En los pasados tres años, el conflicto entre Rusia y Ucrania fue escalando y haciéndose cada vez más complejo. La diplomacia fracasó y Rusia decidió utilizar la fuerza como medio para resolver sus diferencias políticas con Ucrania. La invasión del ejército ruso es condenable desde cualquier punto de vista: representa una flagrante violación al derecho internacional. Las consecuencias humanas, así como los costos materiales y económicos provocados por las decisiones de los políticos de ambos países están siendo pagados por sus respectivas sociedades.
La cobertura noticiosa realizada por los grandes corporativos, los editoriales, los análisis elaborados por diplomáticos y/o especialistas, así como las opiniones de articulistas en general evidencia una perspectiva sumamente particular. Sin desestimar su gravedad, existe una sobrevaloración del evento. Se afirma que es el conflicto militar más trascendental en la historia de Europa desde 1939, es decir, desde la Segunda Guerra Mundial. ¿Acaso las guerras de la antigua Yugoslavia (1991-1995), donde se estiman perdieron la vida cientos de miles de personas, se registró una “limpieza étnica” y un número significativo de mujeres fueron violadas, no resulta tan “trascendental” en esa historia? ¿Quizá esas guerras representan el fracaso o la incapacidad de “la Europa civilizada” por evitar otro conflicto armado en Europa? Por ello, resulta necesario y oportuno recordar la conformación del Tribunal Penal Internacional para la ex-Yugoslavia, cuyo mandato fue juzgar las posibles graves violaciones a los derechos humanos en ese territorio. Slodoban Milosevic, presidente serbio, fue encontrado culpable y sentenciado por dicho tribunal.
Existe, igualmente, una percepción recurrente etnocéntrica y racista en gran parte de la cobertura noticiosa. Destaco unos cuantos ejemplos. El 25 de febrero, la CBS transmitió un segmento en vivo desde Kiev, la capital. El reportero destacado en la zona afirmó: “… este no es un lugar, con todo respeto, como Irak o Afganistán; una región en conflicto por décadas. Este es un [lugar] relativamente civilizado, relativamente europeo (tengo que escoger cuidadosamente esas palabras), donde no se esperaría que esto [la guerra] pase…” La reportera de la cadena británica ITV desde Polonia comentó al aire: “Lo impensable ha pasado; [Ucrania] no es una nación en desarrollo o del Tercer Mundo. ¡Es Europa!” En una edición especial por el inicio de la invasión rusa a Ucrania del canal francés de noticias, BFM TV, uno de los comentaristas aseveró: “Este es un tema importante. No se habla de sirios que huyen de los bombardeos del régimen sirio [sic.], respaldado por Vladimir Putin, se habla de europeos quienes salen en sus carros semejantes a los nuestros…”
En esos comentarios se advierte una representación romántica de Europa como un espacio civilizado y homogéneo en términos políticos, sociales y étnicos; un lugar secularizado y ajeno a la violencia. Y su propósito parece obvio: apelar a esas “similitudes” para legitimar las acciones y medidas políticas y económicas tomadas por los gobiernos de Estados Unidos, Canadá, Francia y Alemania, principalmente. Sin embargo, también evidencian una continuidad en el pensamiento etnocéntrico y estereotipado de ciertos países europeos (Gran Bretaña, Francia, Alemania, España, Italia, los Países Bajos) y de Estados Unidos sobre otras regiones y sus sociedades. Un pensamiento dicotómico: civilizado/incivilizado. Considerar que las guerras y los conflictos violentos tienen lugar exclusivamente en sociedades no anglosajonas-europeas o menos desarrolladas es, igualmente, un pensamiento ampliamente racista y poco consecuente con la realidad. Ese pensamiento es propenso, además, a demarcar una frontera simbólica entre “nosotros” y “ustedes”. Con la migración y el desplazamiento forzado de refugiados, particularmente de Siria, se ha fortalecido esa frontera en términos de un espacio católico/cristiano amenazado por los musulmanes, a quienes se caracteriza como similares, fanáticos religiosos, machistas y, para el caso de las mujeres, sumisas y sin capacidad de agencia. De ahí que se aduzca que los ucranianos son “compatibles” con el resto de Europa.
Occidente vs. Oriente.
