Territorio en disputa
Un enclave montañoso entre el Mar Negro y el Mar Caspio, históricamente de mayoría armenia y disputado por Armenia y Azerbaiyán ha sido dominado por siglos por los otomanos, rusos y persas. Hasta en su propio nombre lleva la estampa de los tres imperios: “nagorno” es “alto” en ruso, “kara” es “negro” en turco y “bakh” es “jardín” en persa (aunque los armenios prefieren llamarlo “Artsaj”, nombre derivado del antiguo rey Artaxias). Incluso hoy en día los tres países herederos de ellos -Turquía, Rusia e Irán más una nueva semi-potencia regional: Israel- están involucrados allí tratándolo como una arena de rivalidades. La reciente sangrienta guerra entre Azerbaiyán y las fuerzas separatistas armenias que estalló con un masivo ataque de Bakú el 27 de septiembre y concluyó el 10 de noviembre de 2020 con un cese de fuego arrojando más de 6000 víctimas, la mayoría combatientes, pero también civiles, es un buen ejemplo.
En medio del colapso de la URSS, que liberó tensiones étnicas enterradas bajo una gruesa capa de la burocracia soviética y ante una titubeante postura de Gorbachov que primero parecía entender las reivindicaciones armenias, solo para dar marcha atrás, estalló la primera sangrienta guerra -que “gateaba” desde 1988, explotó a principios de los 90 y duró hasta 1994- que trajo más de 30 mil muertos y más de un millón de desplazados. Tras una decisiva victoria militar, el Nagorno Karabaj se desprendió de Azerbaiyán e independizó en forma de una “republiqueta” de Artsaj, un país que frente al derecho internacional seguía siendo parte de Azerbaiyán y fue reconocido solo por Abjasia (Georgia), Osetia del Sur (Georgia) y Transnistria (Moldavia), otras repúblicas separatistas y limbos que dejó el desplome -o el “desmantelamiento desde afuera” (S. F. Cohen dixit)- de la Unión Soviética y mediante el apoyo a los cuales Rusia intentaba de ir recuperando su influencia regional. La ironía de la historia es que todos estos territorios han sido frutos de la tóxica política nacional de la propia URSS que generó conflictos irresueltos que contribuyeron a su propio debilitamiento. El caso de Nagorno Karabaj es paradigmático: a pesar de habérselo prometido a la recién establecida República Soviética de Armenia, Stalin, el encargado de la “cuestión nacional”, lo transfirió en 1921 a la República Soviética de Azerbaiyán, concediéndole luego una amplia autonomía, una solución que no contentaba a nadie. Con esta instrumental decisión los bolcheviques pretendían congraciarse con los azeríes para asegurarse el control del petróleo y gas del Mar Caspio y ejercer la lógica de “dividir y reinar” -en concordancia con la vieja estrategia tsarista de jugar un grupo étnico contra el otro- que exacerbaba desconfianza y debilitaba las etnias para que no desafiaran a Moscú, forzando las lealtades de ambas partes -“protegiendo” a los armenios del odio azerí y a los azeríes del irredentismo armenio- volviéndolos rehenes del régimen.
