Tesis 1. Cualquiera que sea el resultado de las elecciones de julio de 2018, éstas marcarán el final de una forma de ejercerse la izquierda en México. Asistiremos, asistimos desde ahora, al agotamiento de las prácticas, las estrategias y tácticas, las formas organizativas, identidades y estilos de todos los agrupamientos que de una manera u otra se reclaman de izquierda, ya sea que se sitúen en el sector de las organizaciones partidarias legalizadas, electorales; o bien, en los márgenes, en el ámbito indígena, campesino, obrero o urbano. Reformistas o revolucionarios, nacionalistas o internacionalistas, socialistas moderados, comunistas radicales, anarquistas, todos verán la orilla del abismo de los territorios por los que han transitado en los últimos 30 años. Y ello acontecerá se reconozca o no el triunfo de López Obrador; es más, si se reconoce esa victoria, las izquierdas vivirán de manera aún más apremiante el final de lo que han sido. Es seguro que la lucha no terminará. Pero cambiará, necesariamente, la forma de realizarla.
Tesis 2. Lo que terminará en julio de 2018, para la izquierda y para el país, es lo que empezó en julio de 1988. Para México en su conjunto, aquel año se inauguró la entronización explícita de la ilegitimidad como forma y dispositivo de gobierno. Es cierto que en el país, desde hace 200 años, no se han contado los votos; pero a partir de 1988, lo que tuvo lugar fue la exhibición del fraude como fuente explícita de antilegitimidad y fundamento del poder. Lo resumió Calderón implacablemente: “haiga sido como haiga sido”. Ésa fue la consigna fundadora de una concepción nueva de la política. ¿Quién posee los títulos necesarios para mandar? El capaz de robar las elecciones.
Tesis 3. Aunque asistimos durante tres décadas a la construcción de un régimen antidemocrático, antilegítimo (un tipo de régimen, por lo demás, nunca pensado o imaginado siquiera por el mainstream de la teoría política), la aprehensión de ese hecho fue imposibilitada, obnubilada por la promoción hegemónica de un discurso ofrecido como la descripción adecuada de lo que estaba aconteciendo: el leitmotiv de la supuesta transición a la democracia. El vocabulario de ese ideologema sirvió para que los actores políticos pudieran comunicarse entre ellos, y para establecer una agenda de construcción institucional (el IFE, la fiscalía electoral, el tribunal electoral, etcétera), cuya función consistió en postergar indefinidamente el advenimiento real de la democracia. Cada vez estamos más cerca, se nos decía; sólo hacen falta nuevas reformas. Ese discurso está ya hoy perimido y es un componente esencial de lo que no puede durar a partir de julio. La democracia, hoy lo sabemos, es una contingencia que acontece sin transición. Se está en ella o no; así de simple.
Tesis 4. A partir de 1988, la izquierda o, mejor, las izquierdas hicieron girar su identidad alrededor del fantasma de la transición a la democracia. Unas asumiendo sin recato el programa, otras intentando desmarcarse, pero todas jalonadas, revoloteando alrededor del mismo foco. En el plano intelectual, se trató de una derrota de la izquierda en toda regla. Lo elaborado con anterioridad (por ejemplo la “vía mexicana al socialismo”, soñada por el Partido Comunista Mexicano en su decimosexto congreso; o la democratización radical de todas las esferas de la vida que imaginó Pablo González Casanova) fue ocultado, con vergüenza, debajo de la cama y olvidado. La debacle en la teoría se tradujo poco a poco en el desfondamiento de las formas organizativas. La ironía es que tenía razón Lenin: sin teoría revolucionaria no hay acción revolucionaria. Vaciados de proyecto intelectual, se vaciaron también las células, los seccionales, los sindicatos, los comités. Quedaron sólo asambleas generales, pequeños amontonamientos de poca gente. ¿Dónde estuvo el quid de la derrota? En que la izquierda empezó a concebir que su objetivo en México era luchar por la democracia, y no por el poder de la democracia. Es como si un equipo se comprometiera a luchar por el futbol –así, en general– y no por ganar sus partidos y el campeonato.
