LA CIUDAD ENTRE MERCANCÍA Y DERECHO

Sólo el precio de las mercancías, su valor de cambio
expresado en dinero, detiene el vaivén dubitativo del
flâneur, su capacidad de decidir si el pasaje es el
paraíso del valor de uso o el imperio del valor económico,
si es íntimo como una alcoba
o público como el paisaje.
Bolívar Echeverría, Valor de uso y utopía

Una revolución radical sólo puede ser
una revolución de necesidades radicales.
Karl Marx, Contribución a la crítica
de la filosofía del derecho de Hegel

Como sugieren los restos de asentamientos que datan de hasta 7 mil años antes de nuestra era,1 las ciudades han sido desde sus lejanos orígenes lugares de concentración de poderes y recursos, y por tanto escenarios de luchas de los grupos sociales en ellos por controlarlos. No en balde, la teoría social clásica reflexionó sobre estas disputas: Marx y Engels indicaron reiteradamente que con la separación entre campo y ciudad surgió el conflicto entre clases sociales,2 y Weber señaló después las vinculaciones entre las tipologías urbanas y las formas de dominación no legítimas.3

De allí que, si bien persisten muchas de sus características iniciales, el desarrollo de las ciudades no ha sido ajeno a las transformaciones sociales en un nivel más amplio. Los cambios en las relaciones sociales —en particular en las luchas de clases— han producido nuevas infraestructuras urbanas y le han asignado otras funciones a las que ya existían: las relaciones sociales tienen consecuencias en el espacio.4

Así, con el desarrollo del capitalismo, y particularmente con la industrialización del campo, la población rural ha tendido a ser desplazada hacia las ciudades: el capitalismo, a diferencia de todos los modos de producción anteriores, genera una civilización fundamentalmente urbana.5 El giro de China hacia el capitalismo desde hace algunas décadas ha consolidado este predominio a escala global: según datos de la Organización de las Naciones Unidas, 54 por ciento de la población mundial habitaba hacia 2014 en las ciudades, y —de mantenerse las actuales condiciones— podría llegar a 66 por ciento en 2050.6

En este contexto, es obligación del pensamiento crítico analizar la ciudad con miras a colaborar con los movimientos promotores de su democratización. Lo más productivo para tales efectos es retomar el tema del derecho a la ciudad a partir de la problematización de la ciudad capitalista como mercancía que obstaculiza su realización como valor de uso e impide por tanto satisfacer las necesidades de los habitantes. Finalmente, bosquejaremos algunas ideas sobre cómo desafiar el funcionamiento de la ciudad-mercancía.

memoria25815La ciudad en el hecho capitalista

Como ha indicado Gasca Salas, la separación entre campo y ciudad está fundada en la división del trabajo, pues gracias al incremento de la eficiencia real de la productividad del trabajo la población puede crecer y, con ello, incrementarse y diversificarse sus necesidades de consumo.7 Además, esa división tiende en el campo hacia un uso del suelo dedicado a la agricultura, mientras que en la ciudad se encamina hacia funciones de habitación e industriales. Por otra parte, el intercambio entre ciudad y campo, así como entre diferentes ciudades, llevó a la construcción de vías para la circulación de los excedentes. La diferencia entre campo y ciudad no es por tanto cuantitativa sino funcional.8

En el caso de las ciudades contemporáneas, esta jerarquía de larga duración —milenaria en gran parte del mundo— hay que explicarla en el contexto más específico del capitalismo. En la ciudad capitalista se concentra el acceso a los valores de uso, como bienes y como servicios: vivir en la ciudad implica ya una ventaja sobre quienes habitan el campo, pues el funcionamiento de éste se define a partir de las necesidades urbanas. Sin embargo, es evidente que incluso entre quienes viven en la ciudad el acceso a los bienes económicos está supeditado al lugar de clase social de los individuos.

En formaciones sociales capitalistas, la satisfacción de las necesidades humanas, con toda su complejidad, se encuentra subordinada a la acumulación de capital mediante la circulación de mercancías: los valores de uso que solventan las necesidades son entonces secundarios, pues para realizarse deben antes completar su ciclo de generación de plusvalía. La ciudad, como macroobjeto, no escapa de esta lógica: en el nivel más general, es la mercancía que organiza el acceso de los habitantes al resto de las mercancías y, por tanto, a los valores de uso.

