OTRA TEMPORADA DE INCENDIOS

El fuego es un sicario.
Cambia de dueño la tierra
Luis Pescetti, “Humedales

Humo sobre el agua

En febrero comenzaron los fuegos. Desde las barrancas del Paraná, donde yo estaba, en la ciudad de Rosario,[1] se veían elevarse algunas columnas de humo. Subían a borbotones y se mezclaban con las nubes del cielo, dando una apariencia de movimiento y vivacidad a ese inmóvil horizonte de islas y de agua que configuran el paisaje predominante del río Paraná en su tramo inferior. Cuando soplaba el viento, las inclinaba y al juntarse unas y otras terminaban conformando una techumbre estacionada sobre el verde de las islas. Luego viraron los vientos y las trajeron a la ciudad.

Por entonces era marzo y habían comenzado las medidas preventivas frente a la pandemia del COVID. Mientras las autoridades llamaban a la responsabilidad del cuidado frente a ese “enemigo invisible” que atacaba las vías respiratorias, la ciudad permanecía envuelta en una nube de humo y cenizas que tornaba el aire irrespirable. Rápidamente se tornó un problema de “salud pública” que fue escalando las quejas de los pobladores desde los intendentes hacia los gobernadores y autoridades nacionales, a medida que los fuegos y el humo no daban tregua a las poblaciones asentadas a lo largo de la ribera. 

En mayo ya se contaban 340 focos de incendio. El 13 de junio, una resolución del Ministerio de Ambiente de la Nación declaró la emergencia ambiental del delta y la prohibición de realizar nuevas quemas durante 180 días. Pero no tuvo mucho efecto. A fines de ese mes los focos de incendio ya alcanzaban a 3000. El ministro de ambiente declaró a medios periodísticos que iniciarían acciones judiciales contra propietarios de campos isleños incendiados y varias asociaciones ruralistas salieron a responder lo que consideraban un mensaje agraviante que reeditaba los hechos del 2008.[2]  

Hubo intenso fuego mediático entre referentes políticos, dirigentes empresariales, líderes de opinión, en torno a la responsabilidad por los incendios, en medio de un clima tan enrarecido como el aire. ¿Eran los ganaderos? ¿Eran los empresarios inmobiliarios? ¿Eran los cazadores de carpinchos? ¿Eran acampantes ocasionales? ¿Eran pirómanos? ¿Eran “fuego político” para desestabilizar al gobierno? Finalmente, primó cierto consenso en torno a que era la naturaleza y el gobernador de la provincia de Santa Fe propuso que la única solución era rezar para que llegaran las lluvias. 

Era julio y ya se contaban 90.000 has quemadas. El gobierno nacional dispuso dos aviones hidrantes y otros recursos técnicos y humanos, que costaban, según declaraciones públicas, 20 millones diarios. Para entonces ya se había conformado una Multisectorial por los Humedales, que reunía a un variado espectro de organizaciones y autoconvocados de la región, pero con nodo principal en Rosario, desde donde comenzaron a realizar diferentes acciones públicas para presionar a las autoridades a que avancen en medidas concretas, además de organizar brigadas solidarias para apagar el fuego que asolaba a las familias isleñas.

Humedales

El eje fluvial Paraguay-Paraná constituye la principal vía de desagüe del interior sudamericano hacia el sur. El agua discurre por una depresión central de muy escasa pendiente, que tiene sus inicios en la zona del Gran Pantanal matogrossense y desciende hacia zonas templadas colectando el agua de gran parte de la Cuenca del Plata. Va conectando así una red de humedales de importancia como el Pantanal, los humedales del Pilcomayo los bañados del Ñeembucú, los esteros del Yberá, el Paraná Medio y el Delta a lo largo de 3.400 kms, conformando el corredor de humedales más grande del mundo. 

