Nuestro tiempo es el tiempo de la revolución, el “tiempo del desprecio” ha sido superado para siempre. Sin embargo, fue este último quien marcó el camino de nuestra época: las grandes masas no han dejado de resistir, de luchar como pueden, de vivir en el combate, incluso bajo las opresiones más duras y los desprecios más terribles. La dignidad combativa de la humanidad se ha mantenido como una línea irreductible, a veces invisible, en el interior de la vida de las grandes masas y de las vanguardias revolucionarias. Su lucha ininterrumpida, calumniada, atacada, pero viva en el corazón de la historia, la une a esta realidad profunda y a su futuro socialista y deja atrás a la aparente omnipotencia de los grandes aparatos.
Hoy los grandes aparatos están muertos o en plena crisis. Ya no es el tiempo de las pequeñas vanguardias. La humanidad irrumpió de manera violenta y tumultuosa en la historia y tomó las riendas de su destino. El capitalismo vive en estado de sitio, rodeado por la marea mundial de la revolución. Se trata de una revolución que aún no tiene forma ni centro precisos pero sí leyes, vida propia y unidad de fondo que le aportan las masas que la hacen, la viven, que se influencian más allá de las fronteras, animándose y aprendiendo lecciones colectivas de sus experiencias.
Dentro de este clima vive hoy, de una manera u otra, la inmensa mayoría de la humanidad. Argelia fue y sigue siendo una de las grandes etapas de esta lucha mundial. El libro de Frantz Fanon fue un testimonio de esta etapa. Y aún, después de tantos años, sigue siéndolo y con la misma actualidad, porque la principal preocupación de Fanon no fue dar las cifras de explotados, mostrar el sufrimiento del pueblo ni la brutalidad del opresor imperialista, que evidentemente nombra al pasar, sino, ir a lo esencial: el espíritu de lucha, de resistencia, de iniciativa de las masas argelinas, la resistencia infinita, multiforme, interminable, el heroísmo cotidiano, la inteligencia con la que aprendieron cada semana, cada día, cada instante todo lo que era necesario para la lucha de la liberación. Él quería mostrar que eran capaces y que estaban decididos a hacer todos los sacrificios y todos los esfuerzos que fueran necesarios. El más difícil no era morir en combate, sino, tal vez, cambiar la rutina, la vida cotidiana, los prejuicios, las costumbres inmemoriales en la medida que constituyan un obstáculo para la lucha revolucionaria.
Frantz Fanon muere el día en que se publica Los condenados de la tierra, en diciembre del 61, tenía 37 años. Él se vinculaba con el marxismo en un punto esencial que para muchos “marxistas” oficiales y diplomados sigue siendo una puerta irremediablemente cerrada: la preocupación por lo que hacen, dicen y piensan las masas y la idea de que son las masas y no los dirigentes ni los aparatos quienes, en definitiva, hacen y determinan la historia. Esta es la línea que domina el análisis de Marx sobre todos los hechos históricos, tanto en sus artículos sobre la revolución y la contrarrevolución en España como en las emocionantes páginas sobre las luchas seculares del pueblo siciliano que han forjado el carácter, el orgullo y el silencio de Sicilia y se encuentran en el inicio de su presente y de su futuro…
Es en esta lucha que la mujer con las fuerzas acumuladas durante siglos de opresión y con su enorme resistencia y coraje se afirma. Cambia las relaciones familiares y prepara su lugar en esta nueva sociedad en construcción. También gana su lugar en el combate. Lo que Fanon nos cuenta, no difiere de lo que hicieron las mujeres chinas o las mujeres cubanas. La argelina que transporta las armas o que participa directamente en el combate es la misma mujer del minero boliviano que se arma para defender las minas ocupadas o que vigila, fusil en mano y granadas en la cintura, a las personas secuestradas por los mineros para intercambiar por la liberación de sus dirigentes arrestados. Es la campesina guatemalteca que, poniendo en riesgo su vida, va a enfrentar a los soldados, para cubrir la retirada de la patrulla guerrillera de la que forma parte su hijo o algún vecino. Tal es la vida que lleva la humanidad hoy; tal es la revolución que atraviesa. Fanon explica que el rol de la mujer no volverá a ser nunca más el que fue en otros tiempos. Tal es la liberación de la mujer que, como proletaria, sólo podrá ser libre con la liberación de todos los demás sectores oprimidos…
El ejército francés ya había anunciado en varias ocasiones “la ofensiva final” y el “último cuarto de hora”. Fracasó. Lo vencieron igual que en Indochina. Esta derrota no fue solamente por las armas de la guerrilla sino también por la acción y la lucha constante de toda la masa de la población que combatió incluso reinventando las noticias de la radio, como hoy lo hacen los campesinos guatemaltecos o colombianos.
