Entrevista a Sergio Pascual, secretario de Organización de Podemos
“Estábamos dormidos. Despertamos”, rezaba una de las tantas pancartas de la acampada del Sol. Tras la manifestación del 15 de mayo de 2011, convocada por distintos colectivos en diversas ciudades españolas para protestar contra los recortes sociales y el rescate bancario, en Madrid unas decenas de personas decidieron acampar en la Puerta del Sol hasta las elecciones municipales del siguiente domingo. Al otro día, la plaza se llenó de tiendas de campaña, talleres, asambleas; y las acampadas se replicaron en otras ciudades. Nacía el movimiento de los indignados o, simplemente, el 15M. Inspirados por consignas como “lo llaman democracia y no lo es” o “no nos representan”, los manifestantes impugnaban el régimen político nacido de la Transición y abrían una crisis política de dimensiones insospechadas. La magnitud de estas movilizaciones inesperadas tomó por sorpresa a gran parte de la izquierda del país, que no había sido capaz de canalizar el descontento generalizado por la crisis económica. Una izquierda a la que, salvo excepciones, costó lidiar con un movimiento que superaba sus esquemas y no estaba compuesto solo de personas con un perfil militante (aunque buena parte de quienes formaban las acampadas fueran a su vez militantes de toda la vida que entendieron la importancia de estar presentes en ellas).
El 15M supuso un punto de inflexión en la historia de la movilización social española. Semanas después se diluyó, pero no desapareció; inspiró un amplio, desigual y diverso proceso de movilización y autoorganización que dio lugar, entre otros, a la formación de Podemos, en enero de 2014. Precisamente entre sus creadores se encuentran algunos de esos militantes de la izquierda tradicional que vieron en el 15M la oportunidad para ensanchar el campo de la disputa política.
Pocos podían imaginar que Podemos daría el campanazo, apenas cuatro meses después de su nacimiento, en las elecciones europeas: logró ser la tercera fuerza política y obtuvo cinco escaños en el Parlamento Europeo. En mayo pasado se celebraron elecciones municipales y autonómicas, pero Podemos no se presentó con su propia marca. El partido reconoció que no tenía la capacidad de levantar candidaturas propias en todos los municipios del Estado español y confluyó con otros partidos y colectivos; creó candidaturas de unidad popular en muchos municipios. Éstas disputaron el espacio político a los partidos Popular y Socialista Obrero Español (PSOE), y lograron éxitos relevantes, como los de Barcelona (primera fuerza) y Madrid (segunda), por las dimensiones y el peso político y económico de ambas ciudades. Sin embargo, los porcentajes no bastaron para gobernar con mayoría y obligaron a pactos con otras fuerzas políticas (incluido el propio PSOE). El bipartidismo parece herido de muerte, pero ambos institutos siguen siendo los más votados, por lo que el gran desafío de Podemos se presenta de cara a las generales de noviembre de este año, el escenario electoral donde han decidido concentrar sus esfuerzos.
En ese panorama conversamos con Sergio Pascual, uno de los hombres de confianza de Pablo Iglesias y una de las caras visibles del partido. Desde noviembre de 2014 es secretario de Organización y miembro del Consejo Estatal de Podemos.
¿Cuáles son los referentes intelectuales de Podemos, vivos o muertos? ¿De qué pensamiento político bebéis?
La trayectoria intelectual de Podemos es heterogénea. Nuestra organización emerge en un contexto de reconstrucción de los consensos sociales en España, y para ello incorpora ideas y perspectivas desde múltiples ángulos. Sin duda, la socialdemocracia europea ha marcado intelectualmente a algunos de los fundadores de la organización. Olof Palme o Mitterrand estarían en esta categoría. Por otro lado, el nuevo constitucionalismo latinoamericano de Navarro-Wolf y los enfoques sociopolíticos de teóricos como Bourdieu o Laclau y Chantal Mouffe han sido determinantes.
Podemos es, en cierta forma, producto del 15M. Uno de los debates más intensos en torno al 15M se dio a propósito del “problema” de la organización; y de aquella experiencia surgieron instancias organizativas como frentes, bloques o mareas. Vosotros apostasteis por la “forma partido”: ¿Por qué apostar a formar el partido en un momento histórico en que el descrédito de los partidos políticos va en aumento? ¿Sería Podemos un partido tradicional y, si no lo es, en qué se diferenciaría del resto? ¿Cuál debe ser la función del partido político en la actual coyuntura?
