I. Let’s make America great again
“Una recesión es cuando tu vecino pierde su empleo. Una depresión es cuando tú pierdes tu empleo. Y la recuperación es cuando Jimmy Carter pierde el suyo”, soltaba Ronald Reagan, candidato a la Presidencia, en 1980. La crisis del decenio de 1970 condicionó la correlación de fuerzas políticas que aupó las políticas neoliberales en el mundo desarrollado. Reagan fue la expresión de ese giro en Estados Unidos.1 La doma de los sindicatos fue, simultáneamente, causa y objetivo de la respuesta a la crisis. Y la derrota de la huelga convocada por el sindicato de los controladores aéreos en 1981 simbolizó el restablecimiento del pleno poder de los propietarios. La ofensiva republicana se apoyó en la destreza y los altos niveles de desempleo que apalearon los bastiones del fordismo como la siderurgia y las automotrices. Al grado que algunos sindicatos apoyaron la candidatura republicana en 1980.2 La expresión Reagan democrats designa a estos segmentos de obreros blancos de la Rust Belt (“cinturón de óxido”), simpatizantes históricos del Partido Demócrata y tentados, desde entonces, por el voto republicano. El triunfo de Reagan en 1980 –con el lema Let’s make America great again– anunciaba transformaciones sociopolíticas más profundas.
II. Nuevos demócratas
Las derrotas sucesivas del Partido Demócrata evidenciaban la crisis de la forma de colaboración de clases que sustentaba el New Deal de Roosevelt. Era la expresión estadounidense de la puesta al día de los partidos y los sindicatos que respaldaban las economías mixtas de la posguerra. El proceso favoreció el surgimiento de una corriente reformadora, los nuevos demócratas, adeptos de un posicionamiento protoliberal y defensores de una concepción de la justicia social basada en el nuevo dogma del condicionamiento de los derechos. Sus propuestas fueron las semillas del social-liberalismo o tercera vía que Anthony Giddens sistematizó más tarde como programa para la “nueva” socialdemocracia. El distanciamiento del Partido Demócrata para con los cuellos azules quedaba compensado por su acercamiento a la “clase creativa” propia de una sociedad urbana posindustrial y de las sinergias entre la Silicon Valley y Wall Street. Entre los nuevos demócratas destacaban Albert Gore, Joseph Biden, Hilary Clinton y Barack Obama. Organizados como facción tras la tercera derrota consecutiva, en 1988, los nuevos demócratas triunfaron con la elección de William Clinton en 1992.
III. America first
La alternancia entre republicanos y demócratas ha respetado los márgenes de maniobra de la política económica trazada por los reaganomics. Por otra parte, republicanos y demócratas combinan medidas proteccionistas y librecambistas, aun cuando promueven imperturbablemente la apertura en el resto del mundo. Desde que el Senado rechazó los Acuerdos de La Habana (1948), la combinación de librecambio y proteccionismo depende de la necesidad de ampliar/proteger los mercados y regiones de inversión de las grandes corporaciones, así como paliar las crisis sectoriales de éstas. La política económica de Obama no fue la excepción. Estados Unidos es el país que adoptó la mayor cantidad de medidas proteccionistas desde 2008.
Expresión práctica y pragmática de la ortodoxia, los reaganomics inspiran también el recetario anticrisis. El keynesianismo militar de Reagan había demostrado que el fondo de la diferencia entre neoliberales y keynesianos radicaba en la definicion de una jerarquía en los gastos del Estado. Treinta años después, para enfrentar la mayor crisis desde la Depresión, Obama adoptó una suerte de New Deal financiero, consistente en rescatar el sistema bancario a expensas del erario. Pero el restablecimiento de las condiciones de reproducción del capitalismo financiarizado oculta la exacerbación de contradicciones que se remontan a mutaciones sociales y a la evolución del lugar de Estados Unidos en la globalización desde el decenio de 1970.
