La cultura de la pobreza sesenta años después
En memoria de Alfredo Moreleón
Entrañable amigo
Si se acepta lo que dice Henry James que la vida es toda inclusión y confusión, en tanto que el arte es todo discriminación y selección entonces estas autobiografías tienen al mismo tiempo algo de arte y algo de vida
Óscar Lewis
No hay duda de que el tema de la pobreza es más actual que nunca, pues Andrés Manuel López Obrador se comprometió a gobernar en beneficio de los pobres cuando tomó el poder en 2018. Sin embargo, el concepto de pobreza aún no se ha discutido en esta etapa histórica, con la profundidad con que lo hizo Óscar Lewis a mediados del siglo pasado, cuando estudiaba la emigración campesina a la ciudad de México e inauguraba el campo de la antropología urbana. Su aportación más importante fue su concepto de “cultura de la pobreza”1, que permitió que la pobreza ya no se considerara solamente como una condición económica y que se concibiera como una forma de vida. Esta propuesta teórica requería de una nueva metodología, que el uso de la grabadora de cinta posibilitó, al permitir el registro de los relatos autobiográficos de los miembros de las familias que Lewis estudió, logrando con ello recuperar los relatos orales de personas analfabetas que, contrario a lo que se pensaba, revelaba que los pobres podían ser grandes narradores de sus propias historias, como lo fueron sus hijos y el mismo Jesús Sánchez, en el gran libro Los hijos de Sánchez.2 Como consecuencia de todo ello, el investigador se transformó en un editor que dio inicio a un género literario que Lewis mismo calificó como una especie de novela de gran realismo social, cuya estructura polifónica permitía capturar el todo de la familia, a través de un diálogo literario entre las partes, con el que surgía una etnografía que era consciente de que la antropología, como escritura, tenía que buscar nuevas formas que le permitieran exponer el registro etnológico de una personalidad que revela en su historia de vida cómo la habita la estructura social, que era lo que le interesaba a Lewis mostrar.
El libro de Regnar Kristensen y Claudia Adeath, Los hijos de Gregoria,3 publicado en abril de 2020, sigue los pasos de Los hijos de Sánchez, y retoma el estudio etnológico de una familia pobre mexicana que vive en una vecindad de la Ciudad de México, durante los seis años del gobierno de Felipe Calderón, quien desató una violencia de consecuencias devastadoras para el país, al declararle la guerra al narcotráfico y crear así un estado de violencia que facilitó la integración de muchos jóvenes pobres a las redes criminales, coludidas con el ejército y la policía que, en busca de una escapatoria de la extrema pobreza, se entregaban a una economía sustentada en el narcotráfico, que también obligaba a los campesinos a cultivar drogas para sobrevivir.
Si bien Regnar Kristensen renuncia al concepto de “cultura de la pobreza” porque lo considera “frágil” teóricamente4, afirma que sí ha retomado de su antecesor el método etnológico, por lo que el trabajo que realizaron consistió en el registro grabado de los miembros de la familia y su exposición polifónica; de modo tal, que lo actualizan con restricciones mayores para el antropólogo como autor, inspirados en la teoría Dogma de la escuela de cine danesa, de donde se desprende la prohibición de cualquier intervención en el registro, excepto cuando se haga en aras de la claridad. A esta posición, los autores la denominan “Etnografía dogmática” y la exponen en el manifiesto que cierra el libro, donde enumeran unos principios que, entre otras cosas, buscan borrar completamente la presencia del investigador en el libro, incluso en una introducción que expusiera sus bases teóricas y metodológicas, pero que sustituyen por un corto prólogo explicativo y un epílogo donde presentan la postura antropológica que toman ante el material y el trabajo de campo, así como el camino para la materialización final en un libro que renuncia al formato académico.