La radio. Instrumento de lucha
De hecho, la radio es un instrumento de lucha de masas. La contrarrevolución, que también cree haberla descubierto, utiliza “La voz de América” en América Latina como en otro tiempo usó Radio-Alger. Pero la radio es un instrumento de lucha cuando aquello que dice responde a lo que las masas desean y sienten. Entonces la aceptan, la escuchan y la usan para la lucha; si no pueden escuchar lo que dice la radio, lo inventan en beneficio de la revolución. En cambio, nadie escucha las emisiones contrarrevolucionarias; su voz se pierde en el vacío…
Al igual que en Argelia, los mineros bolivianos defienden las emisoras como una parte de su existencia colectiva. Por decisión unánime tomada en asamblea, varios sindicatos han comprado emisoras con los salarios de los trabajadores que representa un día, dos o hasta tres días de trabajo por mes. El minero boliviano gana de 20 a 40 dólares mensuales. Hay que saber cómo es su estilo de vida para comprender qué representa esta porción de salario destinado a la compra de la radio. Pero luego, es un orgullo colectivo: “nuestro sindicato también tiene su radio”. Cuando el gobierno o la policía quisieron silenciar una radio minera o apropiársela –oficialmente están prohibidas, porque el gobierno las declaró ilegales, pero en las regiones mineras manda el sindicato, no el gobierno- la respuesta fue fulminante. En Huanuni, los mineros recuperaron la radio movilizando la milicia, quedándose, además, con la radio municipal de la región que desde entonces está en sus manos. Sin saberlo, los mineros bolivianos y las masas argelinas estaban unidas por una misma acción y con un mismo objetivo. Así se forja y se construye la unidad humana actualmente, no con los libros, el comercio o las asambleas internacionales.
Cultura concreta
Frantz Fanon cuenta que el pueblo argelino rechazaba y se resistía a las técnicas médicas modernas cuando éstas venían del imperialismo, -“ignorante, testarudo, atrasado”, decían los hombres imperialistas cultivados que no entendían ese rechazo- pero las aceptó rápidamente cuando provenían de la revolución. La cultura, como la verdad, es algo concreto. Y para las masas, la forma más elevada de cultura, es decir del progreso, era resistir a la dominación y a la penetración imperialista, por más que ésta revista formas reales de “cultura” y “civilización”. Los argelinos defendían el velo de sus mujeres, rechazaban los médicos, no aceptaban la radio. Pero no por atrasados. A su manera, como podían, defendían la civilización. Porque ante todo la civilización era para ellos resistir al imperialismo para luego sacárselo de encima a cualquier precio. Y tenían razón.
Una mañana vi, desde la habitación de un minero boliviano que me alojaba –la pieza medía dos metros por tres, las paredes y el piso eran de barro, vivía con su mujer y su hijo- una ambulancia de servicio interamericano de higiene que vacunaba gratuitamente contra la varicela. Le pregunté por qué no iba a vacunar a su hijo. Me respondió: “¿Estás loco? Quién sabe si estos gringos no nos inyectan inmundicias a los bolivianos para volvernos idiotas y explotarnos aún más”. Es la manera con la que aceptamos las alianzas para el progreso y este es su “resultado”. Al final, el minero tenía razón, porque el defendía, a su manera, algo mucho más importante que la vacuna.
