I. El peso de la ideología dominante
Para empezar, recordemos una hipótesis clásica: “la ideología de la clase dominante como regla funciona como ideología dominante a escala de la sociedad global”; es decir, la ideología de “los de arriba” no sólo guía a la clase capitalista: ha penetrado también en la trabajadora y configura buena parte de su visión del mundo, de sus creencias y valores. Cuando esta situación se da, se dice que el sistema opera con muy alto grado de legitimidad: la mayor parte de la población lo considera “adecuado”, “el mejor posible”, “digno de apoyo”, etcétera.
El nivel de legitimidad que alcanza el sistema depende de diversos factores. En términos gruesos señalemos a) el funcionamiento del sistema económico: ritmos de crecimiento del producto interno bruto, PIB (alto, medio, bajo, nulo), distribución del ingreso (equitativa, regresiva), niveles de ocupación (alta o baja cesantía), evolución de los niveles de vida, etcétera; b) funcionamiento del sistema político: ¿opera una democracia representativa? ¿Elecciones de dirigentes con cargo al sufragio universal y permanente?; y c) funcionamiento del sistema ideológico-cultural: ¿cuál es el poder de la ideología de la clase dominante?
Las tres dimensiones, a), b) y c), interactúan y, a la vez, funcionan con cierto grado de autonomía. Si todas operan en favor del sistema, la legitimidad y estabilidad del régimen serán elevadísimas. Y si todas van en contra, el sistema estará sumido en una honda crisis y al borde del colapso. Como regla, nunca se da una estabilidad total. Y las situaciones de crisis total, que implican la posibilidad de una revolución profunda, son infrecuentes. Como sea, la historia muestra que sí tienen lugar situaciones más o menos semejantes. La Alemania que va desde el inicio de la Primera Guerra Mundial, en 1914, hasta el derrumbe del nazismo y el fin de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, es ejemplo de desajustes mayores. Y el Estados Unidos que va desde 1940 hasta aproximadamente 1975-1989 es buen ejemplo de elevado grado de legitimidad y estabilidad.
Lo más usual es en todo caso la existencia de contradicciones y conflictos que evitan una perfecta legitimidad y que, a la vez, no alcanzan a provocar la desintegración del sistema. Se tiende a suponer que los conflictos decisivos se localizan en el sistema económico y que de allí se trasladan al espacio de la política y el ideológico-cultural. Como primera y gruesa aproximación, podría aceptarse tal enunciado. El problema que aquí suele emerger es caer en una visión cruda y mecanicista en que, por ejemplo, lo ideológico es simple reflejo fotográfico, sin vida propia, de lo que sucede en la economía. Si así fueran las cosas, estudiar el factor ideológico tendría poco sentido: para entender el fenómeno global bastaría estudiar el puro aspecto económico. Pero no hay tal.
En ocasiones, el sistema económico funciona en términos que no ayudan a la estabilidad del sistema. Por ejemplo, cae la inversión, la economía no crece, bajan los salarios y cunde la desocupación. El deterioro económico presiona las variables políticas e ideológicas. Pero no debe esperarse una respuesta automática: la política y la ideología funcionan con cierta autonomía y pueden contrarrestar las presiones de la economía. Si esto sucediese, las variables política e ideológica funcionarían como factores de conservación. ¿Por qué esta capacidad para oponerse al cambio? Para responder, nos concentramos en el análisis del factor ideológico.
En otros tiempos, cuando se hablaba de la ideología como factor de estabilidad del sistema social, siempre se aludía al elemento religioso. Como escribía Daniel Defoe, el gran poeta inglés de los tiempos de Cromwell, “la religión está siempre al lado del más fuerte”.1 En la actualidad, el factor religioso sigue pesando, sobre todo en América Latina. Pero han surgido herramientas más potentes.
En el mundo contemporáneo se han dado innovaciones tecnológicas, como la radio y la televisión, que han dado un poder inmenso a los factores ideológicos. En los inicios del capitalismo y tras el invento de la imprenta, los libros primero y luego los periódicos relativamente masivos pasaron a desempeñar un papel nada menor en la reproducción del sistema. Pero ya desde el primer tercio del siglo XIX, los movimientos obreros más radicales tuvieron acceso en algún grado a hojas, folletines y periódicos impresos que lograban difusión.2 En breve apareció y se difundió la a veces denominada “prensa obrera”. Con ello, el peso de la ideología dominante se debilitaba en una medida no menor. Después, con la difusión masiva de los nuevos medios, como la radio y la televisión (“no hay hogar sin radio y sin TV”), la situación empezó a modificarse drásticamente.
¿Por qué? Mencionemos a) la indicada difusión masiva de los nuevos medios. De la TV, hoy cabe hablar de alcance universal; b) el medio televisivo es más simple, directo y emocional que el literario impreso, el cual plantea mayores exigencias de razonamiento abstracto. En breve, aparte de resultar más eficaz, supone un arma simple y que favorece la idiotez y despolitización de los de abajo; c) la creación de empresas televisivas exige tamaños mínimos de inversión muy elevados. En consecuencia, pocos empresarios pueden abordar el negocio. Con ello, en términos casi espontáneos, en el rubro imperan estructuras monopólicas; d) el ingreso de las cadenas televisivas está en alto grado sustentado en la publicidad que vendan. Ésta es cara y contratada sólo por corporaciones monopólicas de gran calado. Se desemboca así en una simbiosis nada sorprendente entre los grandes monopolios (casi siempre transnacionales) y las grandes cadenas televisivas. Baste preguntar: en sus programas de noticias ¿se atrevería una cadena televisiva a acusar de dolo y corrupción a empresas que son los grandes compradores de su cartera de publicidad?
En países como Estados Unidos, la penetración de los medios resulta impresionante. Para 1998, se ha señalado que el estadounidense promedio consumía nada menos que 11.8 horas por día, donde la televisión es el medio más socorrido. Ya en el siglo actual, internet es el que crece más y más. Según McChesnay, no está claro si lo hace a costa de otros medios o ayuda a elevar aún más esas espeluznantes 11.8 horas.3 Valga agregar: también se observa un fuerte descenso de los medios escritos: prensa cotidiana, revistas. De hecho, hay un proceso general de desplazamiento de la cultura escrita por una visual. Probablemente, ello afecta las capacidades para manejar razonamientos abstractos, en favor de una visión más gráfica, impresionista y externa.
