Apuntes en torno a la trayectoria política
e intelectual de Fernando Martínez Heredia
Los tiempos largos y la revolución del 59
Son varias las fotografías en las que se plasmaron escenas del encuentro que a inicios de 1960 mantuvieron el Che Guevara, Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir. La que ha quedado consignada en el tiempo como emblema de un momento histórico, es la imagen del Che acercando el fuego a Sartre para que éste pudiera encender su puro. En muchos de los reencuadres posteriores de la imagen se excluye a Simone de Beauvoir, que estaba sentada en el mismo sillón que Sartre. En esta imagen icónica queda fuera también la presencia del capitán Antonio Núñez Jiménez, que en un momento inicial de la serie fotográfica aparece sentado al costado del sillón en el que estaban los invitados franceses y frente a la silla en la que se encontraba el Che. Quien apretó el obturador de la cámara fue el gran fotógrafo cubano Alberto Korda.
El transcurrir del tiempo nos obliga a pensar críticamente en torno a las imágenes y documentos del pasado que han triunfado sobre otros como testimonios de época, no para imponer miradas sobre ellos, sino para preguntarse por lo que no alumbran, que está oculto, empolvado, olvidado o que hay que volver a ver, una y otra vez, para hallar aquello en lo que no habíamos reparado.
En su ensayo “El mundo ideológico cubano de 1959 a marzo de 1960”, Fernando Martínez Heredia, justo a propósito de la visita de Sartre a Cuba, dice que había que atender por un lado a “la diferencia que existe entre el complejo que forman los eventos cuando están sucediendo y las percepciones y apreciaciones que tienen de ellos los que están viviéndolos” y, por otro, a “las interpretaciones y los juicios que hacen los estudiosos de aquel complejo de hechos en momentos diferentes o en épocas posteriores” (Martínez Heredia, 2009: 193).
Martínez Heredia propone ese camino para acercarse a los procesos históricos. Así es como ha mirado a la Revolución cubana, entendiéndola desde la complejidad de tiempos, espacios, vivencias; encontrando los ríos que conectan hechos y fenómenos dispersos, heterogéneos y contradictorios; dando espacio a la actualización incesante de las interpretaciones, manteniendo una politicidad libertaria y socialista en cada uno de sus escritos.
Fernando Martínez Heredia es hoy uno de los pensadores cubanos más importantes y leídos en su propio país y en el continente. Su experiencia política e intelectual están separadas en el título del presente texto sólo con fines metodológicos; como ha apuntado Julio César Guanche a propósito de la obra de Martínez Heredia: más que un pensamiento político se trata de una política hecha desde el pensamiento (Guanche, 2007).
“Soy un hijo de la Revolución”, así se define Martínez Heredia (Martínez Heredia, 2010: 9), quien se incorporó al Movimiento 26 de julio en 1955 siendo un joven de dieciséis años. El 30 de julio de 1957, el asesinato de Frank País a manos de la dictadura de Fulgencio Batista provocó una serie de protestas a lo largo de Cuba. Unos días después de este hecho, a golpe de esténcil, se publicaría el primer texto de Martínez Heredia. Al pueblo y a las fuerzas armadas era “un manifiesto que llamaba a combatir la tiranía con los argumentos de entonces, pero además se dirigía a los militares de fila, les explicaba que ellos eran carne de cañón mientras sus jefes eran ricos y ladrones, y los incitaba a abandonar ese campo” (Martínez Heredia, 2010: 10). Cuando él y sus compañeros de lucha comenzaron a pensar sobre aquellas medidas que tendrían que tomar al triunfar la revolución, lo que se les ocurrió en un primer momento fue hacer gran reforma agraria y fundar una biblioteca en el pueblo.
