La memoria colectiva constituye una de las vetas de reflexión más relevantes para comprender la forma en que los sujetos nos relacionamos con el pasado. Como construcción social, política y cultural que es, la memoria tiene un carácter cambiante y abierto, es un terreno marcado por el conflicto y por la disputa en el que los agentes interpretamos parcelas de la realidad desde las necesidades e intereses del presente, donde las expectativas y esperanzas proyectadas hacia el futuro también juega un rol importante. A cincuenta y tres años del emblemático 68mexicano, ¿qué se puede agregar a la pléyade de discursos históricos, literarios, sociológicos, políticos y mediáticos desarrollados? Si bien existe un consenso sobre el papel desempeñado por esta movilización en la larga e inconclusa lucha por la edificación democrática en México, el 68 es algo más que la reivindicación de las libertades políticas -asunto no menor en un régimen autoritario- su relevancia también estriba en la construcción de espacio público -entendido en un doble sentido: como esfera de discusión y como territorio- en ser un referente de organización colectiva que fungió como una savia de experiencia para postreras movilizaciones y en ser un espacio de prácticas democráticas al interior de su principal instancia deliberativa y decisoria -el Consejo Nacional de Huelga (CNH)- así como dentro de cada una de las universidades y escuelas que erigieron a este actor colectivo a lo largo del país. Resulta necesario resaltar que este movimiento fue producto de una red de alianzas sociopolíticas entre las diversas instituciones educativas que lo conformaron, donde al interior de cada una de ellas se realizaron diversas formas de politicidad. Así, tal vez una vuelta de tuerca a la constelación de voces sobre el 68 sea tornar la mirada a lo que sucedió dentro de algunas de las universidades y escuelas participantes en este sujeto sociopolítico. En estas líneas, hablaré sobre el papel desempeñado por la Escuela Preparatoria Técnica Piloto Cuauhtémoc, -la Vocacional 7- del Instituto Politécnico Nacional (IPN) en este icónico movimiento, donde el testimonio memorístico de algunos de los militantes -junto con una revisión hemerográfica y bibliográfica- funge como base para la interpretación sociológica que a continuación expondré.
Articulando una identidad colectiva: la Vocacional 7 antes del 68
La Vocacional 7 nació en las instalaciones de la sede de la Vocacional 5, en la Ciudadela (Cedeño, 2003). Para 1964, fue reubicada en la Unidad Habitacional Nonoalco Tlatelolco como parte de un complejo urbanístico de ambicioso calado desarrollado por Mario Pani. La construcción de esta escuela -arropada por un magnífico edificio ubicado en lo que ahora es Eje Central, al norte de la Plaza de las Tres Culturas- se fincó en un proyecto educativo sui generis para el IPN en el que alumnos de tres áreas del conocimiento -fisicomatemáticas, ciencias sociales y ciencias biológicas- cursaban el primer año juntos con el fin de obtener una formación multidisciplinaria y humanista. Su alto nivel académico se acompañó de numerosas actividades culturales y deportivas, sus alumnos, de ambos turnos, muchos de ellos habitantes de la Unidad Tlatelolco y de colonias aledañas, se distinguieron por participar en diferentes organizaciones políticas, como en la Juventud Comunista, la Liga Espartaquista y la Asociación de Jóvenes Esperanza de la Fraternidad (AJEF) -masones que tenían presencia en varias escuelas politécnicas- así como en el Partido Revolucionario Institucional (PRI) (Entrevista a Gerino Guzmán. Archivo Personal, 3 de abril de 2019). Esto muestra el mosaico político e ideológico existente al interior del estudiantado.
Un componente clave para comprender la vida social al interior de esta escuela, fue la construcción de un sentimiento de identidad, o sea, de pertenencia a la comunidad estudiantil y a la Vocacional. Esta dinámica identitaria, se articuló de modo procesal, en el seno de la vida cotidiana, a partir de las múltiples relaciones sociales entabladas entre los alumnos, y entre estos con su profesorado, de las prácticas deportivas, culturales y políticas, así como en función de las diferentes formas de apropiación material y simbólica del edificio erigido por Pani (Kuri, 2021).
Antes de 1968, alumnos de esta Vocacional participaron en diversas acciones colectivas. Entre ellas, se encuentran la orquestada en 1965 cuyos objetivos eran la destitución del entonces director Marcelo Hedding, ante el autoritarismo y nepotismo de su gestión, y el otorgamiento de recursos educativos (Entrevista a Jaime García Reyes, Archivo Personal, 27 de febrero de 2019). Otro antecedente organizativo fue la lucha por la representación estudiantil en la Sociedad de Alumnos, que era monopolizada por la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos (FNET), una suerte de brazo corporativo del régimen priista que coartaba la autonomía organizativa del alumnado y que tenía presencia en todas las escuelas técnicas del país. A inicios de 1968, planillas de ambos turnos de la Vocacional 7, opositoras a la FNET, ganaron los sufragios por la Sociedad de Alumnos, triunfo que también se vivió en la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas, la Escuela Superior de Economía, la Escuela de Medicina Homeopática y el Centro de Estudios Científicos y Tecnológicos Wilfrido Massieu. Este revés político electoral a la FNET significó un avance en la contienda por la democratización de las escuelas politécnicas. Cabe señalar que estos triunfos electorales fueron encabezados por algunos activistas de la Juventud Comunista.
