BREVE HISTORIA DE NUESTRO NEOLIBERALISMO. PODER Y CULTURA EN MÉXICO

La editorial Debate ha publicado este año el libro Breve historia de nuestro neoliberalismo. Poder y cultura en México, del escritor y ensayista Rafael Lemus. Obra en la que se analiza la manera en que se fue consolidando la racionalidad neoliberal en nuestro país, en específico en el campo cultural a través de la figura de los intelectuales y sus revistas. Para ello se detiene en algunos de sus episodios clave, como fueron las polémicas protagonizadas por Octavio Paz y Carlos Monsiváis, las disputas entre las revistas Vuelta Nexos, exposiciones artísticas y las lecturas que se hicieron del levantamiento zapatista. Todo esto con la finalidad de ofrecernos un marco general de la labor que desarrolló la intelligentsia mexicana en conjunto con las élites políticas y económicas en torno a la “reinvención neoliberal de México”.

En la introducción, titulada “La era neoliberal”, se encuentran algunas de las claves del entramado argumental del conjunto del trabajo, por lo que antes de pasar a hablar del contenido particular de cada uno de los capítulos será importante detenernos un instante para abordar un par de aspectos relevantes y tratar de entablar un breve diálogo a partir de la exposición de una serie de comentarios, dudas o cuestionamientos que nos dejó su lectura.

 De entrada, no resulta menor el hecho de que en las primeras líneas el autor inicie con la idea de que la historia de las últimas décadas de México no haya sido otra cosa que la historia del neoliberalismo, pues sus efectos se han dejado sentir de manera notable, y dramática, en los más diversos ámbitos de la vida social, económica, política y cultural de nuestro país. Nos encontramos, entonces, frente a un libro que tiene como objeto de estudio una parcela de ese vasto fenómeno que transformó la idea misma de nación y su fisonomía “con la fuerza de apenas otros pocos procesos históricos” (p. 9).

Con un cierto afán polémico, que despunta aquí y allá a lo largo de sus páginas, Rafael Lemus busca cuestionar de algún modo a aquellos sujetos o grupos sociales que aún hoy en día niegan la existencia del neoliberalismo, y para ello traza una especie de síntesis histórica que abarca las distintas fases de su desarrollo a nivel global. En esta misma tesitura líneas adelante busca ofrecer una definición conceptual sobre lo que entiende por este término, ya que si bien se muestra favorable a esas concepciones que lo ven como una teoría económica, un paquete de políticas económicas o como un proceso de reorganización del capitalismo a escala mundial, sugiere que quizá la especificidad básica, siguiendo a Foucault, radique en su voluntad de totalidad, en ser una “amplia, dispersa constelación de discursos, prácticas y aparatos que aspira a reorganizar todos los órdenes de la existencia” (p. 12). Dicho de otro modo, el neoliberalismo no debe ser visto sólo como una teoría económica, sino como una racionalidad política y una operación biopolítica que tiene como escenario tanto el Estado y la plaza pública, como los espacios privados y los mismos cuerpos. 

Uno de los asuntos de la obra que más llamó nuestra atención, en el sentido de que es sugerente y a la vez problemático, es aquel que se encuentra relacionado con la temporalidad y las características específicas que descubre en el despliegue del neoliberalismo en México. En cuanto al primero de estos rubros Lemus rechaza acertadamente proponer una fecha exacta en la cual situar el inicio del giro neoliberal, ya que no fue algo que sucediera de golpe, de un momento a otro, sino que se fue construyendo de manera gradual, en múltiples espacios, a través de la participación de grupos, instituciones y organismos desde los primeros años de la década de 1980 y hasta nuestro presente. 

Por lo que respecta a esos elementos específicos del neoliberalismo en México que lo diferenciarían claramente de otras experiencias vividas en el resto de América Latina, en esta introducción se mencionan cuatro: el primero sería la continuidad y no la ruptura del régimen, pues fue del seno del PRI de donde salieron los tecnócratas que impulsaron este proceso, en segundo lugar se ubica la idea de que en México el giro neoliberal encontró menos resistencias que en el resto continente, en tercero está el asunto de que la narrativa que se construyó para apuntalar este proceso no rompió de tajo con el discurso del nacionalismo revolucionario, sino que sólo reconfiguró algunos de sus aspectos para adaptarlos a las nuevas condiciones. Y, por último, la cuestión de que el neoliberalismo se impuso sin pausa alguna por más de tres décadas.

