LA REBELIÓN DE LAS JACARANDAS

Las primaveras en la ciudad de México se pintan de morado. Hay diversas historias que explican la llegada de estos bellos árboles desde la Amazonia, pero la más recurrente le da el crédito a una familia japonesa de jardineros, los Matsumoto. Aunque, aquí, más que la historia, es relevante la metáfora o, aún mejor, la mímesis de las jacarandas y las mujeres el 8 de marzo de 2020. Y es que en las fotos, sobre todo las aéreas, parecía que las majestuosas jacarandas se rebelaban a permanecer en el mismo sitio, que arrancaban sus raíces y que comenzaban a moverse para marchar. Del monumento a la Revolución a la plancha del zócalo, inundó las calles de la ciudad de México una marea violeta, una rebelión de jacarandas.

Esta no era la primera marcha para conmemorar el #8m en la ciudad, de hecho en varias ciudades del país, como en el resto del mundo, a partir de 2017 cobró fuerza un movimiento que tomó, tanto las redes y los medios digitales, como las calles y que re-significó y también re-politizó el día internacional de la mujer «reconectándolo con sus raíces históricas casi olvidadas en el feminismo socialista y en la clase obrera».1 Así, poco a poco, año con año, pero preparado desde arduas luchas cotidianas: de madres y familias que denuncian, buscan y exigen justicia ante desapariciones, violaciones y feminicidios; de jóvenes que en las universidades instalan “tendederos” con denuncias de acoso y altares para compañeras víctimas de feminicidio; de los movimientos en redes sociales #MiPrimerAcoso (2016) y #MeToo, (2019); por supuesto, de las luchas históricas por la despenalización y la posibilidad de elección de un aborto legal, seguro y gratuito y, en general, de los colectivos y las activistas que día a día tejen, bordan, acompañan, denuncian.

No obstante, este 2020 se marcó un hito en la conmemoración del día internacional de la mujer en México, por la respuesta masiva a las convocatorias (tanto a la marcha del 8, como a la huelga del 9, se hicieron llamados con diversas propuestas desde distintas organizaciones y colectivos), y por el impacto y las fuertes polémicas que ocuparon amplios espacios de la opinión pública. Esta marcha fue, sin lugar a dudas, la más grande y la más plural hasta ahora en la conmemoración del #8m. Y es que consignas como #NiUnaMenos y #VivasNosQueremos se han impuesto más urgentes ante las formas feroces de violencias que van de las casas a las calles; de las plazas al transporte público; de las escuelas a las oficinas y, en fin, a todos los espacios, tantos privados como públicos: acosos de todo tipo, desapariciones, trata, violaciones, ataques con ácido, encarcelamientos por abortos (tanto por elección, como espontáneos), feminicidios; en fin, recordatorios y prácticas, sistemáticas y recurrentes, de que para muchos hombres e instituciones, privadas o públicas, nuestro cuerpo, nuestra vida, nosotras mismas, no nos pertenecemos; sino que están siempre a su disposición.

La indignación creció en días previos cuando las violencias (que normalmente se diluyen en las cifras abstractas que dan los medios de comunicación y autoridades responsables de los programas públicos sobre mujeres), cobraron vida en rostros y nombres concretos que emergieron como una suerte de símbolos de justicia y de proximidad para todas las mujeres mexicanas. Abril, Ingrid y Fátima, resonaban muy fuerte, como heridas profundas, como las más recientes, de las miles que permanecen abiertas y que no dejan de sangrar. Las movilizaciones (la marcha del #8m y la huelga del #9), tuvieron eco en sectores muy diversos de mujeres que, no sólo abarcaban una pluralidad de feminismos; sino que también involucraban distintas posiciones que trascendían el mapa político en el que en este momento en México se sitúan las derechas y las izquierdas.2

Me parece que esta diversidad tiene que ver con que el llamado no sólo involucraba las conciencias; sino también las emociones, sobre todo, el sentimiento de agravio y la rabia ante la impunidad de los crímenes de género; pero también con las formas en que la opinión pública, los medios de comunicación y algunas instituciones y sectores de la sociedad replican la violencia a través de la invisibilización, de la normalización o naturalización de la dominación, así como la re-victimización al responsabilizar a las mujeres de la violencia que padecen (porque salen de noche, porque “eligieron mal” a la pareja, porque se visten de determinada manera, etcétera), en lugar de denunciar y culpar al perpetrador. El discurso hegemónico, por ejemplo, enuncia que las mujeres “mueren” o son encontradas “sin vida” (no que son asesinadas como realmente ocurre) lo que, sin duda, tiene un impacto no sólo social, sino que implica la articulación de todo un universo de sentido que se plasma también en las políticas, en el derecho y en la impartición de justicia.

