ELOGIO DE LA HISTORIA: FERNANDO MARTÍNEZ HEREDIA Y LOS PENSAMIENTO(S) CRÍTICO(S) EN CUBA

“Escribir a lo largo de la vida es una manera más de compartir, de abrirse, de extender hacia los demás la existencia propia”
FMH

 

Existen personajes o figuras para quienes una estrecha noción de obra siempre quedará corta. Me refiero a la “obra” en su acepción clásica, entendida como un corpus delimitable, una escritura que puede ser amplia o limitada, lo que normalmente llamamos una “obra completa” agrupada cronológicamente. Existe, sin embargo, otra noción de obra, efectivamente, la de un corpus que rebasa lo escrito y se fija también en otros ámbitos. Podemos decir que esa segunda noción de obra trabaja sobre el conjunto de intervenciones que se efectúan en determinadas condiciones de producción, que incluye por supuesto debates, discusiones, diálogos y una gama más amplia que lo estrictamente “escrito”. Y estas pueden ser diversas (trabajo editorial, de traducción, por ejemplificar lo más común), permiten acceder ampliar la mirada con respecto a lo escrito. Es el elogio de ese tipo de obra el que se debe hacer con respecto del historiador cubano Fernando Martínez Heredia, que sin duda nos interpela a ampliar la estrechez de la mirada con respecto al vínculo entre teoría, historia, ideología y política.

Fernando Martínez Heredia es una pieza clave para la construcción y la reconstrucción del pensamiento crítico en Cuba: es clave para su continua re-invención. Anclado en el torrente que supuso el cambio cultural de la revolución cubana, asumió, desde su juventud, la tarea de renovar y “poner a la altura” de aquella inédita revolución al pensamiento crítico, que no se limitaba, aunque encontraba su fuente de inspiración más poderosa, en el marxismo. El día de hoy la tarea de seguir el conjunto de sus intervenciones es relativamente más sencillo. Debe considerarse que el pensamiento crítico en Cuba no tiene un entorno tan sencillo para reproducirse: actualizar, dialogar y hacer el cruce de tradiciones políticas y culturales ha sido complejo, particularmente tras la adhesión férrea de la revolución cubana a la órbita soviética, aquello que se conoció como el conjunto de quinquenios negros de la cultura. Aquella loza terminó de caer a finales de los años ochenta, despedazada como una facilidad inimaginable hasta entonces, signo de que los gigantes tienen también piernas de barro. Sin embargo los tiempos que siguieron a aquel acontecimiento y liberación de amarras no fueron tampoco sencillo, pues inmediatamente Cuba vivió su nuevo desafío: superar el “horno” de los noventa en medio de una de las peores crisis que tanto la isla vivió. Aquella crisis impactó fuertemente en el pensamiento crítico.

Es en esta dirección en donde las intervenciones, es decir, el conjunto de su escritura y sus distintas ramificaciones, ganan gran relevancia y son documentos excelsos para mostrar los debates y combates que se emplazaron en distintas coyunturas, así como una fuente invaluable para la reconstrucción de archivo del marxismo producido en América Latina. Estamos pues ante un conjunto disgregado por casi cuatro décadas, pero cuya coherencia se encuentra dada a partir de un sentido: la recuperación de tradiciones críticas que anclan la perspectiva radical del anti capitalismo, es decir del marxismo, en un horizonte de confrontación específico, vivo, candente, concreto, como lo es el de Cuba. Es decir, que vincule la teoría con pretensión de universalidad (el marxismo) con el componente que permite efectivamente que sea algo más que una pretensión y es aquí donde un cierto pensamiento anticolonial se asoma con franqueza y vigorosidad.

Comencemos por establecer el hilo de nuestra argumentación. En primer lugar queremos señalar el espacio teórico en el que se mueve la intervención de FMH: la historia. Junto a ese espacio teórico se vislumbra en el recorrido de su construcción el espacio político en el que pretende actuar: el de pensar la unidad indisoluble entre socialismo y construcción popular de la nación. Debemos recordar la importancia del concepto de nación para el área caribeña, sometida históricamente por cuatro imperialismos, como dice el estudio clásicos de Daniel Guerin y que de manera casi necesaria nos lleva por el camino del anticolonialismo, pero en una versión en diálogo y tensión con el anticapitalista. Esta dualidad no siempre vinculada de manera estrecha, acompañará el conjunto de nuestra exposición y es desde nuestro punto de vista la clave interpretativa necesaria. Es entonces en la unidad de esos dos elementos en donde se juega, el mayor aporte de FMH: tramar de manera firme la unidad entre esos dos momentos, no a partir de a-prioris, sino de la historia, entendida esta como el ejercicio de reconstrucción de proyectos, esperanzas, utopías, intervenciones personales en coyunturas y en general de la totalización de un conjunto de sentidos identificables en el tiempo (es decir, pasados) pero también recuperables como herencia viva en el presente.