Podemos opta por disputar el cambio político en el escenario electoral. Para hacerlo necesariamente debimos adoptar la fórmula jurídica de partido. Esto no impidió que organizativamente lo hiciéramos. Podemos como referencia de un bloque social y como instrumento político se presenta a las europeas con una estructura extremadamente volátil, líquida, si parafraseamos a Bauman. Los círculos del partido son espacios abiertos e inestables, sin portavoces o responsabilidades fijas.
El crecimiento de nuestras responsabilidades de la mano de nuestros éxitos electorales conllevó la necesidad de buscar mecanismos garantistas de control y participación para el ejercicio de la representación que comenzaba a correspondernos. Entonces apostamos por constituirnos formalmente como partido, después de un proceso constituyente que durante casi seis meses e incorporó centenares de documentos de diversas fuentes y decenas de enmiendas al documento de la ponencia marco.
El modelo organizativo que respaldaron casi 100 mil inscritos nos dibuja como un instrumento político que concilia la flexibilidad en la base de la organización con la estabilidad en los espacios de representación, al tiempo que introduce múltiples mecanismos correctores para que la participación no se reduzca a la militancia de base y se amplíe al ejercicio de la dirección política (consultas, revocatorios, presupuestos participativos).
Esta frescura y solidez flexible –como el junco de Pascal– nos permiten ser un instrumento idóneo para el objetivo político trazado: el cambio político del país.
Podemos ha realizado una apuesta muy centrada en el momento electoral entendiendo que estamos frente a una coyuntura excepcional. ¿En qué consiste la excepcionalidad de esta situación histórica?
En España asistimos a un paulatino derrumbe del sistema de partidos, el cuan ha engrasado un pacto de reparto de poder entre élites que amenaza acabar con el contrato social del ’78. Éste incluía en el país aspectos fundamentales, como la sanidad universal, la educación pública y gratuita, el derecho a la libertad de expresión y protesta y la garantía de que “viviríamos mejor que nuestros padres”.
El descrédito del PP y PSOE se ha sustentado en tres pilares: 1) han sido coautores de la renuncia a puntales claves de nuestra soberanía como pueblo, como la reforma constitucional que sitúa el pago de la deuda por delante de los derechos de los ciudadanos, 2) han demostrado ser extremadamente ineficaces en la gestión de lo público, causando un drama social de proporciones desconocidas y 3) lo han hecho mientras las capas más altas de la sociedad se enriquecían y sus partidos se corrompían de manera ostensible en un entramado de fenómenos profundamente repudiados como inmorales y que van desde la alegalidad —puertas giratorias— hasta la franca ilegalidad —tráfico de influencias, cohecho, y un largo etcétera.
Acontece además que este proceso de empobrecimiento de las clases medias da lugar a una enorme crisis de expectativas por la generación que hizo posible el “no nos representan” del 15M, pero también por la generación que edificó el constructo político del ’78 y ahora ve defraudados sus esfuerzos, roto el pacto de convivencia.
Como sabéis, en México hay un movimiento fuerte entre ciertos sectores de la izquierda y la intelectualidad que ha estado apelando al boicot electoral y la anulación del voto en estas elecciones intermedias ante la imposibilidad, según su criterio, de conseguir transformaciones del sistema por la vía electoral. Salvando las distancias entre ambas realidades, ¿se planteó entre vosotros en algún momento un escenario que apostase por una construcción política de más largo aliento, dejando de lado la disputa por el poder electoral?
En el caso español, la acumulación de fuerzas en el plano social había tocado techo. Las movilizaciones del 15M, las mareas ciudadanas y de servidores públicos anegaban las calles españolas, y el gobierno se mantenía impasible. Se trataba, por tanto, de convertir toda esa energía social acumulada en poder político; y este proceso, en un contexto de amplísimo consenso social por las virtudes de la democracia y la vía electoral para resolver diferendos, no podía sino tener una expresión política como la elegida.
Decía Karl Marx que el Estado era “el consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa”: ¿Se puede transformar el mundo desde el Estado, con él? ¿El proyecto político de Podemos apunta a superar el capitalismo?
Sin duda, este capitalismo depredador, este capitalismo financiero del gobierno de unos pocos sobre la voluntad de los muchos, este capitalismo que amenaza la democracia, sí, debe ser superado.
No habéis estigmatizado el liderazgo político, aunque insistís en el protagonismo ciudadano, ¿cuál es el papel del liderazgo en Podemos? ¿Qué relación se establece entre el liderazgo y la participación política?