En este sentido, es imprescindible señalar que no sólo son violentas las formas más brutales, groseras y feroces; sino éstas están imbricadas y se sustentan en formas más sutiles y cotidianas que van configurando y normalizando universos simbólicos que preparan y legitiman los escenarios de las expresiones más violentas. De ahí la agudeza de la denuncia de los “piropos” y las miradas lascivas que, no son “halagos” o “bromas” inofensivas, sino principios de violencia, de acoso, en la medida que ahí se comienza a instrumentar la cosificación de las mujeres, porque, como bien lo señala Jameson, «transformar a los otros en cosas por medio de la Mirada se convierte […] en la fuente primordial de una dominación y una sujeción que sólo pueden derrotarse mirando atrás o “devolviendo la mirada”: en términos de Fanon por la violencia terapéutica de esta última».3

En este sentido, la toma de las calles, los movimientos en redes, las marchas, las huelgas, la instauración de anti-monumentas, etcétera, se convierten en un repertorio de formas, tanto políticas como lúdicas, de “devolver la mirada”, de hacer visible lo invisible, de irrumpir y poner en tela de juicio la organización y el sentido de mundo que desde niñas nos enseñan como “natural”, pero que en realidad oculta un orden patriarcal que se instaura en distintos espacios y que configura auténticas geometrías de poder4 que fragilizan y hacen vulnerables a las mujeres, prácticamente en todos los espacios, por el hecho mismo de ser mujeres, en este sentido, es muy elocuente y, me parece, por esto fue abrazada en todo el mundo, la consigna de Las Tesis:5 “Y la culpa no era mía, ni donde estaba, ni cómo vestía… El patriarcado es un juez, que nos juzga por nacer”.

De acuerdo con lo anterior, un aspecto que explica algunas de las razones de por qué el #8m agrupó e identificó a un espectro tan amplio de mujeres en México fue justamente el hecho de que la dominación sobre lo femenino tiene un carácter ontológico de género, no son las circunstancias; es el hecho de ser mujeres. Y, como ya se ha apuntado, esta dominación y sus distintas formas de violencia se ubican en múltiples espacios y niveles, tanto de la política en términos formales como de la vida cotidiana que, en consecuencia, devienen también espacios de violencia, resistencia y lucha política. Esta cuestión no es nueva y ha quedado bien ubicada en muchos momentos de las luchas feministas a lo largo de la historia. Está plasmado, por ejemplo y de manera magistral, en el lema de las feministas de los años 60: «lo personal es político». También Simone de Beauvoir había puntualizado de manera muy precisa en El segundo sexo este carácter ontológico de la dominación sobre las mujeres, desde el momento en que nuestra identidad se construye siempre como negatividad o “deficiencia” de lo masculino.

Y hoy esta cuestión también está muy presente en las voces de las mujeres, que hacen eco en las calles y las plazas; pero también se graban en las paredes y los monumentos públicos: «Hasta que la dignidad se haga costumbre»; «No queremos ser valientes, queremos ser libres»; «La revolución será feminista o no será»; «Si tocan a una, respondemos todas»; «Somos el corazón de las que ya no laten». En muchos sentidos, la realidad nos alcanzó y no sólo está haciendo reaccionar a militantes y activistas, en el sentido tradicional de los términos; sino que está creando malestar, preocupación y conciencia en muchos grupos y sectores sociales de mujeres que decidieron salir por primera vez.

En este contexto, me parece que las luchas y las resistencias feministas han mostrado de múltiples y creativas maneras, que el mundo precisa –además de la praxis militante y de la política en los sentidos “tradicionales”–, también de formas, tanto cotidianas como extraordinarias, de solidaridad, así como de la invención de un lenguaje que designe nuevas relaciones, formas, arquitecturas conceptuales, en fin, que esté a la altura de lo diferente, de lo otro, a lo que aspiramos. Y es por esto que, más allá de lo que muchos detractores de los movimientos de mujeres han catalogado como “banalidad” o “necedad”, en la disputa por el lenguaje, este aspecto es, como en todos los procesos revolucionarios, fundamental, una necesidad de subvertir en el discurso mismo la construcción de los universos de sentido y significación, tanto de la vida cotidiana, como en los espacios académicos, en la epistemología y la ciencia. Este aspecto es particularmente relevante en lo que concierne a las luchas de las mujeres, ya que no sólo las costumbres, lo cotidiano y el sentido común están marcados por el predominio de lo masculino; también los paradigmas científicos y los conceptos están profundamente imbuidos en un orden simbólico y de sentido articulados y pensados a través de estructuras patriarcales.