La impresionante penetración de los medios no es políticamente aséptica. Por el contrario, estos medios están asociados de modo estrecho a las altas cumbres del poder económico y político. Según McChesnay, “los medios han llegado a ser una importante fuerza antidemocrática en Estados Unidos”.4 El citado autor agrega otros elementos por subrayar: el entreguismo y la venalidad característicos de los periodistas, presentadores y demás: “la corrupción del periodismo íntegro siempre es mala. Pero ha llegado a ser obscena bajo la extrema concentración de los medios que ahora existe”.5
A final de cuentas, encontramos una dictadura mediática irrestricta. Una delgada capa de personas controla los medios de comunicación e impone así a prácticamente toda la población sus formas de sentir, valorar y “pensar”. Ello se ejecuta invocando –con total desparpajo– la llamada “libertad de expresión”. Y no está de más insistir: el poder actual de los medios es probablemente incluso mayor que el de la Iglesia en el Medioevo. En esa época, la vida de los “rústicos” o campesinos giraba en torno a una pequeña extensión de tierra, y todas las relaciones que les interesaban eran las del tipo “cara a cara”. El pasado se registraba por transmisión familiar oral o de los “rapsodas” del tipo griego.
Hoy, el paisaje es muy diferente.
En la actualidad, tiempos de la denominada “globalización”, la vida de la clase trabajadora depende no sólo de lo que sucede en la fábrica donde se labora. Inciden también con fuerza creciente los acontecimientos de zonas geográficas muy alejadas: otros países, continentes, pueblos. Y lo que se logra saber de lo “externo” no pasa evidentemente por la experiencia directa. Esa información viene mediada y confeccionada por los medios de comunicación. En ello, las frecuentes distorsiones resultan monumentales. Por ejemplo, en las innumerables guerras de agresión que ha emprendido Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial, lo que se informa muy poco ha tenido que ver con la realidad de los hechos. Para saber de ésta, se han necesitado investigaciones especiales, periodistas ajenos al stablishment mediático y verdaderas denuncias de algunos soldados involucrados en tales enfrentamientos (como el de Vietnam). Además, a estas denuncias poquísimas veces tienen acceso las grandes masas, por lo común vacunadas casi para siempre con la ideología imperial.
En un sentido general, factores como los indicados dan lugar a que el poder ideológico opere con gran peso en las sociedades contemporáneas. Y como están sumamente concentrados, es fácil entender que tal situación da lugar a una fuerte manipulación y distorsión de las realidades de la vida contemporánea. Asimismo, ponen en suspenso las posibilidades de un real funcionamiento de los procesos democráticos y de la misma libertad (de decidir, de elegir) de los ciudadanos.
De lo señalado conviene avanzar a un nivel de análisis más concreto. Aproximarse a las realidades del neoliberalismo contemporáneo y de su operación en el caso de México. Es lo que examinaremos en los siguientes apartados.
II. La ideología dominante y los problemas de la oposición política
Consideremos el caso del modelo neoliberal en América Latina. Podríamos pensar en Argentina, Brasil, Chile. Para tener un referente concreto y a la mano elegimos a México.
En este país, los resultados económicos han sido desastrosos: una economía cuasi estancada,6 pésima distribución del ingreso,7 alta marginalidad8 y fuerte porcentaje de la población en condiciones de extrema pobreza. A esto se añaden una violencia extrema y masiva,9 corrupción elevadísima10 y, en términos generales, una descomposición social que se expande y ya es aguda. En abierto contraste, la ideología neoliberal se ha extendido y asumido un papel dominante, lo cual en buena medida se explica por la feroz dictadura mediática.
En este marco, nos preguntamos por las opciones que podrían oponerse al modelo neoliberal. Una, la más radical, sería la propuesta de romper con el neoliberalismo para avanzar a un régimen socialista. Una segunda ruta no se plantea romper con el capitalismo, pero sí cambiar el neoliberalismo por otro tipo de capitalismo, por ejemplo, de tipo democrático, nacional e industrializador.
La alternativa socialista es hoy, 2018, extremadamente débil. En ello inciden a) la revolución triunfante de Carranza, Obregón, Villa y Zapata posibilitó un férreo control de la clase obrera, en especial de la localizada en las industrias más grandes y estratégicas. En breve descabezó lo que pudo haber sido una opción socialista: b) el fracaso del grueso de las experiencias socialistas ha desacreditado bastante dicha alternativa. A ello se añade el efecto de una propaganda implacable. Se ha llegado a creer que los militantes comunistas son la misma encarnación del mal: agentes del demonio y del horror, gente que se come a los niños crudos.11
La opción demoburguesa parece de momento la única con posibilidades de fructificar. Pero se encuentra con dificultades mayores. Una de ellas reside en las tradicionales vacilaciones que en el orden político tipifican a la pequeña burguesía y a la media. Un segundo factor radica en la debilidad de la clase obrera industrial. La historia es abundante en ejemplos (de la Revolución Francesa para acá) de cómo una clase obrera fuerte empuja a la burguesía y la lleva a radicalizarse: a cumplir completamente sus tareas. Un tercer factor es el mediático, y en él nos concentraremos.
Por su desempeño económico, el modelo neoliberal genera un amplio descontento. En México afecta de modo negativo aproximadamente a 95 por ciento de la población. No obstante, cuando esas personas acuden a las urnas para elegir presidente, más de dos tercios votan por candidatos neoliberales.12 O sea, hay una extendida falsa conciencia social (o alienación ideológica). La gente sufre, pero no identifica las reales causas de sus penurias. Peor aún, llega a desconfiar e incluso atacar a las fuerzas políticas que podrían beneficiarla.
¿Por qué tiene lugar una situación tan anómala?
