El 10 de mayo pasado, un grupo de mujeres feministas se dieron cita para conversar con Memoria, preocupadas por la situación del movimiento, las luchas actuales de las mujeres frente a un entorno cada vez más violento y los retos que enfrenta el feminismo.
Resultado de esa primera conversación presentamos aquí, a manera de voz colectiva, las principales ideas expresadas por Gloria Careaga (profesora de la Facultad de Psicología y parte imprescindible del Programa Universitario de Estudios de Género, ahora Centro de Investigaciones y Estudios de Género, de la Universidad Nacional Autónoma de México), Josefina Valencia (psicóloga que coordina el Clóset de Sor Juana e integra el Consejo Regional de la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex para América Latina y el Caribe), Elsa Muñiz (profesora en la maestría en estudios de la mujer en el área Mujer, Identidad y Poder de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco e impulsora del doctorado recién aprobado) y Luz Elena Aranda (etnóloga y actriz, coordinadora de las Reinas Chulas Cabaret y Derechos Humanos ac, además de colaboradora de Casa Mandarina ac).
Hacia un mapa del feminismo en México
En primer lugar, habría que hablar no de el feminismo sino de feminismos y, desde esa diversidad, pensar lo que significa ser feminista hoy. Los feminismos son históricos y responden a las contradicciones de la sociedad en que surgen. Esta multiplicidad de feminismos se corresponde con la presente heterogeneidad social.
El feminismo, una manera de estar, te permite ser y estar en el mundo de cierta forma. Sorprende la creciente cantidad de mujeres, en general, que se asumen como feministas, quienes no necesariamente están vinculadas a la sociedad civil organizada ni generan otras alianzas, pero han incorporado la palabra feminismo a su descripción, autodescripción, lo cual resulta muy interesante. Mujeres jóvenes que se juntan, que reflexionan y reaccionan; y es notorio que cada vez son más. Eso plantea un reto al feminismo organizado y a los feminismos en general.
A la par, hay una ambigüedad del discurso feminista y de género y situaciones contradictorias. Así como vemos mujeres que cada día se manifiestan más, también vemos jóvenes, incluso universitarias, que nos señalan a las feministas como feminazis. Hay una vulgarización del género y del feminismo, una apropiación por el poder patriarcal y todos los poderes de estos discursos, debido a la cual las personas se pierden en una confusión ideológica.
¿Quiénes somos las feministas? Algunas colaboramos en espacios de la sociedad civil, en organizaciones diversas. Hay fundamentalmente dos tipos de organizaciones: las que trabajan con mujeres de base y las dedicadas a hacer trabajo de incidencia. Además, están las colectivas, como se denominan algunos espacios autogestionados. Las organizaciones trabajan sobre todo violencia y salud. Las colectivas trabajan más en temas como la visibilidad lésbica, el feminicidio o el acoso callejero. En este ámbito se da ahora más el discurso de la interseccionalidad del feminismo. También se encuentran las que no necesariamente se sienten representadas por espacios como las colectivas o las organizaciones existentes, pero sí se sienten feministas.
Por otra parte, hay un movimiento indígena, particularmente de jóvenes indígenas que se están formando y participan desde el feminismo. Asimismo, están organizadas las del movimiento afro, quienes formularon sus propuestas para la Constituyente de la Ciudad de México. O bien, personas con capacidades diferentes también se han acercado al feminismo.
La academia sigue siendo un espacio privilegiado para la discusión y para brindar posibilidades de generación de nuevas interpretaciones, pero en este ámbito el feminismo se halla desarticulado. Hay un trabajo constante alrededor de la construcción de la teoría feminista, pero no hay articulación, por ejemplo, con lo que está haciéndose en los estados de la república, donde surgen redes como la del Pacífico, una de las más fuertes y con un trabajo constante.
Ciertas personas trabajan alrededor de otros ejes, como el ambiente, el desarrollo o la economía, pero no hay un diálogo ni reconocimiento entre las miradas existentes que permita construir o articular una propuesta transformadora, una propuesta feminista de transformación de la sociedad.