Tesis 5. Ni por pereza intelectual ni por ineptitud la izquierda hizo suya la idea de la transición a la democracia. El tema es complejo y profundo. Habría que considerar ahí las crisis del marxismo y del socialismo real; las luchas por la democracia en el cono sur, las críticas neoliberales de la política, y muchas cosas más. Pero en el fondo, si las izquierdas fueron seducidas por la transición, ello se debió a que al parecer empezaron siendo muy exitosas practicando ese juego. Comenzaron ganando. Cárdenas triunfó en las elecciones de 1988, con lo cual hizo de pronto absolutamente verosímil el relato transicionista. La izquierda volvió a ganar de modo indudable en 2006. Y desde luego es muy posible que AMLO gane en 2018. Con él o sin él, el juego habrá terminado.
Tesis 6. De las elecciones de 1988, la izquierda obtuvo dos lecciones, lamentablemente contradictorias entre sí. La primera, que una estrategia ganadora consistía en la alianza con los “sectores progresistas” de la ideología histórica de la Revolución Mexicana; la segunda, que los movimientos sociales, más exactamente la “sociedad civil”, antes que el proletariado o el partido, constituían la fuerza capaz de presionar la transición. La generosidad de los militantes izquierdistas no tenía y no tiene límites. Por eso, con relación a lo primero, la supuesta eficacia de la unión con los personeros progresistas del antiguo régimen, una de las consecuencias de la lección aprendida fue que, a escasos cinco años de la fundación del PRD, los antiguos comunistas habían cedido a los representantes cardenistas el registro del partido y también sus edificios, imprentas, todos sus bienes materiales y el aparato burocrático y de dirección que había costado décadas de lucha construir.
Tesis 7. El grupo mafioso-político conocido como los “chuchos” constituye el producto más acabado del transicionismo, en el sentido de que su acción oportunista se cobija bajo el argumento de que la lucha en que están comprometidos es “por la democracia”. Incluso la alianza última que el PRD ha establecido con el PAN se realiza bajo esa tapadera: en aras de la transición, de dar pie al juego democrático, hay que sacar de Los Pinos al PRI, aunque para ello haya que unirse a quien sea. Lo crucial estriba en la democracia. La corrupción política de ese grupo, y de muchos otros, radica en que renunciaron a ganar el poder del Estado. La escritora colombiana Laura Restrepo caracterizó este fenómeno muy bien cuando, en una entrevista concedida a La Jornada hace algunos años, señaló que, en política, la única actitud ética consistía en tomar el poder. Las fuerzas que se eternizan en sus afanes, pero no alcanzan el objetivo, terminan por amoldarse, por acomodarse en un modus vivendi, apoltronarse en la administración de sectores, de migajas. En aquel momento, seguramente Restrepo tenía en mente a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, pero su razonamiento podría aplicarse con mucha más propiedad a los chuchos. Con otro elemento más. El discurso de la transición democrática considera ésta básicamente como una cuestión asociada a cierto diseño de las instituciones del Estado. Por eso, cuando los chuchos no pudieron ganar la presidencia del PRD a través de las elecciones internas de ese instituto, recurrieron al poder del Estado para que éste los pusiera al frente. A fin de cuentas, el tribunal electoral constituye una de las más valiosas instituciones del tránsito hacia la democracia.