Una respuesta fundada exigiría un libro o más, pero aquí, usando una óptica selectiva, apuntaremos sólo a tres:
a) El sistema político mexicano, desde siempre y mucho antes del advenimiento del neoliberalismo, ha mostrado gran capacidad para absorber, a título individual, a dirigentes de la oposición potencialmente peligrosos. Éste, por ejemplo, fue el caso de Porfirio Díaz, quien en sus inicios fuera liberal y compañero de luchas de Benito Juárez, para terminar como un dictador cuasi eterno y terco defensor de la “aristocracia” terrateniente y el capital extranjero. Después, tras la revolución, la lista de personajes absorbidos es casi infinita. Y no sólo en el plano estrictamente político: también en el intelectual, el artístico y otros.13 En suma, el régimen ha venido de manera sistemática dejando sin cabeza a las fuerzas potencialmente opositoras.
b) La absorción también ha operado en el plano de partidos políticos. En el último tiempo, el caso más significativo ha sido el del Partido de la Revolución Democrática (PRD): en las elecciones de 2006 llevó de candidato a López Obrador, quien ganó la votación; no obstante, tuvo lugar un desvergonzado escamoteo de sufragios en favor de Calderón, candidato del Partido Acción Nacional (PAN). En la actualidad, el PRD (ya sin AMLO) va en alianza política con el muy derechista PAN. ¿Qué pensará un pueblo que observa tamaña voltereta? ¿Qué puede aprender de política si los que hasta hace muy poco eran enemigos mortales ahora viven en público amasiato? Además, los del PRD como furgones de cola o sirvientes de la extrema derecha.
Obviamente, el efecto de tamañas volteretas sólo contribuye a sembrar una fuerte confusión en los sectores populares. Más aún, todo desemboca en un extendido desencanto y hastío respecto a la política y los políticos.
c) El efecto de los medios (televisión y radio) sin duda se lleva la parte del león. De modo más preciso, como están brutalmente concentrados y en manos de un grupo reaccionario, cabe hablar de una dictadura mediática, con mensajes que transforman lo blanco en negro, lo malo en bueno y así. En el plano de los noticiarios y los programas de opinión política no hay prácticamente ningún periodista de izquierda o crítico del sistema.14 Pero tal vez de mayor eficacia es la propaganda más o menos subliminal y hasta inconsciente que transmiten los locutores del deporte y espectáculos, quienes amén de analfabetos son ultrarreaccionarios. También está la “joya de la corona”: las famosas telenovelas impulsadas por el consorcio Televisa. Éstas compiten en idiotez, en arribismo social, en vulgaridades y detritus moral. El efecto de estos mensajes en la periferia urbana y sobremanera en el medio rural y de provincias es impresionante. En suma, bajo la máscara del entretenimiento se provoca una gigantesca falsa conciencia social (“los pobres son los buenos, los que al cielo se van”, “los ricos también lloran”, “sea emprendedor y tendrá éxito”, “huya de la política”, “la libre iniciativa engendra prosperidad”, etcétera).
Hay un último y decisivo tema. Lo denominaremos difusión de los mitos (la ideología) neoliberales. Se trata de una propaganda presentada como si no lo fuera, como verdades evidentes por sí solas, casi propias de la vida cotidiana y repetidas con singular suficiencia. La ideología neoliberal se presenta en términos fragmentarios, dispersos, como un “flash” que se suelta por aquí y por allá, como afirmaciones que se repiten y sin conexión aparente, casi como frases sueltas, pero tan reiteradas que terminan por hacerse parte de la conciencia social colectiva. Por debajo de tales frases hay ciertamente una presentación formal de este cuerpo ideológico,15 proveniente de autores como Walras, Friedman o Barro. Empero, en el espacio que nos interesa, asume el modo de publicidad mediática; es decir, le otorga eficacia a nivel de masas.
Recordemos algunos de los mitos básicos: a) la economía mexicana, a semejanza de casi todas las más poderosas, es abierta y de libre mercado. Lo de “abierta” supone un rasgo vigente, aunque nada se dice sobre si es una apertura dependiente o dominante. Lo de “libre mercado” resulta totalmente falso: dominan las estructuras oligopólicas. Por lo mismo, la conducta de la economía real es muy diferente de la supuesta por la ideología neoliberal;16 b) este tipo de economías son las más eficientes: aseguran la plena utilización de los recursos (fuerza de trabajo y medios de producción) y también su uso más eficiente. Ambas hipótesis son incorrectas. En el país, la proporción de desocupados u ocupados de tiempo parcial es enorme. Asimismo, no se utiliza alrededor de 20 por ciento de máquinas y equipos instalados. Por el lado de la eficiencia, la situación también se antoja lamentable: bajos niveles de productividad, despilfarro, uso de recursos en actividades improductivas (por ejemplo: publicidad, ejército, seguridad, consumo idiota); c) también se sostiene que el “libre mercado” asegura el mayor nivel de bienestar. Tal hipótesis también resulta falsa: primero, se desperdician recursos y no se maximiza el producto; segundo, se producen muchas cosas inútiles y dañinas; tercero, se genera una brutalmente regresiva distribución del ingreso y de la riqueza; y cuarto, se trata de un sistema económico basado en la explotación y el trabajo enajenado. Con ello provoca un régimen social donde el hombre se transforma en el “lobo del hombre”. En realidad, el credo neoliberal es una basura ideológica, practicada por creyentes que parecen hijos de Savonarola.
Ahora bien: las realidades pueden ser muy diferentes de las difundidas por la ideología neoliberal. Pero la variable ideológica, en tanto opere con la inmensa fuerza que la caracteriza en el mundo contemporáneo, puede llegar casi a borrar la realidad objetiva (borrarla de la mente de la población) y reemplazarla por los mitos funcionales al sistema. En este contexto, a los críticos del sistema se les llega a declarar ciegos, anticuados, nostálgicos y obsoletos. Es decir, en vez de razones se aplica la lluvia de denuestos y adjetivos conocidos. Y también el silencio, ese que aterraba a Pascal. Adviértase también: el dominio político e ideológico de los de arriba va estrechamente asociado a una profunda despolitización de los de abajo. Se trata de que éstos huyan de la política, que la consideren algo “sucio”, propia de “corruptos” y gente falsa, que para nada sirven al pueblo.
