Lo esperado e inesperado
¿Qué esperar de la historia? “Sorpresas”, responde Lacan.1 Su respuesta parece contradictoria. Lo esperado resulta ser algo inesperado. Se trata de algo tan sorpresivo y anhelado como el desenlace de las últimas elecciones de México.
Aunque impacientemente aguardado, el resultado electoral cayó por sorpresa. ¿Cómo esperarlo cuando todo excluía su posibilidad? Todo estaba orquestado contra los ganadores y en favor de sus contrincantes: la perfecta selección de coaliciones y candidatos, el corporativismo y el clientelismo, las coerciones patronales y gubernamentales, el desvío de recursos públicos y otras formas de financiamiento ilegal, el periodismo amarillista y chayotero, la guerra mediática y las demás estrategias de intimidación y desinformación, el robo de boletas y la compra de votos, las tarjetas y las despensas, los carruseles y los mapaches.
El sistema operó como tenía que hacerlo, como siempre lo había hecho, pero sucedió lo inesperado, lo que no debía suceder, lo marcado por la imposibilidad característica de todo acontecimiento revolucionario para Lacan.2 Lo imposible se hizo real sin tiempo siquiera de volverse posible. Se abrió una brecha en la previa lógica modal.
El resultado electoral fue uno de los intervalos de imposibilidad, imprevisibilidad e indeterminación, por los que el estudio materialista de la historia, según Attila József, requiere la mirada psicoanalítica.3 Nada mejor que el psicoanálisis para mirar el síntoma que uno vislumbra en la victoria de AMLO y Morena. Esta victoria, en efecto, fue algo sintomático. Lo fue en el sentido freudiano que Lacan reconduce a la concepción marxista de los hechos históricos.4 Lo fue por su carácter sorpresivo, imposible, anómalo, pero también por su carga disruptiva, potencialmente subversiva, y, aparte, acaso lo más importante, por su aspecto revelador.
El pueblo y su deseo
La verdad revelada en el resultado electoral fue la del sujeto de la democracia, el pueblo, cuyo deseo triunfó de modo inexplicable sobre el poder en que se decide lo posible y lo imposible. Sobreponiéndose a la dictadura perfecta, el deseo del pueblo se manifestó pese a una represión que operaba, no sólo por la persecución y la censura, sino por la manipulación, la cooptación, la mistificación y otros mecanismos defensivos. El retorno de lo reprimido venció todos esos mecanismos y se abrió paso al desgarrar la simulación democrática demagógica y despensera.
La fuerza de la verdadera democracia, la del pueblo y su deseo, se plasmó en las hazañas populares de que fuimos testigos: la valentía de quienes desafiaron amenazas, la heroica entereza de los miserables que se privaron del precio de sus votos, la perseverancia de quienes volvieron a votar tras sufrir innumerables fraudes electorales e incumplimientos de promesas de candidatos, el discernimiento de quienes creyeron más en los torpes balbuceos de AMLO que en la persuasiva palabrería de Anaya. Infringiendo reglas básicas del sistema, estas gestas y otras más hicieron también que los resultados electorales revistieran el aspecto anómalo del síntoma.
Hubo algo particularmente sintomático en la derrota de todo lo victorioso personificado por Anaya con su triunfal suficiencia narcisista: su juventud y hermosura, su blancura biológica y blanquitud cultural, su adhesión a lo más nuevo y avanzado, sus idiomas y su pretendido cosmopolitismo, sus cifras y sus demás datos, su trayectoria universitaria y arsenal de estratagemas de la política profesionalizada y despolitizada. Todo esto no podía sino ganar, pero fracasó. El fracaso fue también el del invencible pensamiento único y el de una infalible fórmula compuesta de varias opciones ideológicas globalmente vencedoras: neoliberalismo, neocolonialismo, edadismo, racismo, aspectismo, clasismo, datismo, cuantitativismo, presentismo, economicismo, tecnocratismo.
El retroceso de la tecnocracia neoliberal, personificada por Anaya, fue correlativo de lo representado por AMLO, el retorno de la política. Es lo que ahora se designa con el término de populismo, un término justo, pues lo designado es una expresión del ya mencionado retorno de lo reprimido: el retorno sintomático del pueblo y su deseo. Como bien lo sabía Marx, este sujeto de la democracia es la verdad en que se funda toda política.5 El retorno de la política no puede constituir por tanto sino un retorno de tal sujeto, del pueblo excluido por un tecnocratismo neoliberal donde la política se había convertido en algo políticamente incorrecto.