Tesis 8. Mil novecientos ochenta y ocho constituyó, en efecto, una eclosión electoral de la izquierda que contó con el respaldo de una gran movilización social. No podría entenderse dicho año sin el temblor de 1985 y el movimiento del Consejo Estudiantil Universitario, dos instantes magníficos de lo que Carlos Monsiváis caracterizó genialmente como el nacimiento de la sociedad civil. Lo social organizado autónoma e independientemente de lo estatal fue la novedad en un país que llevaba décadas sometido a un régimen de partido de Estado. La izquierda histórica había colaborado de manera decisiva para que esa irrupción independiente tuviese lugar: el movimiento magisterial, el de los ferrocarrileros, el de 1968, el sindicalismo universitario, todos ellos fueron antecedentes difíciles y con frecuencia dolorosos de ese levantarse sísmico de la autonomía social. El discurso original del PRD recuperó los ecos de esto cuando intentó definirse como un partido-movimiento. El problema radicó, sin embargo, en que esa celebrada sociedad civil constituía un fenómeno que reaparecería sólo una o dos veces más y hoy, al parecer, está del todo desfallecida. Volvimos a verla en las movilizaciones que siguieron al levantamiento zapatista en 1994, y en los recientes temblores pudimos identificar a lo lejos los fantasmas de su retirada. Es que la sociedad movilizada en 1985 o alrededor del primer zapatismo fue el ámbito independiente donde, por un momento, los hombres se gobernaron a sí mismos, pero la distinguió de otras muchas oleadas anteriores y posteriores su carácter universal, omniabarcante, incluyente. Después de aquel temblor estuvimos todos en las calles, compartiendo tareas y ejerciendo el gobierno, lo mismo anarquistas que monjas, señoras de sociedad que obreros, derechas e izquierdas, aristócratas y plebeyos, el campo y la ciudad. Todos. Y lo mismo ocurrió cuando las manifestaciones espontáneas en la Ciudad de México exigieron a Salinas que parara la guerra. El subcomandante Marcos, con razón, solía dirigir sus comunicados a la Señora Sociedad Civil que había detenido la guerra. Después dejó de hacerlo. Y también con razón pues, en adelante, nunca más volvería a existir la movilización social universal que convocase a todos sin distinción. En lugar de eso, la sociedad está fragmentada, disyunta y dispersa, y al parecer ya no hay evento o tragedia natural que pueda unificarla. Ni siquiera la muerte cotidiana de miles de personas es vista de la misma forma por los diferentes bandos de la sociedad. Todo es polémico y heterogéneo. Ello no está mal y no podría ser de otra manera. El problema radica en que buena parte de la izquierda quiso construir su fuerza e identidad a partir de una señora sociedad civil unificada que pasó a retirarse. Por eso no hubo movimiento sino sólo partido y además, como vimos en la tesis 4, sin estructura, desfondado.
Tesis 9. La victoria de Vicente Fox en 2000 constituyó un fuerte trauma para la izquierda, del que aún no puede recuperarse y que estuvo a punto de echar abajo el dispositivo (en sentido foucaultiano: conjunto de prácticas, discursos, instituciones, escenificaciones, racionalidades, disciplinas, materialidades) que organizaba su identidad. Haber puesto todos los sacrificios, la historia, las tradiciones, el heroísmo para derrotar al partido de Estado, y no haber sido ellos la fuerza que alcanzara la victoria, fue un durísimo golpe para los izquierdistas. Pero paradójicamente, el trauma no los llevó a revisarse sino a profundizar y consolidar aún más su transicionismo. El consuelo radicó en decirse a sí mismos que, a fin de cuentas, no habían perdido, pues había ganado la democracia, y por ella luchaban. Un paso más e incluso se llegaría a alcanzar la ansiada “normalidad democrática” que algunos ya pregonaban. La alianza con los sectores progresistas del antiguo régimen, entonces, se consideró más pertinente que nunca. La victoria panista hizo más agudas una serie de tentaciones que ya acosaban al PRD. El abandono de todo sueño movimientista fue total. ¿Para qué trajinar en la organización social si el PAN demostraba que para triunfar bastaba tener equipos suficientemente profesionales? El sometimiento a la profesionalización de la política vació de todo sentido a la práctica de la militancia. ¿Para qué pintar bardas si podía contratarse a empresas que las harían mucho mejores? ¿Para qué poner a los militantes a analizar la coyuntura si podía recurrirse a las consultorías adecuadas? Y desde luego, los movimientos sociales traen consigo un estilo plebeyo que sólo puede ser restador de votos y de mal gusto. El fraude de 2006 volvió las cosas a la normalidad, y la izquierda puedo vivir un nuevo 88. Con mucha fuerza, pues ganó las elecciones. Con tanta fuerza que, por una última vez, pudo recuperar el objetivo de tomar el poder, y ocurrió el desgajamiento fructífero que constituye hoy Movimiento Regeneración Nacional (Morena). Luchar por el poder de la democracia.