En un marco como el gruesamente delineado, las posibilidades de desarrollo político de fuerzas opositoras se complican. Esto, por el lado de la superestructura. Pero por el de la base, la situación es muy diferente. Como funciona marginando más y más, empuja por el descontento y por el cambio. O sea, hoy operan fuerzas contrapuestas y si recurrimos a la teoría más general y básica (¿cuáles son las variables más determinantes?), debemos concluir que, a la larga, la base debería imponerse. Aunque esta “larga” podría ser tan larga que nos lleve a recordar a Keynes: “en el largo plazo, todos estaremos muertos”. Los problemas que esto genera para las fuerzas opositoras los trataremos en los numerales subsiguientes. Antes es necesario referir la contribución de la base a la eficacia de la ideología.
III. La contribución de la base económica al poder de la ideología
Cuando se habla del fuerte peso del factor ideológico –es decir, la dictadura mediática–, debe señalarse algo más, proveniente de la misma base económica. Diríamos que es un factor generado por el funcionamiento del modelo neoliberal y que torna mucho más poderosa la variable ideológica. La referencia es al efecto de descomposición social provocado por el funcionamiento del patrón neoliberal.
La economía neoliberal tiende a generar baja tasa de inversión (inversión sobre PIB) y, por ende, bajos ritmos de crecimiento. Ello, a su vez, determina que el modelo opere con muy escasa capacidad de absorción ocupacional: crece el ejército de desocupados, los abiertos y los disfrazados. En México, por ejemplo, la ocupación del sector capitalista cae, y sube exponencialmente la marginalidad empobrecida: muy pequeños comerciantes, ambulantes, “mil usos” y vagos, ladrones, bandas de narcos, etcétera. Se trata de una especie de pequeña burguesía lumpenizada que explicaría entre 30 y 40 por ciento de la ocupación total. Para nuestros propósitos, subráyese: en estos segmentos, el componente racional y crítico de la conducta es exiguo. El mismo desorden de la vida se traslada a la psique y da lugar al dominio de las emociones, las rabias y las frustraciones. En muchas ocasiones, estos segmentos han nutrido a los movimientos fascistas (por ejemplo, en la Alemania de Hitler). Y de vez en cuando han llegado a alinearse con grupos de ultraizquierda, más provocadores que efectivos. Para nuestros propósitos, el aspecto por remarcar sería éste: crece exponencialmente un grupo social pauperizado, volátil, más guiado por emociones, frustraciones y rabias que por factores racionales.
Esta situación crea un campo fértil para el poder mediático, que también suele manejarse con contenidos asentados en la dimensión emocional disociada del factor racional.17
El factor por subrayar: el efecto de la dictadura mediática es fuerte no sólo por el poder de los medios sino, también, porque el modelo neoliberal crea las bases socioeconómicas que le permiten fructificar.
En el fenómeno hay un segundo aspecto por remarcar.
Si la pequeña-burguesía en descomposición, pauperizada y lumpenizada llega a apoyar movimientos progresistas, no lo hace con cargo a reflexiones e ideas sólidas. Más que alguna noción sobre un nuevo orden social, regulan tales conductas los factores emocionales: rabias, frustraciones, emociones. Por lo mismo, suelen movilizarse siguiendo a líderes carismáticos,18 capaces de despertar sus emociones más recónditas. Y si tal personalidad carismática no existe, la movilización tampoco tiene lugar. En otros tiempos, los líderes pudieron ser un Hitler, un Mussolini, un Perón o una Eva Duarte, un Pancho Villa o un Zapata. Hoy, en América Latina, por el lado del progresismo, pueden ser los Chávez, los Evo Morales o los Correa.
De seguro, esto plantea a la izquierda problemas no menores: sin carisma no atrae votos ni adherentes. Con carisma debilita peligrosamente el contenido racional y crítico que debe tener todo movimiento de izquierda. También amenaza gravemente el principio de dirección colectiva y desde abajo, sin el cual ninguna nueva sociedad puede construirse.
IV. Opciones. Problemas y peligros
En el numeral II mencionamos dos vías que podrían reemplazar el modelo neoliberal: la socialista y la demoburguesa. La primera tiene problemas que le son propios, amén del mediático. Por lo mismo, debe manejarse como una posibilidad de largo plazo y nada sencilla.19 La segunda a la corta parece más factible, pero se topa con la represión mediática.
La ruta del socialismo, en el marco actual, debería ser larga y sinuosa. Y exige una acumulación de fuerzas que no se amarra ni concentra en la vía parlamentario-electoral. Más bien, apunta a la creación y el desarrollo de un poder popular cimentado desde abajo y asociado a una conciencia de clase sólida y extendida. Ciertamente, en ocasiones puede surgir una tentación: creer que puede tenerse acceso al poder del Estado en un plazo corto y sin que medie la base clasista de masas que necesita un real proceso de cambio.20 Es la tentación del oportunismo: llegar al poder sin capacidad para usarlo en favor del cambio real por el cual se ha venido –supuestamente– trabajando.21
Los alcances de la ruta demoburguesa son mucho menores. Y en un contexto como el neoliberal, ésta puede lograr simpatías amplias. No obstante, le cae todo el peso de la dictadura mediática que la deforma y combate sin piedad. Ello la hace perder votos, lo cual puede dificultarle el triunfo electoral, amén de otras trabas que, en la misma ruta electoral, le acarrean múltiples problemas. En muchas ocasiones, hasta podría surgir el desánimo: “nada se puede hacer”, la clase en el poder es demasiado “poderosa”.
En este marco, amén de algunas salidas desesperadas, suele emerger una especialmente fuerte: adaptarse a la presión mediática y asumir algunos componentes de la ideología neoliberal. Se supone que lo que se pierde en claridad política se gana en votos, y esto podría llevar a un triunfo electoral.
Esta ruta conlleva peligros mayores.
Si se asume la postura que podemos calificar como de adaptación al sistema, la oposición empieza a diluirse, se torna más aparente que real. El proceso, que a veces es casi inconsciente, termina por ayudar a fortalecer la misma ideología de la clase dominante, la acaba tratando como si fuera inmutable (o “sagrada”) y la apoya en sus afanes de penetrar y dominar la conciencia de la clase trabajadora. Y adviértase: la penetración suele resultar más eficaz cuando sus impulsores son fuerzas que parecen opositoras al régimen. Con ello, si las dificultades para el cambio social ya eran muy elevadas, ahora serán mayores. Al cabo, los expertos en la realpolitik dirán que “las condiciones reales no permiten un cambio sustantivo, que no dan para más”.