Así, en cuanto mercancía, la ciudad está fundada en la contradicción que Bolívar Echeverría ha denominado el hecho capitalista, consistente en que la forma de valor sacrifica la realización de la forma natural.9 En la mercancía predomina entonces su carácter como valor —tiempo de trabajo socialmente necesario— sobre la realización de las potencialidades que ella posee para satisfacer las necesidades de los seres humanos concretos. Es un predominio de lo abstracto sobre lo concreto, cuya irracionalidad puede ejemplificarse en nuestras ciudades con la relación entre personas sin hogar y viviendas sin quien las habite: hay medios para satisfacer el requerimiento de vivienda de gran número de personas necesitadas de un techo (no necesariamente su propiedad sino su uso), pero esos medios están puestos en función de la valorización de esos bienes inmuebles.

En cuanto forma de capital, la ciudad-mercancía es lugar de especulación inmobiliaria: la tierra como capital ficticio. Según indica David Harvey, “el suelo no es una mercancía en el sentido más corriente de la palabra. Es una forma ficticia de capital derivada de las expectativas de futuras rentas. El intento de maximizar su rendimiento ha expulsado durante los últimos años de Manhattan y del centro de Londres a las familias de bajos o moderados ingresos, con efectos catastróficos sobre las disparidades de clase y el bienestar de las poblaciones menos privilegiadas”.10

Esta expectativa de futuras rentas ha sido beneficiada y potenciada por las políticas urbanas neoliberales, que han desestimado la redistribución de recursos hacia los barrios, las ciudades y las regiones económicamente más vulnerables, optando por el contrario por dejar que los centros empresariales en crecimiento gestionen el desarrollo urbano. En la práctica, ello significó que las ciudades quedaran en manos de desarrolladores y especuladores financieros, precarizando las condiciones de vida de los sectores sociales con menor capacidad económica y, eventualmente, expulsándolos de las ciudades hacia las periferias más empobrecidas.11

Pero la ciudad neoliberal promueve la especulación incluso en las periferias empobrecidas: en las ciudades-miseria (también llamadas precarios, chabolas, villas, favelas) el reconocimiento oficial de la tenencia de terreno para vivienda genera jerarquías entre sus habitantes. Así, en el fondo, mientras el campo siga expulsando población, la ciudad-mercancía seguirá produciendo espacios de miseria y desesperanza social.12 Podríamos decir, incluso, que en este modo de producción la ciudad-miseria es tan necesaria como el excedente de población trabajadora según la ley general de la acumulación capitalista.13

La ciudad-mercancía funciona como capital fijo en el que Harvey llama el circuito secundario de acumulación de capital. El espacio desempeña el papel de ambiente construido para la producción —el edificio de fábrica es allí el caso emblemático— o de ambiente construido para el fondo de consumo, como locales de diversos servicios, vías de transporte o casas de habitación, entre otros. A estos ambientes construidos se les unen otros espacios, que Harvey indica como propios de un circuito terciario para la acumulación de capital, necesarios para la reproducción física e ideológica de la fuerza de trabajo —escuelas y hospitales, especialmente, pero también cuarteles e iglesias.14

Estos circuitos funcionan gracias al valor producido en el circuito primario, donde se produce la plusvalía mediante trabajo asalariado u otros tipos de relaciones de producción subordinadas a la acumulación de capital,15 y sus aportes a ésta son de más larga duración, de difícil valoración económica y, a menudo, de uso compartido entre muchos capitalistas (caso de infraestructura vial o puertos, por ejemplo). Por ello, tales ambientes construidos suponen fuertes inversiones de capital, para cuya ejecución el Estado, además de aportar garantías jurídicas, a menudo ha tenido que financiar las infraestructuras referidas.16

La inversión en ambientes construidos —la urbanización del capital— ha sido un medio fundamental para absorber capitales provenientes del circuito primario de acumulación. Pero la misma dinámica hace de la ciudad-mercancía un objeto de especulación, de modo que si esas inversiones resultan productivas, los valores ficticios se amortizarán; en caso contrario, llevará a la devaluación de los activos, y a problemas fiscales si el Estado invirtió. Las crisis sistémicas capitalistas, como argumenta Harvey, han tenido sus orígenes reiteradamente en el capital ficticio urbano: la debacle de 2008, cuando millones de personas perdieron sus viviendas, es el ejemplo más reciente, pero dista de ser un caso único.17

