histórico del cual extrae la generalización teórica: la hegemonía de los moderados en el Risorgimento y en el Estado unitario. A los ojos de Gramsci, su hegemonía tenía origen en la coherencia entre representados y representantes, o sea, en el hecho que la élite política moderada, a diferencia del Partido de Acción, constituía la expresión de un conjunto de fuerzas económicas, sociales y culturales determinadas y coherentes:
“Los moderados eran ‘intelectuales’, ‘condensados’ ya naturalmente por la organicidad de sus relaciones con las clases de las que constituían la expresión (en toda una serie de ellos se realizaba la identidad de representado y representante, de expresado y expresivo, o sea los intelectuales moderados eran una vanguardia real, orgánica de las clases altas porqué ellos mismos pertenecían económicamente a las clases altas: eran intelectuales y organizadores políticos y al mismo tiempo dirigentes de empresa, grandes propietarios-administradores de fincas, empresarios comerciales e industriales, etcétera). Dada esta condensación o concentración orgánica, los moderados ejercían una poderosa atracción, de forma ‘espontánea’, sobre toda la masa de intelectuales existentes en el país en estado ‘difuso’”.
Reconstruido en su génesis, el concepto de “intelectual orgánico” no deja duda alguna de que, para Gramsci, la politica tiene fundamento en las categorías de representar y representación, en la coherencia entre “expresado y expresivo”; y, por lo tanto, de que en su pensamiento no hay algún rastro de organicismo, a diferencia de lo frecuentemente sostenido por interpretes superficiales o parciales. Para Gramsci, se podría afirmar, la politica o es democrática o no es. Empero, la conclusión más importante que él extrae del análisis de un caso ejemplar de entramado entre función social de los intelectuales y “actividad hegemónica” tiene un carácter abiertamente teórico y contiene el núcleo de su concepción de los intelectuales: se devela aquí, escribe Gramsci a continuación,
“la verdad de un criterio de investigación histórico-político: no existe una clase independiente de intelectuales, sino que cada clase tiene sus intelectuales; pero los intelectuales de la clase históricamente progresista ejercitan tal poder de atracción, que acaban, en último análisis, por convertir en sus subordinados a los intelectuales de las otras clases y por crear el ambiente de una solidaridad de todos los intelectuales con vínculos de carácter psicológico […] y a menudo de casta”
En este ensayo no nos proponemos seguir tal concepción en todas sus evoluciones. Más bien, nos interesa detectar sus implicaciones en relación a la teoría de la “sociedad civil” y a la teoría del Estado. En un texto B (o sea, de redacción única) del Cuaderno 6, datable en diciembre de 1930, Gramsci escribe, en sus notas, que el concepto de sociedad civil “se emplea a menudo […] en el sentido de hegemonía política y cultural de un grupo social sobre la sociedad entera, como contenido ético del Estado.” Para Gramsci, en contraste con Marx y el marxismo, la sociedad civil no abarca el conjunto de las relaciones de producción, sino se ubica entre éstas y el Estado: “Entre la estructura económica y el Estado con su legislación y su coerción está la sociedad civil” Puesto el Estado como unidad de “sociedad politica” y de “sociedad civil”, también hay que esclarecer su distinción. Ahora bien, escribe Gramsci, aun si “en la realidad efectiva sociedad civil y Estado se identifican, todavía los dos conceptos conciernen a aspectos diferentes de la vida del Estado. Es posible indicarlos esquemáticamente como el momento de la ‘fuerza’ y el momento del ‘consenso’, que, sin embargo, nunca proceden desligados y se presentan entrecruzados en varias ‘combinaciones’. Entre Estado y sociedad civil hay por lo tanto una distinción ‘metodológica’, no ‘orgánica’”.
Mientras va desarrollando el concepto de hegemonía, es natural que Gramsci formule una concepción del Estado que ni es aquella del Estado-fuerza del “realismo” liberal, ni aquella del Estado-clase de la tradición leninista. Aunque la citación a seguir es extraída del Cuaderno13, y por lo tanto resulta más tardía, es oportuno señalar como la segunda redacción no cambia conceptualmente a la primera, de octubre del 1930:
“El Estado es concebido como un organismo propio de un grupo, destinado a crear las condiciones favorables para la máxima expansión del grupo mismo, pero este desarrollo y esta expansión son concebidos y presentados como la fuerza motriz de una expansión universal, de un desarrollo de todas la energías “nacionales”, o sea que el grupo dominante es coordinado concretamente con los intereses generales de los grupos subordinados y la vida estatal es concebida como un continuo formarse y superarse de equilibrios inestables (en el ámbito de la ley) entre los intereses del grupo fundamental y aquellos de los grupos subordinados, equilibrios en los cuales los intereses del grupo dominante prevalecen pero hasta cierto punto, o sea no hasta el burdo interés económico-corporativo”.