Con la victoria en noviembre Azerbaiyán no solo se cobró una dulce revancha por la derrota de los 90, sino recuperó tres cuartas partes de Nagorno Karabaj, junto con algunos distritos azerís igualmente ocupados por la “republiqueta” de Artsaj. Si bien ha sido la Armenia propia que siempre mantenía al enclave separatista, en esta guerra Ereván oficialmente no contribuyó a su potencial militar (a pesar de claras transferencias de cierto personal y equipo) para evitar el traslado del conflicto a su territorio y no activar el pacto de defensa con Moscú (que abarca a Armenia, pero no a Artsaj). Igualmente un involucramiento así podía haber provocado un ataque de Turquía, aliado de Azerbaiyán y su enemigo histórico. En este contexto resalta que a pesar de trasfondos religiosos -Armenia, un país cristiano y Azerbaiyán, un musulmán, igual que sus respectivos “padrinos”- el conflicto en Nagorno Karabaj ha sido y sigue siendo producto de una larga historia de etno-nacionalismo, colonialismo, soluciones autoritarias y rivalidades de grandes potencias.1
Marcha turca
Con las fuerzas armadas de 400 mil, la ocupación ilegal del norte de Chipre, operaciones en Libia, Siria, el norte de Iraq y Afganistán e involucramiento en la guerra en Nagorno Karabaj (mediante su presencia en Azerbaiyán), más las misiones en los Balcanes, Somalia y una base militar en Qatar, Turquía tiene un alcance militar y ambiciones expansionistas no vistas desde los tiempos del imperio otomano. Parte integral del neo-otomanismo de Erdoğanes el pan-turquismo, una doctrina de “unificación” de todos los pueblos túrquicos, como los azeríes, desde la Asia Menor hasta el Cáucaso, perseguida primero en los últimos años del imperio otomano. El ferviente e incondicional apoyo de Ankara a Bakú -que ya en 2010 firmaron una alianza estratégica militar para la asistencia, entrenamiento, venta de armas y transferencia tecnológica- es parte de esto. A mediados de noviembre 2020 Turquía autorizó el envío de más tropas a Azerbaiyán para “participar en el monitoreo de cese al fuego”, el mismo al cual, mientras ardía, echaba más leña: desde drones (UAV), misiles dirigidos de precisión y bombas “inteligentes” hasta más de 1000 mercenarios yihadistas de Siria “exportados” por ella desde los terrenos que controla allí y contratados para luchar Nagorno Karabaj (en la guerra de los 90 en su lugar estaban extremistas turcos de Lobos Grises, voluntarios chechenos y muyahidines afganos).
Igualmente el choque azerí-armenio y el papel de Ankara, revivieron otro horizonte histórico: el del genocidio armenio (1915), perpetrado por Turquía en tiempos del imperio otomano (1.5 millones de víctimas), un acontecimiento a menudo olvidado y tratado por Turquía con una mezcla de negacionismo en la arena internacional y orgullo en el ámbito nacional. Refiriéndose a menudo a los armenios como “las sobras de la espada” (kılıç artığı) e insinuando que “aún hay cosas inacabadas” en referencia a los descendientes de los sobrevivientes, los políticos turcos lo celebran abiertamente como “un gran acto patriótico”, algo suscrito también por los azeríes. Así, para los armenios, ante los ojos de los cuales la historia se estaba reviviendo y convencidos de que su “nuda supervivencia” aún está en cuestión, el genocidio no era solo “un pie de página” en el reciente conflicto, sino su centro.2 Enver Pasha, héroe nacional turco y azerí, uno de los ideólogos y ejecutores del genocidio armenio ha sido también uno de los arquitectos en 1918 de la República de Azerbaiyán. La Organización Especial (Teşkîlât-ı Mahsûsa) que lideraba, estaba a cargo tanto de la exterminación de los armenios como de la edificación de la nación azerí en el marco del pan-turquismo (su hermano Nuri, a su vez, comandaba tropas turcas en contra de los italianos en Libia donde hoy Ankara está otra vez presente).
Rusia y Turquía: una relación peculiar
Igual que en las guerras civiles en Siria y Libia donde Rusia y Turquía tienen intereses opuestos y apoyan facciones rivales, la presencia turca en el Cáucaso, vista como una “natural” prolongación de su presencia en Medio Oriente, apuntaba a marginalizar la influencia rusa y hasta cierto punto, ha logrado su propósito. Igual que tras el exitoso gambit sirio -“la huida hacia adelante” tras la crisis ucraniana y afán de “reafirmar su ‘irresuelta’ relevancia global”- y su posterior involucramiento en Libia, Moscú acabó “jaqueada” por Ankara. Es más: con ayuda de Turquía vio derrotada a Armenia, su mejor y “tradicional” aliado en el Cáucaso con el cual tiene un tratado de defensa y dos bases militares en su territorio (aunque también mantiene lazos con elites de Bakú y les vende armas, con la diferencia que con los armenios es a crédito y con descuento, mientras con los azeríes es puro cash).
