¿DÓNDE IREMOS AL FIN?

13 de agosto de 1521, tras casi tres meses de cruentas batallas cotidianas, el Huey Tlatoani mexica, Cuauhtémoc, en un vano intento de huida a bordo de una canoa que surcaba el lago de Texcoco, fue tomado preso por un bergantín español, ese mismo día la gran urbe mesoamericana de México-Tenochtitlan se rindió a la alianza conformada por varias etnias indígenas y un puñado de españoles.

Hace ya cinco siglos, cumplidos en agosto de este año de 2021, por lo que en nuestro país se efectúan ceremonias conmemorativas, pues parece que fue ayer. La llamada “conquista” sigue presente entre nosotros, los mexicanos, como una herida abierta que no acaba de cicatrizar, y hay quien afirma que sufrimos lo que la psicología llama un “trauma”.

En palabras del gran historiador Dr. Silvio Zavala: “Porque a quinientos años de distancia los rescoldos no se han apagado y la asimilación histórica dista de ser completa”[1].

Se despiertan los ánimos, las discusiones, las polémicas entre organizaciones oficiales y privadas, entre individuos. Surgen a la luz pública parte de las nuevas interpretaciones académicas, publicadas en las últimas tres décadas, que ofrecen una visión diferente de los sucesos, afirmando que no hubo tal “conquista”, sino que fue una más de las guerras endémicas de Mesoamérica en la que dos alianzas nativas se enfrentaron, una compuesta principalmente por tlaxcaltecas, y varias otras etnias de las subyugadas o amenazadas por el creciente poderío mexica, unidas de cierta forma debido a la presencia de los extranjeros recién llegados, y por la otra la llamada Triple Alianza, formada por los mexica, los acolhua y los tepaneca. Estas, sin embargo, son aún poco conocidas por buena parte del público en general, en la cual persiste la otra visión: la que llamaremos historia “clásica”, que ha subsistido a través de esos cinco siglos, sintetizándola es la versión de que los “conquistadores” españoles, encabezados por Hernán Cortés, triunfaron debido a una supuesta superioridad en cultura, armamento y estrategia sobre salvajes incultos y paganos.

Es así que en estas fechas se despierta la inquietud y las preguntas, una de las básicas es y ha sido: “¿nos conquistaron?”, “¿nosotros los mexicanos fuimos “conquistados”? Han fluido ríos de tinta a través del tiempo, hay en los estantes de las librerías, o como libros electrónicos, demasiadas publicaciones, la mayor parte de las cuales son novelas o biografías acerca de los personajes participantes en esa gran gesta, a veces idealizados, a veces demonizados.

Sin embargo las historias completas sobre la llamada “conquista”, escritas por mexicanos, son únicamente tres: la de Francisco Javier Clavijero, Historia antigua de México y de su conquista, publicada hacia 1780-1781; la de Manuel Orozco y Berra, Historia antigua y de la conquista de México, en 1880; y la de Alfredo Chavero, Historia antigua y de la conquista, en 1884. La primera tiene ya dos siglos de publicada, incluye la historia indígena anterior a la Conquista; la segunda forma parte de una historia en cuatro volúmenes, de los que los tres primeros tratan también el periodo prehispánico; y la tercera forma parte de los muchos volúmenes de México a través de los siglos. Las tres presentan la conquista de México-Tenochtitlan como parte de una historia más general, no constituyendo un libro único e independiente, además de ser obras que sufren de cierta antigüedad.

De las historias escritas por extranjeros están la clásica del estadounidense William H. Prescott, Historia de la conquista de México, publicada en 1843, que tiene el mismo problema en cuanto a su antigüedad, aunado a una interpretación anglosajona, que implica una percepción ajena a nuestra cultura.

Para llenar ese hueco en el tiempo finalmente fue publicada en inglés y traducida al español La conquista de México, del británico Hugh Thomas, muy vendida en México. En su prólogo Thomas aduce que emprendió la tarea debido a que la obra de Prescott era ya obsoleta (no menciona a Orozco y Berra ni a Chavero, supongo que por ser poco conocidos en el extranjero), deseando modernizarla se dedicó a redactar su libro. Si bien utilizó una amplia documentación, desafortunadamente su enfoque dista mucho de ser satisfactorio, tratando el tema con un dejo de frivolidad no exento de cierto desdén despreciativo hacia la parte indígena, con la que, de por sí, le es difícil identificarse a cierto número de europeos.[2] Quiero creer que su traducción al español deja mucho que desear, pareciéndome poco probable que un egresado de Cambridge y de la Sorbona haga afirmaciones tan aventuradas. 