Aún así, el análisis de género ha permitido que el feminismo se reconozca y se acepte en ciertos espacios, pero como una expresión en cierta medida saneada de la lucha feminista.
Pese a que no se han tipificado los estudios de género como una línea de trabajo clara, en las facultades muchas profesoras lo abordan, lo cual está teniendo importante repercusión en el estudiantado.
El problema es la falta de reconocimiento y de articulación de este trabajo y del personal docente que lo realiza. Pese al amplio trabajo que se hace, aquí y en el resto del país, no hay un mapa preciso que indique dónde se hace, qué líneas se abordan y por dónde caminamos.
A partir de mediados de la década de 1990, cuando ingresaron en el país las políticas de género, había muy poca gente formada en género. Se abrieron espacios múltiples para trabajarlo, y brotaron por doquier especialistas en género. Las chicas traen discurso feminista y conocimientos feministas, pero no se sabe realmente cuál es la profundidad del conocimiento que se tiene al respecto; hay tanta información y es tan fácil acceder ahora a ella que puede caerse en la vulgarización de la perspectiva.
Dos temas no han sido suficientemente trabajados: la sexualidad y las masculinidades. Quienes buscan insertarse en la discusión sobre sexualidad se apoyan en los textos de Judith Butler y hablan de lo queer y de lo trans. En efecto, se analiza a las personas trans, pero no preocupa el cuestionamiento de su participación en los espacios feministas por ejemplo. Pero, por otra parte, ¿y la sexualidad?, ¿dónde está la sexualidad heterosexual? ¿Qué pasa con la sexualidad cotidiana de las mujeres?, ¿y con la de los hombres?
Algunos rechazan y dicen abiertamente: “No voy a trabajar con los hombres. No haré el trabajo a los hombres”. Parece no entenderse que la perspectiva feminista es de transformación social y no sólo de empoderamiento de las mujeres; es la búsqueda para lograr la igualdad de género. Al final de las discusiones, los núcleos feministas están desarticulados, y los de hombres son pobres.
En las marchas feministas, algunas han rechazado la presencia de los hombres, pero ellos están ahí porque también se hallan indignados. Entonces, ¿por qué no aceptar su presencia? ¿Resulta imposible caminar una al lado del otro?
La lucha de las mujeres y el creciente flagelo de la violencia
Las mujeres estamos crecientemente y de manera masiva en todos los espacios públicos. Las políticas de género han fomentado que las mujeres contribuyamos al sostenimiento de la familia, lo mismo que a elevar nuestro nivel escolar por el bien de las futuras generaciones, pero en todos los espacios públicos aún somos intrusas, todavía el grueso de la población cree que deberíamos estar en la casa. Y de distintas maneras, incluso con la violencia, nos sancionan por estar fuera. Algunos hombres lo dicen sin ambages, hablan de la incomodidad que les representa compartir con las mujeres el espacio.
Las feministas de los setenta identificaron dos dimensiones centrales que mantenían la subordinación de las mujeres: la violencia y la sexualidad. Si bien hay dificultad para hablar de un mapa del feminismo y de las demandas que nos aglutinen, una que ha llevado a unirnos es la lucha contra toda forma de violencia. Se ha estudiado y atendido permanentemente; desde diversos ámbitos políticos y sociales se generaron discursos en torno de o en contra de la violencia hacia las mujeres.
Insistamos: una violencia de Estado se manifiesta en todas las dimensiones y propicia, permite la violencia específica hacia las mujeres. Falta profundizar, con una perspectiva feminista, en la crítica de esta problemática.
Que las mujeres alcen la voz reta al patriarcado como tal. Hay gran enojo alrededor de mujeres que dicen: “Soy feminista; no me voy a callar”; y por eso la violencia se recrudece. Se ha generado un círculo vicioso, pues ante tal violencia más mujeres saldremos a alzar la voz. Quizás estemos en este círculo hasta que podamos romperlo. Pero, pese a las dificultades, ha habido acciones muy importantes, como la marcha de la Primavera Violeta, un gran ejemplo.