La región denominada “delta” corresponde a la sección inferior. Comienza unos 70 kms al norte de la ciudad de Rosario y se extiende unos 500 kms hacia el sureste hasta confluir con el río Uruguay y formar el río de la Plata. El voluminoso caudal y la escasa pendiente se conjugan para dar un recorrido sinuoso de meandros y distributarios que fluyen entre bancos e islas forjadas con los propios sedimentos del río. El agua trae material genético de la vasta cuenca de aporte, lo que hace que el delta exhiba una biodiversidad con linajes correspondiente a diferentes biomas forestales del trópico y subtrópico (selva paranaense, bosque chaqueño, cerrado) (Malvárez, 1999). Así, el delta aparece como una suerte de cuña silvestre y subtropical en las orillas templadas del principal cordón industrial y demográfico de Argentina.

El delta, con un ancho variable que va de 40 a 60 kms, es un espacio de vida fuertemente modelado por el ritmo pulsátil del río, que lo hace marcadamente diferente a la vida en “tierra firme”. Allí reside un número fluctuante de familias isleñas, que desarrollan actividades económicas relacionadas con la rica variedad de bienes naturales existentes (ganadería, apicultura, pesca, caza, recolección de hierbas silvestres), a las que se han sumado recientemente, en algunas zonas, ocupaciones vinculadas a la actividad turística, como guías de pesca, baqueanos, construcción, servicios gastronómicos y hospedaje. La vida en las islas se desarrolla en continua interacción con la ribera, a donde las familias acuden para ubicar su producción, recurrir a servicios, asegurar el aprovisionamiento de bienes básicos y, en los momentos de inundaciones, facilitar el traslado de personas, bienes y enseres hasta que las aguas permitan regresar (Arach y Ferrero, 2020).

Para la mentalidad de tierra firme, el delta fue, hasta tiempos recientes, una zona alejada y marginal, bucólica u hostil según el gusto, depositaria de los imaginarios relativos a las zonas de frontera (una especie de “tierra de nadie” que Fray Mocho bautizó como “el país de los matreros”). Pero en los últimos tiempos ha comenzado a ser “integrado”, en vinculación con las dramáticas transformaciones de la matriz productiva y la promoción de grandes obras de infraestructura. La ciudad de Rosario es significativa en esto, ya que allí se intersectan dos ejes de integración y desarrollo del Consejo Sudamericano de Infraestructura y Planeamiento (ex IIRSA)[3] que tienen particular impacto en el ecosistema isleño. Por una parte, el Eje Hidrovía Paraguay Paraná, que busca asegurar en el eje fluvial la navegación de barcos de ultramar las 24 hs del día los 365 del año. Por la otra, el Eje Mercosur, que busca acelerar el flujo de mercancías en el corredor San Pablo-Santiago de Chile, y se manifiesta en la región con la construcción de la conexión vial Rosario-Victoria, inaugurada en el año 2003.

Quemar por dinero

La conexión vial Rosario-Victoria es un complejo de puentes y terraplenes que atraviesan el humedal y disminuyen el frente de escorrentía en un 80 % con respecto al drenaje natural. En el año 2004, dos organizaciones ecologistas de Paraná y Rosario presentaron a las autoridades provinciales un documento titulado: Quemar por Dinero, que aludía a los incendios que ese año habían afectado a unas 25 mil has de islas. El documento hacía énfasis en la falta de previsiones con respecto a las consecuencias de la conexión vial, ya advertidas durante las evaluaciones de impacto de la obra, la cual vendría a abrir en las islas una nueva frontera de inversión para el capital inmobiliario y el agronegocio. 

En efecto, en pleno boom de la soja, un profundo reordenamiento agropecuario estaba en curso y las islas del Paraná aparecían como una de las áreas de destino para la ganadería, desplazada por el acelerado proceso de agriculturización en curso. Los engordes a corral (feedlot) eran otras de las posibles soluciones para la relocalización de la producción ganadera, ante la afiebrada necesidad de liberar tierras para el cultivo del nuevo “oro verde”. Quien hoy cruce el puente hacia Victoria podrá ver, a mano derecha, la infraestructura que testimonia esta enloquecida transformación: terraplenes, corrales y graneros correspondientes a un feedlot en medio de lo que hasta hacía poco eran las alejadas y bucólicas islas que gustaba retratar Raúl Domínguez.[4]

