EL ARIEL: TERMÓMETRO DEL CINE MEXICANO

La explicación estaría en el eterno forcejeo que existe entre el productor y el exhibidor, quienes ahora tienen entablada una batalla muy seria para ver quién destruye a quién. Para eso son las batallas, se nos dirá. Pero cuando esas batallas se dan inútilmente, entre dos ramas del cine que deberían verse como hermanas y no como lobas, no puede menos que pensar en que allí debería de intervenir una muy seria autoridad.1

Efraín Huerta

Las academias de cine se han consagrado en las tradiciones del arte industrial del medio como referentes que reconocen la calidad profesional de veteranos y noveles creadores, que entre pares se reúnen y anualmente rinden aplauso y distinción a lo más destacable del año en curso. Tiene mucho mérito reconocer a los demás y ver las virtudes ajenas. La ocasión sirve también para guardar el recuerdo de los colegas que se adelantaron y, por su entrega, dejaron huella perdurable en alguna rama del cine.

En mayo de 1929 se entregó por primera vez el Academic Award of Merit, que pasó a ser mejor conocido como el Óscar de la Academia. Fundada en 1946 en México, la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (amacc) se ha ganado un lugar en el paisaje cinematográfico iberoamericano, integrando en los gremios artísticos a los talentos emergentes y a los consagrados, creando un punto de encuentro para la prensa, la industria, las empresas productoras y los artistas, antes de la existencia de los festivales de cine en el país, iniciados con la semana de cine italiano en 1953, y que a partir de 1958 se implantaron con la Reseña Mundial de Festivales Cinematográficos.

Cuando la amacc se organizó en 1945 y celebró su primera edición en 1947, no tenía el peso ni la presencia mediática de hoy, pero su nacimiento era otro fruto del asentamiento de la industria cinematográfica mexicana y la repercusión de sus películas en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Decidieron otorgar el Ariel, la estatuilla diseñada por Ignacio Asúnsolo, en la que retomaron la novela homónima de Ignacio Rodó, inspirado a su vez por La tempestad de William Shakespeare.

Para la Academia, representa “una apuesta por el cine como expresión del espíritu, como séptimo arte, por encima de las limitaciones materiales o las presiones del mercado”. Hasta nuestros días, no ha dejado de ser una de las máximas cajas de resonancia para responder cuestiones de la identidad colectiva mexicana. Fiesta y celebración, el reconocimiento que hacen a la producción anual resume siempre los ánimos del país, y es un termómetro para medir la maduración estética, industrial y financiera de un sector siempre presente en la opinión pública.

En los últimos lustros, el peso de la amacc ha superado el ornato y la algarabía gratuita o adepta al régimen que acompañó al “milagro mexicano” y, por su vocación crítica, en este siglo se vio como contrapeso del autoelogio gubernamental. Actualmente, es pieza activa de resistencia cultural que cuestiona la inmensa hipocresía de beneficiarse internacionalmente con la marca México sin apoyar con estímulos económicos, financieros y fiscales los mercados internos.

Como brújula periódica, podemos mirar el imaginario colectivo a través de los filmes en que se reconocen las problemáticas y los procesos de la sociedad mexicana. En las nominaciones y no sólo en los premiados se escribe el códice anual de los gustos y las predilecciones, y en la selección se compone azarosamente un resumen que merece revisarse en cámara lenta.

La quincuagésima novena entrega

A diferencia de ediciones anteriores, la de este año se caracterizó por la ausencia de alfombras rojas, y las recepciones de celebridades se dieron con sobriedad extrema. A su vez, se han ampliado las categorías, incluidas revelaciones. Los que alguna vez se vieron como independientes hoy tienen las riendas, los micrófonos y la batuta.

La ceremonia fue transmitida en vivo por Canal 22. Las mujeres fueron las protagonistas de la noche en el protocolo: entregaron las preseas y leyeron los comunicados. Ganadoras de ediciones anteriores y algunas integrantes activas recibieron a sus colegas que subieron a recibir, agradecer y expresar su preocupación, consternación y hartazgo por la situación del país. Dolores Heredia, presidenta de la Academia, subrayó que no basta producir y resulta esencial lograr que las películas lleguen a los espectadores a través de las salas.

En el último lustro se han abierto fuentes de distribución a través de la digitalización y transmisión por internet, lo cual ha acercado a numerosos públicos, pero no basta para atender un mercado local dominado por Hollywood. Pese a ofrecer películas por separado, no se incide realmente en las programaciones de las salas comerciales, y los circuitos ilegales terminan por surtir la demanda de los ciudadanos de a pie.

