Interseccionalidad y radicalidad
El enfoque interseccional apareció con este nombre al final del siglo XX (Crenshaw, 1989, 1990). Sin embargo, antes de nombrarse así, ya existía con otros nombres o de modo anónimo. Habiéndonos remontado a sus orígenes en un texto previo publicado en Memoria, nos detuvimos en escalas tan heteróclitas como la teoría psicoanalítica del mexicano Santiago Ramírez, escritos políticos de sus connacionales Concha Michel y Ricardo Flores Magón, activismos afroamericanos, marxismos feministas, el pensamiento de Karl Marx y Friedrich Engels, testimonios de Flora Tristán y luchas anticoloniales de los pueblos originarios de las regiones andina y mesoamericana (Pavón-Cuéllar y Capulín Arellano, 2023).
Cuando examinamos la interseccionalidad anterior a su designación como tal, no podemos resistirnos a la impresión de que solía tener mayor alcance y profundidad que el actual enfoque interseccional (Aguilar, 2012; Vogel, 2018). Es como si la interseccionalidad, al adoptar su nombre, hubiese adquirido también cierta propensión a evitar planteamientos radicales, entendiendo etimológicamente la radicalidad como la entendía Marx, como el hecho de “atacar el problema por la raíz” (Marx, 1843a, p. 497). El actual enfoque interseccional deja de atacar el problema por una raíz que para nosotros es la estructura (Pavón-Cuéllar, 2023a, 2023b, 2023c).
La evitación del nivel estructural es cuestionable porque implica no sólo un déficit de radicalidad, sino una claudicación típicamente posmoderna en el programa histórico político de crítica de la ideología. Sólo queda entonces la resignación a una experiencia ideológica inmediata en la que se confunden las opciones pretendidamente alternativas y liberadoras con las efectivamente dominantes y conservadoras. Después de todo, la interseccionalidad no asegura nada, pudiendo ser tanto reaccionaria como revolucionaria, tanto izquierdista como derechista (Ravecca et al, 2022). Energúmenos como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Javier Milei y Eduardo Verástegui evidencian que la ultraderecha simultáneamente clasista, sexista y racista es tan interseccional como la izquierda que se opone al mismo tiempo a las discriminaciones y opresiones de clase, género y raza.
Para no ser tan sólo una inversión especular de lo que denuncia, el enfoque interseccional debería saber deslindarse críticamente del conflicto en el espejo al considerar tanto su carácter ideológico-fantasmático imaginario como su trasfondo real estructural. Esta doble consideración de la ideología y de la estructura es algo con lo que la interseccionalidad podría llegar a radicalizarse al aprenderlo de pensamientos radicales como los que Marx y Freud nos han legado. Los pensamientos marxista y freudiano podrían también favorecer la interseccionalidad, permitiéndole recobrar su radicalidad, al enseñarle a no ignorar procesos subyacentes a la intersección como la dominación, la explotación, la identificación, la alienación, la división y la atomización. Estos seis procesos, junto con los dos aspectos ideológico y estructural, constituyen un total de ocho posibles aportes del marxismo y del psicoanálisis para una radicalización del enfoque interseccional. Veamos cada aporte por separado.
Ideología
Lo primero que el enfoque interseccional debería conceder es que la intersección tiene lugar no en lo real en sentido estricto, sino en lo real de lo imaginario, en lo real de una esfera ideológica-fantasmática regida por el interés, el poder, el goce, la pulsión y el deseo. Es en la ideología en la que se despliega la experiencia individual, en la cual, a su vez, intersecan las identidades y opresiones o discriminaciones de clase, raza y sexo. Desde luego que el clasismo, el racismo y el sexismo son reales, pero solamente lo son en la medida en que hay efectos reales de algo tan imaginario como las categorías identitarias de clase, raza y sexo a las que se dirigen las violencias discriminatorias y opresivas de índole clasista, racista y sexista.
