CAMBIO DE ÉPOCA, ÉPOCA DE CAMBIOS

El 1 de julio de 2018, Andrés Manuel López Obrador y la Coalición Juntos Haremos Historia obtuvieron en las urnas un contundente resultado, el cual –sin negar el liderazgo y tesón del ahora presidente electo– debe asumirse como el de las luchas de diversas generaciones de la izquierda y de las fuerzas progresistas por la transformación democrática del país, de las libradas por la democracia sindical del movimiento ferrocarrilero en el decenio de 1950 y del Movimiento Revolucionario del Magisterio, las de carácter agrario y el despertar de los médicos en el de 1960, la libertaria del movimiento estudiantil de 1968, y las insurgencias cívicas tras los sismos de 1985 y durante el proceso político-electoral de 1988.

Representa además la reivindicación de personalidades clave en el proceso de transformación del país: Valentín Campa, Demetrio Vallejo, Othón Salazar, Rubén Jaramillo, Ramón Danzós, Benita Galeana, José Revueltas, Arnoldo Martínez Verdugo, Heberto Castillo, Rosario Ibarra, Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez y Porfirio Muñoz Ledo, entre muchos otros liderazgos que hoy ven cristalizados sus sueños y aspiraciones.

El sufragio emitido por millones de ciudadanos en las urnas demolió desde sus cimientos los mitos y dogmas ideológicos que durante décadas dieron soporte al discurso de la Guerra Fría y de los gobiernos autoritarios emanados de la revolución institucionalizada del país.

Durante décadas se afirmó que el gobierno de Estados Unidos nunca permitiría el establecimiento de un régimen de izquierda al sur de su frontera, y que el PRI no cedería el poder pacíficamente, como sostenía el emblemático líder charro Fidel Velázquez: “A balazos llegamos al poder y sólo a balazos nos van a sacar, no con votos”.

Lo mismo sucedió con las políticas que promovieron la cooptación y el secuestro de la oposición de izquierda, de lo cual obtuvieron pírricos frutos: desde la llamada “apertura democrática” de Luis Echeverría hasta la suscripción del deleznable Pacto por México.

Los resultados devastaron las estrategias implantadas para mantener un agotado régimen político, como el aliento de un sistema bipartidista de derechas, similar al existente en el vecino del norte, acunado a partir de 1988 con el reconocimiento del PAN al gobierno de Salinas de Gortari y el inicio de las concertacesiones.

Fue derrotada la farsa, alentada desde el Estado, la intelectualidad orgánica y la izquierda oficialista, respecto a la necesidad de consolidar una “nueva izquierda moderna”, en realidad funcional al régimen, para lo cual el Estado no tuvo recato, incluso para imponer al PRD la dirigencia nacional en 2008, así como en la promoción de alianzas electorales pragmáticas, fundadas en la coalición de intereses, no de ideas, que llevaron al PAN a su mayor derrota electoral de las últimas décadas, y al PRD a los linderos de la pérdida de su registro y su virtual disolución.

El resultado significó la derrota de la guerra sucia y de las posiciones más conservadoras del sector empresarial que, subestimando la capacidad de los mexicanos para tomar decisiones, manifestó su profundo desprecio por la democracia y la libertad del sufragio. Al igual, no prosperaron los amagos de fuga de capitales y devaluación monetaria.

La amplia afluencia ciudadana a las urnas acabó con el mito de que las estructuras partidarias y las organizaciones clientelares asociadas a éstas, la compra de votos, el desvío ilegal de recursos y el dispendio se impondrían, al igual que, se aseguraba, los millennian no votarían por el candidato de mayor edad.

Andrés Manuel, con el respaldo de más de 30 millones de mexicanos, ha logrado un triunfo histórico, el cual marcará un cambio de época en México.

La expectativa levantada implica enormes retos en el corto plazo, en particular en el combate de la corrupción, la reversión de la desigualdad, el establecimiento de una eficaz estrategia de combate del crimen, la garantía de estabilidad económica, abatiendo la deuda pública, evitando el déficit en el gasto e impulsando el mercado interno y el empleo, rescatando el campo y reindustrializando el país, sin dejar de volver la vista hacia el sur, en momentos en que su triunfo representa un caso único en el mundo, ante el reflujo de la izquierda y el reposicionamiento global de la derecha.