Y aunque tiene razón Claudio Lomnitz, cuando señala que el mundo de los Sánchez ya no existe5, es muy indignante encontrar que la tragedia que describió Lewis sigue presente como prueba del enorme fracaso de la modernidad capitalista que, en la segunda mitad del siglo XX, prometía el fin de la miseria y el derecho universal al bienestar social, que se entendía por entonces -por el mismo Lewis, por cierto-, como el engrosamiento de una clase media que seguía las pautas del American way of life norteamericano; una clase que es la que ahora se encuentra en vías de extinción y cuya ideología fue la que, encantada con su ascenso y progreso como clase social, sancionó en 1964 el trabajo de Lewis y consiguió hasta la expulsión del responsable de la publicación de Los Hijos de Sánchez, el intelectual argentino, Arnaldo Orfila, quien era director del Fondo de Cultura Económica en los albores del criminal gobierno de Díaz Ordaz, bajo la acusación del delito de sedición y de simpatizar con el comunismo, a pesar de la protesta de medio millar de intelectuales latinoamericanos. Por fortuna, Óscar Lewis pudo librarse de la cárcel al ser exonerado por el Procurador General de la Nación; sin embargo, con ese acto, quedó claro que en México la pobreza era un tema censurado, como se confirmaba después de los problemas que ya había enfrentado, en la década anterior, Luis Buñuel con su película Los olvidados.
A la luz del nuevo momento histórico, concuerdo con lo que Lomnitz señala en su prólogo a la edición conmemorativa de 2012, en cuanto a que “Los hijos de Sánchez merece ser punto de partida de una discusión colectiva sobre la justicia en el México contemporáneo”6, y pienso que la mejor manera de hacerlo es a la luz de Los hijos de Gregoria, que nos muestra cómo esa cultura de la pobreza, más de medio siglo después, sigue siendo una injusticia que ningún ser humano debiera experimentar, no sólo en México, sino en cualquier parte del mundo. Por esa razón, acepto la invitación de Lewis a considerar Los hijos de Sánchez como retratos de la vida mexicana que tienen el valor de ser: “documentos históricos que podrán utilizarse para comparaciones interculturales ahora y en el futuro”.7
En ese sentido, yo recupero el concepto de cultura de la pobreza de Lewis, y propongo que el trabajo etnográfico realizado en Los hijos de Gregoria se considere como una importante fuente de conocimiento para la comprensión de esta forma de vida que produce enorme sufrimiento y sostiene un sistema de corrupción y despojo, tal y como los integrantes de la familia Rosales nos permiten ver en sus narraciones. Me interesa también subrayar el papel central del lenguaje porque ha carecido de atención en la investigación sobre la pobreza; debido, desde mi punto de vista, a que el lenguaje es un dispositivo de segregación poderosísimo que no se reconoce como tal, porque, al menos en el español, sigue dominando una identificación entre lengua culta y forma correcta de expresión, que convierte al lenguaje “correcto” en un bien que no está al alcance de los pobres. Uno de los grandes méritos de Lewis fue denunciar esa situación y otorgar un valor a esa expresión sistemáticamente descalificada, cuando considera que: “Las historias de Manuel, Roberto, Consuelo y Martha tienen una simplicidad, una sinceridad y la naturaleza directa características de la lengua hablada, de la literatura oral, en contraste con la literatura escrita”.8 Y más adelante, añade que: “La fluencia del lenguaje y el vocabulario de los mexicanos, ya se trate de campesinos o de habitantes de los barrios siempre nos ha llamado la atención”.9
Cuando leemos Los hijos de Gregoria, reconocemos de inmediato la violencia que subyace a todos los relatos de la familia Rosales, como actos desesperados de sobrevivencia ante un medio social hostil que no deja margen a nada más. Comparados con los Sánchez, sólo han cambiado las actividades ilícitas que practican, las cuales incluyen la venta de seguridad y el cobro de derecho de piso, así como la venta de drogas y el asalto a mano armada. Y si bien destaca la permanencia de la peregrinación a Chalma por los integrantes de la banda del barrio, en la que participaban también los Sánchez en los años cincuenta, ahora es dominante la adoración a la Santa Muerte en altares dentro de las vecindades, como el que Gregoria tiene para mantenerse con los pagos que recibe de quienes acuden a pedir favores. Vale la pena mencionar que Regnar Kristensen comenzó su estudio etnográfico en México con una investigación sobre este culto que aparece junto con el dominio del narcotráfico en el país, el cual le permitió conocer a la familia Rosales y llegar a ser junto con su esposa, Claudia Adeath, muy cercanos a ellos.
