Campo
Hace tres décadas, el filósofo italiano Giorgio Agamben afirmó que el campo (ya sea de concentración, de trabajo, de inmigrantes ilegales, o de refugiados) es el nómos de la biopolítica moderna. La política ha devenido en biopolítica porque en ella se decide la diferencia entre la vida calificada, que merece ser vivida, y la mera vida desnuda, expuesta a la muerte de cualquiera. Esta tesis agambeniana ubica a Gaza como la cifra de nuestra época. El asesinato masivo e indiscriminado de civiles por parte del del ejército israelí, con el apoyo material de EEUU y el respaldo de la OTAN y otros aliados busca consumar la limpieza étnica de Palestina, la Nakba, cuyo acontecimiento mayor había sido hasta ahora la “guerra de independencia”, que implicó en 1948 la expulsión de la mitad de la población palestina y la destrucción de más de 500 poblados.
Derecho a exterminar
Para los portales de prensa del norte global, replicados en América Latina, la narrativa es simple: Hamas es un grupo terrorista que odia a los judíos y desató una carnicería sangrienta el 7 de octubre. Israel, la única democracia en medio oriente, tiene derecho a defenderse de los ataques externos perpetrados por un grupo terrorista cuyo único tratamiento aceptable es el exterminio. Hasta el momento alrededor de 10 mil palestinos han sido asesinados en Gaza sin rostro ni voz, muchos se encuentran sepultados debajo de los escombros.
Los portavoces israelíes sostienen indirectamente que los civiles bombardeados son responsables por su destino, ya que no supieron o no pudieron elegir un liderazgo político racional y moderado. Han optado en cambio por un grupo terrorista fanático y están pagando el precio de su equivocación. Por eso ya no reciben lo mínimo para su subsistencia: agua, comida, medicinas, electricidad, combustible. Son animales humanos, afirmó el general Yoav Gallant. Son nazis, afirmó el exprimer ministro Naftali Bennet, indignado cuando le preguntaron por la suerte de los bebés en las incubadoras de los hospitales de Gaza a punto de quedarse sin combustible para los generadores de electricidad. Según este relato, Hamas es responsable de haber desatado una crisis humanitaria con sus acciones terroristas. Se negocian entonces cantidades ridículamente insuficientes de camiones con provisiones, de calorías, de litros de agua, mientras las viviendas, los hospitales, las mezquitas, las iglesias se van convirtiendo en fosas comunes y ruinas. La responsabilidad de Israel se limitaría a haber cometido una falla técnica de seguridad, y luego a algunos excesos contra la población civil, siempre utilizada como escudo humano por los terroristas que desprecian la vida, a diferencia del “ejército más moral del mundo”.
De esto se desprende que Hamas es equivalente al Estado Islámico, y debe ser eliminado porque constituye una amenaza a la existencia de Israel, que tiene derecho a defenderse de un ataque exterior en el que se han transgredido todos los límites de la guerra reglada por el derecho internacional: asesinatos, decapitación de bebés, y violación de mujeres.
Régimen dual
Toda esta retórica sintetizada hasta aquí deshistoriza, inferioriza y deshumaniza a los palestinos para justificar así su desplazamiento definitivo y su exterminio. En los últimos días se filtraron (probablemente adrede) planes oficiales para la expulsión definitiva de los palestinos de Gaza a Egipto, que se articula con la aceleración de la concentración de los palestinos de Cisjordania hacia las áreas de mayor densidad poblacional en vistas a una eventual expulsión hacia Jordania. Esto último se conoce como la gaza-ificaciónde la Ribera Occidental.
Israel no es una democracia, sino una etnocracia: un régimen dual, democrático-militar, que coloniza sistemáticamente Cisjordania, con un complejo sistema de apartheid que articula muros de separación y carreteras exclusivas para judíos, y donde los más de 700 mil colonos nacionalistas religiosos masacran palestinos en pogroms, toman sus casas, queman sus campos, hostigan a sus habitantes. Estas colonias violan el derecho internacional y los propios acuerdos de paz firmados por Israel, en los cuales reconoció oficialmente a estos territorios como pertenecientes a la Autoridad Nacional Palestina. Sin embargo, la construcción de nuevos asentamientos y la ampliación de los ya existentes forma parte de una política expansiva de la que participan sistemáticamente todas las áreas del gobierno que aportan infraestructura necesaria como el tendido de red de energía, agua, construcción de viviendas subsidiadas, escuelas, carreteras y, por supuesto, la apuesta de 7 soldados por cada colono. Todo lo anterior, acompañado por el poder judicial. Se trata de una política de estado que incluye tanto al laborismo supuestamente laico y progresista como a los partidos ultraderecha, como los que integran el actual gobierno de Netanyahu.
