¡Sálvate, viejo y siempre joven sol y recibe mi saludo! Tan sólo si tú me eres fiel, si puedo ver tu semblante dorado, ¿qué me hacen las rejas y el encierro? ¿No soy tan libre como aquel pájaro en el tejado que celebra agradecido al igual que yo? Y si algún día, en el incendio de una revolución rusa, me llegaran a llevar a la horca, entonces te pido que me ilumines en ese difícil camino y daré los pasos hacia mi última elevación con una sonrisa alegre como si fuera a una fiesta de boda.
Rosa Luxemburgo1
El pasado 15 de enero se cumplieron 100 años de que se perpetraran los asesinatos de Rosa Luxemburgo y su camarada y amigo Karl Liebknecht, tras ser apresados por los freikorps.2 Si bien el parte oficial rezaba: “linchada por las masas”, la realidad es que fue ultimada con odio y crueldad. La golpearon, le rompieron el cráneo a culatazos, la insultaron, le dispararon. Sin duda, les molestaba por sus ideas políticas comunistas e internacionalistas y por encabezar la rebelión obrera; además, no soportaban que fuese mujer y libre, en todos los aspectos de su vida. La asesinaron, pero no pudieron quebrarla y, 100 años después, sus ideas y su ejemplo están más vivos que nunca.
Hoy, las condiciones impuestas por el capitalismo triunfante y la reestructuración neoliberal a escala planetaria, lejos de volver obsoletos algunos de los principios e ideas de Luxemburgo, los hacen más vigentes y oportunos que nunca. Así, resulta una voz muy interesante en la crítica al lenguaje dominante que en su pretensión de “neutralidad” e incluso de cientificismo, dejan de lado el carácter ético de la política, como en su momento lo hicieran los revisionistas, quienes pusieron por un lado la ciencia y por el otro la ética. Kautsky en La concepción materialista de la historia (1906) y Adler, que señalaba: “El marxismo es, como toda ciencia, completamente apolítico, si por ello se entiende una ausencia de toma de postura de partido político”.3 También hoy nos encontramos con discursos e ideologías de dominación que pretenden imponer como “naturales” y “científicas” las relaciones de clase.
Por otra parte, el ascenso de nuevas versiones de xenofobia y de fascismo nos remiten a las preocupaciones que ocuparon a la Rosa más roja: la crítica al expansionismo, el imperialismo y la guerra; la necesidad de una solidaridad internacionalista, ya no sólo entre las personas sino entre el género humano y el cosmos; la reivindicación de los derechos de las mujeres y las minorías; el respeto de lo otro, de lo diferente; la conciencia de que en la historia humana no hay determinismos, de que es una historia abierta, de condiciones objetivas, pero también de proyectos, acciones y decisiones donde se juegan la vida y la muerte, la plenitud y la destrucción, el socialismo y la barbarie.
Éste es, en fin, un texto que pretende recuperar algunas dimensiones del extraordinario personaje que fue Rosa Luxemburgo, como militante, como teórica marxista y, por supuesto, como mujer que representa un ejemplo de vida y que confirma que la lucha por la libertad y la justicia permea todas las dimensiones de la actividad humana, y se expresa no sólo en los espacios políticos y públicos sino de la construcción de la propia subjetividad e, incluso, en la intimidad y es un problema que atañe no sólo a las relaciones sociales y las interpersonales sino, también, a la de los seres humanos con la naturaleza y el mundo.