La expansión ganadera en las islas fue vertiginosa, así como la quema de pastizales a ella asociada. En pocos años, se quintuplicó la cantidad de animales en las islas. Sólo en la sección islas del departamento Victoria, se pasó de 30 mil a 240 mil cabezas de ganado en cinco años. Esto que acontecía frente a Rosario, también se repetía, con sus particularidades, a lo largo del Delta. El año 2008 fue el más crítico, cuando los incendios afectaron a más de 70 mil has. Esta vez el humo llegó a Buenos Aires, las cenizas cayeron sobre el obelisco y un populoso matutino afiliado con “el campo” caratuló la situación como “la contaminación atmosférica más grave que sufrió Buenos Aires en toda su historia” (Clarín, 19 de abril de 2008). Además, esta expansión trajo aparejado situaciones de despojo y expulsión de antiguos pobladores que vivían en tierras de propiedad fiscal, las cuales aún hoy ocupan una significativa porción en el delta superior.

A poco de eso se lanzó el Plan Integral Estratégico para la Conservación y el Aprovechamiento Sostenible de la Región Delta del Paraná (PIECAS), una iniciativa de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación (luego Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible) que intentaba  regular una situación compleja,  sobre un área en la que tienen incumbencia tres jurisdicciones provinciales, y donde no funcionan los parámetros de “tierra firme” porque se trata de una “tierra móvil”, de ritmo pulsátil, irreductible a trazas fijas de mojones y catastros. 

El PIECAS tuvo relativa vitalidad en sus inicios, promoviendo reuniones y acuerdos, impulsando iniciativas conjuntas, generando información necesaria para una buena planificación (relevamiento de humedales, línea de base ambiental). Luego, a partir del 2013, empezó a perder fuerza hasta quedar completamente inactivo. También por esos años se estableció el Sistema Federal de Manejo del Fuego (SFMF), que no logró establecer ningún capítulo relevante en el Delta a causa de la falta de financiamiento. Así mismo, desde entonces, se presentaron dos proyectos de ley para la protección de humedales (2013 y 2016) que terminaron perdiendo estado parlamentario luego de haber deambulado infructuosamente por diferentes comisiones de ambas cámaras legislativas de la nación.

Entre el agua y el fuego

La carga ganadera en las islas, y el fuego que suele venir con ella, está influenciada por variables muy diversas, que pueden ir desde el precio de la carne hasta la altura del río, de manera que varios años de niveles del agua altos mantuvieron el problema del fuego contenido. Este año, regresaron las grandes quemazones. Una serie de condiciones especiales han hecho esta situación mucho más critica que en años anteriores. Una bajante extraordinaria (no sólo por el bajo nivel del río sino por la duración de la misma) y una sequía prolongada han hecho de las islas un extensa planicie inflamable. Los fuegos para “renovar pastizales” como se denomina en la jerga agropecuaria, adquirieron vida propia y capacidad de autopropagación en estas condiciones críticas. 

Focos de calor en el Delta del Paraná Semana 27 de Julio al 2 de Agosto, 2020. Fuente: PIECAS Delta del Paraná.

Como bien se ha señalado en medio del creciente debate público frente a esta situación crítica, el uso del fuego en las islas para la producción ganadera no ha comenzado ahora. Clara Passafari, en su detallado y pionero estudio Aspectos tradicionales de la cultura isleña (que mereció el Premio del Fondo Nacional de las Artes, del año 1975) tiene un apartado especial para hablar de estas quemazones que se realizan para “mejorar el pasto o eliminar pajonales que no permiten el libre movimiento de la hacienda”. Allí también se cita un libro de Luis María Torres, Los primitivos habitantes del Delta del Paraná, del año 1911, que testimonia el impacto en el paisaje de los incendios. Seguramente se podrían rastrear testimonios mucho más antiguos aún, como los del conocido naturalista Alcides D’Orbigny que viajó por el Paraná allá por 1830 y también hizo mención a las quemas. 