Estas intuiciones compartidas sobre el devenir revolucionario y los anhelos de la gente tenían una matriz histórica que se alarga en el tiempo más allá de la mitad del siglo XX. El pueblo natal de Martínez Heredia es Yaguajay, que fue fundado en 1847 en el contexto de la expansión capitalista de la producción azucarera. Los trabajadores de los ingenios eran esclavos, culíes chinos (trabajadores provenientes de China u otros lugares de Asia cuya contratación aumentó en las colonias después de la abolición del comercio de esclavos) y asalariados (Martínez Heredia, 2009a: 83). A pesar de ser un pueblo joven, la población de Yaguajay tuvo una importante participación en las guerras por la independencia libradas entre 1868 y 1895. Cuenta Martínez Heredia que fue precisamente cuando se alejó de su lugar natal, que constató el peso que el pasado remoto tenía en la memoria de la comunidad; en particular se conservaban recuerdos de la Guerra del 95, principalmente anécdotas sobre las personas que participaron, sobre tácticas y prácticas militares o sobre la vida cotidiana de los mambises, guerrilleros independentistas (Martínez Heredia, 2011: 55).
La memoria de las luchas por la independencia (en particular las de 1895) fue fundamental para forjar la identidad nacional, la pertenencia a una comunidad y la constatación de que el cambio era posible. En sus vastos análisis sobre el tema de la nación, Martínez Heredia escogerá el camino de la historia para explicar cómo es que se generan sentimientos de unión entre la diversidad. Al final de los años cincuenta, en Yaguajay no sólo se conservaba la memoria heroica y triunfante de la independencia y de la Primera y Segunda repúblicas (categorías que forman parte de las propuestas de conceptualización histórica del propio Martínez Heredia) también existían deudas con la historia manifestadas como
“frustraciones, tensiones y contradicciones existentes entre la idea nacional y las prácticas republicanas, que se consideraban muy inferiores al proyecto y el ideal patriótico del 95; y entre la unión nacional proclamada y la situación, las necesidades, las identidades y la conciencia de grupos sociales como eran los de trabajadores, los de negros, mulatos y los de la población rural en condiciones precarias o en la miseria. También distinguía a esa memoria la noción de que se trataba de un legado no realizado, y la del compromiso con el futuro, una invitación permanente a realizar cambios que cumplieran lo iniciado por la Revolución del 95” (Martínez Heredia, 2011: 60-61).
La rebeldía alargada en el tiempo rindió sus frutos al final de enero de 1959, cuando varios rebeldes, incluyendo a Martínez Heredia, ocuparon las tierras de latifundistas para dárselas a campesinos, ello bajo el respaldo de la primera ley de Reforma Agraria, firmada en la Sierra Maestra. Novecientas treinta y dos familias quedaron inscritas en el programa de reparto de tierras.
Con la experiencia que da el haber participado en un movimiento revolucionario desde la posición del rebelde, Martínez Heredia llegó a la capital en mayo de 1959 para inscribirse en la Universidad de La Habana en la carrera de Derecho. Es decir, que cuando Sartre visitó Cuba, Martínez Heredia era un joven recién llegado a la ciudad que estaba mirando y actuando en un universo de acontecimientos que rebasaban lo aparecido en las notas periodísticas o lo captado en las películas fotográficas.
Incendiar el océano y tomar el cielo por asalto
Son varias las etapas que Martínez Heredia distingue en el proceso de la Revolución cubana, la cual formaría parte del largo siglo XX cubano iniciado en 1895. La primera de estas etapas iría de 1959 a inicios de los años setenta y estaría caracterizada por un gran dinamismo cultural no carente de conflictos, una inquietante imaginación política y una absorción de conocimientos relacionados creativamente con el proceso revolucionario y con el sentido colectivo de justicia y liberación. Desde finales de los sesenta sucedieron hechos que daban cuenta de un viraje en la política económica y cultural de la Revolución, pero será hasta inicios de los setenta cuando claramente se percibirá una nueva etapa.