El disgusto por el pro-occidental equipo de Ereván (Nikol Pashinyan), cuyo desastroso manejo político “desde la metrópoli” de la guerra en el enclave separatista, casi le costó su puesto, puede explicar la tardía reacción de Moscú. Pero su intervención final y el acuerdo de pacificación cuyo único (sic) signatario ha sido Putin -y que aparte de concesiones territoriales a favor de Azerbaiyán estipulaba la entrada de más de dos mil paracaidistas rusos en papel de fuerzas de interposición (mirotvortsy), en un mandato por 5 años, con posibilidad de renovación convirtiendo lo que queda de Artsaj en un protectorado ruso-, ha sido calificado como “una gran victoria”. Tal vez el saldo es mixto. Al final Rusia, si bien rechazó que Turquía formara parte de las “fuerzas de paz”, tuvo que aceptar su permanente presencia en la región considerada antes su dominio y convertir al Cáucaso en otra, después de Medio Oriente, arena de transacciones ruso-turcas, siendo también ella la que facilitó las condiciones para el traslado del neo-otomanismo y del pan-turquismo a sus fronteras, proyectos para algunos mucho más atractivos que el “proyecto ruso” que carece de su vivacidad y componente ideológico-cultural, alterando la geopolítica regional.
De manera sintomática el origen del conflicto en Nagorno Karabaj puede trazarse también a las relaciones ruso-turcas: la decisión de transferirlo a Azerbaiyán fue pensada como un gesto de “buena voluntad” hacia la Turquía kemalista que tras el colapso del imperio otomano seguía siendo un importante actor regional, nominalmente “antiimperialista” y hostil a las potencias occidentales. Lenin -y Stalin- ignorando la voz de los armenios y en un reverso a su política de “autodeterminación” y a las consignas del Congreso Anticolonial en Bakú (1920), retrocediendo a las posiciones tsaristas (“colonialismo interno”) y abrazando una Realpolitik respecto a la “cuestión nacional”, escogieron congraciarse con los kemalistas. Su apuesta, mal calculada, era que les iban a ayudar a diseminar la Revolución. Hoy –toute proportion gardée– Putin y Erdoğan hacen el mismo tipo de tratos, igual por encima de los armenios y los azeríes -y de paso orillando a los “tradicionales” centros imperiales como Bruselas y Washington-, que hace cien años Lenin hacía con Atatürk, con esta diferencia: que hoy ya no está en cuestión la suerte de la Revolución mundial. Así la relación entre Rusia y Turquía, “remachados” en varias guerras subsidiarias, se vislumbra como una paradójica “confrontación y cooperación”,3 mejor ejemplificada en el terreno militar: a pesar de la oposición de la OTAN cuyo miembro es Turquía y las sanciones estadunidenses, Ankara sigue con planes de comprar a Moscú (y éste con el afán de vendérselos) los más modernos sistemas antiaéreos S-400, capaces de derribar p.ej. a los F-35 Raptor (allí el temor de Washington) o… a diferentes cazas rusos de última generación.
Irán y el eje desestabilizador
Si bien Irán, otra potencia regional e imperio histórico, se mantuvo neutral ante el conflicto (aunque hubo reportes de suministro de armas a Ereván), por carecer de la capacidad de respuesta: atado ya en varios frentes (Iraq, Siria, Líbano, Yemen), debilitado por la crisis, sanciones estadunidenses y golpeado por la pandemia, seguía siendo uno de los elementos en juego. No de manera tan central como en Siria donde el “eje desestabilizador” y de la “contención anti-chiita” Washington-Tel Aviv-Riad-Ankara, tiene en la mira a Teherán y su “poder proxy”, pero igual de modo muy parecido estaba en el Cáucaso. Allí los israelíes, que desde hace años empujan por un ataque a Irán hicieron, en vez de con Riad, una “mancuerna anti-chiita” con Ankara, cuyo principal blanco desestabilizador era una amplia minoría azerí (23%) en el norte de Irán. El mecanismo parecido en obra y los actores involucrados -salvo Washington que como la UE estaba completamente ausente-, hacían que el Cáucaso pareciera de repente indistinguible del Medio Oriente, siguiendo el mismo patrón de giro geopolítico, guerras subsidiarias y emergencia de nuevas potencias (¡Turquía!). Algo a lo que Teherán tendrá que adaptarse, junto con la más larga frontera con Azerbaiyán tras la guerra y la más fuerte presencia turca en ella.
