UNA TIERRA PROMETIDA ¿PARA ENTERRAR A DIOS?

4 FIGURAS DE TEOLOGÍA POLÍTICA GENOCIDA

no entierren a Dios en libros que, como ustedes pretenden,
les han prometido una tierra sobre nuestra tierra
(Mahmud Darwish, El discurso del “indio”

El 28 de octubre de 2023 circuló en los diarios del mundo la imagen infernal del cielo sobre Gaza.[1]

Entonces escribí: 

No es Sodoma y Gomorra, es Gaza. 

No es Dios, es el ejército. 

Abraham, un hombre que dos veces fuera obligado a obedecer órdenes inmorales,[2] confrontó la ira de Dios abogando por los justos de Sodoma.[3]

El nombre del patriarca que fuera enterrado por sus dos hijos amados (el primogénito -Ismael- e Isaac, que era el menor), hoy está secuestrado por pactos criminales (los “acuerdos de Abraham”).

¡Acabemos con la teología política criminal y genocida de los hijos de Sara contra los hijos de Hagar! 

Figura 1: la justificación bíblica del despojo

La teología política nacional-colonial del Estado de Israel abusó sistemáticamente de la Biblia con fines militaristas. La escena bíblica de la expulsión de Hagar e Ismael se encuentra en la raíz de la “ley del retorno”, promulgada en 1950 por el gobierno del flamante estado. Dicha ley alienta a los judíos del mundo a instalarse en esa tierra a costa del desplazamiento forzado y la confiscación del derecho al retorno de los palestinos a su tierra. 

La raíz del nombre de Hagar, en árabe, designa a la emigración. La sentencia de Sara es la semilla que habilita el despojo, pues “el hijo de esa sierva” (que fuera el primero en la descendencia del patriarca Abraham y, según la ley bíblica, el primogénito)[4] no heredará con su hijo. A Abraham: padre en común de Ismael e Isaac, Dios le prometió la tierra. En ambos casos auguró numerosa descendencia. Isaac tuvo dos hijos: Esaú y Jacob. También en este caso la matriarca (Rebeca) engañó al padre de sus hijos con el fin de alterar la primogenitura. Fue Jacob, el segundo en nacer, quien fuera bendecido por Isaac (quien, ciego, actuó por engaño). El nombre de Jacob, en un sueño, cambió por el de Israel. Hoy parece que, en el contexto del colonialismo de asentamiento, que retuerce esta historia de engaños y expoliación, quieren reducir el amor a Israel al odio a Ismael. El problema está en que del odio no puede nacer el amor, del despojo no puede surgir una vida digna, del yermo suelo de la injusticia no puede germinar la justicia. En otras palabras: de la destrucción, que pretende presentarse como “desierto”, no puede nacer ningún “vergel”; no había “tierra sin pueblo”: estaba habitada, y aquel otro pueblo que por persecuciones en Europa se quedó sin tierra, hubiera debido pedir asilo con humildad.

Abraham es descripto en el Libro como un hombre sensible a la injusticia. Su nombre sigue siendo mancillado cuando, alentando la traición de algunos gobiernos árabes al pueblo palestino, Israel pretende legitimar una promesa dada al padre de Ismael.

Figura 2: La deshumanización del otro: un arma de doble filo carente de empuñadura

La deshumanización es un arma de doble filo que no tiene empuñadura: deshumanizar al otro deshumaniza indefectiblemente a quien lo hace. 

La historia del Golem (aquel maltrecho muñeco de barro que solían elaborar algunos cabalistas en su afán de parecerse a Dios) nos enseña que, por más que juguemos a ser dioses, somos incapaces de dominar nuestras poderosas creaciones. La falla de esta creatura consistía en la falta de entendimiento y también en que crecía sin límites. Por ello, en la frente llevaba grabada la palabra hebrea emet, que significa “verdad”. Según la tradición cabalística, el lenguaje -sobre todo la escritura- tiene una sorprendente fuerza performativa. Así, al paso de un tiempo determinado, el hombre que había creado un golem, a fin de evitar todo peligro, debía destruir a la criatura borrando la alef inicial en la palabra emet para transformarla en la palabra met, que significa “muerto”. En una crítica radical a la producción de armas nucleares (de aquellos que juegan a ser el Dios de Sodoma y Gomorra), el filósofo Günther Anders se referirá a un desfasaje entre la capacidad humana de producir y la de controlar las propias producciones. Dicho en palabras del poeta: [5] “los artificios y el candor del hombre no tienen fin”. Anders explica que esa desproporción nos confronta como lo supraliminal, esto es, aquella realidad que excede toda capacidad de comprenderla. Por todos los medios el filósofo abogó por el fin de la producción de armas nucleares. Israel parece haber olvidado las enseñanzas de la historia del Golem: desde la segunda mitad del siglo pasado tiene una central nuclear en Dimona.