La campaña por llegar a la cifra de 10 millones de toneladas de azúcar dejó agotados al territorio y a la población. El Che había sido asesinado en Bolivia en el 67 y el panorama de la rebeldía latinoamericana no era tan alentador con respecto a los años anteriores. Además, había sucedido una gran fractura en la intelectualidad del mundo, principalmente la latinoamericana, ocasionada por el caso Padilla. En ese contexto, Cuba reformuló y fortaleció las relaciones con el campo socialista, en especial con la URSS. Ello provocó cambios no sólo en la política económica e institucional, sino en la cultura, porque se impuso el modelo del socialismo soviético.
En esos tiempos se institucionalizó la censura, la cultura se parametró, fortaleciendo en la cotidianidad la idea de que la unanimidad de criterios era fundamental para enfrentar al enemigo y que el disenso mostraba debilidad. Aunque en los años ochenta comenzó a ser visible un viraje en varios ámbitos de lo social, no será sino hasta los noventa que se distinga claramente una nueva etapa, caracterizada por una cruda situación económica provocada por el derrumbamiento del campo socialista, la resistencia colectiva y la latencia de contradicciones diversas.
En la introducción a uno de sus libros más sugerentes, El ejercicio de pensar, Martínez Heredia decía, tentativamente, que Cuba estaba atravesando por el cierre de aquella etapa iniciada en los noventa: el momento está caracterizado por una combinación de fortalezas extraordinarias y debilidades graves (Martínez Heredia, 2008: 9).
Cuando Martínez Heredia ha hablado desde diversos presentes y coyunturas, siempre se remite al pasado para encontrar indicios que alumbren el camino y desenreden los nudos formados por la contradicción. Con respecto a los primeros años del proceso revolucionario, pone el énfasis en las relaciones que explicaron la abolición de las relaciones de dominación, en el cambio en la vida de las personas a nivel social e institucional y en la creación y reorganización incesante del mundo revolucionario (Martínez Heredia, 2008: 15).
“Incendiar el océano” era una exigencia para aquellos que desde las aulas universitarias participaban de la revolución (Martínez, 2006: 104). La difusión del marxismo potenció las trasformaciones que venían ocurriendo en Cuba. Pronto se asumió masivamente “y se consideró que debía guiar al pensamiento, con la legitimidad que daba la Revolución” (Martínez Heredia, 2008: 23). Sin embargo, Fernando Martínez Heredia apunta que casi de inmediato surgieron cuestionamientos en torno al marxismo: ¿vendría a participar, a ayudar a la revolución, o sería solo un certificado que le expedía y una doctrina que ella aceptaba? ¿Y cuál marxismo asumiría la Revolución cubana? (Martínez Heredia, 2008: 23).
No es preciso decir que el proceso revolucionario cubano se inspiró en su totalidad en el marxismo “Sería un error creer que porque nos hicimos marxistas sucedió todo, cuando la verdad es que nos hicimos marxistas por todo lo que sucedió”, (Martínez Heredia, 2001: 92) dice el autor al explicar la multiplicidad de direcciones en las que se movía el pensamiento y la acción social. Fue a partir de 1961 que el conocimiento del marxismo comenzó a sistematizarse, su legitimidad como teoría explicativa y transformadora la obtuvo por la sintonía encontrada con el propio proceso revolucionario.
La herejía colectiva se puso en práctica, era necesario dudar, disentir, cuestionar, proponer, indagar y confrontar con aquellos que se encontraban en la misma trinchera. Escuchar a las diversas voces, participar de las polémicas, evidenciar el disenso no significó para muchos un signo de debilidad o error, sino parte fundamental del camino que la Revolución tenía que transitar. Si en 1961 Fidel Castro dijo en sus Palabras a los intelectuales la frase “dentro de la revolución todo”, Fernando Martínez Heredia y otros jóvenes universitarios, asumieron que ese “todo” implicaba el derecho a pensar, a leer con libertad y a expresar el criterio (Martínez Heredia, 2011b).