Así, tanto las consignas y las mantas de las mujeres que salieron a marchar el #8m, como la ausencia y el silencio al que se convocó en la huelga del #9m corresponden, no sólo a una lucha por hacerse escuchar; sino a una rebelión contra formas y sentidos de mundo dominadas por un orden masculino que se expresa en una multiplicidad de violencias que se han vuelto insoportables. Las mujeres buscamos formas de expresión que se pueden escuchar en gritos, en palabras, que se pueden escribir en mantas y en pancartas; pero también que se pueden tornar en ausencias y silencios elocuentes. Nos expresamos también con aquel que es nuestro territorio más íntimo y más próximo (y también el más violentado), nuestro cuerpo, aquellos cuerpos, aquellas cuerpas, como señalan algunas compañeras, que se pintaron de verde y de violeta y de rebeldía. A muchas jóvenes y mujeres mayores, veteranas en el arte de protestar, se sumaron mujeres que salían a marchar por primera vez en su vida, de muchas edades, pero a las que una emoción muy especial, delataba como transgresoras, de sus parejas, de sus familias, de su rol tradicional en la casa, en el trabajo, en la propias calles que, en días ordinarios les pueden resultar peligrosas, pero que el día de la marcha hicieron y sintieron suyas.

Y es que, como apuntaba, la toma de las calles crea otras formas discursivas, donde no sólo se habla con palabras; sino con el cuerpo, en este caso, con los cuerpos florecientes de más de 80,0006 mujeres que configuraron un nuevo paisaje de denuncia social,7 que dio un vuelco al entorno urbano de la Ciudad de México, mimetizando su lucha con la primavera y la explosión de las jacarandas. Una lucha que se alimentaba de un pluralismo que refleja también el pluralismo ontológico; en que se expresan las relaciones de dominación.

En este sentido, como bien nos explica Lukács, debemos tomar en cuenta el carácter histórico y procesual que implica la alienación como fenómeno concreto del ser social que aparece o se manifiesta como pluralidad. Es decir, que en la dimensión particular de los sujetos sociales, se configura en múltiples procesos dinámicos, cuyos intentos de superación, conscientes y subjetivos, no se van articulando al mismo tiempo y de una sola vez.8 Por poner un ejemplo, quizá mientras los trabajadores se organizan en su lugar de trabajo para alcanzar mejores condiciones laborales; en el terreno del consumo y el mercado o en las creencias o la religión, vivan otras formas de alienación, ya sea como dominados o como dominadores:

“De hecho las alienaciones individuales existen en una independencia mutua tan amplia en términos ontológicos, que una y otra vez hay hombres en la sociedad que combaten los influjos alienantes en un complejo de su ser, pero que aceptan sin resistencia otros […] Sin entrar en detalle en esta cuestión, me refiero solamente al caso que ocurre a menudo en el movimiento obrero, de que hombres que combaten apasionadamente y con éxito su alienación como trabajadores, alienan de manera tiránica en la vida familiar a sus esposas, cayendo en ello en una nueva alienación de sí mismos.”9

Así, no se trata de formas simples de poder o dominación; sino de múltiples procesos que van tejiendo entramados sociales donde se articulan distintos momentos y formas de alienación: física, psíquica, política, ideológica, sexual, religiosa, etcétera y donde intervienen diversos agentes sociales. Y, en el caso de las mujeres, esta condición de alienación además de estar marcada por las condiciones de clase,10 por procesos de racialización, de colonialidad, también está marcada por la condición de género que, tal como hemos visto, comienza en el espacio mínimo vital o en el territorio elemental que es el cuerpo y, desde el nacimiento mismo, se despliega hacia otros espacios y otros momentos de la existencia.