El poder y el saber
La derrota de Anaya y Meade parece indicar un repliegue de la tecnocracia neoliberal con su pretendido apolitismo. La victoria de AMLO bien podría significar el retorno sintomático del pueblo, de su deseo y de su expresión política. Este doble movimiento puede concebirse, en clave lacaniana, como una regresión que nos hace volver del nuevo discurso del amo, el de la universidad y la moderna gestión gubernamental de la sociedad, al viejo discurso del amo, el de la política, donde el saber no disimula ya el poder.6
Si muchos temen el autoritarismo del nuevo régimen, es porque promete retomar el bastón de mando al arrebatarlo a los números que parecían decidir todo en los últimos sexenios. Por esto, las cuentas no salen en el nuevo plan de gobierno. Tenemos aquí una ruptura con regímenes anteriores que pretendían regirse por el supuesto saber de la economía capitalista, por el saber hacer cuentas del Consenso de Washington, si bien no se ignora que esta pretensión era una racionalización, en el más estricto sentido freudiano, del hecho evidente de que se regían legal o ilegalmente, a través de la subordinación formal o de la corrupción informal, por la economía capitalista en sí misma, por el capital, procediendo así como debían hacerlo en su condición de Estados burgueses.
Quizás el nuevo régimen permanezca subordinado a la burguesía y al capitalismo. Sin embargo, al denunciar y querer superar el papel corrupto y subordinado que se le impone, amenaza sacudirse la más actual astucia de la razón, la racionalización tecnocrática neoliberal, y recobrar al menos parte del ejercicio directo del poder que el capital retiene hoy. El cumplimiento de tal amago representaría no sólo un retorno sintomático de la política sino, también, un revire regresivo al pasado, al viejo discurso del amo, en el que aún había lugar para la política, pues el poder todavía estaba en el poder. Hay algo de razón, pues, en quienes acusan al nuevo régimen de regresar al pasado, pero quizá tal pasado sea la única salida para no quedar atrapados en la muerte a que nos condena el capitalismo neoliberal.
Rehistorización y repolitización
No es que aquí, en un callejón sin salida como el del neoliberalismo, haya que dar media vuelta, desandar lo andado y volver al viejo PRI. Más bien, se trata de abrir un camino donde no lo hay, sabiendo, como lo enseñan Marx y Freud, que no puede llegarse al futuro sin atravesar un pasado que se encuentra siempre también adelante y no sólo atrás de nosotros. No es necesario, pues, retroceder, pero sí penetrar en la historia subyacente a todo cuanto nos rodea.
Se requiere algo que AMLO pretende ofrecer al invocar a Juárez, Madero y Cárdenas: una rehistorización que será también una repolitización de todo lo que fue deshistorizado y despolitizado en el presentismo apolítico neoliberal. El neoliberalismo disimuló sistemáticamente la estructura que ahora debemos redescubrir y con la que tenemos que lidiar. Se trata ni más ni menos que del inconsciente. Su eterno discurso es el de la historia, que es también el de la política, el viejo discurso del amo, el cual, como Lacan lo concibe,7 no deja nunca de operar a través de nuevos discursos, entre ellos el universitario de la tecnocracia neoliberal, pero también el del capitalismo donde se inscribe.
El mismo vetusto discurso de la política se ha reconfigurado para formar uno capitalista en el que los sujetos, convertidos en mercancías, pueden circular libremente, sin límites ni ataduras, deslizándose cada vez más rápido, consumiendo y consumiéndose a un ritmo cada vez más vertiginoso.8 Este discurso de la posmodernidad parece fluido, escurridizo, inaprensible, pero está internamente sostenido por una sólida estructura en la que aún podemos debatirnos y luchar como siempre lo hemos hecho, aunque los aceleracionistas nos tachen de obsoletos,9 olvidando lo que Marcuse enseñó sobre la potencialidad subversiva de la obsolescencia, que es también la del pausado y anticuado AMLO, suponiéndolo fiel a lo que representa.10
En una crítica del aceleracionismo, Jorge Alemán acierta cuando insiste en que no dominaremos el discurso capitalista al montarnos en él y seguirle su juego y ritmo.11 Tan sólo podremos luchar contra ese discurso en el pasado eternamente presente que lo constituye por dentro: en el esqueleto discursivo constitutivo de cualquier discurso, el del otro sin otro, el carente de metalenguaje, el de la política en la que nunca dejamos de vivir.
