LA ERA DE TRUMP: DESCOMPOSICIÓN NEOLIBERAL EN EU Y MÉXICO

Introducción

Las secuelas de las elecciones presidenciales de noviembre de 2016 en Estados Unidos se reflejarán en toda la escala social en ese país, igual que en las relaciones internacionales; especialmente el vínculo México-EU será tan profundo y complejo como la historia subyacente a esos comicios. Y no hablamos sólo de comercio, seguridad o migración.

Es que hoy, eu quedó marcado por una complicada crisis política, tras un resultado electoral que forma parte de un ciclo largo de derechización, asentado en varias decisiones tomadas como acuerdo bipartidista desde los tiempos de Ronald Reagan en la década de 1980, que fijaron el arranque del neoliberalismo en los centros de poder mundial y hoy cobran nuevo impulso con las supuestas “locuras” de Donald Trump, orientadas a “volver grande a Estados Unidos”, con una mezcolanza de nacionalismo económico, proteccionismo, unilateralismo y populismo.

Asistimos así a una conflictiva mudanza política de la oligarquía global, profunda y explícita, donde los más poderosos ahora, desde los niveles más altos de gobierno y con un gasto militar superior al de todos los demás países desarrollados y emergentes juntos, muestran sus preferencias políticas por un populismo de derecha, autoritario-militarista.

En el caso de EU, esto daría hasta para hablar de una “fase superior del neoliberalismo” pues, interna y externamente, los capitalistas se muestran proclives a gobernar sin intermediaciones, a usar la fuerza para imponer sus intereses y restaurar su hegemonía erosionada por la crisis financiera de 2008-2009, además de intentar desviar el descontento de los trabajadores por un largo proceso de restructuración productiva espacial, que impulsaron para aprovechar la mano de obra barata de México, de China y de sus regiones con salarios más bajos y sindicalización inexistente (eso buscaban al desplazar sus fábricas del noreste al suroeste de EU).

Los oligarcas al poder, el pueblo a las calles

Hoy, las grandes petroleras, los bancos, la industria química, la ultrapoderosa industria farmacéutica y los dueños de las grandes cadenas de medios de comunicación quedaron ampliamente representados en el gabinete de Donald Trump. Sobre todo, es posible visualizar un peso importante de los militares en su gabinete.

Esa amenaza ya la resiste una franja del electorado que seguramente apoyó a Bernie Sanders y Hillary Clinton, que ahora repunta de modo parcial transmutada en resistencia civil contra el ascenso de Donald Trump a la Presidencia y sus proclamas y acciones misóginas, racistas, negadoras del cambio climático, xenófobas, homofóbicas e intolerantes durante la campaña y luego de ella, una resistencia generada fuera de las matrices partidistas y que configura un despliegue de masas que acuerpa en las primeras manifestaciones de protesta a las mujeres defensoras de sus derechos (movidas en el fondo por acabar con la brecha salarial de género, pues las mujeres en eu ganan menos que los hombres de cualquier nivel educativo), a los ambientalistas interesados en el entorno y preocupados por el calentamiento global (que todo el equipo de Trump niega), a quienes defienden la vida de los jóvenes de color, a los migrantes que luchan por permanecer en ese país como trabajadores y a quienes repudian la criminalización del Islam como política contra la diversidad religiosa en eu, a los que rechazan la homofobia y la xenofobia alentadas desde el poder. Esta resistencia puede plantear muy pronto allá una crisis de gobernabilidad.

Eso y más mostraron las manifestaciones convocadas por mujeres en más de 150 ciudades de eu, que movilizaron a más de 3 millones de personas. Destaca la realizada el sábado 21 de enero de 2017 en Washington, que reunió tres veces más gente que la habida en la ceremonia de ascenso de Donald Trump a la Presidencia. Un tremendo auge de masas, urbano, multiclasista, multirracial, multigeneracional.

¿Fin del espejismo de la “democracia” estadounidense?

Estados Unidos da muestras también del desgaste agudo de su anticuado sistema electoral (ya quedó asentado un cuestionamiento masivo a la supervivencia de un colegio dominado por las elites, que anula el principio básico de la democracia representativa de “que gane quien tenga la mayoría de votos de los ciudadanos”), un sistema que originó un fraude peculiar (eliminar empadronados de las listas en varios estados con amplia población negra, latina o pobre, como Mississippi, Alabama, Carolina del Norte y Carolina del Sur, Texas y Arizona),1 lo que se tradujo en cuestionamientos a la legitimidad de Trump, quien ganó sobre un sistema electoral doblemente cuestionado en su credibilidad y legitimidad: de un lado, por la cia al difundir un supuesto hackeo hecho por las agencias rusas para beneficiar a Trump; y del otro, por sectores avanzados de la población del país, que reclaman el predominio oligárquico en el Colegio Electoral, permitiendo que se pase por encima de los resultados del voto popular. Es irrefutable que Trump quedó, en realidad, con 2.5 millones de sufragios menos que Hillary Clinton, aunque “arrasó” en el Colegio Electoral. Y en intento de respuesta a esos cuestionamientos, ha pedido una investigación para probar “que muchos migrantes votaron dos veces en su contra, en al menos dos estados”.