De hecho, se tiene que tal tipo de “oposición”, al fortalecer la ideología de la clase dominante, desemboca en un resultado no casual: se autodestruye como oposición.
V. Una ilustración
En México encontramos innumerables ejemplos de la asimilación de eventuales opositores por la clase dominante. Uno de los últimos y relativamente masivos se refiere a la grotesca evolución del PRD. Esta organización, de ser el principal partido de la oposición progresista, pasó a una integración muy corrupta y vergonzosa con el poder y la derecha más recalcitrante (la que le robó la elección presidencial en 2006).
Este mecanismo del “abro la billetera y los tengo a mis pies” es simple y masivo, pero aquí no lo examinaremos, en parte porque es demasiado obvio. Mucho más interesante es analizar el caso de López Obrador, el de lejos mayor dirigente político de la oposición en los últimos tiempos quien, además, es reconocidamente una persona del todo honesta.22
Dejando de lado sus primeros tiempos (militante del PRI, corriente cardenista, luego fundador del PRD), empecemos por su primera candidatura presidencial, en 2006.
El programa y contenido clasista del proyecto impulsado por AMLO permiten caracterizar éste como i) capitalista; ii) que busca mejorar la distribución del ingreso; iii) impulsar a los capitalistas nacionales no monopólicos y que trabajan para el mercado interno; iv) reducir la dependencia externa. El proyecto recuerda en gran medida lo que en otros tiempos se calificaba como proyecto demoburgués y nacionalista.
La campaña de AMLO en 2006 de seguro fue la más radical de todas las encabezadas por él. A la vez, despertó mayor –a veces conmovedor– fervor popular. Al cabo, ganó las elecciones, pero se le escamoteó el triunfo (robo de votos) en términos escandalosos. Y el movimiento social y político que encabezaba no tuvo fuerza suficiente para evitar el despojo. Había sucedido algo similar en comicios previos (1988) cuando a Cuauhtémoc Cárdenas se le desconoció la victoria en las urnas.
La campaña de 2012 fue más medida y menos espectacular. Ante la feroz campaña mediática en su contra –ya experimentada seis años antes–, la respuesta de AMLO resultó sintomática: pasó a moderar su lenguaje y programa. Reclamó menos contra los medios. Incluso, se sacó de la manga una singular propuesta en favor del “amor entre los mexicanos”, también aplicable a “los de arriba” y que, por consiguiente, eliminaba con un beso frailuno nada menos que la lucha de clases.23 En la contienda electoral, el cohecho fue ilegal y hasta “desmedido”. Luego, en las urnas AMLO perdió.
En primera instancia, si comparamos las dos campañas presidenciales deducimos lo siguiente: a) el sistema no parece dispuesto a aceptar la sustitución del neoliberalismo por otro tipo de capitalismo. Si son necesarios el robo y la violencia, se aplican sin vacilaciones;24 b) la morigeración del discurso, el afán de presentarse como alguien “amigable” y ajeno a posturas radicales, no ha rendido en términos de votos. Más bien al revés: no convence a los de arriba y sí confunde bastante a los de abajo.
Pasemos ahora a examinar la campaña que apunta a las elecciones de 2018.
En su campaña, el nudo central ha sido el combate de la corrupción, señalada como el problema mayor del país. Se habla de “arreglos” entre políticos y grandes empresarios, de lo que denomina la “mafia del poder”, que debe combatirse con honestidad y austeridad.
Llama la atención que el análisis de las posibles causas estructurales del fenómeno se ha ido diluyendo más y más. Al final de cuentas, el problema se examina como uno en sí mismo moral, donde la dimensión moral se pasa a considerar variable independiente, autónoma y desligada de los rasgos que asume la estructura económica y social del país.25 Con ello, el recurso a la moral a) se transforma en un modo de silenciar el basamento estructural del fenómeno. Por lo mismo, el fenómeno de la corrupción queda bailando en una especie de vacío y asume el rango de variable independiente; b) la denuncia se va pareciendo más y más a los golpes de pecho o jaculatorias de monje dominico.
Lo señalado advierte sobre la existencia de un claro sesgo ideológico; es decir, una visión deformada de la realidad, impulsada por ciertas condiciones sociales y políticas. Tales empujes son a veces hasta inconscientes. En el caso que nos interesa, importa subrayar: este desplazamiento hacia la ideología, abre las puertas a la incorporación de determinados componentes de la ideología neoliberal. Con ello, se supone, se pueden por lo menos suavizar-debilitar las virulentas críticas (y hasta el veto) que históricamente ha venido recibiendo AMLO desde las alturas del poder. Importa también señalar: los pronunciamientos sobre la dictadura mediática imperante se siguen suavizando y, a veces, casi desapareciendo.
Tratemos de examinar los lineamientos de la política económica que aplicaría AMLO en su posible gobierno. Se trata de un señalamiento grueso y que apunta en lo medular a señalar los componentes neoliberales introducidos en el programa económico del candidato.
Propuestas genéricas
Podemos indicar tres, muy generales y básicas: a) mejorar la distribución del ingreso y reducir o eliminar los niveles de pobreza extrema. Probablemente, éste sea el eje central del programa; b) elevar los ritmos de crecimiento del producto. Como mínimo, duplicar la tasa neoliberal de tendencia; c) otorgar a la regulación estatal un papel funcional a los dos propósitos centrales a) y b).
En este ámbito general debe por lo menos indicarse algo que a veces se olvida: si se va a cambiar la distribución del ingreso, una primera consecuencia será un correspondiente cambio en la composición de la demanda, del consumo en especial. Esta nueva composición del consumo deberá corresponderse con el consiguiente cambio en la composición de la oferta. Es decir, deben transformarse drásticamente el nivel y la composición del producto, especialmente en el departamento II de la economía. Luego, si no hay cambios en el espacio de la producción, el movimiento en la distribución postulado estará irremediablemente condenado al fracaso. En otras palabras, la producción es la variable independiente y no la distribución. Y la producción, los niveles y la composición serán los heredados del neoliberalismo.26
Declaraciones que llaman la atención
En gira por Oaxaca, el 8 de diciembre de 2017, según el periódico Milenio, AMLO declaraba: “Habrá cero déficit, pues el Banco de México será autónomo. No aumento de impuestos en términos reales, y combate de la corrupción y los privilegios para liberar fondos y financiar el desarrollo del país”. También señala sobre la autonomía de la institución “No vamos a tener injerencia en las decisiones que se tomen ahí, y también hago el compromiso de mantener equilibrios macroeconómicos, pues no vamos a aumentar el déficit; al contrario, buscaremos que sea de cero. Al no gastar más de lo que se tenga de ingresos, vamos a tener control en gasto para que no siga creciendo la deuda”.
