SÍNTOMAS DEL CAPITAL

¿Inconsciente capitalista?

Existe una tendencia notable en la que el capital no se presenta como lo que es, sino que, más bien, se expresa y toma sentido a través de síntomas: ya sea como personificaciones, como sentido común, como mercancías, como discursos académicos o como una pandemia2

Sería inútil que el capital se expresara como lo que es: un sistema opresor, mortífero, injusto, desigual, patriarcal, colonial, inhumano, racista, clasista, y obsesionado con la ganancia. Si esto fuera así, es decir, si el capital se presentara ante nosotros como tal, probablemente estaríamos librados de él desde hace mucho tiempo. Pero es justamente su carácter sintomático, esto es, su despliegue, retorno, transmutación, desplazamiento o condensación en otras formas, lo que impide su superación, renovándose de manera incansable.

En efecto, el capital permanece oculto, o en otras palabras, permanece inconsciente. Sin embargo, no por ello deja de tener efectos en nuestras vidas3: en nuestro ser, en lo que compramos, en el trabajo o en la universidad. No debería impresionarnos lo anterior: Marx lo anticipó hace casi dos siglos4.

Podemos aventurarnos diciendo que existe un inconsciente capitalista, mismo que fue descubierto por el propio Marx. Siguiendo a Páramo Ortega5 y Pavón-Cuéllar6, podemos identificar, de manera rápida y provisoria, tres características básicas de dicho “inconsciente”:

  1. Su núcleo básico es la maximización de la ganancia, la valorización del valor. Su pulsión es la plusvalía7, una pulsión de acrecentamiento y acumulación8, una pulsión que permite la explotación de la vida de unos por los otros, del proletariado por los capitalistas.
  2. Puesto que su núcleo es la producción de plusvalía, no le interesa la cualidad, sino la cantidad.
  3. Es un inconsciente idealista, producto de la división mental y física del trabajo, en donde el primero domina al segundo. De ahí que se considere al cerebro como motor de toda realidad exterior9.

Es el inconsciente capitalista el que domina la vida del obrero, del académico, e incluso, del capitalista más acaudalado. Nadie nos salvamos. Devenimos, de alguna manera, síntomas del capital: ya sea expresando su núcleo básico, o reproduciendo el idealismo burgués, o reduciéndonos a puros números, o tal vez las tres cosas al mismo tiempo.

Si Freud nos ofrece las coordenadas para explicar lo inconsciente “personal-individual” (nótese el entrecomillado puesto que no hay algo propiamente individual que esté separado de lo social), Marx nos ofrece las coordenadas para entender el inconsciente capitalista. Nos limitaremos esta ocasión a tratar de describir y analizar tres síntomas: la mercancía, el capitalista y la psicología.

Mercancías en la vida cotidiana

Tal como lo descubrió Freud, el inconsciente se manifiesta en la vida cotidiana10, ya sea en las equivocaciones orales o en el olvido. Sucede lo mismo en lo descubierto por Marx, manifestándose no solo en los actos fallidos como lo estudió Freud, sino en las actividades más comunes y normales, libres de cualquier error. 

La vida cotidiana es, en un sentido general, toda actividad práctica humana, sea trabajo o lenguaje, que incluye los aparatos utilizados para llevar a cabo tal actividad, a saber, cualquier dispositivo móvil, medio de transporte, accesorios o herramientas específicas, así como todos aquellos objetos de consumo que sirven para satisfacer necesidades o para el ocio.  Diariamente estamos en contacto con las cosas que, por sus características, es decir, como valores de uso y de cambio, conocemos como mercancías11.

Nuestra vida cotidiana en el modo de producción capitalista se encuentra rodeada de mercancías. Estas forman parte de nosotros, son casi como una extensión del ser. Cuando tenemos una mercancía con nosotros, lo que realmente tenemos es el trabajo humano invertido en ella12, sin embargo, no lo sabemos13. En efecto, además de que la mercancía se presenta como fetiche encubriendo el carácter social del trabajo humano, también se nos presenta como una formación sintomática de lo que hemos descrito párrafos arriba, es decir, se presenta como síntoma del capital. Veamos más a detalle lo anterior.