Con ese espíritu nació la revista Pensamiento Crítico, en cuya concepción y hechura Martínez Heredia fue uno de los protagonistas fundamentales. Esta revista forma parte de la copiosa memoria revistera de nuestro continente en el siglo XX; los profesores del Departamento de Filosofía de la Universidad de la Habana que hicieron posible su producción y difusión, pensaban que si las prácticas sociales iniciadas en 1959 eran extraordinarias, el pensamiento en, sobre y desde ellas también tenía que serlo. En cada uno de los números de Pensamiento Crítico se sumaban reflexiones para atizar la herejía de la Revolución cubana. Martínez Heredia fue el director de esta publicación durante sus cincuenta y tres números, publicados entre 1967 y 1971, año en que Pensamiento Crítico fue una de las creaciones señaladas por los dedos censurantes a los que les incomodaba tanto el pensamiento como la crítica, y mucho más si estaban juntos. Esta publicación fue fundamental en la construcción de un marxismo no ortodoxo, vinculado a las realidades de aquellos a los que Fanon llamó “los condenados de la tierra”.
En 2010 se publicó una antología de Pensamiento Crítico con una parte mínima de los textos totales de la revista (Martínez Heredia, 2010b). En este presente urgido de pensamiento crítico, valdría la pena reencontrarse con aquellos documentos nacidos en un momento de efervescencia social, de ampliación del horizonte de posibilidades, en donde la relación dinámica, creativa y conflictiva entre el ejercicio del pensar y el hacer se encontraba en la vida cotidiana rompiendo incluso con los planteamientos dicotómicos.
Obedecer y clasificar: los años grises
Se le llama “Quinquenio Gris” a un periodo en la que fue evidente un cambio en la política cultural de la Revolución cubana. El término acuñado por Ambrosio Fornet hace referencia al periodo comprendido entre 1971 y 1975, años en los que, desde el Consejo Nacional de Cultura, se implementó una política cultural cuyo signo fue la censura y la cerrazón contrastantes con el dinamismo sucedido en la década anterior. La censura y el acallamiento de Pensamiento Crítico forman parte de lo que definió la grisura de aquel quinquenio, cuyas fronteras temporales en el ejercicio práctico de la creación artística e intelectual se extendieron un tanto más que cinco años.
El texto “Pensamiento social y política de la Revolución”, que se reproduce en este número de la revista OSAL, formó parte de un ciclo de conferencias organizado en Cuba en 2007 por el Centro Teórico-Cultural Criterios, el cual tuvo como uno de sus objetivos el ejercicio del diálogo entre aquellos que desde el socialismo se posicionaban críticamente ante la institucionalización de la censura y la parametrización cultural. Las ponencias presentadas en este ciclo son un cúmulo de puntos de vista que volvieron la mirada sobre un pasado con el fin de recrear creativamente el presente, además de transmitirle a generaciones más jóvenes la experiencia no sólo de los aciertos revolucionarios, sino de los errores.
Fernando Martínez Heredia ha publicado copiosamente en Latinoamérica. Son conocidas varias de sus ponencias presentadas en eventos políticos y académicos del continente. Es un pensador socialista que defiende la experiencia histórica de la Revolución cubana y no ha cejado en su empeño por convertir dicha experiencia en una suma de conocimiento que debe ser apropiado por aquellos deseosos de construir sociedades emancipadas. El texto que se publica a continuación, tiene la particularidad de haberse escrito a propósito de un diálogo entre cubanos, cuya naturaleza crítica es importante recalcar dados los estereotipos vigentes sobre la cultura cubana, los cuales reproducen la idea de que existe una especie de estancamiento en la reflexión y el debate sobre la cultura, la historia y el pensamiento social. Estereotipos falsos que muestran el desconocimiento sistemático de una realidad compleja, contradictoria, en la cual los estancamientos, sin duda existentes, son constantemente confrontados por un dinamismo cultural que apunta a las direcciones más diversas, liberadoras algunas, peligrosas otras.
