Este nuevo libro de Armando Bartra vuelve la mirada hacia la figura de Felipe Carrillo Puerto, quien ha sido valorado en distintos momentos, ya sea por la literatura testimonial de actores cercanos que le conocieron, o, por la historiografía académica, que pone énfasis en el imaginario socializante de su gobierno. Carrillo Puerto es, en esencia, uno de los héroes epónimos del Yucatán posrevolucionario, como parte de una epopeya colectiva que se reivindica de izquierda.
La estructura de la obra cuenta con seis apartados o capítulos, divididos a su vez por distintos subapartados. El I se denomina “Con Zapata en Morelos, 1913-1915”; el II “Primeros Pasos, 1878-1913”; el III lleva por título “Reformismo norteño, 1915-1918”; “Un nuevo rumbo, 1918-1922” es la denominación para el IV capítulo; el V fue titulado “Gobernar con el pueblo, 1922-1923”, y es el bloque que se extiende con un mayor número de secciones. El último capítulo es el VI bajo el rótulo de “El fin del principio, 1923-1924”. Al inicio de su libro, Bartra coloca una “Advertencia” para el eventual lector. Y al final de la obra aparecen los “Agradecimientos” y “Bibliografía”. No hay un epílogo o cierre formal de la obra con una reflexión o conclusión.
En principio, quiero detenerme en la “Advertencia”, porque en sus páginas el autor define los propósitos de su estudio que subvierte los cánones de la tradicional historiografía académica y rompe de distintas maneras con los límites entre la disciplina histórica y la imaginación y la invención históricas. No censuro ni condeno esta forma de abordar un proceso histórico; al contrario, realmente me parece que Bartra se adentra por un camino insólito que le permite afrontar con soltura y erudición esas aguas tumultuosas que evaden una historia encorsetada para aventurarse en la “búsqueda de la verosimilitud” mediante la construcción de rutas no convencionales en la historiografía. Su tarea como historiador, nos dice, se ha permitido “ciertas licencias historiográficas que sin embargo falsean la verdad histórica” (cursivas mías). Aquí me detengo y llamo la atención de que lamentablemente no se cuidó con acierto la edición y al leer estas líneas las y los lectores nos sorprendemos de tal afirmación. Con seguridad, el autor escribió acerca de su obra: “se permite ciertas licencias historiográficas que sin embargo no falsean la verdad histórica”. Como efectivamente comprobamos al leer y revisar la obra en conjunto. Es de esperarse, entonces, que subsiguientes ediciones corrijan este error tipográfico.
Esta forma de hacer historia a la que se ha adscrito el autor, se mueve con gran originalidad en las líneas fronterizas entre historia y ficción, entre historia e invención, que es a la vez creación-imaginación; pero no en detrimento de la obra misma. Al contrario, la intersección creada por Bartra, permite que la narración gane en fluidez, dinamismo y exaltación, retrotrayendo el pasado al presente muy vivamente, y construyendo una historia con personajes de carne y hueso:
Los personajes existieron, los acontecimientos relevantes se cuentan tal como ocurrieron y los documentos citados son fidedignos. Los diálogos y algunos eventos circunstanciales, en cambio, siendo posibles, no son verificables; unos porque los testigos los reconstruyeron años después según los recordaban, otros porque los imaginé yo apoyándome en lo que sé de los participantes y las circunstancias (página 11).
Estos riesgos historiográficos elaborados por el autor también alcanzan la manera en que él mismo decidió no utilizar un aparato crítico y notas a pie de página que, a su decir, empantanaban su propia narración. De manera explícita, acepta que su obra no sea citada como fuente de consulta. De hecho, Bartra apela al disenso propuesto por Jacques Le Goff: “La erudición es un andamio que el artista, el historiador, deberá retirar una vez que haya concluido su obra”,[1]desarmando con ello una de las grandes premisas fundantes del quehacer histórico. Es decir, ante todo, y de forma imperativa, la obligación de citar paso a paso en la reconstrucción histórica las fuentes de las que se abreva tradicionalmente; pues si no se realiza así se corre el riesgo de ser acusado de no seguir la norma o, lo que es peor, de cometer un plagio descaradamente.
Bartra, incluso, va más allá en su propuesta de una historia sin ataduras:
Y como este libro habla de cosas que ocurrieron, pero no pretende tener valor documental, me tomé incluso la libertad de modificar no el sentido, pero sí la redacción de algunos de los textos que reproduzco, pues de la manera en que estaban escritos eran de incómoda lectura. Si alguien quisiera citar algo de esta narración histórica, le sugiero que no lo haga y que mejor acuda a la bibliografía. Ahí está la fuente (cursivas mías, página 13).
Tal vez esta forma de narración sui generis emprendida por Bartra cause resquemor en una corriente muy conservadora y tradicional de la disciplina histórica, pero no debemos cerrarnos como oficiantes de la Historia a nuevos modelos de interpretación y de escenificación de los hechos históricos. En el caso que nos ocupa, Suku’un Felipe logra la dimensión que le impuso el autor; tanto por la atmósfera de suspenso que evoca, como porque al abrir sus páginas se crea una ambientación histórica, como si se desplegara un lienzo cinematográfico, en donde confluyen, se agolpan y contienden múltiples actores. Sobre todo, el pueblo maya, quien le impuso a Carrillo Puerto el sobrenombre de suku’un, “amigo”.