En Latinoamérica, a partir de la crisis económica de la década de 1980 los movimientos de capital llevaron a una recomposición de la forma de las ciudades que habían crecido con la industrialización por sustitución de importaciones. La desindustrialización de la Ciudad de México, por ejemplo, llevó a que el capital se trasladase hacia el sector bancario, el comercio y los bienes raíces. Los centros comerciales, como señala Pradilla, se convirtieron en lugares privilegiados para la acumulación de capitales de este tipo; sustituyeron los centros de la metrópolis por una articulación más parecida a una red en la cual tales centros comerciales se comunican entre sí a través de corredores terciarios con gran intensidad de flujo de vehículos y personas.18

Este patrón de desarrollo espacial descentralizado ha implicado el crecimiento acelerado del parque vehicular, correspondiente a una nueva tendencia de ocupación del suelo suburbano.19 La desintegración de los barrios y la reconfiguración del espacio en zonas residenciales segregadas —y a menudo fortificadas—20 va de la mano con el auge del automóvil privado: la ciudad latinoamericana, como ciudad-mercancía neoliberalizada, es entonces el escenario más propicio para el protagonismo del automóvil, símbolo del individualismo y objeto-rey de la cotidianidad en el capitalismo.21

Ahora bien, aunque la ciudad-mercancía es un sistema espacial y económico complejo, sectores específicos —y, más allá, clases sociales— se benefician y promueven la agudización de esta dinámica del espacio al servicio de la acumulación, así como otros sectores —estructuralmente, la mayoría— ven dañadas por ella sus condiciones de vida. La democratización de las ciudades depende entonces de estos últimos y de su capacidad de incidencia: pasa entonces por poner sus necesidades insatisfechas en el primer plano de la discusión y reclamar con ello su derecho a la ciudad.

memoria25829De las necesidades alienadas al derecho a la ciudad

Hemos argumentado que la insatisfacción de las necesidades de las mayorías sociales en la ciudad-mercancía se deriva de que este espacio se estructura en función de la forma-valor. Los requerimientos humanos se encuentran así alienados, impedidos de ser resueltos por los mecanismos sociales producidos por los propios seres humanos. Efectivamente, Echeverría, citando a Henri Lefebvre, señala que la alienación se conceptualiza mejor como una pérdida o bloqueo de lo posible: “En el lugar de la expresión de la enajenación como expresión de una pérdida, de un pasado, hay que poner el sentido, la enajenación como imposibilidad de realizar una posibilidad, como virtualidad bloqueada”.22 Tal pérdida de lo posible sería entonces inmanente, históricamente determinada en el seno de cada formación social, y remite a la satisfacción de las necesidades surgidas en ésta: desde las más elementales para preservar inmediatamente la vida hasta las que apuntan hacia la superación de las condiciones propias de tal formación social, pues no pueden ser realizadas en ella.

Pensar en la ciudad desde el concepto de alienación remite entonces a un espacio social tensionado entre la posibilidad de realizar las necesidades humanas y los obstáculos (prácticas, instituciones, actores sociales) que las supeditan a un orden social opuesto a ellas. Por ejemplo, el capitalismo ha desarrollado la capacidad técnica para vencer la escasez —sus crisis tienen su base más bien en la sobreproducción—, pero como organización social puede hacerlo sólo mientras, en el mismo movimiento, produce por un lado desperdicio (de fuerza de trabajo y de naturaleza) y por otro carencias para quienes no poseen capacidad adquisitiva suficiente. La promesa del disfrute de los valores de uso es fundamental para el capitalismo, pero a la vez le resulta imposible de cumplir; tal contradicción abre una crítica inmanente de este modo de producción.

