DEMOCRACIA Y CABARET: LAS ELECCIONES ALEMANAS COMO PANTOMIMA

Decía un comentarista político que en las recientes elecciones generales alemanas Olaf Scholz –el candidato socialdemócrata– había ganado por defecto. A diferencia de sus principales contendientes: Armin Laschet por la derecha de los democratacristianos del CDU y Annalena Baerbock por la izquierda de Los Verdes (Bündnis 90/Die Grüne) que en el tramo final de la campaña quedaron bastante atrás, el candidato de los socialdemócratas del SPD no hizo nada bien, pero tampoco nada radicalmente mal. A decir verdad, no hizo nada. Más allá de los errores puntuales de unos y otros, lo que parece haber finalmente cautivado al electorado alemán ha sido una campaña bien planteada, que ha dado sus frutos aparentemente de casualidad. Esto tiene sentido. Era importante presentar un candidato preparado para ejercer el poder, pero sin tener demasiadas ansias de poder. Muy diferente a la imagen que en este momento está dando los jefes de todas las fracciones políticas, del FDP, los libertario-liberales, y de Los Verdes –Lindner y Habeck, respectivamente– que más que discutir un posible gobierno de coalición con los triunfantes socialdemócratas, parecen más interesados en discutir qué parte del pastel se van a llevar. Al fin y al cabo, la política es cosa de hombres. Los siempre importantes ministerios de Exteriores y Finanzas (la predilección de Scholz) están en disputa, así como el número de vicecancillerías según el color del partido.

La imagen que se vendió de Scholz fue decida y muy roja, o rojo carmín con rostro confiado y el slogan principal que decía: Scholz packt das an, que se podría traducir como Scholz lo va a arreglar o, mucho más prosaicamente, Scholz le pone huevos. Es sagaz porque pone el énfasis en el papel de Scholz como buen administrador, un burócrata eficiente y responsable, cuyos buenos números al frente del ministerio de Finanzas en el gobierno Merkel lo respaldan. Scholz está ahí no porque tenga carisma, por su retórica o por sus cualidades políticas. No. Scholz posee el know-how que va a permitir arreglar este desaguisado: pensiones, infraestructuras, agenda verde, emigración, covid, deuda, relaciones internacionales, Rusia, China… todos los analistas coinciden en señalar que Alemania hoy es un desastre, y Scholz, el burócrata impasible, viene a ponerle huevos. Recordemos que Scholz ya fue ministro de Trabajo en el primer gobierno Merkel con lo que ello significó en medio de la crisis financiera de 2008. 

La imagen del burócrata eficiente le viene bien a Scholz y su rostro inexpresivo retratado en miles de carteles durante la campaña lo refrenda. Uno se detiene a pensar en Adolf Eichmann, el oficial impasible de las SS de Hitler, que fuera responsable de la logística de transporte a los campos de exterminio durante la Segunda Guerra Mundial, y cuyo sentido del deber fascinó a Hannah Arendt, quien lo inmortalizó en el libro Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal. Eichmann, quien fue juzgado y ahorcado en Jerusalén por crímenes de guerra después de haber sido secuestrado por el Mossad –el servicio secreto israelí– en Argentina a donde había huido, afirmaba impertérrito que no había hecho más que su trabajo, había cumplido con su deber. Le asombraba a Arendt que Eichmann no mostrase ningún resentimiento hacia los judíos. Es esta imagen de absoluta dedicación y eficiencia la que ha incorporado Scholz a su exitosa campaña. Él es el perfecto burócrata en el cumplimiento de su deber: no se trata únicamente de querer hacer algo, sino que se trata de hacerlo, criticaban desde la campaña de Scholz las propuestas de los partidos contendientes. Su defensa del trabajo en los sectores clave durante la pandemia ha sido decisiva. La dignidad y valor del trabajo, la remuneración por el trabajo bien hecho… formaron parte durante la campaña de la moral laboralista que Scholz impulsó para ganarse los votos de la depauperada clase obrera. No deja de ser algo muy alemán: será cuestión de remangarse la camisa y ponerse a trabajar, algo que no parece que Laschet –candidato democratacristiano– estuviera dispuesto a hacer. Lo que pasa es que el dinero no sobra. El tema del aumento de los impuestos a las rentas más altas y a las empresas está encima de la mesa, lo que siempre asusta a la derecha, obstinada en su defensa del laissez-faire. Así que se plantea también la cuestión del endeudamiento del Estado para afrontar la tan necesitada renovación de las infraestructuras, al más puro estilo keynesiano. Y quién mejor que Scholz que sabe de números para ello.