Es por esto que todas las luchas y resistencias, particularmente las feministas, se ubican en múltiples espacios y niveles de interacción: en la familia y la casa, en la calle, en el trabajo, en la escuela, en lo local, en lo regional, en lo nacional y estatal, en lo global. De igual manera las violencias se manifiestan a través de múltiples y diversos agentes sociales, tanto individuales como colectivos y, por supuesto, sistémicos: padres, familia, pareja, iglesias, desconocidos, policías, criminales, instituciones jurídicas, políticas, de salud, educativas, Estado, organismos supra e inter-nacionales. En este contexto no es de extrañarnos que, aunque en algún terreno se logren ganar ciertos espacios o derechos, en cualquier momento la integridad y la dignidad, la vida de las mujeres pueden ser violentadas de facto. Tal es el caso, por ejemplo, de la lucha por el aborto libre, seguro y gratuito que, pese a que ha tomado fuerza en muchas regiones del país, sólo se ha logrado en la Ciudad de México y Oaxaca, en buena parte porque a la lucha de las mujeres, se ha sumado la presencia de grupos parlamentarios y gobiernos de izquierda.11

Por otra parte, el pluralismo de los espacios y niveles de violencia, nos obliga también a hilar fino y a distinguir, matizar y complejizar las propias formas de expresión y resistencia de las mujeres. Me interesa particularmente este último punto, ya que en México, como en otros lugares del mundo, se ha generado mucha polémica sobre las “pintas” de paredes y monumentos y la rotura de vidrios y de inmuebles como paradas de autobús o daño en transporte público. En este punto me parece que hay que prescindir del uso indiscriminado del término “violencia” en abstracto e ir hacia el análisis de las formas concretas de acción y expresión ya que, de lo contrario, meteríamos todo en un mismo saco; porque lo mismo se llama “violencia” a los feminicidios que a los vidrios rotos, los botes de basura incendiados o a las pintas durante una manifestación.

Y, si queremos entender, hay que distinguir antes de juzgar. Por una parte, se ha denunciado la presencia de infiltrados y provocadores. Me parece que de esto no hay duda pues siempre en los movimientos sociales y en las protestas hay infiltrados y provocadores, ¿cuándo no sucede esto en las luchas políticas? Esta es una posible y quizá, para algunos hechos, plausible explicación, pero no creo que sea la única. También hay mucha rabia acumulada y generada por muchas razones para querer hacerla visible. Por otra parte, tomar las calles y el acompañamiento de las compañeras se abre como un lugar propicio para expresar no sólo razones, sino también emociones, que en otros contextos no pueden ser externadas o gestionadas. En este contexto ubico gritos como el de Yesenia Zamudio, una madre activista que se ha vuelto un icono: «¡Lo quiero quemar todo, me mataron a mi hija!», recogido en la “Canción sin miedo” de Vivir Quintana que este 2020 se volvió un himno para las mujeres mexicanas: «Yo todo lo incendio, yo todo lo rompo si un día algún fulano te apaga los ojos».

Sin embargo, más allá del momento de las marchas, en una dimensión más estructural y a largo plazo, es necesario que esta energía social, trascienda lo que puede quedarse sólo en lo que algunos sociólogos llaman passages al’acte,12 movimientos impulsivos a la acción que expresan una intolerable carga de rabia y frustración, que representan una lucha por el reconocimiento pero que, si no son traducidos al discurso o a la reflexión políticas, corren el riesgo de quedarse sólo en expresiones aisladas de resentimiento.

Y es que la polémica está presente, aún entre las propias mujeres, como se pudo apreciar en la propia marcha del #8m. Cuando algunas mujeres lanzaban algún petardo, pintaban paredes o rompían vidrios, se alzaban voces que se dividían entre los gritos: «No violencia, no violencia» y «Fuimos todas, fuimos todas», en una suerte de catarsis colectiva frente a años de agravios acumulados. En este sentido hubo también momentos de tensión e incluso violencia, como golpes a policías que no se pueden justificar porque no había represión; pero por otra parte, también hubo momentos de tensión que derivaron en instantes lúdicos, como cuando un grupo de jóvenes derribaron las vallas que resguardaban policías, también mujeres, en la calle ٢٠ de noviembre, tras lo cual se retiró la fuerza pública (al parecer la orden de no reprimir ni confrontar con las manifestantes era clara). Enseguida hubo algunas pintas a los edificios, pero lo más importante para las jóvenes no fue agredir a las policías, sino comenzar a saltar sobre las vallas hasta convertirlas en instrumentos de percusión: «Abajo el patriarcado que va a caer que va a caer /PUM/PUM/ Arriba el feminismo que va a vencer, que va a vencer /PUM/ PUM/». Y de pronto ya estaban participando, no sólo las jóvenes que tiraron las vallas; sino otras jóvenes, niñas con sus madres, mujeres mayores.