Estas necesidades que el capitalismo crea pero no puede satisfacer son llamadas por Marx necesidades radicales y, como Heller demuestra, “son momentos inherentes a la estructura capitalista de las necesidades: sin ellas, como dijimos, el capitalismo no podría funcionar: éste, en consecuencia, crea cada día necesidades. Las ‘necesidades radicales’ no pueden ser ‘eliminadas’ por el capitalismo porque son necesarias para su funcionamiento. No constituyen ‘embriones’ de una formación futura sino ‘accesorios’ de la organización capitalista: la trasciende no su ser sino su satisfacción. Aquellos individuos en los cuales surgen las ‘necesidades radicales’ ya en el capitalismo son los portadores del ‘deber colectivo’”.23

El derecho a la ciudad surge como necesidad radical de un espacio en función de la forma natural, como un movimiento contra la alienación del espacio urbano; tiene carácter directamente anticapitalista, pues sus reivindicaciones implican romper con la lógica de la ciudad-mercancía. El derecho a la ciudad ante todo nombra una negación, no un contenido determinado, y como propuesta concreta asume los contenidos que le asignen los actores sociales —esos “portadores del ‘deber colectivo’”— que lo reivindiquen en cada contexto específico. Henri Lefebvre, acuñador del concepto, lo formuló en términos deliberadamente amplios, abriendo así la posibilidad de que las necesidades específicas de quienes buscan la recuperación de la ciudad definan sus programas de acción.

El concepto del derecho a la ciudad fue formulado por este teórico frente al urbanismo del neocapitalismo de las décadas de 1950 y 1960 en Europa occidental, con el trasfondo del crecimiento económico de esa coyuntura. Surgió pues como una crítica formulada desde el centro de la economía-mundo capitalista, y desde un modelo de crecimiento urbano fuertemente centralizado por el Estado. Eran los días dorados de la arquitectura y la planificación funcionalistas, y a la tecnocracia correspondía determinar las necesidades de la población urbana, una tarea para la cual los principios de la Carta de Atenas eran el punto de referencia central.24

El contexto de la ciudad neoliberalizada latinoamericana llama a otro tipo de crítica. Si bien en ambos casos el espacio vital aparece subordinado a las necesidades de la acumulación capitalista, en la fase neoliberal el Estado ha cedido la planificación urbana al empresariado, con lo cual la ciudad queda abiertamente gestionada por el capital. La nueva tecnocracia se guía ahora por estudios puntuales de mercado más que por una visión a gran escala del desarrollo del territorio y, a diferencia de la coyuntura de la industrialización urbana de la posguerra, configura el espacio urbano en favor de capitales de tipo financiero, comercial y ficticio.

Contra esta estrategia de acumulación, la reivindicación del derecho a la ciudad presupone un esfuerzo de organización por los sectores subalternos en ella, con vistas a una recuperación que puede ser canalizada por lo público —a través del Estado— o por lo comunitario. Las clases que viven de un salario o sobreviven mediante actividades informales que maquillan las cifras oficiales de desempleo son las más beneficiadas con la reversión del carácter excluyente de la ciudad-mercancía, pero también lo son las poblaciones ladinas y no blancas (marginadas por el racismo estructuralizado), las personas jóvenes sin independencia económica (tendencialmente excluidas de los espacios privados y perseguidas en los públicos) y las mujeres que encaran diariamente agresiones en las calles (lo cual no excluye —sino todo lo contrario— que sean también agraviadas en sus espacios privados).25

El derecho a la ciudad como alternativa desde estos grupos frente a la ciudad neoliberalizada pasaría entonces por el fortalecimiento de las comunidades locales, cuya acción colectiva sostenida revitaliza los espacios que ocupan. Así, por ejemplo, los problemas de seguridad, tan apremiantes en la mayor parte de Latinoamérica, son mejor resueltos en comunidades con estabilidad en su espacio; aunque el desarrollo de condominios cerrados, a falta de mejores condiciones urbanísticas, sea la solución más inmediata para las familias deseosas de protección, tiende en términos más generales a producir inseguridad.26