Profundizando el nexo entre teoría de la hegemonía y teoría del Estado, poco después Gramsci esclarece todavía mejor que el Estado -cualquier Estado- se fundamenta en un equilibrio de compromiso de la clase dominante tanto con las clases aliadas, como con las clases subordinadas. Los interpretes han subrayado desde hace tiempo la novedad de tal concepción en el desarrollo del pensamiento gramsciano y su posición crítica hacia la URSS estalinista. Sin embargo, me parece oportuno llamar la atención al momento de su formulación: octubre de 1930, en medio de la polémica sobre el “viraje” y de las “conversaciones” en la cárcel de Turi sobre la Constituyente. El punto más importante, sin embargo, es que, para llegar a esta revisión de la concepción marxista del Estado, la teoría de la hegemonía implica, claramente, una reformulación de la teoría de la lucha de clases: aparece evidente que, para Gramsci, en las sociedades modernas, entre las clases en lucha, no hay solo antagonismo, sino también interdependencia. Tambien esta adquisición se encuadra en un “regreso a Marx”; de hecho, a Marx remonta la afirmación de que es necesario evitar que la lucha de clase desemboque en la “ruina común” de las clases en lucha. De todas maneras, la tesis de que cualquier tipo de Estado se fundamenta sobre un “equilibrio de compromiso” entre las clases y los grupos sociales demuestra cómo el concepto de hegemonía se fundamenta en la elaboración del principio de interdependencia. La teoría de los intelectuales es fundamental para el desarrollo del concepto porque la “expansividad” de las clases dominantes y la elaboración de los valores “universales” articulados a su dominio -en otras palabras, la interacción entre lo “económico corporativo” y lo “ético-politico”- concierne especificamente a la actividad de los intelectuales.
Ante todo, la teoría del “intelectual orgánico” queda fundamentada en la historicización de las capas intelectuales:
“Cada grupo social, naciendo en el terreno originario de una función esencial en el mundo de la producción económica, se crea al mismo tiempo, orgánicamente, una o más capas de intelectuales que le dan homogeneidad y consciencia de su propia función no solo en el campo económico, sino también en el social y politico”.
El concepto define de la manera más tersa la morfología de las sociedades complejas: en la explicación de cualquier actividad técnica queda inscrita una función dirigente; cualquier trabajo posee un cociente intelectual que lo define como supraordenado o subordinado; en el ejercicio de cualquier actividad laboral está inscrita, por lo tanto, una relación asimétrica donde la entera vida de la sociedad se configura como un sistema de relaciones entre gobernantes y gobernados, dirigentes y dirigidos. Naturalmente, estamos hablando de formaciones sociales originadas por el modo de producción capitalista. Last but, not least, la teoría de los intelectuales, aquí recapitulada de manera sumaria, incide, como hemos mencionado al inicio, sobre el problema de la relación entre teoría y praxis. Si la teoría de la hegemonía implica una re-formulación de la teoría de la lucha de clases, parece evidente que también su fundamento filosófico debe ser repensado. Innovando el concepto de hegemonía, la teoría de los intelectuales innova también la filosofia marxista por lo que concierne el punto nodal de la relación entre teoría y praxis, porque consiente formular el problema de su relación como un problema histórico y no teórico: la “cuestión” de la “unidad de la teoría y de la práctica”, escribe Gramsci en noviembre de 1931, debe ser “configurada históricamente, o sea constituye un aspecto de la cuestión politica de los intelectuales”. El fundamento de tal teorización es que “una masa humana no se ‘distingue’ y no se vuelve independiente “por sí misma” sin organizarse (en sentido lato) y no hay organización sin intelectuales, o sea sin organizadores y dirigentes, o sea sin que el aspecto teórico del nexo teoría-práctica se distinga concretamente en un estrato de personas “especializadas” en la elaboración conceptual y filosófica”.