El clasismo, el racismo y el sexismo, al igual que las identidades correspondientes, aparecen en una experiencia del individuo que es bastante dudosa por sí misma, siendo moldeada por las mismas opresiones y discriminaciones que sufre, teniendo entonces un carácter necesariamente sesgado, tendencioso y engañoso, distorsionado y mistificado, fantasmático para el psicoanálisis e ideológico para el marxismo. Tanto la perspectiva marxista como la psicoanalítica supieron que lo experiencial y lo individual tienen su verdad en otra escena, en el sistema socioeconómico para el marxismo y en el sistema simbólico del inconsciente para el psicoanálisis. Esta otra escena es la estructura capitalista, heteropatriarcal y colonial en la que se deciden las divisiones de clases, sexos y razas, así como sus resultantes discriminaciones, opresiones e identidades que intersecan en la experiencia del individuo.
La experiencia del individuo es la esfera en la que suele quedarse encerrado el enfoque interseccional. En esta esfera ideológica, la intersección tan sólo puede representarse ideológicamente como algo experiencial, individual e identitario. La interseccionalidad, como reconocimiento de la experiencia de intersección en el individuo entre identidades y opresiones o discriminaciones de clase, género y raza, es ella misma una representación ideológica empirista, individualista e identitarista de una estructura capitalista fundamental y originariamente colonial y heteropatriarcal.
Estructura
Es paradójico, por decir lo menos, que las ideologías del empirismo, el individualismo y el identitarismo por las que se guía al enfoque interseccional sean perfectamente congruentes con las violencias ideológicas a las que se opone, con el clasismo, el sexismo y el racismo, que se ejercen igualmente sobre las identidades y experiencias individuales. Esta perfecta congruencia es una de las razones fundamentales por las que la interseccionalidad puede ser tan opresiva como subversiva. Para escapar del horrendo espejo en el que se refleja, la interseccionalidad tendría que atravesarlo y acceder así a la estructura, como lo hicieron Marx y Freud en su tiempo.
El marxismo y el psicoanálisis pueden ayudar a radicalizar el enfoque interseccional al conducirlo a la estructura en la que se produce la intersección experimentada por cada individuo. Reconocer la estructura capitalista, patriarcal e colonial implica una radicalidad antisistémica no sólo porque posibilita la adopción de posiciones anticapitalistas, antipatriarcales y anticoloniales, sino porque permite atravesar la pantalla ideológica-fantasmática de la experiencia individual en la que intersecan identidades y opresiones o discriminaciones. Aquí hay que entender que esta experiencia es producto y no sólo expresión de la estructura, dado que lo estructural no sólo se manifiesta en la experiencia interseccional, sino que la produce y se vale de ella para no manifestarse, para pasar desapercibido. Esta experiencia es entonces una exitosa realización ideológica de la estructura que se disimula en ella. Cuando nos atenemos a la experiencia, estamos dando la razón a la estructura, siguiendo las reglas de su juego y así ayudándole a tener éxito.
La estructura capitalista, heteropatriarcal y colonial obtiene su mayor victoria cuando es olvidada por el enfoque interseccional, cuando este enfoque imagina que las clases, los sexos y las razas existen realmente, que son lo fundamental, que tienen una realidad estructural independiente de la ideología, que son tres estructuras que intersecan en cada individuo. Lo cierto es que no hay ni tres estructuras, clasista, sexista y racista, ni una intersección entre las ellas, sino simplemente la experiencia interseccional de la posición estructural de un individuo: experiencia ideológica individual en la que intersecan relaciones constitutivas de la única estructura transindividual capitalista, heteropatriarcal y colonial. Cada vez resulta más claro que sólo hay esta estructura en la que se establecen relaciones como las clasistas, sexistas y racistas (Federici, 2010), las cuales, por lo tanto, no son diferentes unas de otras, sino “cosustanciales”, compartiendo una misma sustancialidad estructural (Galerand y Kergoat, 2014). Sólo hay la estructura del sistema socioeconómico del capitalismo en el que van quedando subsumidos el colonialismo, el heteropatriarcado y el sistema simbólico de la cultura en general (Bohrer, 2018), no habiendo metalenguaje, no habiendo ningún Otro del Otro, sino sólo el Otro, el lenguaje del inconsciente que se ha hecho consciente a través de métodos como los que debemos a Marx y a Freud (Lacan, 1960, 1968-1969).
