Para construir un texto sobre Salvador Allende y la Unidad Popular, en estos días parece ser obligatorio someterse a dos requisitos ineludibles. El primero es comenzar el relato con alguna de sus frases, especialmente con una que apele a nuestros recuerdos políticos emocionales. El arsenal disponible es cuantioso y en muchos casos incisivo. La segunda exigencia apunta en otra dirección. Casi forzosamente debemos usar alguna de las palabras que nos recuerden su “vigencia” en nuestros convulsos tiempos. Según quién escriba, esto podrá vincularse a su propuesta ética, a su profunda crítica al capitalismo, a su respeto por los procesos democráticos, a sus búsquedas revolucionarias, entre otras posibilidades. El repertorio de vigencias puede ser recuperado desde un sinnúmero de perspectivas que envuelven al mismo tiempo una buena cantidad de añoranzas del pasado con una pizca de desconfianzas sobre el futuro.
El presente texto, no sin dificultad, se salta el primer lugar común. Pero, por otra parte, pretende precisamente problematizar porqué después de 50 años del inicio del gobierno de la Unidad Popular seguimos apelando a su vigencia como mecanismo para cuestionar nuestro propio presente. Y esta pregunta se vuelve aún más acuciante si tomamos en consideración que nos encontramos a unos 8 mil kilómetros de distancia del territorio chileno y pese a ello Allende continúa siendo recuperado en artículos periodísticos, calles, estatuas, escuelas, ejidos, a lo largo de todo México. Esto fue algo que ocupó nuestras reflexiones cuando comenzamos a esbozar desde la Ciudad de México la realización del Seminario Internacional A 50 años de la Unidad Popular[1].
Por supuesto, en el camino que marcan las apelaciones a sus vigencias, lo primero que se suele hacerse es separar la dimensión simbólica de aquellos elementos de la práctica política concreta. De hecho, si fuéramos rigurosos la pregunta adquiere aún mayor complejidad considerando que las visitas mutuas de Allende a México y Luis Echeverría a Chile en 1972 sirvieron para las estratagemas priistas y ayudaron a consolidar la debilitada posición del partido único en medio de una guerra sucia en contra de los movimientos revolucionarios. Por lo tanto, comprender su vigencia, especialmente dentro de la izquierda, pasa en buena medida por desentrelazar las hebras que permitieron que muchas veces predominara el símbolo idealizado por sobre el proyecto político y el hombre de carne y hueso. En parte ésta ha sido la labor de la historiografía especializada en los últimos años, aunque sus discursos rara vez han salido del ámbito académico.
Una de las principales dificultades en esta circunstancia es el propio golpe de Estado de 1973 y su barbarie. Como un acto mítico fundacional, este proceso traumático a su vez negó la historicidad del gobierno de la Unidad Popular, nubló posteriormente su análisis y desenfocó nuestras miradas sobre dicho pasado. En este sentido, volver sobre la historia de aquellos años debe considerarse no sólo como un acto de memoria, sino también como una reivindicación política. La amplia solidaridad mexicana con el exilio chileno implicó, de alguna manera, asumir también parte del relato de este trauma histórico local, o al menos en algunos sectores de la izquierda reelaborarlo desde la propia experiencia política. Quizás por ello cada vez que se habla de Allende no hay disociación posible entre su figura y el fatídico 11 de septiembre de 1973. Este fue un punto de diálogo mucho más fructífero para los chilenos arribados a México después del golpe, y menos problemático para la izquierda mexicana, dispuesta a solidarizarse con las víctimas de la dictadura cívico militar.
Ahora bien, si en buena medida se vinculó su vigencia a una forma específica de trabajar determinado trauma histórico, ésta no fue la única manera de relacionarse con la construcción simbólica que permitía la figura de Allende. Evidentemente, otros espacios políticos, sociales y culturales, apuntaron a recoger un relato ejemplarizante, actualizando algunas de sus propuestas y recuperando especialmente la conexión entre las búsquedas democráticas, la ampliación de los derechos sociales y el respeto irrestricto a la legalidad. Se trataba de aprender de sus logros, pero también de sus errores. Así las discusiones partidistas se trasladaron a los análisis y reflexiones vertidas en los libros. Problemas tácticos, legalidad vencida, revolución desarmada, dialéctica de una derrota, fueron algunos de los conceptos utilizados en los títulos de los textos que se produjeron en torno a la denominada “experiencia chilena”. Desde algunas de esas perspectivas los procesos políticos e históricos que condujeron al triunfo de la Unidad Popular y al gobierno de Salvador Allende se homogenizaron a través de la palabra derrota.
Ambos relatos, ya sea el de la barbarie pinochetista o el de la derrota política, no fueron excluyentes y en muchas ocasiones podemos verlos combinados. Y esta mezcla se hizo cada vez más común, especialmente después de la llegada de la Concertación al poder en Chile, organismo que juntaba a prominentes golpistas con los sectores neoliberales de la antigua izquierda socialista. Desde los espacios oficiales se autorizaba la posibilidad de “hablar” mediante eufemismos anodinos, como entre otros, “quiebre institucional” o “régimen militar”. En estos círculos la palabra dictadura quedaba proscrita, la interpretación que involucraba a civiles (que hoy gobiernan Chile) en las violaciones sistemáticas de los derechos humanos también debía silenciarse y por supuesto, lo que sucedió durante los procesos previos al 11 de septiembre era algo incómodo para un conglomerado cuyo partido más importante había sido uno de principales impulsores del golpe.