En este ensayo, no perseguimos profundizar las implicaciones de tal tesis en el desarrollo de la filosofía de la praxis; más bien dirigiremos la mirada hacia la extensión del nexo hegemonía-interdependencia desde el terreno nacional (relaciones entre las clases al interior del Estado) hacia el internacional (el nexo entre politica interior y politica internacional).
Interdependencia, “hegemonía civil”, cosmopolitismo
En la carta de respuesta a Togliatti del 26 de octubre de 1926, Gramsci, reiterando sus posiciones sobre la “cuestión rusa”, escribía:
“La cuestión de la unidad no solo del P.R. sino también del núcleo leninista, es […] una cuestión de la máxima importancia en el campo internacional, es, desde el punto de vista de la masa, la cuestión más importante en este periodo histórico de intensificado proceso contradictorio hacia la unidad”
La última expresión contiene la visión del proceso histórico mundial que rige la elaboración de los Cuadernos: la visión de un proceso más intenso, aunque contradictorio, de unificación del mundo. Aquella visión se había conformado en la experiencia de la Gran Guerra y quedará profundizada y especificada en los Cuadernos. La percepción de la época actúa entonces como un conector entre los escritos “juveniles” y los Cuadernos de la cárcel. Por lo tanto, acercándonos al análisis de la extensión del nexo entre hegemonía e interdependencia hacia las relaciones internacionales tendremos que lanzar una mirada a los escritos de 1916-1919 dado que, en este aspecto, constituyen un término de comparación, hasta, se podría sostener, conforman una fuente directa de la teoría general de la hegemonía.
La caracterización del “periodo histórico” actual como “de un intensificado proceso contradictorio hacia la unidad” gira alrededor de dos conceptos fundamentales: la mundialización y la interdependencia. El “espíritu del tiempo” que inspira la visión de Gramsci puede ser ejemplificado por un autor muy querido en las filas del socialismo “intransigente” italiano de las primeras décadas del siglo pasado: Norman Angell. La obra más afortunada del periodista inglés, La gran ilusión, había sido publicada en Italia en el año 1913, y lo que resulta impresionante es la analogía entre su análisis de la globalización de la economia mundial entre finales del siglo XIX y los primeros años del XX, y los procesos en curso desde hacía alrededor de veinte años. En el prefacio a la edición Humanitas, que tenemos bajo nuestros ojos, Angell era incluso representado como el “descubridor” “de la interdependencia económica de las naciones civiles”. Para Gramsci, que ya tenía familiaridad con Marx, la “interdependencia económica” no podía constituir un “descubrimiento”; no obstante, el análisis de la mundialización desarrollada en La gran ilusión era tan persuasiva como para volver a Norman Angell uno de sus autores.
El primer punto para subrayarse es la adhesión de Gramsci a la tesis de que la interdependencia económica favorece la paz entre las naciones y puede ser una palanca para alejar continuamente, hasta eliminar del todo, el peligro de guerra. Gramsci lo escribe claramente el 24 de julio de 1916 y lo reitera una vez más el 23 marzo de 1918 refiriéndose precisamente al autor inglés. Empero, es aún más significativo que Gramsci, desarrollando en forma original su visión del liberalismo económico, no solo no adhiere a las teorías del imperialismo, sino elabora su propia doctrina de la guerra: para él, el imperialismo no es una categoría económica (no indica un cambio morfológico del capitalismo), sino política. La guerra es concebida como “una necesidad”, escribe, solo por determinados “grupos económicos” y fuerzas políticas, es hija del proteccionismo y del nacionalismo que son ambos fenómenos políticos, no expresiones de presuntas “leyes económicas”.