La mayoría de las narrativas articuladas en torno al conflicto Rusia-Ucrania reproduce una dicotomía acrítica: Occidente/Oriente. Esas narrativas, incluso elaboradas por los propios gobiernos de Rusia y Ucrania, son problemáticas porque ambos conceptos/etiquetas son excluyentes y homogenizan a los países pretendidamente incluidos. La pregunta más básica para poder determinar qué es y dónde se encuentra “Occidente/Oriente” depende del lugar dónde nos ubiquemos, como analizó Edward Said. Cuando se evoca “Occidente”, por lo general, se hace referencia a un área del mundo pretendidamente más civilizada: Europa. Esa evocación, en realidad, alude a tres/cuatro países: Gran Bretaña, Francia, Alemania y, posiblemente, los Países Bajos. Estados Unidos sería el faltante en “ese Occidente”, aunque geográficamente no se ubique ahí. Por consiguiente, América Latina y África son deliberadamente excluidas. En una situación similar se encuentra “Oriente”: tampoco está del todo definido y delimitado. Originalmente, “el Oriente” era una referencia a China, pero con la expansión de los intereses comerciales y militares de Francia y Gran Bretaña en Asia durante los siglos siglo XVIII-XIX, se empleó para designar a aquellas regiones más alejadas de Europa.
Por ello, resulta impreciso y, en cierta medida falso, afirmar que todo “Occidente” está en contra de Rusia, no por ese hecho en sí, sino por las siguientes razones. Se utiliza “Occidente” como sinónimo de “resto del mundo”. En América, África y, obviamente, Asia existen países con diversas posturas con respecto al conflicto; entre esas posturas están aquellas en abierto respaldo a Rusia. No intento argumentar si dicho apoyo es correcto o incorrecto, sino indicar la generalización implícita en un argumento como ese. Asimismo, su empleo resulta en un evidente etnocentrista, pues se observan los eventos desde la perspectiva euro-estadounidense.
Narrativas.
El ciberespacio y particularmente las plataformas sociales como Twitter y Facebook se han convertido en otro frente del conflicto entre Rusia y Ucrania. Sin embargo, desde hace meses los gobiernos de ambos países diseñaron estrategias de información a fin de lograr incidir a su favor en la opinión pública de la mayoría de los países. Ambos bandos han difundido noticias falsas o información manipulada y sobredimensionada.
En ese sentido, el conflicto ha expuesto los intereses y/o agendas políticas de esas compañías. De manera unilateral tomaron posición a favor de Ucrania, permitiendo la difusión de videos amateurs y reportajes de cadenas de televisión sin verificar la veracidad de la información. Mientras que no solo se censura cualquier opinión sobre Rusia, sino que también se suspenden aquellas cuentas de usuarios donde se publican opiniones y/o puntos de vista no “oficial”. Igualmente, se suspendieron las cuentas de todos los medios de comunicación rusos. Esta decisión ha reactivado la discusión sobre la necesidad de regular las redes sociales. Por un lado, existe quienes platean que el Estado sea quien garantice la libre expresión de ideas, siempre y cuando no se difundan discursos de violencia, apología del delito ni conductas lesivas. Este argumento se sustenta en varias controversias en las cuales, Facebook, Twitter y Youtube se han visto envueltos. Las cuentas de personas y/o grupos del extremismo blanco, por ejemplo, no han sido suspendidas a pesar de evidencias de su llamado a acciones violentas. Y, por el contrario, ha habido una peculiar censura de cuentas donde se trata de ofrecer información con bases científicas en temas como el consumo de comida chatarra o la desaparición forzada de personas. Asimismo, la información difundida por estos medios no es verificada de forma alguna. Por el otro, existen quienes buscan se impongan límites y, al mismo tiempo, se garantice la protección y el correcto uso de datos personales de los usuarios, incluidos sus hábitos al navegar por Internet, con los cuales esas empresas lucran. Al respecto, se encuentra el caso de Cambridge Analytica, una compañía de consultoría política quien compró a Facebook la información de millones de sus usuarios para incidir en la campaña electoral de Estados Unidos de 2016 a favor de Donald Trump.
¿El comunismo al acecho de la democracia?
En las narrativas articuladas paralelamente al conflicto ruso-ucraniano se destaca un patrón: la aparente amenaza del comunismo representada por Rusia y China. Desde hace un par de años, esa apreciación ha estado rondando por las redes sociales, así como en un espectro de grupos conservadores tanto en México como en otras partes del Mundo. Dichos grupos identifican en Vladimir Putin a un comunista y caracterizan a su gobierno como una continuidad de la era soviética. La idea es, obviamente, no solo una falacia, sino también una disonancia cognitiva, teniendo en cuenta que el sistema económico de la actual Rusia dista mucho de ser considerado, siquiera, socialista. De hecho, los economistas lo describen como de “capitalismo salvaje”. En términos políticos, el gobierno de Putin se ha caracterizado por gozar del respaldo financiero de oligarcas rusos, por su férreo control del aparato político, la falta de libertades y la represión de cualquier tipo de oposición. Son esas características, propias de un régimen autoritario, las que llevan a dichos grupos no solo a equiparlo con el régimen comunista chino, sino también a suponer la existencia de una “alianza” entre Rusia y China para imponer un sistema político similar al suyo.