En resumen, las historias clásicas de Prescott y de Thomas no son relatos de lo que sucedió, sino más bien de cómo quiere creerse que sucedió, repiten la mistificación del conquistador español, de su supuesta superioridad.

El profesor-investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia Guy Rozat Dupeyron lo manifiesta claramente: “En este sentido, no puede sernos indiferente, para una cierta validez del discurso historiográfico americanista, el hecho de que, después de siglos, el discurso sobre América siga siendo hecho en gran parte por ‘extranjeros’”[3].

Por estos motivos me pareció claro que, a pesar de la publicación del libro de Hugh Thomas, existe una lastimosa carencia en nuestras librerías y bibliotecas de una historia actualizada y completa sobre la conquista de México-Tenochtitlan, y es por todos estos motivos que he tenido el atrevimiento de intentar remediar, en la medida de mis capacidades, tan deplorable situación, con un libro dedicado, exclusivamente, a esta titánica lucha, ha sido publicado en agosto de este año por el INEHRM, con el título de Era nuestra herencia una red de agujeros. La caída de México-Tenochtitlan.

He intentado responder a las preguntas de ¿Cómo es que llegaron hasta nuestros días tantos mitos sobre la Conquista? ¿Cuándo se desarrollaron? ¿De qué manera? ¿Por qué? ¿Por quién? ¿Por qué siguen vigentes?

Para ello hay que tomar en cuenta que cualquier escrito estará influenciado por el ambiente cultural, social y político de su tiempo, así como por el lenguaje, el pensamiento y los intereses del autor, por lo que hay que tener toda la información posible sobre este personaje: ¿Quién era? ¿Por qué la escribió? ¿Cuál era su ideología, sus motivos? ¿Cuándo la escribió? Más que buscar un relato cronológico y fáctico de la historia habrá que percibir los motivos de su representación del pasado inmediato, de su entorno, de su gente, de su cultura.

La pregunta inicial en la época inmediata a la llamada “conquista” se expresó así: ¿Cómo fue posible que un puñado de españoles venciera a miles de guerreros indígenas?, y la supuesta respuesta se convirtió en el punto de partida de las historias y narraciones clásicas, esta pregunta es falsa desde su misma concepción, más bien tenía la finalidad de probar la superioridad de la civilización europea sobre la supuesta barbarie nativa.

Esta narrativa clásica se basó, desde un principio, y hasta nuestros días, en dos fuentes principales: las llamadas Cartas de Relación de Hernán Cortés y la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, muy leídas en su época, retomadas y acentuadas por cronistas e historiadores de los siglos posteriores. Las fuentes de procedencia indígena, al igual que buena cantidad de material de archivo, no fueron publicadas sino hasta fines del siglo XIX o en el XX, por lo que, en síntesis, la conclusión a la que se llegó fue que los “conquistadores” eran grandes hombres, llevados de la mano y favorecidos por la Divina Providencia, con el “sagrado” propósito de imponer el cristianismo en las tierras infieles y paganas.

Por su parte, las fuentes nativas, llamadas ahora cuasi indígenas, intentaban entender por qué y cómo había sucedido tal cataclismo, de justificar la participación de sus propias etnias aliadas a los extranjeros y tratar de conservar por lo menos algunos de sus privilegios. Sin embargo puede ponerse en tela de juicio que sean imparciales, de gran importancia para demostrarlo son las investigaciones de Michel R. Oudjik, quien, tras un arduo trabajo en los archivos, rescató y retomó información sobre la alianza indígena-española, bien expuesta en su libro Indian Consquistadors publicado en 2007; y Matthew Restall, quien acuñó la frase de fuentes “cuasiindígenas”, luego de mostrar que los relatos considerados como nativos pasaron por las manos de los franciscanos.

¿Por qué se formaron tantos mitos? Buena parte de la respuesta hay que buscarla en la pregunta de quiénes son sus beneficiarios, política, económica y socialmente, agregándole el estímulo psicológico de desvanecer la historia confinándola en tales fábulas, simplificando de paso el ciclo clásico de la superioridad europea, y de las potencias occidentales, fomentando la noción reconfortante de calificar a los “otros” como salvajes, bárbaros, diferentes y amenazantes para la cultura predominante y por tanto sujetos a la dominación y explotación. En nuestro país tales mitos fortalecían el dominio colonial, así como el fuero, el poder y la riqueza del clero y de las clases dominantes, al igual que tras la Independencia, es por ello que la historia clásica afianzaba los intereses de los conservadores, mientras que los liberales prefirieron utilizar la figura de la Virgen de Guadalupe, de Cuauhtémoc, de fray Bartolomé de las Casas, de Motolinía, de Morelos y de Hidalgo, al tiempo que se demonizaba a Cortés y a sus huestes como símbolos de la tiranía española.

