El capitalismo como fin del mundo
Una frase frecuentemente citada podría sintetizar el drama de nuestra época: “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”.1 ¿Cómo explicar esto? Slavoj Žižek lo explica por la ideología reguladora de la relación “entre lo imaginable y lo inimaginable”.2 Fredric Jameson da un paso más y se refiere sagazmente a un “intento de imaginar el capitalismo al imaginar el fin del mundo”.3
Generalicemos la hipótesis de Jameson y reconozcamos que la hecatombe final permite representarse ideológicamente el capitalismo que no conseguimos representarnos de otro modo. El capital nos impide percibirlo como lo que es y nos condena entonces a vislumbrarlo desde la forma ideológica de sus efectos catastróficos. No hay aquí ningún engaño: el capitalismo es efectivamente el fin del mundo. Las noticias del calentamiento global describen una realidad estremecedora, mientras que las películas de catástrofes planetarias constituyen un género que nos parece cada vez más realista. Hay una trampa ideológica por la que vemos el cataclismo sin advertir que se trata del capitalismo.
No es siquiera que el sistema capitalista se oculte detrás del espectáculo ficcional o informativo del fin del mundo. El espectáculo mediático, de hecho, despliega apenas el capitalismo, como se manifiesta en todo tipo de situaciones, relaciones e instituciones humanas; empero, por lo mismo, el capitalismo se confunde con el mundo y no se distingue de él. Como diría Guy Debord, “el mundo que se ve es su mundo”.4 Sólo se muestra el mundo capitalista. De ahí que el fin capitalista del mundo aparezca ideológicamente invertido como el fin del mundo capitalista y no como lo que es en realidad: el capitalismo que pone fin al mundo y que nada más así termina poniéndose fin a sí mismo como parte del mundo.
El comunismo en lugar del fin del mundo
Si no se entiende que el capitalismo es el fin del mundo, es porque se asume que el capitalismo es el mundo, que no hay otro mundo, que no puede haberlo. Por lo mismo no suele imaginarse otro mundo en lugar del capitalista. Esta falta de imaginación es un rasgo característico de nuestra época, no sólo en sectores conservadores o apolíticos sino, también, en grupos sumamente politizados y situados en la izquierda radical.
En las corrientes del movimiento anticapitalista posmoderno se logra escapar de la ideología dominante al imaginar el inimaginable fin del capitalismo, pero la capacidad imaginativa no suele ser tan grande para imaginar lo que habrá después. Las victorias imaginadas son por lo general puramente negativas, contra el capital, y exclusivamente particulares, no articulándose ni integrándose entre sí en la universalidad alternativa de un mundo que sería diferente del capitalista y que podría ocupar su inmenso vacío tras su desaparición. Esta universalidad alternativa se ha perdido para los anticapitalistas que han renunciado al proyecto comunista.
¿Cómo no comprender a quienes han dejado atrás el comunismo? Se entiende que le dieran la espalda cuando se considera que ha sido también el nombre del gris burocratismo soviético, la férrea disciplina de partido, la monótona inercia del socialismo real, las purgas estalinistas, el genocidio camboyano, la simulación china y tantos otros absurdos y horrores del siglo XX. Con todo, a pesar y en contra de sus desviaciones y falsificaciones, el comunismo ha permitido imaginar un mundo, el mundo, que podría existir en lugar del capitalismo como fin del mundo. Este mundo es aquello por lo que han luchado los comunistas, además de luchar contra su negativo en el capitalismo. Su pugna, en efecto, ha sido por la afirmación del mundo que el capital niega por todos los medios.
Enseñanzas del comunismo
Como ha observado Alain Badiou, el mundo comunista, incluso pervertido y desfigurado, “sangriento e inerte, podía pretender ser el mundo”, pues “su idea”, la […] que se traicionaba, no dejaba de ser la idea radical de una ‘emancipación’ universal.5 Desde luego, esta idea, como ha señalado Badiou en otro lugar, no podía tener un “sostén real” en formas tan “inadecuadas” como el Partido Comunista y el Estado socialista.6 Sin embargo, aunque irrealizada en las esferas de poder, la idea permitió a los comunistas pedir cuentas a quienes contribuían a impedir su realización e imaginar un mundo diferente no sólo del capitalismo sino, también, del seudocomunismo partidista y estatizado. Muchas de las denuncias más prontas, lúcidas y valientes del socialismo real vinieron de los comunistas. Les debemos esto, que nos permite ahora deslindarnos de lo que denunciaron, así como también tenemos otras deudas con ellos que nos obligan, inspiran y justifican a quienes todavía nos mantenemos fieles al comunismo.