Sin embargo, aunque el fuego y las islas sean los mismos, las quemazones son diferentes. Con la pampeanización[5] de las islas estamos en presencia de nuevos actores, que gestionan la unidad productiva desde afuera del espacio isleño y donde, en muchos casos, confluyen peligrosamente el desdén por la conservación de los parámetros ambientales que rigen el ecosistema isleño y la disponibilidad de maquinarias con capacidad de alterarlo drásticamente (principalmente con terraplenes, canalizaciones y grandes movimientos de tierra). En este marco, el fuego también puede ser un instrumento de colonización. Al igual que los herbicidas en los campos, el fuego está destinado a “desmalezar” el terreno, pero también puede ayudar a “limpiar” de pobladores el área.

Apagar los incendios, encender la vida

El primero de agosto, día de la Pachamama, la Multisectorial por los Humedales llamó a realizar un corte de la conexión vial Rosario-Victoria, en la cabecera rosarina, para reclamar por los incendios y exigir la promulgación de una ley de protección de humedales. Se congregaron unas 3000 personas, marcando un hito en términos de concurrencia a movilizaciones de este tipo en Rosario. Lo nutrido de la concurrencia y lo diverso de su composición indica cuánto ha avanzado la sensibilidad frente a esta temática desde aquel año 2004, cuando se dieron las primeas reacciones públicas frente a los incendios en las islas. 

La predominancia de jóvenes y autoconvocados indica que hay un terreno fértil para que prosperen sujetos políticos que seguirán dando batalla por largo tiempo. La tolerancia de las autoridades frente a un recurso de lucha típico de “piqueteros”, habla de la legitimidad social del reclamo para una población que está harta de ser ahumada en medio de una pandemia generada por un virus que afecta las vías respiratorias. Pero ¿qué pasaría si los vientos giraran y llevaran el humo hacia otro lado?

Es obvio decir, pero no está de más recordar, que aunque el fuego y el humo sean parte del mismo fenómeno, sus efectos se reparten de manera desigual entre islas y “tierra firme”. El humo es el mensajero de una destrucción que acontece en otra parte. Ciertamente, la población isleña es, entre las poblaciones humanas, la principal perjudicada por esta situación, aunque por muchas razones que sería largo tratar aquí, su voz no se logra hacer escuchar en la discusión sobre la definición de políticas que regulen las actividades humanas en ese territorio tan singular. Como toda coyuntura crítica, ésta es también la posibilidad de realizar modificaciones que tuerzan los desbalances de poder que llevaron a la misma. La confluencia entre los grupos urbanos que se movilizan por la defensa del “humedal” y las familias isleñas que se movilizan por la defensa de su espacio de vida es un indicio de que esto está empezando a acontecer. 

Esta alianza, aún incipiente, se torna acuciantemente necesaria cuando se vuelve la vista hacia el corredor de humedales y la cuenca a la que sirve de desagüe. Todo el eje fluvial Paraguay-Paraná está siendo afectado por los incendios, junto con los ecosistemas forestales que integran la cuenca de aporte. Como muestra el mapa de abajo, el valle central de la cuenca del Plata se ha convertido en un corredor ígneo bajo la presión combinada de los intereses agrícolas, ganaderos e inmobiliarios, en combinaciones variables según las zonas.

Fuente: El Pais, 27 de agosto de 2020

En el año 1994 se estrenó Una temporada de incendios, una película que retrata la vida de Chico Mendes, aquel “seringueiro” que se levantó contra un proyecto de desarrollo que iba a significar la destrucción de la selva en la que vivían (y de la que vivían). Las acciones de Chico Mendes, comenzaron para defender su “fuente de trabajo”, los árboles de los que extraían el látex (Hevea brasiliensis), pero pronto empalmó con un creciente movimiento internacional preocupado por la destrucción del Amazonia. La convergencia en la lucha de las poblaciones bosquesinas con activistas y científicos de las principales metrópolis del mundo fue propiciada por la sensibilidad que habían comenzado a despertar en las audiencias occidentales las imágenes satelitales que mostraban los innumerables focos de incendios que iban convirtiendo la principal selva del planeta en tierra arrasada y gases de efecto de invernadero. Esta alianza potenció las acciones de Chico Mendes y lo llevó a tener un rápido reconocimiento internacional, pero no le dio inmunidad frente a los poderes que enfrentaba. El 22 de diciembre de 1988 cayó asesinado por las balas de un sicario enviado por los fazendeiros.