Pero la revolución triunfa y todo cambia: un hambre voraz por aprender se adueña de todo el pueblo, ya sea en el estado nuevo o incluso antes en las zonas liberadas. Fanon constata: “El pueblo que toma las riendas de su destino asimila con una cadencia casi insólita las formas más modernas de la técnica”. Como en China, como en Cuba, como en Corea, en todos los pueblos oprimidos de América Latina, Asía, África, la revolución es civilización. De igual modo que en Portugal, España, Grecia, en el sur de Italia y más allá.
El libro de Frantz Fanon comprende un periodo particularmente crucial de la revolución. Toma los primeros cinco años en los que Argelia, combatiendo prácticamente sola, casi sin apoyo del exterior, se afirma definitivamente y arroja las bases de su victoria. Pero Argelia no estuvo totalmente sola. Contó con el apoyo de las masas de los países árabes que a menudo comprometieron el apoyo de sus gobiernos, varias veces a sus expensas. Tuvo el apoyo de los pueblos del mundo que siguieron la lucha atentamente. Sí se encontraba efectivamente sola en lo relativo a los recursos materiales. Durante los primeros años, sólo con su heroísmo tuvo que quebrar el muro de silencio y calumnia dirigido por el enemigo y por aquellos que más tarde se declararían sus amigos. Jamás tuvo el apoyo de la URSS y el de China llegó recién en 1959.
“Nacionalista y reaccionario”
Los pueblos nunca olvidan el pasado ni tampoco aquello del pasado que sirve para el futuro. El pueblo argelino no olvida que a principios de la revolución armada en Argelia, el partido comunista francés la denunció como un movimiento “nacionalista y reaccionario”. Y por mucho tiempo mantuvo esa posición, o se mostró reticente; sin dejar de considerar a Argelia como parte de Francia. El pueblo argelino tampoco olvida que el partido comunista argelino siguió la línea del partido francés, por más que muchos comunistas, a título individual, se unieron directamente a la revolución. Ni tampoco olvida que, en la práctica, durante este periodo, mientras pretendía apoyar la revolución en Argelia, apoyó a Messali Hadj, instrumento del imperialismo francés que se hacía llamar “socialista” para combatir el movimiento revolucionario de las masas dirigidas por el FLN en el interior de Argelia. No olvida porque los pueblos tienen sentido práctico y hacen una cruz a quienes por interés, incomprensión o por ceguera criminal delante del movimiento de masas en lucha por su liberación, se alejan y pretendiéndose “revolucionarios” o “comunistas” lo combaten, lo calumnian o lo traicionan. Estas personas, una vez que las masas hicieron su experiencia colectiva, no vuelven y ya no pueden influenciar a nadie, más allá de los recursos financieros, apoyos y medios con los que dispongan.
De la misma manera que no olvida, el pueblo argelino recuerda que la simpatía de las masas del mundo estaba representada por centenares de miles de hombres de carne y hueso que transgredieron o ignoraron la política pacifista del partido comunista francés. Además rechazaron las consideraciones diplomáticas que no sólo impidieron que Khruschev diera armas a Argelia sino que lo empujaron a dar testimonio de amistad al gobierno francés en plena guerra imperialista. Como dice Fanon, esos miles de hombres, en Francia y en Argelia, han apoyado a Argelia sin ser argelinos; participaron en la lucha y arriesgaron sus vidas por la revolución argelina.
No se trata solamente de franceses o de árabes; españoles, italianos, griegos; el Mediterráneo entero apoyó a Argelia en las armas. Y desde más lejos los ingleses, holandeses, belgas, alemanes, argentinos; como toda gran revolución, la revolución argelina atrajo a hombres del mundo entero y los recibió como propios. Todos contribuyeron en la lucha del momento, y su aporte también sirvió para modelar la futura imagen que Argelia construye actualmente, para encaminarla en el socialismo internacional, con la sola presencia internacional en la lucha de la liberación. Individualmente o en grupo, simbolizaron concretamente la voluntad de apoyo y de intervención de sectores mucho más extensos que no habían encontrado la manera o el canal para participar directamente.