Ahora bien, nos gustaría concentrarnos en la manera en que divide esa temporalidad, pues habla de la existencia de dos grandes momentos. El primer periodo, que llama hegemónico, va de inicios de la década de 1980 a 1994 y es aquel en donde se forma, consolida y expande la racionalidad neoliberal a través de las reformas electorales, el dominio de la tecnocracia y la narrativa de la transición democrática. El momento poshegemónico es el que vino después del levantamiento del EZLN en 1994, ya que es a partir de esa coyuntura crítica que el gobierno mexicano aplica sus políticas sin el consenso de las mayorías, sin ningún tipo de acompañamiento ideológico que buscara legitimarlas, e incluso pierde su capacidad para regular el conflicto social como antes lo había hecho. El año de 1994 marca un punto de ruptura, desde ese momento el “neoliberalismo es dominante como práctica de gobierno, pero ya no como ideología” (p. 19).

Esta manera de trazar la temporalidad del neoliberalismo nos parece un tanto problemática, pues desde esta perspectiva las políticas implementadas por el Estado mexicano durante la primera etapa habrían ocurrido en el marco de un “alto grado de consentimiento popular”, lo que inevitablemente nos lleva a preguntarnos sobre el significado o el lugar que puede tener en esta narrativa la amplia movilización que se construyó en torno a la figura de Cuauhtémoc Cárdenas y que se desembocó en la formación del Frente Democrático Nacional en 1988. ¿Cómo pensar esta “insurgencia ciudadana”, las amplias movilizaciones populares, el rechazo al candidato oficial, y a las políticas neoliberales que comenzaban a despuntar, dentro del periodo de esta presunta hegemonía? ¿Cómo explicar que se tuvo que recurrir al fraude electoral para seguir adelante con el programa neoliberal? 

Pues incluso si uno va un poco más allá podrá corroborar que durante ese período de finales de la década de 1980 e inicios de 1990 existían diversos movimientos sociales que estaban confrontando esa modernización autoritaria, que se oponían a las reformas académicas de la UNAM, a la reducción del presupuesto, que condenaban los saldos sociales de las políticas neoliberales, la inflación, la fuga de capitales, el adelgazamiento del Estado y las crisis económicas.[1] Es justo en estos años que la legitimidad le estaba vedada al gobierno salinista, pues como bien lo apuntó Enrique González Rojo “el consenso era su utopía”. En medio de este escenario es que se sitúa la labor política desempeñada por algunos intelectuales, entre los que se encontraba el monarca de la cultura nacional: Octavio Paz.[2]

Por lo que quizá la hegemonía de la que habla Lemus durante este periodo anterior al levantamiento zapatista pudiera ser válida si la acotara al campo cultural, porque ahí sí es evidente que la racionalidad neoliberal se había instalado en el centro de dos de los grupos intelectuales más importantes, los que impulsaban las revistas Vuelta Nexos. Hegemonía en el campo cultural que, contrario a la temporalidad propuesta en el texto, no tendría su punto de quiebre en 1994, sino que se extendería hasta nuestro presente. 

Pero de lo que no estoy tan seguro es que haya sucedido lo mismo en otros espacios, en otros campos e incluso en otras geografías dentro del territorio nacional. Ya que en lugares como Michoacán, Guerrero y Oaxaca, por mencionar algunos, el conflicto se mantuvo latente durante esos primeros años de la década de 1990, al grado en que en no pocas ocasiones la violencia estatal se dejó sentir a través de la represión y los asesinatos.[3]De ahí que crea necesario, por un lado, pensar en temporalidades múltiples y efectos diferenciados dentro del periodo neoliberal y, por otro lado, desde una perspectiva benjaminiana comenzar a cepillar a contrapelo esas historias de la transición democrática para encontrar ahí, a ras de suelo, en los más variados espacios del país, los ecos del conflicto, la violencia, el enfrentamiento y la franca oposición al neoliberalismo que hasta ahora han sido mayoritariamente silenciados. 

Dicho esto, pasemos ahora a la estructura y contenido de los cinco capítulos de los que se compone la obra. En el primer apartado, que lleva por título “Editando neoliberalismo: Vuelta en los años ochenta”, se aborda la creación de esta importante revista, liderada por personajes como Octavio Paz, Enrique Krauze y Gabriel Zaid, así como su progresivo giro neoliberal a lo largo de toda la década de 1980. Para ilustrar la manera en que se operó este giro se recuperan las posiciones y los argumentos que esgrimieron estos escritores frente a tres acontecimientos medulares de la década: la crisis de 1982, el sismo de 1985 y las elecciones de 1988. 

