CHILE O LA POLÍTICA EN TIEMPOS NEOLIBERALES

Hace algunos días un analista empresarial de la recalcitrante derecha chilena declaraba en la prensa conservadora de Santiago que las condiciones que generaron el estallido social de 2019 se mantenían intactas, y llamaba a los actores de su sector a prestar atención a este escenario. También en estos días uno de los gestores de la campaña del Rechazo a la nueva constitución apareció en los medios alertando sobre la incapacidad de los partidos de la derecha para gestionar su triunfo electoral. De igual modo, las encuestas, la gran mayoría manipuladas por este mismo sector, señalan diariamente la urgencia que plantea la población por retomar el proceso constituyente. 

Estas son solo algunas de las apreciaciones que han comenzado a proliferar entre los partidarios de la derecha una vez diluido el triunfalismo posterior al referéndum, que otorgó al Rechazo a la nueva constitución un 62 por ciento de las preferencias. Esto marca una distancia con las lecturas de esos días, que frente a una cifra abrumadora parecían poner una lápida al proceso de gestación de un nuevo marco constitucional. Sin embargo, con el correr de las semanas lo que ha ido quedando claro es que la opinión mayoritaria sigue apostando por una nueva constitución. Más del 70 por ciento de los votantes, según varias encuestas, continúan sosteniendo la necesidad de cambiar el actual marco jurídico. 

Por supuesto, aquellos primeros días de la derrota electoral del Apruebo no eran tan halagüeños y dieron paso a la búsqueda de explicaciones. No se trataba tanto de descifrar el fracaso, algo que estaba en los márgenes de lo posible, sino de comprender la magnitud del descalabro electoral. Por qué una constitución que entregaba una serie de derechos sociales (vivienda, salud, educación, entre otros), había sido rechazada por los sectores más pobres de la sociedad. Por qué un documento realizado de forma paritaria había encontrado mayor oposición entre las mujeres. Por qué una propuesta que garantizaba la igualdad de condiciones a los pueblos originarios había encontrado tanto rechazo en los lugares con alta densidad de población indígena. La situación aparentemente contradictoria requería explicaciones que permitieran no sólo comprender el asunto, sino también abrir trazas para continuar con el proceso. 

Una de las primeras reacciones a ras de suelo fue denostar a quienes votaron por el Rechazo. Incluso los pocos medios comprometidos con los cambios se volcaron a las calles a coleccionar explicaciones con justificaciones absurdas sobre esta opción electoral. Entre sorpresa, rabia y decepción, muchos de los entrevistados, cual terraplanistas, señalaban elementos incoherentes, mentiras o situaciones hipotéticas para decir por qué habían votado en contra. Lo que quedó en evidencia fue el masivo nivel de desinformación por parte de la población. 

Con el correr de las semanas hemos asistido, sin embargo, a búsquedas más profundas sobre las causas concretas que impulsaron la magnitud del resultado. En general, muchas de estas teorías apuntan a una multiplicidad de factores que contribuyeron a la tormenta perfecta en contra del Apruebo. Una inversión publicitaria sin precedentes por parte de la derecha, mezclada con las regulares mentiras y fake news que este sector ha solido utilizar en sus campañas, fue considerado el primer eslabón de estas explicaciones. A esto se debe sumar la débil posición del gobierno, recién en proceso de instalarse; el referéndum se realizó apenas 6 meses después de que Gabriel Boric asumiera, algo prácticamente inédito en la historia electoral chilena. Las condiciones y perspectivas económicas, con cifras a la baja en casi todos los sectores; así como niveles de violencia con pocos precedentes; una crisis migratoria en el norte chileno; y la militarización del sur debido al conflicto mapuche; entre otras variables, impulsaron votos específicos de rechazo. Por supuesto, aquí debemos volver a la campaña de la derecha que aprovechó estas condiciones particulares para sembrar su desinformación. 

Hay dos elementos que me parece requieren mayor detención en el análisis. El primero de ellos corresponde al propio sentido del texto y el segundo tiene que ver con las características del proceso. En el primer caso, conviene preguntarnos hasta qué punto la nueva propuesta de constitución era legible para las amplias mayorías del país. Un texto de con casi 400 artículos, con la incorporación de numerosos neologismos académicos, con apartados abstractos que dejaban dudas sobre su aplicación concreta, convirtió a la propuesta constitucional en algo críptico para muchos votantes. Además, en este aspecto hay que considerar que, dada la educación neoliberal chilena de los últimos 40 años, casi el 40 por ciento de la población no entiende lo que lee. En esas condiciones, una de las máximas de la campaña del Apruebo, “la gente cambiará de opinión cuando la lea”, no pasaba de ser una declaración de buenas intenciones. 