Los palestinos de Gaza, en su gran mayoría descendientes de los desplazados de la Nakba y de la Guerra de 1967, se encuentran bajo dominio militar israelí, que los mantiene prisioneros en un régimen biopolítico que regula sus funciones vitales por debajo de sus necesidades.
Desconexión, adiaforización
La fiesta de música electrónica Tribe of Nova organizada a sólo 2km del mayor gueto de la tierra muestra hasta qué punto la sociedad civil israelí cree vivir “desconectada” del destino de los palestinos. La ocupación es también una forma de gobierno sobre los propios israelíes, que no pueden seguir ignorando su derecho a resistir frente al despojo, como tampoco pueden desconocer a sus líderes políticos como interlocutores, ya sean de Hamas, de Fatah o de Al-Mubdara. Las manifestaciones en Israel contra Netanyahu por su proyecto de reforma judicial para controlar ese poder y así garantizar su impunidad frente a diversos procesos por corrupción se articulan ahora con un masivo movimiento de protesta para presionar al gobierno para que libere a los rehenes israelíes en manos de Hamas. Sin embargo, el fin de la ocupación de los territorios palestinos y el fin de la política de colonización no aparecen en esta agenda opositora. Lo que se lee, más bien, son reproches en términos de fallas de seguridad. Las posturas más agudas llegan a cuestionar la falta de voluntad política del gobierno por recuperar con vida a los cautivos y la exigencia de intercambio por todos los prisioneros palestinos. Esta mención de los prisioneros políticos palestinos ―sin detallar que eso incluye niños y una cantidad significativa bajo detención “administrativa”, que a su vez puede ser por tiempo indefinido sin que se conozcan los cargos de acusación― es casi la única expresión en el discurso público israelí no peyorativa respecto a los palestinos. Insisto, apenas se los menciona como parte de la estrategia para liberar a los rehenes israelíes pero no todavía en su calidad de sujetos políticos y de derechos. Es el máximo de visibilidad que se les otorga. Según el periodista israelí de Haaretz, Gideon Levy, la sociedad israelí no sólo se ha rodeado de muros físicos sino de muros mentales, que la aíslan de los palestinos, a quienes consideran subhumanos.
Para comprender mejor esta invisibilización del otro, apelo a un término que acuñó el sociólogo judío y polaco Zygmunt Bauman: adiaforización. Se trata de la producción social de distancia. Desde esta perspectiva, la moralidad no es un producto tardío, elaborado por la sociedad, por los pueblos civilizados. Por el contrario, los procesos societales modernos –institucionales, burocráticos, racionales, etc. — mediatizan el hecho presocial del estar-con-otros.
En convergencia con otros pensadores judíos como Hannah Arendt y Emmanuel Levinas, Bauman plantea que la moralidad es una condición originaria del hombre, previa a esos procesos societales. Los procesos societales, fundamentalmente a partir del siglo XX, han mediatizado y adiaforizado el estar-con-otros, separando las acciones de sus efectos visibles inmediatos.
En su análisis sobre el nazismo, Bauman sostiene que la sociedad alemana no aceptaba al principio la imagen del judío que proyectaba la propaganda de Goebbels. La cúpula nazi consideró a la Noche de los cristales como un fracaso político, ya que al otro día los alemanes ayudaban a sus vecinos judíos a reparar las vidrieras rotas y a limpiar los negocios atacados. A medida que los judíos fueron aislados del resto de la población, la sociedad fue aceptando paulatinamente esa imagen caricaturesca. Sólo es posible abrazar esa imagen deshumanizada del otro cuando el otro es expulsado de la cotidianeidad. Con el tiempo, los habitantes de los guetos comenzaron a parecerse a sus caricaturas, en una suerte de profecía autocumplida: harapientos, pobres, enfermos, muertos de hambre y llenos de piojos. Los combatientes del Gueto de Varsovia se movían entre las alcantarillas, al igual que las ratas y que los combatientes del Movimiento de la Resistencia Islámica. La producción de distancia social es una condición necesaria para la animalización del otro y su posterior expulsión o aniquilamiento.