De hecho hasta principios del siglo XX el nombre “Azerbaiyán” se refería a una provincia en el noroeste de Irán y solo después fue adoptado por turcos caucásicos para hablar de sí mismos y llamar así a su república. Sea como fuere, Irán, que ya desde hace años venía observando el creciente discurso nacionalista de Bakú, está en la mira de los pan-turcos, algo que quedó demostrado en las palabras de Erdoğan durante su visita a la capital azerí donde junto con Aliyev -que no notaba la ironía que presidía la conversión de Azerbaiyán en una colonia turca- festejaron con un desfile militar la victoria sobre los armenios, diciendo que “los azerís-iraníes han sido arrebatados de su patria por fuerza” y “que añoran la reunificación” (una aseveración históricamente incorrecta, pero que sigue el perfecto guión irrendentista del fascismo).
Además, los iraníes, que en los años anteriores ayudaron a Ereván a romper el bloqueo turco-azerí al suministro de gas y petróleo, observaban con preocupación junto con los armenios crecientes vínculos entre Azerbaiyán e Israel. Desde hace una década había reportes de que Tel Aviv “se compró” por vía de las armas un aeropuerto al sur de la capital que iba a utilizar para su eventual ataque a Irán. Armenia daba por sentado que un ataque así, significaría una inminente invasión azerí a Nagorno Karabaj.4 Esta vez parecía al revés: la ofensiva en Artsaj, frente al tono beligerante de Turquía -filtraciones de un posible ataque last minute a Teherán de Trump alentado incesantemente por Israel- avisaba un posible “movimiento” en contra de Irán.
¡A las armas!
Si bien en los 90 Armenia fue capaz de prevalecer militarmente gracias, entre otros, a que tuvo acceso a la mayor cantidad de armas y equipo militar ex-soviético dejado en su territorio, mientras Bakú se vio perjudicado, ahora Azerbaiyán obtuvo una decisiva victoria gracias a tener acceso a un mayor arsenal. La masiva campaña de gastos para la defensa en la que canalizó buena parte de sus ganancias de exportación de petróleo y gas del Mar Caspio (una riqueza natural de la que carece Armenia), les permitió a los azeríes reconstruir por completo sus fuerzas armadas e invertir en las nuevas tecnologías y los drones (UAV), convirtiendo a su país en el primero de las ex-repúblicas soviéticas que los empleaba. Esta apuesta resultó ser atinada. La guerra en Nagorno Karabaj demostró la supremacía de la munición loitering y los drones -turcos e israelíes (Bayraktar TB2 y IAI Harop)- usados por primera vez de manera masiva en operaciones ofensivas en contra del ejército regular y ya no exclusivamente en “operaciones quirúrgicas”, asesinatos (Soleimani et al.) u operaciones de inteligencia/reconocimiento y constituyó una importante innovación en el moderno campo de la batalla. Todo esto por encima de las viejas doctrinas soviéticas basadas en operaciones de infantería, tanques y vehículos blindados (BTR) empleados por armenios.
Ni siquiera las montañas ni el laberinto de trincheras (al parecer mal distribuidas y no provistas de túneles a pesar de casi tres décadas de preparaciones) les ofreció a los armenios la protección suficiente en contra de los drones que, tras eliminar pocas defensas antiaéreas abrían el frente destruyendo tanques, posiciones de artillería y penetraban las líneas de defensa fácilmente reconocibles desde el aire. El resultado fue la pérdida de una gran cantidad de tanques y vehículos blindados (224 por parte de la Fuerzas de la Defensa de Artsaj frente a… 36 de Azerbaiyán), junto con grandes bajas en el personal, aunque el lado azerí ha sido igualmente castigado (más de 3000 -la recuperación de cuerpos armenios está aún en proceso- frente a 2700 reportados por Bakú).
