Ni siquiera los muertos estarán a salvo si el enemigo vence,
y éste y no ha cesado de vencer.
W. Benjamin
Mucho se ha escrito y teorizado sobre la memoria, sabemos que no es neutral, no puede serlo; tampoco permanece fija ni está blindada. Necesita ser recuperada bajo marcos sociales que la doten de sentido, necesita defenderse y disputarse. Es necesariamente conflictiva, porque se sitúa dentro de un campo de batalla político. Hay pasados que no pasan, apuntaba el historiador Henry Rousso, y el once es un caso emblemático que lo confirma. En efecto, cada 11 de septiembre se nos impone una tarea política urgente: no ceder ni un paso al silencio, al olvido de la brutal violencia que necesitó la reestructuración capitalista en Chile, tampoco al blanqueamiento o al consenso sin verdad y justicia mediante. Así fue bajo el peso de la noche de los diecisiete años de dictadura militar del general Augusto Pinochet y los civiles que le acompañaron. Cuando empresarios, torturadores, enterradores y planificadores legitimaron y justificaron las atrocidades de la dictadura, fuera y dentro del país. También lo fue durante la llamada transición a la democracia y así sigue siendo en la actualidad.
Hoy, después de medio siglo, cuando incluso pensábamos haber avanzado un poco (sí, solo un poco) se ha develado con más fuerza el negacionismo que nos acecha, la teoría del empate a la hora de buscar responsabilidades, la voluntad de silenciar una historia incómoda. Los 50 años del golpe en Chile se conmemoraron en un contexto sumamente inquietante de avance y fortalecimiento de la derecha. La justificación del golpe, otrora soterrada y cuidadosa de los espacios en que se esgrime, ha salido con fuerza de sus trincheras. A través de diversos medios se logró imponer en el debate público un discurso que traspasaba el peso y la responsabilidad de los crímenes de la dictadura, a los derrotados y las víctimas. Frases como “sin Allende no hubiese habido un Pinochet”, se repitieron tempranamente en los medios de comunicación, enfatizando y reiterando que “el golpe era inevitable”[1]. Dichas fuerzas se sentían envalentonadas ante una percepción de correlación de fuerzas favorable después del triunfo del rechazo a la propuesta constitucional elaborada por la Convención Constituyente y el arrollador triunfo republicano (ultraderecha) que en el mes de mayo logró la elección de 22 representantes constitucionales de un total de 50 miembros. Aún más, apostaron a que esta coyuntura conmemorativa, propicia para aglutinar a la izquierda, se podría revertir a su favor y sumar adeptos para el plebiscito constitucional del 17 de diciembre próximo.
No era tan descabellado. Mal que mal, los sectores conservadores habían demostrado la capacidad de recomposición y reacción para sortear la revuelta popular de 2019 y el avance de la izquierda en la primera etapa del proceso constituyente. Habían logrado capitalizar y movilizar las inquietudes de la ciudadanía derivadas de la crisis económica después de la pandemia del Covid-19, la percepción de inseguridad, el descontento con la migración. Aunado a una agenda identitaria -identificada con el proyecto progresista- que no logró hacer sentido en el grueso de la población.