En esta línea se coloca su acercamiento al proyecto de la Liga de las Naciones, propuesto por el presidente de los Estados Unidos Woodrow Wilson el 8 enero de 1918. Lo de Gramsci es un planteamiento favorable e iluminador, que culmina en afirmar que, si la Sociedad de las Naciones se realizara según el diseño wilsoniano, constituiría el “presupuesto” “del advenimiento de la Internacional socialista”. Nos limitaremos a los puntos sobresalientes de su análisis. La Liga de las Naciones, escribe el 19 de enero, “es el intento de adecuar la politica internacional a las necesidades de los intercambios internacionales”; “representa una compensación de la politica con la economia”; “es el grande Estado burgués supranacional que ha disuelto las barreras aduanales, que ha ampliado los mercados, que ha mudado la respiración de la libre competencia y permite las grandes empresas, las grandes concentraciones capitalistas internacionales”. Son análisis muy interesantes que contienen in nuce la teoría de la crisis y de la guerra que será desarrollada en los Cuadernos donde, como es sabido, ambos fenómenos quedan atribuidos al contraste entre el “cosmopolitismo” de la economia y el “nacionalismo” de la política. Y no menos relevante es la percepción de la supranacionalidad como la vía maestra para adecuar los espacios de la politica a la mundialización de la economía. Aquí, empero, conviene detenerse en las categorías analíticas que Gramsci elabora durante la experiencia de la Gran Guerra, cuando su pensamiento está todavía dominado por la previsión del “advenimiento de la Internacional”. Anotamos, en rápida sucesión, el recurrir a la “interdependencia” como categoría interpretativa de la “estructura del mundo”; la evaluación del Commonwealth británico como nacimiento de una “nueva forma de sociedad” gracias a la creación de una “colosal federación” capaz de resolver “el problema de las nacionalidades”; la previsión de que la Sociedad de las Naciones girará alrededor de un bloque anglo-americano que constituirá “una libre federación [que incluye a] 500 millones de habitantes y una inmensa extensión de territorio, que dominará y someterá bajo su control a los mares de todo el mundo”. “Con toda probabilidad”, escribe Gramsci, será “el nuevo fenómeno que caracterizará la historia del siglo XX” constriñendo a “las naciones latinas […] a volverse satélites de la nueva formidable fuerza histórica que se está constituyendo”. Y “será un bien”, añade, no solo porque las naciones serán obligadas a des-envejecer, sino también porque, tal vez, la paz “quedará asegurada precisamente por este constituirse de una enorme potencia, en contra de la cual cualquier otra sería débil y se desmoronaría en el choque”.
El análisis describe el surgimiento de una nueva hegemonía en las relaciones internacionales, fundamentada en la expansividad de la potencia industrial, comercial y cultural de los países capitalistas más avanzados, capaz de difundir el desarrollo y promover la paz. La expresión exacta utilizada por Gramsci no es hegemonía, sino preeminencia; empero, el concepto de hegemonía internacional está ya presente y queda fundamentado en la interdependencia económica y en la creación de espacios políticos adecuados a los espacios de la economía:
“La liga de las naciones es la Cosmópolis capitalista, con ciudadanía de millonarios; […] es la ficción jurídica de una jerarquía internacional de la clase burguesa con la preeminencia de los anglosajones individualistas sobre los otros burgueses”
El articulo comenta el armisticio con Alemania y el comienzo de la Conferencia de París. En ésta Gramsci ve chocar dos configuraciones del capitalismo post-bélico, entre las cuales el “bloque” Wilson-Lloyd George está destinado a prevalecer sobre el militarismo a la Foch. En su visión, el enfrentamiento configura “la suprema revolución de la sociedad moderna, la génesis de la unificación capitalista del mundo. Disciplinado por una jerarquía de Estados, iguales por ficción jurídica”. La previsión y la esperanza de que el bloque norteamericano prevalecerá lo inducen a plantearse una pregunta radical, o sea, si ya no esté madura la superación de la función principal del Estado-nación, consistente en la generación de la ciudadanía:
“¿La sociedad capitalista se ha diferenciado tanto en su desarrollo progresivo hasta entrar definitivamente en su fase suprema del individuo superior aun al Estado y ciudadano de la Sociedad de las naciones?”
Empero, cuando la Conferencia de Paz concluyó con el Tratado de Versalles que restablecía en Europa continental el bipolarismo entre los dos nacionalismos, el francés y el alemán, el pensamiento de Gramsci sufrió una brusca inversión de ruta. Ya mentalmente encuadrado en la recién nacida Internacional Comunista (marzo de 1919), Gramsci veía en el “capitalismo anglo-americano” un “monopolio del globo” que proletarizaba las naciones subordinadas y, sobre todo, destruía cualquier semblanza de soberanía:
“El Estado nacional ha muerto -escribía el 15 de mayo refiriéndose a Italia- convirtiéndose una esfera de influencia, un monopolio en manos de extranjeros. El mundo está ‘unificado’ en el sentido que se ha creado una jerarquía mundial que disciplina y controla autoritariamente a todo el mundo; la concentración mayor de la propiedad privada ha tenido lugar, todo el mundo es un trust en manos de algunas docenas de banqueros, armadores e industriales anglosajones”.