Fantasmagoría y retroactividad
Vivimos en el pasado, en sus estructuras que nos aprisionan, pero también en sus caminos por los que avanzamos y entre sus fantasmas a los que debemos una gran parte de lo que logramos. Tal es el caso del último resultado electoral, una victoria no sólo de quienes fuimos a votar sino de los que nos precedieron, los que trabajaron y a veces dieron la vida por la democracia en México: maderistas y villistas, zapatistas de Morelos y de Chiapas, cardenistas de los decenios de 1930 y 1980, henriquistas de 1952, ferrocarrileros de 1958, estudiantes de 1968, guerrilleros de la década de 1970, perredistas de la de 1990, profesores combativos de cualquier época.
Nuestros fantasmas también son el sujeto de la democracia, el pueblo, aun cuando nunca sean los mismos. Como los vivos, cambian retroactivamente según la manera en que se reescriba la historia de que forman parte. Esta historización secundaria, como la llamaba Lacan,12 decidirá lo que habrán sido nuestros muertos, y de esto, de lo que haya sido après coup (después del hecho), dependerá mucho de lo que seremos, podremos y haremos como pueblo.
Nuestro destino dependerá también de la reconstitución retroactiva de sujetos vivos como los perdedores que han ganado las elecciones: los llamados indios, nacos, morenacos, morenos, prietos, bandas, cholos y chairos. Estas víctimas de clasismo neoliberal y de racismo neocolonial han transmutado su derrota en una victoria como la de lo que significativamente se autodenomina Morena. Tenemos aquí la revalorización de lo desvalorizado que fue bien elucidada por Butler13 y que nos hace pensar en un détournement (desviación) situacionista por el que las mismas armas del sistema se vuelven contra él, contrabalanceándose así la operación contraria, la recuperación por la que el sistema reabsorbe lo que se le opone.
Recuperación y deseo del sistema
Por más que se compense, la recuperación avanza implacable y recupera incluso lo que intenta compensarla, como el détournement a que nos hemos referido y con el que podríamos describir muchas de las estrategias de Morena. El problema de reciclar armas del enemigo es que no son ideológicamente neutras e indiferentes respecto a los fines. Como Althusser advirtió, corremos el riesgo de ser los utilizados por esos medios, para sus fines, cuando creemos reutilizarlos para los nuestros.14 Es algo que siempre ocurre para Lacan, para quien lo así reutilizable tiene carácter de lenguaje, de algo que imaginamos usar cada vez que nos usa para expresar y efectuar lo que él desea.15
El deseo del sistema se ha realizado ya en aquellos de sus recursos tácticos, institucionales, simbólicos y hasta humanos que los morenistas reutilizan contra él. Hay aquí de todo: contactos, influencias, dedazos, negociaciones, presiones, cooptaciones, concesiones, oportunismos, promesas incumplibles, corporativismos embrionarios, etcétera. Estas armas no pueden vencer a la mafia del poder sin hacerla vencer a través de ellas.
De algún modo perdemos cuando cedemos para ganar. Es lo mismo que sucede con el pragmatismo con que AMLO ha triunfado al fracasar, al dar la razón a sus detractores, flaquear en sus posiciones, atenuar sus objetivos, refrenar sus discursos, desdibujar sus proyectos, concentrarse en la votación y descuidar la movilización, perder a sus partidarios más consecuentes, alejarse de la izquierda, hacer ganar a sus enemigos, pactar con dudosos empresarios, aliarse con un partido ultraderechista y acoger indiscriminadamente a tránsfugas de otros partidos.
Realismo y reproducción
Es verdad que la historia no suele permitir la victoria de quien se priva de la fuerza de sus enemigos. También es muy cierto que debemos acoplarnos de algún modo a todo aquello sobre lo que deseamos tener cierta influencia. Los morenistas ganaron las elecciones por ser como la sociedad que votó masivamente por ellos.