No solo la disparidad en presupuestos y la superioridad tecnológica jugó un papel. También los mal planeados gastos de Armenia. En vez de comprar de Rusia en 2019 cuatro cazas modernos Su-30 SM (con seis en camino) que eran inútiles para defender a Artsaj, Ereván pudo haber invertido en los sistemas de defensa antiaérea como Tor-M2KM. Mientras de acuerdo con la decisión de evitar el traslado del conflicto a la Armenia propia, los fácilmente reconocibles cazas tenían que permanecer en los hangares -aunque Turquía no ha tenido ningún reparo en usar los suyos F-16 en apoyo a los azeríes derribando un Su-25 armenio en su propio espacio aéreo-, los móviles sistemas de la defensa antiaérea como Tor-M2KM que ofrecen buena protección en contra de los drones (y de los que Armenia adquirió solo un par de ejemplares), podían haber sido transferidos con mayor facilidad a la zona de combate igualando un poco las fuerzas. Según unas raras fotos, estas unidades efectivamente se usaron en Artsaj, pero apenas han sido dos y una cayó víctima de un combinado ataque de drones turcos e israelíes: un Bayraktar TB2 detectó a Tor-M2KM en un garaje que fue destruido por un dron-kamikaze IAI Harop.
Israel: vendiendo opresión
En los últimos años el principal proveedor militar de Azerbaiyán que le suministraba un 60% de su equipo -rifles, drones, munición loitering, vehículos,5 sistemas de vigilancia, software militar, etc.- ha sido Israel. Un asistente del presidente Aliyev en una entrevista publicada durante la guerra afirmó que “los azeríes apreciaban mucho la cooperación militar con Israel” -que a su vez le compra a Bakú unos 40% de su gas natural y parte de su petróleo- y confirmó, algo que ya demostraban imágenes de ejemplares derribados por separatistas armenios o iraníes en su propio territorio, que el lado azerí usaba drones israelíes y su munición loitering: “¡Chapeau bas a los ingenieros que los diseñaron!” En este sentido el apoyo a Azerbaiyán -siendo este desde la caída de la URSS una dictadura hereditaria de los Aliyev- se inscribe en una larga historia israelí de apoyar las dictaduras y regímenes opresores a lo largo del mundo, particularmente las sangrientas dictaduras latinoamericanas, que ha ido documentando p.ej. Eitay Mack, abogado y defensor de derechos humanos israelí, que en el contexto de la escalada en Nagorno Karabaj llamaba a “detener la venta de armas a Azerbaiyán”.6
Todas ellas -desde la munición hasta los sofisticados sistemas de vigilancia- han sido, y así vienen promocionados, “testeadas en combate” en contra de los palestinos y durante la ocupación sin fin de su tierra. Del mismo modo que con las recientes ventas/transferencias de tecnologías militares a los regímenes árabes (EAU, Bahréin, Arabia Saudita, etc.), con el apoyo al régimen azerí, la ampliamente difundida imagen de Israel como “isla de la democracia” y “faro de la moralidad” resulta insostenible y es mejor reemplazarla -tal como sugiere Jeff Halper- por la del “mayor proveedor y facilitador de la violencia militar-policiaca en el mundo” que exporta al mundo el “securocratismo” y la violencia practicada en territorios palestinos.7
El caso de proveer a Azerbaiyán con las bombas de racimo internacionalmente prohibidas es muy llamativo. Si bien, como apuntaba Gideon Levy, un valiente y crítico periodista israelí, “las víctimas de un genocidio, como los armenios, merecen un trato especial, algo que aplica también a los israelíes, el caso de la venta de armas a Azerbaiyán muestra que, a Israel -que respecto a este negocio tiene mucho que esconder- le dan igual los estándares morales”.8 Algo que implica también cerrar los ojos ante el complicado contexto histórico y político en el que se desarrollaba la guerra en Artsaj. Israel no solo nunca reconoció el genocidio armenio para no quitarle la excepcionalidad al Holocausto, sino que no ha tenido ningún reparo en armar a Bakú que a mano con Ankara -siendo turcos los perpetradores del genocidio armenio-, abrió la puerta si no a otro genocidio, sí a una nueva limpieza étnica.