En ese sentido, ciertos analistas y comentaristas han hecho suyo dicho planteamiento o coinciden con él. Desde su perspectiva, el pacto fue zanjado entre Xi Jinping y Putin durante la visita realizada a China días antes de la inauguración de los Juego Olímpicos de Invierno de 2022. El fundamento lo encuentran en la declaración conjunta del 4 de febrero. En la declaración ambos países reconocen a la democracia como un derecho universal a promover y proteger. Ambos estados identifican en ella un instrumento para mejorar el bienestar de la ciudadanía. Igualmente, señalan que no existe un único modelo de democracia y denuncian el intento de algunos países por imponerlo. Esta particular interpretación de la democracia no resulta novedosa y sí está en sintonía con la histórica posición, al menos, de China. La dirigencia china siempre ha definido su sistema político como de “democracia con características chinas”[1]. Es bien sabido por quienes investigamos temas políticos de China contemporánea que en cada uno de los resolutivos del Congreso del Partido Comunista de China siempre se hacen referencias al concepto. Y, a pesar de ello, políticos, las corporaciones de noticias y ciertos analistas y comentaristas han hecho de esa declaración el estandarte no solo para justificar su apoyo a Ucrania en el conflicto, sino también para a afirmar que la supervivencia de la civilización “occidental” y sus valores dependen del triunfo ucraniano.
Al respecto, es necesario hacer varias precisiones. De entrada, habría que definir no solo qué es “occidente”, sino también cuáles son sus valores y si todas las sociedades denominadas “occidentales” consideran dichos valores en tanto parte de su ethos (se asume que para esos grupos “occidente” es sinónimo a “resto del mundo” y “valores occidentales” a “valores universales). Sin caer en relativismos, soy de la idea de que la mayoría de las sociedades convergen en el respeto de ciertos principios, por ejemplo, el de la libertad. Esa convergencia no los convierte en “valores universales”. Desde el siglo XIX, Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos han denominado los principios políticos de sus sistemas como “universales”: liberalismo, laicidad y democracia liberal. El gobierno de Volodímir Zelenski dista mucho de ser el epítome democrático de Europa. Basta mencionar que previo al inicio de la invasión rusa a Ucrania, reportes periodísticos revelaron en los “papeles de Pandora” la existencia de cuentas bancarias a su nombre en los llamados paraísos fiscales. Y ya iniciado el conflicto, prohibió la salida del país de todos los varones mayores de dieciocho años a fin de que presten servicios militares y proscribió a los partidos políticos de oposición aduciendo la necesidad de preservar la unidad nacional. Y, sin embargo, gran parte de la prensa británica, francesa, española, parcialmente la alemana, y la estadounidense, así como sus respectivos gobiernos lo comparan con Winston Churchill. Se ha convertido en una “estrella del pop”: dirigió un discurso en los premios MTV y en la apertura del festival de cine Cannes. La propia presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, le aplaudió de pie al finalizar su alocución ante el Parlamento europeo.
No son ni Rusia ni China quienes pudieran poner en riesgo los valores políticos de la Unión Europea (UE), sino dos de sus miembros en particular. El gobierno ultranacionalista del Primer Ministro de Hungría, Viktor Orbán, se ha distinguido por reprimir a la oposición política y encarcelar a sus críticos, violentando el estado de derecho. De hecho, un informe de la propia Comisión Europea advierta la erosión de la autonomía del poder judicial, la falta de instrumentos legales para combatir la corrupción, así como el fortalecimiento de la censura a medios de comunicación. Orbán, igualmente, se opone a la migración, particularmente de musulmanes, a quienes considera una amenaza a las costumbres católicas nacionales. Además, discrimina y estigmatiza a los grupos LGTBI+, a la par de aprobar una ley mediante la cual se prohíbe cualquier referencia a la homosexualidad en las escuelas. Por esta última razón, el Parlamento europeo activó, por primera vez en su historia, el artículo 7 de la Constitución europea, por el cual un Estado miembro puede perder su derecho al voto en el Consejo europeo, donde se toman las decisiones políticas más relevantes de la Unión.[2]
Polonia también ha incumplido con los principios de la UE. Los gobiernos del partido ultraconservador, Ley y Justicia, han seguido la senda del Primer Ministro húngaro: debilitamiento del poder judicial, censura a los medios de comunicación, rechazo a la migración. El gobierno polaco ha declarado municipios del país como “zonas libres de ideología LGBTI+”. Por esa razón, ha dejado de recibir ciertos fondos económicos. Úrsula von der Leyen señaló: “Nuestros tratados garantizan que todas las personas en Europa sean libres de ser quienes son, de vivir donde quieran y de amar a quienes quieran”. Pero, el evento que ha cimbrado a la UE es el rechazó al cumplimiento de una sentencia de la Corte de Justicia europea por parte del máximo tribunal de justicia polaca. De hecho, la Suprema Corte de Justicia de Polonia desconoció la jurisdicción de la corte europea. Un abierto desafío a las instituciones europeas. Sin embargo, el inicio de las hostilidades entre Rusia y Ucrania, así como la ayuda prestada por Polonia a esta última (motivada meramente por su rusofobia), ha propiciado que el tema pase a segundo plano.