Por otra parte, hay una puesta en discurso de esa violencia, que en realidad la reitera en lugar de acabar con ella, y la violencia se vuelve la base de un capital político; los gobiernos mismos generan políticas públicas que retoman el tema de la violencia, pero como parte de ese capital político.
Aunque el trabajo sobre violencia ha tenido continuidad, en cierta medida no se ha renovado; en su mayoría se siguen utilizando las perspectivas de los años setenta y ochenta, que ya no tienen mucho que ver con la realidad de hoy. No hay nuevas explicaciones de por qué se da de manera creciente la violencia. ¿Por qué siguen apareciendo por doquier y con violencia feminicida cuerpos de mujeres? ¿Hasta dónde es parte de la violencia social que atraviesa a todo el país? ¿O cuál es su especificidad? No damos cuenta cabal del fenómeno porque lo tratamos como se hizo hace 20 años.
Retos del feminismo
Debe analizarse un conjunto de paradojas para entender el peso específico del feminismo, los problemas que enfrenta y sus posibilidades. La sociedad es cada vez más heterogénea, aunque el discurso político dominante busca presentarla como homogénea y, a la vez, dice reconocer la diferencia cuando en realidad no es así.
Sigue siendo un reto para el movimiento feminista encontrar los canales de colaboración, la posibilidad de generar otro tipo de redes, construir espacios para compartir experiencias y escuchar voces diversas, establecer los mínimos por los que todas debemos luchar.
Cuando se aprobó la causal de la duodécima semana de la interrupción legal del embarazo, los feminismos lograron ponerse de acuerdo y confluir en el mínimo por el que se iba a trabajar. Y eso logró un cambio importante en las políticas de la ciudad. Sin embargo, ahora nuestro diagnóstico es que en cierta medida no hay un proyecto político conjunto, ni siquiera entre los grupos más afines, como se observó en la Constituyente de la Ciudad de México el año pasado.
Producto de una gran fragmentación y dispersión de la fuerza feminista, no sólo no hay proyecto en común o mínimos que agrupen sino que se tienen luchas en los diversos feminismos, tanto en el plano discursivo como por los recursos.
Las redes necesariamente desempeñan un papel muy importante, y plantea un desafío encontrar herramientas para articularnos con los grupos de mujeres no organizadas que son parte de la indignación social existente.
No obstante, el discurso feminista empieza a escucharse desde muchos otros lados. Aspectos, luchas, discusiones del feminismo han trascendido a otros movimientos, y ciertas mujeres se han apropiado de ellos, como es el caso concreto de las indígenas y campesinas que, a través de la lucha por la tierra, empiezan a cuestionar el patriarcado local, la familia, las organizaciones de gobierno y las relaciones con los otros. Ahí encontramos ese factor de incidencia del feminismo.
Hay ahora una generación con formación política diversa y muy escasa, por lo cual no todas las feministas se consideren de izquierda, o al menos no se sienten pertenecientes a movimientos y organizaciones de izquierda.
Frente al discurso feminista que no avanza, que se halla un tanto estancado, un montón de discursos religiosos y de derecha sí avanzan y han generado una narrativa asertiva, sencilla, clara, que llega a la gente, lo cual representa uno de los principales riesgos de este momento histórico, no sólo para la Ciudad de México sino para el país y el mundo. La derecha está confrontándonos en todos los espacios, y hay otro tipo de conservadurismo que las feministas no estamos mirando; incluso hay distintas apropiaciones del discurso feminista, éticamente cuestionables, como los llamados telares de la abundancia.
Hablamos de una situación compleja, contradictoria, de aumento de la conciencia sobre la problemática de la mujer frente a un avance del discurso de la derecha y un movimiento o unas luchas de mujeres que no necesariamente se identifican con el discurso feminista.
