COLOMBIA: UNA NUEVA CLASE EN PARO GENERAL

A 150 años de la Comuna de París, en este mes de mayo la sociedad colombiana, en medio de la pandemia, se ha visto sacudida por un vasto movimiento de paro popular que se ha mantenido durante un mes, sin desfallecimientos ni declinaciones.

La resurrección de la potencia de los dominados y explotados

Como ocurrió en noviembre de 2019, ha reaparecido con mayor fortaleza, un colectivo heterogéneo que, está más allá de quienes entonces como ahora convocaron a un paro nacional, cuyos integrantes han marchado bajo un signo nuevo no impuesto ni determinado por los convocantes. Es un reencuentro sorpresivo, y hasta enigmático, de quienes viven la realidad de exclusión, desigualdad e inequidad del capitalismo de nuestro tiempo[1] que, como singularidades múltiples, concurren cada una con su propia protesta, sin que exista propiamente un lenguaje común ni un discurso elaborado de articulación, pero que, sin duda, expresan su resistencia a continuar bajo los renovados lazos de explotación y dominación del sistema capitalista. Así se manifiestan, haciendo visible esa realidad compleja -que no está representada sólo por los datos estadísticos-, unidos por la alegría de recuperar, así sea efímeramente, su identidad comunitaria, con la aspiración de soñar con un orden social diferente. 

De alguna manera se trata de la resurrección de la movilización de noviembre de 2019, que había quedado sepultada, al tiempo con los muertos del Coronavirus, por el fenómeno pandémico, que ha relegado a un segundo plano las confrontaciones violentas ligadas a las insurgencias que subsisten y a las organizaciones del narcotráfico que continúan escenificándose, y que ha permitido al Estado detener el proceso de implementación del Acuerdo de Paz, y eludir sus responsabilidades por las muertes de los excombatientes de las FARC y de los líderes y lideresas comunitarios. Todo ello en medio de medidas sanitarias y de confinamiento, que no sólo han fortalecido la naturaleza autoritaria del régimen político, sino que han reducido la vida a una condición simplemente biológica, y han forzado a reconocer y a aceptar la pérdida de la libertad por razones de seguridad.

En efecto, la pandemia ha contribuido a develar la realidad capitalista que ya existía antes de ella, en especial sus víctimas de todos los tipos: los asalariados tradicionales, los denominados autónomos o independientes, los precarios, los informales, los miserables de la calle, los migrantes, los vinculados al sector educativo, los detenidos o prisioneros, …bajo una estructura en la cual participan de manera diferenciada, siempre bajo formas desiguales e inequitativas de distribución de la riqueza.

Las políticas de retorno a la normalidad

Durante toda la pandemia la preocupación central del régimen ha sido cómo reanudar, bajo una nueva normalidad, los circuitos de la organización productiva, a sabiendas de que el proceso necesariamente sacrificará vidas, así se proclame que su salvación es el objetivo principal. Las medidas sanitarias simplemente reducen durante breves lapsos la velocidad del contagio y las cifras de mortalidad, que regresan en las olas o “picos” de la pandemia, en la expectativa de la inmunidad que, de manera lenta y hasta incierta, deberá traer la vacunación.[2]

Pero, lo más significativo es que, en ese contexto, lo central es la definición acerca de quiénasume los costos de ese regreso a la normalidad: si los agentes capitalistas o los grupos poblacionales explotados y dominados por el sistema, siempre teniendo en cuenta las características desiguales y regresivas del régimen tributario, así como las consecuencias del endeudamiento acrecentado por las urgencias de la emergencia.[3]

La orientación inmediata del sistema ha sido la utilización de los efectos más dolorosos como el hambre y la pobreza, para que, a la manera de un chantaje, los explotados y dominados acepten social y políticamente cambios muy sensibles en el orden social productivo, mediante políticas que profundizan la desigualdad, enriquecen a las élites, y debilitan a todos los demás. Pero, de otro lado, apelando a una defensa sistémica, todo o parte de las exigencias financieras pueden atribuirse a los agentes capitalistas (empresas o personas naturales), así muchos de ellos salgan disminuidos o reemplazados, pues en definitiva la suerte del capitalismo no está atada inexorablemente a la de sus agentes circunstanciales, pues estos pueden desaparecer, mutar, transformarse o ser sustituidos. Es una tarea “colectiva” que asume el Estado, orientada en lo fundamental a proteger el sistema capitalista y no tanto a sus agentes.

En el caso colombiano, como en otras sociedades se han desplegado esas dos opciones extremas, bajo modalidades y grados distintos, cuyos resultados no son otros que el agravamiento de la desigualdad, como lo demuestran los datos más recientes sobre pobreza monetaria y pobreza absoluta, decrecimiento del empleo, aumento de la informalidad, y disminución de la clase media: al concluir el año 2020 Colombia tenía más de 21 millones de habitantes en condiciones de pobreza y 7.5 millones en pobreza absoluta, que representan respectivamente 42,5% y 15,1% de la población total; 49% de informalidad y 15,9% de desempleo; y la clase media disminuyó en 2,17 millones de personas, bajando de 14,7 millones en 2019 a 12,5 millones en 2020.[4]

Es en ese escenario en el cual se despliega la proyectada cínica reforma tributaria que, momentáneamente, la nueva movilización iniciada el 28 de abril y días siguientes ha detenido, la cual, según el criterio de numerosos analistas, era francamente regresiva y afectaba sensiblemente a las capas medias y bajas de la población. 

