10 AÑOS DE LUCHA CONTRA LA EXCLUSIÓN
En la Ciudad de México, cada año más de 200 mil jóvenes son rechazados de las universidades. En un examen de 120 preguntas se disputan un lugar para cada diez aspirantes. Una pregunta mal contestada puede ser la diferencia entre continuar estudiando o regresar a casa para buscar un trabajo mal pagado o engrosar las filas del desempleo. El mecanismo es brutal porque no solo excluye sino culpabiliza a los jóvenes por “reprobar” el examen. Se quedan solos, cargando el estigma de “rechazado”.
No es fácil enfrentar este rechazo, pero hace diez años algunos de estos jóvenes comenzaron a rebelarse. No aceptaron ser rechazados, se organizaron y crearon el Movimiento de Aspirantes Excluidos de la Educación Superior (MAES). Desde entonces se han movilizado para hacer visible el problema y exigir un cambio en el sistema educativo. Hoy se cumple una década del inicio de sus movilizaciones, contexto en el que resulta necesario conocer un poco más esta experiencia.
Los muros excluyentes de las universidades
Al examinar las cifras de exclusión en la educación superior se comprende el surgimiento del movimiento. En la actualidad, México tiene una de las coberturas universitarias más bajas de América Latina. Mientras que en países como Argentina es de 67%, Chile de 62 o Venezuela de 521 en México 34.6.2 Eso para no compararnos con países como Corea o Finlandia, con 95 y el 94%, respectivamente. Después de varias décadas de políticas neoliberales en la educación, sin crear nuevas universidades ni ampliar la matrícula al ritmo necesario, el panorama es desastroso.
Por institución, el panorama también es indignante. En 2014, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) aceptó solo a 19,300 estudiantes, de los 203,187 que aplicaron en las dos rondas de exámenes; el Instituto Politécnico Nacional (IPN) rechazó a más de 70 mil; y la Universidad Autónoma Metropolitana apenas si recibió a 11,911 de un total de 86,153 aspirantes.3
El examen de admisión es el instrumento que ha permitido legitimar esta exclusión, pues culpa a los propios jóvenes por no tener “calidad” suficiente para continuar los estudios. Como explica Hugo Aboites:
No pocos de los jóvenes rechazados asumen que les faltó estudio y se aplican más, pagan cursos de preparación y, con una determinación admirable, vuelven a solicitar ingreso una y otra vez. Al cabo de varios intentos, sin embargo, no es raro que lleguen a la conclusión (que implícitamente propone también el examen cuando se insiste que elige a quienes sí son de calidad) de que en realidad lo que no tienen es la capacidad estructural necesaria y, una vez en ese camino, las consecuencias personales y sociales pueden ser muy destructivas. No sólo se les rechaza, se les envía a la calle con la certificación de que son, hablando el lenguaje de Enlace, definitivamente insuficientes, fallidos.4
El examen sirve así, más que para seleccionar estudiantes, sirve como instrumento legitimador de la exclusión. La educación no es vista cual derecho sino privilegio al que tienen acceso solo quienes tengan la suficiente “calidad” académica. Precisamente esta lógica la han cuestionado desde hace diez años los movimientos de rechazados.
No aceptamos ser rechazados
El MAES no es el primer movimiento de rechazados. Desde la década de 1960 han protestado e influido en las políticas universitarias, gracias a lo cual han conquistado derechos como el pase automático. En los años ochenta y noventa, en pleno auge del modelo neoliberal, se dieron varias luchas contra el examen de admisión y para exigir un aumento de la matrícula.
Sin embargo, después de la huelga de 1999-2000 habían pasado varios años sin que los rechazados se movilizaran. En 2005 surgieron dos movimientos, el Movimiento de Estudiantes No Aceptados (MENA), que centró su lucha en el IPN; y el MAES que se planteó posicionar el tema en el caso de la UNAM y el resto de las universidades de la zona metropolitana del valle de México. Desde entonces, el MAES ha planteado un cambio profundo en el modelo educativo, con nueve demandas, entre las cuales destacan la creación de universidades y el aumento de la matrícula.
En 2005, el movimiento empezó con un puñado de jóvenes. Después de una serie de marchas y un plantón afuera de la rectoría de la UNAM, el MAES logró su primer acuerdo: los aspirantes que habían protestado podrían ingresar becados en universidades privadas y al siguiente año gestionar su cambio a una pública. Fue un éxito, pero también marcó una dinámica al movimiento que administraba mas no resolvía el problema de fondo.