El 5 de enero de 2007, en el programa “Impronta”, del canal televisivo Cubavisión, apareció Luis Pavón Tamayo, quien presidió el Consejo Nacional de Cultura entre 1971 y 1975. Dicho programa tenía como objeto transmitir breves cápsulas sobre personalidades que hubiesen dejado una impronta en la cultura cubana. En el programa de aquel día se entrevistó a Pavón Tamayo, quien indudablemente había dejado una profunda huella en la cultura; pero, a diferencia de la trayectoria de otros personajes, la de él fue una “impronta” dolorosa, cuya naturaleza y profundidad quedó demostrada al aparecer muestras de indignación y cuestionamiento inmediatamente después de haber concluido el programa televisivo.
Muchos son los testimonios que circularon vía Internet alrededor del tema, opiniones al interior y fuera de Cuba iban y venían con tanta velocidad que poco tiempo daban a la elaboración de un pensamiento meditado. En un esfuerzo por discutir con mayor profundidad sobre el tema, entre enero y junio de 2007 se llevó a cabo el ciclo “La política cultural del periodo revolucionario: memoria y reflexión”, organizado por el Centro Teórico-Cultural Criterios y su director, Desiderio Navarro. A partir de entonces se inició un fructífero intercambio reflexivo, en el que han participado diversas voces, en torno a la censura, la represión y el acallamiento en el pasado reciente cubano. Éste no es un debate concluido, ni agotado; poniéndolo en la sintonía de los tiempos largos de la transformación cultural, apenas estamos presenciando el inicio de un ejercicio crítico al que le faltan caminos intrincados que recorrer, rutas nuevas que descubrir o brechas ya andadas que será necesario desmalezar.
Esta conferencia de Martínez Heredia, en la que habló de la posición en la que quedó el pensamiento social en relación con el poder y con la sociedad a partir de aquellos años, es no sólo una fuente para conocer una determinada postura en un debate coyuntural, es también un material de reflexión en torno a las dificultades y contradicciones que necesariamente surgen en cualquier proceso revolucionario. Quien se acostumbre a mirar sólo las gestas heroicas de las revoluciones, quien en sus reflexiones sólo alumbre los aciertos y acalle los errores, quien en su memoria sólo retenga lo alumbrado y no se cuestione por lo oculto y contradictorio, le pondrá obstáculos al pensamiento crítico y la práctica política libertaria. Martínez Heredia es un pensador que ha enunciado al error no para regodearse en él haciendo más profundo el escollo, sino para asimilarlo como aprendizaje colectivo y fuente de experiencia histórica desde los cuales los límites de la posibilidad emancipadora se ensanchen.
De rectificaciones y errores al Periodo Especial
Como una revolución socialista de liberación nacional ha definido Martínez Heredia a la cubana. Ninguno de los conceptos que engloban esta definición son gratuitos o usados sin rigor. No es la teoría quien les da contenido en primera instancia, sino la historia propia de Cuba la que encuentra sintonía explicativa con el hilvane de conceptos como revolución, socialismo, liberación y nacional.
Cuando Martínez Heredia habla de Cuba y la transición al socialismo, lo que le interesa apuntalar no es el vocabulario de moda que ha convertido el concepto de “transición” en una herramienta eficaz para nombrar la permanencia o el acomodamiento. “Transición” en los ensayos de Martínez Heredia es un concepto que explicaría el carácter incompleto de la Revolución, el paso entre lo que se es y lo que se aspira a ser y la necesidad de crítica permanente encaminada a construir un modo de reproducción de la vida radicalmente diferente al capitalismo.