IV. Cómo leer al Pato Donald
Los efectos de la globalización en las condiciones de vida de los trabajadores en el occidente desarrollado dominan los análisis sobre el populismo de derecha. Se multiplican amalgamas entre desempleo, precariedad y caída del nivel de vida de los trabajadores, por un lado, y deslocalizaciones, dumping comercial, inmigrantes y automatización, por el otro. Sus expresiones en Estados Unidos abrevan de la tradición antiestablishment que singulariza un sistema político construido sobre la ausencia de partidos representantes de los intereses de la clase trabajadora. Por ejemplo, la recurrente oposición entre Main St. y Wall Street designa alegóricamente el antagonismo entre los trabajadores, los pequeños empresarios e inversionistas, por un lado, y las grandes corporaciones e instituciones financieras, por el otro. El populismo made in USA se potencializa con las ilusiones que aureolan al jefe de Estado en un régimen presidencialista6 y por algunos usos y costumbres de la cultura política local. “Cual sea el partido, el tipo de candidato popular tiende a ser el mismo: simple, simpático, de sonrisa fácil y de bella estatura. El público exige de ellos cierta familiaridad. Es muy bueno que presenten a su mujer, hija o, si hace falta, su hermana”.7 Pero más allá de estos atuendos demagógicos, que en Estados Unidos integran lo llamado por Gramsci el “arte de suscitar un sentimiento popular”, los temas del populismo de Trump se arraigan en tendencias sociológicas que trabajan la sociedad desde la crisis de la década de 1970.
Al respecto, la campaña presidencial de Ross Perot, billonario carente de experiencia política, en 1992 es rica de enseñanzas. Crítico del “elitismo”, de la prensa liberal y de las cúpulas del bipartidismo, Perot prometía “recoger una pala y limpiar los establos de Washington”. ¿Su programa? Proteger el empleo interno impidiendo la aprobación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.8 ¿Su estrategia? “Comprar” (sic) la Casa Blanca para devolverla “a los estadounidenses que no pueden pagársela”. Obtuvo 19 por ciento de los votos.9 Versión fullera de Perot,10 portavoz del racismo que condiciona el conjunto de las relaciones sociales en Estados Unidos, Trump, su retórica proteccionista y su apología de la diplomacia bilateral indican, con todo, un nuevo tipo de tensiones entre los intereses de las clases sociales y la globalización desde los setenta.
La universalización del trabajo asalariado y su correlato, la transnacionalización de las inversiones, modificaron las relaciones entre los flujos de exportación de capital y la conciencia política de los trabajadores en los países imperialistas. Los efectos de las migajas de la explotación colonial en los niveles de vida obreros favorecían, según Lenin, el debilitamiento de la conciencia política de los trabajadores europeos. El fenómeno era tanto más observable que la mayoría de las colonias y semicolonias no contaban aún con pleno desarrollo de relaciones de producción propiamente capitalistas. Un siglo después, la competencia de los asalariados a escala global pone en evidencia los efectos inversos del imperialismo en las condiciones y los niveles de vida de categorías crecientes de trabajadores en el norte. La generalización de los flujos migratorios y las exportaciones de capitales se han convertido en fenómenos-blancos del neochovinismo de amplios sectores populares del mundo desarrollado hoy. Ello integra, finalmente, la reflexión aún incierta sobre la estructura imperialista de la economía mundial tras la Gran Recesión; más en especial, sobre la presión que las crecientes rivalidades ejercen en el marco institucional multilateral diseñado después 1945 para impedir catastróficos enfrentamientos interimperialistas.
1 Y la encarnación de las críticas más duras a la política exterior de Carter.
2 Entre éstos figura, irónicamente, el sindicato de los controladores aéreos.
3 Estados como Pennsylvania, Ohio y Michigan; es decir, tres swing-states decisivos en la victoria de Trump en el colegio electoral en 2016.
4 Instauradora de una organización internacional del comercio.
5 Obama prometía también renegociar el TLCAN.
6 En Estados Unidos, ese fetichismo se nutre, objetivamente, de la impresionante lista de las atribuciones del jefe de Estado y, subjetivamente, de los atributos individuales que forman lo que Cosío Villegas llamaba “el estilo personal de gobernar”.
7 A. Siegfried, Tableau des Etats-Unis, Armand Colin, Paris, 1954.
8 R. Perot y P. Choate, Norteamericano: salva tu trabajo… salva tu país, Lasser Press Mexicana, 1993.
9 Carlos Salinas de Gortari se felicita por haber proporcionado al vicepresidente Albert Gore el argumento que arruinó la carrera política de Perot –crítico del TLCAN, pero inversionista en México–. C. Salinas de Gortari, México, un paso difícil a la modernidad, Plaza y Janés, 2000).
10 Trump había participado en las primarias presidenciales (2000) del Partido de la Reforma, creado por Perot.