Indudablemente, la acción colectiva de mayor peso en términos organizativos, solidarios e identitarios fue la de 1967. En ese año, alumnos de la Escuela Superior de Agricultura Hermanos Escobar, en Ciudad Juárez, Chihuahua -institución privada- emprendieron un paro con el fin de contar con profesores más capacitados y con más actividades profesionales. Al ser reprimidos los líderes, los estudiantes exigieron la federalización de esta institución educativa, lo cual suponía que esta escuela se tornara pública. Ante el silencio de las autoridades, la movilización escaló de forma tal que estudiantes de la Universidad de Chapingo y de varias instituciones del IPN, incluyendo la Vocacional 7 en su turno vespertino, emprendieran una huelga. Ante este escenario, el gobierno federal decidió cumplir con las demandas (Álvarez Garín, 2002).
Pese a que esta lucha duró solo una semana, fue relevante en diversos planos: en primer lugar, fue el marco en el que se hilvanó una red de alianzas sociopolíticas entre diferentes escuelas; en segundo, coadyuvó al desarrollo de un sentimiento de solidaridad al interior de las instituciones participantes y entre estas; y, lo más destacable, durante la acción colectiva de 1967 las escuelas involucradas desplegaron diversos repertorios de confrontación (Tilly y Wood, 2010), o métodos de lucha, como brigadas, guardias, huelgas, asambleas, marchas, mítines, que fueron desplegados durante el movimiento estudiantil de 1968. En este sentido, también se constituyó el Consejo General de Huelga, máximo órgano decisorio y deliberativo, que, un año más tarde, sería reconfigurado como el CNH.
La vida sociopolítica previa al 68 cristalizada en las acciones colectivas de 1965 y 1967, la lucha político electoral en contra de la FNET, así como la militancia practicada por los jóvenes en diferentes organizaciones, fue forjando lo que he denominado como un saber organizativo y de resistencia (Kuri, 2020) o sea, un acervo de conocimientossocialmente labrados donde la memoria y la experiencia colectiva proveniente de otras contiendas sociopolíticas son interpretadas desde los conflictos del presente y en el que las expectativas del futuro también ocupan un lugar importante. Así el 68, es parcialmente la condensación de redes previamente confeccionadas y de un saber organizativo y de resistencia que encerraba experiencias, habilidades, conocimientos y un espíritu de lucha que abrevaron en dicho sujeto sociopolítico.
La Vocacional 7 durante el 68
Los movimientos sociales son una forma de acción colectiva que nace en la esfera política no institucional a partir de la construcción de redes sociales, en donde el despliegue de diferentes repertorios en el espacio público se encamina a visibilizar las demandas y a presionar al adversario. No hay movilización sociopolítica sin significados, un sentido de pertenencia al grupo, ni sin un conflicto que va definiendo el rumbo de las acciones, tanto de los oponentes como de los miembros del movimiento. Junto con estos elementos, el desafío al adversario es otro ingrediente definitorio. El 68 mexicano, fue una expresión de rebeldía organizada revestida de un sentido lúdico que desafió en diversas ocasiones a un régimen político sellado por el autoritarismo. Como toda acción colectiva, el agravio y la esperanza fueron emociones socialmente construidas que integraron el conjunto de significados que los jóvenes movilizados le dieron a su participación. En el caso de los alumnos de la Vocacional 7, el haber conseguido que se cumplieran las demandas de las luchas del 65 y el 67, junto con el triunfo electoral contra la FNET, desembocaron en un sentimiento de esperanza y de confianza que, para 1968, influyeron en que muchos militantes consideraran que los seis puntos del pliego petitorio pudiesen ser cumplidos (Entrevista a Iván Uranga, Archivo personal, 11 de febrero de 2019; Entrevista a Mauro Espinal, Archivo personal, 26 de marzo de 2019).
El inicio de la movilización en la Vocacional 7 en 1968, como en otras escuelas, se dio a partir del agravio experimentado a raíz de la represión de las marchas del 26 de julio. Un día después, en asamblea, los alumnos de ambos turnos votaron por irse a huelga. La Sociedad de Alumnos se transformó en comités de huelga y a partir de ahí, varios repertorios fueron efectuados: guardias, marchas, mítines relámpago, brigadas, barricadas, asambleas y bloqueos a vías de comunicación. Si bien los alumnos de ambos turnos se caracterizaron por su participación en el movimiento, el vespertino destacó por su alta combatividad, teniendo como líderes a militantes de la Juventud Comunista como Carpóforo Cortés, Florencio Posadas, Jesús Vázquez y Mauro Espinal.