Empezaba el periodo bolchevique de la vida de Gramsci. Empero, antes de regresar a los Cuadernos, conviene recordar otros dos aspectos sobresalientes de la influencia ejercida por la Gran Guerra sobre la formación de su pensamiento: la visión de la guerra como factor de aceleración e intensificación de los procesos de mundialización; la individuación en ella del surgir de una irreversible subjetividad de las masas (con origen en la yuxtaposición de obreros y campesinos en la guerra de trinchera) convertidas en el factor nuevo y determinante de la historia del siglo XX.
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Habiendo reconstruido, a grandes rasgos, el leit motiv de la visión gramsciana del siglo XX, nos parece que el nexo entre hegemonía e interdependencia en los Cuadernos puede volverse más perspicuo y resulte más fácil seguir la progresiva generalización del concepto de hegemonía tanto como categoría heurística, así como categoría estratégica. En particular, intentaremos iluminar la relación entre fuerza y consenso tanto en la concepción del Estado, como en la búsqueda de una solución a su crisis.
El primer punto concierne el esclarecimiento de dos fórmulas con las cuales Gramsci enuncia el problema del Estado. En un célebre parágrafo del Cuaderno 10, de fecha de abril-mayo de 1932, después de haber subrayado la relevancia de la teoría de los intelectuales para definir la relación entre fuerza y consenso, Gramsci atribuye a Lenin el mérito de haber justamente configurado el problema construyendo “la doctrina de la hegemonía como complemento de la teoría del Estado-fuerza y como forma actual de la doctrina cuarentayochesca de la “revolucion permanente.” Los puntos a esclarecer conciernen a la complementariedad de fuerza y consenso, y a la afirmación de que la concepción leniniana de la hegemonía habría superado la fórmula marxiana de la “revolucion permanente”, re-elaborándola y adecuándola a la situación contemporánea. Hay que recordar cómo, elaborando el concepto de hegemonía, Gramsci lo conecta a la “guerra de posición”, que considera la forma prevaleciente de la lucha politica después de la Gran Guerra, además, volviendo a llamar una vez más la atención hacia el Marx del Prólogo de 1859, afirma que “en él está contenido en embrión también el aspecto ético-político de la política o la teoría de la hegemonía y del consenso, además del aspecto de la fuerza y de la economía”. Sin embargo, aquí no podemos profundizar estas advertencias. Es al contrario oportuno examinar ante todo en qué relación están, para Gramsci, fuerza y consenso en la vida del Estado. Bajo el perfil analítico él se refiere a la experiencia clásica del Estado parlamentario:
“El ejercicio “normal” de la hegemonía en el terreno que ya se ha vuelto clásico del régimen parlamentario, se caracteriza por la combinación de la fuerza y del consenso que se equilibran diversamente, sin que la fuerza domine demasiado al consenso, incluso tratando de obtener que la fuerza parezca apoyada en el consenso de la mayoría, expresado por los llamados órganos de la opinión pública”.
Gramsci considera la experiencia del régimen parlamentario el “‘perfeccionamiento’ jurídico-constitucional” de la “formula [de origen jacobina] de la revolucion permanente” dado que en el curso del siglo XIX, en Europa, la complementariedad de fuerza y consenso se había realizado gracias a la “hegemonía permanente de la clase urbana sobre toda la población, en la forma hegeliana del gobierno con el consenso permanentemente organizado” a través de “el desarrollo de la iniciativa privada […] de carácter moral y ético”. En otras palabras, el proceso de nation building, iniciado por las élites burguesas después de la conquista del Estado, se había desarrollado realizando la unidad de ciudad y campo y promoviendo un enorme desarrollo de la ”sociedad civil”. Gracias a este doble movimiento, su dirección se apoyaba prevalentemente sobre el consenso.