También mediante la reactivación económica de los barrios se contrarresta la tendencia a la urbanización de las periferias la cual, además de agudizar los problemas de segregación social y “racial”, consume suelo y energía innecesariamente.27 El capitalismo, a diferencia de los modos de producción anteriores, ha separado los lugares de trabajo respecto a los residenciales (y con ello las funciones de producción y consumo, de producción y reproducción), y aunque esta tendencia sea difícil de revertir, resulta razonable optar por modelos de ciudad con mayor integración de ambas funciones. Además, habría de integrarse en ellas el elemento del juego y la recreación, pero no sólo en áreas especializadas sino de modo consustancial en esas actividades.28

memoria25817Como vimos, la suburbanización de las periferias latinoamericanas se basa en una cultura de automóvil privado como medio de transporte que ha generado graves problemas de circulación y contaminación, mientras que las carreteras que éste implica han fragmentado el tejido urbano y destruido comunidades históricas. El derecho a la ciudad supone el fortalecimiento del transporte público y de la bicicleta, garantizando condiciones de seguridad apropiadas y que el espacio urbano sea favorable para tal tipo de transporte.

En general, la ciudad-mercancía tiene como contraparte la apropiación de los espacios públicos, pues en cuanto tales son sustraídos del mercado y dedicados al uso colectivo.29 Del mismo modo, la construcción de viviendas populares por el Estado —si bien no resuelve del todo el problema de la habitación—30 puede contrarrestar parcialmente la especulación propiciada por el exceso de demanda de habitación en las ciudades. Esta medida tiene, por supuesto, costos muy elevados para los gobiernos, pero ya fue puesta en práctica hace décadas, y el tiempo parece propicio para discutir su pertinencia más allá de los dogmas de la economía neoclásica.

Otro aspecto importante en el derecho a la ciudad son sus consecuencias respecto a la relación campo-ciudad. En efecto, la expulsión de población rural durante siglos ha nutrido los sectores más empobrecidos de las ciudades, de modo que la sostenibilidad de éstas guarda correspondencia directa con la del campo, pero esta última no tiene que fundamentarse necesariamente en la explotación: Coraggio argumenta que a un proyecto urbano popular tendría que corresponder el fomento de comunas agrarias y personas campesinas que produzcan para la autosuficiencia y el intercambio de excedentes. Además, sería parte de una estrategia popular urbana “promover una planificación regional participativa, impulsando por propio interés la ‘urbanización’ del campo, creando centros modernos de servicio a regiones rurales, centros de investigación que promuevan el control del medio natural, apoyo tecnológico, generación alternativa de energía, promover zonas libres de agroquímicos, de control óptimo del ambiente, especialización en productos de mejor calidad según nuevos estándares, etcétera”.31

En las ciudades neoliberalizadas, medidas como las anteriores son formas de contraurbanismo e implican la oposición férrea de desarrolladores urbanos, banqueros e inversionistas, cuando no también del mismo Estado. Valga insistir en que tales reivindicaciones transforman las relaciones de clase y, como tales, presuponen movimientos sociales urbanos bien organizados con capacidad para incidir en las tomas de decisiones tanto a escala local como nacional, y para actuar por sí mismos en la producción de su espacio. Como indica Harvey, en el mundo hay abundantes luchas y movimientos sociales urbanos de diversos tipos, mas ello no ha llevado a un movimiento coherente de oposición al statu quo:32 tal vez en este nuevo siglo surja un sujeto colectivo que reivindique su derecho a la ciudad como necesidad radical.


1 Sobre las regiones de Anatolia y de Medio Oriente, véase Edward Soja. Postmetrópolis. Estudios críticos sobre las ciudades y las regiones, Madrid: Traficantes de Sueños, 2008, 51-90. Para el caso de la antigüedad europea, compárese Catalina Balmaceda y Nicolás Cruz (editores). La ciudad antigua. Espacio público y actores sociales, Santiago: ril, 2013.

2 “La base de toda división del trabajo desarrollada, mediada por el intercambio de mercancías, es la separación entre la ciudad y el campo. Puede decirse que toda la historia económica de la sociedad se resume en el movimiento de esta antítesis”. Karl Marx. El capital, tomo I, Buenos Aires: Siglo XXI, 2006, 429 (énfasis del original). También: Carlos Marx y Federico Engels. La ideología alemana, Montevideo y Barcelona: Pueblos Unidos y Grijalbo, 1974, 20; y Karl Marx. Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (borrador), 1857-58, volumen 1, México: Siglo XXI, 2007, páginas 29-30.