La persistencia de los mismos rasgos que presentaba Lewis en los Sánchez, a saber: violencia intrafamiliar, trabajos ilícitos, alcoholismo, incapacidad para expresar afecto y una vida sin futuro, es consistente con la definición que Lewis le daba a la cultura de la pobreza como: “un sistema de vida, notablemente estable y persistente, que ha pasado de generación a generación a lo largo de líneas familiares”,10 y que está constituido por “la gente que está en el fondo mismo de la escala socioeconómica, los trabajadores más pobres, los cultivadores de plantaciones y esa gran masa heterogénea de pequeños artesanos y comerciantes a los que por lo general se alude como el lumpen-proletariado.”11 Una clase social que, para el marxismo, está por debajo del proletariado debido a su condición marginal, al carecer de fuerza de trabajo y conciencia de clase, lo que hace que sus integrantes puedan ser fácilmente usados por las redes criminales que, en el caso de México, son producto de una economía fundada en la especulación financiera y el tráfico de drogas, que han sido las características más visibles de la economía del neoliberalismo en el cambio de siglo. Y dado que los pobres son usados como carne de cañón para mantener una estructura dedicada al despojo, el discurso de los gobiernos fue el de criminalizar la pobreza, de manera tal que recayera completamente la responsabilidad de su condición de ilegalidad y marginalidad social en los mismos pobres. La pobreza se disfraza entonces como la condición moral de una parte de los desposeídos que, sin respeto de la legalidad, se convierten en una amenaza para la sociedad en su conjunto.
Por ello, como decía Lewis: “es necesario vivir con ellos, aprender su lengua y sus costumbres e identificarse con sus problemas y aspiraciones”.12 Una aproximación empática que fue realizada en Los hijos de Gregoria, y que nos permite acceder, mediante una recopilación de narraciones interconectadas, a la cotidianidad de una familia pobre que vive en la Ciudad de México en el siglo XXI, y que sufre una violencia estructural que les condena a vivir una vida sin horizonte donde lo que ocurre en el aquí y ahora es lo único relevante: la humana obligación de sobrevivir, como concluía antes Lewis.
En virtud de que es la familia nuclear la que toma la palabra en Los hijos de Sánchez, la estructura del libro está conformada por una introducción, donde Lewis presenta teórica y metodológicamente su trabajo, y un cuerpo de relatos dividido en tres partes, en las que hablan los hijos (Consuelo, Manuel, Roberto y Martha), y un prólogo y un epílogo a cargo de Jesús Sánchez, el padre, que le permite a Lewis presentar un cuadro de la familia completa, al estilo Rashomón,13 donde cada interpretación del mismo hecho conforma la imagen completa de la familia como estructura social.
En Los hijos de Gregoria encontramos una división de los relatos en 11 temas, de los que hablan los integrantes de la familia que, en este caso, son muchos más que los Sánchez. En primer lugar, destaca Gregoria, la gran matriarca de la familia, que tiene siete hijos: Israel, Mario, Mariana, Lidia, Eduardo, Luz y Alfredo; y un hijo adoptivo, Checo. Menos Alfredo, todos son narradores en el libro y también dos de sus nietos: Alfonso (hijo de Mario) y Roxana (hija de Lidia), así como el esposo de Luz, Enrique. Ni Don Jorge (hermano de Gregoria), ni Don Robert (su pareja) tienen voz, pero sí son mencionados en los relatos de los demás. Y aunque hay algunos cruzamientos entre los relatos, no parece que haya sido un asunto de interés para los autores -como sí lo fue para Lewis-, el crear una obra con cierto valor literario, sino sólo presentar la voz de los Rosales, sobre todo, en relación con la violencia en que viven inmersos. Una decisión que probablemente se tomó, debido a que se consideraría contrario al dogma etnográfico -que renuncia a justificar teóricamente una forma de exposición-, realizar una tarea de este tipo.