Sobre la política fiscal, sus declaraciones son también sugerentes: “No habrá una reforma fiscal como la que aplicaron y que perjudicó a todo el sector productivo del país (…) vamos a mantener en términos reales al mínimo los impuestos, las mismas contribuciones y no se van a crear impuestos”.
También declaraba: “No vamos a alterar la política macroeconómica”, algo más que sorprendente. Aunque al mismo tiempo dice: “Vamos a cambiar la política económica (…) porque no ha habido crecimiento económico”.27
Estos planteamientos no son nuevos. En un libro publicado en febrero de 2017 (y casi silenciado por los medios), AMLO escribe: “La aplicación de una política de austeridad nos permitirá, junto con el combate de la corrupción, contar con presupuesto suficiente para promover el desarrollo y garantizar el bienestar de todos. Con esta estrategia no habrá necesidad de aumentar impuestos en términos reales ni de crear contribuciones y tampoco se caerá en déficit o en el financiamiento del desarrollo con deuda pública”.28
Algunos aspectos por comentar
Podemos elegir algunos aspectos que llaman la atención: a) la autonomía del banco central; b) la política fiscal crudamente ortodoxa; c) el problema de la inversión (la pública en especial) y su nexo con el crecimiento; y d) el sector externo.
Aceptar la autonomía del banco central es como invitar al enemigo mortal a cuidar de tu seguridad personal. Es sabido que la institución es un auténtico búnker de la ortodoxia neoliberal (allí todos siguen amando a Milton Friedman) y que sus propósitos de estabilidad suelen asociarse a políticas contraccionistas. Supongamos que el gobierno de AMLO aplica una política expansionista y que ésta, como sucede, genera presiones sobre el balance de pagos y el nivel de precios. Estos problemas se manejan preservando el crecimiento si se aplican políticas heterodoxas. Pero si la responsabilidad queda en manos del banco central, la economía caerá primero en recesión y luego en una situación de cuasi estancamiento.
Otro aspecto problemático está referido a las finanzas públicas. Se postula un presupuesto equilibrado (ingresos = gastos; sin crecimiento de la deuda pública). Manejar en abstracto el lema equivale a recoger el dogma de las amas de casa: no gastar más de lo que se gana. Pero en términos macro y de teoría económica seria, el lema no se mantiene. No hay aquí una verdad absoluta: a veces lo correcto puede ser el superávit, en otras el déficit, o bien, el equilibrio. Todo depende del contexto macro. Otro factor problemático es el de los ingresos tributarios. En el país, la base tributaria es baja y genera ingresos muy por debajo de los gastos que exigen las metas de crecimiento y redistribución postuladas.
La redistribución del gasto público (eliminar erogaciones superfluas y con ello elevar las de tipo social y en inversión) que ha propuesto AMLO quizá no baste. Eliminar deducciones que hoy permiten a algunas grandes empresas reducir casi a cero los impuestos devengados es también necesario,29 pero no está clara la política que en este rubro se ejecutaría.
Hay otro aspecto problemático. Durante el eventual gobierno de AMLO, parece difícil esperar que la inversión privada se eleve sustancialmente, como porcentaje del PIB. Luego, como otras condiciones, la tasa de crecimiento del PIB se mantendría aproximadamente igual a la histórica neoliberal (2.0-2.5 promedio anual). En consecuencia, si se busca como mínimo duplicar la tasa de crecimiento, debería elevarse de manera drástica la inversión pública. Pero esta exigencia puede encontrarse con problemas mayores si i) la base tributaria no se modifica; ii) se mantiene el dogma del presupuesto equilibrado; y iii) se eleva fuertemente el gasto social redistributivo. Según AMLO, los ajustes de gasto propuestos (básicamente suprimir la corrupción) permitirían elevar en 62 por ciento la inversión pública. Ahora bien, en 2015 la inversión pública tuvo un nivel igual a 3.65 del PIB. Y si se eleva en el 62 propuesto, llegaría a 5.9 si el PIB no crece. Y si éste crece 4,30 la cuota llega a 5.66. Y si la inversión privada mantiene su nivel absoluto (de hecho podría descender) y el PIB crece en 4.0, su cuota respecto al PIB caería a 18.1. Por tanto, la inversión fija total como porcentaje del PIB llegaría a 23.8. La tasa, que en 2015 fue de 22.5, pasaría a 23.8, un aumento para nada espectacular.31
En otras palabras, emergen metas contrapuestas, y ante ellas es muy probable que la inversión pública no responda a las exigencias del desarrollo. Y si esto no tiene lugar, las metas del crecimiento tampoco se cumplirán. Y ya se sabe que redistribución sin crecimiento productivo equivale, más tarde o más temprano, a hundirse en un pantano mefítico.32
Finalmente estaría el sector externo. ¿Cuál será la política por seguir con la inversión extranjera? ¿Cuál la política cambiaria y cuál la arancelaria? ¿Qué se propone con los posibles tratados de libre comercio? No estamos en condiciones de dar una respuesta ni medianamente precisa, pero a juzgar por el gabinete económico propuesto por AMLO, se pensaría que en este espacio dominará la ortodoxia neoliberal. Y si esto fuera así, las restricciones sobre el crecimiento serán mayores.