Uno de los rasgos más sobresalientes de los participantes de la Vocacional 7 fue su capacidad organizativa, particularmente de brigadas que, como es sabido, constituían un instrumento de difusión del desarrollo del conflicto y de visibilización de las demandas del movimiento, además de ser un mecanismo de financiamiento. La eficacia para recabar recursos económicos; su ubicación espacial estratégica -a ella arribaban estudiantes de otras instituciones con el fin de imprimir volantes, comer o participar en actividades sociopolíticas-; el tener numerosos mimeógrafos; los lazos identitarios de su comunidad; la experiencia organizativa; así como el activismo de algunos de los profesores que ostentaban un notable liderazgo moral y político, como Fausto Trejo, le confirieron a esta Vocacional una relevancia fincada en los recursos simbólicos, sociopolíticos, materiales y espaciales con los que contaba.
Acorde con el rol desempeñado por esta Vocacional, las autoridades gubernamentales emprendieron varias medidas coercitivas. Cabe recordar que, si bien la matanza del 2 de octubre representa un hito memorístico insoslayable para varias generaciones, las diversas modalidades represivas desplegadas por el gobierno federal fueron una constante: a fin de cuentas, lo que detonó al 68 fue la violencia estatal y lo que marcó la desarticulación de este actor colectivo fue también dicho elemento. Así, la Vocacional 7 fue objeto de diversos ataques por parte de militares, paramilitares y granaderos. Entre los más significativos, se encuentran lo sucedido el 30 de julio cuando el ejército tomó las instalaciones, además de haber ocupado a las Preparatorias 1, 2, 3 y 5 de la UNAM (Valverde, 2018). Un día más tarde los militares abandonarían el edificio. El 29 de agosto, un grupo de paramilitares baleó esta escuela por la madrugada. Este hecho no fue un evento aislado, eran acciones planeadas bajo la sombra de la ilegalidad y la impunidad, donde otras instituciones educativas, como El Colegio de México, también fueron atacadas.
La violencia estatal tenía como objetivo cardinal desmantelar al movimiento en el corazón mismo de la resistencia estudiantil: las escuelas. Ante estos acontecimientos, el alumnado organizado de la Vocacional 7 resistió con bombas molotov, piedras y bloqueos de avenidas. En asamblea, se había decidido defender la escuela frente a las agresiones de granaderos, empero, si los ataques provenían del ejército, el acuerdo era abandonar las instalaciones (Entrevista a Iván Uranga, Archivo personal, 11 de febrero de 2019). En este sentido, los numerosos testimonios sobre la resuelta, y a veces temeraria, resistencia politécnica orientada a defender sus escuelas revela un hondo sentido de pertenencia revestida de factores estructurales:
Para los politécnicos, estudiar es una cuestión de vida o muerte. Es normal, estamos hablando del 68, el estudiante politécnico de ese momento, en muy alto porcentaje, es la primera generación con zapatos, primera generación que va a tener acceso a una escuela. Entonces defender sus escuelas para los politécnicos es un asunto muy grave, es una cuestión de vida o muerte: o tienes la escuela o te vas a la fábrica, o te vas al arado, o te vas a vender chicles, o te vas de bolero, porque el IPN desde que nace en su convocatoria se establece que es para hijos de campesinos, hijos de obreros, empleados pobres e hijos de madres solteras y viudas. Desde su nacimiento, está marcada su misión, su función. Entonces esto tiene que ver con la defensa tan aguerrida, o tienes la escuela o te vas a la milpa, se acabó tu sueño. Entonces eso te hace ser muy aguerrido, ser muy combativo, muy osado, tienes que defender tu escuela, porque es lo único que tienes en la vida (Entrevista a Jaime Valverde, Archivo personal, 7 de mayo de 2019).
Ante los ataques y provocaciones orquestados desde el gobierno federal, los estudiantes de la Vocacional 7 recibieron muestras solidarias de habitantes de la Unidad Tlatelolco y de colonias populares aledañas, como la Guerrero, Tepito y Peralvillo. Cabe subrayar cómo la solidaridad al interior de los movimientos sociales es un elemento que catapulta y permite mantener la acción. De forma semejante, la solidaridad proveniente de otros sujetos sociales también resulta vital. Es así como los alumnos de esta Vocacional recibieron comida y protección ante la violencia estatal, como señala el escritor Agustín Ramos, quien vivía en Tlatelolco en esos años: “la gente se puso del lado de los estudiantes por una razón muy simple: los estudiantes peleaban con lo que podían, los granaderos llegaban bien armados, iban de azul con casco y con protector y con sus toletes (…) Se iban corriendo por los andadores y la gente les aventaban cosas, de hecho yo llegué a participar ocasionalmente, aventarles lo que pudieras a los granaderos desde las ventanas” (Entrevista a Agustín Ramos, Archivo personal, 4 de febrero de 2020).