Así las expresiones se escuchaban en canciones populares en versiones feministas: La llorona, la Cielita linda, la Canción sin miedo; se plasmaban en colores y formas en los performances o en la marchas misma. Y se detenían en espacios apropiados y re-significados como la Antimonumenta que se colocó frente el Palacio de Bellas Artes el 8 de marzo de 2019 y que nos recuerda que en México 9 mujeres son asesinadas cada día. Así se van construyendo espacios simbólicos, efímeros o permanentes, de memoria colectiva, de denuncia y de demanda de justicia.

Me parece que la fuerza que mostraron las mujeres mexicanas el #8m y el #9m de 2020 ha marcado cambios significativos y representa una energía social que ha nutrido una lucha de largo aliento que ha ido ganado espacios en el discurso, en la opinión y en las políticas públicas y también, de a poco, van transformando la cotidianidad y el “sentido común”. La crítica y transformación de formas sociales, políticas y culturales machistas y patriarcales se han puesto en la agenda de la opinión pública de este país y sería muy difícil frenar ese impulso crítico. Por otra parte, en diversos lugares y desde distintos niveles, las mujeres se abren espacios de conciencia, de sororidad, de resistencia y de lucha que sostienen la vindicación de lo femenino, ya sea bordando memorias o tendiendo denuncias o haciendo huelgas, construyendo, en fin, una suerte de espacios multiversos13 que enuncian, significan, producen y actúan por sí mismos y escapan a las formas discursivas, epistémicas y práxicas en las que el mundo construido por la lógica patriarcal, las habían querido encasillar y descalificar, (como negatividad o deficiencia de lo masculino) en términos como: brujas, histéricas, feminazis, en resumen, “malas mujeres” desde una construcción hetero-patriarcal de un modelo de lo femenino.

Esto no quiere decir que hayan perdido peso el control y las normas instauradas a través de controles externos de coacción social y estatal; pero también interiorizadas a través de controles emotivos. Por el contrario, al machismo “tradicional”, se han sumado formas extremas de violencia y procesos de exacerbación de la crueldad, producto de la última reestructuración del capitalismo, se trata de formas de violencia estructural profundamente ligadas a las condiciones políticas y económicas. Es frente a estas condiciones terribles e insoportables que crece la resistencia, la conciencia y se gesta la organización de las mujeres: «Nos sembraron miedo, nos crecieron alas»,14 dice una bella canción que en la primavera mexicana de 2020 fue abrazada como himno.

Mencionaba al principio de esta reflexión sobre una mímesis, donde las jacarandas se vuelven más que un símbolo, por su color y por la vida que surge en la primavera, que de por sí sería una linda metáfora. En la experiencia de las mujeres, las jacarandas marcharon por las calles, a la vez que las propias mujeres movieron raíces ancestrales para demostrar que las identidades y las subjetividades pueden de-construirse y reconstruirse. Las múltiples y creativas formas en que se expresaron las mujeres representan una suerte de «revolución imaginaria» donde no sólo hay símbolos externos; sino que se trata de rupturas, de experiencias que abren paso a nuevas formas de simbolización que ponen en tela de juicio el “orden” del mundo. Las canciones, los performances, las hogueras, las pintas, etcétera, representan formas y acciones colectivas y críticas que permiten una salida o fuga de la cotidianeidad y cuestionan los códigos y las normas vigentes y abren posibilidades de cambio y transformación.15 No cambian de golpe la realidad pero, además de mostrarse como fuerza social y de subvertir el paisaje urbano, se instauran en la conciencia, quedan como reminiscencia de la experiencia de que existen otras formas posibles de ser.


NOTAS

1  Arruzza, Cinzia; Tithi Bhattacharya y Nancy Fraser. (2019) “Notas para un manifiesto feminista”, en New Left Review, 114, ene-feb, 2019, pp. 126.

2 Hubo señalamientos de infiltración y manipulación, no totalmente infundados, en la medida en que ante la emergencia de movimientos sociales siempre hay grupos que, de manera oportunista, intentan capitalizar políticamente la protesta. Tal fue el caso del PAN, que siendo un partido de derecha, opuesto a la legalización del aborto, inusualmente dio eco a la voz de las mujeres, sobre todo para desacreditar al gobierno de López Obrador. Sin embargo, me parece que dar el mayor crédito al intento de uso y manipulación de la situación, por este o cualquier otro partido o agente político, quita del centro o minusvalora a las propias mujeres que, como sujeto social y político, tuvieron total centralidad en la organización de la marcha y de la huelga. De manera que no es justo demeritar la conciencia, el poder organizativo, e incluso, las causas y rabia legítimas de las mujeres mexicanas.