3 Compárese Max Weber. Economía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva, México: Fondo de Cultura Económica, 1993, 938-1046. Como indica Colom, “Weber interpretó el surgimiento de los derechos estamentales urbanos y su afirmación política como una usurpación original de los poderes señoriales legítimos, un auténtico acto revolucionario, pues implicaba una subversión de las formas feudales de asociación y una alteración de las relaciones patrimoniales entre señores y Estado llano”. Francisco Colom. “Max Weber y La ciudad. Una interpretación a la luz de la experiencia hispanoamericana”, en Álvaro Morcillo Laiz y Eduardo Weisz (editores). Max Weber: una morada iberoamericana, México: Fondo de Cultura Económica, 2014, página 363.

4 Compárese. Fernando Chueca Goitia. Breve historia del urbanismo, Madrid: Alianza, 1968, capítulo 2. Un ejemplo específico de las relaciones entre política y control social del espacio urbano es el tema del estudio histórico de Pedro Fraile La otra ciudad del rey: ciencia de policía y organización urbana en España, Madrid: Celeste, 1997.

5 El contraste con las formaciones precapitalistas puede observarse en Marx. Elementos fundamentales, páginas 433-479.

6 onu, “World’s population increasingly urban with more than half living in urban areas”, consultado el 6 de abril de 2016 en http://www.un.org/en/development/desa/news/population/world-urbanization-prospects-2014.html

7 Añade este autor que tal incremento de la productividad “requirió, por una parte, el desarrollo de los medios de producción y, por otra, el incremento, diversificación y especialización de las ramas de producción (primero) y separación en sectores que colaboran en tales o cuales trabajos (después)”. Jorge Gasca Salas. La ciudad: pensamiento crítico y teoría, México: Instituto Politécnico Nacional, 2005, página 154.

8 Ibídem, páginas 156-157.

9 Bolívar Echeverría. La modernidad de lo barroco. México: Era, 2011, páginas 37-38. Aunque la distinción entre valor de cambio y valor de uso ya era corriente en la economía política anterior a Marx, él notó que esta relación es contradictoria y que el modo de producción capitalista subordina el segundo al primero. Véase también Bolívar Echeverría. La contradicción del valor y el valor de uso en El capital de Karl Marx, México: Ítaca, 1998.

10 David Harvey. Ciudades rebeldes. Del derecho a la ciudad a la revolución urbana, Madrid: Akal, 2013, página 53.

11 Ibídem, página 55. Hay amplia bibliografía sobre este fenómeno de “gentrificación”, entre la cual consideramos particularmente útiles Neil Smith. La nueva frontera urbana. Ciudad revanchista y gentrificación, Madrid: Traficantes de Sueños, 2012; David Harvey. Urbanismo y desigualdad social, México: Siglo XXI, 1977.

12 Compárese Mike Davis. Planet of slums, Nueva York y Londres: Verso, 2007, páginas 71-94. Volveremos sobre el tema en la última parte del presente artículo.

13 Compárese Karl Marx. El capital, tomo I, México: Siglo XXI, 2009, páginas 759-890.

14 Compárese David Harvey. The urban experience, Baltimore: Johns Hopkins University, 1989, páginas 61-65.

15 Compárese Samir Amin. El desarrollo desigual. Ensayo sobre las formaciones sociales del capitalismo periférico, Barcelona: Fontanella, 1978.

16 Compárese Harvey. The urban experience, páginas 46-47.

17 David Harvey. “El ‘nuevo’ imperialismo”, en Socialist register 2004 (enero 2005). Buenos Aires: CLACSO, 2005, páginas 100-102; Harvey. Ciudades rebeldes, páginas 73-82.

18 Confróntese Emilio Pradilla Cobos. “La economía y las formas urbanas en América Latina”, en Blanca Rebeca Ramírez Velásquez y Emilio Pradilla Cobos. Teorías sobre la ciudad en América Latina, México: uam, 2014, páginas 254-257.

19 Sobre el caso de Argentina, “no es casual ver el interés de un mismo grupo empresario (Macri) que se posiciona como fabricante de automóviles (Fiat-Peugeot), concesionario de un peaje y desarrollador inmobiliario, situación que en menor medida repiten los concesionarios de la autopista a La Plata (Aragón, Servente, Roggio), creando la empresa sicsa, desarrolladora inmobiliaria”. Alfredo Garay. “Algunas observaciones acerca de cómo el capital está reorganizando nuestro territorio”, en Fernando Carrión (editor). La ciudad construida. El urbanismo en América Latina, Quito: FLACSO, 2001, página 224.