Drones, drones, drones
Después de la guerra, Azerbaiyán, a la par de anunciar la elevación de su presupuesto militar por… 20.5%, hasta 2.7 billones de dólares, anunció la compra de más drones turcos, a parte de los 20-30 ya en su posesión. La pieza central en el desfile de la victoria en Bakú, fue un Bayraktar TB2 con escarapela azerí, aunque los drones azeríes, al parecer, han sido operados por turcos (y ya han sido usados por este país con menos éxito en Siria, Libia y en contra de los kurdos, dentro y fuera del país).9
Pero no solo Azerbaiyán acabó apreciando los drones. Los ejércitos de todo el mundo tomaron nota de lo ocurrido en Nagorno Karabaj. El ministerio de defensa británico comunicó “que podría comprar unos TB2” completando su flotilla de drones estadounidenses (General Atomics MQ-9A Reaper) y unidades propias que están por entrar en servicio (Protector RG Mk 1).10 Mientras el costo de drones estadounidenses y británicos ronda entre 20 y 30 millones de dólares, los más simples drones turcos, lentos y con relativamente poco alcance (150 km), pero capaces de seguir en el aire por 24 horas, cuestan apenas entre 1-2 millones, lo que los hace más reemplazables en el campo de batalla.
También Ucrania anunció que está interesada en comprar (más) drones turcos, algo que fue acompañado por especulaciones de que si busca con esto emular el éxito azerí para recobrar Crimea y someter a las repúblicas separatistas pro-rusas de Donetsk y Lugansk. Ucrania ya cuenta con seis TB2 (y unos 200 misiles de alta precisión) y ya los testeó en contra de los separatistas -con limitado éxito- en 2019. Si bien podrían ser buenas noticias para Turquía y su industria, el afán ucraniano de estrechar la ya existente cooperación militar y apoyarse en ella para reclamar de Rusia sus territorios, podría poner a Ankara en una posición delicada. También Georgia, siguiendo el aparente trend de tratar a los drones como “un arma perfecta para recobrar territorios”, empezó a verlos como una Wunderwaffe para reconquistar a Abjasia y a Osetia del Sur.11
De su parte, Armenia que ya producía un modelo propio de un primitivo dron de reconocimiento y usaba drones rusos (Orlan) -Rusia a pesar de contar con su propio programa parece estar atrás en la carrera mundial de los UAV- inauguró en enero de 2021… “un programa de entrenamiento para científicos-constructores de drones modernos”. A este ritmo, Bakú no tiene nada que temer de que próximamente se le aplique a rebours su propia receta para la victoria en Nagorno Karabaj.
Engels reivindicado
El desarrollo y el resultado de la guerra en Artsaj confirmó, tal vez de manera inesperada, la relevancia del análisis militar de Friedrich Engels, con su mirada de cómo el desarrollo de las fuerzas armadas y de la tecnología militar siguen el simultáneo desarrollo del capitalismo industrial y la evolución del Estado moderno y de cómo el avance tecnológico (p.ej. la evolución del rifle en el siglo XIX) y la introducción del nuevo armamento, moldean el moderno campo de batalla.12 Engels, que tuvo una experiencia propia de combate e insistía en analizar la guerra y la militarización en conexión con la economía política y el futuro de la revolución -para ver qué lecciones de las guerras inter-estatales se podrían sacar para las guerras de clases y esperando que en algún cercano conflicto mundial los proletarios vueltos soldados voltearían sus armas en contra de sus enemigos de clase-, no solo fue apodado “el General” por la familia de Marx, sino que llegó a ser, gracias a toda una serie de artículos sobre el tema (la guerra de Crimea, la guerra franco-prusiana, la guerra civil en los EU), uno de los principales analistas militares de su época.