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El tránsito del siglo XIX al XX se expresó en una época muy interesante en la historia del marxismo. El capitalismo como sistema mundial mostraba sus principales contradicciones, se hacia patente la recurrencia de las crisis económicas y la concentración del capital, así como su urgente necesidad de ampliar los circuitos de producción y consumo a través de políticas monopólicas y expansionistas. Por otra parte, la escalada de precios y el descenso dramático de los salarios reales agudizaban la lucha de clases, y alentaban la organización obrera y las luchas populares que en algunos lugares ganaban derechos y cobraban fuerza excepcional.4
Por otra parte, las vanguardias artísticas y los cambios culturales5 expresaban expectativas y posibilidades de nuevos tiempos. Este clima de cambio se confirmaba también en las innovaciones científicas y tecnológicas: en 1900, Max Planck formuló la teoría cuántica; y en 1905, Einstein hizo lo propio con la de la relatividad. En esos años también se inventó el motor de combustión interna, una revolución tecnológica que permite las primeras experiencias exitosas de vuelo y el desarrollo del automóvil. Se redimensionaron, en fin, los tiempos y los espacios.
Este contexto histórico significó, así, un reto de renovación y actualización de la producción teórica de Marx, por una parte; pero también una exigencia de acciones políticas, de militancia y praxis revolucionaria. La organización de los obreros y las luchas populares abrieron un panorama donde la famosa pregunta ¿socialismo o barbarie? representaba más que un eslogan: expresaba las condiciones y la tensión de una lucha histórica concreta y decisiva entre fuerzas insurgentes y contrainsurgentes que habrían de marcar el destino sociopolítico del siglo XX.
Así, dentro de la pléyade de pensadores marxistas de principios del siglo XX surgió con toda la fuerza de la lucha revolucionaria el personaje de Rosa Luxemburgo, implacable e incansable militante, crítica, tanto de camaradas como de adversarios, aunque siempre con argumentos razonados, fuerte y tenaz cuando se trataba de defender posiciones políticas para dar curso a la lucha obrera y los procesos revolucionarios e irreverente hacia las actitudes que reprodujesen o solapasen la opresión de las masas, de los pueblos subyugados o de las mujeres, aun cuando estas posturas estuviesen en su partido, en su círculo de amigos o, incluso, su casa. Quizá por esto, una de sus grandes aportaciones es la necesidad irrenunciable de una democracia no sólo política, menos aún limitada al ámbito electoral; sino de una democracia social, donde tienen un papel central la conciencia, la acción y la coherencia y no sólo la coyuntura o el pragmatismo político.
Rosa la roja nació el 5 de marzo de 1871 en Zamość, en una Polonia con fronteras que se modificaban constantemente, pues se trataba de una región prácticamente sitiada por tres imperios: Rusia, Prusia y Austro-Hungría. Rosa Luxemburgo creció en el seno de una familia de comerciantes polacos, lo cual le permitió recibir buena educación. A los 16 años comenzó a militar en el partido Proletariat en Polonia; esta actividad fue en parte uno de los motivos que la llevó a Suiza a los 18 años. John Mill, fundador y dirigente de la Liga de Trabajadores Judíos, la describe así:
…era pequeña, con cabeza grande y rasgos típicamente judíos, con gran nariz, andar difícil, a veces irregular, debido a una leve cojera: la primera impresión era poco favorable, pero bastaba pasar un momento con ella para comprobar qué vida y energía había en esta mujer, qué gran inteligencia poseía, cuál era su gran nivel intelectual.6
Escribía en polaco, alemán y ruso; leía en francés e inglés. Sin embargo no fue nunca lo que Antonio Gramsci llamaría una “intelectual de escritorio” sino todo lo contrario: una apasionada militante. Sus obras fueron escritas al calor de las luchas políticas, las actividades obreras y en prisión.