Resultado inmediato: en estos comicios se abrió una doble crisis de credibilidad y de legitimidad, trivializada y escondida tras los acuerdos entre las elites y la verborrea imparable de un liderazgo hiperindividualista, carismático, mesiánico, patriotero, a partir de una personalidad psicópata dominada por el narcisismo, que con precisión ha escogido gobernar por decretos, no sólo sin contar con el Congreso, donde los republicanos son mayoría, sino pasando por encima de él. En el mediano plazo, éstos pueden ser cambios cruciales.

Trump perfila así un populismo hiperneoliberal, autoritario, militarista para remodelar el sistema político y que ha escogido a México como su sparring para mostrar el músculo ante la comunidad internacional, conocedor de las debilidades de nuestro régimen y convencido de que si aprieta las tuercas y exhibe su punch, el entreguismo priista, panista y perredista le pondrá en la mesa los platillos más suculentos de la reforma energética de largo plazo: los recursos de gas shale, en los que el país cuenta con importantes reservas potenciales a escala mundial, aunque deban todavía precisarse bien sus alcances.2

¿Reedición de un populismo que corrige y supera el de la década de 1930?

Puesto en perspectiva histórica, desde los siglos XIX y XX el populismo de derecha, racista, nacionalista y xenófobo, cuenta con raíces firmes en eu: en el siglo xxi se proyecta globalmente como una opción electoral que busca orientar el descontento popular por la crisis, se centra en objetivos manipulables por la oligarquía y atrapa la simpatía de la clase obrera blanca. En este caso, atiza el racismo para cargar sobre los trabajadores migrantes y los mexicanos que seguimos en nuestro país la supuesta responsabilidad por la “debacle” de su economía, como si el libre comercio, la automatización y el costo de las guerras nada tuvieran que ver con su problema de desempleo y los mexicanos fuéramos los principales beneficiarios del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Pero ahí está la realidad para quien la quiera ver: los salarios de los trabajadores mexicanos en la industria automotriz son menos de una décima parte de los pagados por hora en eu y tienen productividad similar, pues entre gobiernos priistas y panistas quebraron la resistencia sindical, agredieron a los trabajadores y pactaron con líderes charros contratos colectivos disminuidos en prestaciones.

Exacerbando el racismo y el nacionalismo, hoy se busca sobreexplotar a los trabajadores estadounidenses y a los mexicanos todos, además de tratar de reunir recursos fiscales “frescos”, para lo cual ponen un impuesto fronterizo a todo lo que entre en el país a través de sus fronteras, especialmente la compartida con México. La propuesta de Donald Trump es fijar un gravamen de 20 por ciento a las importaciones, aun cuando sus exportaciones a México no tendrían ninguno. Ello afectará sin duda los precios de los bienes consumidos en EU. Entonces, Trump y los republicanos también quieren recaudar fondos, a sabiendas de que encarecerán los bienes de los consumidores, pero culpando a los mexicanos.

No hay fin del neoliberalismo, sino etapa superior

Hay que decir que no han desaparecido la ideología de la supuesta “magia del mercado” ni la globalización ni la regionalización, que tampoco se acaban por decreto ni se deconstruyen en días o meses. Trump las ha recubierto con nacionalismo y unilateralismo, para usar sin titubeos el puño de hierro de un gobierno oligárquico, prepotente, que ahora como antes será fuerza crucial para moldear los mercados entre EU y México, aunque no sólo entre ambos sino a escala global.

Eso explica la utilidad de su doble discurso: por un lado, insiste en que “México manda a eu a lo peor de su gente, los violadores, narcotraficantes, criminales”, mientras que, por otro lado, habla del gobierno de Peña Nieto como “un equipo de muchachos simpáticos y buenos”. Del lado contrario, lo mismo hemos oído: Luis Videgaray caracterizando a Trump como “negociador y amigable”, caracterización que repitió Carlos Slim. ¿Se trata entonces de una falsa confrontación entre gobernantes o de una cortina de humo sobre la negociación real? De ninguna manera: tenemos a dos equipos gobernantes que manipulan valores y símbolos, prejuicios y palancas institucionales para sacar adelante sus intereses y seguir beneficiando a los grandes capitales que en rigor representan.

