La campaña 2020 de Bernie Sanders y los límites del socialismo democrático en Estados Unidos
La izquierda norteamericana superó con Bernie Sanders su marca histórica del siglo pasado cuando Eugene Debs enarboló la bandera del socialismo y movilizó a una coalición de emigrantes de la costa Este con los restos del Populismo agrario de las praderas del interior. Si bien las protestas de los años sesentas y el radicalismo obrero de los treintas fueron momentos claves de la historia de la izquierda en Estados Unidos, después de los «pánicos rojos» (red scares) de la primera posguerra la izquierda socialista en todas sus vertientes fue una opción política marginal.1 De 2016 a la fecha eso cambió. La herencia del 2008, la crisis económica y las protestas de “Occupy Wall Street”, se sumaron a la reactivación de la militancia afroamericana en 2012 que desembocó en el Black Lives Matter. En ese ambiente se expande también el número y la influencia de publicaciones y programas de izquierda como Jacobin, el podcast Chapo Trap House y el programa de noticias por internet y cable Young Turks. Ese fue el impulso que rompió el cerco y ahora la izquierda democrática es una opción más dentro de lo aceptable en la conversación política estadounidense. Desgraciadamente, eso pasa a la mitad de fuertes transformaciones en el escenario político, reacomodos (realignment) que aún es difícil saber si serán permanentes o temporales. La tragedia es que este avance sucede después de 50 años de terribles retrocesos, la era Reagan aún se siente en la importancia del factor cultural (cultural wars) como elemento definitorio de las posturas e identidades políticas.2
LA CAMPAÑA
Para la izquierda latinoamericana que vio de lejos la contienda por la candidatura presidencial demócrata, lo primero que debe tomarse en cuenta, es que estamos ante una disputa de largo aliento por lo que define al “progresismo” norteamericano. Desde 2008 y en particular desde 2016 un sector de la izquierda reformista en Estados Unidos logró romper el cerco sanitario de la Guerra Fría y los “miedos rojos” haciendo al socialismo un tema de discusión “normal” en la política norteamericana. Emulando a los populistas agrarios de los 1880, los “socialistas democráticos” amenazaron el consenso liberal/conservador imperante3. A diferencia de su héroe Eugene Debs, Bernie Sanders, como los populistas agrarios tardíos, probó su suerte dentro del partido demócrata. Hace 4 años falló contra Hillary Clinton. En esta ocasión la apuesta de Sanders parecía tener más probabilidades de éxito. Logró ampliar su atractivo hacia los ciudadanos de origen latino, los restos de muchas de las izquierdas radicales de los 60 a los 80 y mantuvo su hegemonía sobre el electorado universitario asediado por las deudas y la precarización laboral. Su propuesta cumplía con todo lo que la izquierda norteamericana considera correcto: derecho a decidir, derechos civiles, y un tenue antiimperialismo.
Sanders se rehusó a transigir con su trayectoria de activista de izquierdas. Y, peor aún, siguió considerando temas de clase-trabajo-salud pública como el eje articulador de su agenda. Esta “ceguera” ante el credo liberal de políticas de identidad (raza y género) le valió una dura crítica a su “izquierda” en 2016 y resultó fatal en 2020 al impedirle conectar con el electorado afroamericano de mayor edad.4 Esto lo aprovecharon los jefes políticos demócratas para beneficiar a Joe Biden. En la campaña, Biden se arropó en el “liberalismo” anti-totalitario (anticomunista) clásico de la débil centroizquierda en Estados Unidos. Por eso los ataques al Sandinismo de los 70 o el intencionado olvido del entusiasmo norteamericano ante los primeros años de la Revolución cubana. Y a eso hay que sumarle la sumisión y simbiosis de un sector del partido Demócrata con los sectores empresariales “liberales”. En ese sentido, se explica el rechazo de Biden y el resto de las figuras del partido demócrata a la “medicina socializada” impulsada como “Medicare for All” por Sanders. Y aún así, las primeras elecciones estatales (primaries) daban señales de que al menos un tercio del electorado demócrata estaba dispuesto a seguir a Sanders en la empresa de reconstruir el partido como un partido del socialismo democrático. El fugaz ascenso del alcalde de South Bend, Peter Buttigieg, y la amenaza del millonario Bloomberg de gastar millones de dólares para impedir el triunfo de Sanders hicieron que por un momento la oposición a la coalición de Sanders no tuviera un polo en el que concentrarse. La derecha y el centro demócrata estuvieron a punto de colapsarse por la división de sus abanderados. La elección de Nevada, con un voto “latino” volcándose a favor del “tío” Bernie, aceleró los temores del centrismo estadounidense. Hasta que el voto de los demócratas sureños, de los afroamericanos “moderados”, ahogó en un santiamén las dudas sobre quién sería el adalid del estatus quo y terminó dándole el triunfo de la elección interna a Joe Biden. El convincente triunfo de Sanders en California, catapultado por la movilización de los votantes “latinos”, llegó muy tarde para frenar la narrativa del triunfo de Biden.