Aunque Rosa se casó en abril de 1898 con Gustav Lübeck, el suyo fue un matrimonio arreglado que le permitió, tras concluir sus estudios en la Universidad de Zürich, instalarse en Berlín y participar activamente en la organización de los trabajadores alemanes. Pero, antes, en 1889 durante el periodo de sus estudios universitarios, había conocido a quien sí sería su compañero de vida por mucho tiempo, Leo Jogiches, con el que estaría alrededor de 17 años. Tras la ruptura con Jogiches, se enamoraría de Konstantin Zetkin, de 22 años, hijo de su amiga Clara (Rosa tendría entonces 36 años). Y posteriormente planearía casarse con Hans Diefenbach, pero durante su estancia en la cárcel de Breslau, en 1916, recibió la noticia de que éste murió en la guerra. Sobre el duelo escribió en una carta a su amiga Sonia Liebknecht:
Es para mí como una palabra cortada en medio de una frase, como un acorde interrumpido que continúo oyendo. Hacíamos miles de proyectos para después de la guerra; queríamos gozar de la vida, viajar, leer buenos libros, admirar la primavera como nunca… No lo concibo: ¿es posible? ¡Como una flor arrancada y pisoteada…!
Paradójicamente, Luxemburgo se encontraba en prisión por haber exhortado a los obreros a desobedecer y no participar en una guerra fratricida, de trabajadores contra trabajadores, de hermanos contra hermanos, ya que antes como hoy los que combaten y mueren no son quienes se benefician con las lides. Rosa era, así, una pacifista revolucionaria. Distinguía claramente el negocio y la industria de la guerra, tan necesaria para el capital, respecto a la lucha revolucionaria, la acción liberadora y transformadora del mundo a través de la acción de los obreros y los sectores populares.
Como se ha señalado, el contexto histórico de Rosa Luxemburgo es un tiempo de guerra, pero también de posibilidades revolucionarias. La Revolución Rusa –por una parte– y –por la otra– la fuerza del movimiento obrero en Europa estarán presentes en sus escritos, su ánimo y sus convicciones políticas. Es un tiempo en el que el proletariado se perfila como el sujeto que promete concretar las latencias y las tendencias revolucionarias que se ciernen en el horizonte. Pero, como suele suceder en la historia, los tiempos de cambio también son de tensión con las fuerzas restauradoras e incluso regresivas, como efectivamente sucedió y como bien pudo intuir Luxemburgo, se encontraban latentes en los discursos nacionalistas e imperialistas que, años después, habría de culminar en las políticas de muerte y exterminio nazis.
Al llegar a Alemania, con 27 años y más de una década de lucha y militancia en Polonia y Suiza, se afilió al Partido Socialdemócrata Alemán. En ese momento, Eduard Bernstein, uno de los principales dirigentes del partido, sustentaba en su libro Premisas del socialismo y tareas de la socialdemocracia que la revolución no era históricamente necesaria y que, como alternativa a la vía revolucionaria planteada por Marx, se abría una vía evolutiva al socialismo, pues el capitalismo se transformaría de manera gradual en favor del progreso social del proletariado, a través de reformas instauradas por la presencia de los socialdemócratas en el congreso y el gobierno.
La respuesta de Luxemburgo no se haría esperar: en 1899 escribió Reforma o revolución como respuesta a Bernstein, a quien acusaba de abandonar los principios fundamentales del marxismo y de estar equivocado en la idea de que la revolución sería sinónimo de una suerte de “terrorismo proletario”. A juicio de Luxemburgo, el revisionismo confunde los medios, las reformas sociales, con el fin, la revolución socialista. Y critica no sólo el oportunismo político que limita la lucha del partido al ámbito electoral y parlamentario sino, también, las formas de organización, donde los dirigentes se agencian un papel de vanguardia intelectual, que separa mecánicamente la acción de las masas de la conciencia de clase:
Mientras el conocimiento teórico siga siendo el privilegio de unos cuantos “académicos” en el partido, seguirá corriendo el riesgo de extraviarse. Sólo cuando las grandes masas trabajadoras tomen en sus manos el arma segura y afilada del socialismo científico, se desviarán como castillo de naipes todas la desviaciones pequeño-burguesas, todas las corrientes oportunistas.7
En sus discusiones contra los revisionistas, Luxemburgo también dio muestras del empeño y la importancia que tiene para ella, en todas las dimensiones de la vida, la lucha por los derechos de las mujeres. Apenas se afilió al Partido Socialdemócrata Alemán, algunos camaradas le sugirieron que se ocupase de la “cuestión femenina” (en ese momento centrada sobre todo en el derecho al voto), a lo que ella se negó. Esa posición no se debió sin duda a que ella restase importancia a la lucha de las mujeres, sino todo lo contrario. Enviarla a trabajar sólo sobre asuntos femeninos en aquel momento representó una suerte de segregación en el propio partido, una política que tenía como precedente la institución, por el ministro prusiano Von Hammerstein en 1902, del “sector de mujeres”, que obligaba a reservar en las reuniones políticas una sección especial para ellas.8 Sin embargo, las mujeres, particularmente las socialdemócratas, habían logrado derribar esa barrera disfrazada de “derecho” y ganado el derecho efectivo para participar en reuniones públicas y asociaciones políticas, y seguían luchando por el voto.
