Utopía año 501

para combatir la falta de prospectiva

El año pasado se celebró, de modo poco atendido, el aniversario 500 de la primera publicación de uno de los libros más memorables de la civilización occidental: Utopía. Su autor fue el abogado y juez, erudito y poeta, académico y ensayista, integrante de los llamados “humanistas” europeos de entonces, miembro y funcionario del parlamento, diplomático y consejero del rey y finalmente Lord Canciller de Inglaterra Tomás Moro (1478-1535). Un hombre, pues, como lo expresó uno de sus contemporáneos, “para todas las estaciones”; o sea, nada que ver con la conocida imagen del soñador sin pies en la tierra, que habitualmente se asocia con pensadores o escritores utópicos.

La época de Moro guarda semejanza con la nuestra, que es de una transformación civilizatoria evidente, pero por completo oscura respecto a su dirección –lo cual es evidenciado desde hace varias décadas por el uso frecuente del prefijo post en los conceptos usados para nombrarla: se entiende que se está ante la emergencia de algo nuevo, pero sólo puede decirse que las cosas ya no son como antes.

A principios del siglo XVI, la decadencia de los señoríos feudales, los cambios económicos iniciadores de la, sin que entonces se supiera nombrarla aún, acumulación originaria del modo de producción capitalista, y el efecto del “descubrimiento” de América y de las reformas religiosas como la luterana retaban la cosmovisión vigente. Al mismo tiempo, retaban la ética y la responsabilidad política, pues aumentaba la desigualdad social y crecían los reclamos de justicia social.

El libro de Tomás Moro es un intento de entender esa situación. De hecho, da los primeros pasos hacia algo que a finales del siglo XIX se consolidaría como ciencias sociales propiamente dichas. Aunque su “novela utópica” no inventa, sólo da nombre a una antiquísima tradición de pensamiento y acción (Moro se remite a textos semejantes de Platón y San Agustín), constituye un modelo literario influyente durante varios siglos, pues busca las causas de la situación insatisfactoria caracterizada por el despilfarro y la avaricia de los ricos y poderosos, el ninguneo de los pobres y miserables, el desprecio de los productores de alimentos, la desigualdad lacerante y la inseguridad pública, el sistema judicial colmado de leyes ininteligibles y de penas draconianas para las mayorías populares.

Moro no busca las causas de todo esto en la moral individual, la raza o la psique. En cambio, intenta explicar los fenómenos socioculturales por otros fenómenos del mismo orden sociocultural –aclarando al mismo tiempo que dicho orden es histórico; o sea, hecho por los seres humanos y, por tanto, modificable por ellos.

¿Suena fuerte el resultado de su diagnóstico? Pues define las naciones en todo el orbe “como un conglomerado [el original inglés dice conspiracy; o sea, ‘complot’] de gentes ricas que a la sombra y en nombre de la república, sólo se ocupan de su propio bienestar, discurriendo toda clase de procedimientos y argucias, tanto para seguir, sin temor a perderlo, en posesión de lo que adquirieron por malas artes como para beneficiarse al menor costo posible del trabajo y esfuerzo de los pobres y abusar de ellos”.

¿Acaso su texto (las citas están tomadas, con adecuaciones mínimas, de la conocida edición de su obra en el pequeño volumen editado por Eugenio Ímaz en el Fondo de Cultura Económica, Utopías del Renacimiento) no evoca enseguida y una y otra vez situaciones actuales? Veamos siete de tales situaciones.

• En vista de los efectos nocivos de la privatización a rajatabla de los medios de producción observables en todo el mundo (y muy en boga actualmente en México respecto, por ejemplo, a las tierras ejidales, y en toda América Latina, a los yacimientos de minerales), que siempre se justifican con la igualmente siempre incumplida promesa de incrementar pronto y casi de manera automática el nivel de vida de todos:

En otros sitios se habla del bien público, pero se atiende más al particular. En Utopía, en cambio, como no existe nada privado, se mira únicamente a la común utilidad… Entre los utopianos, siendo todo común, nadie teme carecer de nada, con tal que estén repletos los graneros públicos, de donde se distribuye lo necesario con equidad. Por eso no conocen pobres ni mendigos, y sus habitantes son ricos aunque nada posean.

• En vista de la enorme discrepancia de los gigantescos aparatos administrativos de planeación, regulación, reglamentación, supervisión, evaluación y difusión y sus continuos anuncios triunfales sobre la cantidad de empleos creados, por una parte, y la información oficial de que casi 60 por ciento de la población mexicana económicamente activa (la que no ha optado por migrar a Estados Unidos y Canadá) labora desde hace décadas en el llamado “sector informal” desprotegido de todo:

Podríase pensar que, como los utopianos trabajan sólo seis horas, llegarían a escasear entre ellos algunas cosas indispensables. Pero lejos de ocurrir así, no sólo les basta dicho tiempo sino que, aun, les sobra para conseguir con creces cuanto requieren sus necesidades o su bienestar. Esto se hará fácilmente comprensible si se considera cuán gran parte del pueblo vive inactiva en otras naciones… [y] el exiguo contingente de hombres ocupados en trabajos útiles porque donde todo se mide por el dinero es inevitable la existencia de profesiones en absoluto vanas y superfluas…

• En vista de la intensa promoción de consumo destinado a la ostentación, por ejemplo, en los ramos de la electrónica, relojería, ropa “de marca”, bebidas, automóviles y casas habitación para, si no se es rico, al menos parecerlo:

Mucho más asombrosa y detestable les parece la necedad de quienes tributan a los ricos, sólo por serlo, honores casi divinos, aunque nada les deben ni les están obligados por ningún concepto, conociendo además su sordidez y avaricia y sabiendo de sobra que mientras ellos vivan no han de disfrutar de sus riquezas ni un solo peso. [Y además] Se admiran de que un imbécil cualquiera, sin más inteligencia que un tronco y más necio que malvado, esclavice a muchos hombres discretos y de bien sólo porque posee gran cantidad de monedas de oro.