Ser comunista es hoy aceptar con gratitud al menos una parte de todo lo que nos han legado quienes van delante de nosotros. Es recibir su legado por considerar que resulta valioso y que no hay razón para empezar de nuevo desde cero lo que ellos ya iniciaron. Es reconocer humildemente que no los hemos alcanzado, que llegaron muy lejos en la dirección a que nos dirigimos y que nos han desbrozado un camino por el cual aún podemos transitar.
El camino dejado por los viejos comunistas es el de todo lo que han enseñado con su palabra y ejemplo. Hay aquí lo descrito por Badiou como la “deposición del egoísmo”, la “pasión igualitaria”, la “intolerancia hacia las opresiones”, la opción por la “presentación-múltiple” del pueblo en lugar de su “representación” institucional, el “voto de cesación del Estado” y la “tenaz obstinación militante comprometida por un acontecimiento incalculable” como la Revolución de Octubre.7 Agreguemos la indignación ante muros y alambradas, la resistencia contra la privatización de lo público, el desprecio por las expresiones puramente formales de la democracia, la igualdad y la libertad, el escrupuloso afán de una justicia real y no sólo jurídica, la extrema sensibilidad ante los abusos y los privilegios, el imperativo de solidaridad interhumana e internacionalista, el compromiso con los de abajo, la opción decidida por la riqueza viva en lugar de la inerte y la defensa del “gasto gratuito, no mercantil, con el que Althusser definió lo mismo la vida que el comunismo.8
Lo común y lo múltiple
Las enseñanzas del comunismo se han acogido, preservado y ramificado en la izquierda radical anticapitalista del siglo XXI, incluso en sus corrientes más hostiles al proyecto comunista. Estas corrientes han rechazado sólo la más fundamental y distintivamente comunista de las enseñanzas, de la cual derivan todas las demás, referida a la mencionada universalidad alternativa: lo común que le da nombre al comunismo. El movimiento comunista es tal, en efecto, porque reivindica lo común: por un lado, lo común que nos corresponde, como la propiedad común de los medios productivos; y, por otro lado, lo común que ya somos y tenemos en común, lo universal que nos une pese a nuestras particularidades y singularidades, aquello con lo que podemos hacer comunidad y formar un mundo en lugar del capitalismo.
La esperanza comunista está cifrada en lo afirmativo que hay en común entre los frentes anticapitalistas campesinos, ambientalistas, feministas, pacifistas, indígenas, anticoloniales, antirracistas… Ante la extrema dispersión de los frentes de la izquierda radical, el comunismo apuesta aún por las aspiraciones que todos tienen en común y que podrían permitirles unirse y sumar sus fuerzas para vencer. Busca el interés general en los combates aislados. Cree aún que las luchas particulares anticapitalistas convergen unas con otras en algo alternativo universal que presienten al oponerse al capitalismo.