En el mes de junio parecía que iban avanzando posiciones. El relato dominante lograba traspasar el foco de la discusión a la izquierda acusándola de “escasa autocrítica” por no entrar al debate de las causas del golpe. Algunos entraron en el juego ante el temor a la polarización que se evidenciaba en la sociedad chilena. Haciendo eco de las tensiones en curso, el presidente Gabriel Boric, emplazó a su propio sector a construir consensos básicos y mirar a futuro, lo que provocó molestia y no poco revuelo. La más polémica de sus declaraciones fue cuando invitó a analizar con “más detalle” el período de la Unidad Popular. En sus palabras: “Se habla mucho de la Unidad Popular, y vale la pena (decir) que es un período a revisar. Desde la izquierda tenemos que ser capaces de analizarlo con mucho mayor detalle y no solamente desde una perspectiva mítica”. Pero fue más allá y jugando al empate, recomendó la lectura de dos textos, Allende y la experiencia chilena: las armas de la política, del español Joan Garcés, y el del analista de derecha Daniel Mansuy titulado Salvador Allende. La izquierda chilena y la Unidad Popular. Según Boric, «desde dos vertientes distintas, son reflexiones que aportan al debate, que está muy lleno de pasiones, de cuñas y titulares, pero a veces falta hincar un poquito más el diente.»[2]
Esto se agravaba cuando ad portas del once, el gobierno no terminaba de definir su agenda en torno a la conmemoración y quien era el encargado de concretarla, era vetado por organizaciones de derechos humanos por abrir espacio a la justificación del golpe[3]. De esta forma, como señaló el historiador Rolando Álvarez, gran parte de la derecha no tuvo problemas en seguir justificando la “necesidad” del golpe de Estado, pero la izquierda apareció en deuda respecto a su papel en el pasado y en la evaluación del gobierno de Salvador Allende. Este planteamiento era justamente, la tesis central del ensayo de Mansuy.[4] En esa misma línea, diversos personeros apoyaron al presidente, como el jefe de la bancada de diputados del Partido Socialista Daniel Manouchehri cuando afirmó que “en la izquierda debemos hacer una revisión crítica del rol jugado durante el Gobierno de Salvador Allende, algo como lo que aconteció con la renovación socialista a inicios de la década de los 80”.[5] Como vemos, el relato que parecía imponerse, era el que sitúa la responsabilidad del golpe en la falta de acuerdos políticos. Desde esa perspectiva, serían los liderazgos nacionales quienes por falta de visión no construyeron los consensos básicos para buscar una salida que evitara la participación de las Fuerzas Armadas.
Ante el tenor que adquiría la agenda conmemorativa, historiadores y cientistas sociales salieron a posicionarse en el campo de batalla por la memoria en diversos espacios y con diversos énfasis, recordando como primera cuestión la relación histórica entre el proyecto de transformación de la sociedad chilena que significó la vía chilena al socialismo, basado en un sociedad consciente y movilizada; y la voluntad de exterminar a una generación de izquierda que encarnaba un proyecto social, por parte del régimen civil y militar.[6]
Fue necesario recordar que lo que se quiso exterminar de raíz fue un proyecto de transformación social revolucionario, que había conducido a Salvador Allende a La Moneda. Que la Unidad Popular simbolizaba la larga lucha del pueblo chileno por avanzar hacia un proceso de democratización inseparable de justicia social, de dirigir los recursos en favor de las grandes mayorías, estatizar la banca y nacionalizar los recursos naturales, repartir la tierra y construir viviendas. Pensar colectivamente, discutir, elegir causas y organizarse. Lo que se quiso exterminar fue un proyecto socialista, construido y reconstruido después de derrotas, matanzas y vueltas a empezar. De acumular fuerzas y levantar banderas a las que adhería una sociedad politizada y consciente, militante.
La evidencia histórica es demoledora. Nuestra democracia ha sido irregular y discontinua no obstante celebrada y mitificada como ejemplar. Históricamente si la izquierda luchó por ampliar la democracia, los sectores dominantes ensayaron diversas estrategias cuando no pudieron actuar como fuerza dirigente y en ese sentido, entre otros hitos, la batalla por no olvidar nos recordaba que las elecciones parlamentarias de marzo de 1973 significaron un aumento electoral para la UP, lo que ratificaba el apoyo del pueblo a las transformaciones en curso, que como pocas veces sucede a un mando en ejercicio, no solo podía conservar su apoyo sino sumar nuevos adherentes; que intentar ganarla fue uno de los tantos fracasos de la derecha. Que tampoco contaron con los votos en el Congreso para lograr el término anticipado del gobierno y que otro de sus intentos armados fue el tanquetazo del 29 de junio de 1973. Que aún más, el 11 de septiembre Allende convocaría a un plebiscito sobre la continuidad de su gobierno. Entonces no dudaron en dar un golpe de Estado.