De alguna manera la historia de la que hablamos es la que permite reconocer nuestras herencias intelectuales, pero también las políticas y las ideológicas, al discernir la enseñanza de las derrotas acumuladas por décadas. Todo ello se inscribe, como decíamos, en asediar de manera conjunta el socialismo y la liberación nacional no en el terreno de una teoría universal sin más, sino en el espacio teórico del cual nuestro autor echa mano, conjuga elementos, articula una gramática en la que los conceptos permiten distinguir unidad y diferencia de los procesos, pero también ejercitar una aritmética, en donde los números (en historia los datos) no siempre tienen el mismo valor cuando se suman o se restan.

Para todo ello sugerimos la revisión de algunos de los momentos más brillantes de la producción de nuestro autor, que muestran justamente el vínculo entre la dimensión teórica y la dimensión política, su unidad, sus tensiones, sus fragmentaciones, sus posibilidades y también las dificultades que enfrenta. A manera de ejemplo es de señalarse la insistencia por recuperar la experiencia de la revista Pensamiento Crítico que FMH siempre ha hecho. En ella se reprodujeron por primera vez en español varias tendencias que configuraron las condiciones mas idóneas para la producción de un pensamiento complejo y alternativo, que buscaba nutrirse de experiencias distintas y disímiles, pero que se encontrarán en el diálogo su identificación y su diversidad, que no asumió universalidad previa antes de la valoración específica. En aquella experiencia que se finiquitó en el lejano 1971 y que contó con 51 números en alrededor de 5 años de trabajo, convivieron por igual el marxismo occidental (con Sartre, Lukács, Althusser o Korsch por mencionar algunos), la tradición anticolonial (con el pensamiento asiático y africano que era producto de la descolonización) y la revisión de la historia cubana en clave revolucionaria. Todo este coctel no era el producto de una superposición de autores, tendencias y procesos, sino un verdadero proyecto totalizador, es decir, orientador de distintos sentidos. Con esto quiero decir que se imponía un horizonte de sentido al proceso de producción del pensamiento crítico, buscaba en la labor teórica referentes, diálogos y procesos que pudieran ser subsumidos a una experiencia histórica novedosa, propia y en el tiempo presente.

Sobre éste último aspecto, el de la historia cubana en clave alternativa, vale la pena detenerse para señalar la publicación de La revolución pospuesta de Ramón de Armas. Aquel texto, que después aparecerá nuevamente prologada por FMH, es una muestra de los intentos por establecer claves interpretativas de la historia de Cuba a fines a la idea de la revolución. No sólo es la valoración del libro de Ramón de Armas hecha por nuestro autor, sino también el conjunto de senderos que se abren a partir de ese momento: leer la historia de Cuba como el transcurrir de tres revoluciones que encuentran su diversidad no sólo en contextos distintos (de 1895 a 1959 el mundo ha cambiado radicalmente) sino en el aprendizaje de los personajes y de los discursos; pero también se vislumbra su unidad a partir de elementos políticos que configuran una nueva racionalidad política, un nuevo lenguaje y por supuesto, una nueva práctica. Es ese entonces el lugar donde el trabajo teórico de FMH se vuelve productivo: en señalar la unidad y el conjunto de puentes que se trazan a lo largo de la historia de estas revoluciones caribeñas, particularmente en la que queda en medio de la que funda la nación y la que transforma anti capitalistamente a la sociedad. Pero para trazar ello se necesita una hipótesis: la nación se ha construido a través de la guerra revolucionaria del pueblo y las dificultades para poderla establecer de manera cabal, es decir, conquistar finalmente la liberación nacional han sido impedidas por los poderes imperiales. El periodo que se abre en 1895 es concluido en 1959 y a pesar de la diversidad y singularidad de los procesos, un halo problemático cubre su historia: la necesidad imperiosa y radical de establecer el elemento popular y el nacional como correspondientes, como simultáneos, como necesarios. FMH elige, sin embargo, otra fecha para posibilitar la reconstrucción de los vínculos de las tradiciones políticas en juego: la revolución de 1930 que parte en dos la cronología de la república neocolonial establecida en 1902 tras la enmienda Platt.