El terremoto del 85 determina el comienzo de todo (“Casa en ruinas”), porque fue cuando Gregoria perdió su vivienda y pasó penurias inimaginables para sobrevivir con sus hijos casi en la indigencia. Siguen los temas de la violencia familiar y la del barrio, la cárcel y la delincuencia, la religión y la santería, y la esperanza en que los más pequeños tengan mejor vida, que es el último tema, titulado: “El futuro”.
Se agrega también un glosario de términos, que incluyen insultos, para que aquellos que no conozcan este lenguaje puedan consultarlo. Y si en la época de Lewis era un escándalo hacer pública el habla de los pobres, el hecho de que ahora permee gran parte del habla chilanga de todas las clases sociales y que ya esté hasta autorizada, con medida, en la televisión y el radio, explica que, en Los hijos de Gregoria, las groserías sean usadas en abundancia, también por Gregoria y sus hijas, que es algo que no ocurre en Los hijos de Sánchez, donde esas palabras sólo son usadas por los hombres; razón por la cual, la acusación de inmoralidad que se le hizo se fundara en considerar un despropósito conservar en la publicación el lenguaje soez y obsceno que usaba Jesús Sánchez, en particular.
Ya había mencionado antes que el lenguaje es un dispositivo de segregación que funciona a partir de un criterio de corrección establecido desde la escritura, que es un bien cultural al que se accede igual que a cualquier mercancía, comprándolo. El que sea la escritura, y no el lenguaje oral (el de la conversación cara a cara), la referencia para establecer un juicio de corrección representa un movimiento perverso que naturaliza un aparato simbólico en detrimento de la cualidad dialógica y cronotópica que Bajtín14 le atribuye al lenguaje natural. Se trata de una imposición normativa que tiene la función política de silenciar el lenguaje de los pobres en el ámbito de la cultura nacional y de crear lenguajes falsos, como el de Cantinflas, que servía para infantilizar y ridiculizar el habla popular dentro de la cultura nacional.
Es muy útil para esta anulación de la expresión popular acudir a una dimensión moral que la califica de soez y vulgar, a pesar de tratarse de un acto sincero donde esos insultos no funcionan como agresiones sino como expresiones del sufrimiento. Un huracán de emociones y sentimientos habitan los relatos de Gregoria y su familia, cuando hablan de las condiciones de peligro y muerte que los rodean. Las palabras soeces no aluden ahí a su significado literal, sino que esa imagen prohibida, como la de la homosexualidad machista en el caso del “chingar” mexicano, refiere al exceso y por ello colorea el relato de la desesperación, de la ira, y también del gozo. Parafraseando a Wittgenstein, diría que se trata de un juego de lenguaje que pertenece a una forma de vida, fundada en la violencia y de ahí su característica transgresión de la normatividad que concibe la contención emocional como sustento de la racionalidad. El lenguaje de los pobres refleja una visión del mundo que dota de sentido a una vida dolorosa y llena de injusticias donde, como un milagro, aparece la luz de la vida en un culto extraño al catolicismo, el culto de la Santa Muerte, a la que se le agradece vivir otro día más, cuando se sabe que cualquier día puede ser el último en ese espacio donde la muerte reina.