Pero el contenido del texto no sólo era difícil de interpretar, sino que además numerosos temas instalados con las movilizaciones de 2019 quedaron en una nebulosa falta de concreción. Las Aseguradoras de Fondos de Pensión (Afores en México) no desaparecían, no se nacionalizaban los sectores productivos estratégicos, no se revertía la mercantilización de las aguas, entre otros elementos que habían sido centrales para los actores del levantamiento. En resumen, una parte importante de los pilares del neoliberalismo chileno quedaba aún abierta a futuras discusiones, por lo tanto, a incertidumbres sobre el resultado final del proceso. 

En términos de cómo se llevó a cabo la redacción del nuevo texto, numerosas opiniones se han concentrado en las fallas políticas y comunicacionales que tuvo la convención. La Lista del Pueblo, que agrupaba a independientes y participantes de la revuelta, se disolvió en las primeras semanas de las discusiones; uno de los constituyentes fue expulsado por mentir sobre una enfermedad crónica que decía padecer; las declaraciones inoportunas, seguidas de retractaciones, fueron elementos cotidianos; y así podríamos seguir enumerando problemas (que nuevamente fueron aprovechados por la derecha). Sin embargo, algo que me parece crucial no se relaciona con esta inestable situación, sino nuevamente con una predica de los propios convencionales: “cuando volvamos a los territorios, podremos explicarles la constitución a las bases”. Nuevamente, encontramos ingenuidad de parte de los declarantes, pero también podemos percibir un problema importante sobre cómo se comprendió el trabajo constituyente. 

Durante el levantamiento de 2019, uno de los ejercicios comunes de los ciudadanos fue la realización de cabildos constituyentes, barriales, comunales, en los espacios laborales, en las organizaciones comunitarias. Sin embargo, cuando los convencionistas se enfrascaron en las discusiones, la participación de las amplias mayorías que habían disputado el devenir político chileno, se redujo nuevamente a ser espectadores del proceso, o en el mejor de los casos a convertirse en cabilderos de determinados constituyentes. La falta de inclusión en los debates por parte de la ciudadanía finalmente ocasionó un quiebre entre quienes redactaban la nueva constitución y los millones de chilenos que se habían jugado en las calles la necesidad de este cambio institucional. 

Por supuesto, como hemos visto, esta no fue la única causa de la debacle electoral, pero no hay que perder de vista que la exigencia de participación estaba en las bases del cuestionamiento al modelo neoliberal. Esto, por distintos motivos, no fue atendido por parte de los implicados, con los resultados que hemos podido observar en el plebiscito.  

Finalmente, el gran aprendizaje de esta elección, la primera realizada con voto obligatorio e inscripción automática desde el retorno de la democracia, se relaciona con la profundidad del neoliberalismo en Chile. No hay duda que este modelo no es sólo una apuesta económica, sino que implica una amplia gama de aspectos culturales, políticos y sociales. El referéndum significó la inclusión electoral de sectores que habían permanecido ausentes de las elecciones desde hace 40 años. Sobre el comportamiento y las causas de esta distancia se habían escrito numerosas hipótesis, apelando a lo antisistema, al rechazo a los gobiernos, a la ausencia de interés porque nada iba a cambiar. Sin embargo, la elección nos comienza a mostrar el escenario completo, y lo que podemos ver en un primer asomo es la aguda penetración del individualismo, de la desconfianza, de todos aquellos “valores” desplegados por el neoliberalismo. No es casual que en estos días también apareciera una encuesta que señala que el 75 por ciento de los chilenos piensa que “la mayoría de la gente trata de aprovecharse de uno”. A contrapelo, la propuesta de constitución establecía que Chile sería “una república solidaria”. Nada más alejado de las apreciaciones del ciudadano común y corriente.  

No se trata, en conclusión, de autoflagelarse. Al contrario, una de las bases para hacer política es conocer el contexto y la coyuntura sobre la que se opera, y por primera vez en muchísimo tiempo las cartas completas están sobre la mesa. Hay que aprender a leerlas, y también comenzar a comprender que desmontar las dinámicas neoliberales, no será el resultado ni de un decreto, ni de una nueva constitución.