CIENCIA CON ADJETIVOS O POR QUÉ LA CIENCIA PUEDE SER NEOLIBERAL

El pasado 23 de abril, Elena Alvárez-Buylla, directora general del CONACYT, utilizó en la Conferencia de Prensa de la Secretaría de Salud la expresión “ciencia neoliberal” para referirse a ciertos modos de operar de las instituciones científico-tecnológicas del país. Este concepto levantó ampollas entre una parte de la comunidad académica, que inmediatamente mostró su inconformidad en las redes. Han pasado ya días de esa intervención y desde entonces hemos podido leer en distintos medios objeciones y defensas al uso del controvertido sintagma. Sin embargo, la polémica está lejos de resolverse. Toca fibras sensibles y principios muy arraigados entre una comunidad que no es capaz de admitir que un proyecto tan valioso como el de la ciencia pueda ser adjetivado con un término que lo vincula estrechamente con la política y la economía sin verse profundamente dañado en relación a su capacidad de generar conocimiento objetivo.  La ciencia, se ha dicho con enojo, no puede estar sujeta a ideologías porque si no, deja de ser tal. Dada la cerrazón de quienes siguen sosteniendo este mito fundacional que afirma que la producción de conocimiento siempre estuvo y debe quedar ajeno a elementos sociales, políticos, morales o económicos, no confío en que los siguientes párrafos vayan a sacar a nadie de su visión dieciochesca. Sin embargo, aun siendo consciente de la esterilidad del esfuerzo, me voy a dar a la tarea de esbozar tres argumentos por los cuales deberíamos aceptar, sin ningún reparo ni miedo a ser acusados de enemigos de la ciencia, que es legítimo, acertado y útil emplear la expresión “ciencia neoliberal”. El primero de ellos es gramatical, el segundo teórico-conceptual, el tercero descriptivo. 

Respecto al primer argumento, he visto al menos tres objeciones sintácticas al uso de la expresión. La primera, que el adjetivo “neoliberal” anularía el significado mismo del sustantivo “ciencia”; la segunda, que la ciencia no debería ser adjetivada con un término de un campo distinto a ella; la tercera, que el concepto “neoliberal” es tan general y ha sido definido de tantas formas que se ha convertido en un significante vacío, inútil para comprender los atributos que aportaría al otro término con el que se vincula. Sobre la primera, hemos de recordar que hay dos clases de adjetivos, los explicativos y los especificativos. Los explicativos dan cuenta de una cualidad inherente al sustantivo al que acompañan, por ejemplo: “la dura piedra”. Los especificativos, en cambio, refieren a características que diferencian a ese sustantivo del conjunto al que pertenece. En “La ciencia neoliberal” se utiliza un adjetivo de este tipo. Lo neoliberal sólo añade algunos atributos que diferencian a un tipo de ciencia de otros sin anular el conjunto de elementos que nos permiten decir de ella misma que lo es. Luego veremos de qué tipo son esos atributos, pero antes una pregunta, ¿seguimos pensando que no deberíamos poner adjetivos a la ciencia? Entonces descartemos conceptos como ciencia ciudadana, ciencia moderna, ciencia posnormal, ciencia árabe o ciencia mexicana. Eso sí, seamos conscientes de que al hacerlo nos quedaremos con una imagen esquelética de la misma. 

La réplica a la segunda objeción ya debería estar clara con los ejemplos anteriores. Los adjetivos transfieren cualidades de un ámbito a otro. Por tanto, que lo neoliberal pertenezca al campo de la ideología no significa que no pueda trasladarse a la ciencia. Si negamos estas transferencias que forman parte del uso normal del lenguaje, mejor dejemos de hablar y evitemos asistir, por ejemplo, a una retrospectiva de cine soviético, ya que será algo a lo que negaremos existencia. La última objeción es más interesante, pues sostiene que “neoliberal” es un concepto ambiguo que, en lugar de clarificar, expresaría tantos significados como interlocutores lo utilicen. El problema es que no se tiene en cuenta que cuando se vincula con “ciencia”, “neoliberalismo” adquiere un significado concreto. No sólo el sustantivo se define en el sintagma, sino que el adjetivo mismo se aclara. Si alguien habla de arquitectura sostenible no sólo está refiriéndose a una forma específica de hacer arquitectura, sino a un modo de expresarse la sostenibilidad. Por tanto, no parece que tenga sentido criticar la expresión “ciencia neoliberal” por su ambigüedad, pues es precisamente al utilizarla cuando podemos hacer precisiones y observar particularidades, tanto de la ciencia como del neoliberalismo.