Este “relato biográfico”, como ha denominado Bartra a su obra, es, en toda forma, una aventurada propuesta para darle mayor impulso al llamado giro biográfico, pues amplifica con versatilidad el espectro heurístico del campo biográfico. Los ejes analíticos en los que se mueve el giro biográfico creativo descansan no sólo en la construcción de una sola figura en solitario. El acento innovador –como es el caso de Suku’un Felipe– implicó para el autor compenetrarse en la vida de Carrillo Puerto, para realzar sus méritos, sus obras y su trayectoria, engarzada a y haciéndola parte de su comunidad y colectividad, al construir señaladamente sus redes de apoyo y sociabilidades políticas ante los grandes desafíos de su tiempo. Esta sugestiva biografía muestra también cómo el gobernador yucateco enfatizó, a partir de su reconocimiento de la lucha de clases, su interpelación (y sus esfuerzos de transformación) del viejo orden dominante capitalista burgués de muy diversas maneras, para reivindicar los derechos civiles, sociales y políticos del pueblo maya. El término de su asediado gobierno y el final atroz cometido contra Carrillo Puerto, nos hablan precisamente de cómo reaccionaron los intereses oligárquicos ante un modelo de sociedad más igualitario en medio de la falaz coyuntura de la rebelión delahuertista.
Por otra parte, mi crítica se endereza en poder escudriñar todavía más de cerca algunos recovecos sociopolíticos que han quedado obliterados en la narración.
Me refiero específicamente a algunas relaciones personales que no fueron subrayadas por el autor, y que en su momento fueron propiciadas por sus afinidades ideológicas, afianzando una forma de proyectar las políticas socializantes en la educación. Tal fue el caso de la relación de camaradas con María del Refugio García Martínez, (conocida como Cuca García) –michoacana, comunista y feminista- enviada en mayo de 1923 por José Vasconcelos –flamante primer secretario de Educación Pública- como jefa de la misión pedagógica para tomar ejemplo de la educación racionalista establecida por Carrillo Puerto al frente de la gubernatura en Yucatán. La misma Cuca García, durante su estadía en aquella entidad, fue alentada por el gobernador para poner por escrito las ideas de redención social que compartían ambos.[2]
De hecho, Carrillo Puerto y Cuca García se conocían desde los primeros años fundacionales del Partido Comunista Mexicano (PCM, 1919), cuando otra activa comunista, Elena Torres, relacionó al dirigente comunista José Allen con Carrillo Puerto y con el connotado general michoacano Francisco J. Múgica. Además, Cuca García mantuvo durante varios años una entrañable amistad con Elvia, “la monja roja del Mayab”, como se le conocía a la hermana de Carrillo Puerto, y con quien coincidiría en distintas batallas mediante sus ideas de avanzada social y de liberación para la mujer.[3]
Por último, me gustaría insistir en que una nueva edición podría subsanar algunas erratas que pueden deberse a cierto apresuramiento en la publicación de la obra. Encontré, por ejemplo, que en la bibliografía se cambió erróneamente el nombre de la historiadora Gabriela Cano, a quien se le menciona como “Graciela” Cano. Otro detalle más, es que inexplicablemente no veo citada en la bibliografía la compilación epistolar entre Carrillo Puerto y Alma Reed publicada en 2011 por Michael K. Schuessler y Amparo Gómez Tepexicuapan en la edición de Conaculta. Por todo el contexto, con toda seguridad esta correspondencia sí fue revisada por Bartra.
Si se considera una nueva edición, mi sugerencia va en el sentido de que se incluya un índice onomástico, que hace mucha falta para ubicar a numerosos personajes –mujeres y hombres- que se mencionan en esta biografía tan sugerente y peculiar al mismo tiempo.
Esta obra, de la pluma erudita de Armando Bartra, rompe lanzas contra la historia rígida, y a la vez impulsa la necesidad de conocer de viva voz a quienes –como fue el caso de Felipe Carrillo Puerto- formaron parte de una generación que estaba convencida que México requería de una revolución de las conciencias, una revolución socialista, incluyente y creativa.
Armando Bartra, Suku’un Felipe. Felipe Carrillo Puerto y la revolución maya de Yucatán, México, Fondo de Cultura Económica, 2020, 293 p., (Sección de Obras de Historia). ISBN: 978-607-16-7008-3
[1] Jacques Le Goff, ¿Realmente es necesario cortar la historia en rebanadas?, México, Fondo de Cultura Económica, 2019.
[2] En la revista Tierra, el magazine del sureste, órgano de la Liga Central de Resistencia de Yucatán, 1923, se encuentran los artículos de la pluma de Cuca García: “La tierra es de los que la cultivan”, “El Sembrador”, “¡Madre Tierra!”, “Por ellos habla la raza”, y “Los mediocres”.
[3] Elvia Carrillo Puerto, “salvando obstáculos y venciendo prejuicios ancestrales”, reunía a las mujeres trabajadoras de la ciudad de Mérida con la mira de su emancipación mediante ciclos de conferencias, dotación de libros e invitación a la lectura en las bibliotecas, la instalación de una escuela para obreras así como la publicación de la revista Feminismo. Véase Verónica Oikión Solano, Cuca García (1889-1973), por las causas de las mujeres y la revolución, prólogo de Mary Kay Vaughan, Zamora, El Colegio de Michoacán y El Colegio de San Luis, 2018. Especialmente, los capítulos “Conectando con la revolución mundial” y “Trazando el surco socialista por medio de la educación”.