En tiempos de cambio político, los liderazgos —colectivos e individuales— emergen de forma natural. En particular los liderazgos individuales, por su versatilidad, presentan facilidades para encarnar la agregación de demandas insatisfechas de una población que puede reagruparse en nuevas mayorías sociales. Funge de alguna forma de director de orquesta, armonizando la resonancia de dichas demandas que sin coordinación colisionarían engendrando ruido. La partitura, no obstante, es una construcción colectiva.
¿Cuál es el papel de los círculos en la estrategia política de Podemos? ¿Y cuál es el grado de desarrollo alcanzado y las principales dificultades que enfrentan?
Los círculos son el alma de Podemos. El espacio abierto de participación política que mantiene la mano tendida a la sociedad en su forma más capilarizada. Los círculos de Podemos —especialmente los sectoriales— tienen vías de participación directa en la elaboración programática y en la definición de aspectos transversales para la organización (igualdad, discapacidad, ambiente, migración…).
Como espacio de gran volatilidad, corren permanentemente dos riesgos, el primero se vincula a la necesidad de estar en permanente movimiento. Sin estructura, la inercia y el movimiento los mantiene en marcha, lo cual los hace espacios vivos de construcción social. Si la tensión movilizadora declina, los círculos también. Por otro lado, corren el riesgo de ser vaciados por la cooptación de cuadros a espacios de la organización y las instituciones con mayor estabilidad —y, por qué no decirlo, atractivo.
¿Cómo se combina el funcionamiento horizontal y asambleario de la Asamblea Ciudadana con el Consejo Ciudadano y la Secretaría General? ¿Hasta dónde la Asamblea Ciudadana es partícipe de todas las decisiones que atañen a Podemos?
La Asamblea Ciudadana de 370 mil inscritos —actualmente— es el órgano de decisión política de Podemos. En ella se trazan las estrategias para el ciclo político, y los órganos de dirección y ejecución del partido están obligados a sujetarse a su mandato. Esta asamblea tiene sus correlatos territoriales convocados —por el secretario general o por los propios inscritos o círculos— para las decisiones de calado en el territorio (apoyo a candidaturas de unidad popular —se han realizado cientos de consultas municipales de este tipo—, pactos con otros partidos).
Podemos ha sido recurrentemente acusado por la derecha política y mediática de “populista”. Sin embargo, de un modo distinto del que esa acusación sugiere, en el nacimiento de Podemos hay una apuesta por la “hipótesis populista”: ¿Es esto así? ¿En qué sentido se recuperaría cierto populismo?
En el sentido de que entendemos la necesidad de construir una mayoría social nueva, sobre amplios consensos sociales que atañen a ciudadanos que en el pasado se autoadscribieron a distintas corrientes ideológicas. El momento histórico requiere medidas de excepción, de “salvación” nacional, y en esto el pueblo español entero se une para demandarlas. En este sentido la fórmula laclausiana, de agregación de demandas insatisfechas, cobra valor.
También se os ha acusado de querer importar las experiencias de los gobiernos progresistas y de izquierda latinoamericanos al Estado español. De hecho, en varias de vuestras declaraciones reconocéis la importancia de esos procesos de cambio en América Latina como inspiración, y es sabida vuestra vinculación con algunos de dichos procesos. Pero, ¿cuántos paralelismos se pueden hacer entre la América Latina del Consenso de Washington y el Estado español actual? ¿Qué habría de extrapolable en estas experiencias para el caso español?
La hoja de ruta del Consenso de Washington incluía privatizaciones, aumento de impuestos indirectos, liberalización arancelaria, pérdida de soberanía —monetaria y fiscal—. El resultado de estas políticas fue una década perdida para América Latina, donde se ampliaron las desigualdades y la primarización de las economías. Si repasamos los acontecimientos en España, encontraremos enormes paralelismos. No es de extrañar que el anhelo de cambio también esté entre ellos.
Siguiendo con la realidad latinoamericana y su posible réplica o inspiración para la actual coyuntura política en el Estado español, la oleada de fuerzas de la izquierda que llegaron al poder del Estado a partir de 1998, con la victoria de Hugo Chávez ,fue resultado de procesos de organización y movilización política previa de carácter popular, muy combativos y que en la mayoría de casos venían de conseguir victorias muy claras en luchas concretas. Sin embargo, se aprecia en el 15M una ausencia de ese elemento popular (entendido lo popular como la presencia de la clase trabajadora y campesina) debido a una mayor participación de las capas medias o pequeña burguesía, así como un discurso más desideologizado respecto al tradicional de los sectores provenientes de la militancia política. ¿Este origen ha repercutido en el discurso que de Podemos?