Ante la pavorosa crisis en la exhibición que se vive desde hace tres décadas, la Academia no se ha quedado mirando impávida, y ha emprendido foros de discusión y reflexión, así como proyectos de difusión de sus películas seleccionadas, con los ciclos Rumbo al Ariel en colaboración con la Filmoteca de la Universidad Nacional Autónoma de México, la Cineteca Nacional, el Cine Tonalá, La Casa del Cine y la Cátedra Ingmar Bergman en Cine y Teatro UNAM, con el Aula de Espectadores de Cine.

Las veteranas se hicieron presentes para brindar y recibir. Diana Bracho entregó el Ariel de Oro a Lucero Isaac, precursora y creadora de la Dirección de Arte en México que trabajó repetidamente con Luis Buñuel, Jaime Humberto Hermosillo y Arturo Ripstein, entre otros. Más tarde, cargando en el regazo el Ariel de Oro que le entregó Ofelia Medina, la actriz Isela Vega, quien antaño sacudió tabúes y concepciones moralinas con el cuerpo, clamó por retomar la ética y la empatía, disolver diferencias de clase y ponerse en el lugar del otro. Se leyeron cartas y manifiestos con las posturas políticas de la Academia en voz de estudiantes y egresadas de las escuelas del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos y del Centro de Capacitación Cinematográfica.

Maestras en activo como Julieta Egurrola colocaron reivindicaciones puntuales del gremio. Estuvieron acompañadas de un baterista que, con tambores y platillos, acentuaba y remataba los argumentos en pie de combate. Al lado estaban dos dibujantes con letreros, dibujos y animaciones realizadas en vivo sobre una mesa en el escenario, con un circuito cerrado que llevaba sus garabatos a una enorme pantalla a sus espaldas. En ese altar a la perfección y vigencia de las obras maestras, la espontaneidad de Alejandro Magallanes y del Dr. Alderete recordaba que la base de la imaginación está en el trazo de la mano. Aquí se expandía con la tecnología y condensaba la simplicidad y agudeza en la escucha atenta de las palabras.

Los resultados de la premiación muestran el hambre y la urgencia de revisar la historia reciente. Lo sugieren con firmeza los 10 Arieles que obtuvo La 4ª compañía (Amir Galván y Mitzi Vanessa Arreola, 2016), denuncia de la corrupción incubada en el seno de la impartición de justicia y las fuerzas del orden en nuestra ciudad con el pri en el poder.

En la reciente entrega, que estuvo a punto de cancelarse por falta de fondos debido al recorte de su presupuesto anual, quedó de manifiesto que la comunidad cinematográfica mexicana goza de buena salud, pese a los intentos por asfixiarla desde los presupuestos oficiales, y se exigió tanto a las Secretarías de Hacienda, y de Cultura como a la Presidencia de la República establecer una mesa de diálogo para mejorar y reparar tan desolador panorama por sus omisiones.

La constante al recibir la estatuilla fue el agradecimiento a quienes hacen posible cada filme, invariable largo viaje en equipo, pues en cada rodaje se forja o reafirma una familia que dará luz a esa película.

Adrián Ladrón, al recibir el Ariel a mejor actor, leyó un sentido manifiesto contra las desapariciones de presupuestos, de personas, de argumentos, en una nación que poco a poco desaparece.

La cineasta Tatiana Huezo, ganadora del Ariel a la mejor dirección y mejor largometraje documental, alzó también la voz por la integridad; llamó a resistir y no dejar que se imponga la oscuridad con la clausura de opciones y la negación de soluciones.

Esa lluviosa noche de julio, en la cúpula del Palacio de Bellas Artes quedó vibrando el clamor por recuperar un país que se desmorona y por resistir ante las catástrofes organizadas e inamovibles que se justifican como perennes. Los llamados se hicieron uno solo, por escuchar al otro y empatizar con horizontes más equitativos, justos y armoniosos.

El cine mexicano vibra y se transforma; con todas sus complejidades y contradicciones, supera las persistentes adversidades y se mantiene como imprescindible mosaico de reflejos y espejos para la sociedad.


1 “La calidad de las películas y la taquilla”, 6 de abril de 1947. Efraín Huerta, Close up, volumen II, Ediciones La Rana, México, 2010