Los rasgos de la renovada protesta

Como en otros momentos históricos, los explotados y dominados de todo tipo, se han expresado y continúan manifestándose en términos de protestas y revueltas, en gran medida determinadas y moldeadas por los efectos de las políticas de confinamiento, de distanciamiento social y de profundización de la precariedad y la  desigualdad, planteándose así como un obstáculo a la reorganización capitalista, a la cacareada reactivación económica. 

En ese sentido, no sólo reclaman por los efectos inmediatos de las políticas antipandémicas, sino que definitivamente reorientan sus formas de lucha social, en sentido opuesto a la nueva normalidad que busca reeditar las condiciones de la explotación y dominación. Esta es la coyuntura en la cual nos encontramos al momento de escribir este artículo, que ha logrado ya el retiro de la reforma tributaria, la renuncia y sustitución del Ministro de Hacienda, el archivo de la reforma a la salud, y que ha resucitado con vigor las demandas del paro de noviembre 21 de 2019.

Es un movimiento paradójicamente heterogéneo y unitario que, como lo avizoramos en otro momento, parece

“reanudar esas múltiples experimentaciones que interrumpió y barrió la pandemia, y recuperar las reivindicaciones centrales alrededor de las formas de reproducción mercantilizadas o inexistentes, en especial en los campos de la salud y la educación; del reconocimiento del trabajo de atención y cuidado que viene reclamando el feminismo, como un elemento constitutivo de la subjetividad explotada; del salario básico universal; de la concentración de la producción alrededor de los bienes esenciales; de la resistencia y el rechazo a las formas autoritarias del régimen; y de control y gestión de los bienes comunes, poniendo especial énfasis en la naturaleza y sus propiedades. Todo ello, transgrediendo la prohibición del espacio público que introdujo la pandemia para, en las plazas, calles y caminos, sin distanciamientos, reiniciar y fortalecer las experiencias ya vividas de otra posible democracia.”[5]

Sus rasgos son similares a los de otros movimientos que han irrumpido en otras latitudes en tiempos recientes, al menos desde 2011, como las insurrecciones contra los regímenes autoritarios en Túnez y Egipto, el BlackLivesMatter en los Estados Unidos, los indignados en España y Grecia, los Occupy Wall Street , las manifestaciones del Parque Gezi en Turquía, los Gilets jaunes en Paris, o la explosión social en Chile en 2019. Son expresiones que rechazan el liderazgo tradicional en sentido vertical, que no están obsesionadas por la unidad pues saben cómo atenta contra las diferencias, que repudian la representación, que no se inquietan de manera inmediata por la organización, que unen las luchas salariales o por ingresos, a las luchas feministas, antirracistas, ambientales o migratorias. Son formas que pueden parecer ineficaces, sin capacidad decisoria, pero que son en extremo vigilantes de toda manipulación externa, y de la cooptación partidista o populista.

El movimiento del 28A en Colombia, además, se viene desarrollando no sólo en Bogotá, sino en las capitales departamentales, especialmente en Cali, Medellín y Barranquilla, en otras capitales y en numerosas ciudades en todo el territorio, con la participación de los movimientos indígenas, afrodescendientes, feministas, comunitarios, docentes y estudiantiles y, más recientemente, de los asalariados y pequeños propietarios del transporte de bienes de todo tipo que han detenido, mediante el bloqueo de carreteras, el suministro de alimentos, medicamentos, combustibles y las mercancías de exportación, entre otros muchos. Durante los días transcurridos, las congregaciones poblacionales diversas han hecho presencia no sólo en las marchas multitudinarias, sino en lugares específicos de las mallas urbanas y en lugares estratégicos de la ruralidad. Su gran impacto ha trascendido las fronteras, como se ha podido apreciar en los mítines realizados en Madrid, Roma, Paris o Berlín o demás capitales europeas, en Nueva York y otras ciudades estadounidenses, y en México, Santiago y Buenos aires, entre otras urbes latinoamericanas. Todo en medio de una acción represiva sin precedentes, que aún no se puede cuantificar exactamente, pero que se sabe ha causado más de una cuarentena de muertos, y cientos de heridos y desaparecidos, atribuibles a las fuerzas militares y de policía, o a grupos de ellas que se ocultan como personas civiles, bajo formas y organizaciones para-policivas que determinan o provocan las acciones ciertamente violentas de algunos manifestantes.