Para Luxemburgo, la lucha por el sufragio, en particular, y las emprendidas por los derechos de las mujeres, en general, no podían deslindarse de la de clases: la proletaria […] necesita los derechos políticos porque en la sociedad ejerce la misma función económica que el proletario, trabaja de la misma manera para el capital, mantiene igualmente al Estado, y es también dominada y explotada por éste”.9 Así, aun cuando no quiso trabajar de manera exclusiva en el sector femenino del partido, estuvo muy cerca y caminó junto a su amiga Clara Zetkin y sus camaradas proletarias.
En 1905, en el congreso del Partido Socialdemócrata en Jena, Luxemburgo defendió la violencia revolucionaria como recurso político legítimo de los trabajadores, así como la idea de la huelga general, pues para ella estaban dadas las condiciones de la revolución obrera, sobre todo en Alemania. En este contexto escribió Huelga de masas, partido y sindicatos (1906), donde reivindicaba la huelga de masas como fenómeno histórico y popular, ya que los dirigentes de los partidos tienen injerencia en la dirección política, pero no pueden crearla o decidirla en cuanto tal, pues ésta no se “fabrica” artificialmente sino que es un momento constitutivo del proyecto revolucionario, “un fenómeno histórico que, en un momento dado, surge de las condiciones sociales como una inevitable necesidad histórica”.10
Analizó la acción revolucionaria rusa como un largo proceso de acumulación de fuerzas remontada a la huelga de obreros textiles de 1896, como un antecedente de los movimientos antizaristas de 1905. Luxemburgo también hizo una precisión histórica, y diferenció entre una conciencia como la de los obreros alemanes teórica y latente frente a una práctica y activa como en el caso ruso, donde es inevitable la irrupción de las masas. Y, por supuesto, no se conformó con analizar de lejos la situación: quiso ser testigo y partícipe de la revolución. Así, viajó a finales de 1905 a Varsovia para participar con sus compañeros de la socialdemocracia polaca en los levantamientos.
En esta época, por cierto, Luxemburgo ya perfilaba la idea de democracia organizativa que retomaría después en la interesante polémica con Lenin en La Revolución Rusa (escrito en la cárcel en el momento mismo del triunfo de la Revolución de Octubre, pero publicado de manera póstuma por Paul Levi en 1922). Se empeñó en una organización de abajo hacia arriba, más que una organización de las élites o vanguardias dirigentes hacia abajo. Esa postura le agenciaría críticas por “espontaneísta”. Sin embargo, es necesario precisar que la importancia de la espontaneidad de las masas no será para Luxemburgo una falta de orientación programática o una ausencia de plan de acción política sino un intento de dar lugar y colocar el poder popular en el centro de la acción revolucionaria. Bolívar Echeverría lo expresa de manera inmejorable:
El concepto luxemburguiano de la espontaneidad de las masas proletarias […] es sólo la ampliación sistemática del concepto de subjetividad (subjektcharakter) o autoactividad (selbsttaetigkeit) de la clase obrera, uno de los conceptos clave del discurso comunista de Marx.11
La “espontaneidad” luxemburguiana será así autoactividad, praxis revolucionaria y no simple automatismo;12 la revolución es un proceso histórico donde entran en juego la conjunción de las condiciones objetivas con las fuerzas subjetivas de las masas o el poder popular. En consecuencia, el partido será para nuestra autora un instrumento de organización proletaria y popular, que no prescinde de la vanguardia y los intelectuales, pero tampoco concentra todo el poder de decisión en ellos y, menos aún, será simplemente un medio para ocupar lugares en el parlamento y en el gobierno como planteaba el ala reformista de la socialdemocracia alemana.