Ahora bien, ¿existe o es posible una alianza Rusia-China? No es la primera vez que se hace ese planteamiento. Tras la conclusión de la Guerra Fría, se fortalecieron los procesos de regionalización e integración económica como una solución a las perniciosas consecuencias de los procesos de desterritorialización y desnacionalización del capital, estos últimos identificados por Saskia Sassen. Asimismo, el aún preponderante papel político, militar y económico de Estados Unidos en el contexto global llevó a analistas a proyectar la conformación de un bloque o alianza entre Rusia, China e India para hacer contrapeso a la hegemonía estadunidense. No obstante, existe amplia evidencia de tensiones y divergencias entre los tres y, en particular entre Rusia y China. Haciendo un recuento histórico, la entonces Unión Soviética siempre intentó ejercer una suerte de “tutelaje” ideológico y político sobre la recién creada República Popular China. Por su parte, la dirigencia china reconocía los resolutivos del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) como directrices a seguir. En ese escenario de fraternidad socialista, la Unión Soviética envió asesores técnicos para ayudar a la reconstrucción de China. No obstante, en la medida en que Mao Zedong comenzó a consolidar su poder sobre la dirigencia del partido y se iba debilitando el aislamiento internacional promovido por Estados Unidos, surgió una rivalidad política e ideológica con los soviéticos. En ese sentido, Mao realizó contribuciones teóricas al marxismo-leninismo, las cuales no eran reconocidas por los soviéticos. La ruptura tuvo lugar con el ascenso de Nikita Jrushchov a la Secretaria General del PCUS. Jrushchov denunció los asesinatos cometidos durante el periodo de Joseph Stalin y declaró que era posible dialogar con Estados Unidos. Este revisionismo político e ideológico fue rechazado por la dirigencia china, expulsó a los asesores soviéticos y denominó la nueva postura de la Unión Soviética como de social imperialismo. Estas tensiones continuaron a lo largo de la Guerra Fría. Actualmente, Rusia y China convergen en ciertos temas de la agenda global y participan en foros de diálogo y coordinación financiera como el de los BRICS. Ello no supone la existencia de apoyo reciproco irrestricto.
China ha dejado en claro su posición en el conflicto Rusia-Ucrania: no apoya la invasión rusa. El hecho de no haber acompañado el veto ruso a la resolución patrocinada por Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, su abstención en la votación para aprobar una resolución donde se condena a Rusia en la Asamblea General de Naciones Unidas y no haber transferido armamento son muestra de su postura. Existe quien afirma que esta actitud neutral asumida por China responde a una estrategia para resolver la cuestión de Taiwán. Debe haber claridad al respecto: la dirigencia china considera que cualquiera declaración unilateral de independencia por parte de Taiwán llevará a un conflicto armado.[3] Considero inviable esa posibilidad, teniendo en cuenta que un conflicto de esa índole pondría en riesgo la recuperación de la economía china como consecuencia de la pandemia del COVID-19. El movimiento de tropas chinas frente a las costas de Taiwán son una advertencia, sin lugar a duda, ante los recientes acercamientos políticos entre el gobierno de la presidenta Tsai Ing-wen y la administración de Joe Biden. En el conflicto entre Rusia y Ucrania no se están defendiendo los “cimientos del mundo civilizado” y dista mucho de ser un intento por reemplazar denominados “valores universales” por “valores asiáticos”. Atestiguamos, en realidad, una guerra de narrativas maniqueas, falsas noticias y disonancia cognitiva, cuyos mecanismos de dispersión son ciertos medios de comunicación, canales de Youtube, Twitter y WhatsApp.
[1] Dicha definición es sumamente ambigua y se presta a particulares interpretaciones. No se está intentando evaluar si efectivamente es una democracia y tampoco relativizar el tema arguyendo la existencia de factores culturales. Más bien, se busca evidenciar la manipulación y la extrapolación de la información existente.
[2] Tras una votación, el Parlamento europeo recomendó al Consejo suspender el derecho al voto de Hungría. Sin embargo, ante la crisis de refugiados por la guerra en Siria y la necesidad de que el país contuviera la migración, el Consejo no aceptó dicha recomendación.
[3] La República Popular China denomina a Taiwán como una provincia rebelde y considera su territorio como parte inalienable de China continental.