VI. Observaciones finales
Repitamos: los temas señalados exigen un tratamiento extenso y cuidadoso. Además, otros nudos temáticos deberían también examinarse. Pero no es éste el propósito de estas notas. Nos interesa subrayar otro aspecto, resumible como sigue: a) para eliminar o suavizar las críticas de la derecha neoliberal, AMLO ha incorporado a su programa algunos de los dogmas centrales del neoliberalismo; b) al hacerlo, para nada ayuda al desarrollo de la conciencia política de los sectores populares. Al revés, confunde; c) lo que tal sea más grave: se pone en peligro –en caso de llegar al gobierno– la posibilidad de romper efectivamente con el modelo neoliberal. Por lo mismo, se podría hipotecar o cancelar la promesa de hacer un gobierno favorable a los intereses del pueblo trabajador.
Hay una ruta de análisis algo diferente: a) la incorporación de algunos dogmas neoliberales en la campaña es sólo para evitar o suavizar la feroz campaña mediática en contra que ha experimentado el candidato en las elecciones previas; b) si se logra a), sería muy probable el triunfo en las elecciones; c) llegado al gobierno se harían los ajustes del caso para avanzar a un modelo de capitalismo democrático y nacionalista. O sea, desechar el modelo neoliberal.
En esta argumentación, el supuesto crucial es el enunciado en c). Y por lo que se conoce de la experiencia histórica acumulada, tamaño giro es poco probable, no sólo por los factores inerciales sino porque el tipo de campaña (tipo de movilizaciones, de organizaciones, todo subordinado a una vía exclusivamente electoral) no suele ser capaz de generar un poder político suficiente para que el mencionado viraje pudiera darse.
Las dificultades también se originan por la debilidad política e ideológica de la clase obrera y, por tanto, del proyecto socialista. Si la clase trabajadora no es todavía capaz de luchar por la implantación del socialismo, pero sí suficientemente fuerte para empujar el proyecto demoburgués a cumplir cabalmente sus tareas, el problema quizá se solventaría.33 Pero hoy tales fuerzas aún no existen en la clase trabajadora, la cual, por la vía del mismo PRI, está en alto porcentaje encorsetada al régimen neoliberal.
Para terminar, permítase una última observación. En el último capítulo de su citado libro, AMLO delinea lo que sería la realidad del país en 2024, al terminar su periodo presidencial. Es un texto espontáneo, que diríamos le brota de lo más profundo del corazón. El último párrafo reza así: “En 2024 tendremos una sociedad mejor, no sólo por lo que vamos a construir entre todos y desde abajo en el plano de lo material, sino por haber creado una nueva corriente de pensamiento, por haber consumado una revolución de las conciencias que ayudará a impedir, en el futuro, el predominio del dinero, del engaño y de la corrupción, y la imposición del afán de lucro sobre la dignidad, la verdad, la moral y el amor al prójimo”.34 Esto es bello; supone la expresión o el deseo de un hombre bueno. El problema, nada menor, estriba en que materializar esos afanes exige suprimir el capitalismo. Algo muy distante del proyecto, de corto y largo plazos, manejado por AMLO.
* Departamento de Economía, Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa. El autor agradece la colaboración de Juan Salazar para el ensayo.
1 Lo citamos según C. Hill, El mundo trastornado, página 369, Siglo XXI, Madrid, 2015.
2 En realidad, ya durante la Revolución Francesa las hojas impresas se utilizaron ampliamente. Marat, por ejemplo, fue un periodista de nota.
3 Véase Robert W. McChesnay, The political economy of media, página 425, Monthly Review Press, Nueva York, 2008.
4 Ibídem, página 426.
5 Ibídem, página 432.
6 El PIB crece a 2.0-2.2 por ciento promedio anual; y el per cápita, en torno a 0.5. Éste y los datos que siguen fueron tomados del Instituto Nacional de Estadística y Geografía y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe.
7 Para la distribución de la riqueza física (activos fijos como máquinas, equipos y edificios de producción), el coeficiente Gini de México llega a un escandaloso 0.93. En una muestra mundial, el mismo indicador es de 0.68. Para la distribución del ingreso, el Gini oficial llega a 0.51; y el de una muestra mundial, a 0.36. Ajustado según declaraciones tributarias, se va muy por encima.
8 Casi 60 por ciento de los ocupados se sitúan en condiciones de marginalidad (informales).Y de los ocupados, alrededor de la mitad gana 2 o menos salarios mínimos (1 salario mínimo equivale aproximadamente a 4 dólares diarios).
9 La cifra de muertos por violencia (unos 25 mil en 2017) se asemeja a la de Siria, que está en guerra.
10 Recordemos a un agudo analista: “un pueblo donde por todas partes ha penetrado la corrupción no puede vivir libre”. Véase Nicolás Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, página 82, Alianza Editorial, Madrid, 2000.
11 En verdad, a la mayoría de los militantes comunistas deberían reconocerse una abnegación ilimitada y fuerte voluntad en favor de los más nobles ideales de la humanidad.
12 Véase Samuel Ortiz y José Valenzuela Feijóo, “Clases y articulación política en México”, en Crisis neoliberal y alternativas de izquierda en América Latina II: México, INI, México, 2015.
13 El caso de Octavio Paz, el “poeta intocable”, que terminase alabando a Salinas de Gortari, es bastante ilustrativo. En un sentido más general, Gramsci y seguidores hablan de “transformismo”. O sea, “integración de los intelectuales de las clases subalternas a la clase política para decapitar la dirección política de esos grupos”. Cónfer H. Portelli, Gramsci y el bloque histórico, página 78, Siglo XXI Editores, México, 1990.
14 Carmen Aristegui, probablemente la única periodista crítica, fue expulsada de la radio y televisión con cargo a mecanismos gangsteriles. Al cabo se refugió en una cadena televisiva estadounidense.
15 Se trata de un corpus ideológico y no científico. Esto, en tanto presenta una realidad deformada y al gusto de los grandes beneficiarios del sistema.
16 Por ejemplo, si los costos unitarios caen, los precios no bajan y sí suben las ganancias, pues hay “barreras a la entrada”.
17 Cuando Pascal aludía a “las razones del corazón que la razón no entiende”, se adelantaba no poco a estas situaciones.
18 Weber habla de “dominación carismática”, surgida “en virtud de devoción afectiva a la persona del señor y a sus dotes sobrenaturales (carisma) y, en particular, facultades mágicas, revelaciones o heroísmo, poder intelectual u oratorio. Lo siempre nuevo, lo extraordinario, lo nuca visto y la entrega emotiva que provocan constituyen aquí la fuente de la devoción personal”. También indica que “la dominación carismática es una relación social específicamente extraordinaria y puramente personal”. Por ende, aparece y desaparece con la persona portadora del carisma. De aquí la contradicción surgida con los sistemas políticos que prohíben la reelección. Las citas de Max Weber en su Economía y sociedad, páginas 711 y 714, Fondo de Cultura Económica, México, 1984.