Un rasgo dominante del libro de Fanon, es que no evoca ni la tortura, ni el dolor, ni el sufrimiento, pero sí la vida y la fuerza interior del pueblo argelino. Si bien los retoma, no se complace. Sobre todo, intenta que no se tenga compasión por el pueblo argelino sino confianza en su fuerza. Distinguiéndose de este modo de la cantidad de “defensores” de la revolución –argelina o cualquier otra- que adoptan un tono protector y compasivo invitando a tener lástima por la suerte de los pueblos en lucha y a poner fin a las atrocidades.
La actitud de lástima fue característica de un buen número de amigos europeos de la revolución argelina, como actualmente de muchos “amigos” de la revolución vietnamita. Se acercaban a los argelinos con aire protector, terriblemente paternalista, para apiadarse de su sufrimiento. Para todo pueblo en lucha este tipo de “ayuda” suscita un rechazo inmediato e instintivo porque siente que es la forma “pacifista” del viejo colonialismo y pone en riesgo el recurso más profundo de la fuerza combatiente: la confianza en su propia fuerza, la confianza en su superioridad final sobre el enemigo imperialista.
Los argelinos rechazaban -como lo hacen hoy los vietnamitas- cualquier defensor paternalista. Las imágenes de destrucción, de muerte, de compasión suscitan la aversión en el combatiente porque él no las enfrenta con lástima, sino con las armas. “En vez de apiadarse de nosotros y de horrorizarse por las atrocidades del imperialismo en nuestro país, mejor sería que luchen contra él en su propio país como nosotros lo hacemos en el nuestro” decían los argelinos; los demás pueblos colonizados actualmente tienen la misma actitud frente a sus nuevos protectores pacifistas. “Es la mejor manera de apoyarnos y de terminar con las atrocidades.”
La lucha por el pan
La esencia de la revolución es la lucha por la dignidad humana, no la lucha por el pan. Contiene evidentemente el pan. En la base de cualquier situación revolucionaria se encuentran las condiciones económicas. Pero a partir de cierto punto de desarrollo, en esas mismas bases, es más importante para el pueblo que cada quien tenga su fusil que comer más que el año anterior. Todas las revoluciones lo comprueban. En la medida en que las fronteras de la revolución se extiendan y se confundan con las del planeta, las condiciones económicas inmediatas ocupan un lugar totalmente secundario frente al movimiento de las masas por aniquilar toda forma de opresión. El deseo de liberación y dignidad humana característicos de la humanidad actual hace que por muchos años los pueblos acepten y soporten sacrificios materiales que representan a toda revolución, porque siente que de esa manera viven una nueva vida, o en realidad que por primera vez viven su vida.
“El colonizado, de igual modo que los hombres de los países subdesarrollados o que los desheredados de todas las regiones del mundo, no percibe la vida como una realización o desarrollo de una fecundidad esencial, sino como una lucha permanente contra una muerte atmosférica. La muerte que se puede palpar se materializa por las hambrunas endémicas, el desempleo, la gran morbilidad, el complejo de inferioridad y la falta de puertas para el futuro”, dice Fanon.
La revolución termina con todo eso: es el acceso a la dignidad, arrancar la dignidad humana en plena lucha, como la conquista el proletariado en la lucha de clases y en la lucha revolucionaria. Pero a través del proletariado, hoy son masas inmensas que no dejan ni un pedacito de tierra ni de cielo sin transformar. Es la fuente de la dignidad humana y de la construcción de la humanidad que se prepara con su transformación en la revolución para el socialismo. En efecto, sin esta transformación no habría base material para el socialismo –digo bien material, porque no se trata solamente de los modos de producción, sino también de la experiencia acumulada en la mente, en el corazón y en las manos de los hombres.