En 1986 se inició el “Proceso de rectificación de errores y tendencias negativas”, el cual significó la implementación de medidas económicas y políticas que cambiasen la relación de Cuba con los países socialistas, en especial con la URSS, dados los signos de desmoronamiento del bloque socialista. En 1991, Martínez Heredia dictó la conferencia “Cuba: problemas de la liberación, el socialismo, la democracia” que después sería publicada en la revista cubana Cuadernos de Nuestra América y posteriormente en otros medios latinoamericanos. En este texto se hace uno de los primeros análisis sobre el Proceso de rectificación desde la perspectiva crítica del pensamiento social. Martínez Heredia entendió ese momento no sólo desde la necesidad de rectificación económica, sino política y cultural.
“El proceso de rectificación iniciado en 1986 es un proceso político que promueve la participación de la masa del pueblo en acciones dirigidas contra las consecuencias de los desaciertos, deformaciones y retrocesos, a la vez que una concientización masiva que permita precisar y atacar las causas de aquellos y recuperar la autoidentidad específica del socialismo cubano, y también una campaña contra las insuficiencias y peligros que amenazan hoy la continuidad del sistema y de la independencia nacional”. (Martínez Heredia, 2006: 113).
La rectificación, al igual que la transición, tienen el peso de la historia tras de sí en la obra de Martínez Heredia. Rectificar era posible porque la cultura revolucionaria cubana habría sembrado la posibilidad de hacerlo, de la misma forma que había puesto los cimientos para transitar dignamente por uno de los momentos más difíciles de la historia cubana: el Periodo especial. Ambos procesos demostraron que el determinismo económico no podía explicar la resistencia y la organización (Martínez Heredia, 2006: 143); a la luz de los años es claro que lo que sucedió en Cuba a finales de la década de los ochenta y en los noventa fue la constatación de que la realidad rebasó lo que a la prospectiva le parecía imposible.
En el horno de los noventa. Identidad y sociedad en la Cuba actual es el título de uno de los ensayos más conocidos de Fernando Martínez Heredia. Publicado originalmente de La Gaceta de Cuba, este texto sintetiza una serie de latencias, reflexiones, advertencias y propuestas que el autor amasó durante varios años de observación profunda de la sociedad cubana y el mundo. Podríamos robarle el título de En el horno de los noventa para hablar no sólo de Cuba, sino del mundo entero bajo el signo de la hegemonía neoliberal: esos años fueron un horno en donde se cocinaron muchas de las prácticas políticas que padecemos en la actualidad. Los noventa también fueron años en los que la rebeldía y la resistencia florecieron, evidenciando las profundas grietas de un sistema que se creía infranqueable, invencible, omnipotente.
El Periodo Especial en tiempos de paz (el apellido en la memoria se ha olvidado, dejando sólo al nombre) fue el camino tomado por el gobierno cubano en una coyuntura sumamente difícil para su pueblo. Algunos jóvenes cubanos que vivieron este periodo en la infancia o nacieron en él están comenzando a releer ese pasado inmediato para encontrar indicios que expliquen su presente convulso. En esta búsqueda será indispensable que se remitan a las ideas que se estaban planteando en esos años, en los que a la par de la carestía, caminó la creatividad y resistencia.
Sin riesgo de equívoco, la visión de Fernando Martínez Heredia en torno a los cambios culturales ocurridos en los años noventa y a sus contradicciones es una de las más lúcidas; sus ensayos sobre esta época contienen una densidad política muy profunda, es perceptible que fueron escritos desde el calor de la polémica con diversos actores, desde la pasión esperanzada de quien ve el futuro imaginado peligrar, sin por ello doblegar el espíritu crítico.
Incitador del pensamiento
Se puede ser crítico y mantenerse inmóvil en una posición funcional a la hegemonía del capital (incluso estando en Cuba), o se puede ser crítico para incitar al pensamiento y a la práctica política libertaria, sin ser condicionante el lugar geográfico desde donde se piensa.