Empero, según Gramsci, el proceso histórico recién recordado “dura, en general, hasta la época del imperialismo y culmina en la guerra mundial”. “En el periodo de la posguerra, [al contrario], el aparato hegemónico se cuartea y el ejercicio de la hegemonía se vuelve permanentemente difícil y aleatorio.” La escena europea es dominada por la crisis del Estado-nación y la relación entre fuerza y consenso se decide con base en la solución que se logra dar a aquella crisis. Tres son los puntos sobresalientes de la crisis del Estado-nación: crisis de hegemonía de las burguesías europeas, que “se reducen siempre más a su fase inicial económico-corporativa”, o sea, regresan “a la concepción del Estado como pura fuerza”; cambio del rol de los “intelectuales tradicionales” que, desligándose de la burguesía liberal, “marcan y sancionan la crisis estatal en su forma decisiva”; “incapacidad del comunismo estalinista y de la socialdemocracia europea de dar una solución a la crisis dado que también “las reagrupaciones progresivas e innovadoras se encuentran todavía en la fase inicial igualmente económico-corporativa”. El problema fundamental, para Gramsci, es cómo atribuir a estas últimas de capacidades hegemónicas (cómo elevarlas de lo “económico-corporativo” a lo “ético-político”). La tarea que él se plantea es elaborar el concepto de hegemonía como concepto estratégico; y una vez más el punto de partida no puede ser otro que el análisis del cambio histórico. Para Marx la “revolucion permanente” indicaba un proceso en dos tiempos: en un primer momento el proletariado habría tenido que adueñarse del poder estatal, entonces, ejercitando la dirección politica, habría remodelado el proceso de nation building cambiando las relaciones de producción y la morfología de las fuerzas productivas. “La fórmula -escribe Gramsci- es propia de un periodo histórico en el que no existían todavía los grandes partidos políticos de masa y los grandes sindicatos económicos y la sociedad estaba aún, por así decirlo, en un estado de fluidez en muchos aspectos: mayor atraso en las zonas rurales y monopolio casi completo de la eficiencia político-estatal en pocas ciudades o incluso en una sola (París, para Francia), aparato estatal relativamente poco desarrollado y mayor autonomía de la sociedad civil respecto a la vida estatal, determinado sistema de las fuerzas militares y del armamento nacional, mayor autonomía de las economías nacionales respecto a las relaciones económicas del mercado mundial, etcétera. En el periodo posterior a 1870, con la expansión colonial europea, todos estos elementos cambian, las relaciones organizativas internas e internacionales del Estado se vuelven más globales y masivas y la fórmula cuarentayochesca de la ‘revolución permanente’ es elaborada y superada en la ciencia política en la fórmula de ‘hegemonía civil’”. El concepto de “hegemonía civil” sustituye el concepto de “hegemonía del proletariado” que habíamos visto dominar en los escritos de 1924-1926. El cambio del lenguaje tiene que ser interpretado a la luz de las innovaciones conceptuales que caracterizan los Cuadernos: “guerra de posición”, “revolucion pasiva”, “bloque histórico”, y está para indicar que, después del 1848, el problema principal del proletariado industrial es la alianza con los campesinos. Empero, la formula “hegemonía civil” significa también que aquella alianza se construye y se mantiene en la sociedad civil, aun antes que en el Estado, y que no se puede ejercitar la dirección del Estado si no se sabe mantener aquella alianza en la sociedad civil. Aparentemente es un volver a proponer el modelo de la Revolucion de Octubre. Empero, entre los cambios acontecidos después de 1870, enumerados por Gramsci, merece particular atención la reducción de la relativa “autonomía de las economías nacionales de las relaciones económicas del mercado mundial”. Tal indicación implica que el análisis de los procesos de formación de los Estados nacionales europeos sucesivos al 1848 debe medirse con la situación de la creciente interdependencia de la economia internacional. La formación del Estado unitario italiano constituye un caso ejemplar tanto de la incidencia creciente de la interdependencia económica, cuanto del rol preponderante que los grupos intelectuales pueden tener en la construcción del Estado. No obstante sea cierto, escribe Gramsci, que tanto para la burguesía, cuanto para el proletariado, el Estado no es otra cosa que la “forma concreta” que asume la unificación del mercado capitalista nacional, todavía “se presenta el problema complejo de las relaciones de las fuerzas internas del país dado, de la relación de las fuerzas internacionales, de la posición geopolítica del país dado”: son todos problemas conexos al crecer de la interdependencia, pero su incidencia no sólo es económica, sino es sobre todo política. “La concepción del Estado según la función productiva de las clases no puede ser aplicada mecánicamente a la interpretación de la historia italiana y europea de la Revolucion francesa hasta todo el siglo XIX”. El Risorgimento italiano demuestra que el Estado nacional puede surgir por la capacidad de una élite “regional” de recoger una coyuntura política internacional favorable (es el caso de la politica de Cavour en las relaciones con Rusia y con Francia), y que la iniciativa puede ser tomada por fuerzas que no corresponden a las clases sociales fundamentales, como por ejemplo élites intelectuales representativas de las experiencias económicas y políticas internacionales más avanzadas:
“Cuando el impulso del progreso no va estrechamente ligado a un vasto desarrollo económico local que es artificiosamente limitado y reprimido, sino que es el reflejo del desarrollo internacional que manda a la periferia sus corrientes ideológicas, nacidas sobre la base del desarrollo productivo de los países más avanzados, entonces el grupo portador de las nuevas ideas no es el grupo económico, sino la capa de los intelectuales”.