Volviendo a Palestina hoy, a la irrupción de Hamas en territorio otorgado por la ONU a Israel: es fácil adjudicar al otro las balas cruzadas. De ambos lados, aunque cueste a tantos reconocerlo, hay seres humanos con miedo, muchos con hastío, que merecen, como todos, una vida digna. Sitiar a otros es indigno. Robar territorio y perpetrar actos violentos cotidianos es criminal. Es hora de borrarle la alef de la frente a este Golem colonial y asumir la humildad propia de ser humanos. Es inmoral perpetrar sobre otros la deshumanización de la que hemos sido víctimas. Ni los onerosos muros ilegales, ni las ojivas nucleares, ni la industria armamentística más enriquecedora garantiza la vida de nadie. Al contrario, sólo la demasiado humana asunción de la propia vulnerabilidad promete vida. Es preciso rescatar la palabra “esperanza” del secuestro que padece en el título del himno nacional israelí hatikva. La esperanza es humana, humilde, ajena a la humillación de los otros y al chauvinismo. 

Retornando al discurso del “indio” de Darwish: ya basta de “matar a Dios” y de enterrarlo en el Libro. 

Figura 3: Sansón (quien se inmolara, en Gaza, junto a el enemigo)

El juez bíblico Sansón, caracterizado por su fuerza física (mas no moral) cuando recuperó su vigor tras la traición de Dalila, cometió el primer atentado suicida en Gaza: al morir, cuenta la Biblia, mató a más filisteos que los que había ejecutado en vida. El ejército israelí bautizó Sansón a una unidad de espionaje en esa misma porción de tierra.[6]

Los bombardeos sobre la población de la Franja de Gaza, deshumanizada por el estado de sitio impuesto por Israel, deshumanizan a los perpetradores, aun cuando están convencidos de hacerlo por “legítima defensa”.

Figura 4: por qué sí es preciso hablar de “genocidio”

Desde hace tiempo, pero sobre todo hoy, se vuelve patente la resonancia entre ciertas descripciones del aparato genocida nazi (y de sus respectivas resistencias) con las prácticas de ocupación del Estado israelí sobre el pueblo palestino. 

En Palestina, hace tiempo se detecta cada una de las seis etapas del genocidio descriptas por Daniel Feierstein,[7] quien se basa en la definición acuñada por el jurista Rafael Lemkin: 

1. La construcción de una otredad negativa que reduce al palestino a un enemigo subhumano (cuya sub-humanidad lo vuelve un ser aniquilable).

2. El hostigamiento físico y legal, que se manifiesta en una figura legal perversa creada por el aparato de justicia israelí conocida como “detención administrativa”. Al modo del protagonista de la novela de Kafka, El proceso, el detenido no conoce el motivo por el cual es acusado y se encuentra privado de su libertad, en un limbo jurídico renovable ad infinitum. El hostigamiento también se despliega en la permisibilidad del Estado de Israel hacia el vandalismo cotidiano perpetrado por los colonos contra los habitantes palestinos en los territorios ocupados de Cisjordania (especialmente en el área C).[8] En Israel se encuentran los “palestinos de 1948”, a quienes las leyes discriminan (entre otras maneras) bloqueando las posibilidades en la construcción o adquisición de vivienda. Otra forma de hostigamiento legal es el encierro de menores palestinos en cárceles israelíes.

3. El aislamiento: los muros que rodean a Cisjordania y sitian completamente la Franja de Gaza; la red de carreteras exclusivas para israelíes que atraviesa los territorios ocupados en Cisjordania cortando la libre circulación de los palestinos; los campos de refugiados en Palestina y en los países vecinos (muchos de los cuales terminaron refugiándose en la Franja, aumentando diez veces su población hasta provocar el hacinamiento criminal en el que se encuentra esa población sitiada).

4. El debilitamiento sistemático: aquello que los palestinos llaman “normalización”, esto es, naturalizar la ocupación: obligarlos a traicionar a sus vecinos y familiares a través de prácticas colaboracionistas como la delación. Todo esto en el contexto de una ocupación militar que los priva de las necesidades básicas para una vida digna: agua, electricidad, salud, libertad de desplazarse.