Se ha formado una nueva mayoría política. López Obrador obtuvo 53 por ciento de los votos: 30 millones de los 56.5 millones de emitidos; la mayoría en 31 de las 32 entidades federativas; la mayoría absoluta en las Cámaras del Congreso de la Unión (308 de 500 diputados federales y 69 de 128 senadores); la jefatura del gobierno de la Ciudad de México y las gubernaturas de Chiapas, Morelos, Tabasco y Veracruz; y la mayoría en 17 congresos locales, en 11 de las 16 alcaldías de la Ciudad de México y en cientos de municipios del país.

El PRI ha sido derrotado y se ha reducido a su menor expresión: 13.5 por ciento de la votación nacional, con lo que tendrá sólo 14 senadores y 45 diputados federales. El PAN sumó 17.8 por ciento de los sufragios, menos que en la elección de 2012: alcanzó 23 senadores y 81 diputados federales. El PRD –las urnas nos han dado la razón– obtuvo 2.8 por ciento de la votación, por lo que contará con 8 senadores y apenas 21 diputados, menos los que se resten próximamente.

Corresponde ahora edificar una nueva mayoría social. El mandato emanado de las urnas consiste en un cambio democrático profundo en el régimen político del país.

Ejemplo de ello es el reclamo de los familiares de los desaparecidos en Ciudad Juárez y de distintas organizaciones en los foros por la pacificación, que dan cuenta, además de la legítima indignación de las personas que han perdido a un familiar o un amigo, del hecho de que esa indignación y hartazgo nos llevaron a ganar la elección, a lo que debemos dar respuesta.

Por ello, las tareas para la pacificación trascienden los asuntos vinculados a los temas de seguridad y combate del delito. Construir la paz para alcanzar la reconciliación entre los mexicanos debe tener como punto de partida la dignidad de las personas y el respeto y la garantía de los derechos humanos, poniendo en el centro de las prioridades del nuevo gobierno a las víctimas y su derecho a la memoria y la verdad, a la justicia y la reparación del daño. Que no queden impunes los agravios que durante las últimas décadas han sacudido su vida y la del país, y garantizar que nunca más vuelvan a ocurrir.

La pacificación y la reconciliación deben entenderse como un proceso de construcción social, donde se establezca una nueva relación Estado-sociedad, donde el primero cumpla la obligación de garantizar la seguridad y protección de las personas y sus bienes, y la segunda se apropie de los asuntos públicos, en un ejercicio de corresponsabilidad en la construcción de una cultura de paz para alcanzar el bienestar de los mexicanos.

La esperanza ha emergido de las urnas; sin embargo, el viejo régimen subsiste. Para derrocarlo se requiere desarrollar formas eficientes de gobernación, nuevas mediaciones con la sociedad, crear instrumentos que permitan generar confianza en el nuevo gobierno, y esclarecer y castigar los hechos bochornosos que han agraviado los derechos humanos en el país.

Este cambio entraña nuevos retos para la democracia y la construcción de un nuevo régimen, el cual debe partir de la transformación radical de las actuales instituciones públicas, copadas hoy por la burocracia y la corrupción, así como de la creación de un nuevo sistema de partidos y de las reglas en la competencia electoral, lo que implica hacer de Morena, erigido hoy en la principal fuerza política nacional, en un verdadero partido que evite las tentaciones autoritarias, como el mayoriteo en el Congreso de la Unión y en los locales donde predomina y, por el contrario, edifique una mayoría democratizadora.

Las izquierdas y las fuerzas progresistas hemos ganado las elecciones, pero –insisto– el viejo régimen sigue vivo, uno nuevo está por emerger. La legitimidad que otorga el respaldo ciudadano a López Obrador y el bono democrático que ello representa son los cimientos de la profunda transformación que se avecina, y que el nuevo gobierno está obligado a forjar.