Es en el número 39 de la revista Pensamiento Crítico donde por primera vez se expone claramente ese proyecto con la publicación de testimonios y documentos de aquella revolución. Ahí el trabajo de FMH tomo un matiz distinto: el del constructor (junto al equipo de la revista) del archivo de aquel suceso. Porque ninguna revolución puede estudiarse desde la nada, ni desde la voluntad o desde la la simpatía. Requiere construir su archivo, sus documentos, sus discursos, sus figuras: requiere los elementos para poder ser leída como acontecimiento. Y el número 39 de aquella ya legendaria publicación es el más acabado esfuerzo tras la revolución de 1959 por darle memoria a su propia historia. Si ninguna memoria es inocente, la que construye FMH en aquel número tampoco, claramente se encuentra tensionada por la necesidad de nacionalizar la experiencia revolucionaria y a su ideología marxista darle un carácter específico, que responda a lo más profundo de las aspiraciones populares. No se trata entonces de entender el marxismo como una teoría ajena que se impone, desde la nada, a una sociedad, tal como por ejemplo parece sugerir en más de una ocasión un profesional de la historia como Rafael Rojas en su última breve semblanza de la revolución cubana. No; no es algo ajeno que coloniza la subjetividad, ni a la sociedad, ni a la academia; es la apropiación y traducción del movimiento popular y sus cabezas más lúcidas las que permiten la aspiración marxista de proyectar la construcción de otra sociedad.

El lugar de Pensamiento Crítico deja ver claramente el sentido, la proyección y la intencionalidad de un proyecto: la revolución cubana no es sólo hija del marxismo-leninismo, sino que comparte con el anti imperialismo popular y con la radicalidad del socialismo de los años 20 aquella maternidad. Todas y todos conocemos las contradicciones que José Martí expresaba sobre Karl Marx, particularmente en torno al problema de la violencia, tema que ha sido analizado recientemente por Bruno Bosteels. También podemos acceder a las lecturas marxistas o descolonizadoras que sobre Martí se hicieron en el siglo XX. Sin embargo hacía falta la intervención de nuestro historiador, que sienta las bases para poder reconstruir el vínculo más allá de la ideologización mal entendida, permite darle cuerpo y carne, cerebro y pasión a aquel vínculo.

La publicación de La revolución cubana de 1930: ensayos de FMH justamente viene a continuar el proyecto del número 39 de Pensamiento Crítico, sistematizando los datos, jugando con el álgebra de la política y formulando a partir de ella la gramática de una racionalidad política en clave socialista, popular y democrática. Muestra todas las cartas sobre la mesa: es esa revolución en su proceso de gestación, en su clímax, pero también en su derrota la clave para el entendimiento de las victorias posteriores, así como las creaciones que le acompañaron. Es por eso que el libro que ahora señalamos expone las vicisitudes, contradicciones, dilemas y aprendizajes de quienes por fin lograrán anudar de manera práctica y firme el vínculo entre lo nacional-popular (aquí entiéndase como equivalente lo que hemos denominado la liberación nacional o el anti imperialismo popular) con la tradición comunista y socialista de los años 20 y 30. En otras palabras, sólo este anudamiento que acontece en estado práctico, permite llevar hasta sus últimas consecuencias el proyecto martiano, la consolidación de la nación y la victoria del antiimperialismo popular, bajo la matriz que la coyuntura demandaba: el socialismo.

El trabajo teórico de FMH permite justamente no leer este proceso histórico en clave teleológica, sino darle contenido material al proceso en el que socialismo y liberación nacional se anudaron en un proyecto histórico que tuvo su primer triunfo en 1959. No hay destino, sino construcción contradictoria del sentido. La revolución cubana de 1930 reúne justamente a los personajes y los momentos en los que hicieron partícipes de dicha gesta. No se trato de un plan preconcebido, sino de una necesidad de la lucha política. No es tampoco una necesidad universal, una camisa de fuerza, pues otros proyectos avanzaron independientes el uno del otro, ensayando otras respuestas. La revolución también es un sendero que se bifurca continuamente.