La universalidad intuitivamente anhelada por los anticapitalistas no es una fantasía de los comunistas. Se despliega no sólo en el mundo futuro que se imagina tras el capitalismo sino, también, en el mundo pasado y presente al que el capitalismo está poniendo fin. Si este mundo aún existente ya se anhela, es porque se está destruyendo. Y si el mismo anhelo de un único mundo puede inspirar tantas luchas anticapitalistas diferentes, es porque se trata del mundo tal como es en su multiplicidad, en sus múltiples dimensiones, cada una de ellas defendida en una de las trincheras del anticapitalismo. Este mundo amenazado por el capital es el multidimensional, cualitativamente diverso y heterogéneo, que el sistema capitalista destruye al homogeneizarlo, al convertirlo en un mercado unidimensional en el que sólo hay mercancías humanas y no humanas cuantitativamente desiguales, más o menos caras o valiosas, intercambiables por cantidades mayores o menores del equivalente universal dinerario.9
Lecciones para los comunistas
A diferencia del mercado impuesto por el capitalismo, el mundo a que se aferran los actuales militantes anticapitalistas es uno donde podemos cohabitar con todas nuestras diferencias, incluso con las que nos impiden tener precio. Es aquello tan ínfimo y enorme que hay en común entre los diferentes sujetos, literalmente lo que hay entre ellos, el vínculo y la distancia, el ámbito en que pueden concurrir y el abismo que se interpone entre ellos y que no pueden cruzar. Es lo que Jorge Alemán ha llamado con perspicacia “soledad común” para designar aquello singular que no podemos compartir y que nos mantiene solos a cada uno de nosotros, pero que todos tenemos en común y que únicamente “puede ser captado y volverse inteligible” de modo colectivo.10
Para constituir una alternativa en lugar del capitalismo, lo común del actual comunismo tendrá que ser lo múltiple a lo que tienden los diversos grupos anticapitalistas. Deberá corresponder al único material con que puede hacerse una comunidad: el de la sustancia multifacética de la vida, la existencia única de cada sujeto, nuestra variabilidad infinita por la que todos somos iguales, iguales por ser cualitativamente distintos, por inconmensurables, incomparables, irreductibles a una jerarquía en la que se nos represente como desiguales, como siendo más o menos unos que otros, como valiendo más o menos en una escala cuantitativa.
Los comunistas de hoy debemos entender que la mejor defensa contra la desigualdad es reconocer la diferencia absoluta de cada uno, reconocerla en lugar de negarla o relativizarla, como se hizo a menudo en el socialismo real a través de la masificación social, la normalización de los consumidores, la estandarización de los trabajadores y la estratificación meritocrática-burocrática de los decidores. Por lo mismo, en lugar de seguir obstinándonos en buscar lo común en lo uno totalitario y empobrecedor, hemos de encontrarlo donde está, en lo múltiple, en lo siempre singular y particular que es lo único universal. Sólo así alcanzaremos lo que Hegel ideó y Lenin aspiró a materializar: no un “universal abstracto” sino “un universal que abarca en sí toda la riqueza de lo particular y lo singular”.11
Feminizar e indigenizar el comunismo
El comunismo debe dejar de concebir la igualdad y la comunidad como un crisol donde se disolverían la diferencia y la multiplicidad. No puede aceptarse ya ningún sacrificio de lo singular de cada uno en aras de la construcción de un movimiento de masas. Tampoco es aceptable que el universalismo comunista se despliegue a costa de perspectivas particulares como las que pueden tener las mujeres, la comunidad LGBT, los pueblos originarios, los campesinos, los ancianos, los jóvenes, los inmigrantes o algunos creyentes.
No hay razón para posponer las demandas feministas e indígenas, por ejemplo, al verlas como cuestiones posrevolucionarias o resolubles automáticamente con el advenimiento del comunismo tras el triunfo definitivo de la revolución. Mucho menos puede justificarse la concepción de los combates de las mujeres y de los pueblos originarios como “pequeñas luchas” reabsorbibles hasta desaparecer en una “gran lucha” comunista. Por el contrario, el comunismo ha de feminizarse, admitiendo el aspecto fundamentalmente patriarcal del capitalismo y de la sociedad de clases en general, y además indigenizarse, reconociendo no únicamente la específica determinación cultural del capital, su vínculo esencial con la colonialidad y la persistencia de su acumulación primitiva sino, también, las profundas “tendencias comunistas” de los pueblos originarios por las que se justifica un “comunismo indianista” como el de Álvaro García Linera con su “ayllu universal”, entendido como “universalización” de la idea indígena de lo comunitario.12
Hay que entender que lo feminista y lo indígena, constitutivos interiormente de lo común, son ingredientes necesarios y no sólo accesorios en el comunismo. Si los comunistas hemos permanecido sordos a las inquietudes y aspiraciones de actores como las mujeres y los pueblos originarios, es porque no hemos sido suficientemente comunistas. Por lo mismo, hemos reproducido formas de autoritarismo, verticalidad, protagonismo y arbitrariedad a través de nuestras acciones y organizaciones. Al hacerlo, hemos reflejado la misma sociedad contra la que luchamos.