Esa es la razón por la que el libro de Fanon termina con esta frase: “La Revolución en profundidad, la verdadera, precisamente porque cambia al hombre y renueva la sociedad, es muy avanzada. Este oxígeno que inventa y dispone una nueva humanidad, es eso también la Revolución Argelina”. Es también, debemos agregar ahora, la revolución socialista que progresa en Argelia.
Si la revolución cambia de este modo a un pueblo, si es capaz de irradiar e influenciar a Europa y África, es porque forma parte de un proceso mundial que no tiene fronteras.
La victoria de Argelia demostró que una revolución puede afirmarse y triunfar sin apoyo exterior, procurándose armas o eventualmente fabricándolas, si es capaz de reunir a todas las masas de un país en la lucha por la liberación. No hay duda de que Argelia, como todo proceso revolucionario en el mundo, extendió su influencia hasta la Unión Soviética. El pueblo soviético no ignora que el gobierno sólo apoyó a Argelia en el último momento. Hoy han sacado sus conclusiones, y una de ellas es que Kruschev cayó. Las demás llegarán más tarde, están madurando lentamente dentro de la Unión Soviética. Es evidente que si en Argelia existía la vida interior de las masas que describe Fanon y que continúa hoy, la misma vida y los mismos objetivos existen en la Unión Soviética, por más que se expresen bajo formas diferentes. Y de la misma manera que el argelino está unido por gestos comunes con el cubano, el boliviano y el congolés, está unido al soviético y al chino. El curso inmediato de la historia hará que se imponga esa unión cada vez más con más evidencia y en hechos cada vez más palpables.
Incluso los estudiantes norteamericanos
También está unido al norteamericano. Argelia estuvo sola en un momento, hoy ya no es posible. Kruschev quiso desentenderse de Vietnam y cayó. Vietnam es hoy el centro de la lucha mundial entre la revolución y la contrarrevolución. Es de alguna manera hoy, lo que Argelia fue en ese año V de la revolución, en 1959. ¡Pero qué diferencia! La guerra de Vietnam junta fuerzas inmensas. El pueblo soviético, el pueblo chino siguen a cada hora lo que ocurre en Vietnam, y no debe haber ninguna duda de que presionan a favor de la intervención. El pueblo norteamericano también sigue de cerca lo que ocurre. No tiene las ideas claras, es más, sus ideas son terriblemente confusas, pero seguro que la línea dominante de las presiones que ejercen, cualquiera sea su expresión, es oponerse a una intervención que desencadene una guerra mundial. Hasta de manera contradictoria, incluso bajo la forma del miedo, de incertidumbres y de dudas frente a la situación mundial, es la presión de la revolución mundial que penetra en Estados Unidos y se manifiesta –minoritaria pero clara- en los movimientos estudiantiles contra la intervención en Vietnam. Jamás, en ningún país, una masa importante de estudiantes representa solamente esa masa, siempre hay detrás un sector del pueblo que no se decide a expresarse. Esto vale para la Unión Soviética y para Estados Unidos.
Por supuesto, no son las manifestaciones estudiantiles las que decidirán que estalle o no la guerra. El juego de fuerzas es mucho más complejo, y en último caso, los botones decisivos están en manos de un pequeño número de personas que nadie controla y que pueden verse obligadas a actuar frente a una situación que ellos consideren desesperada para su propia supervivencia: por ejemplo, la amenaza inminente en cierto momento de que perder Vietnam conllevaría perder Asia completamente.
Pero si las experiencias que relata Fanon sobre la conducta de las masas tienen un valor, es el de revelar la importancia de su vida interior, de sus discusiones familiares, de sus resistencias, de sus manifestaciones aparentemente indirectas. Esto mismo existe en todos los pueblos del mundo. En estos niveles profundos se prepara el futuro, que parece surgir bruscamente por sorpresa. Ocurre lo mismo en Estados Unidos. Las resistencias contra la guerra de Vietnam, por más débiles que parezcan, en medio de la omnipotencia aparente del aparato imperialista en el país, deben considerarse como síntomas extremadamente importantes de lo que madura en las profundidades aún inconscientes de amplios sectores de la población. Estados Unidos no está aislado con un cordón sanitario de la revolución que envuelve a toda la humanidad, y cada nueva medida agresiva del gobierno en el camino de la contrarrevolución despierta inevitablemente en ellos fuerzas contradictorias.
