LA CRÍTICA EN EL MARGEN

Como indica el título de la obra, se trata de una reflexión liminar –en torno a la tan debatida “modernidad”–. En ella, esta condición marginal se expresa, como veremos, en más de un sentido.

Debatir sobre la modernidad no es un acto en boga en el último cambio de siglo para Latinoamérica (como sí lo fue en muchos espacios de Europa y Estados Unidos). La modernidad ha representado un reto y una confrontación para los latinoamericanos desde 1492, el año de la globalización geográfica del mundo y del “encubrimiento del otro”, como bien señaló Enrique Dussel en uno de sus textos, que por cierto se encuentra latente a lo largo de las reflexiones que integran este libro, donde con autores como Frantz Fanon, José Carlos Mariátegui, Bolívar Echeverría, Aníbal Quijano, José Martí y Arguedas, ilustra una tradición profunda y sólida de pensamiento crítico latinoamericano.

Y precisamente esa tradición devela uno de los aspectos más ricos del libro: el de una tradición en el sentido benjaminiano, una tra-dicción, un diálogo intergeneracional. La obra fue escrita no sólo por intelectuales consolidados, sino por jóvenes investigadores que actualizan problemas y autores, en una conjunción muy valiosa de rigurosidad, pero también de nuevas miradas y “frescura” intelectual que ensancha los horizontes académicos que, como todo, a veces tienden a anquilosarse.

Como se expresa en el título, el libro es un cartografía que no sólo recupera conceptos, categorías y problemas acuñados para pensar en y desde Latinoamérica: lleva a mirar hacia nuevos horizontes, hacia los problemas surgidos a partir de la reestructuración neoliberal del capital y que han transformado la política y la economía a escala global, y trastocado el sentido, el acontecer y el ser de quienes habitamos este mundo.

El libro se organiza en cinco grandes apartados que ofrecen, por una parte, un mapa de las principales contribuciones metodológicas y conceptuales latinoamericanas y de los autores que han consolidado una epistemología latinoamericanista. Por otra parte, hay una aguda reflexión histórica que abona a la discusión de los grandes temas contemporáneos desde una perspectiva crítica y marginal.

Aquí señalaré sólo algunos aspectos, a manera de invitación a leer el libro.

Comenzaré con el quinto y último apartado, “Estéticas otras, corporalidades diaspóricas y alteridades sexo-genéricas”, no sólo porque también me gusta pensar contracorriente sino porque éste me parece el territorio más liminar del mapa. Aquí escriben José Gandarilla, María Antonieta Antonacci, Gabriela González Ortuño y Verónica López Nájera. La sección inicia con la importancia política de la experiencia estética (“Bolívar Echeverría y la mímesis festiva”), donde se reflexiona sobre la fiesta y el arte como momentos de quiebre (eventualmente de ratificación o de subversión) de lo político.

El tema es fundamental, en la medida en que lo festivo ocupa una dimensión fundamental para las posibilidades de resistencia y la rebelión a lo largo de la historia en Latinoamérica. Pero sobre todo, se muestra como una posibilidad de articulación de acción social en nuestros tiempos, ante poderes cada vez más anónimos y abstractos, y frente a los alcances de la dominación que penetra hasta lo más íntimo de nuestro ser a tal grado que se pone en riesgo nuestra capacidad de ser, de articularnos efectivamente como sujetos.

Recuerdo haber leído en un texto de Ernst Bloch la importancia de la experiencia estética para la praxis revolucionaria: como es prefiguración (a diferencia de las utopías sociales, que pueden resultar una proyección demasiado distante), ésta nos toca, nos cimbra, nos devuelve a nosotras, nos afecta y, en consecuencia, es una experiencia concreta de subjetivación libre frente a la sujeción, a la alienación de la bestia trumphans de que habla Kosik (“ni la primera persona del singular ni tercera del plural sino una tercera impersonal, un ente masivo desprovisto de cabeza”).