Estos análisis llevan a concluir que, también en el plano estratégico, el concepto de hegemonía se encuentra estrechamente conexo al principio de interdependencia. Repensada en esta óptica, la lucha por la conquista de la hegemonía supera la fórmula de la transición. Ahora bien, para Gramsci, la lucha politica se decide con base en la capacidad de las fuerzas políticas y sociales de “combinar” en la forma más útil al país los factores internos y los factores internacionales de su progreso. Si al interior del Estado la hegemonía implica, como hemos visto, la interdependencia entre las clases sociales antagónicas, a su vez, “el equilibrio de compromiso” entre ellas varía según la capacidad de las mismas de “combinar” en la manera más oportuna la política interna y la politica internacional. El concepto de hegemonía presupone el factor interdependencia y al mismo tiempo lo elabora como principio eficiente de la iniciativa política.
El pasaje siguiente concierne entonces el nexo nacional-internacional. Evocando el paradigma de 1926, en marzo de 1933 Gramsci reitera la lección de Lenin y afirma que “la situación internacional debe ser considerada en su aspecto nacional”. Empero añade que “la relación ‘nacional’ es el resultado de una combinación ‘original’ única (en cierto sentido) que en esta originalidad y unicidad debe ser entendida y concebida si se quiere dominarla y dirigirla”. “El punto de partida” de la lucha política es por lo tanto “nacional”. ¿Empero en qué relación están iniciativa nacional e internacionalismo?”.
“La perspectiva es internacional y no puede ser de otra manera. Por lo tanto hay que estudiar exactamente la combinación de fuerzas nacionales que la clase internacional [el proletariado industrial] deberá dirigir y desarrollar según la perspectiva y las directivas internacionales”
El terreno de la hegemonía es, por tanto, el terreno de la confrontación de diversas combinaciones entre los equilibrios nacionales mejores y aquellos internacionales posibles. En otras palabras, la conquista de la hegemonía depende de la capacidad de elaborar el vínculo exterior en el modo más favorable al país en cuestión. Tambien en relación a este aspecto, entonces, el nexo hegemonía-interdependencia me parece incuestionable.
Su proyección estratégica implica una última aclaración, concerniente a la composición social de las fuerzas nacionales que la clase internacional debe proponerse dirigir. Tales fuerzas son “estrechamente nacionales”, en el caso de los “intelectuales como masa”, y “frecuentemente, aún menos que nacionales, particularistas y municipales”, como los campesinos. Por lo tanto, para poderlos dirigir, la clase obrera debe “nacionalizarse”. Empero, a esta altura Gramsci introduce una innovación muy significativa: atenúa la necesidad de nacionalización de la clase internacional porque prevé que la unificación política del mundo pasará necesariamente a través de fases de regionalización de la economía mundial:
“Antes de que se formen las condiciones de una economia según un plan mundial, es necesario atravesar fases múltiples en las cuales las combinaciones regionales (de grupos de naciones) pueden ser varias”.