Resulta por demás interesante ver cómo se fue tejiendo, a partir de los escritos particulares, un discurso colectivo al interior de Vuelta que tuvo como eje articulador la crítica a la idea de Estado o a la “preeminencia ontológica sobre el mercado y la sociedad civil” (p. 28). Un claro ejemplo de esta racionalidad que comenzaba a despegar por aquellos años lo encontramos en dos artículos de Enrique Krauze, el primero es “El timón y la tormenta”, escrito en 1982. En este trabajo su autor se muestra “preocupado” por el nacionalismo estatal, debido a que era pernicioso para la existencia de una vida pública sana y responsable, ya que lo único que conseguía el “estatismo” era deprimir la iniciativa individual al favorecer “una mentalidad becaria y servil”. Además de que proponía desterrar el populismo de las discusiones y del mundo de la política, puesto que la palabra clave era la positividad y no el discurso negativo que sólo provocaba “depresión y cinismo, no trabajo”.[4]

El segundo de estos textos, y que Lemus analiza a profundidad, es “Por una democracia sin adjetivos”, publicado en Vuelta en enero de 1984. En éste se advierte la construcción del primer relato liberal sobre la crisis económica de un año atrás, al tiempo que pone la categoría de democracia (liberal) en el centro del discurso político de la revista y como el elemento que detonaría el desarrollo político del país. Del mismo modo está presente la idea de que la crisis por la que se atravesaba el país en ese momento no era un asunto estrictamente económico, sino sistémico, es decir, que la ideología de la Revolución mexicana había llegado a su fin, que el Estado ya no podía cumplir con su proverbial función de dar

Abro un pequeño paréntesis para decir que estos señalamientos de Lemus me incitaron a volver a leer directamente los trabajos de Krauze, y en ellos encontré algunos elementos bastante interesantes, sobre todo en vista de ciertas discusiones actuales. Por ejemplo, habla de que el Estado es inmenso, que debe ser mucho más drástica su política de recortes del sector paraestatal, ya que no puede proveerlo todo. Pero también sugiere que se deben crear islas de saluden el sector público y apoyarlas decididamente. Entre estas islas se encuentran las de la “alta cultura y la investigación científica”, con la única condición de que comprueben su excelencia en la competencia internacional. La idea del ingeniero e historiador es clara: que el Estado abandone toda política social pero que fortalezca al mismo tiempo a sus intelectuales y científicos.[5]

Sobre la lectura que hicieron estos miembros de Vuelta de los acontecimientos del sismo de 1985 y la elección presidencial de 1988 vale la pena destacar un par de elementos. El primero es que buscaron impulsar la idea en el debate público de que el gobierno debía devolverle a la sociedad lo que era de ella, ya que había demostrado tener una “actitud pronta, fraternal y solidaria”. La sociedad civil, así, era vista como el grupo de mexicanos que no eran conflictivos ni dejados, que actuaban para conseguir objetivos muy particulares y tras conseguirlo podían regresar a la esfera privada. Mientras, que, del otro lado, se encontraba una perspectiva como la de Carlos Monsiváis, quien leyó la emergencia de la sociedad civil como signo de un conflicto político y un acto de desobediencia civil. Y, en consecuencia, aseguraba que la única forma de lograr la democratización del país era a través de la estrategia de la movilización permanente.

El otro tema sugerente que despunta en este primer capítulo del libro de Lemus es la idea que impulsan los miembros de Vuelta para ver la “izquierda como una amenaza para la democracia” en el contexto de las elecciones de 1988 y de la modernización neoliberal. Pues es una constante encontrar en las páginas de la revista la idea de que los sectores de esta tradición política no eran más que “emisarios del pasado” en tiempos de la fulgurante modernización, por lo que una y otra vez fueron (y siguen siendo) presentados como nostálgicos, violentos, irracionales, fundamentalistas y antidemocráticos.

En el segundo capítulo se analiza todo aquello que rodeó la puesta en marcha de la magna exposición Mexico: Splendors of Thirty Centuries, que se inauguró en el Museo Metropolitano de Nueva York en octubre de 1990 y que después recorrió ciudades como Texas y Los Ángeles, para posteriormente cruzar la frontera y ser exhibida en Monterrey y la Ciudad de México. Lemus ve en esta exposición artística un acto de Estado y la sitúa como parte del proceso más amplio de reconversión neoliberal por el que atravesaba el país, ya que uno de los objetivos que buscó el gobierno mexicano con este acto fue construir un relato sobre la nación que fuera de más fácil consumo para el mercado global. Además de destacar el hecho de que las grandes luchas o conflictos de la historia nacional desaparecieron por completo del eje narrativo de la exposición y en su lugar se privilegiaron obras, representaciones y periodos de “paz y estabilidad”. 