5. El exterminio: la Franja de Gaza sitiada, desde 2006, en la primera operación israelí (después de la “desconexión” ejecutada por Ariel Sharon en 2005) fue objeto de periódicos ataques en los cuales las armas de la industria cívico-militar israelí se exhibían “probadas” a los ojos del mundo. 17 años más tarde, el exterminio se muestra desembozado en nuestras pantallas. Mientras los pueblos salen masivamente a solidarizarse en las calles, muchos gobiernos “se abstienen” en las votaciones o alegan neutralidad para condenarlo. Pero la neutralidad en un caso semejante implica complicidad con el perpetrador. Dichos gobiernos encubren la fase final de un genocidio desatado bajo el pretexto mendaz de “legítima defensa” por parte de un Estado victimario que se arroga la exclusividad del victimismo.

6. Las formas de realización simbólica de las prácticas genocidas son múltiples, se caracterizan por el esfuerzo de volver invisibles a los habitantes originarios. La fiesta que fuera asaltada por los milicianos de Hamas este 7 de octubre da cuenta de la incapacidad que padece la inmensa mayoría de la población israelí para ver la existencia real de los palestinos. Esto es posible, en el seno de una sociedad militarista, por una pedagogía negacionista que se despliega en los libros de texto[9], en la prensa, en el discurso. Niegan la ocupación, niegan la humanidad de los oprimidos por su propio sistema. 

Para concluir: las cuatro figuras que acabo de describir se sostienen gracias a una teología política criminal. Durante décadas se prohibió, bajo la espada de la acusación de “antisemitismo”, el uso de la palabra “genocidio” para referirse a la nakba palestina. Sin embargo, hoy esa prohibición -impuesta por una red de complicidades coloniales- no puede negar que nos encontramos ante la fase final, apocalíptica, de una teología política genocida. Dicha red de complicidades cabildea entre los poderes legislativos del mundo buscando aprobar (y radicalizar) la definición de “antisemitismo” acuñada por el IHRA,[10] que, en los ejemplos que la ilustran, condena como antisemita toda crítica a las políticas del Estado de Israel (que según la Liga Antidifamación -ADL- implica “deslegitimación”). Hoy las manifestaciones con símbolos palestinos en varios países de Europa y Estados Unidos entran en la clasificación de “antisemitismo” y, por haber adoptado esta definición, son penalizadas con multas y hasta privación de la libertad. (En Argentina, por ejemplo, habilita la censura de la prensa). 

A contracorriente de dicha red de complicidades coloniales, el Sur global no teme llamar a la injustificable situación que padece la población sitiada en Gaza por su nombre: genocidio.

Dicho en términos teológico-políticos descoloniales: en esa misma tierra, que fuera prometida al padre común a ambos pueblos, hoy los hijos de Isaac, mientras se arrogan el poder divino para matar a los hijos de Ismael, en la “imagen y semejanza” que son incapaces de reconocer, matan a Dios, que yace enterrado bajo las ruinas de Gaza arrasada.

A 500 años de la conquista de América, el “indio” del poeta palestino Mahmud Darwish interpeló a sus colonizadores:

tómense su tiempo para matar a Dios…


[1] https://www.bbc.com/news/uk-67246845

[2] La primera vez fue cuando su esposa Sara le obligó a llevar al desierto a Ismael y Hagar (Génesis 21); la segunda fue cuando Dios le encomendara sacrificar a su hijo (Génesis 22).

[3]Génesis 18: 16-33

[4] Deuteronomio 21:15-17 la ley de la primogenitura otorga al primer hijo nacido el doble en herencia de lo que obtendrán todos los demás y aclara que el primogénito lo es independientemente de que su madre no haya sido la mujer predilecta de su padre.

[5] Borges, J L, “El golem” en Obras completas, T I, Buenos Aires, Emecé 1974 pp. 885-887

[6] Desarrollé esta figura en La Biblia y el dron. Sobre usos y abusos de figuras bíblicas en el discurso político de Israel,Casagrande, Rosario, Heredad, CDMX.

[7] Feierstein, Daniel, Nuevos estudios sobre el genocidio, Heredad, CDMX, 2020.

[8] Los acuerdos firmados en Oslo en 1993, por un lapso de 5 años (que 30 años más tarde, aún no concluye) dividía a Cisjordania en 3 áreas: A- administración completamente en manos de la Autoridad Nacional Palestina (ANP),  18% del territorio, B-administración civil ANP y control militar israelí ,(2%)  y área C, administración judicial y militar israelí.

[9] Cf. Nurit Peled-Elhanan, Palestina en los textos escolares de Israel, Ed. Canaán, Buenos Aires, 2016.

[10] International Holocaust Remembrance Alliance.