Los muertos y sus deudores
El reflejo de lo existente impide luchar por el comunismo de la única manera efectiva: no postergándolo, no dejándolo para un final que nunca llega, sino realizándolo desde un principio al ser comunistas, al prefigurar de algún modo aquello por lo que luchamos, al hacer que nuestra lucha merezca el nombre de “comunismo”. Esto lo comprendió bien Rosa Luxemburgo: exigió con impaciencia, “en el momento mismo”, lo que otros proyectaban en el siempre aplazado futuro de una “tierra prometida”.13 Ellos avanzaron victoriosamente hacia un mañana comunista que se fue alejando cada vez más y que terminó desapareciendo en el horizonte oscuro del socialismo real, mientras que ella se obstinó en materializarlo ahora mismo, en el único tiempo existente, y lo consiguió de algún modo en la Comuna de Berlín, aunque sólo por un instante y a costa de su vida y de una de las “derrotas” que “asfaltan” el camino al comunismo.14
Un acto sacrificial como el de Rosa y sus compañeros supone también una enseñanza. Es además algo que nos han dado igualmente otros mártires comunistas y que se torna una obligación para quienes lo reciben, para todos los que hoy se benefician del sacrificio, que no son sólo los comunistas. Aun cuando repudiemos el comunismo, ¿cómo no estar en deuda con él por causa de quienes actuaban en su nombre tanto cuando nos liberaban de la opresión en todas sus formas, incluidas las nazi-fascistas, como cuando conquistaban la democracia y muchos de los derechos laborales, políticos y sociales de que ahora gozamos y los ejercemos? Hay aquí huelguistas y sindicalistas de todo el mundo, anticolonialistas africanos y asiáticos, republicanos de la Guerra Civil española, partisanos de la Segunda Guerra Mundial, luchadores por la democracia y contra el imperialismo en América Latina, etcétera.
Imposible calcular el número de comunistas encarcelados, torturados, asesinados y desaparecidos en el siglo XX. Sólo en Indonesia, entre 1965 y 1966, hubo entre 0.5 y 3.0 millones que entregaron su vida. La deuda con ellos es incalculable, y la mejor manera de honrarla estriba en hacer que su muerte no haya sido en vano, continuar lo empezado por ellos, tomar su estafeta, llenar el vacío que dejaron, ser comunistas como ellos y vencer así a sus asesinos al revertir sus actos, al abolir su triunfo, al hacer vivir a sus víctimas a través de nosotros. Esto lo sabemos hacer bien en el comunismo. ¿Acaso no mantenemos vivos a Marx, Lenin, Trotsky, Mao o el Che como guevaristas, maoístas, trotskistas, leninistas y marxistas?
Melancolía comunista
Al dejarnos poseer de algún modo por nuestros muertos, los comunistas de hoy tenemos algo de profundamente melancólico. Sufrimos de la melancolía que nos diagnosticó hace poco Enzo Traverso,15 explicada por Freud mediante una incapacidad para hacer duelo.16
No estamos dispuestos a enfrentar el duelo deshonroso que nos han prescrito, como capitulación, los ex comunistas acomodaticios que reniegan de su pasado, traicionan lo único respetable de sus vidas y se convierten ahora en políticos neoliberales, grises académicos domesticados o exitosos “nuevos filósofos” de la televisión francesa. No podemos aceptar siquiera una salida tan honorable como la de aquel otro duelo esperanzador recomendado con evidente realismo por nuestros compañeros de ruta, aliados en las nuevas izquierdas populistas, entre ellos Jorge Alemán, con su consejo de “elaborar” un final que no será “cierre, cancelación o tiempo cumplido” sino “oportunidad eventual para otro comienzo”.17
No entendemos por qué deberíamos comenzar de nuevo cuando no pensamos que algo haya concluido. No vemos ninguna conclusión de lo que somos como comunistas cuando repasamos las muertes y las derrotas que hemos padecido y acumulado. No pensamos que todo esto represente un final que deba ser elaborado.