La polémica con Lenin aparecería ya en la obra Problemas de organización de la socialdemocracia rusa (1904), donde figura ya una diferencia en sus perspectivas sobre la cuestión organizativa. Luxemburgo veía en el centralismo excesivo el peligro de la burocratización. La dictadura del proletariado, considerará Luxemburgo: “consiste en la manera de aplicar la democracia y no en su eliminación… esta dictadura debe ser la obra de la clase y no de una pequeña minoría dirigente que actúa en nombre de la clase; es decir, debe avanzar paso a paso partiendo de la participación activa de las masas… debe surgir de la educación política creciente de la masa popular”.
Sin embargo, la postura de Luxemburgo, por una parte, está condicionada por las características específicas del Partido Socialdemócrata Alemán y las actitudes revisionistas de sus principales líderes y por las características del proletariado alemán como sujeto revolucionario, con gran capacidad y experiencia de organización y fuerte formación teórico-política. Mientras, en el caso ruso, las formas políticas de la dominación zarista y la fuerte presencia del campesinado ruso y otros sectores populares junto a una incipiente clase obrera (en el sentido fuerte en que Lukács definirá la “conciencia de clase”)13 se enfrentan al gran problema de la cuestión organizativa y las condiciones efectivas para afianzarse como sujetos políticos.
Como resultado de lo anterior, Rosa Luxemburgo se sitúa en un nivel de análisis más abstracto y general (referido a lo que sería la forma más pura de la democracia socialista), frente a las apremiantes condiciones de la Revolución Rusa, un proceso histórico en marcha que exige decisiones y programas de acción en el nivel de la praxis concreta, según las condiciones del contexto específico, las necesidades concretas de la lucha política y las características de los adversarios, como analizaría Lenin.
Sin ánimo de intentar salir fácilmente de esta fecunda discusión, me parecen justas las reflexiones según las cuales, de alguna manera, ambos tienen argumentos dignos de tomar en cuenta en distintos momentos y situaciones,14 y algunas de las diferencias entre ambos atañen al nivel de análisis en que sitúan al sujeto revolucionario: ¿se trata de un sujeto empírico-práctico o de uno teórico? Una contribución importante al respecto está presente en Historia y conciencia de clase: Lukács distingue entre proletariado en sí (dominado políticamente) y proletariado para sí (con conciencia de clase). Y en el tránsito del primero al segundo cobra relevancia el papel de la vanguardia en el partido, como pensaba Lenin.