Mientras el centro y la derecha Demócrata se unieron para cerrarle el paso a la insurgencia sanderista, la izquierda nunca consiguió dar pasos hacía la unidad. En los medios masivos, la imagen del militante patán en redes sociales, el Bernie Bro, se usó para justificar la pertinaz negativa de un sector del progresismo representado por Elizabeth Warren de sumarse a la coalición de Sanders.5 No importó que en 2020 la composición demográfica de los partidarios de Sanders fuera mucho más plural ni que el candidato se mostrara a favor de las posturas del sector más liberal de la sociedad norteamericana (derechos reproductivos e igualdad de género). Al final, la disputa entre Warren y Sanders muestra como un sector importante de los liberales “progresistas” en Estados Unidos prefiere acomodarse en una coalición de centro antes que apoyar una agenda medianamente radical y que amplíe hacia lo social las luchas del feminismo. Por eso, sin una declinación de Warren (endorsement) a Sanders, la tan anhelada alianza entre socialistas y progresista nunca llegó.
La crisis del COVID-19 en Estados Unidos únicamente aceleró el proceso para que Bernie Sanders suspendiera su campaña y, entre las discusiones sobre la cuarentena, la izquierda norteamericana prácticamente ha desaparecido del radar de los grandes medios. La organización y movilización digital continúa, pero una vez más carece de peso alguno a la hora de fijar la agenda política. De momento la disputa se centra en el presidente Trump y su reelección. Biden continúa encerrado en su sótano, con apariciones esporádicas, mientras Sanders es un influencer más en Facebook y Youtube. Hasta ahora la única protesta pública es la de la derecha republicana que clama por terminar la cuarentena usando la bandera de la libertad y la voluntad popular.6
UNA LARGA HISTORIA DE OPORTUNIDADES PERDIDAS O LOS LÍMITES DEL SOCIALISMO DEMOCRÁTICO EN ESTADOS UNIDOS
Visto de afuera todo suena a ese dicho futbolero de “jugamos como nunca, perdimos como siempre”. La izquierda norteamericana acaba de tener el mayor avance político de su historia, millones de votos y relevancia en la esfera pública, regidores en varias ciudades y un grupo de diputadas altamente mediáticas, the squad. A Sanders se sumaron las figuras de Alexandra Ocasio Cortes, congresista por Nueva York, de origen puertorriqueño e Ilhan Omar congresista por Minnesota.7 Desgraciadamente, esos avances se dan después de cuarenta años de reformas neoliberales, a la de por sí raquítica, estructura de estado de bienestar en Estados Unidos, la erosión del sindicalismo, y una victoria política de la alianza non-santa del conservadurismo religioso y el liberalismo económico. La victoria cultural de la nueva izquierda de los sesentas es sólo el premio de consolación ante la aplanadora electoral de los movimientos sociales conservadores organizados bajo la sombrilla del partido republicano, de Reagan a Trump. Si comparamos los resultados electorales del Tea Party con los de las insurgencias de izquierda desde los años setenta, el balance es desalentador.8 Eso explica la retirada continua a las universidades, a la teoría o al trabajo con las minorías. Una incesante búsqueda del sujeto revolucionario, que no ha desmovilizado a la izquierda norteamericana, pero sí la ha condenado a ver la conquista del poder en algo utópico en el mejor de los casos o en algo indeseable en el peor.9
La imaginación política de la izquierda norteamericana sigue atrapada entre el radicalismo de la primera etapa de las Panteras Negras y el impulso socialdemócrata municipalista de los últimos años de esa organización.10 Cuando buscamos causas del fracaso de ambas vías, otra vez la experiencia de las Panteras Negras, cercadas por la contrainteligencia, ofrece la respuesta más sencilla y reconfortante. Sin embargo, la represión no basta para explicarnos la perenne incapacidad de los izquierdistas estadounidenses para conformar una opción política viable, ya sea como movimiento o como partido, más allá del “liberalismo” y el anarquismo individualista. En más de un siglo de luchas populares, una y otra vez, los actores nunca llegan a la cita, salvo en las contadas ocasiones que quedan para las fotos de los libros o la memoria de grupos marginales que tanto gustan a los historiadores sociales y a los folcloristas.