El pensamiento crítico desde el cual será posible ensanchar los límites de lo posible, incendiar nuevamente el océano o tomar el cielo por asalto, tiene que atender incesantemente a la práctica política en un presente cuyo desencantamiento ha tenido a una de sus más graves víctimas en la política misma. Muchos son los nombres propios que han llamado la atención en las reflexiones de Fernando Martínez Heredia. De ellos no retiene las anécdotas épicas o sus construcciones conceptuales despojadas de historicidad, sino la politicidad de sus planteamientos teóricos, la posibilidad contenida en los conceptos de dar cuenta, de la manera más precisa y útil, de las contradicciones y complejidades de sus respectivas realidades.
De Gramsci recupera la cualidad de ser un autor que incita al lector a la actividad, “a conversar con él, a poner a trabajar la mente, a apoderarse de su multitud de preguntas, sugerencias, sutilezas y caminos” (Martínez Heredia: 2009b). Del teórico y luchador italiano también recalcará la capacidad que tuvo para entreabrir puertas desde la cuales el mundo no se entendiera como algo simplificable y la revolución pudiese comprenderse desde la maravilla y angustia que contiene, desde la combinación de grandezas y miserias que en ella se ponen en juego. Con Gramsci también hablará de la necesidad de ser superiores al mundo que estamos obligados a parir y la relación que existe entre esta obligación y el conocimiento social.
“Yendo más allá de debates como el relativo a la izquierda teórica, quisiera resaltar que la grandiosa obra de Gramsci ratifica la relativa autonomía del pensamiento social. Es una comprobación fehaciente de lo que pueden producir subjetividades formadas y conscientes cuando se ponen a trabajar sin miedo a violentar lo que se considera posible producir dentro de los límites de la reproducción de la vida vigente, cuando llegan a comprender que ese es el único camino para la liberación de las personas y las sociedades, y continúan con tenacidad y entrega su labor de subvertir lo existente, abrir puertas al futuro y contribuir a adelantarlo” (Martínez Heredia: 2009b).
Para Martínez Heredia, El Che será otro importante incitador de la práctica y el pensamiento revolucionarios. En Las ideas y la batalla del Che, Martínez Heredia propone itinerarios para acercarse a algunas de las ideas del Che en las que está presente una filosofía de la praxis y la dialéctica, en la que al ser humano se le da centralidad como sujeto histórico y político constructor de sus posibilidades futuras (Martínez Heredia: 2010c).
Como prologuista del libro Sartre-Cuba-Sartre. Huracán, surco, semillas (Martínez Heredia, 2009a: 192-221 ), retoma de Sartre la característica de haber sido un hombre que puso “su pluma, su actuación pública y su fama del lado izquierdo en el campo de las luchas sociales, y de lado de los pueblos colonizados en el apoyo a sus combates por la liberación”. Advierte también que al pensador francés le ha tocado su cuota de olvido al enfrentar las condiciones de ser un hombre que se opuso a la dominación.
La serie fotográfica en donde aparecen el Che, Sartre, Beavouir y Núñez Jiménez, es sólo una de muchas que Korda capturó durante la primera década de la Revolución cubana. El siglo XX latinoamericano y sus luchas de liberación ha sido, en algunos casos, convenientemente reducido a íconos, imágenes inmóviles sin poder explicativo que no le hacen honor ni a los autores de las imágenes, ni a los sujetos presentes más allá de lo visible. A la fotografía hay que entenderla, como propone John Berger, colocarla entre las disputas políticas que hicieron que el obturador se apretara en ese instante y recortara la realidad de tal o cual manera, extender la imaginación más allá de lo evidente (Berger, 2010). En el proceso del entendimiento complejo de la confrontación ideológica del siglo XX latinoamericano, Martínez Heredia ha contribuido no sólo con el análisis riguroso de la Revolución cubana, sino al de este proceso en relación con las luchas latinoamericanas.