• En vista de la cultura política cargada de simulación, arreglos “en lo oscurito” y la aseveración pertinazmente repetida de los ocupantes de y suspirantes por cargos públicos de ser motivados única y exclusivamente por el supuesto afán de “servir”:

El que solicita algún cargo público pierde toda esperanza de conseguirlo… Ningún funcionario se muestra terrible ni orgulloso… Considérase delito capital deliberar, fuera del senado o de comicios públicos, sobre asuntos de interés común. Estas disposiciones se tomaron, según es fama, para impedir que, conjurándose el príncipe y los funcionarios, pudiesen tiranizar al pueblo o cambiar el régimen del Estado. De este modo, cualquier negocio de importancia grande se lleva a los comicios… A veces la isla entera participa en las deliberaciones.

• En vista de la cantidad monstruosa de reglas, normas, requisitos por doquier y la corrupción que genera para beneficiar indebidamente a quienes deberían aplicarlas y vigilar su aplicación, por lo cual curiosamente las carreras universitarias con más egresados son las de “administración” y “derecho”:

Opinan que es injusticia grande obligar a los ciudadanos con leyes, o demasiado numerosas para ser leídas en su integridad, o tan oscuras que sólo son entendidas de unos pocos. Han suprimido en absoluto a los abogados… pues la experiencia les ha enseñado que es preferible que cada cual defienda sus pleitos y exponga ante el juez lo que habría confiado a su abogado. De esta manera se evitan rodeos y se va derecho a la verdad… [considerando además que los ricos] consiguen que sus maquinaciones se manden observar en nombre de todos y, por tanto, en el de los pobres también, ya las ven convertidas en leyes… ¿Qué diremos de esos ricos que cada día se quedan con algo del salario del pobre, defraudándolo, no ya con combinaciones que privadamente discurre sino amparándose con las leyes?

• En vista de lo que un sociólogo mexicano ha calificado recientemente como “juvenicidio”, o sea, el hecho de que la mayoría de las decenas de miles de víctimas mortales de la llamada “guerra contra el narcotráfico” son, en ambos bandos, jóvenes (que, además, han dejado en el desamparo a incontables viudas y huérfanos):

Es inútil que elogiéis la justicia destinada a reprimir los robos, pues ella será más aparente que real porque consentir que los ciudadanos se eduquen pésimamente y que sus costumbres vayan corrompiéndose poco a poco desde sus más tiernos años para castigarlos cuando, ya hombres, cometan delitos que desde su infancia se hacían esperar, ¿qué otra cosa es sino crear ladrones para luego castigarlos? … Cuando sería mucho mejor proporcionar a cada cual medios de vida y que nadie se viese en la cruel necesidad, primero, de robar, y luego, en consecuencia, de perecer.

• En vista de que instituciones educativas públicas y privadas por igual se ufanan de formar “líderes” y “triunfadores”, no ciudadanos participativos y colaboradores solidarios:

Afirman los utopianos que la naturaleza misma nos prescribe una vida agradable; es decir, el placer como meta de todas nuestras acciones… [por lo que la naturaleza] invita a los hombres a que se ayuden mutuamente para lograr una vida de contento [en consecuencia de lo cual se ha establecido] como norma no buscar la propia comodidad a costa de la comodidad de los demás… Consideran que el hombre que consuela y alivia a los demás debe ser enaltecido en nombre de la humanidad.

Nada de fantasía barata, pues, sino cuidadosamente construida, la Utopía de Tomás Moro es un alegato a favor del uso de la razón: la ilustrada, la educada, la usada por los ciudadanos para configurar la vida en comunidad, para configurar la sociedad. Es un grito de justicia en medio de una situación nacional y europea entonces, tres siglos antes de la emergencia de las ciencias sociales propiamente dichas, poco inteligible, que denuncia como intolerable y sin futuro el estado de las cosas en la isla Inglaterra. A ella y su carácter antihumano desenmascara la sociedad soñada en la isla Utopía.

¿No adquiere aquí la expresión Nuevo Mundo un sentido doble? Pues, por una parte, es la región recién “descubierta” por los europeos, donde supuestamente se halla la isla Utopía reportada y donde parece no haber “el uso del dinero ni la ambición de poseerlo [por lo que] se han evitado innumerables pesadumbres y arrancado de cuajo la simiente de tantos crímenes”. Por otra parte, el libro anuncia la posibilidad histórica de vivir en una “república a la par felicísima y por siempre duradera”. Y de esa manera impulsa el sueño utópico y el esfuerzo analítico de la razón: pese a que no se sepa bien a bien cómo vaya a ser la nueva sociedad al final del día, sí se sabe que se debe y se puede actuar ya para empezar a reconocer y eliminar las causas de la miseria, la corrupción y la mentira pública, de la violencia física y simbólica contra los pobres, de la desigualdad excluyente y denigrante.


* Esteban Krotz. Estudios de antropología y de filosofía. Profesor-investigador en las Universidades Autónomas de Yucatán, y Metropolitana-Iztapalapa.