Porque claro, nos encanta redescubrir la herencia de la Revolución haitiana en las revueltas de esclavos en la joven República o como los cantantes proletarios afines al partido Comunista dejaron como herencia hermosas canciones patrióticas como This Land is Your Land, o mejor aún, como el Combahee River Collective un grupo de feministas negras lesbianas forjaron el concepto de interseccionalidad en los setentas.11 Sin embargo, falta sopesar esas pequeñas grandes promesas contra la traición del partido republicano al proceso de Reconstrucción luego de la Guerra Civil, los errores del sectarismo comunista luego de la condena de Browder o la cooptación del movimiento de derechos civiles y el feminismo por el centrismo del partido demócrata.12 Falta hablar de la manera en que movimientos como el primer populismo y el activismo sindical de los años 30 del Congress of Industrial Organizations se estrellaron con el muro del racismo de las elites sureñas y la lealtad de las minorías negras al partido de Lincoln o de como la lógica del sistema electoral norteamericano ha hecho imposible montar un tercer partido medianamente afín a los intereses de los trabajadores.13 Una lógica que ha condenado paulatinamente a socialistas, comunistas y ecologistas a la irrelevancia o las filas del partido demócrata, donde son una reliquia tolerada mientras no alce la voz. Eso cuando las organizaciones no colapsan bajo el peso de sus contradicciones internas, la toxicidad del aislamiento sectario, o el compromiso con el estatus quo sin el beneficio de concesión alguna. No extraña entonces que el desengaño ante los problemas de la forma partido lleven a decenas de militantes al activismo solitario y la constante crítica de todo aquello que tenga un atisbo de verticalidad en lo organizativo. De ahí que los saldos de la derrota de Sanders reabran las discusiones sobre ¿y qué hacer ahora?
Y AHORA, ¿QUÉ HACER?
Y sin embargo, la vía del activismo individual heroico está perdiendo el atractivo que tenía luego del colapso del socialismo real. Ciertamente, las críticas a los remanentes del marxismo-leninismo sectario siguen vigentes en varios sectores de la izquierda que van del anarquismo a la socialdemocracia. No por nada, Twitter está lleno de insultos a los “tankies” o a las “terfs”. Sin embargo, la hegemonía del movimientismo y de la horizontalidad ya no es lo que era hace diez años. En estas semanas, en los portales digitales de Jacobin, In These Times, New Politics e incluso en la venerable The Nation, varios artículos han discutido argumentos sobre el camino a seguir luego del colapso de la campaña de Sanders.14 Sorprendentemente, nadie está llamando a clausurar la vía electoral del todo y la mayoría de las voces apuntan a la creación de algún tipo de organización que agrupe a radicales de todas las tendencias. El diablo está en los detalles, y las acaloradas diatribas se decantan por un tercer partido, una coalición de activistas, una tendencia dentro del partido demócrata, todas las anteriores o ninguna. Y en medio de eso, está el debate entre quienes creen que una vez más hay que optar por el mal menor apoyando a Biden y los que llaman a razonar el voto conforme a su peso específico dentro de la lógica del colegio electoral.
La sabiduría compartida de la izquierda global en los últimos cien años nos decía que el socialismo es una imposibilidad en Estados Unidos. Una y otra vez el movimiento obrero, los partidos socialistas, el anarquismo de izquierda y el comunismo terminaron en las cárceles, el exilo y la ignominia después de contribuir a la transformación política de Estados Unidos, la lucha por las libertades civiles o el fin de la segregación racial. La certeza de la derrota de cualquier izquierda no liberal podía enmarcarse casi como una ley de la política hasta que el fin de la Guerra Fría, la crisis de 2008 y la campaña de 2016 abrieron una grieta en ese muro. O eso parecía hasta que las realidades del sistema electoral norteamericano, el peso muerto de la tradición liberal, la entumecida herencia de los años sesentas y las eternas divisiones entre minorías nos regresan a la búsqueda de una salida al laberinto. Pero para la izquierda latinoamericana, tan afecta a celebrar la derrota tanto como la victoria, el tío Bernie bien merece un espacio en el santoral, después de todo, lo nuestro es arar en el mar.