Tesis 10. De distintas formas, y aunque sólo fuera a veces por un afán desesperado por deslindarse, los trazos esenciales de la coyuntura 1988-2018 y la hegemonía del discurso de la transición democrática marcaron también el conjunto de las otras izquierdas que no se agruparon alrededor del PRD. Ante la inefectividad manifiesta e incluso las evidencias de la corrupción política que se apoderaban de las instituciones oficializadas de la transición, la reacción extrema no se hizo esperar: cambiar el mundo sin tomar el poder. Y aunque este lema tiene raíces indudables en tradiciones anarquistas e incluso marxistas muy respetables, el problema radica en que cuando se convirtió en consigna actual, llevó a sus proponentes, empezando por los zapatistas, a una serie de contradicciones e inconsistencias y, sobre todo, a una coincidencia inesperada con lo peor de los transicionistas: para éstos, desde luego, nunca se trató de tomar el poder. La ironía implícita en el nombre de “La otra campaña” se revirtió sobre sus promotores, pues si se buscaba hacer algo distinto, ¿por qué entonces realizar precisamente eso, una campaña? El mismo oxímoron aconteció con la postulación de la candidatura indígena de Marichuy. ¿Estar en las boletas para hacer visible la lucha no sería a la vez un afán por volverla invisible como fuerza política real, efectiva? Si el zapatismo no ha caído en la corrupción transicionista, es porque, pese a su discurso y sus contradicciones, toma y ejerce el poder en la región en que gobierna. Actúa entonces éticamente en la política. El problema es que, como los demás agrupamientos izquierdosos, está encerrado en el laberinto de la ideología de la transición democrática y no ha conseguido articular una visión teórica en realidad distinta. Es, sin embargo, la fuerza política que con mayor seriedad se ha propuesto articular un marco teórico y un proyecto diferentes. Muchos han criticado la sexta declaración de los zapatistas como un documento sectario, mucho menos universalista que sus manifiestos anteriores. Sin negar sus limitaciones, la Sexta constituye el índice de una claridad que se hizo en el intelecto zapatista; a saber: la difuminación de la señora sociedad civil y la necesidad de una nueva concepción, fragmentaria, antagónica, desgajada, de los movimientos sociales. En cualquier caso, navegar humorísticamente alrededor de los eventos del calendario transicionista es algo que, también, ha alcanzado su agotamiento en 2018.
Tesis 11. Es radicalmente importante vencer el fraude que de nuevo se prepara contra el triunfo de López Obrador. De ello depende que pueda detenerse la consolidación de un sistema de poder estructural y sistemáticamente ilegítimo, más aún, antilegítimo, una condición de excepción, una creación nueva en la historia y la teoría de las formas políticas, cuya base de funcionamiento es la imprevisibilidad y la violencia. Una situación sin ley en la que, de modo paradójico, todo, las injurias y vejaciones más extremas, serían legales. Ya estamos en ello. Si el fraude logra imponerse, a esa condición anómala se calificará de normalidad democrática: el objetivo alcanzado de la transición. Pero aun si gana López Obrador, no es seguro que sólo eso nos permita evitar ese destino oscuro. El corrimiento cada vez más a la derecha del candidato de Morena, su afán de lograr que su victoria sea aceptada por poderes arcanos, apuntan a que la izquierda deberá entonces seguir luchando. Con una teoría propia, con ideas nuevas.
Lo que no puede durar en 2018 es la izquierda como hasta ahora la hemos conocido.