El dialogismo, que se consigue al abrirse el corazón al otro, es el gran valor político del método de Lewis, quien no sólo les dio voz a los pobres, sino que fungió como un traductor de su mundo a un género literario al que tenían acceso también todos. Por eso, en el caso de Los hijos de Sánchez, el libro se convirtió en una denuncia que aplastó el Estado por su peligrosidad como formadora de una conciencia social contra la pobreza. Si ahora se abre la posibilidad de discutir este tema central para la tarea política del nuevo gobierno, Los hijos de Gregoria es un documento histórico, al igual que Los hijos de Sánchez, que en un diálogo que recupera la memoria de los vencidos, como dice Carles Feixa,15 abre la posibilidad de devolver la dignidad a la cultura nacional, eliminando una perspectiva moralista que oculta la realidad y profesa la indiferencia hacia la cultura de los marginados.
El diálogo entre el investigador y su objeto de estudio se da a través del compromiso social que se contrae con la forma de vida de las personas que colaboran para que se produzca un resultado y que, de acuerdo con Feixa, es inseparable de la imaginación, en este caso en particular, de la imaginación autobiográfica que es: “la capacidad para cooperar en la construcción de una escritura biográfica abierta y sugestiva, capaz de ayudar a comprender un tiempo y un espacio humano, que nos permite entender nuestra historia social a través de una historia de vida. Por ello, las historias de vida remiten a la imaginación sociológica de Wright Mills y a la imaginación dialógica de Bajtín”.16 De Mills se recupera una conexión histórica, biográfica y social y de Bajtín la heteroglosia que consiste en “la capacidad de hacerse eco de otras voces para interpretarla no sólo en función del texto, sino también del contexto”.17 Esta capacidad, sigue Feixa, supone reconocer la existencia de un doble diálogo: el que se da entre uno mismo y su memoria (dialogismo interno) y el que se produce en la interacción entre el investigador y el entorno social que interpreta, transcribe, pregunta (dialogismo externo).
En cuanto a la escritura, Clifford Geertz es quien ha discutido más este problema en la antropología, que él remite a la “aplanada” escritura de las ciencias sociales que toma distancia con el lenguaje natural, constituyéndose en una categoría de lo escrito que le otorga una superioridad cultural, con respecto a lo literario. Dice Geertz que: “Los buenos textos antropológicos deben ser planos y faltos de toda pretensión. No deben invitar al atento examen crítico literario, ni merecerlo […] En cierto modo, la atención prestada a cuestiones tales como las metáforas, la imaginería, la fraseología o la voz, parece que puede conducir a un corrosivo relativismo en el que todo pasa a convertirse en poco más que una opinión inteligentemente expuesta. La etnografía, se dice, se convierte en un mero juego de palabras, como pueden serlo la poesía o la novela”.18
Para Geertz, la verdad de una investigación antropológica es “un milagro invisible”19 inseparable de la forma (de su retórica y de su poética) que es necesariamente una escritura. De lo escrito se desprende la cuestión de la autoría que hace tangible esta cualidad literaria de la escritura etnográfica que tiene tantas tensiones con su carácter científico, y que en la academia obliga al autor a anularse. Sin embargo, añade Geertz, que si bien el autor cumple una función a la que puede renunciar, el escritor realiza una actividad que es fundamental para la aportación que ofrece la investigación en la comprensión de la cultura que estudia.20
En el caso de estas obras sobre familias urbanas marginales, realizadas por Lewis en el pasado y por Kristensen y Adeath en el presente, no estamos ante trabajos de campo que se traduzcan en reportes científicos de datos etnográficos, sino que se trata de la traducción de una voz silenciada a un texto que permita que muchos otros puedan conocerla y escucharla. Se trata de una escritura que es la voz de los otros pero también es la del antropólogo, y hasta la de su lector, quien se apropia de esas vivencias como propias, una vez que conducen a la indignación y el deseo de cambiar un estado de cosas que se considera injusto, en diálogo empático con los que hablan.