El 23 de septiembre, fecha en la cual el ejército ocupó el Casco de Santo Tomás, el edificio de la Vocacional 7 fue tomado por el ejército, para nunca más devolverlo al IPN. Junto con esta medida, aquel proyecto educativo multidisciplinario e innovador fue cesado de forma definitiva. Los estudiantes fueron enviados a varias sedes para concluir sus estudios y, con ello, se desmembró la acción colectiva. Este acto, representó para los jóvenes un golpe político y moral contundente: “ya no teníamos la sede, ni la identidad, ni el lugar donde habíamos llevado a cabo la lucha” (Entrevista a Mauro. Espinal, Archivo personal, 26 de marzo de 2019), quiebre que se agravó tras la masacre del 2 de octubre. Aunado a esto, las autoridades politécnicas desplegaron otras formas coercitivas encaminadas a aleccionar a los militantes del movimiento y a evitar que la organización continuase: la expulsión de las escuelas de los principales líderes (Entrevista a Jesús Vázquez, Archivo Personal, 23 de marzo de 2019; Entrevista a Florencio Posadas, Archivo Personal, 19 de junio de 2019). No obstante, la experiencia sociopolítica acuñada durante 1968 constituyó otro ingrediente más del saber organizativo y de resistencia que, finalmente, abonó en el florecimiento de otras contiendas sociopolíticas años más tarde.
En 1970, el edificio de la Vocacional 7 fue reconfigurado para construir el Hospital General de Zona Número Uno del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). Esta modificación espacial y del uso social de lo que alguna vez formó parte del paisaje tlatelolca, asentó un golpe más a la memoria colectiva que dicha edificación representaba. Durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, en 2013, los restos de la Vocacional 7 transfigurados en hospital, fueron demolidos. Lo único que queda en pie de la vieja edificación de esta escuela es el auditorio, lo que ahora es el Teatro Isabela Corona. Esta destrucción ha sido interpretada por exestudiantes y participantes del 68 como un agravio, como una estrategia centrada en borrar cualquier indicio material de lo sucedido en la Vocacional: la historia organizativa de los jóvenes durante 1965; la lucha y la victoria político electoral en contra de la FNET; el paro de 1967; la vida cotidiana articulada en numerosas actividades académicas, políticas y deportivas; las guardias, barricadas, las múltiples discusiones y acuerdos adoptados en las asambleas durante el 68; los ataques arteros de la cual los alumnos organizados fueron objeto; la defensa de la escuela; la solidaridad de propios y extraños. No resulta gratuito este sentimiento de injusticia, el espacio no sólo es el soporte material y simbólico del quehacer humano, es un componente de la identidad y de la memoria, es decir, de aquello que contribuye a definirnos como sociedad y, por ende, como individuos. La relación entre espacio, memoria, conflictividad y movimientos sociales es íntima e inquebrantable, sabedores de ello, hoy un grupo de exalumnos de la Vocacional 7 reclaman, como una forma de desagravio, la reconstrucción de su escuela, tal como la concibió y construyó Mario Pani, con la finalidad de erigir un lugar de memoria. Independientemente de la resonancia que pueda tener su demanda, lo cierto es que la historia de la Vocacional 7 representa un eslabón importante del entramado social, político, emocional y axiológico que fue el 68 mexicano. A 53 años, ¡ni perdón, ni olvido!
Bibliografía
Álvarez Garín, R (2002). La estela de Tlatelolco. Ítaca.
Cedeño, L. (2003). Vocacional 7: esplendor y recuperación. IPN.
Kuri Pineda, E. (2021). La Vocacional 7 del Instituto Politécnico Nacional durante el movimiento social de 1968: repertorios de confrontación y saber organizativo y de resistencia. En: Rubén Torres (coord.). Del 68 al 2018. Cincuenta años de movimientos sociales y acción colectiva. UNAM.
_____________ (2021). Espacio, acción colectiva e identidad: la Vocacional 7 del Instituto Politécnico Nacional durante el movimiento estudiantil de 1968. Nóesis. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades. Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, volumen 30 (59). pp. 41-63.
Tilly, Ch. y Wood, L. (2010). Los movimientos sociales, 1768-2008. Desde sus orígenes hasta Facebook. Crítica.
Valverde, J. (2018). 1968. Si avanzo sígueme, si me detengo empújame. Orfila.
* Este texto es resultado de la investigación titulada, Espacio, movimientos sociales, memoria e identidad colectiva, a mi cargo.