Este último punto me lleva al segundo de mis argumentos, que tiene un carácter teórico-conceptual. Para desarrollarlo habría que atender a lo que en los últimos años se ha dicho desde dos áreas académicas que tienen como objeto de análisis las relaciones entre ciencia y política: los Estudios Sociales de la Ciencia (STS) y la Filosofía de la Ciencia. Dentro del campo de los STS se han publicado numerosos estudios empíricos sobre los rasgos que definen a aquello que los autores denominan “ciencia neoliberal”. En la introducción de un monográfico que una de las revistas de más prestigio del campo dedicó al tema se sostiene que ésta se caracteriza por la reducción de fondos a las universidades, la separación entre investigación y enseñanza o el peso dado a la propiedad intelectual y la comercialización del conocimiento.1 Quienes conocen estos trabajos académicos y niegan la legitimidad del uso del término caen en una paradoja, pues temiendo que se denigre al conocimiento científico, desprecian el trabajo empírico que tiene como objeto de estudio a la ciencia. Además, muestran una sorprendente terquedad al leer esos rasgos constitutivos y seguir afirmando que hay falta de precisión y ambigüedad en su significado. 

Claro que es posible que quienes rechazan la expresión lo hagan porque piensen que la gestión política o económica de la ciencia es algo diferente a la ciencia misma. Una réplica completa a esta idea excedería el espacio de este artículo. No obstante, hay quien desde la Filosofía de la Ciencia ha defendido que distintos tipos de valores, entre ellos los políticos y económicos, pueden encontrarse en distintas fases de la investigación. No se trata, por tanto, de pensar que lo neoliberal imponga simplemente una determinada gestión económica y administración de recursos a la ciencia. La elección de problemas a investigar, la formulación de hipótesis, las metodologías o la validación de evidencia pueden estar condicionadas por consideraciones externas. Sólo un par de ejemplos. Respecto a la elección de problemas, una ciencia subsumida en un contexto neoliberal tenderá a dar prioridad a problemas cuya resolución proporcione mayores beneficios económicos. ¿Esto repercute en la objetividad de sus conclusiones? En absoluto, sólo determina qué contenidos serán más o menos significativos para las instituciones productoras de conocimiento. Respecto a la validación de la evidencia, un equipo de investigación podría decidir si la calidad y cantidad de evidencia disponible es suficiente como para corroborar una hipótesis en función de la urgencia de los resultados. ¿En este caso la fiabilidad puede resultar afectada? Sí, pero hay que recordar que en contextos complejos y de alta incertidumbre como en los que opera la ciencia contemporánea no siempre es posible tener evidencia completa, por lo que hay que tomar decisiones que van más allá de lo empírico. En este sentido, da igual que sea neoliberal o no. Al interior de la ciencia, y no sólo en su gestión, se tendrán que hacer elecciones que estarán influidas por lo político o lo económico. Esto es una característica inherente de algunas áreas de investigación y no las pervierte necesariamente, aunque de hecho permite que suceda. En definitiva, puede afirmarse que la ciencia es neoliberal si existen valores mercantilistas que condicionan de manera preeminente su estructura institucional, sus relaciones con otros actores y algunos de sus modos internos de funcionar. 

Por último, habrá quienes digan que Elena Álvarez-Buylla no estaba pensando en todo esto cuando utilizó la expresión. Seguramente, pero lo que he tratado de defender es la pertinencia y relevancia de su uso. No obstante, vayamos a lo que dijo la directora de CONACYT. La ciencia neoliberal mexicana (¡dos adjetivos!) es definida por rasgos como la dependencia tecnológica, la financiación de un sector privado que no invierte en proyectos nacionales, un sistema de innovación ineficiente y el descuido de la ciencia básica. ¿Es legítimo el uso de la expresión “ciencia neoliberal” como concepto aglutinador de estos rasgos? Decidir sobre esta cuestión implicaría comprobar si la descripción arroja luz sobre las tendencias que han influido durante décadas en el funcionamiento del sistema científico-tecnológico del país. A mi juicio, la respuesta no sólo es afirmativa, sino que nos motiva a pensar con qué otros adjetivos podríamos referirnos a una ciencia nacional en la que no predominara su subordinación al mercado.


NOTAS

* Miguel Zapata es Dr. en Filosofía de la Ciencia por la UNAM y profesor en la FFyL-UNAM.

1 Lave, Rebecca; Philip Mirowski and Samuel Randalls, “Introduction: STS and Neoliberal Science” Social Studies of Science Vol 40, Nº5, October 2010, pp. 659-675. https://www.jstor.org/stable/25746358?seq=1