Violencia colonial y resistencia
La colonización de asentamiento practicada por Israel niega el derecho al retorno de los palestinos expulsados en 1947, y es la otra cara de la moneda de la ley del retorno, que le permite a cualquier persona del mundo con uno solo de sus abuelos judíos obtener la plena ciudadanía israelí. Esta política supremacista no es una creación reciente de un gobierno extremista, sino que surgió del Partido Laborista israelí y es el núcleo duro e incuestionable de la comunidad imaginaria israelí, que incluye a los israelíes que se definen como pacifistas, laicos y progresistas. Es por ello que la ocupación casi no aparece en su agenda política, lo que neutraliza su sensibilidad respecto al sufrimiento de generaciones de palestinos. Desde hace más de 75 años Israel lleva adelante una guerra contra la población civil palestina, perpetrando masacres y eliminando poblados enteros, como sucedió en Qibya hace 70 años. No es una guerra entre dos estados, no es un conflicto entre dos partes simétricas, sino una constante sucesión de masacres en las que la proporción de palestinos asesinados es incomparablemente mayor con las muertes violentas de israelíes.
El dolor por los civiles israelíes masacrados por Hamas no tiene consuelo. Conocemos sus historias y sus anhelos, sabemos sus nombres. Y así debe ser. Pero no sucede lo mismo con los palestinos asesinados, en su mayoría niños y mujeres. Cada quince minutos un niño de Gaza es asesinado, la mitad de las casas de esta gran prisión han sido arrasadas y no hay hacia dónde escapar.
El Secretario General de Naciones Unidas afirmó que el ataque de Hamas no se produjo de la nada, sino que está inscripto en una larga historia de violencia y exclusión. La respuesta de Israel y de EEUU es intensificar el asesinato de civiles. Mientras no se ensaye una salida política en la que se preste el oído a los palestinos, la violencia escalará y las víctimas civiles de ambos lados aumentará.
No son antisemitas quienes critican las prácticas racistas, sino quienes las ejecutan y culpan a sus víctimas atribuyéndole inferioridad cultural (la misma que los europeos, inventores de “lo semita”, le atribuyeron históricamente a árabes y judíos). No son terroristas los pueblos que se resisten, sino las potencias ocupantes que codician sus tierras para las cuales la vida de sus habitantes originarios es sólo un obstáculo a remover.
Israel no puede alegar derecho a defenderse porque es una potencia ocupante que desde hace décadas viola sistemáticamente las resoluciones de Naciones Unidas y la Convención de Ginebra. Durante 16 años, el sionismo fue considerado una forma de racismo y discriminación racial, equivalente al Apartheid sudafricano según la resolución 3379 de la Asamblea de Naciones Unidas.
Por su parte Hamas es uno de los movimientos de la resistencia islámica, que tiene un brazo político, un brazo armado y un brazo caritativo-social. Este movimiento nació luego de la Intifada en la década de 1980, y fue apoyado por Israel para debilitar la resistencia palestina de la OLP. Ganó limpiamente las elecciones en Gaza según los observadores europeos, y a partir de allí Israel y EEUU decidieron desconocer los resultados y calificarlos como una organización terrorista, lo que equivale a declarar que sus miembros pueden ser asesinados sin que eso constituya un delito. Hamas propuso varias veces deponer la resistencia armada a cambio de la constitución de un estado palestino en Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental. Como respuesta, Israel asesinó selectivamente a sus líderes y ajustó el bloqueo de Gaza.
La “desconexión” israelí de Gaza hace 17 años es un eufemismo para describir el bloqueo político y económico de su población civil, ya que continúa controlando todas las fronteras y prohíbe todo tipo de desarrollo económico y humano. Los gazatíes son prisioneros del ejército israelí “retirado”.
El terrorismo como categoría política es problemático y arbitrario. Según la oficina del ACNUDH (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos) “El terrorismo implica la intimidación o coerción de poblaciones o gobiernos mediante la amenaza o la violencia. Esto puede resultar en muerte, lesiones graves o la toma de rehenes”. Esta definición podría aplicarse sin ningún problema a las prácticas del Estado de Israel.
El terrorismo es una etiqueta que se utiliza en la retórica política para deshumanizar a los movimientos de resistencia sociales y nacionales. Todavía no quedan claros los hechos del 7 octubre de este año. El canal de Netanyahu Israel24 difundió falsas noticias sobre bebés decapitados y violaciones de mujeres que fueron repetidas por el propio Biden, quien luego tuvo que retractarse. El ataque de Hamas fue atroz, pero aún carecemos de una narrativa clara al respecto. Sus voceros sostienen que sus objetivos eran militares. Los medios israelíes afirman que hubo alrededor de 1400 víctimas, pero un mes más tarde aún no podemos conocer exactamente la cantidad de civiles y de uniformados. Existen además testimonios de sobrevivientesde las masacres en las poblaciones israelíes del sur que sostienen que muchos civiles israelíes fueron asesinados por sus propias fuerzas armadas.