Una mercancía, de manera general, es la objetivación del trabajo humano. Sin embargo, bajo el yugo del capitalismo, el trabajo humano no es lo que parece a simple vista, esto es, no es únicamente actividad práctica del ser ni la exteriorización del mismo; es, por el contrario, trabajo enajenado14, trabajo que no le pertenece al obrero, y por ende, tampoco la mercancía producida por él o ella.

Queda así el obrero reducido a pura fuerza física de trabajo, traducida en la cantidad de tiempo en que esta puede ser empleada por su comprador para beneficio propio. Sin entrar en demasiados detalles, puesto que rebasaría ampliamente nuestros objetivos, agregaremos que desde el momento en que se compra la fuerza física de trabajo, el capitalista sabe lo que tal fuerza puede rendir15 más allá de lo necesario para reponerse. Es precisamente en esta extensión del tiempo de trabajo, es decir, más allá del que sirve al obrero para mantenerse vivo, lo que le generará la plusvalía al capitalista. Creará así un plusproducto con el plustrabajo, en donde ambas cosas le traerán ganancias al capitalista, mientras que al obrero le ocasionarán miseria, o como diría Marx: “el trabajo produce maravillas para los ricos, pero produce privaciones para el trabajador”[16]

El capitalista no mueve un solo dedo en el proceso de producción de mercancías, y si lo mueve es únicamente para indicarle al trabajador en dónde será su lugar de operación. De ahí que el capitalista piense que su cerebro, su cabeza, es el motor del mundo.

Han aparecido las características del capital en el síntoma mercancía. En primer lugar, la mercancía lleva desde su origen la intención de maximizar la ganancia. Desde el momento en que el capitalista desembolsa su dinero para comprar medios de producción y fuerza de trabajo que crearán el producto nuevo, “es ya capital por su propio destino”17, tiene la intención, por tanto, de acrecentarse en un bucle infinito; la mercancía es solo un medio para la riqueza. Sucede, a su vez, que la mercancía esconde la explotación del obrero por el capitalista, por el mismo capital, explotación que crece en la medida en que se extiende la jornada de trabajo y se le obliga producir más. Así, mientras el capitalista se revitaliza cada vez más con sus mercancías que venderá después, el trabajador explotado se desvitaliza en un proceso mortífero de producción.

En segundo lugar, puesto que la mercancía interesa porque reporta ganancias, lo que importa es siempre su valor de cambio y nunca su valor de uso. Lo mismo ocurre con el trabajo del obrero: lo que importa no es su trabajo concreto, la forma útil en la que pueda expresarse, sino tan solo la inversión (cantidad) de su fuerza de trabajo, la forma abstracta del mismo18. No es del interés del capitalista la forma en que pueda ser usada la mercancía que producen sus trabajadores, sino cuánto ($) va a ingresar a su billetera. 

En tercer lugar, el idealismo queda expresado en la mercancía por la relación de explotación antes descrita: son solo aquellos los que poseen el capital anticipado, aquellos que tienen los medios de producción y la capacidad de comprar la fuerza de trabajo, los que se abstraen del trabajo manual. Por eso siempre “andan de cabeza”.

De manera general, podemos decir que toda mercancía que tenemos en este momento a nuestra disposición, es un síntoma del capital. En ella no vemos ni la plusvalía, ni la explotación que desvitaliza al obrero, ni el idealismo del capitalista, tampoco nos interesa qué hizo el vendedor con nuestro dinero (lo más seguro es que lo reinvirtió para obtener más dinero). En este sentido, la mercancía se convierte en el síntoma perfecto porque de ella no se sospecha nada; ella misma contiene la esencia del capital.

Todos estos elementos anteriores, propios del capital, retornan en forma de una “simple” mercancía, un objeto de consumo o una herramienta de nuestra vida cotidiana. Estamos conviviendo con el capital sin darnos cuenta. Al disfrutar nuestras mercancías, no somos realmente nosotros los que las disfrutamos, sino, más bien, es el capital el que disfruta de nosotros, el que ríe al vernos usar continuamente lo que fue producto de una explotación. 