Como intuía bien Rosa Luxemburgo, esta cuestión corresponde a momentos políticos de excepción y no es una forma política que debe prevalecer de una vez y para siempre, ya que la revolución socialista apunta precisamente a la transformación que brinde no sólo condiciones materiales sino espirituales para una existencia libre y digna a los sectores populares: “La vida socialista exige una completa transformación espiritual de las masas degradadas por siglos de dominio de la clase burguesa. Los instintos sociales en lugar de los egoístas, la iniciativa de las masas en lugar de la inercia…”15
Uno de los aspectos en que Luxemburgo mantendrá una postura rígida es la cuestión internacionalista de la organización y la lucha proletaria. La autora se opondrá a las posiciones nacionalistas de los obreros polacos, de sectores populares rusos y de sectores obreros alemanes. Aquí, como han señalado varios autores, Raya Dunayevskaya16 por ejemplo, se centra sobre todo en el nacionalismo imperialista europeo y no establece las distinciones particulares de otros teóricos marxistas entre un nacionalismo posicionado en resistencia a los imperios (como será el caso de las regiones de Asia, América y África) frente a un nacionalismo imperialista y expansionista como el de Alemania y otros países de Europa. No obstante, esta postura la llevará también a ampliar la mirada hacia otros pueblos cuya historia, más allá del contexto europeo, le permitían vislumbrar formas de organización no capitalistas, así, en Introducción a la economía política17 ve en las formas de organización de las comunidades agrarias, particularmente las incas, un referente crítico-histórico de los procesos y las formas capitalistas de reproducción. Las formas de comunidad, o comunalidad, presentes en los pueblos indígenas cuestionan un aspecto que en el capitalismo aparece como “natural” y transhistórico: la propiedad privada. De tal modo, para Luxemburgo “el comunismo primitivo constituye una preciosa referencia histórica para criticar el capitalismo, para poner al descubierto su carácter irracional, reificado, anárquico, y para poner en evidencia la oposición radical entre valor de uso y valor de cambio”.18
En Cuestión nacional y autonomía (1908) se mantiene firme en la postura internacionalista: señala que la idea de autodeterminación pasa por alto el auge que en este periodo histórico tienen el colonialismo y el imperialismo, posiciones políticas relacionadas directamente con las necesidades estructurales del capital y su reproducción. Siguiendo estas inquietudes sobre la organización geopolítica del mundo y la expansión imperialista, en La acumulación del capital (1912) señala que la reproducción ampliada del capital precisa de buscar en el exterior los espacios de consumo de las mercancías por realizar.
Sobre este texto, como varios autores han demostrado, Luxemburgo intenta debatir con Marx el tema de la reproducción ampliada del capital, pero desde un nivel de análisis distinto del correspondiente a él, situado en un nivel de abstracción que explica en términos lógicos la autorreproducción sistémica del capital, que pone en evidencia las contradicciones en la relación capital-trabajo y la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Por su parte, Luxemburgo se coloca en un nivel de análisis más histórico-concreto, en la organización geopolítica donde se manifiesta la tendencia expansionista del capital para buscar nuevos lugares donde explotar materia prima y trabajo, y concretar la ganancia a través de los mercados.
Por eso, nuestra autora parece pasar por alto que el propio Marx puntualiza que, pese a la tendencia decreciente en la tasa de ganancia, el capital puede –y de hecho lo hace– incrementar la masa de ganancia, ya que el decrecimiento de la tasa de ganancia es producto de la composición orgánica del capital (de la relación entre el trabajo “muerto” y el “vivo”) y no de la demanda efectiva y de los mercados.19 No obstante, es muy valiosa la preocupación de Rosa Luxemburgo por el carácter expansionista e imperialista del capital y su capacidad para destruir o subsumir lo otro, lo diferente, ya se trate de pueblos y culturas, ya de mujeres y grupos minoritarios.