Por eso sería un error garrafal caer en el garlito del nacionalismo, súbitamente revivido por el régimen priista y otros actores que se supone antagonizan con él, pero que se suman de modo acrítico a un discurso de “unidad nacional” alrededor de puras declaraciones de actores con larga trayectoria entreguista como la de Enrique Peña Nieto. Si Trump con su agresividad ayuda a levantar la figura de Peña Nieto, nosotros debemos recordar que éste ha entregado la soberanía nacional, comenzando por la soberanía energética. Y debemos defender a los mexicanos en eu con luchas solidarias acá, pugnando por acercarlos en solidaridad con el resto de trabajadores de ese país y de América Latina. Ante la verborrea nacionalista, requerimos un nacionalismo serio, defensivo, que practique el internacionalismo solidario, hacia el norte y hacia el sur.

El supuesto nacionalismo económico de Trump para “beneficiar” a los trabajadores mediante el regreso de la industria a eu tiene límites estructurales y será un fraude. Recordemos que los empleos manufactureros cayeron ahí 36 por ciento (de 19.3 millones en 1979 a 12.3 millones en 2015), cuando la población total aumentó 42 por ciento (pasó de 225 millones a 321 millones en ese lapso), pero los expertos reconocen que eso se debió más a la automatización y robotización que a la migración, pues ésta llegó a ocuparse en nuevos empleos de bajos salarios y sin prestaciones.

Y no sólo eso: se debió también a la fuerza de las políticas públicas que han favorecido durante años a los grupos de altos ingresos. Por ello, en eu la participación del trabajo en el producto nacional bruto respecto al porcentaje que fue al capital cayó de 68.8 por ciento en 1970 a 60.7 en 2013. Eso lo deben los trabajadores estadounidenses a los gobiernos desde el de Reagan, pasando por Clinton y Bush, hasta el de Barack Obama, no a México.

Los “locos” detrás del loco

Entre tanto desplante psicológico que hoy parece atiborrar la escena pública, debe verse más allá del ruido que hace la personalidad perturbadora de Trump, los hechos que muestran que no está tan loco y refuerzan la necesidad de un internacionalismo solidario entre trabajadores: se declaró “no creyente” pero del cambio climático; amenazó “abolir la Agencia de Protección Ambiental”, o epa, que documenta la gravedad del calentamiento y de la contaminación; apoya a fondo la idea de recortar impuestos para los ricos y recortar servicios al resto de la población; alardeó con auspiciar la muerte del Tratado de Asociación Transpacífico (TPP) que, en cierto sentido, ya estaba políticamente medio muerto. Pone en la lista, para desmantelar, todas las instituciones con cierta independencia, que estorban el avance de la agenda neoliberal dura. Por eso la urgencia de gobernar por decretos, por eso también la crisis de gobernabilidad que provocará, pues alcaldes, gobernadores, senadores, representantes de iglesias, organizaciones sociales anuncian su decisión de resistir la agenda de Trump.

Otro aspecto que no admite confusiones: Trump y Peña Nieto son gobernantes plutocráticos hermanados, paradójicamente, por la divisa “Que viva la austeridad”. Y faltaba más: Trump ha propuesto un recorte de 10 trillones de dólares en el Presupuesto de eu para 2017, justo cuando Peña Nieto nos receta el “gasolinazo”, pues los recortes se hicieron ya en 2015 y 2016, y sigue teniendo problemas de financiamiento para pagar la deuda. Recortado y todo, ese presupuesto de Trump tiene dos prioridades inamovibles: el gasto en infraestructura y el de tipo militar para modernizar el Ejército. En el de México, los recortes nunca afectan el gasto en seguridad y el pago de la deuda.

En su plan de acción para los primeros 100 días (“Donald Trump Contract with the American Voter”) destacan una congelación de las plazas de empleados federales para reducir por desgaste la fuerza de trabajo federal, exceptuando el Ejército, la seguridad pública y la salud pública; la exigencia de que por cada nueva regulación impuesta se supriman dos; renegociar el tlcan o abandonarlo al amparo del artículo 2205 (avisando con al menos 6 meses de anticipación); abandonar el TPP; colgar al gobierno chino (con sus consecuencias) la etiqueta de “manipulador del tipo de cambio”; pero sobre todo, “levantar todas las restricciones federales y estatales para la producción de una riqueza equivalente a 50 trillones de dólares, explotando las reservas energéticas estadounidenses de gas y petróleo shale, de gas natural, además del carbón limpio”; Trump se propone levantar los bloqueos de Obama y Clinton para permitir que avancen los proyectos vitales de infraestructura energética como el Oleoducto Keystone; cancelar los miles de millones de dólares en pagos de eu a los programas de Naciones Unidas sobre cambio climático y utilizar ese dinero dizque “para recuperar el agua y la infraestructura ambiental de Estados Unidos”.3 Neoliberalismo puro y duro, arrasando con quien se oponga, personas o instituciones. Nada de contemplaciones domésticas o internacionales; por eso ha exacerbado las resistencias sociales. Para tratarse de un loco armado, ¡tiene buena puntería!