Ante estas nuevas formas y aspectos de la lucha de las mujeres, ¿cuánto las entiende el feminismo anterior?, ¿está involucrado?, ¿está aprendiendo?, ¿está incidiendo? No hay una postura crítica clara, precisa, para articularnos y reflexionar en colectivo, encontrar la manera de enfrentar esta situación, superar las actitudes de autoconsumo, de autogratificación. No basta decir que estamos muy rabiosas sino que hay que cuestionarnos: “¿A quién estamos explicando qué?, ¿con quién queremos hablar?, ¿qué buscamos hacer con toda esta indignación y rabia?”
Como se señaló, las políticas públicas y los discursos que se quedan en pugnar por una pretendida equidad a partir de la participación política de las mujeres expresan que no hay una crítica profunda a la sociedad, a la estructura social. Hay una discusión muy importante entre si el feminismo, o los feminismos, debería apuntar hacia una crítica y una reestructuración de la sociedad o sólo mantenerse en esta estructura e irse adaptando y buscando derechos.
Fragmentación y disputa por el financiamiento
Entre los diversos feminismos, ciertas agrupaciones manejan recursos, pelean por recursos públicos o privados para su actuación, y no se puede negar que se han generado proyectos, programas que no habrían sido factibles sin tal apoyo. Los recursos dan la posibilidad de hacer más cosas, más proyectos tanto de trabajo de base, con la gente en comunidades, como de trabajo de incidencia; te abren la posibilidad de estar en espacios internacionales o nacionales de participación, te dan la posibilidad de una formación política distinta.
Pero, al mismo tiempo, eso perfila qué tipo de feminismo vale y cuál no; cuáles áreas hay que trabajar porque ahí hay recursos. Ahora existe una enorme suma de siglas, organizaciones, de ong, que ya no sabemos de dónde les viene el dinero. Éste ha sido un fenómeno amplio, que abarca las fuerzas de izquierda en general, grupos ambientalistas y otras expresiones de la lucha social y política actual que es necesario discutir, pues supone un problema frente al cual quizá está surgiendo una protesta de feminismos jóvenes radicalizados que rechazan estas formas.
El poder, que otorga el dinero, pone a luchar unas organizaciones contra otras por ver quién obtiene los recursos, a quién da más. Eso también desvía las discusiones más profundas, pues hay una disputa centrada en ese terreno. De manera que bailamos al son que nos tocan. Si tocas el tema que interesa a la oea, a la onu, te dan recursos; y si no, no. Así, ellos definen la agenda, lo importante, a través de la asignación de los medios para actuar.
En México, la mayor parte de los recursos obtenidos por el feminismo ha sido para salud; ni siquiera para combatir la violencia sino para salud. Para las organizaciones de la sociedad civil más o menos pequeñas, la lucha por los recursos siempre es una tarea titánica, y seguimos enfrentándonos a menos recursos y mayor competencia. Es complicado encontrar organizaciones que trabajan en comunidades o en un ámbito más político, de incidencia política, que tengan asegurado el trabajo para el próximo año.
En varios casos, no necesariamente ha habido ética en la obtención y el manejo de los recursos. Ha sido resultado de una lógica empresarial, clientelista, donde se da una competencia feroz, y algunas organizaciones tienen más y no les importa si el resto tienen o no y para qué pueden tenerlo. Muchas feministas en organizaciones precarizadas trabajan con el mínimo de recursos.
En este asunto, como en otros, se ha abandonado la perpectiva democrática, que permitiría pugnar por trasparentar el origen y destino de los recursos y establecer una distribución justa de éstos.
Otro aspecto por analizar, vinculado a lo anterior, es la relación con las autoridades, pues ello tiene un peso importante en la medida en que se trata de un recurso político necesario, pero en ocasiones contraproducente.