Una nueva figura espectral de clase

Lo que el gobierno y los medios de comunicación registran como anarquía, caos o confusión, no es nada distinto que una nueva clase cuya manifestación espectral recorre el mundo, y amenaza de manera radicalmente diferente a las sociedades capitalistas de nuestra época: es la que agrupa y aglomera a un universo complejo de singularidades diferentes, todas sometidas en sus formas de vida a los lazos de explotación y dominación del capital, que representan de esta manera su manera histórica de encontrar una unidad, sin desdeñar las diferencias que las caracterizan. Es un verdadero fantasma que no significa identidad, pero que al mismo tiempo se erige como una nueva amenaza para todos los agentes del sistema capitalista. Es esa realidad fantasmagórica que, desde hace ya más de veinte años, se ha venido denominando multitud,[6] enlazada por una suerte de interseccionalidad, que no tiene un solo eje de dominación, sino que reconoce la naturaleza compleja de las jerarquías dominantes de raza, clase, sexo, género y nacionalidad que viven en ella.[7]

Esa conexión de las luchas no debemos entenderla como una coalición, alianza o convergencia ligada por vínculos de solidaridad, entendidos de manera tradicional, pues estos siguen siendo externos y de naturaleza moral. Las nuevas luchas requieren verdaderos lazos internos de solidaridad que permitan conservar la multiplicidad; no es la simple sumatoria de las luchas diferentes; es una nueva dimensión ontológica a la cual difícilmente podemos asignarle un nombre, pues corremos el peligro de borrar el sujeto plural. La nueva clase, si aceptamos esta denominación, une en la lucha contra el capital a los asalariados, a quienes están ligados por otras formas de ingreso, a los campesinos y artesanos, a los pequeños productores y comerciantes, a las mujeres, a los reclutados por los aparatos represivos, a los informales, a los marginales y miserables, a los encarcelados, a los pertenecientes a todas las etnias, a los mismos estudiantes, a los migrantes. Todos son reales o potenciales antagonistas del capital.Estas experiencias de la multiplicidad pueden avanzar hacia alguna organización de ruptura, a partir de la reivindicación de espacios urbanos o rurales relativamente estables, o de algunas formas comunicacionales estables, como ya se han dado en algunas de ellas. Pero, bien sabemos que la multitud así unida es un verdadero oxímoron que encierra ambivalencias[8], pues así como puede ser cooptada por las llamadas “vías del consenso” o de la “conciliación nacional”, o reprimidas por regímenes neofascistas, o integradas por las sempiternas alternativas populistas que florezcan en el mercado electoral, también puede fortalecerse, aunque sus éxitos sean relativos, para formular renovadas estrategias de combate del orden social capitalista, como lo ambicionamos. Para sustituirlo realmente y poder responder algún día los interrogantes que nos ha planteado Negri en reciente evocación de La Comuna; “¿cómo podemos vivir juntos? ¿Cómo vivir como si estuviéramos de fiesta?”, y quizás resolverlos como él mismo lo sugiere diciendo: “Estar juntos significa tener la posibilidad de estarlo, de manera libre e igualitaria, pero también de manera exuberante, con las mismas posibilidades, y así formar nuestras pasiones comunes bajo el signo de la felicidad.”[9]


Víctor Manuel Moncayo Cruz. Ex rector y profesor emérito de la Universidad Nacional de Colombia

[1]Moncayo, Víctor Manuel. “El paro del 21N: la develación del orden capitalista”. Revista Izquierda No. 81, diciembre 2019.

[2] Moncayo, Víctor Manuel. “¿Salvar vidas para el capitalismo?” Revista Izquierda No. 85, mayo 2020

[3] Moncayo, Víctor Manuel. “Perspectivas postpandémicas”. Revista Izquierda No. 86, mayo 2020

[4] Informe “Pobreza monetaria en Colombia, según clases”. DANE, mayo 2021

[5] Moncayo, Víctor Manuel. “Perspectivas postpandémicas”. Revista Izquierda No. 86, mayo 2020, p. 6.

[6] Nos referimos a la denominación utilizada por Hardt. Michael y Negri, Toni, en su vasta obra iniciada con Imperio,  Ed Desde Abajo, Bogotá. 2004., así como al empleo de la misma por Virno, Paolo. Gramática de la MultitudEdiciones Colihue, Buenos Aires, 2003.

[7] Mezzadra, Sandro. “Interseccionalidad: una respuesta a la articulación de la multiplicidad subversiva”. Revista Izquierda No.95, Abril 2021, y Moncayo, Víctor Manuel. “·Evoquemos La comuna para la necesaria nueva resistencia”. Ibid.

[8] Sobre el concepto de ambivalencia, ver Virno, Paolo. Ambivalencia de la Multitud: entre la innovación y la negatividad. Ed Tinta Limón. Buenos Aires, 2011.

[9] Negri, Toni. “De la Comuna a lo común. Una entrevista con Toni Negri a 150 años de la Comuna de Paris”. por Planteray Commune, Carcaj. Flechas de sentido, Santiago, marzo 30 de 2021. Disponible en: http://carcaj.cl/de-la-comuna-a-lo-comun-una-entrevista-con-toni-negri-a-150-anos-de-la-comuna-de-paris/