A veces menospreciadas o ignoradas por futuras generaciones de socialistas-pacifistas (con excepciones de Lenin, Trotsky o Mao) las teorizaciones de Engels, como apunta Paul Blackledge, a pesar de cambios tecnológicos y estratégicos, guardan su relevancia.13 Para Wolfgang Streeck, su contribución radicaba en poner la guerra en el contexto del desarrollo capitalista con lo que puso bases “para el tan necesitado ‘suplemento teorético-estatal’ de la economía política de Marx y de él mismo”. Para Engels el principal “ganador” del progreso militar -por encima de la economía y la sociedad- era el Estado. Solo el Estado tenía recursos necesarios para adquirir “los nuevos, centralizados medios de destrucción a gran escala” y para construir y mantener la fuerza de trabajo -conocida como “el ejército”- necesaria para operarlos.14 Las mencionadas compras masivas de armas por Azerbaiyán financiadas con petrodólares de los que carecía el Estado armenio, confirman esta observación engelsiana, que enfatizaba el papel del sector estatal por encima del privado en el desarrollo tecnológico, algo que igualmente se refleja en el avance de los drones. Para Streeck esta “nueva y radical transformación mediante las fuerzas micro-electrónicas de destrucción” permite el espionaje ilimitado y la eliminación personalizada de los oponentes, algo que va acompañado por la subcontratación de misiones de la muerte a compañías privadas y la limitación/eliminación del reclutamiento ciudadano: “La obliteración de enemigos por drones gracias a las redes de tecnología informativa les permite a los regímenes prescindir de movilizar el apoyo en casa para las operaciones lejanas: nadie está forzado a participar o arriesgar su vida por el Estado y el número de bajas puede ser reducido”.15
¿Nueva época o vieja barbarie?
Con el novedoso uso de drones en operaciones ofensivas en Artsaj, el comentario de Streeck no pierde relevancia, pero requiere un matiz. Lo ocurrido indica más bien la emergencia de un posible “doble movimiento” (Polanyi dixit) en el moderno campo de batalla. Por un lado efectivamente las campañas militares tienden a ser privatizadas, “celularizadas” y reducidas a “ataques quirúrgicos” en los cuales los drones son centrales. Pero por otro, la ampliación y el perfeccionamiento de su uso ofensivo implicó, al menos en este caso, el retorno a los “viejos tiempos” que requirió efectivamente conducir desde el Estado azerí una masiva campaña de movilización y manejo mediático (la propaganda centrada en los propios drones, el uso de imágenes del conflicto tomadas por ellos y proyectados en grandes pantallas en las calles, etc.), algo cuyo final ha sido una sangrienta guerra que arrojó miles de víctimas. Qué mejor ejemplo para demostrar que el avance tecnológico no necesariamente nos conduce “a una guerra más limpia” -como parecía sugerir un poco ingenuamente Streeck pintando una visión de los conflictos del futuro “entre drones de Tesla y drones de Huawei con gente siguiéndolos como diversión”-, sino más bien al afinamiento de los medios de destrucción masiva y la perfección de la exterminación. La presencia del horizonte histórico del genocidio armenio que en una opinión unánime de perpetradores (sic) y estudiosos posibilitó el Holocausto y cuyo fantasma rondaba sobre la guerra en Artsaj, nos remite más bien a las sombrías conclusiones de los frankfurtianos (Adorno y Horkheimer) acerca de los claroscuros de la “racionalidad tecnológica” cuyo producto fue, ni más ni menos, Auschwitz.16
¿Pasó entonces, muy en el espíritu hobsbawniano, la guerra moderna en Nagorno Karabaj con la ampliación del campo de operación de los drones, del siglo XX al siglo XXI? ¿Hemos sido testigos de la inauguración de una nueva época? ¿U observamos un simple cambio de modo de empleo de un tipo ya existente del arma tal como los nazis “reinventaron” el tanque en 1939 durante su campaña en Polonia con Blitzkrieg, volviéndolo, de paso, una herramienta que abría el camino al exterminio? La peculiar fusión de lo viejo con lo nuevo en Nagorno Karabaj quedaba mejor ejemplificada por las imágenes de los drones y munición loitering rondando sobre un laberinto de trincheras armenias (a las que poco después entraban soldados azeríes), siendo este el territorio más cortado por ellas en Europa desde la Primera Guerra Mundial. Una fusión de lo más avanzado con lo más primitivo, igual que el ejército nazi que arrollaba a sus enemigos con tanques pero dependía casi completamente de caballos, algo que señalaba apenas una ampliación del campo de la barbarie. El “progreso”, como ya lo han dicho tantos -desde Walter Benjamin hasta Bolívar Echeverría- no es “innovación pura”, sino el avance de la vieja carnicería y la destrucción.