Otros once, otras conmemoraciones
Lo interesante de las conmemoraciones es que permiten sacar a la luz y mostrar sin tapujos “quién es quién” en su trinchera política. Si para los gobiernos de la Concertación, el once fue una memoria incómoda, lo fue aún más para sus dos primeras administraciones de cuño democratacristiano. Recordemos que esa bancada contraria a la Unidad Popular, apoyó el golpe en sus primeros años. Su nueva alianza con sectores socialistas renovados y las masas de oposición que en dictadura dijo representar; aunado a una activa presencia de los uniformados en la escena política democrática, incluyendo a Pinochet como comandante en Jefe del Ejército primero y luego como senador vitalicio, le ponían en una difícil posición. Desde el Estado se intentó resolver el conflicto con actos simbólicos y apremiantes. Como el realizado el 4 de septiembre de 1990, cuando se realizaron las exequias finales de Salvador Allende, trasladando sus restos desde Viña del Mar al Cementerio General. Pero en otra dimensión analítica, presenciamos el primer intento oficial por enterrar la experiencia de la Unidad Popular y la lucha dictatorial, despojándola de sentido, contenido y perpetuando los calificativos heredados: fracasada, ingenua, equivocada o confundida.
La necesidad de recordar desde una óptica diferente a la oficial fue una tarea asumida principalmente por grupos de Derechos Humanos que llevaron a cabo importantes movilizaciones y luchas cotidianas por dar a conocer el horror de la dictadura militar y exigir verdad y justicia. La pregunta ¿Dónde están? se complementó con un rotundo ¡No a la impunidad! e innumerables batallas contra el cambio de página. Para responder a estas demandas, desde el Estado se anunciaron las llamadas políticas de reparación, que consistieron básicamente en el (parcial) reconocimiento del daño cometido, junto al pago de una modesta pensión a un número reducido de víctimas. En 1991, fue dado a conocer el “Informe de Verdad y Reconciliación” (Informe Rettig) con un recuento oficial sobre asesinados y desaparecidos como consecuencia de la violencia política. Durante el gobierno de Eduardo Frei, se instauró una criticada Mesa de Diálogo entre miembros de las Fuerzas Armadas y otras instituciones, para obtener datos sobre el destino de prisioneros desaparecidos; y por último, durante la administración de Ricardo Lagos se conoció el “Informe de la Comisión de Prisión Política y Tortura” (Informe Valech), que entregó el testimonio de 28 mil víctimas (36.948 según la actualización del 2011), dio cuenta de casi 1200 recintos de detención y propuso una serie de medidas de compensación. Los reconocimientos fueron acompañados por perdones públicos, promesas de Nunca más, etc.
Salvo inevitables coyunturas, cuando a partir de 1998, el once dejó de ser un día feriado, los presidentes rindieron su pequeño homenaje matutino y continuaron sus labores como un día ordinario. Una década después de haberse enviado el proyecto al Congreso fue inaugurado el monumento a Salvador Allende, frente a La Moneda. Corría junio de 2000, y para sortear las barreras policiales del acto oficial se debía contar con una exclusiva invitación. El discurso del presidente quedó expuesto a pifias, tomates y huevos arrojados desde la periferia del acto. El monumento se inauguraba en la lógica de su diseño y de la política concertacionista: Sin abrirlo al público. No obstante, en la noche hubo otra celebración, en el cuadrante burocrático se escucharon guitarras y cantos, jóvenes que festejaron hasta la madrugada tener a Allende cerca de La Moneda. Con motivo de las conmemoraciones de los 30 años del golpe, el presidente Ricardo Lagos nuevamente encabezó una serie de actos protocolares. El más simbólico fue la reapertura de la puerta Morandé N°80, cerrada después del bombardeo. Mientras los actos oficialistas se desarrollaban dentro de las paredes de La Moneda, en las afueras, la izquierda extraparlamentaria, rendían homenajes en la Plaza de la Constitución. Dos sectores rendían homenaje a la misma persona, pero con contenidos que no lograban encontrarse.