Para tener éxito en los comicios no era necesario ni deseable ser mejores que los votantes. Bastaba reflejar a la sociedad para seducirla en una captura especular que significativamente no cristalizó en el caso de los promotores del voto por Marichuy. Digamos que discrepaban demasiado respecto a lo que buscaban movilizar.
Lenin tiene razón: para incidir en la realidad hay que entrar en comunicación con ella, entenderse con ella, lo que se consigue sólo al reflejarla.16 Sin embargo, al reflejarla se le reproduce. La reproducción de la realidad resulta indisociable de una reorientación realista como la de AMLO.
El realismo impide transformar la realidad a que se atiene y adapta. Esto se confirmó lo mismo en el capitalismo soviético de Estado que en la revolución institucionalizada mexicana. En ambos casos, la izquierda tuvo que perderse para poder ganar. Fue lo mismo que ocurrió con AMLO, quien consiguió la victoria por las mismas concesiones que ahora lo vuelven sospechoso a nuestros ojos.
Círculo y espiral
Si la victoria morenista constituye un acontecimiento revolucionario, quizás no lo sea finalmente sino en el sentido estricto recordado una y otra vez por Lacan: el de un giro de 360 grados como en las revoluciones de los astros o de motores y turbinas17. Es un movimiento circular que conocemos bastante bien. Es el que nos condujo de los borbones al bonapartismo, del zarismo al estalinismo, del porfirismo al priismo, del somocismo al orteguismo, etcétera. Es el que ahora puede llevarnos de un PRI a otro. Ya ocurrió en 2000 y podría repetirse en 2018.
La última victoria contra el priismo podría ser otro triunfo encubierto del priismo. Quizá la dictadura perfecta precisara simplemente de una simulación democrática tan perfecta como la que hizo vencedor a Morena. Incluso, las grandes reformas proyectadas por AMLO constituirían sólo un profundo reacomodo interno indispensable para posibilitar la reproducción del sistema. El dinosaurio podría permanecer aquí sólo al cambiar de aspecto. Como en el viejo escenario siciliano de Lampedusa, revolucionar todo sería el último recurso para que todo siguiera igual.
Tal vez el movimiento circular sea inevitable, pero esto no impide, según la expresión de Lacan, mantener “abierto” el “círculo” de la revolución18 y convertirlo en una “espiral” como la concebida por Lenin.19 Esta espiral es la forma de la revolución permanente, la que no da la vuelta para terminar, para cerrar el círculo, como sucedió en la “revolución interrumpida” mexicana, según la expresión de Gilly.20 En lugar de interrumpirse, la revolución permanente sigue adelante, lo cual desgraciadamente no puede hacerse en línea recta sino sólo en espiral, dando rodeos para poder avanzar, volviendo atrás para seguir adelante, cediendo para imponerse, contrayendo compromisos para poder mantenerse abierta.
Goce y equilibrismo
La gran cuestión, como bien sabía Lenin, es que “hay compromisos y compromisos”.21 Los hay que permiten mantener abierto el círculo revolucionario, pero los hay también que lo cierran, como podría ser el caso de algunos contraídos por los morenistas. No pueden aceptarse todos, como tampoco pueden rechazarse todos. Esta lógica del todo, como Lacan ha mostrado, nos condena al error, a errar, a no dar con una verdad que existe sólo a medias.
A diferencia de la verdad y su espiral, el error político radica en dos extremos identificados por Lenin: el del círculo cerrado, el del “oportunismo” que cede en todo, y el de la línea recta, el del “infantilismo ultraizquierdista” que rechaza todo.22 ¿Cómo no ver aquí las dos pendientes hacia las que parecen deslizarse actualmente las concesiones de los morenistas y las obstinaciones de los zapatistas y de otros izquierdistas consecuentes? Desde luego, la fuerza pulsional de nuestra gravedad, la del goce que nos pierde, nos atrae hacia las dos pendientes, hacia el mismo abismo. Sin embargo, apostando por el deseo, ahora necesitamos avanzar por la cresta, por el borde, sin dejarnos caer.