NOTAS
* Maciek Wisniewski es politólogo y periodista polaco, colaborador de La Jornada.
1 Djene Rhys Bajalan, Sara Nur Yildiz, Vazken Khatchig Davidian, “What’s really driving the Azerbaijan-Armenia conflict”, Jacobin, 8/10/20.
2 Avedis Hadjian, “Nagorno-Karabakh conflict: its meaning to Armenians”, Le Monde diplomatique blog, 23/10/20.
3 Igor Delanoë, “Russia and Turkey, friends or enemies?”, Le Monde diplomatique, diciembre de 2020.
4 Philippe Descamps, “Azeris versus Armenians 20 years later. Dug in for the duration”, Le Monde dipolomatique, diciembre de 2012.
5 Uno de ellos, reconocible en numerosas fotos y videos de la guerra y bastante castigado por las Fuerzas de la Defensa de Artsaj era “SandCat”, parte de toda una serie de vehículos blindados construidos en el chasis de la Ford-F. Según algunas fuentes israelíes que he podido consultar, las primeras pruebas realizadas por el Ejército de Defensa Israelí (IDF) con ellos eran pobres y desalentadoras: el vehículo era incapaz de sobrepasar las indicadas barreras del terreno, su blindaje era insuficiente, etc. A partir de allí, aparentemente, el IDF tomó la decisión de admitir en su servicio solo un número limitado de ellos y comprar vehículos estadounidenses de la misma clase con mejores parámetros, continuando su producción para la exportación (p.ej. a Azerbaiyán). Uno de los más importantes operadores internacionales de los SandCat -construidos in situ con licencia- es… el Ejército Mexicano (SEDENA).
6 Eitay Mack, “As tensions over Nagorno-Karabakh rise, Israel must halt arms sales to Azerbaijan”, 972.mag, 9/10/20.
7 Jeff Halper, War against the people: Israel, the Palestinians and global pacification, London: Pluto Press 2015, pp. 296.
8 Gideon Levy, “Charles Aznavour’s last chanson chides Israel about cluster bombs”, Haaretz, 24/10/20.
9 Los kurdos si bien no han participado en esta guerra han sido parte “interesada” y finalmente perdedora ante el triunfo de Azerbaiyán y del pan-turquismo. Las imágenes de los soldados azeríes cortándoles las orejas a los soldados armenios, algunos aún vivos, tal como lo hacen sus “hermanos turcos” con los guerrilleros del PKK, dan testimonio de ello.
10 Dan Sabbagh, “UK wants new drones in wake of Azerbaijan military success”, The Guardian, 29/12/20.
11 Fehim Tastekin, “Will turkish drones help Ukraine reclaim territory?”, Al Monitor, 11/12/20.
12 Friedrich Engels, “The history of the rifle”, 1860.
13 Paul Blackledge, “Engels vs. Marx?: Two hundred years of Frederick Engels”, Monthly Review, vol. 72, no. 1, mayo de 2020. Para más detalles sobre el análisis militar de Engels, véase: P. Blackledge, “War and revolution: Friedrich Engels as a military thinker”, War and Society, 2019, vol. 38, no. 2, p. 81-97.
14 Wolfgang Streeck, “Engels’s second theory. Technology, warfare and the growth of the state”, New Left Review, no. 123, mayo-junio de 2020.
15 Ibídem.
16 Enzo Traverso, “Auschwitz, Marx y el siglo XX”, Bajo el Volcán, vol. 4, núm. 8, 2004, p. 101-116.