En muchas ocasiones, los grupos feministas convocantes a las grandes manifestaciones no quieren establecer diálogo con las instancias gubernamentales, pero tampoco lo hay entre todas para acordar y decidir quién puede sentarse a negociar y sobre qué temas para impulsar ciertas propuestas. Porque quizá no planteamos una única propuesta, pero sí tenemos claro qué no queremos, pero la verdad es que el gobierno no escucha; nos convoca, pero no escucha, y resulta que al final, por el solo hecho de estar ahí, legitimamos lo que hace.
Futuros feministas
Frente a una situación con un futuro cada vez más incierto en el planeta, donde hay necesidades urgentes, perdemos derechos y hay un retroceso evidente respecto a cuestiones ganadas en las décadas previas, se vuelve indispensable preguntarnos cómo imaginamos nuevas formas de acción que no nos cuesten la vida, cómo nos sentamos a pensar cuando en el mundo hay fuerzas voraces que afectan nuestras vidas y proyectos.
En los movimientos colectivos surgen esos futuros. En la acción, en la práctica política podremos generar las respuestas a preguntas que nos conciernen hoy. Pero los feminismos han generado al menos dos herramientas que guían su acción. Una de ellas es el conocimiento teórico sobre la condición de la mujer: ¿en realidad se ha escrito bastante alrededor del feminismo? Y ello nos coloca a las feministas en un lugar distinto. Eso no necesariamente lo tienen otros movimientos. Frente a ese arduo trabajo de las feministas, muchas consideran que no debemos hacer a los hombres el trabajo de revisión, pues nos pensamos y nos hemos pensado durante muchos años y hemos formulado y reformulado ese conocimiento. Este trabajo continúa desde distintos espacios, en la academia por ejemplo; eso es valiosísimo. Todo el discurso, el análisis, la teoría subyacente al feminismo es importante y habla de un movimiento que ha crecido y caminado, que ha cambiado, que se ha roto y vuelto a estructurar.
La otra herramienta es la historia del movimiento y sus logros. Las mujeres en la vida política, las que votan, las que trabajan, las que estudian son logros feministas. Desde esta mirada, la historia, como la conocemos ahora, es un logro feminista.
En algunas organizaciones no podría hacerse lo que se hace si no hubiera un discurso feminista previo, que se expresa, por dar un ejemplo, en prácticas artísticas y culturales. El feminismo tiene capacidad de traducirse en un discurso artístico lo mismo que en otros.
El feminismo es uno de los espacios donde puedes introducirte en nuevas perspectivas. Por eso sigue siendo tan atractivo para muchas compañeras que están en desacuerdo con la manera en que funciona el mundo. Sigue siendo un movimiento de referencia para cuestionarte cómo estar.
Qué significa ser feminista actualmente lleva a repensar los orígenes del feminismo, cuando planteaba que lo personal es político. En su práctica política en busca de los derechos más fundamentales, como el acceso a la tierra o la lucha por el derecho al agua, las mujeres se van transformando ellas mismas a la hora de participar, a la hora de decir: tengo que ir a la reunión aunque deje al hijo. Asuntos que para muchas de nosotras parecen superados (entre comillas), pero que las mujeres que se incorporan descubren en la práctica que lo personal está siendo político, lo cual es principio básico del feminismo.
Desde el movimiento feminista que tenemos en el mundo, que incluye un montón de luchas, de mujeres desde distintos espacios, y reconociendo esa diversidad y su valor, es imprescindible plantearnos cómo podemos imaginar un futuro feminista.
Estamos tan inmersas en el ahora y en el ir resolviendo cada día que a las mujeres –aunque no es privativo del feminismo– se nos ha hecho difícil imaginar el futuro, un futuro feminista.
Necesitamos ampliar el horizonte. Estamos tan metidas haciendo nuestro trabajo y en la supervivencia diaria que no miramos cómo articularlo con otros movimientos y qué alianzas establecer. Cómo abona lo que hacemos y en qué sentido para lograr las transformaciones que deseamos; necesitamos ampliar el horizonte y mirar desde nuestro trabajo qué lugar social tiene la transformación que proponemos.