Hay que mantener un equilibrio difícil, quizás imposible, tanto en la esfera social como en la gubernamental. El gobierno deberá maniobrar entre la audacia y la prudencia, la congruencia y el realismo, la ofensiva y la retirada. Por su lado, en su relación con el régimen, la sociedad tendrá que apoyarlo críticamente al oscilar entre el respaldo y el cuestionamiento, la tolerancia y la vigilancia, la comprensión y la reivindicación, la defensa y la denuncia, el aporte y la demanda, la paciencia y la exigencia.
Gobierno y poderes fácticos
Una conformidad incondicional con el régimen serviría sólo para excusarlo y reconfortarlo en el goce de su inercia, de su fácil oportunismo, de su atracción por el magnetismo del sistema y de su conversión espontánea en la última versión del priismo. Para evitar que el régimen caiga en la degradación y la descomposición, el pueblo debe jalar de su lado, no ceder sobre su deseo, intentar profundizar y radicalizar el proyecto morenista, verlo sólo como un primer paso y hacer todo lo posible para que se den los pasos siguientes. Habrá que estar alerta y atreverse a importunar, pedir cuentas, cuestionar, presionar y protestar. Sin embargo, en todo esto deberíamos cuidarnos de ir demasiado lejos, más allá de lo sostenible, hasta desproteger, desgastar y debilitar al nuevo régimen en su relación con el polo opuesto al del pueblo.
No hay que olvidar ni subestimar a unos enemigos que retienen todo su poder. Aunque hayan perdido posiciones ejecutivas y legislativas, las están infiltrando y además conservan sus demás posiciones en la esfera judicial, en mandos militares y policiacos, en la alta burocracia de carrera, en la jerarquía eclesiástica, en dirigencias patronales y sindicales, en aparatos corporativos, en los gigantes mediáticos, en las organizaciones criminales y en los demás entes empresariales nacionales y transnacionales. El poder concentrado en estas esferas resulta aún incomparablemente superior al de AMLO y Morena.
El nuevo régimen seguirá cercado por una mafia del poder confiado en su capacidad para seducirlo, chantajearlo, paralizarlo, controlarlo y corromperlo de tal modo que todo siga igual. Se hará lo imaginable para que los poderes fácticos sigan ejerciéndose al gobernar subterráneamente al nuevo gobierno. Si fracasan, quedará el último recurso de la guerra mediática y de una estrategia golpista como la empleada en el anterior desafuero de AMLO, en Brasil y en otros contextos de América Latina.
División y contradicción
El sistema intentará destruir lo que no pueda reabsorber. Esto de seguro agudizará la contradicción entre lo sistémico y lo antisistémico, entre lo claudicante y lo intransigente, por la que ya se caracterizan AMLO y Morena. Este carácter contradictorio es innegable. También por él, el nuevo régimen resulta democráticamente representativo: porque refleja la contradicción fundamental por la que el pueblo está de manera interna dividido.
Ya desde la referida captura especular entre los electores y los elegidos, el reflejo democrático ha mostrado también una contradicción que debe mantenerse viva para sostener la naciente democracia. El régimen contradictorio exige actitudes ambivalentes como las constitutivas del apoyo crítico, las cuales requieren a su vez un sujeto de la democracia que asuma su división y ponga en práctica la contradicción dialéctica en sus ideas y actos. El pueblo deberá proceder contradictoriamente ante un régimen contradictorio, evitando la tentación de la facilidad al simplificarlo, considerándolo sólo en uno de sus lados, como sucede lo mismo entre sus partidarios incondicionales que entre sus detractores inflexibles, unos y otros incapaces de reconocer la contradicción fundamental en que debe insertarse nuestra lucha de clases.
La contradicción fundamental no es entre el sistema y el nuevo régimen, como pretenden los morenistas, ni entre el pueblo y el mismo régimen, como quisieran los zapatistas. Más allá de las contradicciones aparentes, lo que se contradice fundamentalmente siguen siendo el pueblo y el sistema, la humanidad y el capitalismo, la vida y la muerte. Esta contradicción fundamental dividirá internamente al nuevo gobierno el cual, nos guste o no, resulta irreductible a cada uno de los términos contradictorios que lo dividen.