De entre todos los candidatos Scholz fue el único que prometió algo de enorme importancia en una Alemania a la que le entra sudor frío solo de pensar en inestabilidad política: no se preocupen, Scholz ha llegado para asegurar que todo siga como antes. No en vano se definía a Scholz como el más merkeliano de todos los candidatos. Es así que su victoria sorprende menos desde el punto de vista del continuismo que se estaba buscando para la era post-Merkel. De hecho, el SPD jugó con dar una de cal y otra de arena durante el gobierno de Merkel. Mientras no negaba abiertamente la posibilidad de un pacto con Die Linke, la desorientada izquierda alemana, si los números diesen para una gran coalición de izquierdas junto a Los Verdes, la maquinaria política del SPD había puesto todos sus recursos en captar el voto de una derecha descontenta con un candidato, Laschet, que no daba la talla. Berlín es ilustrativo de ello, en donde también ha habido elecciones al senado de la capital. Después de un relativamente exitoso gobierno formado por el SPD, Los Verdes y Die Linke, las elecciones han dejado un panorama algo más abierto y el ala derecha de los socialdemócratas se postula por una colación semáforo con el FDP para dejar fuera a la izquierda, en contra de lo que dicen las bases del partido. No sería de extrañar que la negociación sobre Berlín entrase a formar parte de las combinaciones posibles para lograr la mano ganadora en el juego electoral federal.

Ahora que el SPD afirma vehemente que han logrado un claro mandato de gobierno y que el CDU ha de pasar a la oposición, bien parece que el descalabro de la derecha había sido orquestado para darse un respiro después de 16 años de gobierno Merkel. Frente a lo que se presumía como un gobierno de desgaste si la derecha ganaba otra vez, con el consiguiente peligro del ascenso de la izquierda y, sobre todo, de Los Verdes, que al inicio de la campaña se postularon seriamente como la alternativa al CDU, el SPD vino, una vez más, a jugar el papel contenedor para calmar los ánimos. Es el eterno papal de títere que tan bien juega la socialdemocracia en Europa que tiene la lección bien aprendida. Siempre listos para cuando el capital los necesite. Ya pasó algo similar con el gobierno de Gerhard Schröder entre 1998 y 2005. 

Sería toda una sorpresa que los contendientes del FDP y de Los Verdes se decantasen finalmente por una coalición Jamaika con el CDU. Pero todo puede pasar. La manija la tendrían los liberales que prefieren una coalición de derechas, una vez que Los Verdes han decidido bailar con cualquiera. Por lo de pronto ya tenemos a Markus Söder, líder del CSU y ministro presidente de Baviera, bramado en sus ansias por liderar la ronda de conversaciones y postularse como candidato a Bundeskanzler en la reserva.El capitalismo conoce la democracia burguesa al dedillo, no nos vamos a engañar. Es interesante observar que ha pasado con la clase media política, aquella para la que rebasar el 10% es todo un logro y que sueña con ganarse algún ministerio si entra en un gobierno de coalición. Desde todos los sectores se deseaba la consolidación de una mayoría democrática, así lo han llamado, en la que el FDP y Los Verdes se juegan ser la tercera fuerza en el parlamento y cambian los cromos de vez en cuando así sean las necesidades. Con el llamado cordón sanitario aplicado a los fascistas de la AfD, estos han ido perdiendo fuerza a nivel estatal, aunque siguen siendo decisivos en el este del país, acumulando victorias en los estados de Sajonia y Turingia. Parte de la pérdida de dos puntos porcentuales cosechada por la AfD se debe a una derechización (si esto es posible) de parte del partido que se ha ido con los Querdenker de dieBasis: racistas, negacionistas, identitarios y conspiranoicos. En medios políticos se congratulaban de que la AfD hubiera quedado por detrás de sus expectativas. Alice Weidel, líder del partido de ultra-derecha, afirmó sin embargo que se habían consolidado en el parlamento, y no le falta razón. Y, como sumar es fácil, pongamos a la derecha con la derecha y el CDU ha ganado las elecciones de calle, solo necesitan al FDP para alcanzar la mayoría y volvemos así a las andadas, es decir, a la República Federal de antaño. ¿Continuarán los esfuerzos de la mayoría democrática por arrinconar a la AfD hasta que se convierta en un partido marginal? Casi lo consiguen con Die Linke, que no logró rebasar el 5% necesario para entrar en el parlamento gracias a una campaña insignificante en la que no se sabía muy bien si la mediática Sahra Wagenknecht hacía más bien que mal. Aquí sí que el cordón sanitario ha funcionado. Die Linke consigue, no obstante, entrar en el parlamento con 39 diputados gracias a la extraña ley electoral alemana. Al haber conseguido tres mandatos directos: dos en Berlín y uno en Leipzig, la ley del 5% (lograron un amargo 4,9%) no aplica. A pesar de sus coqueteos con la derecha identitaria ¿qué es lo que ha penalizado a Die Linke? Pues haberse convertido en una izquierda prescindible en la era del capitalismo verde. La izquierda alemana se merece algo mejor, pero ¿hay coraje para ello?