20 Sobre los casos de Guatemala y Santiago de Chile, véase Manuela Camus. “Mujeres y neocolonialidad en los condominios de lujo de ciudad de Guatemala”, en Anuario de Estudios Centroamericanos, 41 (2015), páginas 191-218; Rodrigo Hidalgo. “De los pequeños condominios a la ciudad vallada: las urbanizaciones cerradas y la nueva geografía social en Santiago de Chile (1990-2000)”, en EURE (Santiago), 91 (diciembre de 2004), páginas 29-52.

21 Compárese Henri Lefebvre. Everyday life in the modern world, Nueva York: Harper Torchbooks, 1971, páginas 100-104. Sobre la alienación en el automóvil, compárese Gasca Salas. La ciudad: pensamiento crítico y teoría, páginas 203-204.

22 “Lefebvre y la crítica de la modernidad”, en Revista Veredas, número 8 (enero-junio de 2006), página 35. La cita de Lefebvre se encuentra en La fin de l’histoire, París: Anthropos, 2001, páginas 160-161. Pese a que algunos autores han tratado de diferenciar en castellano los términos referidos en lengua alemana a variaciones de este concepto, en el presente artículo seguimos el uso tradicional de considerar sinónimos “alienación” y “enajenación”. Compárese Antonino Infranca y Miguel Vedda (compiladores). La alienación: historia y actualidad, Buenos Aires: Herramienta, 2012.

23 Agnes Heller. Teoría de las necesidades en Marx, Barcelona: Península, 1986, página 90.

24 Le Corbusier, Principios de urbanismo: la Carta de Atenas, Barcelona: Ariel, 1973.

25 Compárese Cris Booth, Jane Darke y Susan Yeandle. La vida de las mujeres en las ciudades. La ciudad, un espacio para el cambio, Madrid: Narcea, 1998.

26 Compárese Macarena Rau. “Prevención del crimen mediante el diseño ambiental en Latinoamérica. Un llamado de acción ambiental comunitaria”, en Lucía Dammert y Gustavo Paulsen (editores). Ciudad y seguridad en América Latina, Santiago: flacso, 2005, páginas 85-100.

27 Compárese Harvey. Ciudades rebeldes, páginas 55-56. Como señala este autor, por esa separación las luchas de la clase trabajadora por controlar sus condiciones sociales de existencia aparecen como dos conflictos independientes: el primero en torno de las condiciones laborales y el salario, que provee las posibilidades de consumo; y el segundo, contra formas secundarias de explotación representadas ante todo por el capital comercial y el inmobiliario. Compárese David Harvey. Consciousness and the urban experience, Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1985, páginas 37-38.

28 El tema, planteado en oposición al productivismo sacrificial del capitalismo, fue un aspecto esencial en la propuesta de Lefebvre y de los teóricos-activistas del situacionismo. Compárese Henri Lefebvre. Critique de la vie quotidienne, II. Fondements d’une sociologie de la quotidienneté, París: L’Arche, 1980, páginas 346-348.

29 Compárese Jordi Borja. “Espacio público y derecho a la ciudad”, en Patricia Ramírez Kuri (coordinadora). Las disputas por la ciudad, México: UNAM, 2014, páginas 539-570.

30 Una apretada síntesis del auge y la crisis de la inversión estatal en habitación en Latinoamérica aparece en Justin McGuirk. Radical cities. Across Latin America in search of a new architecture. Londres y Nueva York: Verso, 2014, páginas 1-17.

31 José Luis Coraggio, Ciudades sin rumbo, Quito: Ciudad-SIAP, 1991, página 349. Esta “urbanización” del campo se ha acelerado con la industrialización de éste y el desarrollo de los medios de difusión masiva, pero no ha llevado a que los recursos de las ciudades estén suficientemente al alcance de la población rural, por ejemplo en cuanto a infraestructura y servicios. Sobre esta relación, compárese Gasca Salas. La ciudad: pensamiento crítico y teoría, páginas 195-198.

32 Harvey. Ciudades rebeldes, página 49.