El movimiento continuó en ascenso y cada año se fue consolidando. Con brigadeos en los bachilleratos y en las sedes donde se aplica el examen, más gente se fue incorporando. Si en 2005 los aspirantes movilizados se contaban por decenas, en los siguientes años el movimiento agrupó a varios miles. Su presencia en los medios aumentó y las autoridades gubernamentales y las universitarias han tenido que reconocerlo como interlocutor. Incluso en 2011, en el marco del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, participaron en un diálogo público con el Congreso de la Unión.
Las formas de la protesta han sido muchas. Además de las marchas, el MAES ha realizado performances, festivales, plantones, dos huelgas de hambre, videos, canciones, una marcha de 24 horas, una consulta y muchas otras formas creativas. Con el tiempo se ha generado una tradición e identidad con figuras como Súper MAES, “el luchador por la educación”, y consignas y canciones que cada año identifican a los jóvenes aspirantes. En el MAES se han politizado miles de jóvenes que después se han incorporado a otras luchas.
Sin embargo, a 10 años el balance es agridulce. Por un lado, la persistencia del movimiento es admirable. No resulta fácil sostener una lucha que cada año debe renovarse casi por completo con los nuevos aspirantes. En cuanto a sus demandas, el movimiento ha tenido logros importantes. Todos los años, el MAES ha conseguido acuerdos con la Secretaría de Educación Pública (SEP) e instituciones como la UNAM, la UAM, la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), la Universidad Pedagógica Nacional y el Instituto Politécnico Nacional para que miles de jóvenes continúen los estudios.
El problema es que el Estado pretende administrar el conflicto otorgando lugares a quienes se manifiestan, pero se niega a cambiar de modelo educativo creando universidades y ampliando la matrícula. Se intenta encuadrar el movimiento y limitarlo a una lucha por lugares cada año.
Para el MAES, estos acuerdos son importantes, pues miles han podido continuar sus estudios, pero no son bastan, representan apenas una gota para un mar de exclusión. Por eso no limitarse a estos acuerdos cíclicamente sino profundizar la lucha por la educación como un derecho universal es el gran reto del movimiento. La pregunta es cómo construir una correlación de fuerzas que permita que todos entren a la universidad y no solo quienes se movilizan. Cómo extender la lucha universalizando sus demandas e involucrando no únicamente a los aspirantes excluidos sino a toda la sociedad es el problema que se plantea con creciente urgencia.
En este sentido, más allá de los acuerdos que se firman cada año el MAES se plantea la necesidad de luchar por un cambio de fondo en el sistema educativo. Aquí, los resultados también hay que valorarlos. Es cierto que en lo esencial no se ha transformado el modelo y prácticamente no se ha ampliado la matrícula ni se han construido universidades. Sin embargo, el MAES ha contribuido a visibilizar el problema y generar conciencia en la sociedad. Cada vez menos medios se atreven a descalificar a los jóvenes rechazados por “reprobar” el examen. Las propias autoridades universitarias han tenido que reconocer el problema. Sin las movilizaciones del MAES, el tema no estaría tan presente.
A diez años de su nacimiento, el MAES es una experiencia alentadora: miles de jóvenes se han rebelado frente a un modelo que los excluye y estigmatiza. Su lucha ha contribuido a hacer visible un problema central de nuestra sociedad. Sin embargo, los muros de la universidad no han sido derribados: continúan excluyendo a miles de jóvenes en cada examen y proceso de admisión. El MAES ha abierto una grieta, pero nos corresponde a todos con un gran movimiento empujar para abrir las puertas y que la universidad sea realmente de todos.
1 “En cobertura universitaria, México va debajo del promedio de AL: Narro”, en La Jornada, 5 de agosto de 2012. http://www.jornada.unam.mx/2010/08/05/politica/005n1pol
2 Narro Robles, José; Martuscelli Quintana, Jaime y Barzana García, Eduardo (Coord.). (2012) Plan de diez años para desarrollar el Sistema Educativo Nacional. [En línea.] México: Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial, UNAM http://www.planeducativonacional.unam.mx http://www.planeducativonacional.unam.mx/CAP_07/Text/07_02a.html
3 Datos recopilados por el MAES: http://aspirantesexcluidos.blogspot.mx/
4 Aboites, Hugo. “Mitos en el acceso a la educación media superior”, en La Jornada, 24 de mayo de 2014, http://www.jornada.unam.mx/2014/05/24/opinion/018a1pol