Unos contra el “trumpazo”, otros contra el “gasolinazo”

La cuestionada llegada de Trump al poder en eu coincide en México con el profundo desgaste y la doble crisis de credibilidad y legitimidad que arrastra el régimen de Enrique Peña Nieto, que inició 2017 con un desborde de masas contra el audaz paso dado para adelantar este año la apertura al capital privado, nacional y extranjero, del mercado de petrolíferos en México, programada para 2018: mediante la elevación en hasta 24 por ciento del precio de la gasolina, el gas natural, el diésel y la electricidad.

La realidad es que la movilización contra el gasolinazo ya va para cuatro semanas y abarca a la mayoría de las principales grandes ciudades del país. En el norte: Tijuana, Mexicali, Hermosillo, Culiacán, Zacatecas, Chihuahua, Monterrey, Saltillo, San Luis Potosí; en el centro-occidente: Guadalajara, Querétaro, León; en el centro-sur, Ciudad de México, Cuernavaca, Acapulco, Veracruz, Puebla, Oaxaca; en el sureste: Campeche, Cancún, Tuxtla Gutiérrez, Tapachula, etcétera.

Acá se trata de una protesta ciudadana espontánea, discontinua, de intensidad asimétrica, articulada pero sin liderazgos centralizados, ajena a los partidos políticos y hasta de los sindicatos y las organizaciones sociales, condiciones muy propicias para que toda la politiquería profesional quiere montarse en la ola, por eso proliferan organizaciones no gubernamentales que han querido reducir los reclamos a una “lucha contra la corrupción”, cuando por todos lados crece el repudio a las reformas estructurales neoliberales, especialmente la energética. Y también se han querido frenar con atracos organizados desde el poder sobre grandes centros comerciales, campañas de “twiteos” para alertar sobre el peligro de acciones violentas…

El atraco de los bolsillos de la población mexicana se da en un contexto nacional de sobreendeudamiento público y privado, crisis de las finanzas de los estados y masas que se movilizan desde las oficinas públicas, las universidades, los hospitales, en exigencia de pago de salarios, de pensiones, apertura de plazas prometidas, cancelación de alzas de impuestos. Esto ocurre tras varios recortes presupuestales masivos en 2015 y 2016, un desempleo rampante aunque estadísticamente escondido, grave deterioro del salario real y magro crecimiento económico, al que ahora deberemos sumar un oleada inflacionaria atizada por la depreciación del tipo de cambio.

Con el esquema nuevo de alza de los combustibles, hoy se recaudarán por el gobierno a través de los impuestos especial sobre producción y servicios, y al valor agregado de las gasolinas casi 300 mil millones de pesos, pero además se comparten unos beneficios equivalentes para los grandes grupos monopólicos privados nacionales y algunos extranjeros, ya presentes en la “apertura energética”.

El auge de masas acelera la descomposición neoliberal

Por eso, con el repudio a la llegada de Trump al poder en eu y el cuestionamiento amplio y sostenido del gobierno de Peña Nieto en México podemos ver que entramos en la etapa de la descomposición política y social del neoliberalismo, que no ha logrado sacar a la economía mundial de la crisis de 2008-2009, pero cree que en América del Norte, con el autoritarismo y la militarización del gobierno, puede asentar su poder, derribar las regulaciones protectoras de los recursos, del ambiente o de las tierras indígenas, a las que ve como el verdadero estorbo para recuperar las ganancias. Y pretenden así saquear los bolsillos de la población, después de haber saqueado las finanzas públicas. El pueblo piensa lo contrario, y lo muestra.

Con paciencia y mucha precisión sobre lo que ocurre, tenemos como tarea mantener una política de principios, ajena a componendas, pactos y falaces unidades nacionales sin claridad política e ideológica. No estamos solos en nuestras resistencias; hoy asistimos a un auge de las movilizaciones de masas en toda América del Norte. Tenemos bases sólidas para plantear un cambio progresista basado en el amplio bloque social del 99 por ciento excluido por los grandes monopolios, e impulsando el internacionalismo solidario entre los trabajadores y los pueblos. Urge un gran frente binacional contra el neoliberalismo.


1 En lo que sigue utilizamos la información de Ari Berman, “There are 868 fewer places to vote in 2016”, www.thenation.com, 4 de noviembre de 2016; también de Jeffrey Tobin, “The real voting scandal of 2016”, en The New Yorker, 16 de diciembre de 2016.

2 Véase De la Vega Navarro, Ángel; y Ramírez Villegas, Jaime (2015). “El gas de lutitas (shale gas) en México. Recursos, explotación, usos, impactos”, en economiaunam, México, número 34, enero-abril.

3 Véase http://www.npr.org/2018/11/09/501451368/here-is-what-donald-trump-wants-to-do-in-his-first-100-days