En nuestro propósito señalamos la productividad de la historia que adquiere en la pluma de FMH: la política, esa que acontece en como práctica, más allá de las intencionalidades y proyectos individuales, adquiere pleno sentido en las batallas concretas. Con FMH se arma el rompecabezas de las distintas rebeliones de los años treinta, con respecto al horizonte de 1959. Así, desfilan con sus contradicciones y dilemas contextuales un Julio Antonio Mella, Antonio (Tony) Guiteras, Raúl Roa, Pablo de la Torriente y de manera disimulada el comunista-poeta por excelencia, Rubén Martínez Villena: el espacio histórico de la revolución del 30 (a la que Mella no llega y de la que Guiteras no sale vivo) adquiere un sentido distinto. Aunque algunos harán aportaciones escritas relevantes (sobre todo Roa), lo cierto es que el interés de FMH no es tanto analizar sus intervenciones discursivas puntuales, en estado práctico esa pléyade de revolucionarios han logrado, sin saberlo quizá y con muchas tensiones, construir la principal arma de la revolución cubana: anudar definitivamente la dimensión popular de la nación (el anti imperialismo martiano) e incorporar de manera no artificial la radicalidad de la transformación socialista. Repetimos ello: no artificialmente, que es justamente lo que tratará de hacer el marxismo-leninismo.

La intervención de FMH permite trazar las suficientes líneas de demarcación para superar al marxismo-leninismo: el socialismo, es decir, la transformación y superación de las relaciones mercantil-capitalistas no es posible sin el elemento popular de la nación. Han sido las condiciones históricas de la región caribeña, la presencia norteamericana que modificó la relación de fuerzas al expulsar a España, invadir Haití y Nicaragua, pero también la existencia de la unidad cultural y política como posibilidad de fuerza, las que han permitido este anudamiento. Cuba después de la revolución demostró ello a partir del trabajo caribeñista que se ha realizado, por ejemplo, en Casa de las Américas.

El conjunto de la obra de FMH está prendido a esta necesidad de entender la construcción nacional en un sentido popular. Es por ello que las referencias a la revolución haitiana son imprescindibles en tanto que primer momento revolucionario y popular de construcción de la nación. Sin embargo enclavados en el siglo XX el trabajo histórico reconstruye de manera productiva un arco que si bien parte de 1895, tiene sus vínculos y momentos de similitud en la revolución mexicana, en la resistencia sandinista y por supuesto en esa maravillosa rebelión de los pueblos del este contra el imperio iluminista del capital: la revolución rusa. Son estos los episodios fundamentales para entender el resultado teórico de una batalla política: la posibilidad de llevar a su radicalidad la idea revolucionaria en consonancia con la coyuntura específica, es decir, la de la construcción popular de la nación en la mayor de las islas del Caribe. La nación no es entonces una construcción de élites, sino de los pueblos movilizados. En el caso de Cuba como de México o de Nicaragua (más tarde también en Bolivia) de manera revolucionaria, es decir, destruyendo por completo el orden social anterior y ensayando uno nuevo.

Ese poderoso río que significó la revolución cubana y que arrasó el orden geopolítico anterior no proviene entonces de una sola fuente. Su potencialidad radica justamente en su diversidad, en sus distintas experiencias de aprendizaje y en su capacidad de responder a nuevos retos. El propio FMH, apelando a la figura de “El Ché” encontrará las principales enseñanzas para pensar ese mundo no capitalista que la revolución cubana trató de construir, tema del que ahora no nos ocuparemos.

El itinerario de FMH tiene distintas estaciones. Hemos avanzado en la que nos parecía más importante y quizá incluso articulador del resto: la vinculación entre socialismo y liberación nacional. La obra o mejor dicho el conjunto de intervenciones va de lo escrito al trabajo editorial, de la investigación al homenaje, del rescate de figuras a la problematización de las más conocidas. Sólo para anunciar una de esas estaciones relevantes, pienso en el trabajo juvenil “El ejercicio del pensar”, en las compilaciones de Lecturas de Filosofía, pasando por los números de Pensamiento Crítico, su conceptualización del concepto de “transición socialista”, los aportes de FMH, han buscado salir del “horno” capitalista y acceder a una comprensión comprometida del tiempo histórico.

FMH ha plantado frondosos árboles en el deforestado bosque del pensamiento crítico. Supero los quinquenios negros de la cultura, se mantuvo fiel al ideal socialista, resistió con entereza la resaca del neoliberalismo en los noventa y persistió en la construcción de un mundo distinto. Su obra es un buen recurso para pasar de “el cólera a la cólera de los pueblos” y para generar una rebelión al seno de las ideas establecidas. Finalmente apuntar uno de los gestos teóricos y políticos que más me han impactado: ¿cómo no elogiar a quién en sus libros incluye una dedicatoria a las y los trabajadores que los producen? Más que una impostura, insisto, este es un gesto teórico y político encomiable.