Las diversas conmemoraciones demostraron que en Chile sigue presente una versión del once que continúa justificando el golpe y responsabilizando a la Unidad Popular. Uno de los más fuertes escándalos, ocurrió en el 2012, cuando el Consejo Superior de Educación determinó que en los textos escolares de historia para enseñanza básica se cambiara la expresión dictadura militar por régimen militar, al referirse al período 1973-1990. “Es más general” justificó el Ministro de Educación de la época. Aunque el revuelo que se armó hizo retroceder la iniciativa, buena parte de los libros ya estaban impresos. A ello se agregaban las reiteradas críticas de personeros democratacristianos a la Unidad Popular, como las del ya fallecido Patricio Aylwin: “Allende hizo un mal gobierno, que cayó por las debilidades de él y su gente”[7], y descartó que su partido haya propiciado los sucesos. El debate guarda relación con otro punto escabroso, el apoyo de la DC al golpe de Estado y el juicio histórico a la UP que aún sigue abierto. En resumen, el nuevo marco institucional de los gobiernos de la Concertación y la derecha, generaron un régimen de la memoria, entendida como narrativa, acción pública y relación social, que no han permitido recuperar la experiencia social clausurada con la imposición de la dictadura.
Elegimos No olvidar
El impulso crítico que moviliza la escritura de este texto es la necesidad de recordar. No olvidar que, como primera condición, la reestructuración del capitalismo en Chile e imposición del modelo neoliberal, requirió despejar el camino de un movimiento popular ascendente. Los militares fueron el brazo operativo de una cruzada civil y militar por despolitizar a la sociedad chilena y marcar gruesos límites a la acción política (en cuanto acción transformadora) contrayéndola a la administración estatal.
Los objetivos de la UP han querido ser olvidados y ese es el verdadero vacío de la memoria chilena. En el mejor de los casos se reivindica a Salvador Allende vaciado de su proyecto de transformación. Pero el gobierno popular no se puede comprender sino es dando cuenta de la praxis política, entendida como actividad práctica transformadora, que encabezó la clase trabajadora y el movimiento popular, bajo las banderas de la izquierda en su larga trayectoria. De lucha por una democracia que no puede ser neutra frente al capitalismo, que no es compatible ni con la opulencia ni con la pobreza, ni con eximir a la participación popular de la dirección, el rumbo, el camino que sigue nuestra sociedad. Fueron mujeres, hombres, acianos y niñas quienes conformaron un momento cargado de “positividad histórica” –como apuntó Julio Pinto- de esfuerzo vivo y entusiasta por construir una sociedad más humana, más justa y mejor. Fábricas, minas, talleres, escuelas, calles y campos, sirvieron de terreno fértil para la militancia y la organización, una escuela política viva, donde se transmitían experiencias pretéritas y sueños de porvenir.
Esa experiencia también convergió en las batallas por la memoria que se libraron en la conmemoración de los 50 años. Como respuesta al avance conservador, desde el mes de agosto la memoria de la resistencia se tomó las calles y los muros. Hubo cientos sino miles de actividades conmemorativas a lo largo de todo el país, ciclos de cine documental, murales se pintaron por todo Chile, hubo decenas de actividades académicas, se organizaron libros individuales y colectivos, hubo encuentros territoriales, conciertos, muestras fotográficas e intervenciones artísticas. Inolvidable el ver marchar a los 119 detenidos desaparecidos por la llamada Operación Colombo por las calles de Santiago o las proyecciones que regresaron por instantes a Salvador Allende a La Moneda. También los intentos por marchar hasta el cementerio general, a pesar de la represión y el nutrido contingente de carabineros; masivos velatones en memoriales y ex centros de detención y tortura. Eran muchas iniciativas, aunque sumamente parceladas, sintomático del estado actual de la izquierda chilena. Pero ahí estaban.