En el siguiente capítulo, el tercero, se presenta un interesante análisis de tres disputas que se vivieron al interior del campo cultural mexicano, la primera de ellas entre Octavio Paz y Carlos Monsiváis a finales de la década de 1970, y las dos siguientes entre las revistas Vuelta Nexos ya entrada la década de 1990. La más significativa de estas discusiones, desde nuestro parecer, es la de Paz y Monsiváis, pues ahí se pusieron en juego concepciones distintas sobre asuntos como la izquierda mexicana y el compromiso del intelectual. Mientras el ganador del Nobel afirmaba que la izquierda no era más que un grupúsculo infértil que se encontraba atacado por una parálisis intelectual y que no iba más allá de algunos espacios universitarios y círculos comunistas, el cronista le respondía que más bien era una pulsión política que atravesaba diversos espacios, experiencias y organizaciones, como era el movimiento de las colonias populares, los obreros, la universidad, el campo y la pequeña burguesía. Y aunque aceptaba que en su interior podían tener cabida ciertos dogmatismos y sectarismos, no dudaba en afirmar que en las izquierdas era donde se generaban “las interpretaciones más críticas, profundas y originales de la realidad nacional” (p. 100).

Al llegar al cuarto apartado nos encontramos con un análisis sobre el levantamiento zapatista de 1994 y sus diversas lecturas que se realizaron en los campos político y cultural. En específico Lemus se concentra en la figura de Paz, ya que busca cuestionar la idea que han impulsado algunos de sus herederos intelectuales sobre que el poeta vio con simpatía el zapatismo durante sus últimos años de vida. Pues aquí vemos, por el contrario, cómo en los textos que escribió sobre el EZLN usó las mismas estrategias discursivas que los gobiernos mexicanos en turno, entre las que se encontraban la idea de focalizar el conflicto, reducirlo a una pequeña región del país, atribuirlo a causas locales que podían ser resueltas con políticas específicas, y sugerir que el conflicto fue desatado por un conjunto de sujetos radicales ajenos a la región. Al tiempo que no dejó de sancionar a las voces radicales y “populistas” que comenzaron a posicionarse a favor de los zapatistas en el espacio de las discusiones públicas, pues según Paz estos escritores no hacían otra cosa que contribuir a la confusión y que en lugar de logos producían “basura verbal” (p. 154). 

A lo largo de todo el texto una de las figuras que sirve como contrapunto de estos intelectuales impulsores de la racionalidad neoliberal es Carlos Monsiváis, pues de manera constante aparece en las polémicas y en general en el campo cultural mexicano. Por lo cual no resulta extraño que el último capítulo del libro de Lemus esté dedicado precisamente a él y a su trayectoria política e intelectual que siguió en esas décadas de 1990 e inicios del 2000. Pues fue durante esos años que realizó una especie de recuperación del liberalismo mexicano desde la izquierda, y lo hizo para posicionarse frente a la neutralidad del saber tecnócrata y reivindicar de manera subversiva el saber político de esa generación que se consteló alrededor de la Constitución de 1857. Aquella tradición radical que supo “unir la vida y la obra, la prosa y la poesía, el ensayo y el discurso, la pasión educativa y la combatividad política” (p. 167). El libro cierra con un epílogo titulado “La larga noche neoliberal”, en el que Lemus nos advierte contra la tentación de pensar al neoliberalismo como algo lejano a nuestro tiempo, pues “las formas, las reglas, los hábitos, los signos, las políticas y antagonismos del hoy obedecen a ese proceso” que inició en algún momento de la década de 1980 (p. 174). Finalmente, no se aventura a definir si la administración de AMLO, que llegó al poder tras arrasar en las elecciones de 2018, logre representar una ruptura o “una perturbación” en esta trama histórica, pero lo que sí tiene claro es que opera al interior de este orden neoliberal y que desde ahí busca reconstruir un Estado que se encuentra mermado por las políticas y los grupos de interés económico nacional e internacional. 

Rafael Lemus, Breve historia de nuestro neoliberalismo. Poder y cultura en México, México, Debate, 2021


[1] Carlos Illades, La inteligencia rebelde. La izquierda en el debate público en México 1968-1989, México, Océano, 2011, p. 153.

[2] Enrique González Rojo, Cuando el rey se hace cortesano. Octavio Paz y el salinismo, México, Editorial Posada, 1990, p. 16. 

[3] Poco a poco se ha documentado de mejor forma la violencia ejercida por el Estado en los años de la presunta “transición democrática”. Un ejemplo de esto son las cifras sobre los asesinatos cometidos en contra de cientos de militantes del PRD durante los primeros años de la década de 1990. Véase, por ejemplo, https://piedepagina.mx/matar-candidatos-el-prd-en-los-anos-90/

[4] Enrique Krauze, “El timón y la tormenta”, Por una democracia sin adjetivos, México, Joaquín Mortiz, 1986, pp. 39-40.

[5] Enrique Krauze, “Por una democracia sin adjetivos”, Por una democracia sin adjetivos, México, Joaquín Mortiz, 1986, p. 66.