Las personas no disfrutan de sus lujosos iPhone, tampoco disfrutamos de las compras innecesarias que hacemos por Amazon. Por el contrario, es Tim Cook (Apple) riéndose de nosotros al saber que nos vendió un teléfono en más del 100% de su costo real, o Jeff Bezos (Amazon) al ver cómo compramos compulsivamente mercancías mientras explota a sus trabajadores. 

Se ríen precisamente porque su truco funcionó. El capital no se presentó como lo que es, sino como síntoma, como mercancía. No importa su forma ni su uso, ni quién la creó; lo único que importa es que el capital se pudo expresar, pudo salir a la superficie sin que sospecháramos de él.

Capitalistas estafados

Pero si Tim Cook o Jeff Bezos se rieron de nosotros, es simplemente porque ellos también son un medio del capital para expresarse. Los estafadores fueron estafados. Ni siquiera ellos actúan con total independencia. No fueron ni Cook ni Bezos los que se rieron, sino el capital que se encarnó y cobró vida gracias a ellos. Todo capitalista es solo “capital personificado”19, su alma “es el alma del capital”20 puesto que “su único motivo propulsor”21 es la apropiación y el acrecentamiento, lo único que lo mueve es la plusvalía. El capitalista, además, se abstrae del trabajo pesado, piensa que el mundo se crea desde las órdenes que emanan de su cabeza, de esa conciencia que es solo una conciencia que personifica otra cosa.

Marx nos deja la clave al decir que el capital se dota de conciencia a través del capitalista22, y decimos que es la clave porque es lo que intentamos exponer aquí: la conciencia del capitalista le pertenece al capital (que permanece oculto, inconsciente). Por eso Freud nos recuerda que la conciencia es tan solo algo superfluo, y que si queremos, por ejemplo, saber la verdad del capitalista, debemos emanciparnos de tal síntoma23profundizando en él.

El capital retorna en forma de cuerpo humano: tiene cara para sonreír y burlarse de nosotros, cerebro para determinar sus operaciones, manos para contar su jugoso dinero, órganos sexuales para dejar pequeñas crías que seguirán su legado. Dejaré que Pavón-Cuéllar24 nos acompañe en esta explicación, por tanto, me permito citarlo ampliamente:

“Cerebro, neuronas y fibras nerviosas son requeridas por el capital para adquirir su psique característica, ambiciosa y despiadada. Sin embargo, una vez adquirida, esta no es más la psique de la persona que posee capital, sino que es el capital el que posee, como un demonio, a la persona que le ha vendido su alma”.(Cursivas mías)

Su persona queda reducida, además, en puras cantidades. Es porque tiene. ¡Es un número en las listas de Forbes! ¡Qué risa! ¡Lo estafaron de nuevo! Ya no los conocen ni siquiera por su nombre, sino por la posición que ocupan en la lista de los más ricos.

El ser del capitalista se divide entre su fortuna calculada en acciones, en el número de propiedades en donde reside y vacaciona, el número de fundaciones a las que “apoya” con su sonrisa cínica, la cantidad de trabajadores que le producen, el número de hijos que tienen su apellido entre los cuales repartirá su fortuna, y una vez que el capitalista muera, el capital quedará vivo únicamente porque quien lo personifica ha preparado a sus pequeños para que continúen su legado. El capital siempre resucitará de entre los muertos. Así, la cantidad de su fortuna acumulada gracias a la explotación, “es cada vez más su única propiedad importante”25 dado que su “desmesura y el exceso, es su verdadera medida”26.

A pesar de que Páramo Ortega27 haya acertado al diagnosticar a los capitalistas con la “psicopatología de la avaricia”, en el capitalismo esta condición es considerada normal, a lo que todo mundo aspira. De ahí que no aparezca en nuestro gracioso Manual Diagnóstico de los Trastornos Mentales. Pero, al igual que la mercancía, su personificación, su estado psicopatológico normal, es otro síntoma clave del capital. Su verdad son las lógicas del capital, es el capital mismo. Su cuerpo es la extensión de aquello que los economistas burgueses criticados por Marx escribieron en sus libros.