Dominación y explotación
El marxismo y el psicoanálisis desentrañan el lugar del sujeto en la estructura transindividual con sus determinaciones y sus intereses impersonales, con sus pulsiones y sus goces inconscientes, más allá del plano personal y consciente del individuo con su experiencia emocional-sentimental de la intersección. Es así como los métodos marxista y psicoanalítico nos hacen atravesar la experiencia interseccional en la que nos sentimos individualmente discriminados y oprimidos por el clasismo, el sexismo, el racismo, el edadismo, el capacitismo y otros ismos que nos limitan, sofocan, asfixian, vacían, empobrecen, aplastan, degradan, humillan, agreden, golpean, inmovilizan, aprisionan, atrapan, subyugan, controlan y manipulan. Más allá de esta compleja experiencia de sufrimiento, descubrimos aquello que la provoca, el fondo y la causa inconsciente de lo que experimentamos conscientemente cada uno de nosotros, la estructura transindividual como sostén de la experiencia individual.
Cuando un individuo resiente diversas opresiones y discriminaciones que intersectan en su experiencia, lo que está experimentando es, en última instancia, las relaciones de explotación y dominación de la estructura transindividual, el despojo sistemático y el ejercicio impersonal del poder como operaciones fundamentales de la violencia estructural del capitalismo, el heteropatriarcado y la colonialidad. Es al dominar metódicamente nuestra existencia y al explotarla eficazmente como fuerza de trabajo que la estructura produce la experiencia interseccional de cada uno de nosotros (ver Foley, 2018). La intersección entre múltiples opresiones y discriminaciones es la forma en que un individuo experimenta la dominación y la explotación de la única estructura transindividual.
El nivel estructural es el de una dominación flotante y omnipresente que opera tan por dentro como por fuera del sujeto, moldeando tanto su percepción como lo percibido, pero siendo imperceptible por sí misma, confundiéndose con el peso de las circunstancias y sólo conociéndose indirectamente a través de sus efectos opresivos. El nivel estructural es también el de la explotación de nuestra existencia como fuerza de trabajo de la estructura, como fuerza laboriosa de producción y reproducción, de consumo y metabolismo, de represión y persuasión, de enunciación y legitimación, de pensamiento y acompañamiento, de afecto y apoyo. Toda esta fuerza es la que se explota en las obreras y los obreros, en las mujeres, en los pueblos del Sur Global y en el conjunto de la humanidad. Es al explotar, al absorber tanta fuerza vital, que algo tan inerte y muerto como el capital puede animarse, que algo tan débil como lo masculino y viril puede aparecer como fuerte y temible, que una diferencia tan borrosa como la sexual binaria puede volverse nítida e insalvable, o que una civilización europea tan igual y tan diferente como las demás puede imponerse como excepcional, única, desigual y superior a cualquier otra.
Identificación
Categorías identitarias empoderadas como la blanca o europea, la binaria, la masculina y la burguesa capitalista, lo mismo que identidades oprimidas y devaluadas como la negra o africana, la trans, la femenina y la obrera, suelen ser aceptadas por el enfoque interseccional tal como aparecen en la experiencia individual, como cosas reales y evidentes que intersecan unas con otras. La realidad y su evidencia de estas cosas empíricas no tienen por qué ser cuestionadas en una perspectiva empirista como la dominante en la interseccionalidad. Por el contrario, en ruptura con el empirismo, el marxismo y el psicoanálisis nos impelen siempre a ir más allá de los estados experienciales de la interseccionalidad para elucidar sus procesos constitutivos en la estructura. Es así como nos llevan, en el caso que nos ocupa, de las identidades interseccionales fantasmáticas-ideológicas a las identificaciones estructurales relacionales en las que se gestan esas identidades interseccionales, ya sea bajo la forma del “conjunto de las relaciones sociales” por las que se configura el ser humano en Marx (1845, p. 9) o bien como las diversas “ligazones de identificación” por las que se forma el individuo en Freud (1921, p. 122).