Ciertamente, el gobierno entrante estará subordinado al capitalismo, o, como dicen Galeano y Moisés, estará compuesto del capataz y sus mayordomos y caporales al servicio del finquero.23 Sin embargo, aunque no sea anticapitalista, AMLO promete poner ciertos límites al capital que destruye todo con el movimiento desembarazado y el poder irrestricto que adquiere gracias al neoliberalismo. El goce neoliberal del capital se restringe aquí, en el discurso del presidente electo, por los requerimientos de un deseo que se abstrae amorosamente de cualquier lucha de clases. En esto, por lo demás, AMLO refleja fielmente al pueblo que lo eligió el cual, aunque tal vez no esté aún dispuesto a luchar para deshacerse del capitalismo, sí parece haber tenido el valor de seguir un deseo que resiste a las ilusiones del mismo goce capitalista.
No tendríamos que desdeñar al pueblo, juzgándolo de modo moralista, idealista y simplista, en función de lo que debería ser. Mejor verlo como es, dividido y contradictorio, a través de una mirada materialista y dialéctica. Tan sólo así le haremos justicia y apreciaremos el valor de su gesto al votar, el cual, aunque no haya sido por Marichuy ni por el comunismo, sí fue al menos lo más que podemos esperar de la historia: un hecho inesperado, una irregularidad sintomática, un acontecimiento revolucionario que realizó lo imposible al triunfar sobre la invencible maquinaria política mexicana del sistema capitalista y de su neoliberalismo tecnocrático. Las elecciones, en efecto, fueron también un plebiscito donde se votó mayoritariamente contra el capitalismo neoliberal, contra su libertad sin límite para el goce mortífero del vampiro del capital, contra la desenfrenada satisfacción de la pulsión de muerte con que se está exterminando toda la vida sobre la Tierra.
1 Jacques Lacan, “Of structure as an inmixing of an otherness prerequisite to any subject”, en R. Macksey y E. Donato (editores), The languages of criticism and the sciences of man, Baltimore, Johns Hopkins, 1970, página 199.
2 Lacan, “Radiophonie”, en Autres écrits, París, Seuil, 2001, páginas 439-440.
3 Attila József, Hegel, Marx, Freud (1934), Action poétique 49 (1972), pp. 68-75.
4 Lacan, “Du sujet enfin mis en question”, en Écrits I, París, Seuil (bolsillo), 1999, página 231-232.
5 Karl Marx, “Crítica de la filosofía del derecho de Hegel” (1843), en Escritos de juventud, México, FCE, 1987, página 344.
6 Lacan, Le séminaire, livre XVII, L’envers de la psychanalyse (1969-1970), París, Seuil, 1991.
7 Lacan, Le séminaire, livre XVII, obra citada.
8 Lacan, “Discours à l’Université de Milan (1972)”, en Lacan in Italia, Milán, Salamandra, 1978, páginas 32-55.
9 Nick Srnicek y Alex Williams, Inventar el futuro. Poscapitalismo y mundo sin trabajo, Barcelona, Malpaso.
10 Herbert Marcuse, The obsolescence of psychoanalysis, Chicago, Black Swan Press, 1967.
11 Jorge Alemán, “El ‘aceleracionismo’, un nuevo debate en la izquierda”, en Página 12, 15 de marzo de 2018.
12 Lacan, “Fonction et champ de la parole”, en Écrits I, obra citada, página 259.
13 Judith Butler, The psychic life of power, Stanford, Stanford University Press, 1997.
14 Louis Althusser, Pour Marx (1965), París, La Découverte, 2005, páginas 241-242.
15 Lacan, Le séminaire, livre XVII, obra citada, páginas 74-75.
16 Lenin, La revolución proletaria y el renegado Kautsky (1918), Pekín, Lenguas Extranjeras, 1972, página 54. Véase también Materialismo y empiriocriticismo (1908), Pekín, Lenguas Extranjeras, 1975.
17 V. g. Lacan, “Radiophonie”, obra citada.
18 Lacan, Le séminaire, livre XVI, D’un Autre à l’autre, París, Seuil, 2006, página 333.
19 Vladimir Lenin, “Carlos Marx” (1914), en Obras V, Moscú, Progreso, 1973, página 80.
20 Adolfo Gilly, La revolución interrumpida (1971), México, Era, 2007.
21 Lenin, “La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo” (1920), en Obras escogidas, Moscú, Progreso, 1974, página 551.
22 Ibídem, páginas 545-552.
23 Moisés y Galeano, Cierre del encuentro de redes de apoyo al CIG, Morelia, Chiapas, 5 de agosto de 2018.