Pese a ello, otras formas de vigencia se mantuvieron latentes. Menos visibles, alejadas de La Moneda, convertidas en relatos más vinculados a la memoria que a la historia oficial, se desplegaron de manera subterránea, sobrevivieron al vendaval consumista, al hiperpregonado éxito neoliberal. Como han escudriñado no sólo científicos sociales, sino cineastas, músicos, pintores, artistas, entre otros tantos, preocupados por comprender aquella “experiencia chilena”, más allá de una mirada restringida de lo político, Allende aparecía ya no sólo como un presidente, sino como un compañero inmerso en un proyecto ético/político que cuestionaba de manera radical el funcionamiento del sistema capitalista en su conjunto. Tal vez por esto mismo los integrantes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación en México, se esforzaron por recuperar su busto y volver a colocarlo en Tepeapulco. Quizás por esto mismo en cada una de las protestas chilenas de octubre de 2019, los carteles realizados durante su gobierno volvían a tapizar los muros a lo largo del país. También por ello tal vez puede explicarse por qué la Normal Popular Salvador Allende, formó a cientos de maestros comprometidos con la educación de los más pobres. El pueblo huichol [wixarika] que nos recuerda Eduardo Galeano en su breve relato, aquel que tomó el nombre del mandatario chileno, no es sólo un pasado remoto y ajeno, se reencarna en cientos de otros lugares y encontramos en pleno siglo XXI a comunidades en la Selva Lacandona autonombrándose Poblado Salvador Allende y exigiendo su libre determinación.
Cuando comenzamos, un poco antes de la pandemia, a planificar la conmemoración a través del Seminario Internacional a 50 años de la Unidad Popular, uno de los primeros temas que nos planteamos fue precisamente cómo analizar estas vigencias del proyecto de Salvador Allende. A diferencia de muchas de las conmemoraciones anteriores, hoy en día retomar su actualidad podría parecer relativamente sencillo. Algún columnista incluso llegó a proponer que en buena medida la presente derrota en las calles del gobierno de Sebastián Piñera se debe al triunfo de Allende. Por otra parte, las comparaciones entre Andrés Manuel López Obrador y el ex gobernante chileno comienzan a hacer nata en la prensa mexicana. Algunos a favor, otros en contra, hasta el mismo mandatario ha dado muestras de buscar semejanzas y diferencias con el gobierno de la Unidad Popular.
Este contexto ayuda, sin embargo no nos pareció suficiente para justificar un esfuerzo particular hecho con la intención de revisitar la historia de dicho proceso. ¿Por qué volver sobre un tema que la historiografía reciente pareciera haber reconceptualizado de manera profunda? Junto con la conmemoración de los 30 años de la UP, comenzaron a aparecer con mayor asiduidad trabajos escritos sobre esta temática. Cuando hicimos historia: la experiencia de la Unidad Popular, coordinado por Julio Pinto, se publicó en 2005 y comenzó a fortalecer las principales líneas de exploración que venían desarrollándose tímidamente. En México Frágiles suturas: Chile a treinta años del gobierno de Salvador Allende,compilado por Francisco Zapata, marcó un antecedente importante al centrarse exclusivamente en el gobierno de la Unidad Popular y dejar de lado las discusiones en torno al golpe de Estado. Justo en estas fechas otros investigadores lanzaban su análisis sobre temáticas específicas. De ese modo, se han matizado múltiples facetas de los mil días de Allende: desde el rescate de su proyecto de “Internet” (Cybersyn) hasta la complejización de sus relaciones con los sindicatos, los cordones industriales y los sectores populares.
Si observamos con calma la aparición y el desarrollo de esta bibliografía, podemos percibir una correlación más o menos estrecha con el actual ciclo de movilizaciones sociales en Chile. Esto ha significado que mientras las demandas sociales se han ido complejizando, el análisis del gobierno de la Unidad Popular también ha derribado barreras otrora infranqueables. Y en este proceso se ha comenzado a desarmar esa separación entre el símbolo y el hombre de carne y hueso. Numerosos ejemplos evidencian esta nueva situación y como propone el documental Allende mi abuelo Allende, se ha comenzado a hablar de aquello que hoy es central para los nuevos sujetos sociales: lo personal es político.
Esta reconceptualización profunda de lo social, lo político y lo cultural que hoy se vive en Chile, pero que también encontramos muy presente en el México actual, nos exige nuevamente detenernos a reflexionar sobre las nuevas vigencias de Allende. En primer lugar, la aparición de nuevos sujetos sociales, desvinculados del esquema político tradicional, requiere también reinterpretar y reconocer sus propios procesos de conformación histórica. Y, en segundo lugar, si algo marcó al proyecto allendista fue su capacidad de hacer confluir sectores sociales, culturales y políticos diversos, algo que se ha convertido en uno de los principales desafíos de los variados y heterogéneos movimientos sociales. Lo interesante de la coyuntura y lo que nos motivó finalmente a impulsar el Seminario, es que mientras hoy se retoman múltiples facetas y propuestas del gobierno de la Unidad Popular, al mismo tiempo se cuestionan y critican muchas de sus decisiones y alternativas. En este plano, quizás el movimiento mapuche es quien ha desarrollado con mayor énfasis esta tensión. El amplio mundo feminista tampoco se ha quedado fuera de estos debates. Pero estas no son las únicas voces en estas discusiones y esperamos que nuestro Seminario sea al menos una ventana hacia esas nuevas perspectivas. Inevitablemente, examinar las vigencias de Salvador Allende es un compromiso con el pasado, pero también una oportunidad de avanzar en la construcción de una sociedad más justa.
[1] Se puede consulta ren: https://www.youtube.com/UnidadPopular50anos