El texto de Antonieta Antonacci vuelve sobre el territorio mínimo vital donde podemos situarnos los seres humanos: el cuerpo. Aquí nos presenta una propuesta de recuperar configuraciones políticas y poéticas como camino para decolonizar cuerpos y saberes; para enfrentar la estigmatización de cuerpos racializados y discriminados. Nos habla pues de una “estética de la resistencia”, que opone “lógica oral” y “razón gráfica” para construir la memoria a través de las “astucias de la razón oral”. Es interesante porque pone ejemplos de música, cine, narrativas africanas como espacios de resistencia y construcción de identidad.

Los dos últimos capítulos “(Trans)modernidad y feminismo”, de Gabriela González Ortuño; y “Feminismos decoloniales”, de Verónica López Nájera, representan reflexiones originales desde un feminismo latinoamericano que recuperan autoras y autores hindúes, caribeñas en particular y latinoamericanas, en general, y retoman a Silvia Federici para plantear un feminismo “de la diferencia”, que critica la idea binaria de género, por una parte, pero que también articula la cuestión de género, con el asunto de la raza y la colonialidad a fin de superar la triada colonialidad/capitalismo/patriarcado, como momentos de un mismo sistema de dominación.

La primera parte, “Hacia inexploradas zonas de la teoría crítica. Lugares para un relevo de sentido”, da lugar al “no lugar”, a la génesis del discurso insular, el discurso u-tópico latinoamericano. En el apartado escriben Eduardo Grüner, Roberto Almanza, Daniel Casimir y Alejandro de Oto, y se conjuga una profundidad teórica que comprende problemas modernos auténticamente universales, con la concreción histórica y humana a la que obliga pensar “desde acá”, desde Latinoamérica, desde la conciencia de que hay un “contexto de enunciación” (De Oto).

Se plantea así la cuestión de la subjetividad moderna, a partir de la experiencia histórica originaria de una ego conquiro, de un sujeto colonizador imperial (Almanza retomando a Dussel); frente a la posibilidad y persistencia de otras formas de subjetividad, de “multitudinarios sujetos colectivos” (Grüner), de la subjetividad desde el no ser, desde el “borramiento” del cuerpo racializado (Casimir).

La segunda parte, “Desde la historia y a contrapelo”, es acaso el momento crítico-histórico que sigue a la reflexión teórica del primer apartado y representa un interesante desafío al parroquialismo, no sólo “eurocentrado” sino –también– “interno”. Los autores navegan aquí por las aguas de la historia de los lugares más utópicos de América: el Caribe, la negritud y la construcción indígena, desgarradas, pero persistentes en el tiempo y el espacio.

Así, José Rabasa, desde el mundo que nos abre el mapa de Cuauhtinchan, muestra la coexistencia de varias concepciones espacio-temporales, de memorias y de posibilidades de re memorizar. Eduardo Restrepo muestra en “Tecnología para la salvación de las almas” cómo se ejerce un teopoder –reformulando el concepto foucaultiano de biopoder– como un sometimiento del cuerpo de los esclavos bozales en Cartagena de Indias, en nombre de “la salvación de las almas”.

En el mismo tenor apunta el texto de Itzá Edudave Eusebio, cuando explica la evangelización a partir de la racialización y la dominación justificada en la supuesta “minoría de edad” de la subjetividad india que, en esta lógica de “salvación”, necesita cuidado y acompañamiento.

Cierra el apartado histórico una magnífica exposición de Mario Ruiz Sotelo sobre Haití como espacio simbólico de liberación. Es primero La Española, donde surgirá la voz que clama en el desierto de Antón de Montesinos y los dominicos antillanos con Bartolomé de Las Casas. Y, luego, la primera independencia latinoamericana que será, a juicio del autor, “revolución de revoluciones” al cuestionar la propia Revolución Francesa y los pensadores ilustrados como colonialistas y esclavistas.

Los capítulos III y IV vuelven sobre conceptos, categorías, autores y problemas enriquecedores del pensamiento crítico y la praxis latinoamericanos.