Es útil analizar el testimonio de Fanon porque muestra cómo, en los peores desastres, las masas encuentran los medios para reorganizarse y continuar viviendo mientras tengan un objetivo común. Los aparatos, no; los gobiernos caen, los ejércitos se desmantelan, las empresas cierran o son expropiadas, los colonos huyen, un bombardeo destruye una ciudad. Pero las masas continúan viviendo, se reconstituyen obstinadamente, entierran a sus muertos y progresan. La vida de la humanidad hoy, como en Argelia, prepara la vida del mañana. La decisión colectiva de liberación social ya está tan enraizada en la vida de la humanidad sin excepción que pertenece a su existencia como el aire y la tierra. Ninguna fuerza, ninguna arma clásica o atómica puede destruirla. Todo lo demás puede desaparecer: aparatos, estados, empresas, edificios. Esto no.
Esta idea es el fundamento de la estrategia china contra la guerra atómica. También forma parte en la estrategia del ejército soviético. Uno de sus jefes evocó recientemente la posibilidad de una guerra que sería “un levantamiento popular de masas” y describió las medidas previstas para reorganizar la vida del país en el caso de un ataque atómico.
Es un hecho que un pueblo que atravesó la guerra de Argelia no esté intimidado por la amenaza atómica. Menos un pueblo que vive la guerra de Vietnam. Ni aquellos que sin vivir la guerra viven “en lucha contra una muerte atmosférica” como dice Fanon. Podemos imaginarnos que si un día el puesto de un transistor del minero boliviano, del campesino colombiano o del “fellagha” argelino anuncia que Moscú o Pekín fueron destruidos atómicamente, se levantarán de manera inmediata para destruir a todo aquel que represente su enemigo. Y si anuncia que Nueva York desapareció del mapa, se multiplicará su fuerza, porque sabrán que detrás de sus enemigos no habrá más apoyo, ni nada y se habrán sacado un enorme peso de sus hombros. El testimonio de Fanon -¡Cuánto camino se ha recorrido desde entonces!- debe servir para comprender que no es la guerra la que puede destruir la humanidad cuando ha alcanzado este grado de decisión y de conciencia colectiva, sin importar cuáles sean los males inconmensurables que haya provocado.
Parte de la humanidad
La hipótesis no es muy esperanzadora para un habitante de Nueva York. En 1962 Cuba estaba amenazada por una inminente destrucción atómica. El 27 de octubre casi todos los habitantes de La Habana esperaban un ataque atómico por la tarde. Eran pocas las ilusiones sobre el alcance que tendría: “nos suprimirán”. Pero nadie dudó, nadie tuvo miedo. La serenidad colectiva impresionaba y conmovía. Cuba se sentía parte de la humanidad. Un pueblo entero se sentía como el combatiente que sabe que su próxima operación le costará tal vez la vida pero que será decisiva para el triunfo de sus camaradas. Cuba supo asumir su destino hasta el final y ganó. Si en ese momento el pueblo duda, pide una tregua o recula, saldrá perdedor, se estropeará. La decisión de Cuba contribuyó en la fuerza que hizo recular a su enemigo. “Preferimos que nos maten a todos que volver a lo de antes”: lo que dijo el cubano lo dijo en su momento el argelino; es lo que dicen los chinos y los vietnamitas. Decisión que vuelve inoperante cualquier amenaza, al mismo tiempo que une al individuo y la colectividad al destino de la humanidad. Destino que hoy se concentra en la revolución y una de sus etapas la describe Fanon desde el interior.