Los mitos básicos son acerca de la cobardía y sometimiento del Huey tlatoani mexica Motecuhzoma Xocoyotzin, de la superioridad española o del conquistador, el papel principal jugado por Hernán Cortés, la llamada traición de la malinche, el supuesto genocidio cometido por los “conquistadores”, del bajo perfil de los aliados indígenas, la superioridad del armamento y la estrategia española, la barbarie indígena, y varios otros de menor escala.

No hay espacio suficiente para ir examinando y desmintiendo cada uno de estos mitos. Sin embargo cabe recalcar que la cultura de cada época, de cada estado, de cada nación, incluso de cada individuo, se basa en creer en una narrativa común, para mantenerla unida, creada por nuestra capacidad humana del lenguaje y nuestra corteza gris, faltantes en otras especies, narrativa por lo general es sostenida sobre la base que fue dictada por alguna divinidad, o implantada por la elite gobernante, que forma las bases de las leyes, del sistema de gobierno, de las jerarquías, de la cooperación entre los miembros de una sociedad para supuestamente crear un presente y futuro mejor. Se trata de implantarla  desde el nacimiento, en la educación, en el hogar, en la sociedad, a través de una organización compleja, como la de un partido político. Un movimiento ideológico, o un culto religioso La narrativa modifica o adapta los sucesos históricos de acuerdo a la ideología reinante en una nación y en su gobierno. Así tenemos que la narrativa imperante en la Nueva España estaba basada en la superioridad de la clase dominante española; la del México independiente poco la cambió, dominada por los criollos, aunque dándole un tinte más nacionalista, siguió la de la revolución, que si bien la modificó y fue útil durante algunas décadas, era utilizada por un partido político, el PRI, que decayó al no llevar las palabras grandilocuentes a los hechos, por lo que la mayoría dejó de creer en esa narrativa, pues no satisfacía las necesidades de la población, y caer en el abuso del poder, la desigualdad en la distribución de la riqueza y la corrupción. Cuando esto sucede se hace necesario cambiar la narrativa a fin de obtener el beneplácito de la población.

En México una nueva narrativa debe enfrentar la vieja historia de nuestra individualidad, no es factible homogeneizarnos, somos una nación formada en su mayoría por mestizos, con mayor o menor proporción de genes tanto nativos como españoles, al igual que un gran porcentaje de pueblos originarios, somos una nación plural, variada y rica, en esto me parece reside nuestra patrimonio y potencial presente y futuro si logramos integrar los valores humanos y culturales presentes en cada una de nuestras culturas, llamándonos mexicanos por todo lo que nos une, no lo que nos divide, esta pluralidad no es un obstáculo, sino por el contrario, y poder de esta manera tener el objetivo común de formar un estado de derecho, de justicia, de igualdad de oportunidades para todos, para tomar parte en la globalización, necesaria para enfrentar positivamente y en cooperación internacional los graves problemas que afectan nuestra humanidad, como la pandemia, la creciente pobreza e injusta distribución de la riqueza, el cambio climático, la explotación desmesurada de la naturaleza, los fanatismo y las ambiciones que provocan guerras, masacres y sufrimiento, y evitar las catástrofes que a todos nos afectaran por igual.


* Jaime Montell es historiador y escritor, su libro más reciente es Era nuestra herencia una red de agujeros. La caída de México-Tenochtitlan, Col. Fuentes para la historia antigua de México, Ciudad de México: Secretaría de Cultura e INEHRM, 2021, 1621 p.

[1] Silvio Zavala, Presentación, en Hernán Cortés y el Derecho Internacional en el siglo XVI, Toribio Esquivel Obregón, México: Ed. Porrúa, 1985, p. XII,

[2] Hugh Thomas, La conquista de México, 1994. Poco después publicó una biografía: Yo, Moctezuma, emperador de los aztecas, 1995, que adolece de la misma problemática, califica al señor de Tlacopan como “pobre reyezuelo” al que nadie hacía caso, y cuyos “súbditos apenas si suman doscientos”, muy pocos en verdad para uno de los poderes de la Triple Alianza! Véase Yo, Moctezuma, emperador de los aztecas, pág. 17; afirma que Nezahualpílli era “falso, vengativo e histérico”, y de aspecto “sucio, desarreglado y despeinado”, aseverando que llevaba “sus supersticiones a extremos absurdos”’, tan absurdos como contar “frenéticamente” las notas cantadas por los pájaros, ¡llegando hasta unas 3 000!, creo que sobran los comentarios, véanse también las páginas 18 y 91.

[3] Indios imaginarios e indios reales en los relatos de la conquista de México, p. 13.