Como dice el personaje de una obra teatral: “alguien /cansado de contar las horas que pasan / debe hacer recordar / que lo que antes era / llama ardiente / y ahora se ha hundido / en insondable pretérito / puede ser de nuevo avivado / por la fuerza de un poderoso hálito”. Cónfer P. Weiss, Hölderlin, página 134, Grijalbo, México, 1974.
20 “El proletariado (…) sabe muy bien que para el éxito de su revolución, para el feliz derrocamiento de la burguesía, es absolutamente necesario contar con las simpatías de la mayoría de los trabajadores y, por consiguiente, de la mayoría de la población”. Cónfer Lenin, El trabajo del Partido entre las masas (antología), página 91, Progreso, Moscú, 1981. En otro texto apunta: “Con la vanguardia sola es imposible triunfar. Lanzar sola a la vanguardia a la batalla decisiva, cuando toda la clase, cuando las grandes masas no han adoptado aún una posición de apoyo directo a esta vanguardia o, al menos, de neutralidad benévola respecto a ella y no con incapaces por completo de apoyar al adversario, sería no sólo una estupidez sino, además, un crimen”. Cónfer Lenin, La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo, página 79, Progreso, Moscú, sin fecha.
21 En las últimas elecciones presidenciales de Chile (fines de 2017), diversas fuerzas que se supone son de izquierda cayeron en la tentación. Incluso, apoyaron a una candidata de centro-derecha que se atrevió a calificar como “totalitario” el gobierno de Allende. Tales fuerzas de hecho parecen haber olvidado que la lucha es contra el capitalismo. Sobre los comicios en ese país y su significado, véase Roberto Pizarro, El retorno de la derecha al gobierno de Chile, por publicarse.
22 De los tres candidatos actuales a la Presidencia (julio de 2018), Anaya (PAN-PRD) y Meade (PRI) son de extrema derecha (neoliberales). López Obrador puede calificarse como “progresista”. Aclaremos: por izquierda entendemos las fuerzas políticas que buscan pasar del capitalismo al socialismo; y por progresistas, las que buscan cambiar el capitalismo neoliberal por uno nacional y demoburgués.
23 Durante momentos clave de la Revolución Francesa, Marat se quejaba de quienes “tratan de vivir en paz con todo el mundo”. También, ya cerca de su muerte, en su diario escribía que “pretender agradar a todos es de locos; pero pretender agradar a todos en tiempo de revolución es de traidores”. Las citas, en Louis Barthou y Gerard Walter, Marat, páginas 227 y 283, Osiris, Santiago de Chile, 1934.
24 “La hegemonía y la dictadura no están totalmente separadas. La clase dirigente, incluso en un sistema hegemónico, no dirige toda la sociedad sino sólo a las auxiliares y aliadas que le sirven de base social, y utiliza la coacción frente a las opositoras”. Cónfer Portelli, obra citada, página 75.
25 “Para suprimir el egoísmo no se debe predicar contra el egoísmo sino crear las circunstancias que lo hagan innecesario”, advertía el agudo Bertolt Brecht. Cónfer El libro de las mutaciones, página 50, Nueva Visión, Buenos Aires, 1973.
26 Sobre el tema, véase José Valenzuela Feijóo, “Distribución versus producción, neoliberales y progresistas”, en J. Valenzuela F., ¿De la crisis neoliberal al nacionalismo fascistoide? México y Estados Unidos (segunda edición, corregida y aumentada), capítulo VIII. CEDA-UAMI, 2017.
27 Milenio, 8 de diciembre de 2017.
28 A. M. López Obrador, 2018. La salida, capítulo VIII, Planeta, México, 2017.
29 Para estimular las inversiones en ciertas ramas cabría aplicar gravámenes diferenciados.
30 Este crecimiento, en un primer momento, se asienta en mayor aprovechamiento de las capacidades instaladas.
31 Si suponemos que la inversión de reposición es igual a 11 por ciento del PIB y que el coeficiente producto a capital fijo incremental es igual a 0.20, obtenemos una tasa de crecimiento del PIB igual a casi 2.6 anual, un ritmo calificable como “neoliberal”.
32 El actual caso de Venezuela ejemplifica los problemas que provoca esta disociación.
33 Empujar no significa integrarse al proyecto demoburgués y olvidarse del propio. El asunto es otro: entender que la presente correlación de fuerzas no da para un salto al socialismo; y, luego, saber que se trata de una lucha que apunta a un plazo bastante más largo. Y si esto se respeta, se debe i) usar la lucha por las reformas como herramienta de acumulación de fuerzas. Las reformas no se rechazan, pero no se consideran un fin en sí mismas; ii) en esta lucha, preservar la independencia política de la clase. Como bien se ha dicho, “allí donde la clase obrera no ha desarrollado su organización lo bastante para emprender una ofensiva resuelta (…) contra el poder político de las clases dominantes, se debe por lo menos prepararla para ello mediante una agitación constante contra ese poder y adoptando una actitud hostil hacia la política de las clases dominantes. En caso contrario, la clase obrera será un juguete en sus manos…” Cónfer Marx, Carta a Bolte, 23 de noviembre de 1871. En Marx-Engels, Obras escogidas, en dos tomos, tomo II, página 471, Progreso, Moscú, 1966. En el caso mexicano, por la fuerte debilidad (o cuasi inexistencia) de la izquierda socialista, pensamos que se debería apoyar (votar) a AMLO, pero conservando la independencia política y la capacidad crítica. En suma, usar las elecciones como espacio de acumulación de fuerzas, para organizar a los de abajo, no para sembrar falsas ilusiones.
34 A. M. López Obrador, obra citada, capítulo X. Planteamientos semejantes se encuentran en autores como Rousseau o Proudhon. En todos ellos se trata de evitar los males que genera el capitalismo, sin suprimirlo.