De lo que podemos estar seguros, es que Israel intenta mostrar a Hamas como un grupo radical que sólo quiere sangre y venganza y no como un movimiento de resistencia a la ocupación que tiene mucho más apoyo que Fatah, que en los últimos años se ha transformado en el brazo represivo de Israel dentro de Cisjordania.
Israel alega querer destruir a Hamas, pero queda claro que su objetivo político es el Transfer, es decir, la expulsión definitiva de los palestinos de Gaza primero y de Cisjordania después. El asesinato masivo de civiles en Gaza no tiene precedentes comparado incluso con las terribles campañas anteriores. Más de un millón y medio de gazatíes han sido desplazados forzosamente y no hay escapatoria. Israel transmite mensajes permanentemente a la población de Gaza para generar pánico y da órdenes de trasladarse hacia el sur, para luego bombardear el propio sur y las carreteras donde se desplazan los civiles. El bombardeo sistemático de hospitales, campos de refugiados, caravanas, escuelas de la ONU, mezquitas, iglesias intenta ser justificado sin ningún tipo de pruebas. No hay documentación alguna que respalde la utilización por parte de Hamas de escudos humanos ni que los hospitales sean depósitos de armas o sedes de comando.
Israel asesina civiles de modo calculado, para generar terror y facilitar que los palestinos acepten que no tienen alternativa. La expresión que utilizan en hebreo es “lishbor et haneshamá”: quebrar el alma de los palestinos.
Si uno se detiene a analizar la trayectoria política de los ministros de gobierno de Netanyahu y sus declaraciones públicas, queda en claro que expresan un racismo y un desprecio total por la vida de los palestinos. Tomemos por caso al Ministro de Seguridad Itamar Ben-Gvir, un colono nacido en los territorios ocupados. Es el líder de Otzmá Ieudit (Poder Judío) y profesa la ideología kachanista, que sigue las enseñanzas del rabino Meir Kahana, cuya agrupación fue declarada terrorista por el propio Estado de Israel. En 1994, Baruj Goldstein, un colono judío, ingresó a una mezquita de Hebrón donde cometió un atentado suicida matando varias personas que se encontraban rezando. Ben-Gvir es famoso por sus violentos discursos racistas contra los palestinos, árabes y musulmanes, y por haber tenido durante mucho tiempo un retrato de Goldstein en su despacho. En enero de este año fue a visitar provocativamente la zona de la Mezquita Al-Aqsa en Jerusalén, violando una vez más los Acuerdos de Oslo.
Leviatanes
El Leviatán (ballena en hebreo moderno) es un monstruo marino que aparece en el libro de Job de la Biblia Hebrea y en el Apocalipsis neotestamentario. Es también el título de uno de los tratados de filosofía política más célebres de occidente, escrito en 1651 por Thomas Hobbes.
Mucho se ha discutido respecto a la elección de Hobbes de esa figura bíblica. En el Liber floridus que data de 1120, una miniatura muestra al Anticristo parado sobre el Leviatán, que se encuentra por supuesto en el mar. El Anticristo exhibe una corona y blande una lanza con su mano derecha, del mismo modo que el soberano hobbesiano eleva su espada, simbolizando el poder terrenal, mientras que con la mano izquierda bendice, así como el soberano del frontispicio del libro de Hobbes sostiene un báculo, en alusión al poder espiritual.
Esta figura teológico-político, fue la elegida por Israel para nombrar hace pocos años a una inmensa reserva de Gas que se encuentra en el Mar Mediterráneo, a pocos kilómetros de la costa de Gaza, Haifa y de Beirut. Muchos analistas sostienen que con Rusia fuera de juego por la voladura de los gasoductos rusos Nord Stream I y II, y por el aislamiento de Irán, Estados Unidos busca una ruta alternativa a la Ruta de la Seda, que iría desde India pasando por Arabia Saudita, Egipto e Israel y llegaría hasta Grecia, para abastecer de energía a Europa prescindiendo del Eje del mal. Poco antes del 7 de octubre, Netanyahu presentó un mapa del Nuevo Medio Oriente, en el que no figuraba Palestina y se promocionaba a Israel como nuevo proveedor de energía para Europa. Las alertas de seguridad desoídas por su gobierno no parecen ser casualidad.