Solamente uniéndose a esta revolución mundial el habitante de New York puede asumir su destino humano, encontrar la puerta hacia el futuro y de este modo hacer eficaz su acción. Porque no apoyará esa acción sobre abstracciones humanitarias, sino sobre la vida concreta de los seres humanos de hoy, en Argelia, Vietnam, Congo, Bolivia, Colombia, China, Indonesia, toda América Latina y en toda la humanidad real y concreta. Pero la verdad es que no existe un “habitante de Nueva York” o de otro lado. Es el pueblo norteamericano que forma parte de esa humanidad y que no puede dejar de recibir o sentir su influencia a pesar de las fuerzas enemigas, inhumanas, que hoy la separan o la frenan.
De igual modo que, según Fanon, “el pueblo que toma las riendas de su destino asimila de una manera casi insólita las formas más modernas de la técnica”, igual que los países “atrasados” en la revolución que envuelve a la humanidad, se saltarán todas las etapas y asimilarán las formas más modernas de la técnica de la revolución. La ley del desarrollo desigual y combinado rige aquí por más que no se aplique automáticamente ni a corto plazo.
Cuando la inmensa mayoría de la humanidad vive estos problemas y estas experiencias; cuando la vida real, el futuro real de miles de millones de hombres se modela y se forja en la vida revolucionaria; cuando la humanidad toma las riendas de su destino de esa manera, es una estafa hablar de “revolución cibernética” o de cosas del estilo. Son los seres humanos los que deciden sus vidas, no los dispositivos ni las máquinas ni las armas. Todo lo demás sirve para aislar a un pequeño sector, al pueblo de Estados Unidos, de la vida, los problemas y las transformaciones que atraviesa la inmensa mayoría de la humanidad. Aislarla del futuro y de la vida, encerrarla en la estrechez provincial y pragmática. Los pueblos de Argelia y Vietnam, no los Univac ni la Bolsa de Nueva York, decidirán en definitiva su futuro y junto al pueblo norteamericano, determinarán, el día de mañana, los Univac y las innombrables técnicas que utilizarán.
Zanzibar probó, de manera más determinante que Cuba, que toda revolución contra el imperialismo hoy solamente puede terminar en una revolución socialista. No existe revolución antiimperialista, en ningún país colonial, que no signifique al mismo tiempo la caída del capitalismo. Argelia es una prueba más. Con un objetivo socialista, las revoluciones en las colonias encuentran actualmente lo que los une con la revolución norteamericana. De este modo, cada acción que una a un sector del pueblo norteamericano, por más pequeña que pueda parecer, a esta revolución mundial, introduce en Estados Unidos una fuerza inmensa, de la misma manera que el combatiente argelino representaba, además de la fuerza de su fusil, la acción constante y poderosa de un pueblo entero. Así se deben medir a partir de ahora las relaciones de fuerza real y no por la apariencia de los aparatos, aunque sea imponente, si no queremos que nos sorprendan los hechos ni perdernos en los laberintos de especulaciones sobre la cibernética de un solo país, Estados Unidos, mientras que la humanidad entera se subleva armas en mano y en el espíritu.
El libro de Fanon es un testimonio sobre la vida de las masas en tiempos de revolución más que sobre la muerte del colonialismo. La conclusión sigue siendo hoy, en las metrópolis que subsistieron, un llamado para hacer causa común con ellas, sin reservas ni límites, a sentir y volverse parte de estas masas, a vivir sus luchas y sobre todo a sentir y comprender su fuerza aplastante. Lo que equivale, en realidad, a alcanzar lo profundo de la vida interior -real, no aparente- de nuestro pueblo, reconocer las manifestaciones y los síntomas de un futuro que se prepara allí, no en los remanentes de una pasado muerto que aparenta dominar el futuro. Equivale a preparar nuestro lugar en esta revolución que sacude, transforma y une a toda la humanidad.
Traducción de trad. María Virginia García del prólogo original en francés con el título Frantz Fanon et la révolution en Amérique latine. El texto apareció en la ciudad de París, en la revista Partisans, en 1965.