Desde entonces, el fuego y los sicarios no han dejado de hacerse presentes. El año pasado nos estremecimos viendo las imágenes de la Amazonia incendiada. Menos vistas, pero no menos dramáticas, fueron las imágenes de la Chiquitanía y el Chaco. Este año, se ha sumado el corredor de humedales Paraguay-Paraná, que se ha tornado lugar propicio para la expansión de los dueños del fuego, a causa de la confluencia entre una acentuada bajante del río y una prolongada sequía, que algunos atribuyen a la disminución de los ríos voladores[6] procedentes del Amazonia.

Pero esos fuegos también han encendido múltiples insurgencias. El 11 de octubre de este año, fecha significativa para los movimientos en defensa de la madre tierra, la Multisectorial por los Humedales, junto con otras organizaciones de distintas partes del país (Santa Fe, Buenos Aires, Entre Ríos Córdoba, La Rioja, Catamarca, Neuquén, Mendoza y Tucumán), realizaron movilizaciones simultáneas bajo la consigna “Acción plurinacional por la vida y los territorios”. Frente a esta geopolítica de los incendios se encienden, aquí y allá, las insurgencias “geosociales” que buscan un cese del fuego en la guerra del capital contra la vida.


Bibliografía

Arach, O. y Ferrero, B. (2020) “Conservación y desalojo. Un análisis a propósito de la creación del Parque Nacional Islas de Santa Fe”, en Ferrero, Brián (Comp.) Islas de Naturaleza. Las Áreas Naturales Protegidas desde la perspectiva de las ciencias sociales, Rafaela: Editorial UNRaf.

Galafassi, G. (2005) La pampeanización del Delta: sociología e historia del proceso de transformación productiva, social y ambiental del Bajo Delta del Paraná, Buenos Aires: Extramuros.

Malvarez, A. (1999) “El delta del río Paraná como mosaico de humedales”. En Malvarez, A. (ed). Tópicos sobre humedales subtropicales y templados de Sudamérica, Montevideo: MAB-ORCYT.

Nobre, A. D. (2014) El futuro climático de la Amazonía. Informe de evaluación científica, São José dos Campos, Brasil: ARA, CCST-INPE y INPA.

* Dr. en Antropología Social. Profesor-Investigador en la Universidad Nacional de la Patagonia Austral y la Universidad Nacional de Córdoba (UNPA-UNC).

[1] Ciudad argentina de la provincia de Santa Fe, ubicada unos 300 kms al noroeste de Buenos Aires. Es el epicentro de un complejo portuario de gran escala, desde donde se exporta gran parte de la producción de carne, granos y minerales del país. Enfrente de Rosario, cruzando el valle de inundación del río Paraná, que allí alcanza los 60 kms de ancho, se localiza la ciudad de Victoria, en la provincia de Entre Ríos.

[2] Un conflicto entre el gobierno nacional y las patronales rurales por el aumento en el pago de los derechos a la exportación de soja, popularmente conocido como “retenciones”.

[3] La IIRSA (Iniciativa para la Integración de Infraestructura Regional Sudamericana) fue lanzada en el año 2000 por el presidente brasileño de entonces, Fernando Henrique Cardoso. En el 2009, adquirió el nombre actual, pero mantuvo sus planes. Consta de 9 Ejes de Integración y Desarrollo que cuadriculan el espacio sudamericano. Se entiende a estos ejes como “franjas multinacionales de territorio en donde se concentran espacios naturales, asentamientos humanos, zonas productivas y flujos comerciales” (ver http://iirsa.org/Page/Detail?menuItemId=68)

[4] Destacado pintor rosarino popularmente conocido como el pintor de las islas.

[5] Sobre este concepto ver Galafassi, 2005.

[6] Nubes generadas por evapotranspiración de los árboles del Amazonia que, al ser desplazadas por el viento, riegan la parte subtropical del subcontinente. Sobre esto ver Nobre (2014)