Para que haya un individuo humano con ciertas especificaciones identitarias que intersecan en él, debe haber primero un sujeto que establezca relaciones y ligazones identificatorias en el seno de la estructura. El sujeto debe identificarse con lo negro, lo mulato, lo indígena, lo mestizo o lo blanco para dar lugar a una identidad negra, mulata, indígena, mestiza o blanca. Lo mismo sucede con las demás categorías identitarias que se constituyen a través de procesos identificatorios por los que ciertos sujetos, como diría Jacques Lacan (1968-1969, 1969-1970), encarnan los significantes que los representan para otros significantes en la estructura capitalista, heteropatriarcal y colonial. Estos significantes que representan al sujeto, estos significantes identitarios con los que el sujeto se identifica, son las identidades que lo constituyen como individuo y que intersecan en su experiencia individual.
El momento del sujeto no es el de la intersección experiencial individual entre identidades, sino el de algo constitutivo de estas identidades, algo anterior al individuo y a su experiencia, algo en lo que se realizan identificaciones y no sólo intersectan identidades. Trascender las identidades, reconduciéndolas a su origen en el sujeto, no sólo es teóricamente necesario para trascender el ámbito puramente ideológico-fantasmático de las categorías identitarias, sino que también es políticamente urgente para escapar de las políticas de identidad que tanto han mellado la capacidad reflexiva, crítica, organizativa y movilizadora de la izquierda en el mundo (Mitchell, 2013). La izquierda seguirá estática gesticulando frente a su reflejo identitario, frente a su identidad interseccional en el espejo de la derecha, mientras no se atreva a quebrarlo para volver a internarse en lo que subyace a él, en la estructura, pero también en los procesos estructurales identificatorios. Es lógicamente con estos procesos, y no con las identidades ya constituidas, que pueden realizarse transformaciones políticas trascendentes en el plano de la subjetividad.
Alienación y división
Para incidir políticamente en el bastión subjetivo, el mejor nivel es el infraestructural identificatorio. Este nivel debería ser el campo de acción de cualquier estrategia política radical, no sólo por ser el nivel más fundamental y por tener un carácter fluido y dinámico, por no estar ya cristalizado y rigidizado como el nivel superestructural identitario, sino por ser intrínsecamente contradictorio y por implicar a un sujeto irremediablemente dividido. Como lo han mostrado primero Marx y luego Lacan, un sujeto no puede identificarse con un significante sin dividirse de sí mismo al alienarse en la estructura en la que este significante lo representa para otros significantes.
El joven Marx (1843b) ya describió la división del burgués o del judío consigo mismo, con su papel como integrante de la sociedad civil, a causa de su identificación alienante con la ciudadanía en el Estado político. En un sentido más básico, Marx (1844, 1867) reconoció cómo el obrero se dividía irremediablemente de sí mismo al identificarse con la mercancía fuerza de trabajo y con su valor de cambio, alienándose así en el capital, en lo más contrario de sí mismo, hasta el punto de aparecer como capital variable y como simple apéndice de la máquina. Es la misma alienación divisiva que luego Lacan (1964, 1968-1969) descubrirá en el sujeto dividido entre sí mismo y el significante con el que se identifica y que lo aliena en el Otro.
Siguiendo a Marx y a Lacan, podemos comprender que un sujeto identificado con una etiqueta binaria como la de hombre o la de mujer esté ya, tan sólo por esto, alienado en el heteropatriarcado y por ello dividido con respecto a sí mismo como algo irreductible al binarismo heteropatriarcal. Sucede lo mismo en el caso de las identificaciones con las categorías simbólicas de la colonialidad o del capitalismo, con significantes como “indígena” o “empresario”, que provocan la alienación y la división de un sujeto que nunca es idéntico a los significantes que encarna y que lo representan. Estos significantes, aun en su multiplicidad e interseccionalidad, tan sólo sirven para enmascarar ideológicamente al sujeto y su división con una imagen fantasmática de individualidad. El individuo que ostenta la intersección entre múltiples identidades es la máscara ideológica de un sujeto sin identidad alguna, un sujeto no idéntico a sí mismo, un sujeto dividido entre él mismo y la estructura en la que debe alienarse para identificarse con las diferentes cosas que es.