Fantasmas del porvenir
No creemos que debamos exiliarnos de nuestro pasado para llegar al futuro. Sabemos, por el contrario, lo que también aprendemos del marxismo y del psicoanálisis: que no llegamos a ningún lado cuando se nos ocurre dejarnos atrás. Por esto, en la historia del comunismo, como bien explicó Walter Benjamin, la emancipación fracasa cuando sólo apuesta por las “generaciones futuras” y la “posteridad liberada”, pues lo que “nutre su fuerza” es también y principalmente la imagen de las “generaciones vencidas” y de “los ancestros encadenados”.18
Requerimos también el peso de nuestro pasado para que nuestra presión haga ceder a un capital en el que se condensan y compactan siglos de explotación acumulada. Para vencer al vampiro del capital necesitamos a los fantasmas. Los necesitamos no porque seamos pocos sino porque somos poco, muy poco, para conseguir todo aquello a que aspiramos. De ahí que no podamos deshacernos de nuestra mística ni, particularmente, del elemento espectral de lo que somos, del espectro del comunismo que sigue recorriendo el mundo porque no ha sido lo que habría de ser, lo que todavía puede ser en el futuro.
Muchos anticapitalistas dejan de ver el futuro porque lo han relegado al pasado, han olvidado el comunismo y no recuerdan ya lo que habría después del capitalismo contra el que luchan. Sin embargo, aunque ya no vean al espectro, él sigue viéndolos, “mirándonos” desde nuestro futuro, como advierte Jacques Derrida.19 La síntesis de nuestros ideales nos vigila y nos espera en un porvenir que “sólo puede ser de los fantasmas”, como también pronostica perspicazmente Derrida, observando que lo fantasmagórico “es el porvenir”, lo que “está por venir”.20 Lo inminente es lo que todavía no llega, lo que aún deseamos que sea, y no el fin del mundo que ya se desencadenó desde los orígenes del capitalismo.
Notas
1 Slavoj Žižek. Mapping ideology, Londres, Verso, 1994, página 1.
2 Ibídem.
3 Fredric Jameson. “Future city”, en New Left Review 21 (2003), página 76.
4 Guy Debord. La société du spectacle (1967), París, Gallimard, 1992, página 39-40.
5 Alain Badiou. D’un desastre obscur (1991), La Tour D’Aigues, L’Aube, 2012, página. 42.
6 Badiou. L’hypothese communiste, París, Lignes, 2009, página 202.
7 Badiou. D’un desastre obscur (1991), obra citada, páginas 18-19.
8 Louis Althusser. L’avenir dure longtemps (1985), París, Stock/IMEC, 1994, páginas 124-125.
9 Véase Herbert Marcuse. El hombre unidimensional (1964), Barcelona, Planeta, 2014, páginas 41-88.
10 Jorge Alemán. Soledad: común. Políticas en Lacan, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2012, página 24.
11 Vladimir Lenin. “Hegel: ciencia de la lógica” (1915), en Obras completas, tomo 42, Cuadernos filosóficos, Ciudad de México, Akal y Ediciones de Cultura Popular, 1978, página 99.
12 Álvaro García Linera. Hacia el gran ayllu universal, Ciudad de México, Arcis y Altepeltl, 2015, páginas 53, 338, 392 y 403.
13 Rosa Luxemburgo. Crítica de la Revolución Rusa (1917), Buenos Aires, La Rosa Blindada, 1969, páginas 127-128.
14 Rosa Luxemburgo. “El orden reina en Berlín” (1919), en La Comuna de Berlín, Ciudad de México, Grijalbo, 1971, página 74.
15 Enzo Traverso. Melancolía de izquierda. Marxismo, historia y memoria, Buenos Aires, FCE, 2018.
16 Sigmund Freud. “Duelo y melancolía” (1917), en Obras completas, tomo XIV, Buenos Aires, Amorrortu, 1998.
17 Jorge Alemán. Conjeturas para una izquierda lacaniana, Buenos Aires, Grama, 2013, página 119.
18 Walter Benjamin. “Sur le concept d’histoire » (1940), en Écrits français, París, Folio, 1991, página 440.
19 Jacques Derrida. Spectres de Marx, París, Galilée, 1993, página 165.
20 Ibídem, páginas 69-71.