La realidad social española no es la latinoamericana. Si entendemos pueblo como mayoría social que busca cambio, éste en América Latina sin duda sería uno de origen campesino y excluido. La mayoría social que busca cambio en España está constituida fundamentalmente por clases medias empobrecidas. Somos reflejo de esa nueva mayoría social en construcción, y resulta natural que nuestras tesis, discursos y demandas sean producto de ello.
Quizás debido a lo anterior, uno de los esfuerzos de la estrategia discursiva de Podemos ha sido tratar de romper con las clasificaciones prefijadas y las etiquetas, apelando a una construcción identitaria que supera o se desmarca del eje izquierda/derecha. ¿En qué sentido consideráis que la diferencia entre izquierda y derecha ya no funciona? ¿En qué plano la distinción sí tiene sentido?
En términos académicos, el eje izquierda/derecha puede resultar de enorme utilidad. En términos políticos, no obstante, se convierte en una herramienta clasificatoria limitante, no sólo para alcanzar a enormes capas de la sociedad, sino también para construir un relato y una identidad partidaria sin lastres emocionales y simbólicos. En España, ser etiquetado como “izquierda” implica que automáticamente tu orden de prioridades pasa por la república, la voluntad de promover la independencia de las naciones periféricas y el fin de la tauromaquia, por poner un ejemplo. Sin embargo, enormes capas de la población que se autoadscriben a tal lado de ese eje no tienen las prioridades existenciales referidas; al contrario, las comparten con otros muchos ciudadanos que “paradójicamente” podrían autoadscribirse al lado derecho del eje con base a posiciones contrapuestas en torno a estas cuestiones “simbólicas” e irrenunciables de esta etiqueta. Podemos pone en el centro de la discusión esas otras prioridades existenciales que por no pertenecer al espacio de la diferencia entre ambas etiquetas del eje (hoy, en España, la mayoría de los votantes del PP están en contra de que una familia sea desalojada y arrojada a la calle sin solución habitacional, por poner un ejemplo) habían sido invisibilizadas. Nos es más útil, por tanto, hablar del los ejes austeridad sí/no o derechos sociales sí/no, evitando una simplificación que no sólo es reductora, sino que resulta útil exclusivamente a quienes desean centrarse en lo circunstancial y soslayan lo central.
Esa voluntad de romper con el eje izquierda/derecha y apelar al electorado que no se identifica ya con esas categorías ha tenido como resultado la atracción de personas heterogéneas en términos ideológicos. Esto, si bien ha enriquecido al partido, también ha generado choques con una no escrita pero existente “línea oficial” emanada de la Secretaría General. ¿Dónde están las líneas rojas de Podemos?
El respeto irrestricto por los derechos humanos, la irrenunciable defensa de los servicios públicos y la reducción de la desigualdad. Ese marco “macro” nos une a todos.
Observando la evolución discursiva de Podemos en los últimos meses, sobre todo en temas como las declaraciones sobre Venezuela o el viraje hacia posturas más centristas que las expresadas durante la campaña europea, da la impresión de que hay una voluntad de adaptar el discurso a una interpretación por vuestra parte de un supuesto “sentir mayoritario”. Este posicionamiento genera muchas críticas, incluso en sectores del propio Podemos que consideran que las encuestas eran más favorables incluso cuando aparecía como fuerza rupturista, no lastrada por la aparente necesidad de moderación. ¿Qué decís a estos sectores?
Podemos se ha mantenido firme y coherente en su discurso. De ahí que no hayamos abandonado desde el primer momento la apuesta por una ruptura clara con las políticas de austeridad y la regeneración de nuestras instituciones. La discusión en torno a las medidas que concretan esta propuesta —eso sí— naturalmente evoluciona con la incorporación de fuentes documentales y de experticia y, por qué no decirlo, con la conciencia de que ahora somos no sólo una fuerza de oposición llamada a sacudir las conciencias sino también una fuerza de gobierno; como tal, nuestra responsabilidad pasa por comprometernos con propuestas que aúnen el factor transformador con su viabilidad. Por otro lado, no es el mismo el marco europeo que el autonómico o el estatal.