Atomización
La alienación es evidentemente inevitable, pero considerarla nos hace ir más allá de la experiencia individual interseccional, permitiéndonos incursionar en su trasfondo transindividual estructural del que proceden los individuos. Es en dicho trasfondo, en la estructura en la que se relacionan los sujetos, donde puede entretejerse una colectividad que le otorgue un sentido pleno a la política. Es con la estructura, en efecto, con la que pueden constituirse políticamente los grandes movimientos colectivos al colectivizarse las relaciones que intersecan en cada posición estructural.
Quizás el mayor problema político de la interseccionalidad es que acarrea frecuentemente un olvido crónico del espacio de la colectivización y la politización, el de la estructura capitalista, heteropatriarcal y colonial, para confinar al sujeto en la esfera experiencial de las opresiones clasistas, sexistas y racistas: una esfera primariamente individual, psicológica, y sólo secundariamente colectiva, política. En esta esfera, se tiende irresistiblemente a despolitizar y psicologizar, disolviendo la estructura en lo experimentado interseccionalmente por cada individuo. A falta de una visión estructural, el enfoque interseccional puede llegar a fragmentar hasta pulverizar y atomizar a los movimientos colectivos, encerrando a los sujetos en esferas experienciales cada vez más estrechas hasta recluirlos en sus experiencias individuales de los puntos de intersección de sus posiciones estructurales, posiciones que sólo son de un individuo y de ningún otro.
En sentido estricto, la experiencia interseccional es exclusivamente de un individuo y de ningún otro, pues tan sólo un individuo experimenta la intersección única de cierto clasismo, cierto sexismo, cierto racismo, cierto colorismo, cierto capacitismo, cierto edadismo, etc. Una mujer tendrá muy buenas razones para dejar atrás el movimiento comunista para incorporarse al movimiento feminista, pero después tendrá también excelentes motivos para separarse del feminismo blanco y constituir un grupo feminista negro, y luego no le faltarán argumentos para integrar con otras compañeras lesbianas un grupúsculo afroamericano lesbofeminista del que podrían separarse las únicas dos inmigrantes extranjeras porque sólo ellas comparten la experiencia interseccional de nacionalismo xenofóbico además de racismo, sexismo y clasismo. Quizás una de ellas padezca también una discapacidad que resulte incomprensible para la otra, con lo que se justificará que abandone a su compañera y se quede sola, pues tan sólo ella conoce la intersección de todas las demás opresiones con la capacitista. Esta clase de atomización tan sólo puede evitarse al salir de la esfera individual experiencial de la interseccionalidad para situarse en una estructura y ahí colectivizar las relaciones que intersecan en cada posición estructural.
De la soledad hacia el horizonte comunista
Es en el nivel de la única estructura capitalista, heteropatriarcal y colonial donde podemos encontrar buenos motivos para unirnos y luchar unidos contra la violencia estructural que nos domina y nos explota y por la que nos experimentamos como oprimidos y discriminados. Por el contrario, el reconocimiento unilateral de las infinitamente diversas experiencias individuales de intersección de estas de opresiones y discriminaciones, tal como se encuentra en el enfoque interseccional, tan sólo nos confirmará lo que nos distingue, lo que nos aparta, pero jamás nos revelará lo que tenemos en común y por lo que se justifica nuestro comunismo. Esto común es la estructura transindividual y no sólo nuestra soledad sufrida individualmente (cf. Alemán, 2012).
Es verdad que la solitaria experiencia interseccional, por más que difiera entre distintos individuos, puede encontrarse en cada uno y constituir así el grado cero de la comunidad. Sin embargo, como una simple experiencia indiferenciada, carece de cualquier sentido compartido y de cualquier contenido común. Es por esto que la interseccionalidad no es una vía que pueda conducir al comunismo entendido como única alternativa global en lugar de la estructura capitalista, heteropatriarcal y colonial (ver Badiou, 2016).
Desde luego que el camino hacia el horizonte comunista no puede excluir el enfoque empírico-empirista interseccional, pero debería exigirnos acotarlo, insertarlo, elaborarlo y explicarlo en visiones teóricas de la estructura como las que Marx y Freud nos han legado. Necesitamos pensar en la estructura que tenemos en común para concebir el comunismo al que aspiramos. Requerimos también del pensamiento de lo estructural para cobrar conciencia de que nuestras luchas anticapitalistas serán antipatriarcales y anticoloniales o no serán.
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