No tendría dudas en sostener que Gramsci se refiere a la unión europea, y, en la carcel, en contraste con lo que pensaba en los años de la Gran Guerra, parece tomar en consideración la hipótesis federalista; de hecho, escribe en marzo del 1931:
“Existe hoy una conciencia cultural europea y existe una serie de manifestaciones de intelectuales y políticos que sostienen la necesidad de una unión europea: puede incluso decirse que el proceso histórico tiende a esta unión y que existen muchas fuerzas materiales que sólo en esta unión podrán desarrollarse”
Por tanto, la caracterización de la época como “periodo histórico de intensificado proceso contradictorio hacia la unidad” no sólo persiste, sino que se enriquece con pasajes y articulaciones que pueden ser reconducidas a los procesos de regionalización de la economía mundial. En estos Gramsci entrevé las condiciones para superar la crisis del Estado-nación. Como hemos visto, ésta se resume en el regreso de las burguesías europeas a la idea del Estado como pura fuerza: una regresión corporativa que exaspera los nacionalismos y vuelve inevitable la guerra. El re-equilibrio de fuerza y consenso aparece posible sólo en la perspectiva de la supranacionalidad. Construyendo la supranacionalidad se puede frenar permanentemente al Estado-potencia, subordinando nuevamente la fuerza al consenso. Si crisis y guerras brotan del contraste entre el “cosmopolitismo” de la economía y el “nacionalismo” de la política, la solución a las crisis -tanto a las crisis económicas, como al precipitarse hacia la guerra- puede encontrarse sólo en la construcción de nuevos espacios de la política en manera de secundar y disciplinar la vocación mundial del modo de producción capitalista. La unión europea le aparece a Gramsci un objetivo realista y progresivo porque se coloca en tal perspectiva y puede constituir un caso ejemplar de proyección política virtuosa de un igualmente ejemplar proceso de regionalismo económico.
Queda por examinar por lo menos un caso concreto de proyección estratégica del concepto de hegemonía modulado por el nexo nacional-internacional, y naturalmente la mirada de Gramsci se dirige hacia Italia. En el año 1932, mientras el impacto de la crisis mundial sobre la economia italiana era muy agudo, el problema de la reforma agraria y de la reforma industrial regresaba a ser debatido también al interior del fascismo. En un discurso efectuado en el Parlamento, Dino Grandi, ministro de relaciones Exteriores de Mussolini, había sostenido que el contraste entre “el incremento demográfico” y “la relativa pobreza del país” se podía resolver solo en el cuadro de un nuevo equilibrio europeo y mundial que consintiera a Italia desembocar en las “colonias de sobrepoblación”. En una nota de junio, Gramsci no impugna la tesis de la “pobreza relativa ‘natural’ del país”, sino objeta que no habría podido ser superada recurriendo a soluciones exógenas, sino sólo si las clases dominantes hubieran sido capaces de mudar la producción y la distribución de la renta nacional, y, por tanto, la condición de las “clases trabajadoras y productoras” sometidas a una “explotación de rapiña”. Más en general, observa, “la expansión moderna es de orden financiero-capitalista”, no de tipo colonial, ya anacrónico y de todas maneras inhibido para Italia por la carencia de capitales. Ahora bien, “en el presente italiano el elemento ‘hombre’ o es el ‘hombre capital’ o es el ‘hombre trabajo’”. Italia, no habiendo nunca estado en condiciones de competir en la exportación de capitales, “la expansión italiana”, concluye Gramsci, “puede ser sólo del hombre-trabajo”. Por esto señala al proletariado italiano y a sus intelectuales la necesidad de volverse intérpretes de un nuevo cosmopolitismo: “El pueblo italiano -escribe- es el pueblo que nacionalmente está más interesado en una forma moderna de cosmopolitismo. No solo el obrero, sino el campesino y especialmente el campesino meridional”. El deslizamiento semántico desde el internacionalismo hacia el cosmopolitismo indica que, nacionalmente, la alianza entre obreros y campesinos tiene la tarea prioritaria de mudar las bases de la producción de la renta resolviendo el problema histórico del país. La proyección internacional de tal tarea es el objetivo de “colaborar a construir el mundo económicamente de manera unitaria” porqué ésta es la condición “para existir y desarrollarse de hecho como pueblo italiano”. Si, como hemos visto, en la vida del Estado el concepto de hegemonía supera el finalismo de la tradición socialista y comunista (la meta de la “conquista del poder”) y hace de la lucha por la dirección política un objetivo que puede permanentemente contenderse, en la vida internacional la unificación del género humano (el comunismo) ya no es concebida coma expansión mundial, aun con las oportunas variantes nacionales, del comunismo soviético, sino se resuelve en la creación de las condiciones que, país por país, pueden volver a los pueblos capaces de cooperar en la construcción de “una economía según un plan mundial”.