El gobierno de Boric por su parte, en las semanas cercanas al once reformó su discurso poniendo énfasis en condenar el golpe sin medias tintas. También realizó otras iniciativas como exponer los zapatos de Allende en La Moneda y realizar un acto cerrado de conmemoración en la Plaza Constitución con artistas invitados. Fueron parte de los gestos hacia una izquierda que pedía mayores definiciones. No obstante, aún no llega el momento en que ese acto de homenaje sea abierto a la ciudadanía y que las diversas memorias e iniciativas que reivindican el proyecto popular se encuentren en las grandes Alamedas.
Las emociones que revivimos en estos meses no son fáciles de procesar. Una mezcla de rabia, tristeza y los resabios de discusiones acaloradas, nos acompañarán por mucho tiempo. Pero era necesario. Se imponía con urgencia la tarea política de la memoria. Y en parte logramos que no cediese ni un paso en el campo de batalla ¿será suficiente? No lo creo. El avance de la ultraderecha continúa poniendo en peligro a nuestros muertos porque pone en peligro a nuestra historia cargada de futuro. Es más, recientemente Sebastián Piñera se atrevió a equiparar el golpe de Estado con la revuelta popular de 2019, acusando a la movilización popular de debilitar las bases de la democracia[8].
Hoy como ayer, ante los intentos desmovilizadores que impone la lógica privatizadora y cercadora del capital, debemos insistir en la importancia estratégica de la participación y la lucha organizada. La gran tarea, no sólo urgente, sino que la más importante de todas no ha cambiado, aunque desde estas llanuras parece inmensa: sumar y construir una fuerza política que articule la dispersión, que retome el impulso de nuestra larga trayectoria, para desde ahí, construir y seguir soñando con un horizonte socialista. Cada pequeño avance nos irá acercando en ese sentido.
[1] Ver: https://www.t13.cl/noticia/politica/udi-asegura-50-anos-del-golpe-era-inevitable-acusa-al-gobierno-up-democracia-11-9-2023
[2]Ver: https://cooperativa.cl/noticias/pais/presidente-boric/boric-en-la-izquierda-debemos-ser-capaces-de-analizar-la-unidad-popular/2023-06-04/221210.html
[3] Ver: https://www.biobiochile.cl/noticias/nacional/chile/2023/07/03/mas-de-un-centenar-de-agrupaciones-pro-defensa-de-derechos-humanos-piden-salida-de-patricio-fernandez.shtml
[4] Álvarez, Rolando, “La Unidad Popular y los debates historiográficos a 50 años del golpe de Estado en Chile”. Revista Nuestra Historia N°16, 2023
[5] Ver: https://www.elmostrador.cl/noticias/pais/2023/07/05/oficialismo-se-divide-por-renuncia-de-patricio-fernandez/
[6] Por ejemplo: Rolando Álvarez, op cit; Centro de Estudios de la Izquierda y la clase trabajadora Clase, “La clausura de un proyecto histórico, a 50 años del golpe de Estado militar y empresarial” en https://resumen.cl/articulos/la-clausura-de-un-proyecto-historico-a-50-anos-del-golpe-de-estado-militar-y-empresarial; Marcos Roitman, Por qué no fracaso el gobierno de Allende. Sequitur, Madrid, 2023; Marcelo Casals, “Puntos ciegos. Balance crítico de ‘Salvador Allende. La izquierda chilena y la Unidad Popular’ de Daniel Mansuy”, en https://www.ciperchile.cl/2023/07/28/puntos-ciegos-balance-critico-de-salvador-allende-la-izquierda-chilena-y-la-unidad-popular-de-daniel-mansuy/
[7] Ver: https://www.latercera.com/diario-impreso/aylwin-allende-hizo-un-mal-gobierno-que-cayo-por-las-debilidades-de-el-y-su-gente/
[8] Ver: https://www.emol.com/noticias/Nacional/2023/09/22/1107868/sebastian-pinera-por-estallido-2019.html