FUENTES
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Wainer, Kit, and Mel Bienenfeld. “Problems with an Electoral Road to Socialism in the United States.” New Politics XVII, no. 68. (Invierno 2020). Consultado el 28 de abril de 2020. https://newpol.org/issue_post/problems-with-an-electoral-road-to-socialism-in-the-united-states/.
NOTAS
* Jorge Iván Puma Crespo es Doctorante en historia por la Universidad de Notre Dame.
1 Para una historia sucinta de la izquierda norteamericana y su impacto en la cultura política de Estados Unidos antes de los eventos de 2016 véase John Nichols, The» s» word: A short history of an American tradition… socialism (Verso, 2011).
2 Para una historia del ascenso del conservadurismo político en Estados Unidos desde los años setentas y las subsiguiente “guerras culturales” véase Andrew Hartman, A war for the soul of America: A history of the culture wars (University of Chicago Press, 2019).
3 Para una historia del Populismo norteamericano y su accidentada historia electoral véase Lawrence Goodwyn, Democratic Promise: The Populist Moment in America (New York: Oxford University Press, 1976).
4 Para una crítica liberal a su “izquierda” en el tema de su aproximación a la “raza” veáse Ta-Nehisi Coates, «Why Precisely Is Bernie Sanders Against Reparations?,» The Atlantic (19 de enero 2016). https://www.theatlantic.com/politics/archive/2016/01/bernie-sanders-reparations/424602/.
5 Para un ejemplo de la perspectiva “liberal” de la izquierda militante en redes sociales y el esteriotipo del Bernie Bro, veáse Zack Beauchamp, «The raging controversy over “Bernie Bros” and the so-called dirtbag left, explained,» VOX (9 de marzo 2020). https://www.vox.com/policy-and-politics/2020/3/9/21168312/bernie-bros-bernie-sanders-chapo-trap-house-dirtbag-left.
6 Véase Ben Burgis, «The Left Can’t Just Dismiss the Anti-Lockdown Protests,» Jacobin (23 de abril 2020). https://jacobinmag.com/2020/04/coronavirus-pandemic-lockdown-protests-ubi.
7 Para un perfil de las congresistas consideradas por los medios como miembros del squad véase BBC, «AOC, Omar, Pressley, Tlaib: Who are ‘the squad’ of congresswomen?,» BBC News (18 de julio 2019). https://www.bbc.com/news/world-us-canada-48994931.
8 Para una historia del Tea Party véase Theda Skocpol and Vanessa Williamson, The Tea Party and the remaking of Republican conservatism (Oxford University Press, 2016).
9 Para una historia de la izquierda radical norteamericana después de las movilizaciones de los sesentas véase Max Elbaum, Revolution in the Air. Sixties Radicals turn to Lenin, Mao and Che, 2 ed. (New York: Verso, 2006).
10 Sobre la complicada historia de las Black Panthers véase Joshua Bloom and Waldo E. Martin Jr., Black Against Empire. The History and Politics of the Black Panther Party (University of California Press, 2013).
11 Sobre el impacto cultural del comunismo norteamericano de los años treinta véase Michael Denning, The cultural front: The laboring of American culture in the twentieth century (Verso, 1998). Para una historia del legado del Colectivo del río Combahee negro véase Keeanga-Yamahtta Taylor, How we get free: Black feminism and the Combahee River Collective (Haymarket Books, 2017).
12 Para un balance histórico del colapso del Partido Comunista de los Estados Unidos en los años cincuentas veáse Maurice Isserman, If I had a hammer. The Death of the Old Left and the Birth of the New Left. (Chicago, Illinois: Illini Books, 1993).
13 Para una historia del colapso del Populismo en el sur y las dificultades de generar una alianza multirracial véase Charles Postel, The populist vision (Oxford University Press, 2007).
14 Para un ejemplo de la polémica desatada después de que Bernie Sanders suspendió su campaña véase Paul Heideman, «Mass Politics, Not Movementism, Is the Future of the Left,» Jacobin (12 de abril 2020). https://jacobinmag.com/2020/04/bernie-sanders-democratic-socialism-mass-politics-left. y la respuesta en New Politics por Kit Wainer and Mel Bienenfeld, «Problems with an Electoral Road to Socialism in the United States,» New Politics XVII, no. 68 (Invierno 2020). https://newpol.org/issue_post/problems-with-an-electoral-road-to-socialism-in-the-united-states/.