Comienzan con un texto de José Gandarilla, quien plasma una genealogía y dimensiona los alcances y los límites de las teorías poscoloniales y la contribución del giro decolonial.

Juan Cristóbal Cárdenas, reflexiona sobre los aportes críticos de la articulación de la teoría de la dependencia y la filosofía de la liberación a partir de un marxismo crítico, particularmente en el pensamiento de Enrique Dussel.

Alicia Hopkins a su vez hace una genealogía y un balance crítico del concepto de exterioridad de Enrique Dussel que aporta al pensamiento de Marx la consideración del oprimido no sólo como trabajador (explotado) sino, también, como persona manifestada en lo singular como pobre y en lo comunitario como pueblo.

Por su parte, Víctor Hugo Pacheco presenta una genealogía cuidadosa del concepto de colonialidad del poder en Aníbal Quijano, así como su vínculo, sus concurrencias y diferencias con otros pensadores como Pablo González Casanova e Immanuel Wallerstein.

Armando Bartra propone como alternativa al ethos barroco de Bolívar Echeverría un pathos grotesco, una estrategia de exterioridad social, de rebelión e irreverencia a partir de lo festivo y carnavalesco (en la línea de Mijail Bajtin) y de lo mítico (en el sentido que le daban Sorel y Mariátegui).

Mariana Gaytán propone un “pensamiento fronterizo” como ejercicio político-intelectual de decolonización epistemo-onto-lógica a partir de críticas como las de Santiago Castro-Gómez (la supuesta objetividad/neutralidad modernas que plantean un conocimiento sin sujeto o hybris del punto cero) y de Edward Said (violencia epistémica de la colonialidad).

Jaime Ortega propone “descarrilar el tren del progreso” a partir de una “modernidad periférica” que recupera del pensamiento de Adolfo Colombres, donde una nueva práctica política que quiebra el paradigma modernizante y la idea de progreso precede a una nueva epistemología a partir de una “tradicionalismo crítico” o “tradicionalismo de resistencia”.

Finalmente, Rebeca Peralta, ofrece un texto donde se presenta la experiencia política de los últimos años en Bolivia como una crítica a la modernidad desde la praxis. Expone justamente la experiencia práctica del buen vivir, la democracia intercultural, la plurinacionalidad y la autonomía indígena.

En fin, éstas son apenas unas postales del amplio panorama de discusiones propuestas por esta cartografía. Suponen apenas una invitación a subirse a este barco y emprender un viaje por América que, en mucho, sigue siendo ese “nuevo mundo” abierto como territorio de renovación y acumulación originaria del capital para los europeos del siglo XVI y que hoy, en el XXI, tenemos que comenzar a abrir para nosotras.

Todos estos mundos hoy llamados América, en su existencia marginal, llevan la huella profunda de la modernidad, pero también desde sus márgenes del océano, le permiten cuestionar las posibilidades y los límites de la modernidad en sus complejas, múltiples y desiguales manifestaciones.

Y desde las memorias ancestrales y los deseos utópicos de Nuestra América, desde este quiebre epistemológico llamado por algunos de los autores “lugar de enunciación” se divisa mejor ese páramo instalado desde la irremediable tendencia a la abstracción y deshumanización surgidas del capital. Y en la historia del mundo, hoy como ayer, siguen siendo por mucho ínsulas privilegiadas para la esperanza, las Américas indias, mestizas, negras (si hablamos de culturas), marxistas, anarquistas, agraristas, feministas (si nos remitimos a las tradiciones teórico-militantes)… en fin: las américas críticas, no como abstracción sino como concreción de los mundos de la vida y sus sujetos sociales que tanto se resisten y rebelan, como lo han hecho a través de cinco siglos, a la modernización y el discurso del progreso del capital.

José Guadalupe Gandarilla Salgado (ed.) (2016). La crítica en el margen. Hacia una cartografía conceptual para rediscutir la modernidad. Akal/Inter Pares, 560 páginas.

Publicado en MEMORIA 264