Al igual que como vimos en la mercancía, el capital quedó expresado en el capitalista: su tendencia y obsesión por enriquecerse, su idealismo con el que se abstrae del trabajo manual, y su reducción a ser cuantitativo.

La psicología como síntoma del capital

Hemos descrito los dos síntomas perfectos del capital: mercancías y capitalistas. Estos dos forman parte de la ecuación del proceso de producción capitalista propiamente. Sin embargo, no por ser en donde mejor se manifieste el capital de forma encubierta, quiera decir que son los únicos. Como adelantamos al principio, el capital como categoría inconsciente, mantiene efectos en los lugares menos esperados: así como se manifiesta en los elementos de la ecuación capitalista, también lo hace fuera de ella. Un ejemplo de esto lo encontramos en la psicología.

La psicología se nos presenta como un síntoma del capital puesto que cumple con las lógicas del mismo. Podríamos argumentar que su lógica de acrecentamiento estriba en la reproducción de sus teorías fuera del lugar académico, su plusvalía es la psicologización: producen teorías no para explicar o transformar el mundo, sino por avaricia teórica.

Lo cuantitativo del capital se expresa en la psicología a través de la reducción de los sujetos a puros números en escalas de depresión o motivación, en cantidad de criterios diagnósticos de trastornos mentales, sus evaluaciones cuantitativas de grado como determinantes de la calidad académica de sus profesionales (CENEVAL en México), la persecución de los estímulos académicos por parte de algunos docentes que descuidan la calidad educativa, el cuidado del puesto administrativo para no perder su dinero, la publicación de papers irrelevantes con poca calidad y en exceso.

Su idealismo es más evidente: el psiquismo que estudian es un psiquismo escindido de sus condiciones reales de existencia, emociones entendidas como propias del sujeto, el lenguaje como una mera función cognitiva, su pretendida materialidad basada en las neurociencias que termina diciendo nada del sujeto. De ahí que el crítico de la psicología y marxista, Pavón-Cuéllar, afirme que lo que se estudia en psicología es la psique de la clase dominante28.

Como lo intenté mostrar en otro lugar29, no es la psicología la que habla, sino el capital el que retorna en sus teorías, en lo psicologizado, de forma imperativa configurando subjetividades. Al interpelarnos como sujetos de la psicología, como homo psychologicus, en realidad se nos interpela como sujetos del inconsciente capitalista, sujetos del capital.

Así como no podemos confiar en las mercancías o en los capitalistas, tampoco podemos depositar nuestra confianza en la psicología, una psicología que se ha dedicado a ignorar la estructura en la que se origina, una psicología incapaz de reconocer sus servicios prestados al capital, una psicología acrítica y acéfala que acepta la realidad “tal cual es”, una psicología que disminuye los márgenes de acción colectiva al atomizar a la humanidad al encerrarla dentro de sus cabezas.

Subjetividad(es) del capital: marxismo y psicoanálisis como alternativa

Los síntomas del capital se articulan para formar un velo denso que impide ver lo real. No nos debe parecer extraño que, por ejemplo, un psicólogo estudie las formas eficientes para vender más mercancías para la compañía del capitalista. Los tres síntomas quedan anudados, entrelazados como una cadena que encubren su verdad. 

Si no hemos superado al capitalismo es porque nos hemos acostumbrado a sus síntomas, y si el capitalismo nos ha dominado es porque ha llegado a lo más profundo del ser, falseando nuestras conciencias con aquellos. Las mercancías aparentan ser simples valores de uso, el capitalista muestra la fachada de filántropo e innovador, el psicólogo se muestra como panacea de los problemas que nos aquejan social e individualmente. El capitalismo no es únicamente un sistema económico, sino un dispositivo que configura, reproduce, moldea, y crea subjetividades. Las mercancías crean a sus sujetos30; el capitalista configura a sus trabajadores, “los hace a su modo”; la psicología produce a psicólogos de la vida cotidiana31.