3 Jameson, Friedric (2002) El giro cultural. Escritos seleccionados sobre el posmodernismo 1983-1998. Buenos Aires, Manantial, pp. 142-143.

4 Este es un concepto utilizado por Doreen Massey para explicar cómo la producción social del espacio involucra y reproduce relaciones de dominación. Es decir, hay una construcción social que hace de las calles, de las casas, del transporte público, lugares hostiles y peligrosos para las mujeres.

5 El colectivo de mujeres chilenas que creó el performance “Un violador en tu camino”, que se replicó por todas partes del mundo.

6 Según reportes oficiales del gobierno de la Ciudad de México.  

7 Para profundizar más en este aspecto, es sugerente el estudio de Alicia Lindón. (2009) “La construcción socioespacial de la ciudad: el sujeto cuerpo y el sujeto sentimiento.” en: Revista latinoamericana de estudios sobre cuerpos, emociones y sociedad. Córdoba, No. 1, Año 1, pp. 6-20.

8 Lukács, Gyorgy. (2013) Ontología del ser social. La alienación. Buenos Aires, ediciones Herramienta.

9 Ibídem, p. 59.

10 En el caso del trabajo femenino, por ejemplo; no sólo está presente la lucha entre capital y trabajo; sino que la explotación se complejiza con menor remuneración e invisibilización del trabajo. Por ejemplo, las labores domésticas y la reproducción de la familia, que están a cargo de las mujeres, ni siquiera se consideran trabajo y no están sujetas a derechos o prestaciones laborales; y frecuentemente están sujetas al propio marido como capataz que ejerce violencia contra la mujer y los hijos. Sobre este aspecto de la explotación del trabajo femenino como esencial para la consolidación y funcionamiento de la sociedad capitalista son muy fecundos los libros de Silvia Federici: El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo. (2018) Madrid, Traficantes de sueños y Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. (2010) Madrid, Traficantes de sueños.

11 La lucha por el aborto legal, seguro y gratuito en México, ha tenido conquistas desiguales en distintos tiempos y en distintos espacios. El aborto por libre decisión es legal, seguro y gratito (dentro de las 12 primeras semana de embarazo), en la Ciudad de México desde 2007 y en Oaxaca a partir de 2019. En los códigos penales de 30 entidades federativas el aborto es legal sólo en caso de peligro de la vida de la madre o en caso de violación; pero en Guanajuato y Querétaro (bastiones políticos de la derecha y del PAN) no sólo es ilegal por la segunda causal, sino que ha sido criminalizado y han encarcelado incluso a mujeres que han tenido abortos involuntarios.

12 Žižek, Slavoj. (2009) Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales. Buenos Aires, Paidós, pp. 94-96. Se han clasificado como passages al’acte o respuestas sociales reactivas los casos de París en noviembre de 2007, Londres en agosto de 2011 o los que se generaron en 1992 en los Ángeles a partir del caso de Rodney King.

13 El filósofo Ernst Bloch utilizó el concepto multiversum como crítica a la idea de «progreso filisteo», anclado al avance tecno-científico de occidente. Bloch considera que hay «una sucesión polivalente de topoi», un multiversum de formas de producir y reproducir el mundo distintas a las dominantes, que no deben considerarse “atrasadas” o “inferiores” y que, desde distintas perspectivas culturales, se abren a diferentes formas posibles de consagración de lo humano. La recuperación del término parte, sin duda, de la dimensión psicológica con que William James utilizó por primera vez este término, cuyo origen se sitúa en la cosmología física La actualización blochiana del concepto multiversum ha sido recuperado como una perspectiva anticolonial por autores como Francisco Serra y Remo Bodei. A mi me parece también un concepto muy adecuado a la praxis feminista, ya que recupera de la negatividad o la inferioridad ontológica de los sujetos o agentes sociales subalternos y reivindica el peso y sentido de la alteridad.

14 “Canción sin miedo” de Vivir Quintana.

15 Echeverría, Bolívar. (2001) Definición de la cultura. México, Ítaca.