Por todo lo dicho, invito a la lectura de Los hijos de Gregoria como la puerta de una casa que se abre para poder asomarnos a su interior y así entender mejor quiénes somos a través de los otros, esos otros que son los sin voz y sin rostro. Sin duda alguna, estamos obligados a escuchar lo que ellos tienen que decirnos.
Bibliografía
Bajtín, Mijail (1982), “El problema de los géneros discursivos”, en: Estética de la creación verbal, México: Siglo XXI Editores, pp. 248-293.
Feixa, Carlos (2018). La imaginación autobiográfica. Las historias de vida como herramienta de investigación, Biblioteca de la educación 19, Barcelona: Grijalbo.
Geertz, Clifford (1988). El antropólogo como autor. Barcelona: Paidós.
Kristensen, Regnar y Claudia Adeath (2020). Los hijos de Gregoria. Relato de una familia mexicana, México: Grijalbo.
Lewis, Oscar (1964). Los hijos de Sánchez. Autobiografía de una familia mexicana. Traducción de la introducción de Carlos Villegas, México/Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
—-(2012). Los hijos de Sánchez. Autobiografía de una familia mexicana y Una muerte en la familia Sánchez. Prólogo de Claudio Lomnitz, México: Fondo de Cultura Económica.
—-(2019). Antropología de la pobreza: cinco familias. Prólogo de Oliver La Farge y traducción de Ema Sánchez Ramírez, México: Fondo de Cultura Económica.
NOTAS
* Profesora investigadora del Área de Problemas Lingüísticos de México del Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.
1 Óscar Lewis (2019), Antropología de la pobreza: cinco familias. Prólogo de Oliver La Farge y traducción de Ema Sánchez Ramírez, México: Fondo de Cultura Económica.
2 Óscar Lewis (1964). Los hijos de Sánchez. Autobiografía de una familia mexicana, traducción de la introducción de Carlos Villegas, México/Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
3 Regnar Kristensen y Claudia Adeath (2020), Los hijos de Gregoria. Relato de una familia mexicana, México: Grijalbo.
4 Kristensen y Adeath (2020), p. 318.
5 Óscar Lewis (2012). Los hijos de Sánchez. Autobiografía de una familia mexicana y Una muerte en la familia Sánchez, prólogo de Claudio Lomnitz, México: Fondo de Cultura Económica, p. 11.
6 Ibidem
7 Óscar Lewis (2019), p.19.
8 Óscar Lewis (2012), p. XX.
9 Idem, p. XXX.
10 Óscar Lewis (1964), p. XII.
11 Óscar Lewis (1964), p. XIII.
12 Idem, p. XIV; Óscar Lewis (2019), p. 16-17.
13 Rashomon es una famosa película realizada en 1950 por el director japonés, Akira Kurosawa, en la que los testigos de un crimen dan versiones divergentes que relativizan la verdad. Lewis la presenta como una las formas de aproximación que usa en su estudio de la familia, y describe este “estilo Rashomon”, como una manera de ver a la familia a través de los ojos de cada uno de sus miembros y tener así un conocimiento más íntimo de la psicología individual y la visión indirecta de la dinámica familiar (Lewis (2019), p. 18).
14 Mijaíl Bajtín considera a la enunciación del lenguaje oral como un género de discurso primario porque ocurre en un espacio y un tiempo reales, mientras que la escritura sería un género secundario porque representa esta cualidad de la oralidad en un tiempo y un espacio que es el del texto. Véase: M. Bajtín (1982), “El problema de los géneros discursivos”, en: Estética de la creación verbal, México: Siglo XXI Editores, pp. 248-293.
15 Carles Feixa (2018), La imaginación autobiográfica. Las historias de vida como herramientas de investigación, Biblioteca de la educación, 19, Barcelona: Gedisa, p. 16.
16 Carles Feixa (2018), p. 11.
17 Idem, p. 12.
18 Clifford Geertz (1988), El antropólogo como autor, Barcelona: Paidós, p. 12.
19 Idem, p. 14.
20 Idem, p. 28.