En 1979, al triunfo de la Revolución Sandinista en Nicaragua, fue enviado a trabajar allí como parte de la misión diplomática cubana. Vivió en aquel país latinoamericano hasta 1984, cuando regresó a Cuba. Estos años de práctica política dejaron en Martínez Heredia una profunda huella que es notoria hasta la actualidad; es la marca de quien participa activa y apasionadamente en procesos políticos fuera de su país natal y que siente como propios. América Latina en el siglo XX no será para él una fotografía colocada en un museo, sino un espacio con un gran potencial histórico, político y cultural cuya densidad no puede ser olvidada en la construcción de los caminos actuales.
Al desplazamiento de la radiación electromagnética hacia los tonos rojizos se le llama “Corrimiento hacia el rojo”, este proceso explica el incremento en la longitud de las ondas que emite la fuente. En una apropiación histórica y social del rojo, Fernando Martínez Heredia tituló El corrimiento hacia el rojo a uno de sus libros en los que se compilan diversos ensayos, en su mayoría escritos en los años noventa. Basta con mirar el índice para sentirnos interpelados con los temas planteados; más de diez años después, el debate sobre el dificultoso corrimiento hacia el rojo en términos sociales y políticos sigue abierto (Martínez Heredia, 2001).
En el año 2006, el Premio Nacional de Ciencias Sociales le fue otorgado a Fernando Martínez Heredia. A partir de entonces se ha reeditado o publicado parte de su obra con tirajes amplios; los ejemplares de sus libros pueden encontrarse en la librería más escondida de Sancti Spíritus o en la calle Obispo, en una de las librerías más importantes de la Habana cuyo nombre homenajea al poeta Fayad Jamis. Es invitado, dentro y fuera de Cuba, a impartir conferencias, formar docentes, conmemorar aniversarios, presentar libros, etc. Es pues un referente intelectual y político en estos tiempos en los que en América Latina hay quienes se empeñan por que el corrimiento hacia el rojo sea posible en todas las latitudes y luchan por frenar el corrimiento al azul. Apropiándonos de la metáfora sobre el corrimiento hacia el rojo en términos sociales, podemos hablar de proceso inverso que supone el decrecimiento en la longitud de onda de radiación electromagnética: corrimiento al azul se llama a este proceso cuya definición puede servirnos de pretexto para remitirnos a la crisis política actual.
En sus textos más recientes, así como en los primeros, se percibirá que Martínez Heredia apela a la pregunta como herramienta en el proceso de conocimiento. Interrogantes diversas palpitaran en su obra, y ellas serán un método para no tecnificar ni la teoría ni la práctica política. La pregunta, como presencia constante en sus textos, será un punto de partida para incitar al pensamiento. De los lectores o escuchas dependerá que estas preguntas sean verdaderos detonantes de la reflexión y no cuestionamientos de resolución predeterminada. “Dos cabezas piensan mejor que una”, dice un dicho popular, Roque Dalton con su decir poético y político, escribió:
“Pensar a solas duele. No hay nadie a quien golpear. No hay nadie
a quien dejar piadosamente perdonado.
Está uno y su cara.
Uno y su cara de santón farsante” (Dalton 1995:17)
Detrás de muchos de los textos de Fernando Martínez Heredia, lo que subyace es el aprendizaje y la escucha de otros pensamientos que se sintetizan en uno nuevo que está dispuesto a reformularse incesantemente en la articulación con otros. Desde sus primeros, hasta sus más recientes trabajos, hay un rasgo común latente: la búsqueda por incitar al pensamiento crítico colectivo que supone una práctica política. En mundo en el que caben muchos mundos será posible si articulamos el pensamiento y el hacer de unos con el de otros dispuestos también a construir ese mundo.
La forma en que Martínez Heredia aborda grandes temas como el Estado, el poder, la nación, la práctica política, incita al pensamiento, estimula al movimiento, a la crítica e incluso al sano y necesario disenso. Pero sobre todo es un pensamiento que potencia al sujeto, que hace del futuro no un tiempo dado, pero tampoco un inmenso vacío por llenar. Si no el tiempo que tiene que contener críticamente al pasado y al presente, característica que radicalizará y ensanchará los límites de lo posible.
Bibliografía
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