El capitalismo es un sistema de muerte, que impone procesos que niegan los mundos de la vida, que niegan a las personas y sacrifican las necesidades humanas en pos del proceso de valorización. Es importante el énfasis que pone Luxemburgo en esa necesidad sistemática (pese a las formas “avanzadas” que el propio capitalismo pueda adoptar) de negación y destrucción de lo otro en pos de la autorreproducción del capital. Resulta fundamental esa necesidad estructural de avanzar sobre formas sociales ajenas al propio capital pero, paradójicamente, al entrar en contacto con ellas destruirlas. En el mismo sentido escribe en La crisis de la socialdemocracia, conocida también como Folleto de Junius, en 1915:
El expansionismo imperialista del capitalismo, en tanto que expresión de su máxima madurez, de su último trayecto vital, muestra como tendencia económica hacer que todo el mundo pase a la producción capitalista, eliminar todas las formas de producción y de sociedad anticuadas, precapitalistas, convertir en capital todas las riquezas de la Tierra, todos los medios de producción, transformar las poblaciones trabajadoras de todas partes en esclavos asalariados. En África y Asia, desde las costas más al norte hasta el extremo meridional de América y en los mares del sur, todos los restos de organización social de comunismo primitivo, de relaciones de dominación feudales, de economías campesinas patriarcales, las antiquísimas producciones artesanales son destruidas por el capital, pueblos enteros son aniquilados, culturas antiquísimas son destrozadas, y todo ello para poner en su lugar la búsqueda del beneficio en su forma más moderna. Esta brutal marcha triunfal del capital por todo el mundo, allanada y acompañada de toda clase de violencia, rapiña e infamia, no dejaba de tener una parte de luz: sentaba al mismo tiempo las bases de su desaparición definitiva, engendraba el dominio capitalista a nivel mundial y a éste puede seguir la revolución socialista mundial.20
Hacia 1910 se presentaba una intensa movilización de los obreros en Alemania y se agudizaban las contradicciones en el Partido Socialdemócrata: por una parte, habría una posición abiertamente revisionista, aquiescente con la política nacionalista, militarista e imperialista y que caminaba directo hacia la guerra; habría también una segunda posición, “centralista”, donde se hallaba Karl Kautsky y que sería la causa por la que Rosa Luxemburgo terminaría su amistad (si bien continuaría la estrecha relación con su esposa, Luisa, a quien cariñosamente llamaba Lulú); la tercera posición, en la que se situaría la propia Rosa Luxemburgo, junto a Clara Zetkin, Franz Mehring, Julian Marchlewski y Karl Liebknecht, formaría el ala radical de la cual, a la postre, surgiría la Liga Espartaquista. Ésta se fundó en 1916 y, a diferencia de la posición belicista y nacionalista de los otros socialdemócratas, afirmaría: “La patria de todos los proletarios es la Internacional Socialista, y su defensa debe pasar delante de cualquier otra cosa”.
El internacionalismo de Luxemburgo sería persistente y cuando el Partido Socialdemócrata votó el presupuesto de guerra y el patriotismo se impuso sobre la lucha proletaria internacionalista, hubo una declaración de oposición minoritaria de los espartaquistas, quienes a la política bélica y al nacionalismo recalcitrante contraponían la huelga general como estrategia de resistencia y solidaridad internacional proletaria. En su artículo La reconstrucción de la internacional (1915), Luxemburgo expresó, con más amargura que ironía: “¡Proletarios del mundo, uníos en tiempos de paz y degollaos mutuamente en tiempo de guerra!”
En 1919 comenzó una revuelta obrera y, si bien Luxemburgo y Liebknecht no veían las condiciones y la fuerza necesaria en el movimiento, no lo abandonaron, y murieron en la lucha. El 15 de enero de 1919, hace 100 años, Luxemburgo y Liebknecht fueron detenidos y asesinados, aunque –como se mencionaba al inicio– el parte oficial reportó “intento de fuga” en el caso de él y “linchada por las masas” en el de ella. El 10 de marzo, también de 1919, sería asesinado Leo Jogiches. El cadáver de Rosa Luxemburgo fue arrojado a uno de los canales de Berlín y encontrado un par de meses después, su muerte injusta y prematura fue, como ella misma había descrito la de su amado Hans Diefenbach, ¡como una rosa arrancada y pisoteada…!
No obstante, año tras año, el 19 de enero se congregan miles de personas en el memorial erigido para honrar a Rosa Luxemburgo, en el canal de Berlín, justo ahí donde quisieron borrar su historia. Por otra parte, su rostro y sus ideas acompañan las manifestaciones de las nuevas generaciones que cultivan la conciencia crítica y la lucha revolucionaria, y ahí donde la vida se abre paso entre la muerte la Rosa más roja no deja de florecer.
* Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, Departamento de Relaciones Sociales.
1 Fragmento de la carta Los secretos del patio de una prisión.
2 “Cuerpos libres”. Grupos paramilitares organizados por Friedrich Ebert y Gustav Noske para frenar las revueltas populares. Ambos políticos fueron compañeros de Liebknecht y Luxemburgo en el Partido Socialdemócrata; el primero fue incluso alumno de Luxemburgo.
3 Cita tomada de Löwy, Michael. El marxismo olvidado. Barcelona, Fontamara, 1978, páginas 59-68.
4 A finales del siglo XIX, el Partido Socialdemócrata Alemán dejó de ser clandestino y en las primeras elecciones en que participó obtuvo 35 escaños en el parlamento. Por su parte, el Socialdemócrata Austriaco logró en 1897 el lugar para 12 diputados en el Congreso. En 1889 se organizaba la Segunda Internacional, donde participaban partidos socialistas de toda Europa.
5 En 1895 se realizó la primera proyección en público de los hermanos Lumière.
6 Vidal Villa, J. M. Conocer a Rosa Luxemburgo y su obra. Barcelona, Dopesa, 1978, páginas 11-12. Citado a su vez de Netl, J. P. Rosa Luxemburgo, Era.
7 Luxemburgo, Rosa. Reforma o revolución. Madrid, Akal, 2015.
8 Luxemburgo, Rosa. “El voto femenino y la lucha de clases”. Discurso pronunciado en Stuttgart el 12 de mayo de 1912, publicado en Aubert, María José. El pensamiento de Rosa Luxemburg. Barcelona, Ediciones del Serbal, 1983.
9 Luxemburgo, Rosa. “La proletaria”. Escrito a propósito del Día de la Mujer Trabajadora, en la Semana de la Socialdemocracia, 5 de marzo de 1914, publicado en Aubert, María José. Obra citada.
10 Luxemburgo, Rosa. Huelga de masas, partido y sindicatos. Madrid, Siglo XXI, 1974.
11 Echeverría, Bolívar. El discurso crítico de Marx. México, Fondo de Cultura Económica/Ítaca, 2017, página 225.
12 Ídem.
13 Lukács Gyorgy. Historia y conciencia de clase. México, Grijalbo, 1969.
14 Sobre esta disertación hay amplia bibliografía. Tres títulos dan argumentos interesantes y de actualidad: Lukács, Historia y conciencia de clase, obra citada; Mandel, Ernest. La teoría leninista de la organización. Varias ediciones. En línea: <https://www.ernestmandel.org/es/escritos/pdf/form_teoria-leninista-organizacio.pdf> Bensaïd, Daniel. Lenin y Rosa Luxemburgo. El problema de la organización. Publicado en castellano en El desafío de Rosa Luxemburgo, Buenos Aires, Proceso, 1972. En línea: http://danielbensaid.org/Lenin-y-Rosa-Luxemburgo?lang=fr
15 Luxemburgo, Rosa. La Revolución Rusa. Madrid, Akal, 2017, página 60.
16 Dunayevskaya, Raya. Rosa Luxemburgo. La liberación femenina y la filosofía marxista de la Revolución. México, Fondo de Cultura Económica, 1985.
17 Texto publicado de manera póstuma y producto de sus cursos en el Partido Socialdemócrata. Luxemburgo, Rosa. Introducción a la economía política. Madrid, Siglo XXI, 1974.
18 Löwy, Michael. “A cien años de su asesinato. Rosa Luxemburg”, en Viento Sur digital, enero de 2019. En línea: https://vientosur.info/spip.php?article14528
19 Dunayevskaya. Obra citada, páginas 99-113.
20 Fragmento de “La crisis de la socialdemocracia”, en Löwy, Michael. El marxismo olvidado (R. Luxemburgo, G. Lukács). Barcelona, Fontamara, 1978, páginas 117-118.