Pero, insisto, sería un absurdo que en el modo de producción capitalista todo se explique a través de las fachadas, o en otras palabras conocidas para los psicoanalistas, sería absurdo limitar nuestras explicaciones a lo “consciente”, a lo que vemos a primera vista. De ahí entonces que el psicoanálisis pueda ser arma auxiliar del marxismo, como bien lo destacó Horkheimer32 y después Reich33 en el siglo pasado y actualmente los marxistas y psicoanalistas freudianos o lacanianos quienes han desarrollado importantes contribuciones a esta articulación. 

Nos recuerda Horkheimer que solo “la psicología de lo inconsciente”34 podrá dar en el blanco de los mecanismos psíquicos que nos atan al capital, o más bien, podemos reformular diciendo que con el marxismo y el psicoanálisis podremos sospechar, criticar y dar cuenta de cómo la realidad capitalista subsume en sus lógicas toda nuestra subjetividad a través de sus síntomas cotidianos y normalizados, creando así, una subjetividad capitalista, sea burguesa o proletaria. 

Notas

[1] Versión corregida y aumentada a partir del original publicado en el blog personal https://versuslapsicologia.mx/

[2] David Pavón-Cuéllar, El coronavirus como síntoma del capitalismo, David Pavón-Cuéllarhttp://oktubre.cl/2020/04/06/el-coronavirus-como-sintoma-del-capitalismo/

[3] Sigmund Freud, “Lo inconsciente” (1915), en El malestar de la cultura y otros ensayos, Madrid, Alianza, 2010.

[4] Karl Marx, El Capital I. Crítica de la economía política (1867), México, Fondo de Cultura Económica, 2014.

[5] Raúl Páramo Ortega, “Dinero y Adicción. Patología social como subproducto cultural del capitalismo”, en El psicoanálisis y lo social. Ensayos transversales, Valencia-Guadalajara, Universidad de Valencia-Universidad de Guadalajara, 2006.

[6] David Pavón-Cuéllar, “Marxian psychologies” en Marxism and Psychoanalysis. In or against psychology?, Londres, Routledge, 2017.

[7] Páramo Ortega, “Dinero y Adicción…”, op. cit., p. 256.

[8] Pavón-Cuéllar, “Marxian psychologies”, op. cit., pp. 16-18.

[9] Friedrich Engels, El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre (1876), México, Colofón, 2008, p. 176.

[10] Sigmund Freud, Psicopatología de la vida cotidiana (1901), Madrid, Alianza, 2011.

[11] Marx, El Capital I…op. cit., pp. 41-42.

[12] Ibid., pp. 44, 72-73.

[13] Ibid., p. 74.

[14] Karl Marx, Manuscritos de economía y filosofía (1844), Madrid, Alianza, 2013.

[15] Marx, El Capital I… (1867), op. cit., pp. 175-176.

[16] Marx, Manuscritos… (1844), op. cit., p. 137.

[17] Marx, El Capital I… (1867), op. cit., p. 135.

[18] Ibid., p. 44.

[19] Ibid., pp. 141, 208.

[20] Ibid., p. 208.

[21] Ibid., p. 141.

[22] Ibid.

[23] Freud, “Lo inconsciente” (1915), op. cit., p. 274.

[24] Pavón-Cuéllar, “Marxian psychologies”, op cit., p. 18.

[25] Marx, Manuscritos… (1844), op. cit., p. 190.

[26] Ibid.

[27] Páramo Ortega, “Dinero y Adicción…”, op. cit., p. 254

[28] Pavón-Cuéllar, “Marxian psychologies”, op. cit., p. 14

[29] Luis Pablo López-Ríos, Psicologización de la vida cotidiana: una lectura sintomal, epsys. Revista de Psicología y Humanidadeshttp://www.eepsys.com/es/psicologizacion-de-la-vida-cotidiana-una-lectura-sintomal/

[30] Pavón-Cuéllar, “Marxian psychologies”, op. cit., pp. 24-25.

[31] López-Ríos, Psicologización…, op. cit.

[32] Max Horkheimer, “Historia y psicología” (1932), Buenos Aires, Amorrortu, 2008.

[33] Wilhelm Reich, Materialismo dialéctico y psicoanálisis (1934), México, Siglo XXI, 1986.

[34] Horkheimer, “Historia y psicología” (1932), op. cit., p. 32.